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Qualis dominus, talis et servus, maltrato a los esclavos en la antigua Roma

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Pintura de Henryk Siemiradzki

“Por encargo de Zeus una vez señaló Prometeo a los hombres dos caminos: uno, el de la libertad, y otro, el de la esclavitud. Y el camino de la libertad lo hizo en sus comienzos escarpado, de difícil salida, abrupto y seco, lleno de obstáculos, todo él peligrosísimo, pero al final tenía una llanura lisa, con paseos, llena de frutos en el bosque, con agua, para que se llegara al descanso de las fatigas con el final. En cambio, el camino de la esclavitud lo hizo al principio liso, cubierto de flores, con una perspectiva agradable y mucha suavidad, pero su final era de difícil salida, todo seco y escarpado.” (Vida de Esopo, 94) 

La esclavitud fue un rasgo fundamental de la vida en el Mediterráneo durante la antigüedad. Aunque asociada a la necesidad de mano de obra y la realización de trabajos indignos para un ciudadano romano, la esclavitud en aquella época supuso en un primer momento un estado de impotencia impuesto por los fuertes sobre los débiles, en el que los esclavizados, como extraños en las comunidades en las que se integraban (al ser normalmente cautivos de las conquistas), eran despojados de su libertad y derechos. Se iniciaba con la violencia y se mantenía con la coerción y era el resultado de la innata propensión de algunos a dominar a los otros. De esta forma, a los esclavos se les consideraba a veces la expresión simbólica del poder de su amo en sociedades que eran muy competitivas, cuyos miembros gustaban exhibir su autoridad y status.


“En cambio, cada romano perfectamente, noble Masurio, posee el mayor número de sirvientes que puede. En efecto, hay muchísimos que tienen diez mil, veinte mil, y aún más, y no para obtener renta de ellos, como Nicias, el millonario heleno, sino que la mayoría de los romanos utiliza el grueso de los mismos como séquito.” (Ateneo, Banquete de los eruditos, 272E)

Pintura de Juan Giménez Martín. Congreso de los Diputados de Madrid

Los esclavos requerían supervisión y regulación porque su cooperación no estaba realmente garantizada, y, aunque se reconocía que tenían sentimientos humanos, a pesar de ser considerados como propiedades, solo se tenía en cuenta su carácter humano en la medida que comportaba una ventaja para el amo. 

“Incluso los esclavos han tenido siempre la libertad de temer, alegrarse, dolerse llevados antes por su criterio que por el de cualquier otro.” (Cicerón, Epístolas a familiares, XI, 28, 3)

Para obtener su obediencia se procedía a conceder ciertas gratificaciones como algunos permisos ocasionales, distribuir más comida y ropa, la posesión de su propio peculium (dinero y algunas propiedades), atender sus necesidades sexuales proporcionando parejas a los más favorecidos y aliviar de trabajo a las mujeres fértiles. Pero, sobre todo, se manipulaban sus sentimientos con la promesa de una futura liberación. En caso de que nada de esto funcionase se recurría al castigo físico.

“Se los hace más aplicados en el trabajo con un trato más liberal ya sea con más generosidad en la comida o en el vestido, con la remisión de trabajos o con concesiones como permitir que pastoree en la finca con su peculio, y del mismo modo otras cosas, para que, a los que se haya ordenado o advertido algo con mucho rigor, consolándolos se restituya la voluntad y bienquerencia en el dueño.” (Varrón, De Agricultura, I, 17.1)

Pintura de Angelo Zoffoli

Se pensaba que recurrir al castigo físico era un medio efectivo de mejorar la productividad entre los esclavos que se ocupaban de las tareas en la agricultura, minería y construcción, donde principalmente se requería fuerza antes que conocimiento técnico. Sin embargo, ni la proximidad o intimidad que se daban en el servicio doméstico entre amos y esclavos, ni las cualidades o habilidades de los siervos proporcionaban mayor protección.

“Un solo ricito se había desprendido de toda la corona de tu cabellera, al no haber quedado bien sujeto con una aguja insegura. Lálage vengó este crimen con el espejo en el que lo había visto, y Plecusa cayó herida por culpa de la cruel cabellera.” (Marcial, Epigramas, II, 66)

Relieve romano, Museo de Trier, Alemania. Foto de Samuel López

El poeta Juvenal destacó en una de sus sátiras cómo un padre daba mal ejemplo a su hijo por complacerse al causar dolor indiscriminadamente a sus esclavos, marcando con estigmas, por ejemplo, incluso por nimiedades como haberse apropiado de dos toallas.

¿Un espíritu noble y costumbres comprensivas con las faltas veniales recomienda Rútilo, considerando que las almas de los esclavos y nuestros cuerpos están formados por idéntica materia y elementos, o enseña a ser cruel, él, que disfruta con el cruel ruido de los golpes y no comparar con los latigazos a ninguna Sirena, Antífates y Polifemo de un hogar tembloroso, feliz únicamente cuando llama al torturador y abrasa a alguien con hierro candente por un par de toallas? ¿Qué recomienda a un joven alguien que se alegra del chirrido de una cadena, a quien causan maravillosa impresión, los estigmas, los trabajos forzados y las cárceles? (Juvenal, Sátiras, XIV, 15)

Los sentimientos de los esclavos apenas contaban en la sociedad romana y estos sufrieron los castigos en sus cuerpos independientemente de su posición en la jerarquía servil. Las palizas, azotes y encadenamiento eran elementos comunes de su vida cotidiana en un mundo donde reinaba la violencia.

“Me sentía muy afectada por lo sucedido; y, pensando en el humor de mi señora, que suele enfurecerse bastante por semejantes contratiempos y desahogarse sobre mis espaldas con soberbias palizas, yo me disponía ya a emprender la fuga, pero, acordándome de ti, deseché al instante el proyecto.”(Apuleyo, Metamorfosis, III, 16)


Aunque Plinio el viejo se declaró en contra del uso de esclavos encadenados en la agricultura, esta práctica continuaba en el siglo I d.C. Sin embargo, el joven Plinio escribió que él no hacía uso de ellos en sus propiedades. 

“Habrá, pues, que enseñarles, lo que aumentará más el desembolso, a ser buenos esclavos, pues no tengo esclavos encadenados en ninguna propiedad y no tendré, tampoco ninguno allí.” (Plinio, Epístolas, III, 19)

Sin embargo, los esclavos de la panadería que describe Apuleyo muestran en su aspecto las consecuencias del peor de los tratos, las marcas, las cadenas, la falta de ropa, las malas condiciones de trabajo…

“¡Oh dioses! ¡Qué criaturas más desgraciadas y dignas de compasión! Todo su cuerpo era un mar de moratones inflamados; sus lastimosas ropas, más que cubrir, apenas rozaban sus espaldas marcadas por la vara, algunos sólo cubrían sus partes pudendas con un pequeño trozo de tela; vestían unas túnicas tan harapientas que su cuerpo se podía ver a través de los jirones, llevaban la cabeza medio rapada, letras marcadas en la frente y grilletes en los pies; sus pestañas estaban quemadas a causa del humo y el polvo que flotaba en la oscuridad y estaban medio ciegos, feos y amarillentos. Como luchadores cubiertos de tierra, aquellos hombres estaban cubiertos de la ceniza sucia de la harina.”(Apuleyo, El asno de oro, IX, 12)



Molino y panadería romana. Foto Garnger

A los esclavos que se distinguían por alguna fechoría especial, como los ladrones, o fugitivos, o calumniadores se les marcaba en la frente con anagramas especiales para que todo el mundo los conociera: FVR (ladrón), FVG (fugitivo), KAL (calumniador). 

La brutalidad de algunos propietarios de esclavos era bien visible y los propietarios romanos de esclavos tenían el derecho absoluto de castigar y torturar a sus esclavos, cuando sospechaban que eran culpables de delitos contra ellos dentro de sus propiedades. Este derecho no fue abolido en la ley romana hasta el 240 d. de C., por el emperador Gordiano.

La ira y el odio de un señor enojado inventaban en cada momento los tormentos más refinados y sádicos.

“El amo, vivamente afectado con esta muerte, cogió al esclavo cuya incontinencia había motivado tamaño delito y, después de untarlo con miel de pies a cabeza, lo amarró a una higuera en cuyo tronco carcomido anidaba un hirviente hormiguero. Nutridas oleadas de insectos surcaban su tronco en todos los 7 sentidos. Cuando olfatearon aquel cuerpo endulzado con miel, se cebaron a pequeños pero innumerables e ininterrumpidos mordiscos hasta consumir en lenta tortura todas sus carnes y sus mismas entrañas; dejaron el cadáver totalmente descarnado, y lo que seguía pegado al árbol de muerte era un limpio y puro esqueleto de sorprendente blancura.” (Apuleyo, Metamorfosis, VIII, 22, 5)

Estudio académico al natural, Joaquín Sorolla.
Museo de Bellas Artes de Valencia.

Los antiguos romanos creían que mostrar temor a los esclavos era una conducta equivocada para el dueño porque indicaría debilidad, por lo que se requería que ejercieran su dominio sobre los esclavos mediante el terror para mantenerlos en un estado de temor. Plinio reconoce que los esclavos de los amos que se portan bien con ellos acaban por perder el miedo hacia ellos.

“Pues los esclavos, a causa de la propia familiaridad, pierden el temor a los amos considerados, pero se estimulan con las nuevas caras Y se esfuerzan en congraciarse con sus amos por medio de otras personas antes que por ellos mismos.” (Plinio, Epístolas, I, 4, 4)

Si, contrariamente a lo que se esperaba, los esclavos conseguían intimidar a sus señores, quedaba patente que la aparente superioridad del amo era socialmente cuestionable.

“Recuerda los ejemplos de quienes perecieron por insidias de la familia, o por violencia o por dolo: descubrirás que la ira de los siervos no abatió menos gente que la ira de los reyes.” (Séneca, Epístolas, I, 4, 8)

Pese a que en la mayoría de ocasiones la esclavitud implicó unas condiciones de vida caracterizadas por su extrema dureza debido a las labores desempeñadas y a los posibles malos tratos por parte de los amos, con el paso del tiempo se llegaría a conseguir cierta mejora debido a algunos cambios legislativos y a la propia evolución de la mentalidad romana.

Mosaico de Kahramanmaraş Archaeological Museum (antigua Germanicia), Turquía

Se llegó a considerar que los esclavos eran depositarios de una serie de derechos pese a su condición dependiente, ya que se trataba de seres humanos, y como tales, eran capaces de tener y cumplir con una serie de normas morales. Gracias a corrientes de pensamiento como el estoicismo y sobre todo con la adopción del cristianismo como religión oficial del Imperio, esa progresiva “suavización” de la esclavitud se hará más patente, aunque la mayor parte de los esclavos siguieron soportando numerosas privaciones de todo tipo y sometidos a los caprichos y órdenes de sus amos.

“No quiero adentrarme en un tema tan vasto y discutir acerca del trato de los esclavos, con los cuales nos comportamos de forma tan soberbia, cruel e injusta. Ésta es, no obstante, la esencia de mi norma: vive con el inferior del modo como quieres que el superior viva contigo. Siempre que recuerdes la gran cantidad de derechos que tienes respecto de tu esclavo, recuerda que otros tantos tiene tu dueño respecto de ti.”(Séneca, Epístolas, 47, 11)


Colección privada

Algunos pensadores como Séneca o Plinio el Joven, abogaron por un tratamiento más igualitario y, en definitiva, más humano. El hecho de convertirse en esclavo era considerado como una fatalidad que podía llegar a afectar hasta a los más poderosos (en el caso de secuestro o cautividad). Para Séneca, la esclavitud existía porque Roma lo permitía, pero eso no debería constituir un impedimento para que se mostrase mayor comprensión y sensibilidad hacia los esclavos. Asimismo, y según Séneca, pese a su desafortunada situación los esclavos poseían ciertos derechos al tratarse de seres humanos. Cierto es, que a pesar de su apoyo en favor de los esclavos y al reconocimiento de sus derechos, Séneca nunca llegó a manumitir a ninguno de los suyos.

“Así, pues, considero que obras muy rectamente al procurar que tus esclavos no tengan miedo de ti y al no emplear más que reprensiones verbales; con azotes se castiga a las bestias.” (Séneca, Epístolas, 47, 19)



Torturar a los esclavos para investigar casos criminales se convirtió en una rutina tanto en Grecia como Roma, a pesar de que las autoridades eran conscientes de su poca fiabilidad. El emperador Augusto, por ejemplo, al investigar un caso en Cnidos en el que una pareja había ordenado a un esclavo arrojar el contenido de un orinal sobre un intruso, que resultó muerto, no vaciló en ordenar la tortura de los esclavos para determinar si la muerte se debió a un accidente o un asesinato.

“El emperador César Augusto, hijo de los dioses, pontífice máximo, cónsul designado por duodécima vez, con poder tribunicio por decimoctava vez, a los magistrados, el Senado, el pueblo de Cnidos, saludos.
Vuestros enviados Dionisio y Dionsio II, hijo de Dionisio, se han presentado ante mí en Roma y, habiéndome entregado vuestro decreto, han acusado a Eubulus, hijo de Anaxandrides, ahora difunto, y su esposa Tryphera, todavía viva, del asesinato de Eubulus, hijo de Chrysippus.
Cuando ordené a mi amigo Asinio Galo de mi comitiva a interrogar por tortura a sus esclavos, que fueron acusados del cargo, supe que Philinus, hijo de Chrysippus, había ido por tres noches consecutivas a la casa de Eubulus, hijo de Anaxandrides, y Tryphera, gritando insultos y amenazando con entrar a la fuerza. En la tercera noche a Philinus se le unió en el ataque su hermano Eubulus, hijo de Chrysippus. Eubulus y Tryphera, los propietarios de la casa, viendo que ellos no tenían ninguna disputa con Philinus ni podían estar seguros en su propia casa, sin embargo, se protegieron contra sus ataques, dieron órdenes a uno de sus esclavos, no de cometer un asesinato, como uno podía desear con justificada ira, sino de rechazarlos arrojando el contenido de los orinales por sus cabezas. Pero el esclavo, accidentalmente o intencionadamente, ya que persistió en su negativa, dejó caer el orinal con su contenido y Eubulus murió, aunque habría sido más justo que hubiera muerto su hermano.
Os envío su testimonio. Puedo expresar mi sorpresa por qué los acusados temían tanto el interrogatorio de sus esclavos en vuestros juzgados, a no ser que parecierais demasiado severos hacia ellos, teniéndoles por criminales, aunque hayan sufrido una desgracia, cuando intentaron protegerse, y no han cometido ningún crimen en absoluto, en vez de ser severos con sus oponentes, que merecen todo castigo, quienes por tres noches han atacado su hogar privado usando la fuerza, y con su enfado buscan destruir la seguridad común de todos vosotros. Por tanto, actuareis correctamente según mi juicio si tenéis en cuenta mi opinión en este asunto y si aceptáis mi carta en vuestros archivos públicos. Adiós.”
(Carta de Augusto sobre una demanda desde Cnidos en el año 6 a.C.)


La legislación romana contempló la tortura de los esclavos para que estos confesaran las faltas o delitos de sus amos. Los poderes públicos sólo intervenían cuando el esclavo podía dar información relevante, bajo tortura, sobre terceras personas, en calidad de testigo o de cómplice en el delito.

“Es cierto que se encontró al esclavo de Lucio en la misma casa en que se hospedaba; se esperaba de él una información sobre los crímenes y proyectos de su amo; por orden de los magistrados se le arrestó y encerró en la cárcel de la ciudad; al día siguiente sufrió toda clase de torturas, se desgarraron sus carnes hasta dejarlo casi muerto: no se consiguió de él la menor declaración sobre el asunto.” (Apuleyo, Las Metamorfosis, VII, 2, 2) 



En un rescripto de Antonino Pío se prohibía la tortura de los menores de catorce años.

“El divino Pío emitió un rescripto a Mseclius para que no se sometiera a tortura a un menor de catorce años para obtener pruebas contra otro, especialmente cuando la acusación no podía justificarse con ninguna otra prueba, porque no podía creerse al menor, ni siquiera al aplicarse tortura; esa edad, que parece proteger a las personas contra la dureza de la tortura, les hace más sospechosos de falsedad.” (Digesto, XXLVIII. 18.15.1)

Los esclavos no siempre necesitaban ser torturados para denunciar los delitos cometidos por sus amos. El criado Sapaudulus denunció que su ama escondía a su amante porque esta había azotado a su esposa. La venganza es un signo de emoción que permitía reconocer que los esclavos eran seres humanos con emociones humanas y que dañar sus sentimientos podía llevar a la violencia contra sus amos.

“A estas calamidades se añadió otra no menor. Y es que Eumenio y Abieno, ambos de la clase senatorial, fueron acusados durante el mandato de Maximino de haber tenido relaciones deshonestas con Fausiana, una mujer noble. Ellos, después de enterarse de la muerte de Victorino, que les había protegido mientras vivió, aterrados ante la llegada de Simplicio, que planeaba crueles castigos, se marcharon a un lugar secreto.
Pero una vez que condenaron a Fausiana y que ellos mismos fueron citados entre los culpables y convocados mediante edictos, se escondieron con mayor empeño aún. Abieno siguió oculto en el hogar de Anepsia, pero como con frecuencia se producen hechos inesperados que agravan aún más una situación ya calamitosa, un tal Sapaudulo, esclavo de Anepsia, consternado al ver que su esposa había sido golpeada, acudió por la noche a Simplicio y se lo contó todo. Simplicio envió entonces a unos sirvientes que sacaron de su escondite a los acusados.” (Amiano Marcelino, Historias, XXVIII, 1, 48-49)

Museo Estatal de Berlín

El senadoconsulto Silaniano establecía en caso de muerte violenta de un ciudadano la tortura y la condena a muerte de todos sus esclavos, que eran considerados como cómplices del homicida o, en todo caso, encubridores del asesinato.

En el año 61 a.C. un esclavo mató al praefectus urbs Pedanio Secundo, bien, según cuenta Tácito, por una rivalidad amorosa o por la negativa a conceder la libertad ya pactada.

Surgió un encendido debate en el Senado, ocasionado por una revuelta de la plebe que se oponía a la aplicación de la severa medida que comportaría la muerte de muchos inocentes que se encontraban bajo el mismo techo, en el momento del delito, alrededor de cuatrocientos esclavos.

“No mucho después de este caso, Pedanio Secundo, prefecto de Roma, fue muerto por uno de sus esclavos, o por haberle negado la libertad después de avenidos en el precio, o por celos de cierto mozo, no pudiendo sufrir a su amo por competidor; y porque, según la costumbre antigua, era menester hacer morir a todos los esclavos del señor que al tiempo de su muerte se hallasen debajo del techo de la misma casa, concurriendo el pueblo a la protección de tantos inocentes, faltó poco que no llegase la cosa a general tumulto y sedición.” (Tácito, Anales, XIV, 42)

Mosaico con escena de banquete, Dougga, Túnez, Foto Dennis Jarvis

El senador C. Casio Longino defendió la ejecución en masa de los esclavos y sostuvo con ardor la necesidad de que los esclavos comprendieran que era su obligación auxiliar y defender a su dominus, pues, en caso contrario, nadie podría ya vivir seguro en su propia casa.

“No juzgaba por acertado destruir y arruinar nuestra autoridad, tal cual es, con perpetuas contradicciones, procurando guardarla entera para cuando lo necesitase el servicio público en los casos semejantes al que hoy ha sucedido, habiendo sido muerto un ciudadano consular en su propia casa, por traición de sus esclavos, sin que ninguno le haya defendido ni revelado el delito estando todavía fresca la tinta con que se escribió el decreto del Senado que amenaza a toda la familia en este caso con pena de muerte. Decretad ahora, por Hércules, que no se castigue este delito, veremos a quién defiende su dignidad; si no le ha sido de provecho a Pedanio el ser prefecto de Roma, ¿a quién el número de esclavos, si cuatrocientos que tenía el prefecto no han sido bastantes para defenderle? ¿A quién dará ayuda su propia familia, pues ni aún por su mismo temor se mueve a reparar nuestros peligros? Supongamos, como no se avergüenzan de decir algunos, que el homicida ha querido vengar su agravio, por haber comprado su libertad con dineros de su patrimonio, o porque se le quería quitar por fuerza un esclavo heredado de sus abuelos. Concedamos, finalmente, que Pedanio ha sido muerto con razón.

Por último, con posteriores consideraciones sobre la sospecha de que otros esclavos de la casa estuviesen al corriente del proyecto del homicida y sobre la necesidad de mantenerlos sometidos con el miedo, Caso concluye que, al igual que sucede con el diezmado en el ejército, aunque mueran inocentes, el castigo ejemplar se hace indispensable, ya que, aun siendo en perjuicio del individuo, lo es en beneficio de la utilitas publica.”
(Tácito, Anales, XIV, 43)

Reproducción escena de tortura, Columna de Trajano 

¿Os parece acaso posible que un esclavo se resuelva en matar a su señor, sin que primero se le escape alguna amenaza, ni sin que se le oiga alguna palabra desconsiderada? Sea sí que haya podido tener encubierta su traición y preparar el cuchillo escondidamente; mas pasar entre las guardias, abrir las puertas de los aposentos, llevar la luz y cometer el homicidio, ¿puede haberse hecho con ignorancia de todos los demás? Suelen antever los esclavos muchos indicios de la maldad que se quiere cometer; los cuales, si una vez nos los advierten, podremos vivir solos entre muchos, seguros entre los malintencionados; y cuando no lo hagan y sea necesario morir, nos servirá de consuelo el saber que ha de ser también vengada nuestra muerte. Nuestros antepasados tuvieron siempre por sospechosos el ingenio y natural de los esclavos, aunque fuesen nacidos en sus propias casas y heredades, por más que se pudiese esperar de ellos que en naciendo habían de recibir y alimentar en sí el amor y la afición para con sus señores. Pero ahora que recibimos en nuestras casas naciones enteras, y tenemos por esclavos gentes de diversas costumbres, de extrañas religiones, y por ventura de ninguna, ¿con qué podremos refrenar mejor las insolencias de esta canalla que con tenerlos en perpetuo temor? Me dirán que forzosamente habían de morir muchos inocentes; pregunto, cuando se diezma un ejército en castigo de haber mostrado vileza y cobardía, ¿no suele tocar también la suerte a los valerosos? Todo gran ejemplo trae consigo su porción de injusticia en particular, que al fin se recompensa con el provecho público.”(Tácito, Anales, XIV, 44)




La plebe se opuso a la excesiva severidad de la medida que afectaba a una mayoría de inocentes, llegando hasta la sedición y a cercar el Senado; cuando, tras el discurso de Casio Longino, la asamblea senatorial se pronunció en favor de la tortura y ejecución de todos los esclavos del praefectus urbi, se juntó una gran multitud amenazadora provista de piedras y antorchas hasta el punto de que Nerón, increpando con una proclama al pueblo, mandó que el ejército escoltase todo el recorrido por el que la familia de esclavos debía ser conducida al suplicio.

“Al parecer de Casio, así como no se atrevió a contradecir ninguno a solas, así también en general se respondían las voces discordantes y confusas de los que tenían compasión al número, a la edad, al sexo y a la inocencia indubitada de muchos. Prevaleció con todo eso la parte que votaba la sentencia de muerte contra todos; aunque no se podía obedecer el mandamiento del Senado, a causa de haberse amontonado gran muchedumbre de pueblo en su defensa, los cuales amenazaban con piedras y con fuego. Entonces, César reprendió al pueblo con públicos pregones, e hizo guarnecer de gente de guerra todas las calles por donde habían de pasar los sentenciados.” (Tácito, Anales, XIV, 45)



A los servi que denunciaban a los asesinos del dominus sin tener que ser sometidos a tortura se les podía considerar dignos de la libertad.

“¿Pero se aplica solo a un esclavo que parece haber indicado o probado quien cometió el crimen, si lo hizo voluntariamente?; ¿o será también incluido el que cuando fue acusado, cargó la responsabilidad del crimen a otro? La mejor opinión es que tiene derecho a la recompensa aquel que vino con la acusación voluntariamente.
Los esclavos también, que no podrían de otro modo obtener su libertad, por ejemplo, los que hayan sido vendidos con la condición de que nunca serán manumitidos, pueden ser liberados por un acto similar, porque conduce al bienestar público.”
(Digesto. XXIX. 5.3.14-15)

El conocido jurista latino Ulpiano estableció un procedimiento legal para que los tribunales de justicia pudiesen llevar a cabo los interrogatorios de esclavos con mayor efectividad. Para ello, se debería interrogar a aquel esclavo que mostrase mayor predisposición a revelar la verdad en primer lugar para, de ese modo, infligirle la menor tortura posible.


El temor que reiteradamente acompañaba a los ricos propietarios de esclavos era el de una conspiración entre sus esclavos para perpetrar un asesinato, pues según el modo de pensar de los romanos, había solo dos tipos de esclavos, los buenos que defendían a sus amos incluso con su vida o los malos que no lo hacían. Entre estos últimos no diferenciaban entre los que mataban a sus amos y los que no se habían sacrificado por ellosPor ello la ley respondía a esta amenaza obligando a los esclavos a una completa colaboración con su dueño.

“Existía un tal Hostio Cuadra, hombre de obscenidad tal "que mereció ser llevada a la escena. Rico, avaro, esclavo de sus millones, cuando fue asesinado por sus esclavos, el divino Augusto juzgó indigno tomar represalias, y se limitó a no declarar públicamente que su muerte era justa.” (Séneca, Cuestiones naturales, I, 16, 1)
Pintura de William Etty

En un rescripto de Adriano se desprende que los esclavos debían auxiliar a su amo de todas las maneras posibles, aunque solo fuera gritando para llamar la atención. También contempla que la esclava que se encuentra en la misma habitación que el ama pueda auxiliar, si no físicamente, por lo menos, con la voz, de tal manera, que los demás esclavos o incluso los vecinos puedan oírla.

“Siempre que los esclavos puedan permitirse ayudar a su señor, no deberían preferir su propia seguridad a la de él. Además, una esclava que está en la misma habitación que su dueña puede darle asistencia, si no con su cuerpo, si con sus gritos, para que aquellos que están en la casa o los vecinos puedan oírla; incluso si alegase que el asesino la amenazó con la muerte si gritaba. Debería, por tanto, sufrir la pena capital, para evitar que otros esclavos piensen que pueden tener en cuenta su propia seguridad cuando su amo está en peligro.” (Digesto. XXIX.5.1.28)

Los romanos amedrentaron frecuentemente a los esclavos con la posibilidad de someterles a crueles castigos, que eran habitualmente utilizados para mantener el control sobre la gran masa esclava de Roma, cuyo número era ciertamente mayor que el  de ciudadanos libres.

Ser condenado al anfiteatro, ser quemado vivo o crucificado eran formas de ejecución para esclavos aplicadas por la ley romana. En el siglo II a.C. los ciudadanos de Amyzon en Caria crucificaron y dejaron como carroña para las aves de presa a un esclavo que había asesinado a su dueño y aparentemente había intentado ocultar su crimen quemando la casa de su amo con el cuerpo dentro. El propio asesinado lo cuenta en su epitafio.

“Demetrios, hijo de Pankrates
Demetrios, llorado por todos, al que un dulce sueño y el néctar de Bromios aguardan. Muerto a manos de un esclavo y quemado con la casa en un gran incendio.
Llegué al Hades mientras mi padre, parientes y anciana madre recibieron mis huesos y cenizas,
pero al que me causó todo este mal mis conciudadanos lo crucificaron vivo y dejaron para las bestias salvajes y las aves carroñeras.”


Esclavos crucificados. Pintura de Fedor Andreevich Bronnikov. Tretyakov Gallery, Moscú


La conocida como Lex Libitinaria, hallada en una inscripción en mármol procedente de la ciudad italiana de Pozzuoli, contiene las condiciones en las que la colonia arrendaba los servicios funerarios. Para la ejecución de los esclavos y criminales se contrataba a un verdugo local, quien a su vez a menudo subcontrataba otros servicios. Según la ley el adjudicatario se obliga a hacerse cargo no solo de sepultar a los muertos, sino también de ejecutar el castigo de los condenados, pero el ciudadano que encargaba el suplicio debía pagar los costes.

“El que de forma privada encargue el suplicio de un esclavo o de una esclava lo hará de esta forma: si quiere llevar al esclavo a la cruz con un patíbulo, el contratista deberá suministrar tablones, cadenas, cuerdas para los azotes y a los azotadores, y quien encargue el suplicio deberá dar 4 sestercios por los operarios que lleven el patíbulo y al verdugo.”

Llegó un momento en que el Estado creyó necesario intervenir en la arbitrariedad individual de estos castigos, no sólo por humanidad, sino por el enorme peligro que constituía el que los siervos pudieran amotinarse o rebelarse contra todo, como había sucedido en tiempos anteriores.

El cambio gradual que empezó a notarse en la conciencia social hacia los esclavos está representado en una serie de decretos imperiales que se aprobaron en los tres primeros siglos de nuestra era que intentaron mejorar el status social y legal de los esclavos.


Ilustración de W. Friedrich

Por la ley Petronia de servis del año 19 d.C. el antiguo derecho que el dueño de esclavos tenía sobre sus vidas se restringió al decretarse que el uso de esclavos en combates mortales con fieras solo se permitiría con la aprobación de los magistrados. Asimismo, en el año 20 d.C. por un senadoconsulto se estableció que debía seguirse el mismo procedimiento para el juicio de un criminal esclavo que para un hombre libre.

“Desde la aprobación de la ley Petronia y los decretos del senado haciendo referencia a ello, los amos fueron despojados de su facultad de entregar sus esclavos, siempre que quisiesen, con el propósito de luchar contra las fieras salvajes. Un amo, sin embargo, puede llevar a su esclavo a juicio, y si su queja está bien fundada, el esclavo puede ser condenado a tal castigo.” (Digesto, XLVIII. 8.11.2)

Por un decreto de Claudio se aprobó que matar a un esclavo enfermo o tullido se consideraba asesinato y que, si los esclavos enfermos eran abandonados por sus amos en el templo de Esculapio para evitarse la responsabilidad de su cuidado médico, estos serían libres en caso de sanar. Posteriormente bajo Domiciano se prohibió la castración de esclavos para ser vendidos como eunucos.

Gracias a las leyes aprobadas bajo Adriano, las ergastula (celdas para el confinamiento de esclavos) se abolieron. El procedimiento de tomar testimonio a los esclavos de un amo asesinado mediante tortura se modificó de manera que solo aquellos esclavos que estaban lo suficientemente próximos para haberse enterado del crimen deberían ser interrogados. 
Asimismo, prohibió que los amos mataran a sus esclavos y ordenó que fueran los jueces quienes los condenaran, si así lo merecían. A los mercaderes y maestros de gladiadores les prohibió la venta de esclavos o esclavas, si no había razón para ello. Además, impuso severas penas a los dueños que maltrataran a sus esclavos sin motivo. 

“El divino Adriano también desterró durante cinco años a una cierta matrona llamada Umbricia, porque había tratado a sus esclavas con una crueldad desmedida por razones muy triviales.” (Digesto, I. 6. 2)

Ergastulum para esclavos

Antonino Pío llegó a considerar la muerte injustificada de un esclavo ajeno como si se hubiese realizado contra uno de su propiedad. El derecho a la vida y la muerte otorgado al dominus por el ius Gentium (derecho de gentes) lo justificaba el jurista Gayo en base al espíritu de la época por el que no se justificaba la crueldad contra los esclavos sin un motivo fundado.
Un esclavo que reclamaba haber sufrido una injusticia a manos de su señor podía encontrar refugio en un templo o en una estatua del emperador. Este alivio temporal debía ser seguido por una queja dirigida al prefecto de la ciudad. Ordenó a los gobernadores provinciales que, si se demostraban estas acusaciones, forzasen la venta del esclavo a un nuevo propietario.

“Así pues los esclavos están bajo la potestad de sus dueños. Sin duda esta potestad es propia del derecho de gentes pues podemos advertir en todos los pueblos por igual que los dueños tienen derecho de vida y muerte sobre los esclavos: y todo lo que es adquirido por el esclavo se adquiere por el dueño. Pero, actualmente, no le está permitida ni a los ciudadanos romanos ni a los demás hombres que viven bajo el imperio del pueblo romano maltratar a sus esclavos sin medida y sin motivo: pues según una constitución del sacratísimo emperador Antonino, se dispone que el que matare a su esclavo sin motivo no es menos culpable que el que matase a un esclavo ajeno. También la excesiva dureza de los dueños se reprimió mediante una constitución de este príncipe, pues consultado por algunos gobernadores acerca de los esclavos que buscaron asilo en los templos de los dioses o junto a las estatuas de los príncipes, estipuló que, si parecía intolerable la sevicia de los dueños, se les obligara a vender a sus esclavos. La norma se estableció correctamente en ambos casos, pues no debemos usar mal de nuestro derecho” (Gayo, Instituciones, I, 52-53)

Detalle de mosaico, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Finalmente, y especialmente durante el reinado de los distintos emperadores romanos cristianos, se llegará a establecer que todo aquel esclavo que hubiese sido abandonado a su suerte por su amo, tendría la consideración de hombre libre.

Se puede ver una prueba de que ya en época de Séneca se había asimilado la idea de que los esclavos eran seres humanos por el comentario de Trimalción, el liberto advenedizo del Satiricón, al afirmar que los esclavos son también hombres que se han alimentado de la misma leche que los libres y que solo se diferencian en el destino fatal que les acosa.

“Amigos, los esclavos son hombres y han libado también la leche maternal, como nosotros, aunque el hado los haya tratado con mayor rigor que a nosotros; por mi salvación os digo que deseo que gusten todos ellos, en vida mía, el agua de los hombres libres.” (Petronio, Satiricón, LXXI)

Plinio el joven procuraba atender las necesidades de sus esclavos y preocuparse de su bienestar por lo que se ocupó de tratar los testamentos de sus esclavos como válidos y los legados hechos por ellos como obligaciones, cuyo cumplimiento recaía en él, siempre que los beneficiarios fueran miembros de la familia. La restricción a su propia familia la justificaba Plinio con el convencimiento de que en el caso de los esclavos la casa del amo era un espacio de bienestar para todos.

“Las enfermedades entre mis criados, y también la muerte, incluso de algunos jóvenes, me han afectado muchísimo. Tengo dos consuelos, aunque de ningún modo iguales a un dolor tan grande, pero consuelos a la postre: uno, mi predisposición a manumitirlos (me parece, en efecto, que no los he perdido tan prematuramente si los he perdido siendo ya hombres libres); otro, que permito a mis esclavos hacer testamento, por así decirlo, testamentos que cumplo como si fuesen legales. Recomiendan y hacen mandas coma les parece, yo obedezco coma si estuviese a sus órdenes. Reparten sus bienes, hacen donaciones y legados, siempre dentro de la casa; pues para los esclavos su casa es, por así decirlo, su patria y una suerte de ciudadanía.” (Plinio, Epístolas, VIII, 16)

Detalle de mosaico, Museo de Estambul, Turquía

El amo ideal era el que supuestamente evitaba la crueldad a la hora de disciplinar a sus esclavos, y existía cierta presión social o legal que podía aplicarse contra los propietarios que se consideraban excesivamente brutales. Sin embargo, había pocos límites efectivos a su autoridad, y castigar a un esclavo, incluso con la crucifixión, mostraba una conducta tan individualista y controvertida como podía ser la decisión de liberarlo. No es de sorprender, entonces, que Plutarco indicase que lo primero que un esclavo recién comprado estaba interesado en saber era si su nuevo dueño tenía mal carácter.

“Una conducta alegre hacia los asuntos cotidianos hace a un amo alegre y amable con sus esclavos también; y si es así con los esclavos, lo será también con sus amigos además de con aquellos que están sometidos a su dominio. Y de hecho observamos que los esclavos comprados recientemente preguntan sobre su nuevo amo, no si es supersticioso o envidioso, sino si tiene mal carácter.” (Plutarco, Moralia, 462 a)

Que los esclavos se preocuparan por el temperamento de su amo corresponde a la realidad que se vivía como demuestra la anécdota recogida por Séneca y Plinio el viejo con respecto a Vedio Polión, caballero romano, originario de Bitinia y liberto de procedencia, quien, a pesar de ser amigo de Augusto, a quien legó parte de su fortuna, vio como su comportamiento era reprendido por el emperador a cuenta de un esclavo. Vedio Polión, que era un hombre muy rico, poseía un vivero de morenas, y en una ocasión, estando presente Augusto, uno de los esclavos rompió una copa de cristal y, ante la pretensión de su amo de arrojarlo al estanque, pidió auxilio a Augusto.

“Como hizo el divino Augusto la noche en que cenaba en casa de Vedio Polión. Rompió un esclavo un vaso de cristal; Vedio mandó que lo cogiesen y le diesen una muerte poco común en verdad; quería que lo arrojasen a las enormes lampreas que llenaban su vivero. ¿Quién no hubiese creído que las alimentaba por lujo? Era por crueldad. El esclavo se escapó, se refugió a los pies de César y pidió por toda gracia morir de otra forma y no alimentar a los peces. Conmovido César ante aquella cruel novedad, mandó liberar al esclavo, romper ante sus ojos toda la cristalería y rellenar el vivero.” (Séneca, De la ira, III, 40) 

Ilustración de Louis Figuier

Por otra parte, y en general, los esclavos consideraban a sus dueños como sus mortales enemigos, contra quienes ideaban con frecuencia las más terribles tramas de venganza e incluso de asesinato. Aunque el asesinato de un amo era probablemente un hecho excepcional, los miembros de la élite eran siempre objetivo potencial de violencia extrema y, de hecho, había muchos que tenían siempre en mente la posible de ser atacado en su propia casa.

Plinio el Joven, aunque era una persona apacible, consideraba como el mayor peligro para el dueño ser asesinado por sus propios esclavos. El señor, cuyos esclavos estaban enterados de una acción ilícita llevada a cabo por su amo, se consideraba como el más desgraciado de todos los hombres, y sentía que los verdaderos amos eran sus esclavos, por sentirse seguros de su impunidad y de la posibilidad de obtener la libertad, si la deseaban.

“Ha ocurrido un hecho atroz y merecedor de algo más de una carta: Larcio Macedón, senador de rango pretorio ha sufrido un ataque de sus propios esclavos; era por otra parte un amo soberbio y brutal, que se negaba a recordar que su padre había sido un esclavo, o tal vez lo recordaba demasiado. Tomaba un baño en su villa en Formias cuando repentinamente los esclavos le rodean, uno de ellos le agarra por la garganta, otro le golpea en la cara, otro en el pecho y el vientre, y también (horrible de contar) en sus partes íntimas; y cuando pensaban que estaba muerto, lo arrojan sobre el ardiente pavimento, para comprobar si aún vivía. El, o bien porque había perdido el conocimiento, o bien porque fingía que lo había perdido, permaneció inmóvil y tendido en el suelo, dándoles la seguridad de que su muerte era cierta… Habiéndose recuperado con dificultad, pocos días después murió con el consuelo del castigo de los culpables: así fue vengado en vida como otros suelen serlo después de muertos. Ves a que peligros, a que ultrajes, a que burlas estamos expuestos; y no hay razón para que nadie piense que puede estar seguro, porque sea considerado y amable, pues los amos son asesinados no por reflexión, sino por brutalidad.” (Plinio, Epístolas, III, 14)



Los esclavos a veces mostraban su rebeldía y su oposición a la autoridad de sus amos mediante el robo o sabotaje contra sus propiedades, aunque la consecuencia final de semejante delito fuera un castigo ejemplar o una muerte cruel.

“Por este mismo tiempo poco más o menos Estratón, el médico de quien he hablado, cometió en casa de ella el robo y asesinato siguientes. Había en la casa un armario en el cual sabía que se guardaba una cantidad de monedas y oro. Una noche mató a dos esclavos, compañeros suyos, cuando dormían y los arrojó a un estanque, él personalmente aserró el fondo del armario y robó una suma de [...] sestercios y cinco libras de oro con la complicidad de uno de sus esclavos, un muchacho de poca edad… Porque debéis saber, jueces, que Estratón fue crucificado habiéndole cortado antes la lengua.” (Cicerón, En defensa de Aulo Cluencio, 179-187)

La esclavitud, entendida como estatus social y jurídico, se admitió como algo natural, indiscutible e incuestionable entre los miembros de la aristocracia, los cuales sentían un profundo desdén y desconfianza hacia cualquiera de los otros colectivos de condición social inferior. Acusaban a los esclavos de no haber cumplido con sus cometidos o haber cuestionado el dominio de su propietario, quien, por su parte, veía en dichos comportamientos actos de deslealtad y desobediencia hacia su poder absoluto. Por el contrario del buen esclavo, que no se planteaba su sometimiento, ni presentaba formas de resistencia a su situación, no se llegaba a hacer ningún juicio de valor.

“Pero vuestro sirviente, sin habernos consultado y sin que lo supiéramos, se ha marchado de la Urbe, de acuerdo con la desfachatez habitual en los esclavos. Es asunto vuestro tolerar que esta acción quede impune.” (Símaco, Epístolas, VI, 8)

Los propietarios de esclavos griegos y romanos se quejaban continuamente de que sus siervos eran problemáticos, perezosos y dignos de poca o ninguna confianza, pues además de fugarse, robaban comida y ropa, malversaban dinero, descuidaban o herían a los animales a su cargo, pretendían estar enfermos para evitar trabajar, mentían al asegurar que habían hecho su trabajo, arruinaban la cosecha, prendían fuego a los edificios… siempre eran culpables, no importaban el puesto que tuvieran o el trabajo que realizaran.

“Los esclavos lo administran muy mal, pues alquilan los bueyes, dan mal de comer a estos y a los demás ganados, no labran la tierra bien, ponen en la cuenta mucha más simiente de la que han echado en la siembra, no ayudan a esta para que produzca bien, cuando llevan la mies a la era para trillarla, mientras esta dura disminuyen diariamente el grano por fraude o por negligencia, pues no solo lo roban ellos, sino que no lo guardan de otros ladrones; y después de puesto en el granero, no lo sientan fielmente en sus cuentas.” (Columela, De Agricultura, I, 7)



Según los juristas romanos todos los esclavos podían ser corrompidos, capaces de ser persuadidos para emprender actos criminales o comportarse de forma inmoral. Cualquier esclavo podía estar dispuesto a robar, dañar las propiedades, falsificar cuentas, huir, perder tiempo en los espectáculos públicos, provocar sedición, tener una conducta promiscua, ser insolente con su amo y corromper a otros esclavos.

“Hace un esclavo peor el que lo convence a hacer daño o cometer un robo, o lo induce a fugarse, o el que instiga al esclavo de otro a hacerlo, o ser el amante de una mujer, el que vaga por ahí, el que practica magia, el que asiste con demasiada frecuencia a los juegos, el que organiza motines, el que persuade a un esclavo judicial con palabras o sobornos para que altere o falsifique las cuentas de su dueño, o el que muestre una cuenta que es ininteligible.” (Digesto, XI.3.1.5)

Los juristas creían que apostar, emborracharse, holgazanear o ser aficionado a los juegos eran vicios del espíritu en los esclavos y que su mala conducta se podía atribuir a la astucia y al descaro. El esclavo ladrón y fugitivo acabó convirtiéndose en un estereotipo retratado de la literatura de toda la época romana.

“¿Qué hacer si mi barbero, blandiendo la navaja desnuda, me exige entonces su libertad y una fortuna? Aceptaría el trato, pues en ese momento no es un barbero quien exige, sino un ladrón: razón muy poderosa es el temor. Pero cuando la navaja se haya guardado en su curvo estuche, le romperé al barbero piernas y manos a la vez.” (Marcial, Epigramas, XI, 58)

Estatuilla griega de barbero. Museum of Fine Arts, Boston

La insolencia de los esclavos se achacaba a veces a la falta de rigor de los amos o al hecho de que los siervos imitaban los comportamientos de sus amos. No se veía bien que faltase la disciplina entre los esclavos porque sus dueños no hacían nada para evitar sus faltas y se pensaba que el castigo y la ira harían que el esclavo aprendiese el lugar que le correspondía por su condición servil. De ahí la frase: "De tal amo, tal criado" (Qualis dominus, talis et servus)

—¿Y tú también te ríes, bribonzuelo? ¡Oh, las Saturnales! ¿Acaso, dime, estamos en diciembre?
¿Cuándo has pagado el impuesto del vigésimo para ser libre? ¿Para cuándo son las cruces y cuándo se
da su pasto a los cuervos? Ya Júpiter se indigna contigo y con tu señor, que no te ordena callar. Así
pierda el gusto del pan como te habría dado tu merecido, a no ser por el respeto que me inspira nuestro huésped, mi antiguo compañero; sin su presencia, ya te hubiese castigado severamente. Estamos bien aquí; menos el sinvergüenza de tu amo, que ni sabe hacerte callar. Con razón se dice: «A tal amo, tal criado». A duras penas me contengo, pues soy arrebatado por naturaleza, y cuando me ciego, ni a mi misma madre reconozco. (Petronio, Satiricón, LVIII)

Desde el siglo I el vendedor de esclavos debía notificar a los posibles compradores si el esclavo en venta había cometido un crimen capital, había sido condenado a luchar en la arena o había intentado suicidarse, al considerarse que así mostraban su carácter peligroso. Si un esclavo había intentado suicidarse, podía también intentar matar a su dueño o a otros miembros de la casa al no poder controlar su frustración y acabar exteriorizando su espíritu violento.

“Dasius Breucus compró y recibió por mancipatio al niño Apalaustus, o de cualquier otro nombre, de origen griego por el precio de dos libras 600 denarios, de Bellicus, hijo de Alexandros, de buena fe a petición de Marcus Vibius Longus (garante legal). Dasius Breucus ha pedido de buena fe, y Bellicus, hijo de Alexandros, ha prometido de buena fe garantizar que este niño ha sido entregado con buena salud, libre de cargo por robo y daños, no siendo ni holgazán, ni fugitivo ni epiléctico…)" (FIR, 130)

Museo Metropolitan de Nueva York

Los ediles impusieron la obligación de revelar los intentos de suicidio y los castigos severos que habían sido ordenados por un dueño anterior. Si el vendedor no cumplía con este deber, el comprador tenía derecho a una reducción del precio o a la rescisión del contrato de compra.

“Si un esclavo ha intentado poner fin a su propia vida, debe mencionarse también. Se considera un mal esclavo al que ha cometido algún acto con el propósito de terminar con su existencia; como, por ejemplo, el que ha hecho un lazo con una cuerda, o ha tomado veneno, o se ha tirado de un lugar alto, o hace cualquier cosa con la que espera causar su muerte; pues será uno que probablemente intentará hacer con otro lo que probado consigo mismo.” (Digesto, XXI, 1, 23, 3)

Serie Les Voyages dÁlix

La desesperación de los esclavos ante el castigo que podían recibir por una falta cometida puede haber hecho pensar a más de uno en quitarse la vida. Apuleyo relata una historia sobre un esclavo cocinero que al darse cuenta de que un perro se ha comido la pierna de ciervo que iba a cenar su amo sólo piensa en ahorcarse antes de que éste se entere, para evitar su cólera.

“Un colono del mencionado personaje había enviado como regalo a su señor la parte que le había correspondido en una cacería: era una pierna gordísima de un ciervo gigantesco. Como, por descuido la habían colgado a muy poca altura tras la puerta de la cocina, un buen perro de caza se apoderó de ella en secreto y al instante escapó, feliz con su presa, sin llamar la atención de los vigilantes. Cuando el cocinero la echó de menos, se puso a maldecir su negligencia y a lamentarse hasta acabar entre lágrimas que de nada servían. Entretanto, el amo reclamaba la comida: el otro, preocupado y por supuesto seriamente asustado, ya se había despedido de su hijito y, con una soga en la mano, se disponía a morir ahorcándose.” (Apuleyo, Metamorfosis, VIII, 31, 1-2)

Una inscripción de Mainz cuenta la historia de un esclavo que mató a su amo y luego se suicidó arrojándose al río, donde se ahogó. Quizás se dio cuenta de su indefensión por ser un esclavo y pensó que el suicidio era su único recurso.

“Aquí yace Jucundo, liberto de Marco Terencio, ganadero. Transeúnte, quienquiera que seas, detente y lee. Mira cómo me quejo en vano, apartado de la vida inmerecidamente. No pude vivir más de 30 años. Un esclavo me arrebató la vida y luego se tiró de cabeza al agua. El río Meno le quitó a ese hombre lo que él le había quitado a su amo. El patrón de Jucundo levantó este monumento.” (CIL 13 7070 = ILS 8511, Mainz, Alemania)

Seneca reconoció que un temor excesivo podía llevar a los esclavos a quitarse la vida antes de sufrir la ira del amo o de ser capturado tras su huida, aunque consideraba estos motivos tan frívolos como el suicidio por amor.

¿Acaso no ves por qué motivos tan fútiles se la desprecia (la vida)? Uno se ahorca ante la puerta de su amante, otro se arroja desde el tejado para no sufrir por más tiempo la cólera de su dueño, otro hunde un puñal en las entrañas para no verse apresado de nuevo mientras huía: ¿no crees que el mismo objetivo que consiguió un temor excesivo lo puede alcanzar la virtud?
(Séneca, Epístolas, IV, 4)



En un principio los padres de la iglesia aprobaron el castigo de los esclavos. La mayoría de los primeros autores cristianos creían que la esclavitud era consecuencia del pecado. El castigo a los esclavos se justificaba con el principio teológico del castigo divino. Los propietarios de esclavos imitaban a Dios al castigar a sus esclavos por su desobediencia, ya que esta era la base del pecado y los desobedientes eran incapaces de gobernarse a sí mismos, por lo que necesitaban a un amo que los guiase.

“Pero ninguno en aquella naturaleza en que primero crio Dios al hombre es siervo del hombre o del pecado. Y aun la servidumbre penal que introdujo el pecado está trazada y ordenada con tal ley, que manda que se conserve el orden natural y prohíbe que se perturbe, porque si no se hubiera traspasado aquella ley no habría que reprimir y refrenar con la servidumbre penal. Por lo que el Apóstol aconseja a los siervos y esclavos que estén obedientes y sujetos a sus señores y los sirvan de corazón con buena voluntad, para que, si no pudieren hacerlos libres los señores, ellos en algún modo hagan libre su servidumbre, sirviendo, no con temor cauteloso, sino con amor fiel, «hasta que pase esta iniquidad y calamidad y se reforme y deshaga todo el mando y potestad de los hombres, viniendo a ser Dios todo en todas las cosas.” (Agustín, La ciudad de Dios, XIX, 15)

La razón más importante de los padres de la Iglesia para castigar a los esclavos era la de enseñarles cómo comportarse de forma virtuosa y adecuada, a pesar del punto de vista romano de que los esclavos no tenían ni modestia ni honra sexual. Por ello, y de acuerdo con el pensamiento romano de que los esclavos debían ser controlados por el miedo, consideraban este como el elemento más importante a la hora de castigar a los esclavos. El temor de otros esclavos al ver el castigo aplicado aseguraba una buena conducta entre ellos. El miedo al dolor motivaba a los esclavos a comportarse correctamente y esforzarse más en su trabajo.

“Si un amo tiene en su casa un esclavo bueno y uno malo, es evidente que no odia a los dos, ni les concede a ambos beneficios y honores; porque si lo hiciera, sería tanto injusto como necio. Pero se dirige al bueno con palabras amables, le honra y le pone a cargo de los asuntos domésticos; pero castiga al malo con reproches, con azotes, con desnudez, con hambre y sed y con grilletes: para que sea un ejemplo para los otros y se abstengan de pecar; y al primero para apaciguarlos; de forma que el miedo frene a unos y el honor pueda animar a los otros.” (Lactancio, De la ira de Dios, 5, 12)

Pintura de Keeley Hallswelle

Aunque la mayoría de los padres de la Iglesia pensaban que los latigazos eran aceptables bajo algunas circunstancias, manifestaban cierta aversión a una excesiva violencia. Creían que un amo nunca debería mostrar su ira al castigar a un esclavo, ni tampoco mostrar su perdón o indulgencia demasiado pronto. Comparaban a Dios con el dueño de esclavos que sabe contener su enfado y dispensa el castigo con justicia y sin violencia desmedida.

“Las mujeres, siempre que se enfadan con sus esclavas, llenan las casas con sus lamentos. Si la casa está en una calle estrecha, los que pasan oyen al ama regañando y a la doncella llorando. ¿Qué puede haber más desafortunado que estos lloros? ¿Qué es lo que ha pasado aquí? Las mujeres se asoman y una dice: Esa está pegando a su esclava. ¿Qué puede haber más vergonzoso? Entonces, ¿no debería golpearla? No, no digo que no (porque debe hacerse), pero ni con frecuencia, ni de forma exagerada, ni por tus errores, como digo constantemente, ni por fallos en su servicio, solo si está haciendo daño a su alma. Si la sancionas por una falta de este tipo, todos te aplaudirán y nadie te reprenderá; pero si lo haces por razón de tu voluntad, todos te condenarán por tu crueldad y dureza. Y lo que es peor es que hay algunas tan salvajes como para azotar en tal medida que las marcas no desaparecen en un día.” (Juan Crisóstomo, Homilía sobre los efesios, 15)



Juan Crisóstomo, de acuerdo a sus homilías, aceptaba que la violencia física era parte inevitable de la vida, pero insistía que debía ser una práctica hecha con moderación. También defendía que, si el cristianismo podía volver a los esclavos dóciles por el miedo al infierno y el juicio final, esto constituiría una demostración extraordinaria de su poder. Esperaba cristianizar la esclavitud estimulando la obediencia a través del temor a la condenación. La iglesia de finales del imperio romano mostraba así una posición más cercana a adaptarse a la esclavitud que a abolirla.


Bibliografía

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Slavery and Society at Rome; Keith Bradley; Cambridge University Press
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https://revistas.usal.es/index.php/0213-2052/article/view/1199; LA ESCLAVITUD DESDE LA PERSPECTIVA ARISTOCRÁTICA DEL SIGLO IV: RESISTENCIA O ASIMILACIÓN A LOS CAMBIOS SOCIALES; Begoña ENJUTO SÁNCHEZ
https://www.researchgate.net/publication/327837822_ALGUNAS_CONSIDERACIONES_SOBRE_LA_ESCLAVITUD_EN_ROMA_LOS_ESCLAVOS_Y_SUS_DERECHOS; ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA ESCLAVITUD EN ROMA: LOS ESCLAVOS Y SUS DERECHOS; Mario Martín Merino
https://www.persee.fr/doc/dha_0755-7256_2015_num_41_1_4133; The Bitter Chain of Slavery; Keith R. Bradley
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https://www.academia.edu/3821693/Sin_as_Slavery_and_or_Slavery_as_Sin_On_the_Relationship_between_Slavery_and_Christian_Hamartiology_in_Late_Ancient_Christianity; Sin as Slavery and/or Slavery as Sin? On the Relationship between Slavery and Christian Hamartiology in Late Ancient Christianity; Chris L. de Wet
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5411089; Manumisión y control de esclavos en la antigua Roma; Pedro López Barja de Quiroga
https://revistas.usal.es/index.php/0213-2052/article/view/1188; VIOLENCIA SERVIL EN LAS METAMORFOSIS DE APULEYO; Pedro LÓPEZ BARJA DE QUIROGA
https://www.ajol.info/index.php/actat/article/view/146051; THE PUNISHMENT OF SLAVES IN EARLY CHRISTIANITY: THE VIEWS OF SOME SELECTED CHURCH FATHERS; Chris l. de Wet
The Roman Law of Slavery: The Condition of the Slave in Private Law from Augustus to Justinian; W. W. Buckland; Google Books
Ancient Greek and Roman Slavery; Peter Hunt; Google Books
Policing the Roman Empire: Soldiers, Administration, and Public Order; Christopher J. Fuhrmann






Miles gregarius, el legionario en la antigua Roma

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Bajorrelieve con legionarios de Glanum (Saint-Rèmy-de-Provence),
 museo Fourvière Galo-romano, Lyon, Francia. Foto de Rama

El ejército de la época de la república romana, que fue tremendamente agresivo, coincidió con la etapa de mayor expansión territorial, mientras que el de la etapa imperial, muy profesional y permanente, tenía una naturaleza básicamente defensiva y pretendía mantener asegurados los límites de unas fronteras trazadas hacía tiempo. 

Desde sus orígenes republicanos en la composición del ejército se daba la existencia de soldados-ciudadanos que integraban las legiones romanas a las que se añadían, como apoyo y complemento, especialmente en caballería –equites–, los aliados (socii). Así, romanos e itálicos combatieron fuera de sus lugares de origen y sentaron las bases de un extenso imperio, ya en etapa republicana, en torno a aquellas tierras que bordeaban el mar Mediterráneo. Durante la época imperial los aliados, una vez integrados dentro de las estructuras políticas y ciudadanas de la Urbs, fueron sustituidos por tropas auxiliares que se reclutaron en los recién incorporados territorios fronterizos del Imperio. 

“Esto es lo que mejor explica por qué (Adriano) vivió la mayor parte en paz con las naciones extranjeras; pues como veían su estado de preparación y ellas mismas no solo estaban libres de agresiones, sino que recibían además dinero, no hicieron ningún levantamiento. En verdad, tan excelentemente estaban entrenados sus soldados, que la caballería de los bátavos, como se les llamaba, cruzaba nadando el Danubio con sus armas.” (Dión Casio, Historia romana, LXIX, 9)



Legionarios, Museo estatal de Maguncia, Alemania. Foto de Robert Clark

Los romanos nunca confiaron el grueso de sus tropas a mercenarios a sueldo, pues su ejército, de base censitaria y movilizado sistemáticamente todos los años –básicamente, dos legiones para cada cónsul–, respondió a un sentido cívico, patriótico y pragmático, cuya disciplina en el aprendizaje le dio una enorme cohesión moral.

“Había en esta legión dos centuriones muy valerosos, Tito Pullo y Lucio Voreno, a punto de ser promovidos al primer grado. Andaban éstos en continuas competencias sobre quién debía ser preferido, y cada año, con la mayor emulación, se disputaban la precedencia. Pullo, uno de los dos, en el mayor ardor del combate al borde de las trincheras: «¿En qué piensas, dice, oh Voreno?, ¿o a cuándo aguardas a mostrar tu valentía? Este día decidirá nuestras competencias.» En diciendo esto, salta las barreras y embiste al enemigo por la parte más fuerte. No se queda atrás Voreno, sino que, temiendo la censura de todos, síguele a corta distancia. Dispara Pullo contra los enemigos su lanza, y pasa de parte a parte a uno que se adelantó de los enemigos; el cual herido y muerto, es amparado con los escudos de los suyos, y todos revuelven contra Pullo cerrándole el paso. Atraviésanle la rodela, y queda clavado el estoque en el tahalí. Esta desgracia le paró de suerte la vaina que, por mucho que forcejaba, no podía sacar la espada, y en esta maniobra le cercan los enemigos. Acude a su defensa el competidor Voreno, y socórrele en el peligro, punto vuelve contra este otro el escuadrón sus tiros, dando a Pullo por muerto de la estocada. Aquí Voreno, espada en mano, arrójase a ellos, bátese cuerpo a cuerpo, y matando a uno, hace retroceder a los demás. Yendo tras ellos con demasiado coraje, resbala cuesta abajo, y da consigo en tierra. Pullo que lo vio rodeado de enemigos, corre a librarle, y al fin ambos, sanos y salvos, después de haber muerto a muchos, se restituyen a los reales cubiertos de gloría. Así la fortuna en la emulación y en la contienda guío a entrambos, defendiendo el un émulo la vida del otro, sin que pudiera decirse cuál de los dos mereciese en el valor la primacía.” (Julio César, La guerra de las Galias, V, 44)



Ilustración de Peter Dennis

De todos los ejércitos de la Antigüedad, el romano fue el más sofisticado y, en suma, el que alcanzó mayor nivel de profesionalización tanto desde el punto de vista de la estructura de mandos como en los aspectos derivados de su logística o del propio armamento, evolucionando notablemente de etapa republicana a la imperial y, dentro de ésta última, entre el alto y el bajo imperio, con un número de integrantes no demasiado alto, y basando su actividad mucho más en la eficacia y en la calidad de sus integrantes que en su número.

“Algunos centuriones que del grado inferior de otras legiones por sus méritos habían sido promovidos al superior de ésta, por no mancillar el honor antes ganado en la milicia, murieron peleando valerosamente.” (Julio César, La Guerra de las Galias, VI, 40)

Así pues, las legiones y los cuerpos auxiliares constituyen el núcleo de un ejército profesional que basó su eficacia en el duro entrenamiento ya desde los inicios de la leva y en la práctica continuada del ejército en marcha, de la organización de los campamentos, y de una logística y unos medios de abastecimiento potenciados, a todas luces, por el trazado sistemático de una red viaria que permitía el transporte de alimentos y armas. Algo que fue posible debido a la acción de todo un cuerpo de oficiales y suboficiales, no formados en academia alguna, con función logística y administrativa.





Roma no estuvo a merced de tropas mercenarias donde el retraso en las pagas, la carencia de botín o cualquier otro inconveniente podían echar por tierra una operación militar. El botín estaba perfectamente reglado bajo la autoridad del magistrado encargado de ello por lo que, desde ese punto de vista, cabe pensar que la normativa y la disciplina funcionaban adecuadamente en la mayoría de los casos. De hecho, la disciplina, en algunos casos incluso brutal, marcaba los límites de una libertad estrechamente definida, algo que los soldados romanos sabían desde el momento de su juramento, pues el comandante de cada unidad tenía derecho sobre sus vidas en caso de flagrante indisciplina, traición o cobardía. A ello podían sumarse castigos corporales o la expulsión fuera del campamento (castra).

“La victoria en la guerra no depende únicamente del número de soldados o del mero coraje; sólo la habilidad y la disciplina la aseguran. Los romanos debían la conquista del mundo a no otra causa que el continuo entrenamiento militar, la exacta observación de la disciplina en sus filas y el cultivo de todas las demás artes de la guerra. Sin todo esto, ¿qué posibilidad tenían los poco considerables números de las tropas romanas contra las multitudes de los galos? ¿O con qué éxito se habría enfrentado su escasa estatura contra la prodigiosa de los germanos? Los hispanos nos sobrepasaban no sólo en número sino también en fortaleza física. Fuimos siempre inferiores a los africanos en riqueza e inferiores a ellos en estratagema y capacidad de engaño. Y los griegos, sin lugar a dudas, fueron muy superiores a nosotros en el dominio de las artes y todos los tipos de conocimiento.” (Vegecio, Compendio de técnica militar, I)



Infantería romana. Karwansary Publishers. Ancient Warfare Magazine. Artista Jason Juta

Desde Cayo Mario, el ejército se convirtió en un medio de vida y de promoción social, un puesto de trabajo con una paga segura para ciudadanos de condición social humilde. Lo mismo cabría decir para los extranjeros que formaban parte de los cuerpos auxiliares (auxilia), algo que nos impide olvidar su enorme función social.

El hecho de combatir por un salario, signo de que el ejército romano se había profesionalizado, no estaba en absoluto reñido con la fidelidad al emperador, principal representante del estado imperial. La lealtad a los emblemas militares era una obligación asi como el orgullo de pertenencia a una centuria, cohorte o legión, o a un determinado cuerpo auxiliar. El emperador era, a partir de Augusto, jefe supremo del ejército y a él se tributaba lealtad máxima mediante el juramento a su persona. Los mandos militares (legati Augusti) dependían de él y los triunfos eran utilizados políticamente y como propaganda por el emperador, en vez de recaer en sucesivos cónsules como ocurrió durante la etapa republicana.


“Por dos veces gané triunfos con ovación, y otra tres conseguí triunfos curules, y fui aclamado general en jefe en 21 ocasiones, el Senado me otorgó más triunfos, a todos los cuales renuncié. Los laureles los pasé de mis fasces al Capitolio, cumpliendo los votos que había pronunciado solemnemente en tiempos de guerra. Con motivo de las campañas acabadas felizmente por mi o por lugartenientes míos, en tierra y mar, el Senado decretó 55 acciones de gracias a los dioses inmortales.” (Augustus, Res Gestae, 4.2)


Augusto de Prima Porta. Museos Vaticanos

La República había entrado en crisis en el siglo I a. C., cuando la extrema corrupción había marcado profundamente la estructura política que tuvo su reflejo en violentas luchas de facciones. No obstante, a partir de aquel panorama de inestabilidad Augusto había conseguido afianzar una república basada en la concentración de poder en manos de su primer ciudadano, el emperador dando paso al Principado. Por su parte un ejército con menos efectivos, pero más profesionalizado que el de la etapa de las guerras civiles iba a proporcionar estabilidad a unas fronteras cuyos límites estaban cada vez más definidos.

Los ciudadanos romanos de condición humilde, desde la época de Mario, comenzaron a entrar en masa en los cuadros del ejército romano, encontrando en la milicia un modo de vida que les aseguraba una paga estable; incluso los auxiliares no ciudadanos se beneficiaban, aunque de una paga menor, de un empleo estable y de la posibilidad, en el momento de su licenciamiento, de acceder a la condición de ciudadano de segundo grado.

“Para subvencionar la paga de los militares y la instalación de los veteranos, Augusto constituyó un tesoro militar con la obtención de nuevos impuestos.” (Dión Casio, Historia romana, LV, 24, 9).



Auxiliares romanos. Ilustración de Giuseppe Rava

Para alistarse en las legiones se requería de unas condiciones mínimas, entre otras estar en posesión de la ciudadanía romana, aunque les estaba prohibido incorporarse al ejército a los hombres condenados a ser arrojados a las fieras, deportados a una isla, exiliados durante un periodo aún inconcluso, los que se habían alistado para evitar ser perseguidos y los convictos de los crímenes más serios. En caso de ser descubiertos serían inmediatamente expulsados.

“Titus Flavius Longus, optio de la legión III Cirenaica, en la centuria de Arellius, hizo una declaración y presentó como garantes a Fronto, en la centuria de Pompeius Reg[ _ _ _, y Lucius Longinus] Celer en la centuria de Cre[ _ _ _], and Lucius Herennius Fuscus, veterano, y prestó juramento de que era libre de nacimiento y ciudadano romano y tenía derecho a servir en la legión. Sus garantes juraron por Júpiter Maximus y el espíritu del emperador César Domiciano Augusto, conquistador de los germanos que el dicho Titus Flavius Longus era libre de nacimiento y tenía derecho a servir en la legión. Tramitado en el campamento Augusto de invierno de la legión III.” (CPL 102, papiro Fayum)


Tampoco los extranjeros ni los esclavos (mucho menos estos últimos), salvo contadas excepciones (como en caso de una guerra o de unas condiciones de extrema necesidad de reclutamiento) podían formar parte de las legiones.

“Cuando Sextus murió, Bassus tomó posesión de todo su ejército excepto unos pocos; porque los soldados que habían estado acampando en invierno en Apamea se retiraron a Cilicia antes de que él llegara, y, aunque los persiguió, no consiguió atraerlos. De regreso a Siria, tomó el título de pretor y fortificó Apamea, para tenerla como base de guerra. Y procedió a reclutar a hombres de edad militar, no solo libres, sino esclavos, además de reunir dinero, y preparar armas.” (Dión Casio, Historia romana, XLVII, 27)



Nuevos reclutas. Ilustración Adam Hook

En época de Trajano existían tres procedimientos distintos de reclutamiento: el obligatorio o forzoso (reclutas denominados lecti), el de aquellos a los que han convencido y pagado para ocupar el lugar de un obligado al servicio militar (vicarii) y los que realmente quieren alistarse en el ejército (voluntarii) que eran la mayoría.

“Se realizan reclutamientos; se les lleva a los cuarteles de invierno. Esas cosas que incluso cuando son hechas por gentes de bien, y en una guerra justa, y con moderación, resultan, no obstante, desagradables por sí mismas, ¿cuán amargas crees que resultan ahora, cuando son realizadas por rufianes, en una abominable guerra civil y con la mayor petulancia?” (Cicerón, Cartas a Ático, IX, 19, 1)

De los tres sistemas el mejor y más deseable era el último. En el caso de los forzosos, se encargarían de llevar a cabo tal sistema de reclutamiento oficiales romanos, autoridades locales, o bien destacamentos que se encargarían de la leva.

“Sempronio Celiano, joven distinguido, me ha enviado dos esclavos que habían sido encontrados entre los reclutas, cuyo castigo he aplazado para poder consultarte a ti, fundador y sostén de la disciplina militar, sobre la naturaleza de su pena. Mi duda se basa sobre todo en el hecho de que, si bien ya habían prestado juramento militar, no obstante, no habían sido asignados a ninguna unidad.
Por ello, te ruego, señor, que me indiques qué regla debo seguir, sobre todo porque se trata de establecer un precedente.” (Plinio, Epístolas, X, 29)

La respuesta de Trajano es la siguiente.

“Sempronio Celiano ha actuado conforme a mis instrucciones al enviarte a ti los individuos sobre los que era necesario decidir en un procedimiento judicial si parecía que habían merecido la pena capital. Pero es importante saber si se han presentado como voluntarios, si han sido reclutados o incluso si han sido ofrecidos como sustitutos. Si han sido reclutados, el error está en el reclutamiento; si han sido ofrecidos como sustitutos, son culpables quienes los han ofrecido; si se han presentado por propia iniciativa, puesto que tenían conocimiento pleno de su condición, habrán de ser ejecutados. No importa mucho, en efecto, que aún no hayan sido asignados a unidades, pues el día en el que fueron aceptados por primera vez debieron hacer una declaración veraz sobre su origen.” (Plinio, Epístolas, X, 30)





Los individuos que habían prestado juramento, pero no habían sido enrolados en ninguna unidad tenían un estatuto legal cuestionable, lo que explica que Plinio se pregunte si estos esclavos habían cometido un delito, si aún no eran legalmente soldados.

“Cualquiera puede prestar el juramento, desde el mismo día en que entra en el servicio, pero no antes, por ello los que no están todavía enrolados, aunque puedan haber sido reclutados y viajar a cargo del estado, no se consideran soldados todavía, ya que para ser tales deben ser incluidos en las unidades.” (Digesto, XXIX, 1, 42)

La resistencia al reclutamiento y el alistamiento de esclavos eran los dos delitos cometidos por los reclutas que merecían la pena de muerte. Celiano es un oficial de rango ecuestre, comisionado por Trajano para realizar reclutamientos en Bitinia tan pronto como esta había sido transformada en una provincia imperial, que envía a Plinio para su juicio a estos dos esclavos expuestos a una pena de muerte, ya que en las provincias solo los gobernadores gozaban de la capacidad de imponerla.


Guerreros de Estepa, Museo Arqueológico de Sevilla,
Foto Oronoz

Parece ser que el gobernador de la provincia supervisaba las partidas de reclutamiento. La primera etapa, o probatio, consistía en una inspección de los potenciales reclutas. Se supone que en este momento quedaba claro el estatuto legal de cada hombre: una vez reconocido como apto (probatus), se convertía en recluta (tiro), siéndolo durante los cuatro meses de instrucción. 

Los soldados debían superar un examen previo de buena salud e integridad física (no podían estar impedidos por falta del dedo índice o pulgar, por ejemplo). Además, tenían que tener una altura determinada, en torno a 1,70-1,77 metros.

“Aquellos que se dedican a supervisar las nuevas levas deberían ser particularmente cuidadosos en examinar sus caras, sus ojos y la constitución de sus miembros, para poder hacerse un juicio veraz y elegir a los más a propósito para ser buenos soldados. La experiencia nos demuestra que hay en los hombres, como en los perros y los caballos, signos evidentes por los que descubrir sus virtudes. Los soldados jóvenes, así pues, deben tener una mirada despierta, llevar la cabeza erguida, su pecho debe ser ancho, sus hombros musculosos y fuertes, sus dedos largos, sus brazos fuertes, su cintura pequeña, sus piernas y pies tan nervudos como flexibles. Cuando tales señas se encuentran en un recluta, una estatura pequeña puede dispensarse, pues resulta mucho más importante que un soldado sea fuerte antes que alto.” (Vegecio, Compendio de técnica militar, I, 6)



Probatio. Ilustración Yvon Le Gall

No tener una buena visión era motivo para ser dispensado del servicio en el ejército.

“Eximido del ejército por Cneo Vergilio Capito, prefecto del alto y Bajo Egypto: Trifón, hijo de Dionisio, tejedor de la metrópolis de Oxirrinco, por sufrir de cataratas y dificultad de visión. Examinado en Alejandría. Certificado fechado el decimosegundo año del reinado de Tiberio Claudio César Augusto Germánico, el día 29 del mes de Pharmouthi.” (Papiro Oxirrinco, 39)

Los nuevos reclutas recibían el signaculum, una tablilla de plomo escrita que llevaban alrededor del cuello, en un saquito de cuero, en la que figuraban detalles físicos personales (cicatrices, verrugas, por ejemplo, en suma, rasgos físicos muy personales que identificaban al individuo en cuestión). A finales del Imperio cuando la voluntad de unirse al ejército decreció, se procedió a marcar a los soldados con estigmas o tatuajes identificativos que hiciesen más fácil su reconocimiento en caso de deserción. Estas marcas en la época de la república y del principado habrían supuesto una afrenta para cualquier ciudadano romano.

“El 12 de marzo en Tebessa durante el consulado de Tuscus y Anullinus, Fabius Victor fue traído al foro junto con Maximilianus; Pompeianus tuvo permiso para ser su abogado.
Él dijo: Fabius Victor, agente responsable del impuesto de reclutamiento está presente con Valerianus Quintianus, oficial imperial, y el hijo de Victor, Maximilianus, un excelente recluta.
Dado que tiene las cualidades necesarias, pido que le midan.
Dión el procónsul dijo: ¿Cómo te llamas?
Maximilianus contestó: ¿Por qué quieres saber mi nombre? No se me permite servir en el ejército porque soy cristiano.
Dión el procónsul dijo: Prepárenlo.
Mientras le estaban preparando Maximilianus contestó: No puedo servir en el ejército; no puedo hacer ningún mal; soy cristiano.
Dión el procónsul dijo: Que lo midan.
Cuando le habían medido, un subalterno dijo: cinco pies diez pulgadas de alto.
Dión dijo a su personal: Que le den un sello militar.
Maximilianus, que continuaba resistiéndose, replicó: No voy a hacerlo; no puedo servir como soldado.”
(Actas de Maximilianus 1. 1–5 AD 295)



Dos legionarios. Landesmuseum, Maguncia, Alemania

El encargado de los pagos distribuía el viaticum para costear los gastos del viaje de los soldados hasta su destino, la unidad a la que habían sido asignados y, donde, además, debían realizar el juramento militar (sacramentum) en el que cada uno de ellos repetía una fórmula general (“idem in me”/”lo mismo digo”). El juramento comportaba, ante los dioses, que el nuevo soldado iba a servir fielmente a su emperador a costa de su propia vida, y en caso de cobardía o traición el comandante al que debía obedecer en todo momento podía castigarle con castigos físicos o, incluso, la muerte. Debía mostrar lealtad y fidelidad a los símbolos y estandartes militares (signa) y, de ese modo, su disciplina y respeto a la jerarquía de mandos harían del mismo el modelo de legionario que el imperio y el emperador precisaban. Por tanto, era una fórmula religiosa que ligaba las obligaciones del soldado a la autoridad del emperador y a la defensa del Imperio, comprometiéndose por sí y por su honor a cumplir lealmente con sus obligaciones para con el César y con Roma, y también con sus dioses, hasta el punto que la religión personal de cada soldado se empapaba de tal forma de la religión oficial del ejército que, para la mayoría de los casos, casi no existía otra.

“Tanto Druso como Germánico, durante las revueltas de las guarniciones de las provincias danubianas y renanas, que se produjeron a la muerte de Augusto y el ascenso de Tiberio, en el año 14, recordaron a los soldados que estaban ligados al nuevo emperador por el sacramentum: Druso les recordó a quién estaban ligados los soldados del Illyricum por este juramento y aprovechó el pánico que provocó en ellos un eclipse lunar para recordarles que el juramento era sagrado y querido por los dioses.” (Tácito, Anales, I, 28)

Con la adopción del cristianismo como religión oficial, el sacramentum militiae se transformó tanto en su formulación como en su concepción pues, a partir de Constantino, se prestaba juramento en nombre de la Trinidad cristiana.

“La marca militar, que es indeleble, se imprime primero en las manos de los nuevos reclutas y cuando sus nombres son consignados en el libro de las legiones pronuncian el juramento habitual, llamado el juramento militar. Juran por Dios, por Cristo y por el Espíritu Santo; y por Su Majestad el Emperador quien, tras Dios, ha de ser principal objeto del amor y veneración de la Humanidad. Pues cuando él ha recibido el título de Augusto, sus súbditos están obligados a prestarle su más sincera devoción y homenaje, como representante de Dios en la tierra. Y todo hombre, tanto en un puesto civil como militar, sirve a Dios sirviéndole a él [al Emperador. N. del T.] con fidelidad, pues reina por Su Autoridad [la de Dios. N. del T.]. Los soldados, así pues, juran que obedecerán deseosos al Emperador y todas sus órdenes, que nunca desertarán y estarán siempre prestos a sacrificar sus vidas por el imperio romano.” (Vegecio, Compendio de técnica militar, II, V)



Alocución del emperador. Arco de Constantino. Foto de Sergey Sosnovskiy

Una vez llegado a su unidad de destino el recluta empezaría su entrenamiento que consistiría en marchas, carreras, saltos, natación y traslado de paquetes pesados. Esa práctica permitía soportar mejor el dolor y presentaba la ventaja de que si los soldados eran capaces de ejecutar sus maniobras correctamente en presencia del enemigo, este último podía llegar a desanimarse y huir. La instrucción se hallaba vinculada directamente a la disciplina ya que era importante aprender a ejecutar una orden y respetar a los superiores, de forma que el soldado que sabía lo que debía hacer, porque lo había muchas veces en el campo de maniobras, lograba adquirir confianza en sí mismo y en sus jefes.

“Cuando el ejército romano se desmoralizó ante Numancia por la flojedad de sus anteriores comandantes, Publio Escipión lo reformó despidiendo a un enorme número de seguidores del campamento y por guiar a los soldados a un sentido de responsabilidad a través de la rutina cotidiana regular. Con motivo de las frecuentes marchas que les impuso, ordenó que llevaran raciones para varios días, bajo tales condiciones que se acostumbraron al frío y lluvia duraderos, y a vadear corrientes. A menudo el general les reprochaba con timidez e indolencia; a menudo rompía utensilios que servían sólo al objetivo de la autoindulgencia y que eran completamente innecesarios para hacer una campaña.” (Frontino, Estratagemas, IV, 1)



Ilustración Seán ÓBrógáin

Las armas utilizadas en el entrenamiento, espada y lanza, eran de mayor peso que las del servicio real, para fortalecer los brazos. También se habituaban a disparar flechas y arrojar piedras con hondas. La mayoría de reclutas, no solo los destinados a caballería, aprenderían a montar y desenvolverse sobre el caballo. El objetivo fundamental de la instrucción consistía en que los soldados aprendieran a maniobrar en formación y supieran cuál era su lugar a la hora del combate o cuándo y cómo debían moverse sin perjudicar la cohesión de su centuria. Los oficiales obligaban a ejecutar simulacros de batallas, infantes contra infantes, o contra jinetes.

Las tropas harían de vez en cuando exhibiciones de su disciplina delante de los generales o incluso los emperadores quienes alabarían o criticarían su actuación.

“Hicisteis todo correctamente. Llenasteis la llanura con vuestros ejercicios, arrojasteis las lanzas con cierto grado de estilo, aunque eran más bien cortas y rígidas; algunos las lanzasteis con igual habilidad. Habéis montado los caballos con agilidad y ayer lo hicisteis con rapidez. Si hubiera faltado algo en vuestra actuación lo habría notado, si algo hubiera ido mal lo habría mencionado, pero toda la maniobra me ha satisfecho. Catullinus, mi legado, hombre distinguido, muestra igual preocupación por todas las unidades a las que está en mando. [---] vuestro prefecto aparentemente cuida de vosotros conscientemente. Os concedo un donativo …” (Alocución de Adriano al ala de los panonios, ILS 2487; 9135, Lambaesis, Africa)



Alocución del emperador. Columna de Trajano, Roma. Foto Roger Ulrich

En época de paz los legionarios se ocupaban de múltiples tareas que iban desde las guardias obligatorias hasta las más simples labores como mantener limpio el campamento. Algunas tareas eran externas, como vigilar instalaciones estatales o escoltar transportes u oficiales. Algunos servían de guías, o controlaban las fronteras y cruces de caminos. Otros trabajaban en canteras, limpieza de bosques, fabricación de tejas o trabajos administrativos y construcción de carreteras y puentes. Con su dedicación a las obras públicas los legionarios proporcionaban al emperador una mano de obra cualificada y a bajo costo. Por encima de todo, el mando les exigía que pusiesen en marcha todos los elementos de sus diferentes sistemas defensivos. Algunas de esas tareas tenían implicaciones económicas muy favorables: era preciso trazar carreteras, colocar mojones de delimitación entre tribus y efectuar operaciones de catastro o de centuriación. Estas labores contaban con facilitar los movimientos de tropas y la vigilancia del enemigo potencial, además formaban parte integral de la instrucción y su correcta ejecución mostraba que se poseía disciplina.



Columna de Trajano. Roma

También realizaban trabajos especializados como mediciones de tierras y planificación de infraestructuras, como canales, acueductos, etc. En zonas fronterizas, a falta de instituciones civiles, los oficiales desempeñaban las funciones de autoridades estatales.


“Durante el gobierno del emperador César Augusto, hijo de un dios, la legión X Fretensis bajo el mando de Lucius Tarius Rufus, legado con poder propretor, construyó el puente.” (EJ 268, Inscripción del valle del rio Strymon, Macedonia. Siglo I a.C.)


Construcción del puente de Apolodoro sobre el Danubio

Munifex es el recluta recién llegado sin graduación ni privilegio. Los munifices son los encargados de ir a por leña y de acarrear agua; limpiar las letrinas o mantener los establos y alimentar a los animales, etc.

“Las tropas regulares estaban obligadas a llevar su madera, heno, agua y paja al campamento, por tal clase de servicio a sí mismos se les llamaba munifices.” (Vegecio, Compendio de técnica militar, II, 19)



Legionarios en el campamento. Ilustración de Ron Embleton

Su primer objetivo tras firmar y completar la instrucción es convertirse en immunis, el cual seguía siendo un miles gregarius, un soldado raso, sin más autoridad que otros, pero exentos de los trabajos más pesados y desagradables, para desempeñar labores especializadas. El legionario que aspiraba a convertirse en immunis debía demostrar habilidades técnicas como la carpintería, o saber leer y escribir, lo que les daría una ventaja inestimable, porque las legiones siempre necesitan secretarios para mantener la correspondencia y manejar los archivos. Un immunis no recibiría una paga mayor, pero su vida es en general más cómoda, aunque su rango puede serle retirado por mala conducta.

“Caius Comatius Flavinus inmune de la cera de la legión XIV Gemina Antoniniana lo erigió por orden de la diosa en el consulado de nuestro señor el emperador Antonino Augusto y de Balbino.” (CIL III 14358) 





Los immunes tendrían la opción de convertirse en oficiales subordinados (principales) que en el antiguo ejército republicano eran el optio, signifer y tesserarius. El cornicularius era un suboficial al frente de las tareas administrativas, contables y archivo de documentos de los legionarios, auxilia, guardia pretoriana o marina militar romana. Formaba a su vez parte de la categoría de los principales y oficiaba como asistente bajo la autoridad de un oficial superior (un centurión o un oficial de mayor rango). El propio corniculario tenía varios asistentes responsables de pequeñas tareas, suboficiales pertenecientes al grupo de los duplicarii, que él debía supervisar dentro de su officium.

“Las cosas me van bien. Después de que Sarapis me trajo hasta aquí seguro, mientras otros … estaban cortando piedras todo el día y haciendo otras cosas, hasta hoy no he sufrido ninguna de estas penalidades; pero pedí a Claudius Severus, el consular, que me hiciera secretario de su personal y me dijo: No hay ninguna vacante, pero mientras te haré secretario de la legión con esperanza de promoción. Con esta tarea, por tanto, fui desde el consular de la legión al cornicularius.” (Papiro Michigan 4566)



Museo Galileo, Florencia

Los principales que recibían una paga y media se denominaban sesquiplicarii y los que recibían doble eran los duplicarii. Estos suboficiales podían obtener promoción y convertirse en oficiales, como centurión.

“A Júpiter Maximus Dolichenus, por la seguridad del emperador César Cayo Julio Vero Maximino Pío Afortunado Invencible Augusto---Ulpius Amandianus, soldado de la legión XIV Gemina, oficial de la unidad citada, armero, portaestandarte, ordenanza del segundo centurión en la octava cohorte y candidato (para ascender a centurión), dedicó esto a la deidad junto a Ulpius Amandus, veterano de dicha legión.” (CIL III. 11135, Carnuntum, Panonia Superior)

A partir de Augusto, los soldados romanos no podían constituir un matrimonium iustum, y si ya estaban casados cuando se unían al ejército, su matrimonio era automáticamente declarado nulo. El estado presentía que los ejércitos tendrían mayor efectividad si los soldados se desembarazaban de sus familias y, además, era totalmente reacio a aceptar responsabilidad alguna hacia esas familias, como entidades dependientes de los soldados. La prohibición se mantuvo durante más de dos siglos, hasta que fue abolida por Septimio Severo en el año 197 d.C.

Sin embargo, este veto no les impidió establecer unos vínculos conyugales con mujeres de su mismo lugar de origen, de la propia comunidad militar o de las proximidades de la zona donde servían, pues la prohibición de establecer un matrimonio legítimo no cohibía el deseo de la pareja de permanecer unidos –affectio maritalis–, de establecer un vínculo conyugal, expresándose así en la epigrafía. Sin embargo, estas uniones eran consideradas como matrimonia iniusta, debido a que carecían de legitimidad dentro del marco legal romano, por lo que los hijos habidos durante la relación se consideraban ilegítimos y no podían ser herederos. Las mujeres tampoco podían reclamar la dote en caso de separación. 



Ilustración Angus McBride

Pero los soldados tomaban esposas y formaban familias durante su vida militar. A partir del siglo I estas mujeres eran nativas de las provincias y muchas eran esclavas liberadas.

“(Consagrado) a los dioses manes. A Annetia Festiva, de más o menos 30 años. Aquí está enterrada. Cayo Ennio Felix, veterano de la legión VII Gemina pía feliz, a su muy dulce esposa (lo erigió)”. (CIL II 2690)

La prohibición de matrimonio no se aplicaba a los oficiales mayores, procedentes de las clases senatorial y ecuestre, ni a los centuriones legionarios. Probablemente tampoco a los centuriones auxiliares, y quizá ni siquiera a los decuriones. El único impedimento con el que contaban estos oficiales era establecer un matrimonium iustum con una mujer oriunda de la provincia donde desempeñasen su función.



Ilustración de Peter Jackson

Comprendiendo el deseo de los soldados de legar herencia a sus familias, los emperadores sucesivos fueron concediendo ciertas mercedes, por ejemplo, la redacción de testamentos. Adriano confirmó ese derecho al testamento, permitiendo que los soldados dejasen legado a individuos no ciudadanos e, incluso, permitiendo que sus hijos reclamasen las propiedades paternas cuando éstos morían antes de la redacción de la escritura.

“Se, mi querido Rammius, que los niños a los que sus padres aceptaron como hijos durante su servicio militar, han tenido impedimentos para acceder a las propiedades de sus padres, y que esto no se consideraba mal porque habían actuado contra la disciplina militar. Personalmente me siento feliz de establecer los principios por los que puedo interpretar con más benevolencia las leyes que los emperadores que me precedieron. Por tanto, a pesar de que esos niños que fueron reconocidos durante el servicio militar no son los legítimos herederos de sus padres, yo decido que pueden reclamar la posesión de la propiedad de acuerdo con la parte del edicto que permite una reclamación a los parientes por nacimiento. Es tu obligación que este acto mío de benevolencia lo conozcan mis soldados y veteranos, no para que me puedan ensalzar, sino para que puedan usarlo si no saben de ello.” (BGU 140, Papiro de Egipto)



Estela funeria de Vibianus, Atezissa y Valentinus,
Gorsium, Hungría.  Foto de M. Carroll

La carta de Adriano parece referirse a los hijos de todos los soldados, no solo los que eran ciudadanos romanos. Sin embargo, había una limitación legal por la existencia de un edicto referente a las reclamaciones de los parientes consanguíneos; por lo tanto, las reclamaciones de los hijos ilegítimos se verían condicionadas por las los hijos legítimos y agnados (por ejemplo, los parientes por línea masculina, un hermano o padre). Aun así, su carta era un paso adelante hacia el reconocimiento de los matrimonios militares, y su tono enfatiza su responsabilidad personal y buena voluntad hacia sus soldados.

En el caso de los legionarios que ya eran ciudadanos romanos y se unían a mujeres con ciudadanía romana, los hijos eran ilegítimos, aunque si pudiesen tener derecho a la ciudadanía romana. 



Estela funeraria de Caeserius, veterano de la VI legión  y Flavia Agustina.
Yorkshire Museum. Foto York Museums Trust Collections
En un papiro egipcio se indica que un ciudadano romano que servía en una cohorte auxiliar y había estado viviendo con una mujer, también ciudadana, pretendió obtener la ciudadanía para los dos hijos que tenía con ella. El prefecto se la concedió, pero manteniendo su estatuto de hijos ilegítimos.

“Longinus Hy[---] declaró que él, un ciudadano romano, había servido en la primera cohorte de tebanos bajo Severo, y durante el servicio militar había vivido con una mujer romana con la que había tenido a Longinus Apollinarius y Longinus Pomponius, y pidió que estos fueran registrados (como ciudadanos romanos). Lupus, habiendo consultado con sus consejeros legales, decidió:

Los niños serán registrados puesto que han nacido de una mujer romana. También deseas que los inscriba como [legítimos], pero no puedo hacerte su padre legal.” [FIRA 3, 19]



Estela funeraria de Mira y  Marcus Attius Rufus, veterano de la II legión,
Ulcisia Castra, Hungría. Foto de M. Carroll

Según lo expuesto los hijos de Longinus recibieron la ciudadanía romana siguiendo la norma de conceder a los hijos ilegítimos el estatus legal de la madre, pero no se puede reconocer la paternidad por la ausencia legal de matrimonio y como consecuencia sus hijos pierden también cualquier derecho a su herencia. Los hijos ilegítimos ciudadano romanos (spurii) no eran denigrados socialmente, pero tenían un estatus legal diferente debido a la ausencia de un pater familias. Desde un punto de vista legal un hijo ilegítimo tenía algunas desventajas como no poder ser incluidos en el registro de nacimientos establecido por Augusto, si podían acceder a cargos públicos, aunque dando preeminencia a veces a los hijos legítimos.

El documento también muestra que el concubinato estaba aceptado en el ejército, incluso entre los extranjeros y que las relaciones no oficiales se toleraban y se incluían en los documentos legales.

Los soldados que quedaban inútiles por causa de enfermedades o heridas eran relevados del servicio (missio causaria, licenciamiento por enfermedad). Suetonio nos habla del padre de Vespasiano, llamado Sabino:

“Ajeno a la milicia, aunque algunos afirman que llegó a primus pilus y otros que, cuando aún estaba en activo en el mando de una cohorte, fue licenciado por motivos de salud.”
(Suetonio, Vespasiano, 1)

El licenciamiento con deshonor (missio ignominiosa) implicaba ser expulsado por falta de disciplina. Era el castigo de los soldados que cometieran un delito de cierta gravedad y se les prohibía vivir en Roma o entrar en cualquier tipo de servicio imperial.

“A la décima legión, que se mostraba demasiado díscola, la licenció toda entera con ignominia, y a otras legiones, que solicitaban el licenciamiento con exigencias, las licenció suprimiéndoles las recompensas ganadas con sus servicios anteriores.” (Suetonio, Augusto, 24)



Julio Terencio haciendo un sacrificio. Dura Europus, Siria. Foto Yale University Art Gallery

La honesta missio (licenciamiento con honor) era otorgada a los soldados que habían servido el tiempo previsto con una carrera satisfactoria. En este caso se podían recibir también recompensas en forma de dinero (missio nummaria) o tierras (missio agraria).

El final de la vida en armas suponía para el veterano la pérdida de su condición de militar sometido a las normas castrenses y, a priori, una libertad de movimiento que le permitía empezar una nueva vida allí donde lo considerase más oportuno. Junto a su nueva condición obtenía también una serie de beneficios y compensaciones materiales que tenían por objetivo asegurarle su retiro y reinsertarlo en la sociedad civil. Esas recompensas y privilegios variaban dependiendo del período, del tipo de tropa en el que hubiera servido el soldado y del grado alcanzado durante sus años de servicio. Por lo que respecta a los legionarios de época imperial, las gratificaciones materiales —los praemia militiae— fueron fundamentalmente de dos tipos: la concesión de tierras (missio agraria) o una cantidad en metálico (missio nummaria).

“Caius Cornelius Verus, hijo de Caius, de la tribu Pomptina, natural de Dertona, veterano de la legión II Adiutrix, establecido en la colonia Ulpia Traiana Poetovio con doble asignación de tierras al licenciarse, sirvió como suboficial de vigilancia del gobernador, de cincuenta años, aquí yace. Ordenó en su testamento que se erigiese este monumento. Su heredero, Caius Billienus Vitalis se encargó de hacerlo.” (CIL III. 4057 Poetovio, Upper Pannonia, (Eslovenia)

La primera era en parte continuadora de una práctica desarrollada en la fase final del período republicano, consistente en recompensar con tierras a los soldados al final de sus campañas. Durante el período imperial, y de forma general, los repartos de tierra a los veteranos se mantuvieron, aunque ya desde época de Augusto perdieron peso en beneficio de las gratificaciones en metálico.

“También fijó los años de servicio militar de los ciudadanos, así como el dinero que habrían de recibir cuando terminasen en la milicia, en lugar de la tierra que siempre solicitaban.” (Dión Casio, Historia romana, LIV, 25, 5)



Fuerte romano de Birdoswald, Cumbria, muro de Adriano. Ilustración Philip Corke

El tipo de recompensa recibida era a priori un elemento que podía condicionar la elección del lugar de retiro, pues mientras la missio nummaria permitía al antiguo soldado instalarse allí donde quisiera, el reparto de tierras condicionaba el lugar de estacionamiento allí donde hubiese lotes disponibles.

De hecho, una de las razones de la aparición y afianzamiento de la misio nummaria—junto a la dificultad para encontrar tierras por parte del Estado romano— sería el paulatino rechazo de los soldados a abandonar sus antiguas bases. Con la recompensa en metálico los emperadores lograban un doble objetivo: no tenían que preocuparse por obtener unas tierras que escaseaban cada vez más y al mismo tiempo atendían las peticiones de unos soldados que preferían permanecer en sus lugares de servicio.

“El emperador Constantino a todos los veteranos. De acuerdo a nuestras instrucciones, los veteranos van a recibir tierras desocupadas que estarán libres de impuestos a perpetuidad. También van a recibir veinticinco folles en monedas para comprar lo necesario para la vida rural, y además un par de bueyes y cien modios de semillas variadas. Concedemos a cualquier veterano que desee emprender un negocio la suma de cien folles libres de impuestos.” (Código de Teodosio 7. 20. 3)

Sin embargo, algunos soldados preferirían retornar a sus lugares de origen debido a las dificultades de integración que tendrían en determinadas provincias fronterizas —especialmente las más septentrionales—, al clima extremo, las costumbres de la población nativa y las escasas posibilidades de aprovechamiento de las tierras otorgadas.

“Ganando después compañeros y ministros, no menos inclinados a la sedición, preguntaba, como si predicara en junta de gente, la causa ¿por qué a manera de esclavos obedecían a poco número de centuriones y menos de tribunos, y que hasta cuándo dilatarían el atreverse a pedir remedio, si entonces, que era el príncipe nuevo y acabado apenas de establecer en el Estado, no le representaban sus pretensiones o se las hacían saber con las armas? Que habían pecado hartos años de bajeza de ánimo, sufriendo treinta y cuarenta de milicia, viejos ya y acribillados de heridas; que hasta los que llegaban a ser jubilados no conseguían el fin de sus trabajos, pues arrimados a las mismas banderas se les hacía padecer de la misma forma, aunque con nombres diferentes; y si sucedía el alcanzar algunos tan larga vida que pudiesen ver el fin de tantas miserias, el pago era ser llevados a tierras extrañas, donde, so color de repartimientos, les hacían cultivar tierras pantanosas o montañas estériles con nombre de heredades.” (Tácito, Anales, I, 17)



Ilustración de Luis y Marta Montanya, Science Photo Library

Aunque es cierto que la mayoría de los veteranos soñaba con la posesión de tierras —ya fuese para cultivar o para arrendar— como medio de subsistencia, otros prefirieron dedicarse a otro tipo de actividades, aprovechando que durante el servicio habían desarrollado un alto grado de especialización en determinadas tareas, por lo que la elección de su lugar de retiro tenía que ver, haciendo uso de los contactos y su experiencia, con sus perspectivas de negocio y el desempeño de determinados tipos de actividades. Así, por ejemplo, un veterano de la legión XXII, una vez licenciado del ejército, se dedicó al negocio de espadas en Maguncia, que no debió ir mal pues en su testamento instituyó un legado de 8.000 sestercios para erigir un monumento a la Fortuna Redux (del retorno) a la salud del emperador Cómodo.

“Por la salud del emperador Marco Aurelio Cómodo Antonino Pío Félix, Caius Gentilius Victor, veterano de la legión XXII Primigenia Pía Fidelis, licenciado con honor, comerciante de espadas, en su testamento, mandó erigir un monumento a la Fortuna Redux de la legión XXII por valor de 8000 sestercios.” (CIL, XIII, 6677) 



Armas de hierro

Todos los veteranos podían disfrutar de un status relativamente privilegiado en comparación con el resto de las clases sociales inferiores, ya que quedaban exentos de ciertos impuestos (como el impuesto de capitación y el de propiedades), de aranceles de aduana y realizar servicios públicos. No podían ser condenados tampoco a trabajar en las minas o en las obras públicas, a luchar contra las fieras en el anfiteatro o ser azotados. 

“Los veteranos en asamblea gritaron: Constantino Augusto, ¿por qué nos ha hecho veteranos, si no tenemos ningún privilegio?
Constantino Augusto respondió: yo debería aumentar cada vez más y no disminuir la felicidad de mis compañeros veteranos.
Victorinus, un veterano, dijo: No permitas que estemos sujetos a servicios públicos obligatorios y cargas por todas partes.
Constantino Augusto dijo: Dime con claridad, ¿cuáles son las cargas más serias que os oprimen más persistentemente?
Todos los veteranos dijeron: Seguramente tú lo sabes.
Constantino Augusto dijo: Dejemos absolutamente claro que por mi benevolencia a todos los veteranos les ha sido concedido el derecho a que ninguno pueda ser acosado por ningún servicio público obligatorio, ni por ningún trabajo público, ni por ninguna exigencia fiscal, ni por los magistrados, ni por los impuestos. En cualquier mercado que hagan negocio, no tendrán que pagar ningún impuesto por ventas. Además, los recaudadores de impuestos, que normalmente hacen cobros extensivos a los que comercian, deben mantenerse alejados de esos veteranos. Deben disfrutar de reposo después de sus esfuerzos para siempre.”
(Código de Teodosio, 7. 20. 2)



Discurso de Constantino a los ciudadanos en el Foro de Roma.
Arco de Constantino. Foto  Ilya Shurygin

Los diplomas militares eran un conjunto de bronces epigráficos mediante los cuales los emperadores concedían privilegios a los soldados auxiliares ―peregrini de origen― que se licenciaban tras servir 25 o más años en los ejércitos de Roma por los que se garantizaba la ciudadanía romana al soldado, pero también a su mujer e hijos, o si aún estaba soltero en su licenciamiento, a su futura mujer (solo una). Desde la época de Claudio, se instauró un sistema «automático» de concesión del connubium (derecho al matrimonio) a los marinos y a los auxiliares que acabasen «con honor» (honesta missio) su periodo de servicio militar en un ala o una cohorte. Y se creó un procedimiento jurídico para sustanciar esos privilegios: dar a cada soldado que se licenciaba una copia de la constitución imperial mediante la cual el propio emperador otorgaba, a título singular y nominal, a ese soldado, los privilegios del «matrimonio justo» y el reconocimiento de derechos plenos para él mismo, para su esposa, para sus hijos y sus descendientes. Los diplomas se expedían a soldados de todas las unidades romanas, desde las legiones, a las tropas étnicas y a la guardia imperial montada. El documento original emitido por Claudio y sus sucesivas renovaciones por los emperadores que fueron ocupando el trono debían estar clavadas, en exposición pública, en edificios civiles o religiosos de Roma y otras ciudades del imperio.

“El emperador César, hijo del deificado Antonino Magno Pío (Heliogábalo), nieto del deificado Severo, Pío Félix Augusto, pontífice máximo, con poder tribunicio por décimo año, cónsul tres veces, padre de su país, ha adjuntado los nombres de los soldados que han servido en las diez cohortes pretorianas de Alejandría, leales protectores, quienes han completado su servicio con lealtad y valentía, y ha concedido el derecho a matrimonio legal con la primera mujer (solo con una) para que incluso si se han casado con mujeres de status peregrinus (extranjeras) puedan criar a sus hijos como si hubiesen nacido ciudadanos romanos. A 7 de enero del año 231 d.C. cuando L. Tiberius Claudius Pompeianus y Titus Flavius Sallustius Peilignianus eran cónsules. La octava cohorte pretoriana, leales protectores, a Marcus Aurelius Posidonius, hijo de Marcus, de la Augusta Traiana. Copiado y comprobado de la tabla de bronce, que está fijada a la pared en Roma detrás del templo del divino Augusto, cerca del santuario de Minerva.” (Diploma militar en placa de bronce para Marcus Aurelius Posidonius) 



Diploma militar de Marcus Aurelius Posidonius

Los diplomas también eran entregados a los pretorianos, los 
urbaniciani (la policía militar de Roma), los marinos y los equites singulares Augusti. Realmente los únicos soldados que no recibían diplomas eran los legionarios, aunque estos últimos recibían otros documentos oficiales que certificaban el hecho de haber concluido su servicio militar con honor.

“Copia certificada del libellus expuesto, junto a otros, en el pórtico de la basílica Junia sobre el cual aparece escrito lo que sigue: A Vibio Cado, legado de Augusto propretor, veintidós veteranos, nombrados más abajo, que comenzaron su servicio bajo el consulado de Glabrión y de Torcuato y bajo el de Paulino y de Aquilino. Señor, hemos servido en la flota de Miseno; favorecidos enseguida por el divino Adriano, servimos en la legión X Fretensis, durante más de 20 años; nos hemos comportado en todas las cosas como buenos soldados, y henos aquí, en esta época de paz venturosa, liberados de nuestro servicio, y a punto de marchar a nuestra patria Alejandría de Egipto. Por esta razón os pedimos y os rogamos expidáis un certificado indicando que en tu nombre somos enviados al retiro, indicando en tu certificación que fuimos licenciados en la mencionada legión, y no en la flota; y que la suscriptio nos sirva como documento legal siempre que lo necesitemos.
Por todo ello te estaremos eternamente reconocidos por tu generosidad. Lucio Petronio Saturnino ha hecho esta declaración en nombre propio y en nombre de sus compañeros de armas.
(Se dan los nombres de los veteranos implicados). Pomponio lo ha escrito.
[Respuesta:] No existe la costumbre de dar a los legionarios estos documentos legales. Ahora vosotros deseáis informar al prefecto de Egipto que habéis sido liberados de vuestro servicio por mí con la orden de nuestro Emperador. Yo [os] daré una gratificación y un documento (diploma).
Hecho en la Primera Colonia Flavia Augusta de Cesarea, el 22 de enero, en el consulado de Squila Gallicano y de Carminio Veto”. (El documento está certificado, como en los diplomas, por siete ciudadanos, legionarios de la legión VI Ferrata con guarnición en Palestina). Año 150 d.C. (PSI IX 1026) Documento librado en la basílica Junia de Cesarea de Palestina



Diploma militar de Papirius. Museo Británico, Londres

Existen otros documentos parecidos a los diplomas que se expiden a favor de legionarios que no son ciudadanos y que no están expedidos en nombre del emperador, o basándose en una constitución imperial, sino que son copias escritas en las que la oficina del gobernador provincial certifica su condición de veterano honorable.

“En el consulado de M. Acilius Aviola y de Pansa, la noche antes de las nonas de enero [el 4 de enero de 122], T. Haterius Nepote, prefecto de Egipto, ha acordado la concesión de la licencia honorable a L. Valerius Noster, jinete del ala de los Voconis, del grupo de Gavius, que ha finalizado su servicio (emeritus)”. (CIL, XVI, 647)

El soldado 
evocatus era el que una vez cumplido el tiempo de servicio en el ejército podía ser reclamado por un oficial de rango superior y ser llamado a filas, es decir era un veterano, que una vez licenciado se reenganchaba. Los evocati solían ser soldados valientes con gran dominio de la instrucción, que gozaban de gran prestigio.

“Ya Suetonio, entre la legión décimocuarta, los jubilados de la vigésima y los socorros de los lugares vecinos, tenía juntos al pie de diez mil soldados, cuando se resolvió no diferir más el dar la batalla, habiendo escogido un puesto con la entrada estrecha y cerrado por los costados de bosque, seguro de que el enemigo no le podía acometer sino por la frente y que la campaña rasa quitaba toda sospecha de emboscadas.” (Tácito, Anales, XIV, 34)



Veteranos en Colchester contra Boudicca. Ilustración de Peter Dennis

Aunque la 
evocatio era generalmente una acción individual, existían unidades enteras formadas de evocati, aunque no llegaban a ser parte integral del ejército. A partir de Augusto surgieron los evocati Augusti que procedían de los pretorianos, de los soldados urbanos, los legionarios de la II Pártica y marineros de la flota del Miseno. Estaban a las órdenes del prefecto del pretorio con guarnición en Roma, aunque no ostentaban ningún distintivo. Durante el principado podían llegar al grado de centurión y promocionar de cohorte en cohorte. Como los evocati no eran estrictamente militares regulares no cobraban el sueldo del ejército (stipendium), sino una paga (salarium).

“Caius Vedennius Moderatus, hijo de Caius, de la tribu Quirina, de Anzio, soldado de la legión XVI Gallica durante diez años, transferido a la novena cohorte pretoriana, en la que sirvió ocho año, licenciado con honor, reclamado por el emperador y designado reservista imperial (evocatus Augusti), empleado del arsenal imperial, reservista durante veintitrés años, condecorado en dos ocasiones, por el divino Vespasiano, y por el emperador Domiciano Augusto, conquistador de los germanos...” (CIL VI. 2725)



Bibliografía

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A Companion to the Roman Army; Edited by Paul Erdkamp; Blackwell
Legionario El manual del soldado romano; Philip Matyszak; Akal
The Roman Army, 31 BC–AD 337 A Sourcebook; Brian Campbell; Routledge
https://www.researchgate.net/publication/284273541_Commemorating_Military_and_Civilian_Families_on_the_Danube_Limes_in_L_Vagalinski_and_N_Sharankov_eds_Limes_XXII_Proceedings_of_the_XXIInd_International_Congress_of_Roman_Frontier_Studies_held_in_Ruse_; Commemorating Military and Civilian Families on the Danube Limes; Maureen Carroll
https://www.tdx.cat/bitstream/handle/10803/133339/css1de1.pdf;sequence=1; EL CEREMONIAL MILITAR ROMANO: LITURGIAS, RITUALES Y PROTOCOLOS EN LOS ACTOS SOLEMNES RELATIVOS A LA VIDA Y LA MUERTE EN EL EJÉRCITO ROMANO DEL ALTO IMPERIO; Chantal Subirats Sorrosal
http://repositori.uji.es/xmlui/handle/10234/172078; Los soldados del ejército romano durante la etapa del Alto Imperio. Sus componentes más básicos: el ciudadano-soldado (legionario) y el soldado auxiliar. Eduardo Pitillas Salañer
https://www.academia.edu/856161/Women_in_Roman_forts_Residents_visitors_or_barred_from_entry; Women in Roman forts: Residents, visitors or barred from entry?; Duncan B Campbell
https://www.academia.edu/38025429/The_Roman_Army_in_Detail_The_Evocati a_special_corps_of_trusted_men; The Roman Army in Detail: The Evocati - a special corps of trusted men; Duncan B Campbell
https://www.academia.edu/33001064/The_Roman_Army_in_Detail_Clerks_artisans_and_specialists_-_the_immunes_of_the_legion; The Roman Army in Detail: Clerks, artisans, and specialists - the immunes of the legion; Duncan B Campbell
https://www.ehu.eus/ojs/index.php/Veleia/article/view/11218/11959; LA MOVILIDAD DE LOS VETERANOS LEGIONARIOS DURANTE EL ALTO IMPERIO; JUAN JOSÉ PALAO VICENTE
https://ca.ucpress.edu/content/ucpcsca/3/45; Septimius Severus and the Marriage of Soldiers; Peter Garnsey
http://www.imperium-romana.org/uploads/5/9/3/3/5933147/ch10.pdf; Soldiers’ Families in the Early Roman Empire; Penellope Allison
https://openaccess.leidenuniv.nl/bitstream/handle/1887/63854/Gianluca_Ghio_Final_Dissertation.pdf?sequence=1; ROMAN SOLDIERS ON THE SPOT: INTEGRATION AND ISSUES; Gianluca Ghio
The Marriage of Roman Soldiers (13 B.C.-A.D. 235): Law and Family in the Imperial Army; Sara Elise Phang; Google Books



Villa maritima, villas junto al mar en la antigua Roma

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Despedida al señor de la villa, pintura de Ettore Forti

El siglo I a. C. fue una época turbulenta de la historia de Roma debido a las guerras civiles que dividieron a la sociedad al defender un bando las leyes y tradiciones de la república y el otro apoyaba conseguir un poder absoluto. Durante esta época muchos nobles amasaron grandes fortunas tras sus triunfos en distintos territorios y después se dedicaron a la compra de objetos lujosos y a la ostentación de su riqueza dejando a un lado la austeridad que había sido un valor tradicional romano. Este deseo de exhibir riqueza tenía su reflejo en la edificación de villas dedicadas al ocio cada vez más suntuosas, especialmente aquellas situadas junto al mar. 

“Más provechosa”, dice Fundanio, “es ciertamente la finca a causa de los edificios, si dispones la edificación más con el espíritu de economía de los antiguos que con el lujo de los de ahora, pues aquellos operaban en proporción al beneficio, estos lo hacen por indómitos deseos. Por eso, las casas rústicas de aquellos costaban más que las de recreo y ahora en la mayoría de los casos ocurre al contrario…. Ahora, por el contrario, ponen interés en tener la casa de recreo lo mayor y más elegante posible y compiten con las villas de Metelo y de Lúculo edificadas en detrimento del Estado." (Varrón, De Agricultura, I, 13, 6-7)


Pintura de Henryk_Siemiradzki_


La construcción de villas marítimas en la costa desde Roma hasta Nápoles se había ya intensificado a finales del siglo II a. C. y en el siglo posterior era bien visible el aspecto que presentaba la costa con la visión de tales mansiones a lo largo del litoral, como recoge Estrabón en su Geografía.

“Aquí se encuentra el final del golfo que recibe el nombre de Cráter, delimitado por dos cabos que miran hacia el sur, el Miseno y el de Atenea. Toda su extensión está edificada, en parte, con las ciudades que hemos mencionado, en parte, con residencias y plantaciones que se suceden una tras otra, ofreciendo la apariencia de una sola ciudad.” (Estrabón, Geografía, V, 4, 8)

Pintura de la casa de Marco Lucrecio Fronto, Pompeya 

Con el fin de las guerras civiles durante la segunda mitad del siglo I a.C. surgió la moda de las villas con fachadas hacia el mar que salpicaban los litorales mediterráneos, en contraste con las villas que se habían construido hasta entonces situadas sobre promontorios y acantilados en lugares más fáciles de defender y que se parecían a fortalezas militares.

“Aquellos famosos a quienes la fortuna del pueblo romano transfirió el poder como Gayo Mario, Gneo Pompeyo y Gayo César, construyeron, es cierto, sus quintas en la región de Bayas, pero las situaron en las cimas de los montes más elevados. Les parecía éste un gesto más militar: vigilar desde una atalaya los valles que se extendían a lo largo y a lo ancho. Contempla la posición que eligieron, el lugar en que levantaron sus edificios y la calidad de éstos; reconocerás que no eran quintas, sino campamentos.” (Seneca, Epístolas, 51, 11)

Villa Jovis, Capri, Italia, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Este afán defensivo y protector de los bienes domésticos se debía también a la amenaza de los piratas se solían atacar las costas durante siglos hasta que el triunfo de Pompeyo sobre ellos trajo cierto alivio durante años a las ciudades, pueblos y mansiones de las costas mediterráneas.

“Mientras el mismo Africano se hallaba en su casa de campo en Literno, un nutrido grupo de jefes piratas se acercó al mismo tiempo para hacerle una visita. Al creer él que venían con intenciones hostiles, dispuso como defensa en el tejado de la casa un grupo de servidores domésticos que tenían la intención y los medios suficientes para repeler a los agresores. Cuando los piratas advirtieron esto, dejando atrás a los soldados que les daban escolta y soltando las armas, se acercaron a la puerta y a voz en grito anunciaron a Escipión que venían, no para atentar contra su vida, sino como admiradores de su virtud, pidiendo encarecidamente verlo y estar con un hombre tan ilustre, un auténtico favor divino para ellos; por consiguiente, que no tuviese a mal dejarse ver por ellos y no se preocupara de nada. Cuando la servidumbre comunicó esto a Escipión, ordenó éste que abrieran las puertas y los dejaran pasar. Entonces ellos, tras venerar respetuosamente las jambas de la puerta, cual si de un venerabilísimo altar y templo sagrado se tratara, estrecharon la mano de Escipión y la besaron un buen rato. Dejando después ante el vestíbulo los regalos que suelen concederse a una divinidad, regresaron a sus casas felices porque habían tenido la suerte de ver a Escipión de cerca.” (Valerio Máximo, II, 10, 2)

Casa romana de Nora, Cerdeña, foto de Samuel López 

Estas villas tuvieron en un principio la particularidad de ser los lugares donde las élites romanas se relajaban e intentaban mejorar su salud, por lo que se buscaba un lugar alejado de la urbe para olvidarse de los negocios y el ajetreo de las calles abarrotadas de gente, y también con un clima benévolo lo más cercano al mar donde el aire marino proporcionaba una temperatura agradable. Las villas, durante el Imperio romano, eran los lugares ideales para relajarse y mejorar la salud. Era preciso ubicar la villa en una zona provista de un clima suave y alejada de cualquier urbe para conseguir ese bienestar. 

¡Oh dulce litoral de la templada Formias! A ti, cuando huye de la ciudad del severo Marte y, cansado, se despoja de las preocupaciones que le inquietan, Apolinar te prefiere a todos los lugares. Ni el dulce Tíbur de su casta esposa, ni los retiros de Túsculo o del Álgido, ni Preneste y Ancio los admira él así. A la seductora Circe o a la dárdana Gaeta no las echa en falta, ni a Marica, ni al Liris ni a Salmacis, bañada en el venero Lucrino. Aquí lo más alto de Tetis lo riza un viento ligero; y no está el mar como sin fuerzas, sino que la calma viva del ponto mueve el pintado bajel con la ayuda de la brisa, lo mismo que, con el abaniqueo de la púrpura de una joven a la que no le gusta el calor, llega un fresco saludable. Y el sedal no busca su presa en un mar lejano, sino que la caña echada desde la alcoba y desde la cama la engancha un pez al que se ha visto desde lo alto. Si alguna vez Nereo siente la tiranía de Eolo, la mesa, segura con lo suyo, se ríe de las tempestades: una piscina cría los rodaballos y las lubinas en la propia casa, la delicada morena acude nadando hasta su cuidador, el nomenclátor cita a un mújol conocido y, a la orden de que se acerquen, acuden los viejos salmonetes. Pero, ¿cuándo permites, Roma, disfrutar de eso? ¿Cuántos días formianos le concede el año a quien está enganchado al ajetreo de los asuntos de la ciudad? ¡Felices, oh, los porteros y los cortijeros! Eso se dispone para los señores; está a vuestro servicio.” (Marcial Epigramas, X, 30)

Pintura de la villa de San Marco, Stabia, Italia

Plinio el joven describe en una de sus cartas su villa del Laurentinum, situada a pie de playa cerca de Ostia, que parece seguir meticulosamente los consejos sobre ubicación y orientación que los escritores agrónomos daban para la situación de las villae.

Primeramente, la casa se levanta en un lugar con un clima templado, soleado y seco, con corrientes de aire saludables, como puede verse en su descripción del criptopórtico. 

“A partir de aquí se extiende una galería abovedada que parece casi una obra pública. Por ambos lados hay ventanas, más numerosas sobre el mar, menos frecuentes sobre el jardín, una en cada entrepaño, pero colocadas alternativamente. Cuando el día está sereno y tranquilo se abren todas las ventanas, cuando el tiempo está revuelto por los vientos, que soplan por un lado o por otro, se abren sin sufrir daño por el lado donde los vientos están calmados.” (Plinio, Epístolas, II, 17)

Villa de Minori, Positano, Italia, foto de Samuel López

La casa se distribuye en dos espacios principales, el primero conformado por las estancias dedicadas a la representación, como el vestíbulo, atrio, baños y comedor, además de la parte dedicada al uso del servicio.

“La villa proporciona suficiente comodidad, su mantenimiento no es costoso. En la entrada hay un vestíbulo, sencillo, pero no despreciable; a continuación, un pórtico redondo en forma de letra D, que rodea un patio pequeño, pero agradable, que proporciona un magnífico abrigo contra el mal tiempo, pues está protegido por cristales y mucho más por techos voladizos. Hacia la mitad de él hay un agradable patio interior, luego un comedor bastante hermoso, que avanza hacia la costa y cuando el mar es impulsado por el viento ábrego es bañado suavemente por unas olas ya gastadas y moribundas. Tiene por todas partes puertas y ventanas tan grandes como las puertas, de modo que por el frente y por los costados parece que contemplas tres mares; por la espalda tiene una vista del patio interior, del pórtico de nuevo, luego el vestíbulo, los bosques y los montes lejanos.” (Plinio, Epístolas, II, 17)

Pintura de Frederick Pepys Cockerell

El segundo, destinado al descanso del dueño, que en el caso de Plinio se dedica al estudio, y donde puede evadirse del ruido que se produce con las tareas cotidianas. Este espacio se rodea de jardines.

"Al final de la terraza, después de la galería y del jardín, hay un pabellón que es mi favorito, verdaderamente mi favorito: yo mismo lo he construido; en él hay una habitación soleada que mira por un lado a la terraza, por otro al mar, y por ambos al sol; hay también un dormitorio que se asoma a la galería por una doble puerta, y al mar por una ventana. Hacia la mitad de la pared posterior hay un gabinete elegantemente diseñado, que se puede incluir en la habitación, si se abren sus puertas de cristales y de cortinas, o independizarlo, si se cierran. Caben en su interior un lecho y dos sillones; tiene el mar a sus pies, las villas próximas a su espalda, los bosques en frente; se puede contemplar gran número de vistas panorámicas separada o simultáneamente por otras tantas ventanas. Unido a este gabinete hay un dormitorio para el descanso nocturno, que ni las voces de mis esclavos, ni el murmullo del mar, ni el estruendo de las tormentas ni el fulgor de los relámpagos, ni siquiera la luz del día, pueden penetrar, a no ser que las ventanas estén abiertas." (Plinio, Epístolas, II, 17)

La elección de la ubicación también cumple la norma de acceso a agua potable y cercanía a ciudades grandes con facilidad de comunicación. 

En verdad que es una sorprendente característica de este litoral que en cualquier parte que muevas el suelo, al momento brota un agua pura y sin la menor huella de contaminación a pesar de la proximidad del mar. 

"Los bosques vecinos proporcionan leña en abundancia, la colonia de Ostia nos abastece de todo lo demás." (Plinio, Epístolas, II, 17)

Pintura de Henryk Siemiradzki

Otro rasgo predominante para la situación de estas villas era el paisaje. Era importante encontrar un promontorio desde el cual se pudiera obtener buenas vistas y que permitiese que la villa edificada fuese contemplada y admirada por los visitantes que se aproximaban, especialmente por el mar.

“La naturaleza ofrece el escenario: hay una sola playa que interrumpe el roquedo y da entrada a los campos al pie de las escarpas. Un primer atractivo del paraje. Humean unos baños con dos bóvedas y el agua dulce fluye desde la tierra al encuentro de la mar amarga… la bonanza del piélago es una maravilla: allí las aguas, fatigadas, deponen su cólera y el Austro violento sopla con más dulzura, allí el rigor de la borrasca se torna más sumiso, y la apacible rada descansa sin procelas, imitando el talante de su dueño.
Desde allí trepa un pórtico por las pinas alturas, obra comparable a toda una ciudad, que con su extenso dorso domina las roqueñas asperezas. Por allí, donde antaño, en medio de una oscura polvareda y la fiereza adversa del camino todo era sol, es ahora un placer adentrarse.”
(Estacio, Silvas, II, 2)

Reconstrucción de la villa de Pollio Félix

La extensión de las villas marítimas por la costa puede verse como un símbolo del dominio humano sobre la naturaleza y de la civilización sobre el paisaje.

“Aquí Naturaleza se ha mostrado pródiga; allá, vencida, se ha doblegado ante quien la habita y, dócil, se ha sometido a usos ignorados: donde hubo un monte, ves ahora un llano; fueron cubiles las estancias en que hoy te adentras; donde ves hoy escarpas de arboledas, ni siquiera hubo tierra. El dueño se ha hecho dueño: el suelo, domeñado, se goza con aquel que da forma y somete a los roquedos. Contempla ahora los riscos obedientes al yugo y cómo la montaña penetra en la morada y se retira, sometida al mandato.” (Estacio, Silvas, II, 2, La villa de Pollio Félix en Sorrento)

La edificación de estas villas convertía a sus propietarios en auténticos domadores del terreno que debían empezar por ganar espacio al mar construyendo puertos donde recalar los barcos de forma segura y pontones para llegar hasta plataformas situadas justo sobre el agua. 

“Lo que sigue es una demostración de la riqueza de Damiano. En primer lugar, toda la tierra que poseía estaba plantada de árboles, frutales y de sombra; en sus propiedades de la orilla del mar había construido islas artificiales y, en los puertos, muelles que ofrecían fondeadero seguro a los barcos de carga que llegaban o partían.” (Filostrato, Vida de los sofistas, II, 23, 606)

Villa de Domiciano en Monte Circeo, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Además, debían controlar el curso de los ríos para crear canales con los que regar los jardines y cascadas para la decoración. También era necesario crear alturas artificiales con las que constituir una villa con fachada al mar apilando material suelto para hacer orillas artificiales, horadar las laderas para adaptarse a los deseos de los propietarios y crear terrazas a distintos niveles por medio de estructuras de obra. 

“Sienten los peces que las aguas se reducen por las moles arrojadas al fondo de los mares: a él se afana en echar piedra molida el contratista con sus siervos y el propietario hastiado de la tierra.” (Horacio, Odas, III, 1) 

Las imponentes villas llegaban a asemejarse a ciudades en sí mismas cuando se las veía desde el mar, no solo en un intento de demostrar la riqueza y poder de los dueños de cada una, sino como la victoria de la civilización sobre la naturaleza salvaje.

“Embellecen el litoral de una manera muy agradable una gran cantidad de mansiones, bien seguidas, bien separadas, que vistas desde el mar o desde el propio litoral dan la impresión de tratarse de una serie de ciudades.” (Plinio, Epístolas, II, 17)

Pintura del puerto de Stabia, Italia

El equipamiento y ornamentación de las villas eran elementos a tener en cuenta a la hora de especular en su compra-venta. Una decoración lujosa no solo era un placer para el propietario, además de un asunto de autorrepresentación en sociedad, sino que podía incrementar el valor de mercado de la propiedad. En especial las esculturas y obras de arte antiguas y originales se consideraban relevantes con respecto a la idea que el nuevo propietario deseaba transmitir sobre sí mismo a los demás.

“Pero hay, sin embargo, una estancia, una que sobrepasa con mucho a todas las demás y que, en línea recta sobre el mar, te trae la vista de Parténope, en ella, los mármoles escogidos de lo hondo de las canteras griegas, la piedra que alumbra los filones de la oriental Siene, la que los picos frigios han arrancado de la afligida Sínada en los campos de Cíbele doliente, mármol coloreado en que brillan los círculos purpúreos sobre su fondo cándido; aquí también el que ha sido cortado de la montaña del amicleo Licurgo, que verdea imitando las hierbas que se doblan sobre las rocas; y aquí brillan amarillos mármoles de Numidia con los de Tasos, Quíos y Caristo, que al contemplar las olas se recrean; todos ellos, vueltos hacia las torres de Calcis, envían su saludo. Te felicito por tu amor a lo griego y por frecuentar las tierras griegas.” (Estacio, Silvas, II, 2)

Recreación de la villa de Verige, Croacia

A pesar de que la villa maritima, como el resto de las suburbanas, surgió como un lugar de retiro en el que el propietario y su familia podían disfrutar de la tranquilidad alejados del bullicio de la ciudad, esta se acabó convirtiendo en una recreación de la vida de la ciudad al continuar los rituales de patronazgo y los entretenimientos para invitados que eran propios de la ciudad y permitían al dominus mantener su status.

En algunas villas se han encontrado restos de edificaciones destinadas al entretenimiento, como teatros, odeones, que por sus dimensiones no solo serían para el disfrute del dueño de la finca y su familia, sino que albergaría a numerosos invitados e incluso habitantes de los alrededores. 

Villa de Posillipo, Nápoles. Ilustración de Jean-Claude Golvin

Cicerón se queja de la imposibilidad de escribir obras durante la estancia en su finca de Formias por la falta de tiempo ante las visitas que tiene que recibir.

“Respecto a la composición de obras que con frecuencia me aconsejas, nada puede hacerse. Tengo una basílica, no una finca, según es la afluencia de formianos, pero, ¡qué clase de basílica!, ¡la tribu Emilia! Mas dejo a un lado a la plebe; a partir de la hora cuarta los demás no molestan: mi vecino más próximo, o, mejor dicho, mi comensal ya inseparable es Gayo Arrio, quien incluso afirma que no va a Roma para filosofar aquí conmigo todo el día. Y por la otra parte tenemos a Seboso, aquel íntimo de Catulo. ¿A dónde me escapo? Por Hércules que me iría enseguida a Arpino si no me pareciera que es mucho más cómodo aguardarte en la finca de Formias, pero con tal de que sea hasta el 6 de mayo: pues ves a qué individuos tengo condenados mis oídos. ¡Maravillosa ocasión para comprarme mi propiedad de Formias, si alguien quisiera hacerlo, mientras éstos están a mi lado!” (Cicerón, Cartas a Ático, II, 14)

Pintura de Stephan Bakalowiczj

Los miembros de la élite mantenían vínculos sociales con sus pares y clientes que continuaban en su traslado a las villas marítimas. Invitaciones a cenas, reuniones políticas y estancias vacacionales se sucedían dependiendo de las posibilidades de la villa y de la cercanía a ciudades u otras villas. Los viajeros podían contar con la hospitalidad de sus amistades para encontrar donde pasar la noche en el transcurso de sus desplazamientos. 

“Yo, dadas las circunstancias, a la finca de Túsculo, nada de nada (está a contramano 'para los que me buscan' y tiene otros 'inconvenientes'), sino de la de Formias a Terracina el 29 de diciembre; de ahí a las alturas de Pomptino; de ahí a la mansión albana de Pompeyo; de modo que a las puertas de la Urbe el 3 de enero, día de mi cumpleaños.” (Cicerón, Cartas a Ático, VII, 5, 3)

Pintura de Alma-Tadema

Las oportunidades económicas que ofrecían las villae maritimae no quedaban, a veces, por debajo de las de las villae rusticae, ya que abarcaban desde la piscicultura y la extracción de sal hasta la viticultura. Por tanto, estas propiedades no solo tendrían valor por su uso recreativo, sino por la posibilidad de sacar un rendimiento económico.

La construcción inicial de villas costeras en el área de Fundi pudo deberse a la intensificación de la viticultura y la comercialización del vino fundano y otros como el cécubo por parte de propietarios locales.

“La llanura Cécuba es limítrofe al golfo de Cayatas y, a continuación de ésta, Fundos, ciudad que está situada en la Vía Apia. Todos estos lugares son productores de un vino excelente: los de Cécuba, Fundania y Setinia están entre los renombrados, exactamente igual que el Falemo, el Albano y el Estatano.” (Estrabón, Geografía, V, 3, 6) 


Mapa de la bahía de Nápoles, Campania, Italia

Un elemento arquitectónico que suele repetirse en las villas marítimas es la presencia de una piscina o estanque para criar peces. Generalmente había tres tipos, los que contenían agua dulce, los que se llenaban con agua de mar, o los que sus aguas eran salobres por estar en lagunas costeras. Sus tamaños variaban, pero en muchos casos constituían una inversión económica rentable porque se podía obtener un beneficio de la venta de pescado fresco para el que existía gran demanda y era un producto de lujo, o bien podía abastecer la propia demanda interna de la villa y quizás la de los mercados locales.


Piscina, Villa de Arianna, Stabia, Italia

Columela describe la piscicultura como una ocupación rentable, sobre todo para las villas construidas en islas o áreas costeras donde el terreno no permite buenos cultivos. Además, también se podía obtener rendimientos de otros productos marinos muy demandados como ostras y múrices para los tintes.

“El que hubiere comprado islas o haciendas marítimas, y no pudiere sacar frutos de la tierra por la esterilidad del suelo que se advierte comúnmente en la orilla del mar, constituirá un fondo de rentas sobre sus aguas. Pero es como el principio de esta empresa examinar la naturaleza del lugar donde se hubiere determinado hacer las piscinas, pues no se pueden tener todas las especies de pescados en todas las costas.” (Columela, De Agricultura, VIII, 16)


Villa de Sperlonga, Latina, Italia. Ilustración de Jean-Claude Golvin

En las villas más suntuosas y elegantes al aspecto práctico de disponer de un suministro de pescado fresco para consumo o venta se unía el deseo de disfrutar de una cena en medio del estanque para amenizar las noches de verano con la brisa marina y los peces nadando bajo el agua. Tiberio tuvo un serio percance mientras cenaba en una gruta natural habilitada como cenador en la actual Sperlonga.

“Comiendo en la Espelunca, quinta así llamada entre el mar de Amicla y los montes de Fundi, dentro de una caverna natural, despegándose de improviso las piedras que formaban la boca o entrada, cogieron debajo algunos miembros del banquete y espantaron a todos, poniendo en huida la mayor parte de los convidados.” (Tácito, Anales, IV, 59)


Cenatio de la gruta de Sperlonga, Latina, Italia. Ilustración de Jean-Claude Golvin

Otra actividad propia de las villas costeras era la producción de sal, dejando evaporar el agua de sal en hondos estanques. La sal era una materia prima muy apreciada que hacía posible la conservación y almacenaje de comida. Estas salinas podían estar relacionadas con el procesamiento de productos derivados del pescado. 

En época romana, numerosas zonas del litoral italiano estaban ocupadas por marismas salobres, donde la sal se acumulaba naturalmente con la evaporación del agua durante los meses de verano.

“Me entretengo en observar unas salinas situadas al pie de la finca (de Albino), pues con este nombre se designa una laguna salada en la que entra el mar por unos canales en pendiente cavados en la tierra y en que una fosa pequeña reparte el agua a unas albercas de muchas secciones. Pero cuando aplica Sirio su fuego ardiente, cuando palidece la hierba, cuando está sediento el campo todo, entonces se cierra el paso al mar con las compuertas de las represas para que, abrasada, la tierra endurezca las aguas allí retenidas. La masa coagulada que surge de forma natural recibe la fuerza punzante de Febo y con el calor del verano se cuaja una pesada costra, de un modo que no difiere en absoluto de cuando el hórrido Histro queda endurecido por el hielo y permite, al solidificarse, el arrastre de carros enormes.” (Rutilio Namaciano, El Retorno, I, 475)


Estanques de sal por evaporación, Gozo, Malta

Algunas zonas costeras entre Roma y Nápoles gozaban el privilegio de poseer aguas termales, consideradas medicinales o terapéuticas, por lo que surgieron ciudades convertidas pronto en destinos vacacionales de los nobles y nuevos ricos romanos que construían sus villas en sus alrededores. Este es el caso de la ciudad de Bayas, que acabó siendo famosa tanto por la calidad de sus aguas como por el desenfreno de su vida social. 

“Nada más doblar el cabo Miseno, al pie mismo del promontorio, hay un puerto y, a continuación, la costa forma un golfo de una profundidad casi interminable, en el cual se encuentra la ciudad de Bayas y sus aguas termales, que son apropiadas tanto para una vida de lujo como para la curación de enfermedades.” (Estrabón, Geografía, V, 4, 5)


El Juicio de Paris, pintura de Henryk Siemiradzki


Las villas marítimas, especialmente las situadas en islas, eran lugares elegidos para los destierros y los exilios. Varios miembros de la dinastía Julio-claudia fueron confinados en islas tras ser desterrados de la corte. Algunos fueron asesinados en sus villas por orden de otros miembros de la familia, como es el caso de Agripa Póstumo. El emperador Tiberio se autoexilió a la isla de Capri durante los últimos años de su vida, donde habitó en una villa ubicada en lo alto de un promontorio y llamada Villa Jovis, dentro de un complejo que albergaba varias villas, termas y jardines, y que gozaba de una espléndida vista del mar y de la costa peninsular, además de ser un lugar de difícil acceso.

“Mas César, habiendo dedicado sus templos por la provincia de Campania, aunque mandase por edicto público que ninguno se atreviese a interrumpirle su quietud, y pusiese soldados para impedir el concurso de los naturales del país, cansado con todo eso de los municipios, de las colonias y de todos los lugares situados en tierra firme, se escondió en la isla de Capri, apartada del promontorio de Sorrento espacio de tres millas de mar; agradándole aquel puesto, a lo que creo por la soledad, porque el mar entorno, privado de puerto, no recibe sino bajeles pequeños, ni era posible arrimarse alguno sin ser descubierto por las guardias. Gozaba de un cielo templado y agradable en el invierno a causa de tener los montes opuestos al ímpetu del viento, y en el verano el estar vuelta aquella isla al Favonio, con el mar libre y abierto por todas partes, y el gozar de la vista de aquel agradable seno, antes que el monte Vesubio con sus cenizas mudase la forma de aquellos lugares, la hacían extremadamente apacible y amena.” (Tácito, Anales, IV, 67)

Pintura de Henryk Siemiradzki

Los ricos propietarios no solo apreciaban las villas junto al mar, sino que también tenían en gran consideración las que se hallaban junto a los lagos. Plinio iguala la construcción de sus villas en el lago Como con las villas marítimas de su amigo Romano.

“Me escribes que estas construyendo una casa. ¡Bien!, ya he encontrado un apoyo para hacerlo yo, y ya puedo calcular el costo de la construcción, puesto que lo hacemos a la par. Pues, tampoco es diferente que tú construyas junto al mar, yo junto al lago Lario. En su orilla ya tengo varias mansiones, pero dos de ellas, al mismo tiempo que me proporcionan un gran placer, me mantienen en constante inquietud. Una de ellas, construida sobre unas rocas a la manera de Bayas, tiene unas vistas magnificas sobre el lago, la otra, también construida a la manera de Bayas, bordea el lago.” (Plinio, Epístolas, IX, 7)

Pintura de una villa, Pompeya


Bibliografía

Roman Villas in Central Italy. A Social and Economic History; Annalisa Marzano; Brill https://www.academia.edu/3408034/Keeping_up_with_the_Joneses_Competitive_Display_within_the_Roman_Villa_Landscape_100BC-AD200; Keeping up with the Joneses: Competitive Display within the Roman Villa Landscape, 100 BC- AD 200; Hannah Platts https://intranet.royalholloway.ac.uk/classics/research/laurentine-shore-project/documents/pdf/litus-laurentinum-english-version.pdf; Discovering a Roman Resort-Coast: The Litus Laurentinum and The Archaeology of Otium; Nicholas Purcell
http://oa.upm.es/39225/; La arquitectura de la Villa Laurentina; Ignacio Villafruela García https://www.researchgate.net/publication/262554871_Las_Epistolas_de_Plinio_el_Joven_como_fuente_para_el_estudio_de_las_uillae_romanas; Las Epístolas de Plinio el Joven como fuente para el estudio de las uillae romanas; Alejandro Fornell-Muñoz

Pro itu et reditu, viajeros en la antigua Roma

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Pro itu et reditu(Por un viaje de ida y vuelta seguro)

Cisium, Termas de los cisiarii, Ostia antica, foto de Samuel López

Viajar es un rasgo de la vida humana de los más antiguos que se remonta a los tiempos míticos. Los pueblos de la antigüedad, egipcios, babilonios, fenicios, cretenses y griegos se centraron en su propio entorno y consideraban su propio estado como el centro del mundo, aunque posteriormente iniciaron viajes a otros países para intercambiar mercancías, compartir sus experiencias y conformar su vida espiritual.

“A visitar ostentosas obras muy alabadas y templos, levantados gracias al esfuerzo y a las riquezas de los hombres, o a recordar [sagradas] antigüedades corremos atravesando mares y tierras, cercanos a nuestro destino; ávidos arrancamos las mentiras de las antiguas leyendas, y nos gusta recorrer todos los pueblos.” (Etna, Apéndice Virgiliano)


Petra, Jordania. Ilustración de Jean-Claude Golvin

Los griegos fueron los primeros viajeros que no solo se desplazaron a otros países con fines comerciales, religiosos, de salud, o para asistir a acontecimientos deportivos o festivales, sino que lo hicieron por el placer de ampliar conocimientos y por el interés en la cultura y arte de dichos pueblos.
La mayor parte de los habitantes de los territorios conquistados por Roma admiraban el sistema político y la tradición cultural que los griegos habían instaurado y que se extendía por el mundo conocido. Los santuarios y templos como el de Delfos eran vistos como reliquias del pasado dignos de una visita turística.
Plutarco menciona un episodio en el que Cleombrotus, de Esparta, quien no viajaba con el propósito de rendir culto, ni por motivos profesionales, ni por servicios administrativos, sino porque le gustaba ver cosas y aprender, coincide en su visita a Delfos con Demetrius, que regresaba a Tarso, su hogar, desde Britania.

“Mas, poco antes de los juegos Píticos que tuvieron lugar bajo el arcontado de Calístrato, en nuestros días, dos hombres sagrados, partiendo de los confines opuestos del mundo, se encontraron casualmente en Delfos, Demetrio el gramático, que regresaba de Britania a Tarso, a su casa, y Cleómbroto de Lacedemonia, quien había andado vagando repetidas veces por Egipto y en torno a la región Troglodítica y había navegado mar Eritreo adentro no con fines comerciales, sino que, siendo hombre amigo de ver y conocer, con bienes suficientes y teniendo en no mucha estima el poseer más de lo suficiente, dedicaba su ocio a este tipo de actividades y andaba reuniendo información como material para una filosofía que tenía como fin la teología, como él mismo la llamaba.” (Plutarco, La desaparición de los oráculos, 410A)


Delfos, Grecia, Ilustración de Jean-Claude Golvin

El descubrimiento de nuevos territorios y pueblos incitó a los romanos a desarrollar su curiosidad y su gusto por los viajes y, tras la conquista de Grecia, heredaron el interés que el mundo helenístico demostraba por lo exótico y pintoresco.
En la época del principado de Augusto el romano mostraba un profundo respeto por la dignidad y por el pasado y sus tradiciones, que no le impedía desarrollar una curiosidad que le podía llevar a indagar sobre su entorno e, incluso, traspasar las fronteras del Imperio para adentrarse en lo desconocido.

“Solemos emprender un viaje, cruzar el mar para conocer algunas cosas que, colocadas ante nuestros ojos despreciamos, ya sea porque la naturaleza ha dispuesto que persigamos cualquier objeto lejano mientras no prestamos atención alguna a los más cercanos, ya sea porque todo deseo languidece, cuando la ocasión de satisfacerlo es asequible, ya sea porque aplazamos, pensando que lo vamos a ver a menudo, la contemplación de lo que se te permite ver cuantas veces desees hacerlo. Cualquiera que sea la causa, existen muchísimas cosas en nuestra ciudad y en sus alrededores que nunca hemos visto, y de las que ni siquiera hemos oído hablar, que, si hubiesen estado en Acaya, Egipto, Asia o en cualquier otra tierra llena de maravillas y que haga propaganda de las mismas, habríamos oído hablar o habríamos leído sobre ellas, y las habríamos visitado.” (Plinio, Epístolas, VIII, 20)


Templo de Bel, Palmira, Siria, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Los viajeros de esos tiempos no solían interesarse en demasía por los paisajes, especialmente los montañosos, a no ser que en las cercanías existiese un volcán, ya que este se asimilaba a la mitología, tema que sí les interesaba por sus connotaciones históricas sobre el pasado de Roma.

“Después (Adriano) navegó hasta Sicilia, donde subió al monte Etna, para contemplar la salida del sol que, según dicen allí, aparece con varios colores a modo de arco iris.” (Historia Augusta, Adriano, 13)

De todos los territorios que Roma tenía bajo su control, Egipto tenía la tradición histórica más antigua y ofrecía a los viajeros un paisaje exótico, una forma de vida diferente, monumentos atípicos y un viaje relativamente fácil. En la época en que el mar no estaba cerrado a la navegación, había un servicio constante desde Italia y Grecia hasta Egipto.


Pirámides de Egipto, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Los romanos viajaban a Egipto para ver por sí mismos las extrañas costumbres y prácticas religiosas de las que habían leído en las obras de ficción además de para rastrear su herencia cultural. Para ello acudían ante sacerdotes y guías locales que contarían historias reales sobre Memnón, la Esfinge y las Pirámides. El Egipto romano inspiró un tipo de turismo espiritual e intelectual que llevaba a los viajeros a los centros de culto donde los sacerdotes se mostraban deseosos de apoyar el comercio turístico.
El itinerario solía comenzar en Alejandría siguiendo río arriba pasando por Heliópolis, las Pirámides y Menfis, además de El Fayum con sus laberintos y cocodrilos. Estrabón presenta una viva descripción de tal viaje haciendo hincapié en las variantes locales del culto egipcio a los animales. Viajó con Elio Galo, gobernador de Egipto, entre 29 y 26 a.C., navegando por el Nilo desde Alejandría hasta Filae.

“Navegando a lo largo de la costa durante unos doscientos estadios, se llega a Arsinoe, antes llamada Crocodilopolis. Y esto es debido a que en este nomo rendían culto con gran devoción al cocodrilo, y hay uno sagrado, criado en un lago aparte, y que es manso con los sacerdotes. Se llama Suco. Lo alimentan con grano, carne y vino, que le ofrecen los extranjeros que le visitan. Al menos, nuestro anfitrión, un hombre honorable, que nos estaba iniciando en los misterios, nos acompañó al lago, llevando de la cena una hogaza de pan, carne asada y una jarra de vino mezclado con miel. Encontramos al animal acostado a la orilla del lago. Acercándose los sacerdotes, mientras unos le abrían la boca, otro echaba dentro el pan, luego la carne y luego vertía el vino con miel. Al punto, el animal se precipitó al lago y cruzó a la otra orilla. Y al llegar otro extranjero portando igualmente una ofrenda, los sacerdotes tomándola rodearon el lago a la carrera, agarraron al animal y le entregaron la ofrenda de la misma manera.” (Estrabón, Geografía, XVII, 1, 38)


Filae, Egipto, ilustración de Jean-Claude Golvin

Entre los destinos más populares estaban el templo de Abidos, dedicado a Osiris, que contenía el oráculo del dios Bes. Muy visitado era también el coloso de Memnón, en Tebas, desde donde se trasladaban al cercano valle de los Reyes. Otro lugar muy visitado fue el templo de Isis en la isla de Filae.

En una carta escrita entre los siglos I y II d.C.  un tal Nearchus escribe a su conocido Heliodorus sobre un viaje por el Nilo en el que se citan varios lugares turísticos.
“………………….
Navegué y levé el ancla
Pasé tiempo en Syene (Assuán) y
en el lugar desde el cual el Nilo fluye
y Libia (Oasis de Siwa) donde Amón emite sus oráculos para todos los hombres e investigué los cortes de las rocas e inscribí los nombres de mis seres queridos en los monumentos sagrados
como símbolo de adoración para ser recordado.”  


Templo del oráculo de Siwa, Egipto, Ilustración Jean-Claude Golvin

Un monumento que atraía especialmente a los viajeros era la estatua de Memnón, que supuestamente emitía un canto a cierta hora del día, lo cual se debía ciertamente a un ruido que se oía a veces por causa de su deterioro durante la guerra con Cambises y también por un terremoto. Los turistas dejaban escrito sobre la estatua si habían llegado a escuchar el fenómeno, que acabó desapareciendo por completo con la reparación que se hizo en tiempos de Septimio Severo.

“Quiso Germánico ver también las demás maravillas, de las cuales fueron las principales la estatua de piedra de Memnon, que, herida de los rayos del sol, resuena a semejanza de voz humana; las pirámides levantadas en forma de montes por la emulación de las riquezas de aquellos reyes, combatidas ahora del tiempo entre aquellas incultas y apenas practicables arenas; los lagos cavados para recibir las aguas que sobrasen de las corrientes del Nilo, y en otra parte las gargantas y aberturas impenetrables a quien se atreve a medirlas. De allí pasó a Elefantines y a Siene, término en otro tiempo del Imperio romano, el cual se extiende hoy hasta el mar Bermejo.” (Tácito, Anales, II, 61)


Colosos de Memnon, Tebas, Egipto. Acuarela de Oswald Walters Brierly. Royal Collection Trust


Julia Balbilla, dama noble que acompañaba al emperador Adriano y su esposa Sabina durante su viaje a Egipto dejó un poema escrito sobre su propia experiencia ante el monumento.


No oímos a Memnón el primer día…
¡Memnón!: ¿Silencio
ante la emperatriz?
¿Con qué propósito?
–¡Vuelve, bella Sabina!
…Pero que Adriano
contigo no se enfade,
Memnón, por tu deleite
en la belleza de Sabina,
 y… ¡Grita!
Por mucho tiempo
la retuviste sin temor
–¡tan noble ella!–.
Pero, ante Adriano,
el miedo, Memnón, te estremece
¡y, por fin, hablas!
¡Y Sabina se regocija! 
Qué divina la voz
de Memnón –¡o Phamenoth!–:
¡Balbila, yo, extrema,
te he escuchado, piedra!
…Con Sabina, reïna mía,
en la alborada fría…
De Adriano al año XV,
mes de Atir, día XXIV (21 noviembre 130 d.C)
(Fuente: Poemas en la pierna de la estatua cantante Francisco Agudo, Nayagua, revista de poesía, nº 30 Julio 2019)



La fascinación de los romanos por su pasado de origen griego puede verse como una aventura intelectual de descubrimiento y rastreo de las raíces, aunque no exenta de cierta piedad religiosa. Julio César, quien creía descender del linaje de Eneas, en su visita a Troya dedica un altar a sus ancestros.

“Sin darse cuenta, había atravesado un arroyuelo que
serpenteaba en el polvo seco: era el Janto. Sin
cuidarse de ello, tenía puestas sus plantas en
un rimero de césped: un frigio nativo le dice
que no pise los manes de Héctor. Había en el
suelo unas piedras desprendidas y que no
guardaban trazas de nada sagrado: «¿No
reparas —le dice el guía— en el altar de
Júpiter Herceo?»
Una vez que aquella venerable antigüedad
sació las miradas del caudillo, erigió deprisa
un altar con un amontonamiento de césped y
formuló, sobre el fuego donde ardía el
incienso, estos votos con intención de
cumplirlos: «Dioses de las cenizas,
cualesquiera que habitéis las ruinas frigias;
990 lares de mi antepasado Eneas, ahora
conservados por su ciudad de Lavinia y por
Alba, y en cuyas aras brilla aún el fuego
frigio; y tú, Palas, no accesible a la mirada
de ningún hombre, prenda de recordación en
las profundidades del templo: el más
esclarecido descendiente de la estirpe de Iulo
ofrece piadoso incienso en vuestros altares y
os invoca ritualmente en vuestra sede
primitiva. Concededme una ruta de éxitos en
lo que me resta por hacer, y yo os restituiré
vuestros pueblos; agradecidos, a su vez, los
ausónidas devolverán a los frigios sus murallas
y resurgirá una Pérgamo romana.” (Lucano, Farsalia, 960)


Excavaciones de Troya por Schliemann


Los visitantes de las ciudades de Grecia y de Asia menor que ya estaban derruidas solían conformarse con los relatos que se contaban sobre los sucesos heroicos en ellas acontecidos. Si todavía existían monumentos en pie, se podía disfrutar de las obras artísticas que contenían o de la belleza de su arquitectura, aunque a veces se veían acosados por habitantes locales dispuestos a ejercer de guías a cambio de unas monedas.

“Cuando después de atravesar la parte marítima de Cilicia ya habíamos alcanzado el Golfo de Panfilia, después de pasar con dificultad las Islas de las Golondrinas ", límites felices de la antigua Grecia, visitamos cada una de las ciudades de Licia, donde disfrutamos muchísimo con los antiguos relatos, pues no se ven huellas claras de su antigua felicidad. 


Xanthos, Licia, Turquía, Ilustración Jean-Claude Golvin

Finalmente alcanzamos Rodas, la isla consagrada al Sol y decidimos tomar un pequeño descanso en nuestro ininterrumpido viaje.
En vista de ello, los remeros vararon la nave a tierra y acamparon cerca. A mí me habían dispuesto un alojamiento enfrente del templo de Dioniso y me dediqué a pasear tranquilamente, disfrutando de un placer extraordinario.
En realidad, la ciudad del Sol tiene una belleza adecuada a la divinidad. Recorriendo los pórticos del templo de Dioniso examiné cada una de las pinturas, disfrutando de su contemplación y rememorando los relatos heroicos. Enseguida dos o tres personas se me acercaron dispuestos a contarme la historia entera por una pequeña propina, aunque la mayor parte de lo que decían yo ya me lo había imaginado.” (Luciano, Amores, 7-8)

Los guías, aparentemente contratados, adornaban sus explicaciones con sucesos o anécdotas que podías ser reales o no, pero que la mayoría de los viajeros podían estar dispuestos a creer.

“La historia que contaba Aristarco, el guía de las cosas de Olimpia, no conviene que yo la pase por alto: dice que, en su tiempo, cuando los eleos estaban restaurando el techo del Hereo, que estaba en malas condiciones, encontraron el cadáver de un hoplita con heridas, entre el techo adornado y el que sostiene las tejas. Este hombre luchó en la batalla dentro del Altis entre lacedemonios y eleos. En efecto, los eleos para defenderse se subieron a los santuarios de los dioses y a todos los lugares igualmente elevados. Este hombre me parece que se deslizó allí después de perder el sentido a causa de las heridas. Cuando exhaló su alma, ni el calor sofocante del verano ni el frío del invierno habían de dañar el cadáver, puesto que yacía totalmente resguardado.” (Pausanias, Descripción de Grecia, V, 20, 4-5)


Olimpia, Grecia, Ilustración Jean-Claude Golvin


Los turistas a veces eran sorprendidos por ciertas actuaciones de los residentes que realizaban exhibiciones delante de ellos creando un espectáculo visual y dramático que resultaba creíble o no, pero, que, sin duda, atraía la atención de todos los que lo presenciaban.

“Entre las maravillas de este río, se ha citado la increíble audacia de sus moradores. Montan dos en barquillas, uno para guiarla y el otro para arrojar el agua, y después de marchar agitados por la furiosa rapidez del Nilo y de sus reflujos, llegan al fin a los estrechos canales, entre peñascos cercanos que consiguen evitar; deslízanse llevados por el río entero, dirigiendo la barquilla en la caída, y con profundo terror de los espectadores caen de cabeza, creyéndose que han perecido, que quedan sepultados bajo la espantosa masa de las aguas, cuando reaparecen muy lejos de la catarata cortando las olas como saeta lanzada por máquina de guerra. La catarata no les ahoga, no haciendo, otra cosa que llevarlos a corriente más llana.” (Séneca, Cuestiones Naturales, IV, 2)


Primera catarata del rio Nilo. Ilustración de John H. Allan. http://eng.travelogues.gr/

La visita a los lugares turísticos y también de culto incluía en ocasiones la venta de estatuillas que reproducían la estatua principal de la deidad venerada en ellos o figurillas que remedaban los templos visitables. En el siglo I d.C.  Pablo de Tarso en su visita a Éfeso durante sus viajes para propagar el cristianismo se encuentra con una protesta de los comerciantes atemorizados de perder su negocio de venta de estatuillas del templo de Artemisa.

“Cierto platero, llamado Demetrio, proporcionaba a los orfebres ganancias no pequeñas labrando en plata templetes de Artemisa. Reuniendo a estos y a los demás obreros del ramo, les dijo: «Compañeros, sabéis por experiencia que nuestro bienestar depende de este trabajo, pero estáis viendo y oyendo que no solo en Éfeso, sino en casi toda Asia, ese Pablo ha seducido a mucha gente con sus persuasiones, diciéndoles que no son dioses los que se fabrican con las manos. Y no solo se corre el peligro de que caiga en descrédito este ramo de la industria, en perjuicio nuestro, sino también de que sea tenido en nada el templo de la gran diosa Artemisa y llegue a derrumbarse la majestad de aquella a quien da culto toda Asia y todo el mundo». (Hechos de los Apóstoles, 19, 21-41)


Templo de Artemisa, Éfeso, Turquía. ilustración Jean-Claude Golvin

Roma aceptó desde un principio la superioridad cultural de Grecia, y apreciaba el prestigio de su historia y el peso de su civilización, de su tradición y de sus instituciones, siendo el griego la segunda lengua oficial del Imperio. Muchas familias patricias romanas mantenían vínculos con ciudades griegas, a la vez que miembros de familias nobles greco-orientales llegaron a acceder al rango senatorial. Además, gran número de actos de la familia imperial iban encaminados a demostrar su admiración por la cultura helena. De todos los emperadores Julio-Claudios, fue Nerón el que se mostró más particularmente inclinado hacia lo griego. Su pasión por la música, la literatura, el teatro y los juegos atléticos contribuyeron quizás a su interés por las ciudades griegas, que celebraban festivales y juegos desde época ancestral.

Nerón partió hacia la provincia griega de Acaya donde permaneció durante catorce meses. La actividad más señalada durante su estancia en Grecia fue sin duda su participación en los principales juegos griegos, iniciada en el mes de octubre del año 66, participando en los juegos Píticos, Ístmicos, Nemeos y Olímpicos, siendo declarado vencedor en todos ellos, además de realizar representaciones en las ciudades de Argos y Lerna.

“Y no contento con haber demostrado en Roma su pericia en estas artes, se dirigió a Acaya, como ya hemos dicho, movido, sobre todo, por la siguiente razón. Las ciudades de esta provincia, que suelen celebrar certámenes musicales habían decidido enviarle todas las coronas que se otorgan a los citaredos. Nerón las aceptaba encantado, llegando a recibir antes a los legados encargados de traérselas que a nadie más, y a introducirlos incluso en sus comidas intimas. Algunos de ellos le pidieron en cierta ocasión que cantara durante la cena, deshaciéndose luego en elogios, ante lo cual declaró que solo los griegos sabían escuchar y solo ellos eran dignos de él y de sus esfuerzos. Partió, pues, sin dilación, y, tan pronto como arribó a Casiope, ofreció las primicias de su arte ante el altar de Júpiter Casio, presentándose acto seguido a todos los concursos.” (Suetonio, Nerón, XXIII)


Nerón en Grecia, pintura de Margaret Dovaston

Durante la época de Augusto surgió un itinerario que recorría los sitios considerados dignos de visitarse por su interés histórico, artístico y religioso. Empezaba en Roma, desde donde se viajaba a Grecia, pasando por Sicilia, y se llegaba a Asia menor tras recorrer algunas islas del mar Egeo, después Egipto y vuelta a Roma. 

El momento álgido de lo que se puede llamar “turismo romano” se produjo en el siglo II, durante la Pax Romana, que proporcionaba las condiciones políticas más estables para viajar, y unas infraestructuras adecuadas, siendo ese el momento en el que los visitantes aprovechaban a viajar, especialmente, a Grecia, en busca de su mitología, monumentos y sus festivales artísticos y deportivos.

“Y en efecto, lo que todos dicen, que la tierra es la madre y la patria común de todos, vosotros lo habéis demostrado de la mejor manera. En efecto, ahora es posible tanto a un griego como a un bárbaro, llevando sus posesiones o sin sus bienes, viajar a donde quiera con facilidad, como quien pasa sin más desde su patria a su patria. Y ni las Puertas Cilicias causan miedo, ni los desfiladeros y caminos arenosos que, atravesando Arabia, se dirigen a Egipto, ni las montañas inaccesibles, ni la infinita grandeza de los ríos, ni las insondables tribus bárbaras, sino que para gozar de seguridad basta con ser romano, o mejor, uno de los que están bajo vuestra autoridad. Y tras haber medido toda la ecúmene, ponteado los ríos con viaductos de todas las clases, devastado las montañas para que fuesen aptas para el paso de los carruajes, cubiertos los desiertos con postas, y tras haber civilizado toda la tierra con vuestra manera de vivir y vuestro orden, vosotros habéis convertido en realidad lo que Homero dijo: la tierra común para todos.” (Elio Arístides, Discurso a Roma, 100)


Fuente: culturaclasica.com

Adriano fue uno de los emperadores más viajeros y su filohelenismo le llevó principalmente a Grecia, donde se dedicó a restaurar y engrandecer la “Atenas de Teseo”, embelleciéndola con edificios nuevos y deslumbrantes. Un arco de triunfo en su honor exhibía una inscripción señalando su labor. Visitó además muchas otras ciudades en la Hélade. Durante sus estancias en diferentes años. Desde Atenas, especialmente durante el primero de sus viajes, recorrió buena parte del Peloponeso y Grecia central, visitando no sólo Esparta y Delfos, sino otros lugares como Epidauro, Argos, Olimpia, Corinto, y quizás otras muchas villas y templos. Era la primera vez tras Nerón que un emperador visitaba la Hélade, deteniéndose en tantos lugares, prestándoles atención, concediéndoles inesperados dones y convirtiéndolas por algunos días en sede de la corte imperial.

“Adriano completó el Olimpeo en Atenas [templo dedicado a Zeus Olímpico], en el que también erigió una estatua suya, y dedicó allí una serpiente que había sido traída desde la India. Presidió también los Dionisíacos, asumiendo inicialmente el más elevado cargo de arconte entre los atenienses y, ataviado con la vestidura local, lo desempeñó brillantemente. Permitió que los griegos construyeron en su honor el templo que fue llamado el Panhelénico e instituyó una serie de juegos relacionados con él; donó grandes sumas de dineroa los atenienses, un subsidio anual de grano y toda la Cefalonia.” (Dión Casio, Historia Romana, LXIX, 16)


Acrópolis de Atenas, Grecia, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Viajar en el mundo romano suponía emprender un camino lleno de riesgos y dificultades, por lo que era necesario celebrar unos ritos que ayudasen al viajero a tener un buen retorno a su hogar. El momento de la partida podía convertirse en el momento elegido para formular unos votos antes los dioses que garantizasen un buen viaje de ida y vuelta seguro.

“Dioses que gustáis de proteger las audaces naves y de suavizar los riesgos crueles del ponto embravecido por los vientos: tended el piélago en calma, tornad vuestra asamblea propicia a mis votos y que las olas, amansadas, no acallen con su fragor mis ruegos. Grande y extraordinario es, Neptuno, el depósito que confiamos a tus profundidades: al azaroso abismo se arriesga el joven Mecio, y se dispone a llevar sobre tus planicies más de la mitad de mi alma. Mostrad vuestros astros benignos, hermanos Ebalios, y venid a sentaros sobre uno y otro extremo de la entena; que por vosotros brillen mar y cielo; ahuyentad, os ruego, el fulgor tormentoso de vuestra hermana de Ilión y alejadlo del firmamento todo él.” (Estacio, Silvas, III)


Mosaico de Neptuno, Museo de Susa, Túnez

El viajero que atravesaba distintos territorios podía sentir cierto desasosiego por no conocer los dioses locales que en ellos se veneraban y atraerse su ira por no rendirles el culto apropiado, por lo que se vería obligado a hacer paradas en los santuarios ubicados junto a las vías de comunicación, bien en parajes aislados, o en poblaciones que encontraba a su paso para cumplir con el rito apropiado
El siguiente epígrafe indica que el suplicante, Flavo, hizo sus votos cuando se dirigía a Roma y  aunque en el momento de la partida hubiera formulado ya, como era habitual, promesas por su regreso, lo más seguro es que a éstas se sumaron otras realizadas en el camino, probablemente esta al dios Júpiter Apenino, el cual tenía un santuario en la vía Flaminia que cruza los Apeninos, al cual acudirían los viajeros que debían cruzar los pasos de montaña para solicitar un viaje seguro.


“Los votos que, suplicante y con ánimo inquieto, te había hecho cuando me dirigía hacia las altas colinas de Roma, aquí los tienes ahora: yo, Flavo, magistrado, victorioso y contento te los dedico a ti, Apenino, protector de mi incolumidad. Tú solamente acepta con ánimo propicio, te lo ruego, lo que te dedico: el ara, la palma y la víctima.” (Arellano, Museo de Navarra)

Cuando el viajero finalmente regresaba sano y salvo se celebraban nuevos ritos, que se añadían a los actos sociales de realizar un banquete o distribuir regalos, pues había que dar cumplimiento (solutio) a los votos prometidos, que podía consistir en erigir altares o placas, que se acompañaban de ofrendas y sacrificios.




Poenino/pro itu et reditu/C(aius) Iulius Primus/ v(otum) s(olvit) l(ibens) m(erito).

“A Penino, por un viaje de ida y vuelta seguros, Cayo Julio Primo voluntariamente cumplió con este voto por mérito.”

En Roma se encontró una dedicatoria a la diosa Celeste en un relieve con cuatro huellas de pie y una paloma en el centro agradeciendo haber completado el viaje de ida y vuelta sin incidentes:

“A la triunfante Celeste, Jovinus dona esto en cumplimiento de su voto”


Museos Capitolinos, Roma

El viaje se realizaba en carruaje para desplazamientos de familias y de personas que podían permitírselo o en carros de mercancías aprovechando su desplazamiento, otros lo harían en caballo, mula, burro y también a pie.

“Las críticas que sufría de todo el mundo porque, cuando viajaba, le seguían una numerosa recua de acémilas, muchos caballos, muchos esclavos, muchas razas de perros, cada una para un tipo de caza, en tanto que él mismo viajaba en un carruaje con frenos de plata de Frigia o de la Galia, eso, precisamente, conseguía celebridad para Esmima, pues a una ciudad le prestan brillantez su ágora y la suntuosidad de los edificios, pero también se la presta una familia próspera porque no sólo una ciudad da fama a un hombre sino que también la recibe de él.” (Filostrato, Vida de los Sofistas, Polemón, 532)


Museo Carnuntium, Austria, Foto de Wolfgang Sauber


La red de carreteras romanas permitía la comunicación entre territorios, pero no en todas partes el desplazamiento se podía hacer en carruajes, debido a las dificultades del terreno y el estado de los caminos, por los que solo pequeños carros o animales de carga podían pasar. Es por ello que a veces era aconsejable utilizar la navegación fluvial, como en Egipto, donde los viajes más largos se hacían aprovechando los canales que unían el río Nilo con otros lugares del valle, especialmente en el delta. 

“Saludos, mi señora Serenia, de Petosiris. Haz todo lo que puedas, señora, para venir el día 20 por el cumpleaños del dios, y hazme saber si vas a venir en barco o en burro, para que pueda enviar a por ti. Procura que no se te olvide. Rezo para que te encuentre bien y sigas así mucho tiempo.”(Papiro, Oxirrinco, I, 112)


Termas de los cisiarii, Ostia antica, Italia

Para emprender un viaje había que tener en cuenta la existencia de una infraestructura que facilitara la conexión entre el lugar de origen y destino, con lugares donde alojarse y abastecerse, además de procurarse una seguridad ante los peligros que acechaban al viajero, especialmente los salteadores de caminos.

 "La tierna edad de Lusius se hallaba adornada en su incipiente juventud de fuerzas vigorosas. Añorando los abrazos de su querida hermana pretendió cubrir muchas millas de camino, pero fue asesinado por el inesperado y malhadado tropiezo con unos bandoleros. Así se llevó su cuerpo una desgracia cruel. Yo creo que al extinguirse tan pre­maturamente su tierna edad, si bien le privó del recuerdo de ratos felices, también le evitó el tener que memorar los amargos". (Cartagena, CIL II, 3479)

Existían establecimientos situados en los caminos donde los viajeros podían cambiar los animales (mutatio) o posadas donde se podía comer y pasar la noche (mansio). La mayoría pertenecían al estado que las había instalado para facilitar el viaje a los mensajeros que portaban el correo oficial y a los delegados y emisarios civiles o militares que viajaban con encargos imperiales. Aunque también había casas de hospedaje (diversorium) como negocios particulares. Estos lugares no tenían muy buena reputación, pues había suciedad, mala comida y robos a los alojados, además de no disponer siempre de plazas libres.

“Al entrar en la habitación pude disfrutar, y de muy buena gana, pues no traía nada conmigo, de un catre y sábanas limpias. Tal y como estaba, sediento y lleno de polvo, y con la ropa con que venía en el carruaje, pasé la mayor parte de la noche sentado sobre el catre.” (Elio Arístides, Discurso sagrado V, 15)


Mansio o diversorium. Museo de la civilización romana, Roma


En el destino final los viajeros podían acomodarse también en este tipo de alojamientos, de mejor o peor calidad, que se ubicaban en las ciudades, en las cercanías de los puertos y en el entorno de los templos y santuarios.

La gente bien situada económica y socialmente mantenía una red de contactos y amistades (hospitium) en diferentes lugares del territorio controlado por Roma que les permitía alojarse en las casas de cada uno de ellos sin tener que recurrir a los incómodos y poco saludables albergues u hospederías.  

“Atentos exploradores se posicionaron para vigilar nuestro regreso; y no solo los caminos fueron patrullados por hombres de cada finca, sino los sinuosos atajos y las cañadas se pusieron bajo observación, lo que hizo imposible que pudiéramos eludir su amable emboscada. Caímos en ella, prisioneros voluntarios; y nuestros captores nos hicieron jurar en ese instante que abandonábamos la idea de continuar nuestro viaje hasta que hubiera pasado una semana. Y así cada mañana empezaba con una halagadora rivalidad entre los dos anfitriones, para ver cuál de sus cocinas debería humear primero con la comida de huéspedes.” (Sidonio Apolinar, Epístolas, II, 9)


Villa romana de Lullingston, Kent, Inglaterra, ilustración Peter Dunn

Los viajes por mar causaban incluso mayor preocupación a los viajeros, pues además del hecho de que el desplazamiento suponía generalmente una larga distancia entre el origen y el destino, y de que se podía sentir malestar físico, existía la posibilidad de encontrarse con tempestades, naufragios y ataques piratas.

¿De qué no se me podrá convencer, cuando se me ha convencido para que viaje por mar? Zarpé con mar bonancible. Es cierto que el cielo estaba preñado de oscuros nubarrones que se resuelven casi siempre en agua o en viento; no obstante, pensé que podría devorar las pocas millas que separan tu querida Parténope de Putéolos, aunque en medio de un cielo inseguro y amenazador. Así, para evitar el riesgo con mayor rapidez, dirigí inmediatamente el rumbo por alta mar hacia Néside, con el fin de atajar, alejado de todas las ensenadas.
Cuando ya había recorrido tanto trecho que lo mismo me importaba proseguir que regresar, se desvaneció de pronto aquella calma que me había seducido. No era todavía la tempestad, pero sí la marejada y el oleaje cada vez más grueso. Me puse a rogar al timonel que me desembarcase en cualquier punto de la costa. Él me respondía que era aquel un litoral escarpado e inabordable, y que en el fragor de la tempestad nada temía tanto como la tierra. Pero me angustiaba demasiado como para preocuparme del peligro: me aquejaba esa especie de náusea lenta, sin vómito, que revuelve la bilis sin expulsarla. Por ello insistí al timonel y le obligué, quieras que no, a buscar la orilla. (Séneca, Epístolas, 53)


Los viajes de Alix. Ilustración Jacques Martin


Bibliografía

https://www.academia.edu/10888865/Adriano_y_Grecia; Adriano y Grecia; Juan Manuel Cortés Copete
Tourism in Augustan Society, LOYKIE LOMINE; Histories of Tourism: Representation, Identity and Conflict; editado por John K. Walton
http://revistas.uned.es/index.php/ETFII/article/view/4305; Los «beneficia» concedidos a las ciudades de Acaya en el año 66 d.C.; Pilar Fernández Uriel
https://www.researchgate.net/publication/264825324_SPECIAL-PURPOSE_TRAVEL_IN_ANCIENT_TIMES_TOURISM_BEFORE_TOURISM
https://www.researchgate.net/publication/264825324_SPECIALPURPOSE_TRAVEL_IN_ANCIENT_TIMES_TOURISM_BEFORE_TOURISM; SPECIAL-PURPOSE TRAVEL IN ANCIENT TIMES: "TOURISM" BEFORE TOURISM?; Branislav Rabotić
https://www.academia.edu/3319881/Un_factor_de_romanización_viajar_en_la_Hispania_romana; Un factor de romanización: viajar en la Hispania romana; Enrique Gozalbes Cravioto e Iván González Ballesteros
Travel and pilgrimage, Ian C. Rutherford; The Oxford Handbook of Roman Egypt, Edited by Christina Riggs
TRAVEL AND GEOGRAPHY IN THE ROMAN EMPIRE; Edited by Colin Adams and Ray Laurence; Routledge


In vino sano, el vino medicinal en la antigua Roma

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“Primero me vino a la mente lo que hacen los médicos; en efecto, a los que están desfallecidos y precisan algún tónico por debilidad del estómago no les suministran nada caliente, sino que dándoles vino los alivian.”
(Plutarco, Moralia, III, 652C)

Desde antes de los tiempos de Homero en la sociedad griega antigua se tenía al vino por un alimento beneficioso que proporcionaba fuerza y vigor al cuerpo y que tenía poderes curativos. También se consideraba su valor terapéutico para la salud del alma porque hacía olvidar las preocupaciones y aliviaba las penas. Pero todo ello ocurría solo si se tomaba en las cantidades adecuadas y se administraba con las debidas precauciones, como manifestaron la gran mayoría de las fuentes médicas antiguas, pues en caso contrario podía ser causa de problemas y enfermedades.

“En Atenas ofrendan el vino nuevo el once del mes Antesterión, por lo que llaman a ese día Pitegia. Y antiguamente, incluso, según parece, suplicaban, haciendo una libación con el vino antes de beberlo, que el uso del «fármaco» les fuera inofensivo y saludable.” (Plutarco, Moralia, III, 655E)


Fresco de Pompeya con Dioniso


Mnesiteo de Atenas, advertía de que, si bien el vino podía ser el mayor bien para los hombres, también podía convertirse en el peor si se cometían excesos.

Mnesiteo afirma que los dioses dieron a conocer el vino a los mortales como el mayor bien para quienes lo toman con sensatez, y para los que lo hacen desordenadamente, lo contrario.

En efecto, a quienes lo consumen les proporciona alimento,
y vigor a sus almas y sus cuerpos.
Asi mismo, como cosa utilísima en medicina,
pues se mezcla con los fármacos bebibles,
y proporciona socorro a los heridos;
en las reuniones de todos los días,
a quienes lo beben con moderación y mezclado,
buen humor; en cambio, si te excedes, insolencia.
Si te lo tomas mitad y mitad, provoca delirio;
si puro, parálisis de los cuerpos.
Por eso también se llama a Dioniso por doquier (Médico).
(Banquete de los eruditos, II, 36 A-B)

En su doble acción como fármaco y veneno el vino era tanto apreciado como odiado, y por ello su descubridor, Dioniso (o Baco), también. La embriaguez se consideraba una enfermedad, pero no una lacra social, por lo que el dios era principalmente venerado como benefactor y como “doctor” que proporcionaba alivio a los males del cuerpo y del espíritu.

“Y Dioniso no sólo por haber inventado el vino, fármaco muy eficaz y agradable, fue considerado un médico excelente, sino también por haber elevado a lugar de honor la yedra, lo más contrapuesto en su acción al vino, y por haber enseñado a quienes le festejan a coronarse con ella, para que sean molestados menos por el vino, ya que la yedra con su frescura apaga la borrachera.” (Plutarco, Moralia, III, 647 A)

Pintura de Dioniso, Museo Arqueológico de Nápoles

Médicos griegos de todas las épocas compartieron por lo general esa opinión sobre las bondades (y perjuicios) del vino y lo consideraron como un auténtico fármaco tanto por su efecto beneficioso como perjudicial. Ellos conocían bien tanto las virtudes terapéuticas del vino como los daños que podía causar bebido en exceso y lo usaron ampliamente en medicina para prevenir o curar gran número de enfermedades.

Hipócrates (siglo V a.C.) afirmó que el vino era, además de un alimento, un excelente tratamiento para el alma y el cuerpo, tanto en el interior al tomarlo, como en el exterior al aplicarlo con otros ingredientes. Basándose en la teoría de los humores, consideraba al vino caliente y seco, en comparación al agua que era fría y húmeda. Además, hizo hincapié en que se debía tener en cuenta la calidad, características y cantidad del vino para prescribir un tratamiento en razón además de la enfermedad, temperamento, constitución y hábitos alimenticios del paciente.

“El beber, sin tener costumbre y de repente, vino rebajado va a causar en la región intestinal superior un estado de humedad, y en la región inferior, flato. Y el beber vino puro, palpitaciones en las venas, dolor de cabeza y sed. El vino blanco y el tinto, aun siendo fuertes los dos, producen a los que alteran su uso habitual muchos trastornos en el cuerpo, de manera que uno diría que es menos extraño que el vino dulce y el fuerte, si se cambian de repente, no causen el mismo efecto.” (Hipócrates, Sobre la dieta en las enfermedades agudas, 37)



Según un catálogo de vinos contenido en los tratados médicos de la escuela hipocrática se puede hablar de una diferenciación basada en el color (blanco, claro, tinto, pajizo, ambarino), en la consistencia al degustarlo (ligero, concentrado, suave o intenso), en su sabor (dulce, seco, ácido) en el olor (oloroso, con olor a miel, sin aroma), en la edad (joven o añejo). Los médicos de la época asociaron vinos específicos con diferentes procedimientos terapéuticos.

“De los vinos, los tintos y ásperos son más secos, y no son ni laxantes ni diuréticos ni expectorantes. Resecan por su calor, al consumir la humedad del cuerpo. Los tintos suaves son más húmedos, y producen gases y son más laxantes. Los tintos dulces son más húmedos y más débiles, y producen gases al introducir humedad. Los blancos ásperos calientan, pero no resecan, y son más diuréticos que laxantes. Los vinos jóvenes son más laxantes que los otros, por estar más cerca del mosto y son más nutritivos, y también los aromáticos más que los que no tienen aroma, por ser más maduros, y más los gruesos que los ligeros. Los ligeros son más diuréticos. Y los blancos y los ligeros dulces son más diuréticos que laxantes, y refrescan, adelgazan y humedecen el cuerpo, y debilitan la sangre, desarrollando en el cuerpo el principio rival a la sangre.” (Hipócrates, Sobre la dieta, 52)

De acuerdo con la tradición las propiedades terapéuticas y farmacológicas del vino se podían resumir en que el vino tinto se consideraba, en general, fuerte y difícil de digerir, malo para el estómago, flatulento, que perturbaba el intestino y que emborrachaba y engendraba carnes, sobre todo el espeso o denso, aunque, en cualquier caso, el vino tinto se consideraba muy alimenticio, reconstituyente y calorífico, cualidades que destacaban la casi totalidad de los médicos, pues, como decía Galeno, estando próximo a los alimentos sólidos por su consistencia, poseía de forma natural las dos cualidades elementales para ser un buen alimento (humedad y calor). Se le veía también como el más adecuado para la generación de sangre, sobre todo el rojo, dulce y espeso, asimismo se le tenía por un buen generador de bilis negra y en consecuencia del humor melancólico por lo que no era conveniente para los pacientes que sufrían de melancolía. 

Detalle de mosaico de Lillebonne, Museo de Antigüedades de Rouen, Francia. foto de Gerard

El vino blanco se consideraba, en general, débil, ligero por naturaleza y de consistencia similar al agua. Y, quizá por eso (y sobre todo el seco), se creía que era un buen diurético, mejor que el tinto, y capaz, por lo tanto, de limpiar la sangre a través de la orina, aunque tendía a subirse a la cabeza. Dioscórides lo consideraba un buen digestivo. Pero, por el contrario, se le tenía como el menos alimenticio de los vinos y desde luego menos que el tinto. La variedad dulce sería, en todo caso, la más nutritiva. En cualquier caso, era un vino muy recomendado por los médicos en general, tanto del Corpus Hippocraticum como de los posteriores, y tanto para las dietas como para la vida cotidiana. Dioscórides afirmaba que el vino blanco, seco y sin agua de mar era el preferente para cualquier persona en la salud y en la enfermedad. 


“Además el blanco es sutil, se asimila bien y sienta bien al estómago. El negro es grueso y difícil de digerir y provoca embriaguez y aumento de carnes. El rojizo, al ser intermedio, tiene virtud intermedia con relación a cada uno de los otros. No obstante, debe elegirse el blanco tanto en caso de salud como de enfermedad.” (Dioscórides, De Materia Médica, V, 6, 2)

El pajizo se consideraba intermedio entre el tinto y el blanco en cuanto a propiedades y efectos sobre la salud, era alimenticio y moderador de los humores y los más ligeros y secos eran buenos diuréticos, mientras que los dulces y espesos eran más nutritivos que los ligeros y eran buenos generadores de sangre. Los médicos, generalmente, lo consideraban más calorífico que el tinto, por lo que producía más dolores de cabeza y alteraba la razón.

“De los vinos, uno es blanco, otro pajizo, otro tinto. El blanco es por naturaleza más ligero, diurético y cálido, y aunque es digestivo, hace arder la cabeza, pues es un vino que tiende a subir. En cuanto al tinto, el que no es dulce es muy nutritivo y astringente. En cambio, de los blancos y los pajizos la variedad dulce es la más nutritiva. En efecto, suaviza a su paso, y al espesar mucho los humores, afecta menos a la cabeza.” (Ateneo, Banquete de los Eruditos, I, 32, D)

En cuanto al aroma, se consideraba que tenía cierta influencia en la salud y solía recomendarse el empleo de sustancias aromáticas y perfumes en diversos tratamientos terapéuticos. El aroma de un vino podía depender no solo de la uva y el envejecimiento sino también de las varias sustancias aromáticas que se le solían añadir en el momento de la elaboración.

“Hay un tipo de aderezo y preparación de vinos salutíferos que curan diversas enfermedades y que muchos de los autores antiguos elogian por su experiencia. La preparación no lleva ninguna droga, sino que es sumamente simple, por ejemplo, con ajenjo, rosas, eneldo, poleo y sustancias de este tipo.” (Geopónica, VIII)

Pintura de Alma Tadema

Existía la creencia común de que los vinos dulces eran poco olorosos y menos aromáticos que los secos. Los médicos solían recomendar vino de buen olor en numerosas recetas (seco y/o añejo, habitualmente), y en muchas de ellas se añadían distintos ingredientes aromáticos, quizá por la necesidad de contrarrestar el mal olor de algún alimento o el que podía producirse en la boca o porque necesitaban prescribir fármacos que contenían componentes de olor fuerte o desagradable, y el vino, que podía emplearse como excipiente, servía entonces para neutralizar ese olor.

Así, por ejemplo, Columela explica la elaboración del vino de romero, que preparaba metiendo ramos de romero seco, atados con una cuerda de lino, en ánforas llenas del mosto obtenido tras los últimos prensados. Debían mantenerse así durante siete días de fermentación y retirarlos después. Después debía trasvasarse el vino a vasijas nuevas y tratarlo posteriormente con yeso. Se podía tomar al cabo de dos meses. Los autores antiguos decían que el romero tenía virtud calorífica y estimulante y se añadía a los fármacos que se utilizaban para evitar el cansancio. También se usaba para tratar los problemas de oídos y oculares, además de los cólicos y las diarreas.

“El mosto de recorte es el que se exprime del pie cortado en redondo después del primer estrujón. Este mosto lo echarás en un ánfora nueva, y la llenarás hasta lo alto; después echarás unas ramillas de romero seco liadas con hilo, y se dejarán hervir con el vino siete días: enseguida sacarás el manojo de ramillas, y lodarás exactamente el ánfora en que está el vino después de clarificado. Pero será bastante echar libra y media de romero en dos urnas de mosto. Se podrá emplear este vino como remedio al cabo de dos meses.” (Columela, De Agricultura, II, 36)

Fresco de Pompeya

En el Corpus Hippocraticum se dice que el vino dulce es más laxante y más expectorante que el seco y también que provocaba hinchazón del bazo y del hígado. Se consideraba, además, espeso y medianamente calorífico, no conveniente para bajar la fiebre. Se mezclaba con algunos fármacos para hacerlos más agradables de beber. El seco, en cambio, se tenía por más digestivo y diurético que el dulce, y más conveniente para la salud, sobre todo si era ligero y blanco o pajizo, aunque se creía que afectaba más a la cabeza.

“Es preciso establecer cómo hay que usar en las enfermedades agudas el vino dulce y el seco, el tinto y el blanco, la hidromiel, el agua y la oximiel, señalando lo siguiente: el vino dulce es menos pesado y se sube menos a la cabeza que el seco, es más laxante para el intestino que el otro, y provoca hinchazón del bazo e hígado. No es recomendable más que para los que sufren de bilis amarga, pues les da sed. Produce también flato en el intestino superior, aunque desde luego al inferior no le perjudica en proporción a los gases. Sin embargo, el flato que produce el vino dulce no tiene casi tendencia a salir, sino que se queda detenido alrededor del hipocondrio. Este vino dulce es también, por lo general, menos diurético que el blanco seco, pero, en cambio, favorece más que el otro la salida de esputos. Cuando da sed al beberlo, su acción expectorante es de mayor eficacia que la del blanco seco, y si no da sed, mayor.” (Tratados Hipocráticos, Sobre la dieta en las enfermedades agudas, 50)


Dioscórides, Wellcome Images

Los vinos más densos, en general dulces, y la mayoría de ellos tal vez tintos, se consideraban, por lo general, como muy nutritivos, y medianamente o muy caloríficos, pero también de digestión lenta, lo que podía provocar trastornos en el estómago e intestinos. Los médicos los introducían en sus recetas de diversos fármacos para usar tanto en el interior como en el exterior del cuerpo.

Los vinos más flojos y sin apenas consistencia alguna se consideraban muy poco alimenticios, nada caloríficos, los más diuréticos y los más indicados para los que tuvieran fiebre. Ayudaban, según Galeno a limpiar los pulmones, nunca producían dolores de cabeza y eliminaban las molestias producidas por los humores en el estómago.

"{4} El vino dulce que se hace de uva secada al sol, o tostada en los sarmientos y luego exprimida, se llama ‘crético’ (Krētikós) o ‘sin pisar’ (prótropos) o ‘pramnio’ (Prámneios) o ‘cocido’ (síraios), por obtenerse a base de mosto cocido, o se llama ‘cocción’ hépsēma. El negro, llamado melampsíthios, es grueso y muy alimenticio, mientras que el blanco es más delgado y el de color intermedio tiene también la virtud intermedia. Cualquiera de ellos es astringente, hace recuperar el pulso, es eficaz contra todos aquellos venenos mortales que aniquilan por ulceración, si se bebe mezclado con aceite y luego se vomita; también para el envenenamiento por meconio, por pharikón, por veneno de flechas, cicuta y la leche coagulada; también lo es para la vejiga y para los riñones afectados de mordicación y úlceras. {5} Pero son los más flatulentos y sientan mal al estómago. El melampsíthios, particularmente, es apropiado para los flujos del vientre. El blanco es más molificativo del vientre que los demás. El que contiene yeso es dañino para los nervios, produce pesadez de cabeza, es ardiente, inadecuado para la vejiga, pero es más apto que los demás contra los venenos mortales. Los que contienen pez o resina de pino son caloríferos y digestivos, pero inapropiados con eméticos." (Dioscórides, De Materia Médica, V, 6, 4-5)



Los médicos, en general, pensaban que el vino, con el paso del tiempo, iba ganando en fuerza y calor. Ateneo, por su parte, decía que el vino añejo ponía la sangre roja y fluida, que infundía vigor a los cuerpos, que era ligero y digestivo y, por lo tanto, que ayudaba a asimilar mejor los alimentos, y que se volvía más calorífico a la vez que envejecía.

“El vino añejo no sólo es más apropiado para la degustación, sino también para la salud, pues ayuda a asimilar mejor los alimentos y, al ser más ligero, es digestivo; infunde vigor a los cuerpos, pone la sangre roja y fluida, y procura sueños tranquilos.”
(Ateneo, Banquete de los eruditos, I, 26 A)

Sin embargo, advertía de que algunos vinos, pasados los años de maduración, producían dolor de cabeza y atacaban el sistema nervioso.

“Sobre los vinos itálicos dice el Galeno de la obra de nuestro erudito: El vino de Falemo está listo para beber pasados diez años, y (en su plenitud) desde los quince hasta los veinte; el que sobrepasa este tiempo produce dolor de cabeza y ataca el sistema nervioso." (Ateneo, Banquete de los eruditos, I, 26 C)



Los vinos nuevos eran flatulentos e indigestos, aunque diuréticos, por lo que los médicos solían preferir vinos de una edad intermedia. Dioscórides, por ejemplo, decía que el vino de tiempo medio (de unos siete años más o menos) era el que escapaba a las desventajas de unos y otros y el que había que elegir en la salud y en la enfermedad.

“El vino nuevo es flatulento, indigesto, provocador de malos sueños, diurético. El vino de edad mediana ha escapado a las desventajas de los otros dos, por lo que se ha de elegir en los casos de empleo tanto en estado de salud como en la enfermedad.” (Dioscórides, De Materia Médica, V, 6, 1)

A los vinos tratados con abundante agua de mar, como el de Cos, solía atribuírseles efectos laxantes. Dioscórides decía de ellos que, además de ser laxantes y producir sed, eran perjudiciales para la salud, sobre todo para el estómago y los nervios. Ateneo, en cambio, opinaba que, si estaban adecuadamente tratados con agua de mar, ni emborrachaban ni provocaban resaca, además ayudaban a asimilar la comida y estimulaban el estómago, aunque soltaban los intestinos.

“Los vinos mezclados muy cuidadosamente con agua de mar no producen resaca, aflojan los intestinos, estimulan el estómago, provocan flatulencias y ayudan a la asimilación de la comida.”
(Ateneo, Banquete de los eruditos, I, 32 E)



Los vinos tratados con yeso, decía Ateneo que producían dolor de cabeza, y Dioscórides que eran astringentes, nocivos para los nervios, producían pesadez de cabeza, sofocación y ahogo y dañaban la vejiga, aunque eran muy aptos contra los venenos mortales. Ocurría algo similar con los vinos tratados con cal o con mármol, sustitutos a veces del yeso en el tratamiento de los mostos. Los vinos que se trataban con resina podían producir vértigo y dolor de cabeza, pero eran buenos diuréticos y estomacales, muy adecuados para los que sufrían catarros y tos de forma habitual. Y los tratados con pez se tenían por caloríficos y purgantes, útiles para el hígado y el bazo, contra la tos, las digestiones pesadas, las flatulencias y el asma, entre otras cosas, aunque no era conveniente para los que tuvieran fiebre.

También se especifican las cualidades de los vinos según su procedencia geográfica. Ateneo describe las propiedades de vinos de la época.

De Italia

“El de Calesia es ligero, más digestivo que el de Falerno. De buena crianza es también el cécubo, fuerte, recio, envejece al cabo de bastantes años. El vino de Fundi es recio, muy sustancioso, ataca a la cabeza y al estómago, por eso no se bebe mucho en los banquetes.” (Ateneo, Banquete de los Eruditos, I, 27 A)

De Grecia

“El de Cnido es generador de sangre, nutritivo, y suelta el intestino. Pero bebido en exceso descompone el estómago. El de Lesbos tiene menor astringencia y se orina mejor. Riquísimo es el vino Quíos y, dentro del de Quíos, el llamado ariusio. Sus variedades son tres: uno es seco, otro, dulzón, y el intermedio entre ellos en sabor se llama autókratos (mezclado de por sí). Pues bien, el seco es agradable al paladar, nutritivo, y diurético; el dulzón es nutritivo, produce saciedad, ablanda el intestino; y el mezclado de por sí es intermedio en cuanto a su efecto. En general, el vino de Quíos es digestivo, nutritivo, generador de sangre buena, agradabilísimo, y produce saciedad por ser fuerte de graduación.” (Ateneo, Banquete de los Eruditos, I, 32 F-33 A)

De Egipto

“El vino de la Tebaida, y sobre todo el de la ciudad de Copto, es tan suave, tan fácil de asimilar y tan digestivo, que incluso si se les da a los enfermos con fiebre no les hace daño.” (Ateneo, Banquete de los Eruditos, I, 33 F)


Ánforas de distintas procedencias

Los médicos de finales del imperio y bizantinos recomendaban los vinos cuyo origen estaba en Fenicia y Palestina.

“Se pueden recomendar (a la hora de los postres) los vinos de Tiro y Ascalon, especialmente si están envejecidos porque estimulan la orina.” (Alejandro de Tralles)

No solo los médicos, sino también los agrónomos recomendaban el vino como ingrediente en los remedios utilizados para aliviar dolencias.

“Para los retortijones, para el vientre que no deja de fluir y para las tenias y lombrices que resulten molestas, coge treinta granadas en agraz, machácalas, échalas en una orza, y tres congios de vino tinto áspero. Tapa con pez el recipiente: ábrelo al cabo de treinta días y haz uso de él: bebe una hemina en ayunas.” (Catón, De Agricultura, 126)

Los médicos que apoyaban los principios griegos de terapia y recomendaban el vino para sanar eran conocidos como physikos oinodotes (filósofos naturales que recomendaban el vino como curación). 

En el siguiente epitafio se menciona a un médico, Menecrates, al que se denomina de tal manera.

“Menecrates, hijo de Demetrius, nacido en Tralles, cuyo nombre romano era Lucius Manneius, hijo de Quintus, fue médico y curaba con vino. Hizo su propio sepulcro. A Máxima Sadria, hija de Spurius, una esposa virtuosa y de principios.” (Museo Arqueológico Nacional de Volcei, Buccino, Salerno, Italia 130 b.C.)

Estela con epitafio. Museo Arqueológico de Volcei, Buccino, Salerno. Italia

Asclepíades de Prusia, nacido el año 124 a. C., y que ejerció la medicina en Roma y fue amigo de Cicerón, fue también considerado como tal por recomendar el uso terapéutico del vino.

“El famoso Asclepíades, el más importante -si se exceptúa a Hipócrates-, entre los médicos de primera fila, fue también el primero que descubrió que el vino constituye un eficaz remedio para los enfermos, pero que hay que administrarlo, desde luego, con prudencia y en el momento oportuno. Era un consumado experto en este tema, gracias a su agudo espíritu de observación, ya que había notado, con celo minucioso, el ritmo irregular o demasiado rápido de las pulsaciones de las venas.” (Apuleyo, Florida, 19)

Celso (siglo I a.C-I d.C.) escribió sobre los usos terapéuticos del vino, discutiendo los valores medicinales de los vinos de diferentes regiones, y para que enfermedades deberían recetarse. Para indigestión recomendaba:

“Aquellos que tienen una digestión lenta y por ello tienen un abdomen distendido, o a causa de alguna clase de fiebre sienten sed por la noche, deberían, antes de acostarse, beber tres o cuatro copas de vino con una pajita.” (De Medicina, I, 8, 36)




Dióscórides (siglo I d.C.) para quien en general el vino calienta el cuerpo, es digestivo, aumenta el apetito, ayuda a dormir y tiene propiedades vivificantes, dejó innumerables recetas para diversas afecciones entre cuyos ingredientes estaba el vino.

“Se prepara un vino contra el catarro, contra toses, indigestiones, flatulencias, exceso de humores de estómago: 2 dracmas de mirra, 1 dracma de pimienta blanca, 6 dracmas de lirio, 3 dracmas de eneldo, todo majado, átalo dentro de un lienzo a modo de envoltorio, échalo en 6 sextarios de vino. Después de tres días, cuélalo, almacénalo en una botella y haz que se beba después de un paseo, adminístralo puro y en cantidad de 1 ciato.” (Dioscórides, De Materia Medica, V, 55)

Rufus de Éfeso (I d.C.-II d.C.) escribió sobre el efecto del vino en los melancólicos.

“Rufo dijo al final de su libro: un melancólico que fue invitado a una boda bebió mucho vino, pero poco a poco. Cuando el vino se había extendido por todo el cuerpo, animó su espíritu y curó sus sentimientos de tristeza sobre lo que le había pasado. Cuando vio la alegría que este tipo de vino provocaba, lo empezó a usar cuando la enfermedad le llegaba, hasta que se curó completamente.” (Constantino el Africano, Sobre la melancolía, F.65)


La Convaleciente, pintura de Alma Tadema

Sorano de Éfeso (II d.C.) aconsejaba al hombre y la mujer evitar la borrachera de cara a la concepción y durante los primeros días de embarazo en los que aconsejaba no tomar nada de vino para evitar un posible aborto, pero pasados unos días podía empezar ya a beberlo según su costumbre, para que su dieta no se viera debilitada.

“Una vez que el esperma se ha asentado ha de alimentarse y se nutre a partir de las sustancias que contienen sangre y hálito vital, pero durante la ebriedad y la indigestión todo el vapor se echa a perder y el hálito vital se enturbia. Existe, por lo tanto, el riesgo de que el esperma se estropee a causa de las materias nocivas que le son suministradas. Además, el exceso de sangre provocado por la ebriedad supone un obstáculo para la fijación del esperma en el útero.” (Ginecología, I, 38)

También hace recomendaciones sobre la dieta y el consumo de vino que debe seguir una nodriza amamantando un recién nacido. Debería beber vino de forma progresiva para ir pasando al bebé las cualidades nutritivas del vino, pero evitando el riesgo de sufrir, por ejemplo, ataques epilépticos.

"La nodriza beberá agua los cuarenta primeros días al menos, después cierta cantidad de agua mielada durante dos o tres días. Cuando el niño se haya fortalecido y un régimen alimenticio le haya dado buenos colores, la nodriza beberá un poco de vino claro, no mezclado con agua de mar, muy poco áspero y de cierta solera. Aumentará la cantidad del vino progresivamente. De esta forma, el niño se encontrará nutrido con una leche que ha tomado las propiedades del vino, mientras que antes no está preparado para soportar impunemente una sustancia de esta categoría." (Ginecología, II, 26)



Galeno (II d.C.), uno de los médicos más reconocidos tras Hipócrates, y seguidor de este en muchos casos, menciona la función generadora de sangre del vino. Los vinos tintos y espesos son los más apropiados para la formación de sangre. La dosis de vino prescrito depende del estado del paciente, de su edad, sus hábitos, la estación del año actual y el lugar de residencia. Había que mantener un equilibrio entre la cualidad calorífica del vino y la cualidad fría de la constitución del paciente (especialmente en los mayores) y el ambiente.

“Dado que Galeno desea sanar a los enfermos, dado que su constitución es débil, él piensa del vino que puede transformarse en un humor en el estómago y transformarse rápidamente en sangre en el hígado y nutrir todo el cuerpo. Para la dosificación, hay que tener en cuenta los elementos constitutivos, especialmente los dinámicos, si es débil, le damos menos vino, si es fuerte, le damos más, la cantidad que pueda digerir; pero hay que tener en cuenta también la edad, si el viejo, necesita más vino, si concierne a la constitución de una persona con la fuerza de la edad, necesita menos vino; también hay que considerar el hábito; si concierne a alguien que bebe vino cuando está sano, le daremos más vino; si no le daremos menos; y menos en verano, más en invierno, e incluso más en Escitia, menos en Etiopía y así sucesivamente.” (Estéfano, Comentario sobre Terapéutica para Glaucón de Galeno)

Galeno, quien no identificaba ancianidad con enfermedad y afirmaba que la vejez era la constitución seca y fría del cuerpo, resultado de una larga vida, recomendaba el consumo del vino a los más mayores porque proporcionaba calor, razón, asimismo, por la que no deberían beberlo los más jóvenes, al ser el temperamento de éstos ya de por si caliente.

“La naturaleza de los jóvenes es pasional y la de los ancianos áspera, descorazonada y dura, que no se debe a los años sino al temperamento del cuerpo propio de cada edad. En efecto, el temperamento de los jóvenes es caliente y sanguíneo; el de los ancianos, poco sanguíneo y frío. Ésta es la causa por la que el consumo de vino es provechoso para los ancianos, pues conduce el frío, característico de la edad, a la buena proporción de calor, mientras que es muy perjudicial para los que están en época de crecimiento.” (Galeno, De los temperamentos, 10, 810)



También recomendó que tipo de vino era el más adecuado en cada momento del día, como, por ejemplo, después del baño, o cual, según la dolencia padecida. 

“Yo no siquiera les prohíbo que usen los vinos que se preparan con miel, y sobre todo a aquellos ancianos de los cuales hay alguna sospecha de formación de piedras en los riñones, o que padecen alguna podagra o artritis. El mejor vino dotado de una composición tal es el sabino. A este se le echa perejil, y este solo es suficiente para los artríticos. Pero en los que padecen cálculos se le mezcla algo de hierba betónica y de cestrum que se cría entre los celtas… Y si hubiera comido algo antes de bañarse y su estómago no tuviera necesidad de ninguna ayuda, que beba de los vinos blancos y que contienen poca agua también después del baño. Pero conviene evitar los espesos, dulces y negros, puesto que tales vinos obstruyen las vísceras.”

Aecio de Amida, el primer médico cristiano conocido, aconsejaba vinos tintos algo astringentes para personas con buena salud y para los convalecientes de enfermedades y para las náuseas en mujeres embarazadas. Para las úlceras e inflamaciones de la vejiga, recomendaba un fármaco preparado a base de almidón, bayas de mirto negro maduras, semillas de adormidera y vino dulce protropos.

Detalle de mosaico. Museo Arqueológico de Madrid

El llamado vino protropos se consideraba bueno para el intestino y un buen estomacal. Y era recomendado como aperitivo antes de las comidas y los médicos lo incluían en numerosas recetas y fármacos, sobre todo para los que padecían del estómago.

“Debe también beberla (el agua) en proporción con la cantidad (de los alimentos) para que se absorba antes en el organismo, y así el efecto del vino no se distribuya sin mezcla, ni corroa las extremidades de las venas al llegar a ellas. Pero si alguno de nosotros lo hace a desgana, que tome antes de las comidas algo de vino dulce caliente diluido, preferentemente del denominado «prematuro» (protropos), que es bueno para el estómago.” (Ateneo, Banquete de los Eruditos, II, 45 E)

El empleo más usual del vino solo, por vía externa, quizá fuese como remedio antiséptico, antiinflamatorio y cicatrizante para tratar y curar heridas, llagas, úlceras y otras lesiones externas o para detener hemorragias, igualmente externas, empapando en todos estos casos algún lienzo o lana y aplicándolo sobre cualquier herida o contusión o sobre la inflamación ocasionada por estas.

“Por tanto, siempre que se vende, debería lavarse la cavidad del absceso con vino mezclado con agua de lluvia o con una decocción de lentejas, cuando haya que contener la supuración; con vino mielado cuando haya que limpiarla; tras lo cual se vendará como antes. Cuando la supuración parezca contenida, y la cavidad limpia, entonces es el momento de ayudar al crecimiento de carne, ya sea irrigando con vino y miel a partes iguales, como aplicando una esponja empapada en vino y aceite de rosas.” (Celso, De Medicina, VII, 3, 3)

Fresco de Pompeya, Museo Arqueológico de Nápoles

Galeno favoreció el uso del vino para prevenir infecciones, llegando incluso al extremo de empapar las vísceras intestinales en vino antes de meterlas de nuevo en la cavidad abdominal en caso de evisceración. Insistió en que cualquier herida infectada debería lavarse con vino o aplicar una esponja o un trozo de tela empapados en vino a la herida. 

“Yo curaba a los heridos más graves cubriendo las heridas con un paño mojado en un vino astringente que se mantenía húmedo día y noche pasando una esponja por encima.”

Aríbalos, Museo del Louvre, Foto Marie Lan Nguyen

Desde comienzos de nuestra era la triaca fue el antídoto de mayor difusión contra los venenos. Su fórmula, alterada según las épocas, fue adquiriendo progresiva complejidad al entrar en su composición mayor número de ingredientes, incluido el vino, al que se suponía un potente antídoto. 

“Se preparará una vid triacal, pues su eficacia es tal que el vino, vinagre, uva o la ceniza de sus sarmientos servirá de triacal antídoto contra las mordeduras de todos los animales.” (Paladio, De agricultura, III, 28)

Pero el vino, además, podía ser utilizado en farmacopea para conseguir efectos en el organismo humano distintos a la curación de enfermedades corporales, tanto internas como externas, ayudando, por ejemplo, a disminuir la sensación de cansancio o a incrementar la sensación de placer. Solía utilizarse en estos casos en combinación con otros ingredientes, generalmente obtenidos de las plantas, o haciendo de excipiente, aunque también podía utilizarse solo.

“Durante el presente mes se hace el vino de cebolla albarrana de la manera que sigue: se pone a secar cebolla albarrana de lugares montañosos o marítimos, lejos del sol, hacia la salida de la canícula. En un ánfora de vino se echa una libra de ésta, pero cortando previamente las hojas sobrantes y malas que rodean su punta. Hay personas que cuelgan estas mismas hojas trenzadas con un hilo, de modo que queden en infusión y al cabo de cuarenta días sacan las ristras que están colgadas sin que se hayan mezclado con la borra. Este tipo de vino combatirá la tos, purgará el vientre, hará desaparecer la mucosidad, convendrá a los enfermos de bazo, dará agudeza visual y coadyuvará la digestión.” (Paladio, De Agricultura, VIII, 6)

Los vinos artificiales o vina ficticia se obtenían por maceración de un producto, generalmente, en el mosto. En términos generales se preparaban machacando la planta o plantas (raíz, hojas, tallo, ramos y/o frutos), troceando la fruta o triturando la resina (si era seca) y macerando estos productos en vino ya hecho o en mosto que luego se reducía por cocción o se dejaba fermentar de forma usual exponiéndolo al sol. Estos “vinos” eran recomendados y utilizados por los médicos para tratar diversas dolencias, pero ya Dioscórides advertía de que todos los vinos “preparados” recibían la virtud de los elementos mezclados y que, por eso, para los que conocían la naturaleza de aquellos era fácil conjeturar las virtudes de los vinos. Dioscórides indicó también que “los vinos preparados son inadecuados para las personas sanas y todos ellos son caloríficos, diuréticos y un tanto astringentes, estando recomendado su uso solo para los que no tienen fiebre”. Las fórmulas para su elaboración variaban entre los autores y solo se producirían en cada casa y se guardarían en la bodega familiar los más usuales y aconsejados por la experiencia o los que resultaran más cómodos y sencillos de elaborar según la facilidad de acceso que se tuviese a las plantas, resinas o frutas con las que se preparaban. Eran productos reconfortantes y sus virtudes terapéuticas aliviaban las afecciones digestivas.

Fresco de Casa de Julia Félix, Pompeya

Los vinos frutales se obtenían con alcohol de las frutas cuyo jugo era posible fermentar y se preparaban, sobre todo, en las regiones donde el cultivo de la vid era difícil, eran apropiados para su consumo en el campo y tenían aplicaciones medicinales.

“El vino de membrillo, al que algunos llaman mēlítēs, se prepara así: saca la simiente de los membrillos y córtalos en rodajas, echa 12 minas de ellos en una metreta de mosto durante 30 días; luego, cuélalo y almacénalo. Se prepara también de otra manera: tras majar y exprimir los membrillos, hay que mezclar 10 sextarios de su jugo con uno de miel y almacenarlo así. Es astringente, estomacal, conveniente para las disenterías, para los que padecen del hígado, del riñón y de dificultades urinarias.” (Dioscórides, De Materia Médica, V, 20)

El vinum conditum era cocido y especiado, tenía un gusto dulce y resinoso e incluía en su composición resinas (mirra), especias (pimienta, azafrán), flores (mirto, violetas), y otras plantas aromáticas, además de miel. Se tomaban como aperitivo, por ejemplo, el rosatum, con miel y pétalos de rosa.

Estos vinos, muy dulces por la gran cantidad de miel que llevaban, servían como bebidas “energéticas”, que eran tomadas por los soldados, campesinos y viajeros. Se les suponía un efecto reconfortante, y según Apicio se llevaban en los viajes por su buena conservación. 

VINO AROMATICO CON MIEL PARA EL VIAJE, que se conserva siempre y pueden llevarse los que se van de viaje.

“Echar dentro de un barril pequeño pimienta molida con miel espumada en lugar del vino aromático, y cuando se quiera beber, mezclar miel y vino según la cantidad a tomar. Si en lugar de un barril fuese un recipiente de cuello estrecho, añadir al vino con miel un poco más de vino, para facilitar la salida de la miel." (Apicio, De Re Coquinaria, I, 1.2)


Cantimplora de peregrino

Galeno recomienda a Marco Aurelio beber vinum piperatum (vino especiado con pimienta) para aliviar su dolencia, lo que el emperador acabará haciendo.

“Yo le respondí lo que sabía y le dije que, si alguien se encontraba en estas condiciones, yo le daría de beber vino con pimienta esparcida encima, según era mi costumbre. Pero que, en el caso de los emperadores, como los médicos acostumbraban a utilizar los remedios más seguros, bastaba con poner en la boca del estómago un mechón de lana humedecido con un ungüento de nardo caliente. Él replicó que siempre que tenía molestias en el estómago tenía por costumbre aplicarse el ungüento de nardo caliente envuelto con lana con púrpura y dio órdenes a Pitolao de hacerlo y de despedirme. Cuando le fue aplicado el ungüento y sus pies entraron en calor gracias a los masajes que le dieron con manos calientes, pidió vino Sabino y le echó pimienta.” (Galeno, Sobre el pronóstico, 11)

Esta receta con vino y sustancias olorosas se destinaba a eliminar los restos que quedaban dentro del cuerpo tras los partos y abortos. Además de contener eléboro, altamente purgante, entre sus ingredientes se encuentran sustancias muy aromáticas que lo hacían más apetecibles al gusto sobre todo de las mujeres.

“Toma de mosto una metreta [la metreta son 10 congios] sacado de uvas secadas al sol sobre zarzos y echa al vino 20 dracmas de yeso y déjalo durante dos días; échale un atado que contenga 30 dracmas de eléboro negro, 30 dracmas de esquenanto y 30 dracmas de cálamo aromático, medio quénice y un cuarto de bayas de enebro, de mirra y de azafrán una dracma de cada uno, y, una vez envuelto en un paño cuélgalo dentro del mosto durante 40 días. Después cuélalo y administra dos o tres ciatos mezclados con agua. Purga después de los partos y de los abortos. Destruye también los fetos y es eficaz contra los sofocos de la matriz.” (Dioscórides, De Materia Médica, V, 72, 19)


Pintura de Stabia, Museo Británico, Londres

El cálamo y el azafrán estaban indicados para tratar enfermedades específicas de las mujeres, pero este último tenía un precio desorbitado, pues, aunque podía encontrarse en la zona mediterránea, el coste de su producción era muy elevado por la dificultad en su cosecha. La mirra, en cambio, tenía su producción limitada a la zona de Arabia, Etiopía y Somalia, muy lejos del ámbito territorial de la civilización grecorromana, con lo que su transporte elevaba su precio, a pesar de que conservaba su fragante aroma y brillo desde su cosecha hasta su venta.

Por tanto, este tipo de medicamento estaría reservado especialmente a las mujeres de las élites griegas y romanas que podían permitirse pagar un medicamento con un aroma atrayente y que, si se hacía con vinum passum (de pasas) de buena calidad, mantenía su sabor dulce, tras los cuarenta días de reposo. Tanto si se utilizaba como remedio tras un parto o aborto natural, como para finalizar un embarazo no deseado, se buscaba un resultado efectivo que no conllevara un efecto desagradable al tomarlo.

Mirra

El vino en Roma tenía una alta concentración de acetato de plomo, un potente fungicida que en pequeñas dosis diarias puede ser mortal. Los antiguos romanos cuando tenían que cocer el vino preferían utilizar una olla de plomo, o una recubierta de este metal, pues decían que en las de cobre cogía mal sabor. El vino cocinado en estas ollas adquiría un sabor más dulce debido al “azúcar de plomo”, es decir, el acetato de plomo. Algunos expertos cocineros romanos consiguieron elaborar la forma cristalina de este azúcar para utilizarlo como edulcorante artificial. 

“Algunas personas cuecen el mosto que han echado en vasijas de plomo, hasta que disminuya la cuarta parte; otros hasta que disminuya la tercera; y no hay duda que si alguno lo cociere hasta que quede en la mitad hará una sapa mejor, y por lo mismo más útil para los usos que se destina, de tal suerte que aún puede servir en lugar de arrope al mosto de las viñas viejas." (Columella, De Agricultura, XII, 19)

El efecto de ingerir una gran cantidad de plomo podía provocar deterioro mental, falta de memoria, agresividad, fallos renales y, sobre todo, gota, sin olvidar un fatal desenlace. Marcial, Juvenal u Ovidio hacen mención de esta enfermedad que se daba principalmente en las clases altas y que en ocasiones se trataba como una epidemia. 

La enfermedad era llamada saturnismo por la demencia que el dios Saturno demostró al devorar a sus hijos.

Relieve de Cronos (Saturno) dispuesto a devorar a su hijo

Debido a que la salubridad del agua en la época no ofrecía garantías, era costumbre social prescindir totalmente de ella, o mezclarla con el vino, cuya graduación alcohólica servía como antiséptico. 

“Ni siquiera sabría decir cuánto tiempo soporté bebiendo sólo agua, pero sí que lo hice complacido y cómodo, aunque antes siempre había sentido aversión por el agua y me había dado náuseas. Cuando cumplí con este mandato me liberó de beber sólo agua y me fijó la medida de vino; la expresión con la que lo hizo fue hemina real. Era evidente que me estaba indicando medio cotilo. Me limité a beber esta cantidad y me bastaba como antes no lo habría hecho el doble. Había veces, incluso, que me sobraba porque escatimaba el vino no fuera a ser que me causara algún mal.” (Elio Arístides, Discurso Sagrado III) 

Museo del Bardo, Túnez

Aunque los médicos de la antigüedad recetaban habitualmente el vino como un remedio saludable, también había recomendaciones para no tomar vino en casos contraindicados, aunque algunos pacientes no hicieran caso de las advertencias.

“Bebedor notorio, Frige era, Aulo, tuerto de un ojo y legañoso del otro. A éste el médico Heras le tenía dicho: “Cuidado con beber; como bebas vino, no verás nada”. Entre risas, dijo Frige a su ojo: “¡Cuídate!”. Y sin pérdida de tiempo se hace preparar unos cuartillos, pero bien seguidos. ¿Preguntas por el resultado? Frige bebió vino; el ojo, veneno.” (Marcial, Epigramas, VI, 78)

Antioquía, Turquía


Bibliografía 

https://eprints.ucm.es/46855/1/T39705.pdf; Vides y vinos de la antigua Grecia; Salustiano Morala Fernández
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=163846; El vino como alimento y medicina en la sociedad romana; Carolina Real Torres
http://journals.mu-varna.bg/index.php/ssp/article/view/5610; WINE AS A MEDICINE IN ANCIENT TIMES; Piareta Nikolova, Zlatislav Stoyanov, Dobrinka Doncheva, Svetla Trendafilova
http://www.aascit.org/journal/health; Wine in Graeco-Roman Antiquity with Emphasis on Its Effect on Health; Francois P. Retief, Louise Cilliers
https://brill.com/view/title/20068; Greek Medicine from Hippocrates to Galen; Jacques Jouanna
https://www.researchgate.net/publication/16449292_Lead_and_wine_Eberhard_Gockel_and_the_Colica_Pictonum; LEAD AND WINE EBERHARD GOCKEL AND THE COLICA PICTONUM; JOSEF EISINGER
https://www.researchgate.net/publication/316427609_The_Influence_of_Ancient_Rome_on_Wine_History_Research_Paper; The Influence of Ancient Rome on Wine History; Yipaer Aierken
https://www.academia.edu/9302503/The_Roman_Vina_Condita_The_Origins_of_Absinthe_and_others_liquors; The Roman Vina Condita: The Origins of Absinthe and Other Liquors; Amalia Lejavitzer Lapoujade
The Alphabet of Galen, Pharmacy from Antiquity to the Middle Ages, Nicholas Everett (Critical Edition)
https://www.researchgate.net/publication/340393740_Wine_and_Myrrh_as_Medicaments_or_a_Commentary_on_Some_Aspects_of_Ancient_and_Byzantine_Mediterranean_Society; Wine and Myrrh as Medicaments or a Commentary on Some Aspects of Ancient and Byzantine Mediterranean Society; Zofia Rzeźnicka, Maciej Kokoszko
https://www.jstor.org/stable/27926305?seq=1; The Use of Ascalon Wine in the Medical Writers of the Fourth to the Seventh Centuries; Philip Mayerson

Pater familias, el padre de familia en la antigua Roma

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Familia romana. Pintura de Alma Tadema
Pintura de Alma Tadema

La familia era la base de la sociedad romana y al frente estaba el pater familias, bajo cuya autoridad y protección se hallaban, generalmente, la esposa, los hijos, los esclavos de su propiedad y los clientes, en caso de que la familia tuviera la relevancia necesaria como para tenerlos. Por tanto, todos los miembros de la unidad familiar estaban sometidos al poder absoluto e ilimitado (potestas) del pater familias.

“Apio, anciano y además ciego, con cuatro hijos y cinco hijas, gobernaba tanto su casa como su hacienda. Mantenía su espíritu siempre tenso igual que un arco, y, ni siquiera, ya cansado por la edad, sucumbía. Mantenía su autoridad, el mando sobre los suyos. Le temían sus siervos, le respetaban sus hijos, pero todos le querían. En su casa estaban vigentes las costumbres patrias y la disciplina.” (Cicerón, De la vejez, XI)

En el caso del matrimonio cum manu, la esposa, uxor in manu, entraba a formar parte jurídicamente de la familia del marido, tanto en el aspecto personal como patrimonial, y se sometía al control disciplinario del esposo y sus parientes. Este poder permitía al esposo castigar y repudiar a la esposa, aunque en época de la República si tomaba tal decisión debía someterla al censor y ya durante el Principado, al ser poco frecuente el matrimonio cum manu, ese derecho marital se fue perdiendo. 

El médico Claudius Agathemerus y su esposa, Museo Ashmolean, Oxford


El ius necandi era el derecho que autorizaba al marido a dar muerte a la mujer en casos de ingesta de vino y de adulterio. Si el caso era descubierto in fraganti, podía el marido ejercerlo en el acto, puesto que los hechos estaban suficientemente acreditados, y tal prerrogativa estaría dictada por la costumbre y recogida en las llamadas leyes romuleas o sacra coniugalia, que facultaban al marido, en su calidad de tal, para ejercer el ius necandi sobre la mujer.

“Si la demostración de severidad en el caso anterior tuvo como motivo castigar un crimen terrible, la de Egnacio Mecenio tuvo una causa mucho más leve, ya que mató a palos a su mujer por haber bebido vino.
Además, este castigo no sólo no provocó una acusación, sino ni siquiera un reproche, porque todos pensaban que ella había pagado de un modo ejemplar la violación de la sobriedad.”
(Valerio Máximo, hechos y dichos memorables, VI, 9, 2)

El procedimiento de divorcio al igual que el adulterio no flagrante requería la citación de un consejo (consilium), cuya finalidad era eminentemente social e impedía tanto las críticas de la familia de la mujer, puesto que ellos decidían el destino del matrimonio conjuntamente con el marido, como cualquier posible sanción de parte de los censores.

Pintura de Alma Tadema


Bajo el poder del pater familias se hallaban inicialmente los hijos legítimos concebidos en un matrimonium iustum; pero junto a los hijos biológicos era posible que personas ajenas se incorporaran de forma voluntaria a la familia y, por tanto, acataran el poder del pater bien por adoptio, bien por adrogatio.

La adopción estaba sujeta a ciertas formalidades según la época. En la arcaica y clásica se efectuaba una triple venta ficticia del hijo por parte del paterfamilias originario al pater adoptante. Este último, en las dos primeras ventas lo remitía in mancipatio (emancipado) a su padre natural, pero a la tercera vez, en lugar de que el padre originario volviese a vender una vez más a su hijo (evitando la emancipación del mismo conforme a la ley de las XII Tablas) el adoptante reclamaba, de forma simulada, la patria potestad sobre el adoptado como si le perteneciese de antemano, así, el padre natural callaba y la adopción se consumaba. Este sistema se aplicaba sólo cuando el hijo era varón, ya que en los casos de mujer o nieto bastaba solo con la emancipación del pater originario sin la posterior manumisión del adoptante, seguida del acto de adopción. En la etapa de Justiniano el trámite se simplificó, ya que bastaba con que acudieran ante el magistrado todos los interesados, o sea, padre biológico, padre adoptante y adoptado, suprimiéndose así el paso previo de la triple venta.

“Adoptó a Gayo y a Lucio, después de habérselos comprado a su padre Agripa en su casa mediante el as y la balanza, y los promovió, aun jóvenes, a la administración del Estado, enviándolos también, una vez que fueron designados cónsules, a recorrer las provincias y los ejércitos.” (Suetonio, Augusto, 64)


Cayo y Lucio, nietos e hijos adoptados de Augusto


Cuando la adopción se realizaba estando el adoptado todavía bajo la autoridad paterna, se celebraba antes la ceremonia de la mancipatio, o compra simbólica, en casa del padre. La persona que quería adoptar al niño pronunciaba unas palabras rituales y mientras tocaba una balanza con una moneda. El proceso tenía que repetirse tres veces en presencia del pretor.

En cuanto a los requisitos para dar paso a la adopción, en el período antiguo y clásico sólo se necesitaba el consentimiento de los pater familias del adoptado y del adoptante, más no el del adoptado, posteriormente fue suficiente con que no se opusiese.

“Así, tomando Galba a Pisón de la mano, se dice que habló en estos términos: «Si te hubiera adoptado como ciudadano particular en presencia de los pontífices, según la Ley Curia, hubiese redundado en mi gloria incorporar a mi familia a un descendiente de Cneo Pompeyo y Marco Craso, y hubiera añadido el insigne abolengo de los Sulpicios y Lutacios al tuyo propio. Ahora, llamado como he sido por voluntad de los dioses y de los hombres a la dignidad imperial, tu noble naturaleza y el amor a la patria me han impulsado a ofrecerte, sin que ello suponga esfuerzo alguno por tu parte, el principado por el que luchaban nuestros mayores con las armas y que yo mismo alcancé por la guerra, a ejemplo del divino Augusto que colocó junto a sí en la cumbre de la gloria a Marcelo, hijo de su hermana, después a su yerno Agripa, a continuación a sus sobrinos y, por último, a su hijastro Tiberio Nerón.” (Tácito, Historias, I, 15)

La fórmula para la adrogatio fue cambiando dependiendo de la situación histórica. En una primera etapa el colegio de pontífices tenía un papel fundamental ya que corroboraba que se cumplieren los requisitos de edad, que no se tratara de una especulación dineraria y si era necesario el proceso para perpetuar una familia, y para ello se efectuaban tres preguntas o rogationes, al adrogante si deseaba tener al adrogado por iustus filius, al adrogado si deseaba que el adrogante adquiriera sobre él la patria potestas, y finalmente al pueblo representado por los comicios por curias se le inquiría para que consagrara la voluntad de los intervinientes en el acto. En una segunda época la voluntad de los pontífices se tornó decisiva y aquel que los presidía decidía por sí sólo la adrogación. Ya en la etapa del principado, se impuso la voluntad del príncipe efectuándose la adrogación por medio de un rescripto imperial. 

Sarcófago de los hermanos, Museo Arqueológico de Nápoles,
foto de Marie Lan Nguyen


La consecuencia de esta modalidad de adopción era que el adrogante asumía la potestas del adrogado como si fuera un descendiente nacido en justas nupcias, por lo cual este perdía los derechos de agnación propios de su familia, tomando el nombre de la gens y de la familia del adrogante, incluyendo el culto o sacra familiae, además de ceder todos sus bienes materiales e inmateriales.

"La aceptación de extraños para que se integren en una familia ajena en calidad de hijos puede hacerse ante el pretor o ante el pueblo. Cuando se realiza ante el pretor se denomina adopción; cuando se hace ante el pueblo se llama arrogación. Son adoptados <los hijos> cuando el padre, bajo cuya potestad están, los cede legalmente después de una tercera venta y cuando son reclamados por aquél que los adopta en presencia de quien ostenta la autoridad jurídica; en cambio, son arrogados aquellos que, teniendo por sí mismos plena autonomía jurídica, se ponen bajo la potestad de otro, siendo ellos mismos responsables de tal hecho. Ahora bien, las arrogaciones no se realizan a la ligera y sin un estudio previo. En efecto; a instancias de los pontífices se convocan los comicios llamados ‘curiados’ y se estudia si la edad de quien quiere efectuar la arrogación no es más bien idónea para engendrar hijos, o si se persigue de modo fraudulento la fortuna de quien es arrogado. Se dice que la fórmula del juramento que se presta en la arrogación fue redactada por el Pontífice Máximo Q. Mucio [Escévola]. Pero no puede ser arrogado quien no haya alcanzado la pubertad. Por otro lado, se denomina arrogación [adrogatio], porque esta forma de incorporación a una familia ajena se produce mediante proposición [rogatio] al pueblo. La fórmula de esta proposición es la siguiente: “Quered y ordenad que L. Valerio sea para L. Ticio jurídica y legalmente hijo, como si hubiera nacido de ese padre y de la madre de esa familia, y que tenga sobre él potestad de vida y muerte como un padre sobre su hijo. En los términos en que lo he expuesto os lo propongo a vosotros, Quirites”. (Aulo Gelio, Noches Áticas, V, 19)

Altar de la adopción (Adriano adoptó a Antonino Pío, quien adoptó a Lucio Vero Y Marco Aurelio), Éfeso, Museo de Historia del Arte de Viena. Foto Carole Raddato


Entre los derechos que la patria potestad otorgaba al pater familias sobre los demás miembros de la familia estaban el poder dar muerte o castigo a los hijos; venderlos como esclavos, abandonarlos tras su nacimiento, vetar sus matrimonios u obligarlos a divorciarse; cederlos a otra persona para que se aprovechara de sus servicios o prestarlos como garantía a un acreedor.

Tradicionalmente se había otorgado al pater la prerrogativa de actuar como un juez, que, tras consultar un consejo familiar, decidía la suerte del hijo que había cometido alguna falta grave, ateniéndose a los mores (costumbres) específicos de la familia.

El ius vitae necisque (derecho de vida y muerte) constituía el reconocimiento máximo del poder paterno; con base en él, el padre podía poner fin a la vida de sus hijos si lo consideraba necesario. Inicialmente, los límites los establecían el sentimiento religioso y la conciencia social, pero, durante la época republicana, el abuso podía dar lugar a la intervención del censor y a lo largo del Principado los emperadores, en caso de no haber causa justificada, llegaron a imponer la deportación con embargo del patrimonio incluido. Ya en el Bajo Imperio, el emperador Constantino sancionó por primera vez como homicidio la muerte de un hijo de familia.

“La legislación romana había dado completo poder al padre sobre su hijo y durante toda su vida, ya quisiera encerrarlo, azotarlo, mantenerlo encadenado dedicado a los trabajos del campo, o matarlo, incluso aunque el hijo estuviese ya empleado en asuntos públicos, admitido en los más altos cargos o elogiado por su entrega a la comunidad. Y en efecto, por esta ley hombres ilustres que estaban frente a los rostra lanzando al senado discursos gratos a los plebeyos, por los que conseguían gran renombre, fueron bajados de la tribuna y arrastrados por sus padres para sufrir el castigo que ellos decidieran. Y mientras eran conducidos por mitad del Foro, ninguno de los presentes tenía capacidad para liberarlos, ni cónsul, ni tribuno, ni siquiera el populacho adulado por ellos, que consideraba todo poder inferior al suyo propio. Omito decir a cuántos hombres valiosos mataron sus padres por haber llevado a cabo, guiados por su valor y celo, algún hecho noble que ellos no les habían ordenado, como se cuenta de Manlio Torcuato y de muchos otros, sobre quienes hablaré en el momento apropiado.” (Dionisio de Halicarnaso, Antigüedades romanas, II, 26)

Mosaico de Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia


En el mundo antiguo los amos tenían el poder de dar muerte a sus esclavos, pero el pueblo romano lo mantuvo también para el padre sobre su descendencia, aunque, es verdad, que el pater familias tenía la facultad de aplicar castigos más suaves.

“Por esta misma época Quinto Fabio Máximo asesinó, teniendo como ayudantes en el parricidio a dos siervos, a un hijo suyo todavía adolescente, que se había retirado al campo; e inmediatamente manumitió a los esclavos como pago por su criminal acción. Llamado a juicio fue condenado bajo la acusación de Gneo Pompeyo.” (Orosio, Historias contra los paganos, V, 16)

Según la narración anterior parece que ya hacia finales del siglo II a. C., la patria potestas no podía ser ejercida arbitrariamente, no siendo aceptable que un pater condenase sin más a muerte a su hijo.

En el siguiente caso el hijo de Tarius fue sorprendido planeando el homicidio de su propio padre, por lo que este convocó a una multitud de importantes personalidades a su consejo, incluido el mismo César Augusto (quien por estar dotado de la tribunicia potestas tenía la facultad para sancionarlo), para que le ayudaran a juzgar la causa. El resultado de tal investigación fue la culpabilidad del hijo, quien en lugar de ser condenado a la pena capital fue únicamente desterrado por orden del pater a Marsella.

“A Tario, que condenó a su hijo al sorprenderlo mientras tramaba su muerte, después de celebrado el juicio todo el mundo lo admiró porque se contentó con exiliarlo, retuvo al parricida en el maravilloso exilio de Marsella y le proporcionó una renta anual, la misma que solía, pasarle cuando era inocente. Esta generosidad consiguió que, en una ciudad donde nunca falta un defensor a las peores gentes, nadie pusiera en duda que el reo había sido condenado con razón, porque lo había condenado un padre que no podía odiarlo.” (Séneca, Sobre la Clemencia, XV, 2)

Esta historia muestra que a menos que la culpa estuviese bien acreditada y la sanción bien establecida por la costumbre, era razonable que, para evitar la reprobación pública y un proceso abierto por su actuación, especialmente por parte de los tribunos, había que contar con un amplio respaldo moral al aplicar un castigo grave.

La norma jurídica obligaba al pater a ejercer su necis potestas sólo en los casos en que mediase una causa justa, como podía ser la comisión de un delito por parte del afectado o la defensa del honor familiar. Si la causa es de carácter delictivo, el pater podía proceder actuando como un tribunal, es decir, escuchando los testimonios de los afectados y la defensa que su hijo pudiera llevar a cabo. Si el asunto es muy delicado, era conveniente que invitase a esta deliberación a otras personas que podrían sentirse afectadas por la decisión que tomase, como los parientes de su mujer. También podría hacer partícipes a vecinos, o en general, a personas que podrían garantizarle buenos consejos, debido a su autoridad, como algunos miembros del Senado o al mismo César Augusto, como se ha visto. 




El rol social del consilium servía al pater para justificar la extrema medida que había tomado o moderar la que pudiera llevar a cabo en el futuro. Si no lo convocaba o no se comportaba a la manera de un tribunal, podía eventualmente ser sancionado, no tanto por el hecho de omitirlo, sino más bien por no tener una justa causa para dar muerte a su hijo o pariente. Incluso en el caso de comportarse casi como un juez o contar con el asesoramiento del consilium podía verse puesto en entredicho, aunque entonces podría aducir que su investigación había sido rigurosa y había recurrido a la autoridad de sus amigos con lo que probablemente evitaría la condena.

También en el caso que no haber convocado el consejo o no actuar como lo haría un juez podía verse libre de acusaciones si la causa era justa y aprobada por la tradición.

“Y Pomponia Grecina, matrona ilustre, mujer de Plaucio, el que volviendo de Britania entró en Roma con el triunfo de ovación, acusada de religión extranjera, fue remitida al juicio de su propio marido; el cual, vista la causa, conforme al uso antiguo en presencia de sus parientes, y examinada la honra y la vida de su mujer, la dio por inocente.” (Tácito, Anales, XIII, 32)

En el Bajo Imperio, por una influencia notable del cristianismo sobre las instituciones civiles romanas, el ius vitae et necis deja de ser una facultad ligada a la patria potestad y comienza a ser considerado como un crimen público: parricidio. Tradicionalmente el parricidio era la muerte de un padre a manos de su hijo, pero las leyes fueron cambiando hasta llegar a considerar parricidio cualquier muerte dentro de la familia. La pena impuesta por el emperador al parricida eras la poena cullei, en la que el parricida era metido en un saco o con serpientes o con un perro, un gallo, una víbora y una mona, y echado a un mar o río, según la época y las circunstancias de cada región. 

Poena cullei, martirio de san Julián. Foto Granger


Por su parte, Valentiniano, Teodosio y Arcadio (335 d. C.) negaron la posibilidad del indulto a los parricidas y dejaron ver que la influencia cristiana afectaba a la elaboración en sus constituciones.

El ius exponendi (derecho de exposición) era la facultad reconocida al padre de familia de exponer en un lugar público a los hijos recién nacidos, abandonándolos a su destino, derecho que también se recogía en el derecho provincial de Egipto, pero no se practicaba en el cristianismo primitivo.

“Hilarión a su hermana Alis, muchos saludos. También a mi señora Berous y a Apollonarion. Sabed que seguimos estando en Alejandría. No os preocupéis. Voy a permanecer en Alejandría. Te pido y te ruego que cuides de nuestro pequeño, y en cuanto recibamos la paga, tengo intención de enviártela. Si, entre todo lo que puede suceder, tienes un hijo y es varón, tenlo, pero si es hembra, abandónala. Le has dicho a Afrodiaias: «no me olvides», pero ¿cómo podría olvidarte? Así que te pido que no te preocupes. Año 20. Pauni 23.” (Papiro de Oxirrinco, 744)

Si el padre no reconocía al niño, bien por su origen bastardo, por deformidad, por tener un número excesivo de hijas, o por carecer de medios para su sustento, se abandonaba en un basurero para dejarlo morir de hambre o para que fuera recogido por alguien que quisiese hacerse cargo de él o criarlo como esclavo.

“Destruimos los fetos monstruosos, también a nuestros hijos, si nacen enfermos o malformados, los ahogamos; pero no es la ira, sino la razón, la que separa a los inútiles de los elementos sanos.” (Seneca, De Ira I, XV, 2) 




En el Bajo Imperio, si bien el derecho de abandono de los hijos nacidos no se suprimió, probablemente, por razones económicas y de subsistencia de la familia, sí se limitó legalmente, bien con la creación de un derecho de acogida y custodia permanente en favor de los terceros que acogían y criaban a los niños, bien con la concesión del derecho de la patria potestad

“Si alguien recoge un niño o una niña que ha sido expulsado de su hogar con el conocimiento y consentimiento de sus padre o amo, y lo cría y mantiene, tendrá derecho a quedarse con dicho niño/a con el mismo status que tenía cuando se hizo cargo, es decir, como su hijo/a o esclavo/a, lo que prefiera. Cualquier proceso para la recuperación por parte de aquellos que a sabiendas y voluntariamente abandonaron a los recién nacidos, ya sean esclavos o libres, será desestimado.” (Del emperador Constantino a Ablavius, Prefecto del Pretorio, año 331. Código Teodosiano, V, 9, 1)

El pater familias tenía también reconocido el ius vendendi o facultad de enajenar a los hijos, inicialmente para emanciparlos y, a partir de la crisis económica del siglo IV, como venta real del recién nacido para evitar la exposición de los hijos; fue tolerada por Constantino (que reconoció al padre el derecho de rescatar al hijo mediante el pago del precio recibido por la venta o la entrega de otro esclavo) y confirmada por Justiniano que limitó la venta a casos de extrema pobreza.





Este derecho nació con el fin de permitir a los padres el poder renunciar al ejercicio de la patria potestad. La emancipación fue un derecho en beneficio del pater familias, pero no de los hijos. No existía ningún impedimento legal al ejercicio de este derecho. Como consecuencia los emancipados sufrían un cambio de status y se convertían en extraños para la familia. Además, el padre de familia podía emancipar a los hijos en cualquier edad.

Los hijos vendidos ocupaban una posición equivalente a la de los esclavos, con lo que no podían heredar ni ser legatarios, salvo que fueran manumitidos en el mismo testamento. A diferencia de los esclavos, no podían ser maltratados de ninguna manera, y podían obligar a su adquirente a ser manumitidos.

“No se detuvo aquí el legislador de Roma en el poder dado al padre, sino que incluso se le permitió vender a su hijo, sin pararse a pensar si alguien consideraría esta concesión como cruel y más dura que lo que sería adecuado al cariño natural. Y una cosa que especialmente extrañaría a alguien educado en las liberales costumbres griegas, considerándola rígida y tiránica: permitió al padre negociar hasta tres veces con la venta de su hijo, dando más poder al padre sobre su hijo que al dueño sobre sus esclavos. Ya que el esclavo que es vendido una vez y luego obtiene la libertad es ya en adelante dueño de sí mismo, pero un hijo vendido por su padre, si quedaba libre, pasaba de nuevo a la tutela de aquél; y vendido y liberado por segunda vez era esclavo, como al principio, de su padre. Tras la tercera venta quedaba libre de su progenitor."(Dionisio de Halicarnaso, Antigüedades romanas, II, 27)




Al rey Numa se atribuía la prohibición de vender al hijo que había sido comprometido en matrimonio.

“Si un padre permite a su hijo tomar mujer que será partícipe, según las leyes, de sus ritos y bienes, ya no tendrá el padre poder de vender al hijo.” (Dionisio de Halicarnaso, Antigüedades romanas, II, 27)

El ius noxae dandi era el poder que ejercía el pater, como jefe de la familia, para evadir la responsabilidad de un delito cometido por alguna de las personas que se encontraban bajo su potestas a través de la entrega del responsable a su víctima.

En cuanto al matrimonio, aparte del consentimiento de los cónyuges, en la época arcaica debía contarse con el consentimiento del pater familias de cada uno de los contrayentes, si estos estaban sometidos a su patria potestad. Más adelante solo era necesario que los pater familias no se opusieran. En la época alto-imperial se pusieron límites al poder paterno obligando al jefe de la familia a prestar su consentimiento, aunque voluntariamente no quisiera hacerlo. Cuando el que estaba revestido de la potestad no podía expresar su consentimiento por estar ausente o prisionero de guerra, podía prescindirse de este requisito después de los tres años de ausencia o cautiverio, e incluso antes, si se consideraba probable que no se opondría a la celebración del matrimonio. En caso de no poder prestar consentimiento por demencia, incapacidad mental o negarse sin motivo suficiente, habría que recurrir al magistrado y tener en cuenta a los miembros más relevantes de la familia. Por último, necesitaban también el consentimiento paterno las emancipadas menores de edad.

“Y tú no te resistas a esposo semejante, novia. No conviene resistirse a quien tu propio padre te entregó, tu propio padre y tu madre a quienes debes obedecer. Tu virginidad no toda es tuya, también es de tus padres. Un tercio es de tu padre, otro tercio ha sido confiado a tu madre; solo el último es tuyo."(Catulo, Poemas, LXII, 60)

Ilustración de Angelo Todaro


Durante el Bajo Imperio Honorio y Teodosio ordenaron que se debía atender a la voluntad del padre, para el casamiento de las hijas que se encontraban bajo patria potestad. Si la hija estuviera emancipada, pero fuera menor de veinticinco años, se debería recurrir al asentimiento. Si estuviera privada del padre se pediría el parecer de la madre, de sus parientes y de ella misma.

Otros derechos de los que disfrutaba el pater familias eran el poder nombrar tutores para su mujer e hijos para después de su muerte, nombrar un heredero, y un heredero para su heredero después de morir este, recuperar un hijo o nieto detenido por deuda, demandar o cobrar por la agresión o daños sufridos por algún miembro de la familia y recibir todos los bienes o créditos generados por los negocios de sus hijos.

Los hijos de familia sólo podían disponer de los derechos patrimoniales cuando fueran sui iuris (emancipados), en caso contrario todo lo que adquirieran revertía en el patrimonio paterno. Sin embargo, con el tiempo se acabó por reconocer una capacidad limitada patrimonial a los hijos a los que el pater entregaba un conjunto de bienes en concepto de peculium, que, si bien eran todavía propiedad del pater, podía administrar el hijo.

"¿Qué ocurre si un tercero traspasa una propiedad a un niño o promete pagarle dinero como regalo o a cambio de un servicio? La respuesta corta es que el pater familias recibe todo. Pero también significa que puede usar sus hijos, además de sus esclavos, como extensiones de sí mismo para amasar una fortuna para su patrimonio." (Digesto, XLI, 1, 63, prefacio)


Relieve de Viminacium, Museo Nacional de Belgrado, Serbia


A partir del fin de las Guerras Púnicas, Roma experimentó profundos cambios sociales por los que la sociedad de agricultores austeros y ejércitos de ciudadanos lentamente fue siendo desplazada por un sentimiento nuevo de urbanidad, comercio y cultura que resultaba incompatible con los antiguos valores familiares. La tendencia era que, aunque el padre conservaba la patria potestas para obligar a los hijos a cumplir sus deseos, un buen pater no imponía su voluntad, sino que atendía y tenía en consideración los deseos de sus descendientes.

“A mi juicio por lo menos, se equivoca de pe a pa quien cree que es más firme y estable la autoridad que se ejerce con la represión que aquella que se gana con la amistad. Este es mi sistema; esta es mi convicción. El que cumple su deber obligado por las amenazas, está en guardia mientras tema que sus faltas se llegarán a saber; si espera que permanecerán ocultas, vuelve a las andadas. Viceversa, aquel a quien ganas con tus beneficios, obra de buen grado, se esfuerza por corresponder, será idéntico en tu presencia que en tu ausencia. Esto es propio de un padre, es decir acostumbrar al hijo a portarse bien espontáneamente más que por miedo a otro; en esto se diferencian padre y amo; el que no sabe eso, confiese que no sabe gobernar hijos.” (Terencio, Los hermanos, I, 1)

Familia romana. Museos Vaticanos. Foto de Agnete


Las comedias de la época representaban a una sociedad romana de la época que no se encontraba ya dispuesta a aceptar que se usaran las facultades emanadas de la patria potestas de forma arbitraria. Mostraban a padres liberales que razonaban con sus hijos, o incluso aceptaban sus caprichos, antes que a padres severos que los castigaban.

Deméneto. — De hacerme a mí caso los otros padres, Líbano, serían tolerantes con sus hijos: ésa es la única forma de granjearse su afecto y su simpatía. Por lo que a mí toca, pongo todo mi empeño en hacerlo así: yo quiero ser amado de los míos; yo quiero tomar ejemplo de mi padre, que, por mor mío, fue y se disfrazó de marinero y engañó al rufián para llevarse a la joven de la que yo estaba enamorado. A su edad, no se avergonzó de una tal impostura, granjeándose así con sus bondades el afecto de su hijo. Yo estoy decidido a seguir su conducta. Es que mi hijo, Argiripo, me ha pedido hoy dinero para sus amores; y yo quiero de todos modos condescender a su ruego. [Yo quiero favorecer sus amores, quiero que sienta afecto por su padre.] Aunque su madre le tiene atado corto, cosa que por lo general son los padres los que lo suelen hacer. A mí, desde so luego, no se me pasa por las mientes cosa semejante; sobre todo, una vez que él me ha hecho digno de su confianza, no estaría ni medio bien que yo no fuera a hacer honor a su buen natural; él ha acudido a mí, como debe hacer un hijo respetuoso con su padre y por eso es mi deseo que disponga de dinero para su amiga. (Plauto, Asinaria, I, 1)




Por ejemplo, en la comedia de Plauto llamada Stichus el pater desea divorciar a sus hijas de sus maridos ausentes desde hace tres años. La cuestión es difícil, no sólo por la importancia de la decisión, sino también por la probable oposición de sus hijas, con las cuales el padre no desea enemistarse. Al tratar el asunto, les dice que ha consultado con sus amigos y junto con ellos ha decidido que deben divorciarse, ellas se oponen y refutan los argumentos del padre, el cual finalmente se rinde y decide volver a revisar la cuestión con sus amigos,

Antifón.— A fe mía que os he sometido a un buen examen a vosotras y a vuestra manera de pensar. Pero el motivo por el que vengo y por el que quería veros a las dos es el siguiente: mis amigos me aconsejan que os saque de aquí y os lleve a casa.
Pánfila.— Pero nosotras, que somos las interesadas, somos de otra opinión, porque, o no debías de habernos dado por esposas a nuestros maridos, si es que no estabas de acuerdo con ellos, o no está bien el llevamos de aquí ahora durante su ausencia.
Antifón.— ¿Es que voy yo a consentir que, estando yo en vida, estéis casadas con unos mendigos?
Pánfila.— 
A mí me gusta mi mendigo, lo mismo que a una reina le gusta su rey. A mí me animan los mismos sentimientos ahora en la escasez que antes en medio de las riquezas.
Antifón.— 
¿En tanto aprecio tenéis a unos aventureros y unos pobretones?
Pánfila.— 
En mi opinión, no fue al dinero al que me entregaste tú por esposa, sino a mi marido.
Antifón.— ¿Por qué os empeñáis en esperarlos, cuando hace y a tres años que salieron de aquí? ¿Por qué no queréis volver a vuestra situación anterior, estando ahora en la peor de las condiciones?
Pánfila.— Padre, es una necedad el obligar a los perros a la caza: una mujer que en contra de su voluntad es dada en matrimonio a un hombre, no es para él sino un enemigo.
Antifón.— ¿Estáis las dos decididas a no obedecer las órdenes de vuestro padre?
Panegiris.— Las obedecemos, porque no queremos abandonar a quienes tú nos diste en matrimonio.
Antifón.— 
Que lo paséis bien. Me marcho y les expondré a mis amigos vuestra resolución.
Panegiris.— Yo creo que nos tendrán por mujeres honradas si se lo expones a personas que lo son.
Antifón.— Ocupaos lo mejor que podáis de vuestra hacienda. (Plauto, Estico, I, 2)


Boda romana. Pintura de Emilio Vasarri


El pater familias era también fundamental en la educación de sus hijos como responsable de enseñarles los valores tradicionales romanos de pietas, firmitas y diligentia y la historia de Roma, además de formarles en su propio negocio u oficio.

“Cuando ya empezaba a comprender, él mismo (Catón) se encargó de enseñarle las primeras letras, aunque tenía un esclavo llamado Quilón, bien educado y que enseñaba a muchos niños; porque no quería que, a su hijo, como escribe él mismo, le reprendiese o le tirase de las orejas un esclavo, si era lento en aprender, ni tampoco quería agradecer a un esclavo tal enseñanza. Por tanto, él mismo le enseñaba las letras, le daba a conocer las leyes y le hacía practicar la gimnasia, adiestrándole, no sólo a tirar con el arco, a manejar las armas y a llevar un caballo, sino también a pegar con el puño, a soportar el calor y el frío y a vencer nadando contra las corrientes y los remolinos de los ríos. Dice, además, que le escribió la historia de su propia mano, y con letras grandes, para que el hijo pudiera aprovecharse de los medios de su casa para el uso de la vida, de los hechos de la antigüedad y de los de su patria.” (Plutarco, Vida de Catón, III, 20)


Sarcófago de Marco Cornelio Estatio. Museo del Louvre


El pater familias era también el jefe espiritual de la familia que dirigía los sacrificios y las oraciones ante el altar doméstico de los lares y quien tenía la obligación de realizar los cultos familiares y como uno más de sus deberes debía propiciar y ahuyentar a los espíritus de la casa para proteger a los suyos.

“Era el mes de mayo, denominado así por el nombre de los ancestros (maiores), que aún hoy conserva parte de la costumbre antigua. Al mediarse la noche y brindar silencio el sueño, y callados ya los perros y los diferentes pájaros, el oferente, que recuerda el viejo rito y es respetuoso con los dioses, se levanta (sus pies no llevan atadura alguna) y hace una señal con el dedo pulgar en medio de los dedos cerrados, para que en su silencio no le salga al encuentro una sombra ligera y cuando ha lavado sus manos con agua de la fuente, se da la vuelta, y antes coge habas negras y las arroja de espaldas diciendo: “Yo arrojo estas habas, con ellas me salvo yo y los míos”. Esto lo dice nueve veces y no vuelve la vista, se estima que la sombra las recoge y está a nuestra espalda sin que la vean. De nuevo toca el agua y hace sonar bronces temescos y ruega que salga la sombra de su casa, al decir nueve veces “Salid, Manes de mis padres,” vuelve la vista y entiende que ha realizado el ceremonial con pureza.” (Ovidio, Fastos, V)

Pater familias en los Lemuria



Bibliografía

http://rehj.cl/index.php/rehj/article/viewArticle/462; el origen de los poderes del “paterfamilias”, ii: el “paterfamilias” y la “manus”; Carlos Felipe Amunátegui Perelló
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7209641; La patria potestad en el derecho romano y en el derecho altomedieval visigodo; Guillermo Suárez Blázquez
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2201637; CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LOS CONCEPTOS DE PATRIA POTESTAS, FILIUS–, PATER–, Y MATERFAMILIAS: UNA APROXIMACIÓN AL ESTUDIO DE LA FAMILIA ROMANA; Mª Luisa LÓPEZ HUGUET
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4966626; Nota mínima sobre algunos modelos familiares en los tres primeros siglos del Imperio Romano; Rosa MENTXAKA ELEXPE
https://www.tdx.cat/handle/10803/403848#page=1; DERECHO, MUERTE Y MATRIMONIO: LA FAMILIA MATRIMONIAL EN EL MEDITERRÁNEO CRISTIANO, DESDE LA ANTIGÜEDAD AL FINAL DE LA EDAD MEDIA; Manuel Vial Dumas
EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO FAMILIA Y SU RECEPCIÓN EN EL ORDENAMIENTO JURÍDICO; Gabriel Muñoz Bonacic
http://docshare03.docshare.tips/files/13833/138334418.pdf; A Casebook on Roman Family Law; Bruce W. Frier y Thomas A.J. McGinn

Circus romanus, aurigas y caballos de carreras en la antigua Roma

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Mosaico de Trier, Alemania

Desde el inicio de la época imperial los juegos circenses se hicieron muy populares y se convirtieron en un espectáculo lúdico, en los que los encargados de guiar los carros eran ya conductores profesionales, cuya imagen era conocida por miembros de todos los ámbitos sociales y sus carreras eran seguidas por todo el público en general. Los conductores de carros eran los ídolos de la multitud y, ante los asistentes eran la cara visible del equipo (factio) al cual pertenecían.

“Después, entregado a su ambición de gloria, mandó que el pueblo subiera al Circo y que los aurigas compitieran de la forma acostumbrada. Allí también subió él, deseando contemplar el espectáculo. Y, como mucho antes había oído que el emperador Justiniano era hincha a rabiar del color «véneto», que es el azul, quería también en ese punto llevarle la contra y estaba resuelto a acomodarle la victoria al verde. Salieron, pues, los aurigas de los arrancaderos y se aplicaron a la tarea, y el caso fue que el que vestía de azul se adelantó y marchaba en cabeza. Le seguía pegado a sus ruedas el que llevaba el color verde. Cosroes pensó que éste lo había hecho adrede y, muy enfadado y con voz amenazante, gritó que el César se había anticipado de forma no reglamentaria y mandó que los caballos que iban delante se detuvieran, para que en lo que quedaba de carrera compitieran, pero yendo detrás. Una vez que se hizo tal como él mandó, a todos les pareció que de ese modo Cosroes y la facción verde eran los vencedores.” (Procopio, Las Guerras Persas, II, 11, 31)

Pintura en el Museo Nacional Romano de Mérida, España


La mayoría de conductores de carros pertenecían a la clase social más baja, siendo generalmente esclavos o libertos, por lo que además de ser famosos eran considerados infames al igual que otros colectivos que se integraban en los espectáculos públicos (actores, mimos, gladiadores o bailarines).

Mientras eran esclavos podían ser comprados y vendidos y transferidos de unos equipos a otros, sin ser siquiera consultados, por lo que era posible que llegaran a competir en todos los equipos, yendo de uno a otro.

“Marcus Aurelius Mollicius Tatianus, nacido esclavo, vivió 20 años, 8 meses y 7 días. Ganó 125 palmas; para los rojos 89, para los verdes 24, para los azules 5, para los blancos 7.” (CIL VI 10049)

Una vez que eran libres y se habían convertido en los favoritos del público, ellos podían actuar como sus propios agentes y ofrecer sus servicios al mejor postor.

Pintura en el Museo Nacional Romano de Mérida, España


Su nacimiento humilde y su profesión, enclavada dentro de los entretenimientos, provocaba el desprecio de las élites, que les consideraba deshonestos, desvergonzados, e inmorales, y, además, eran profesionales que cobraban, lo cual era visto, sobre todopor los aristócratas, como propio de gentes de baja consideración social que se ganaban el sustento con sus manos.

“Ten ya consideración, Roma, con tu cansado cumplimentero y con tu cansado cliente. ¿Hasta cuándo, dando los buenos días entre maceros y clientes de baja condición, ganaré cien cuadrantes en todo el día, siendo así que Escorpo en una sola hora se lleva como vencedor quince pesados sacos de oro recién acuñado?” (Marcial, Epigramas, X, 74)

Por el contrario, su habilidad, valentía y triunfos les trajeron la aclamación popular en el circo.

“Yo soy el famoso Escorpo, la gloria del circo clamoroso, tus breves aplausos y deleites, Roma, el que la envidiosa Laquesis, arrebatándome en mi noveno trienio, al contar mis victorias, creyó que era un anciano.” (Marcial, Epigramas, X, 53)

Detalle de mosaico, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia


La condición de héroes populares que llegaban a alcanzar atraía la envidia de los nobles porque algunos adquirían cierta relevancia social y eran honrados con monumentos e inscripciones que les recordaban, y, además, se relacionaban hasta con los emperadores que les hacían magníficos regalos y les encumbraban hasta altos cargos políticos, por lo que eran a menudo acusados de corrupción.

“Llamó para ocupar la prefectura del Pretorio a un bailarín que había actuado en Roma como actor, nombró prefecto de las guardias al auriga Cordio y prefecto de los víveres al barbero Claudio.” (Historia Augusta, Heliogábalo, 12,1)

Algunos de estos conductores de carros empezaban su aprendizaje muy pronto, apenas unos niños, y, por ello, podían tener una prematura muerte. Sextus Vistilius Helenus murió con 13 años, tras haber pertenecido a la facción verde y ser entrenado por Orpheus y ser luego traspasado a los azules, donde entrenó con Datileus. 



La enorme celebridad que rodeaba a los colectivos que trabajaban en los espectáculos llevó incluso a miembros de familias senatoriales y de los caballeros a la competición, y, aunque es cierto que estaba prohibido legalmente, no hay evidencias de que esa prohibición afectara realmente a los conductores de carros, que sufrían una menor deshonra social.

“Hubo otra exhibición que resultó a un tiempo más vergonzosa y más impactante, cuando hombres y mujeres, no solo del orden ecuestre, sino incluso del senatorial, aparecieron como intérpretes en la orquesta, en el Circo y en el anfiteatro, como gentes de la más baja condición. Algunos de ellos tocaban la flauta y bailaban en pantomimas, o actuaban en tragedias y comedias, o cantaban acompañados de liras; conducían caballos, mataban fieras salvajes o luchaban como gladiadores, algunos voluntariamente y otros contra su voluntad.” (Dión Casio, Historia Romana, LXI, 17, 3)

Caracalla, vestido de auriga.
Museo Británico, Londres


En la familia de Nerón, la Domicia, algunos de sus miembros habían conducido carros, como es el caso de su abuelo Lucio Domicio Ahenobarbo, que fue auriga en su juventud y llegó a ser cónsul. Para muchos ese comportamiento indicaba arrogancia falta de respeto a las leyes y las tradiciones.

“De este personaje nació Domicio, que fue más tarde conocido de todos por haber sido el albacea designado por Augusto en su testamento para ejecutar sus últimas voluntades, y que se distinguió no menos en su adolescencia por su habilidad como auriga que luego, cuando obtuvo las insignias triunfales a raíz de la guerra de Germania.” (Suetonio, Nerón, 4, 1)

Pintura de la casa de la cuadriga, Pompeya, Museo Arqueológico de Nápoles. Foto Roger Ulrich


El mismo Nerón fue tan aficionado a las carreras que primero corría de forma privada y luego comenzó a hacerlo en público, justificando que era una práctica que habían realizado los gobernantes de Roma para glorificar a los dioses romanos.

“Hablaba de que las competiciones de carros y caballos eran algo propio de reyes y cultivado por los antiguos caudillos; que los poetas las habían hecho ilustres con sus cantos, y que estaban destinadas a honrar a los dioses.” (Tácito, Anales, XIV, 1)

Durante su viaje a Grecia, Nerón participó en varios juegos entre ellos las Olimpiadas, en las que guio un carro con diez caballos. La conducción de un tiro de este tipo era difícil, poco habitual, peligrosa y, en el caso de Nerón, temeraria. La prueba, que debía consistir en dar doce vueltas al hipódromo, estaba por encima de la destreza de Nerón, quien terminó por caer del carro y estuvo a punto de ser atropellado. Una vez que había subido de nuevo al vehículo, fue incapaz de mantenerse firme por lo que, según Suetonio, abandonó. A pesar de ello, se le otorgó la corona triunfal.

“Condujo también carros en diferentes localidades, e incluso participó en los Juegos Olímpicos guiando uno tirado por diez caballos, a pesar de haber criticado al rey Mitrídates por este mismo motivo en uno de sus poemas; por lo demás, fue derribado del carro y vuelto a colocar en él, pero, incapaz de mantenerse firme, tuvo que desistir antes de que hubiera finalizado la carrera, lo que no le impidió recibir la corona.” (Suetonio, Nerón, XXIV, 2)


Pintura de Ettore Forti


El agitator era un conductor con gran experiencia y habilidad que llevaba las riendas de un carro con cuatro caballos (quadrigarius) que podía tener también responsabilidad en la dirección del equipo, sobre todo, en el Bajo Imperio. 
El agitator que llegaba a 1000 victorias se convertía en miliarius.

“... el que va a la cabeza de todos los agitatores miliarios es Epaphroditus, agitator de la facción azul, el cual, en tiempo de nuestro emperador Antoninus Pius Augustus, venció 1.467 veces, de ellas 940 en carreras de un solo carro por facción.” (CIL 10048)


Mosaico con imagen del equipo azul (factio veneta), 
Museo Arqueológico Nacional,  Madrid. Foto Carole Raddato

El conductor de carros con dos caballos (bigarius) era denominado auriga y constaba como menos experimentado. Esta clasificación no dependía de la edad, sino que un conductor de más de veinte años podía ser un inexperto profesional, aunque cualquiera podía convertirse en un quadrigarius si obtenía la experiencia y maestría suficiente. Eutyches murió a los 22 años cuando todavía era un auriga con poca experiencia (rudis auriga) y no se había convertido en un agitator.

"A los dioses Manes, al auriga Eutyches, de XXII años. Flavius Rufinus y Sempronia Diofanes dedicaron este monumento a su siervo que bien lo merecía. Descansan en este sepulcro los restos de un auriga principiante, bastante diestro sin embargo el manejo de las riendas. Aunque se atrevía a montar carros de cuatro caballos, no despreciaba los de dos. Los crueles hados, a los que no es posible oponer resistencia, tuvieron celos de mi juventud. Y, al morir, no me fue concedida la gloria del Circo, para evitar que me llorara la fiel afición. Malignos ardores abrasaban mis entrañas, que los médicos no lograron vencer. Te ruego, caminando, derrama flores sobre mis restos como cuando me aplaudan mientras vivía." (CIL II 4314)




Los aurigas y agitatores eran tan populares que el pueblo conocía la edad y el lugar de nacimiento de los más afamados, así como el número de sus victorias alcanzadas; y sus nombres e imágenes se encontraban por todos los sitios. Los poetas celebraban sus victorias y lloraban su muerte. 

“Que rompa las palmas idumeas, triste, la
Victoria; golpea, Favor, tu pecho desnudo con
mano cruel; mude el Honor sus atavíos y a las
llamas inicuas arroja en ofrenda, Gloria
entristecida, tu cabellera coronada. ¡Ay qué
crimen! Caes, Escorpo, malogrado en tu primera
juventud, y unces tan pronto los caballos negros.
Aquella meta, siempre veloz y ceñida para tus
carros, ¿por qué ha estado también tan cerca para tu vida?”
(Marcial, Epigramas, X, 50)

Estatua de Scorpus, Museo Pio Clementino, Museos Vaticanos


En los epitafios se insiste en la gloria alcanzada por el difunto mediante la práctica de su actividad deportiva, con referencia al favor popular y aclarando el motivo según el cual el difunto había agradado al pueblo, o la razón por la que su fama sería eterna, lo que constituye al mismo tiempo un consuelo y un elogio.

“Yectofian, auriga afortunado del bando de los verdes,
émulo de los antiguos que conocían el arte verdadero,
acostumbrado a guiar caballos, a rozar postes con la cuadriga y a llevar las riendas con su mano adonde se le antoje, no se alza así con la victoria el Tantálida de hombro marfileño: él se llevó la palma una vez, en cambio tú ya muchas veces.”
(Luxorius, Antología Palatina, 328)

Mosaico con imagen del equipo verde (factio praesina), Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
Foto Carole Raddato


En la inscripción dedicada al auriga Fusco por sus seguidores, hay una larga enumeración de elogios relativos tanto a las virtudes y cualidades morales del difunto como a su carrera deportiva, que pone de relieve la gloria alcanzada en vida por el difunto.

“Hemos consagrado un altar a Fusco, del equipo azul,
hecho con nuestros recursos, aficionados como éramos y devotos suyos, para que todos lo reconozcan como monumento funerario y prenda de afecto.
La fama la mantienes completa, por tus carreras has merecido alabanzas. Has competido con muchos; a nadie has temido, desdichado. A pesar de sufrir envidias, siempre has callado, íntegro. Has vivido honradamente, mortal, has ido al encuentro de tu destino. 
Quienquiera que seas tú, que lo lees, intenta ser como él. Detente, caminante, lee con calma, si recuerdas quién fue, si has conocido cómo fue este hombre.
Teman todos a Fortuna; tú, sin embargo, dirás solo esto:
‘Fusco tiene ya la inscripción de la muerte, tiene una tumba. La piedra cubre los huesos, ¡ya está bien! Fortuna, que te vaya bien’. Hemos vertido lágrimas por este inocente, y ahora verteremos vino. Rogamos que reposes plácidamente. ¡Ninguno comparable a ti!”
(CIL II 4315)

Aurigas. Ilustración de Papiro


Los romanos buscaron emular la buena suerte, los triunfos y la riqueza de los agitatores y aurigas llevando sus imágenes en amuletos o anillos en los que se incrustaba una gema del mismo color que su equipo favorito, o una inscripción que recordaba los entusiastas gritos de ánimo de la multitud, como, por ejemplo: NICA PRASINE (El equipo verde vencedor)





Los nombres de los aurigas y agitatores junto con el de los caballos principales eran conocidos por todos y corrían de boca en boca.

“A pesar de hallarse apartado de esos círculos, evocaba al resto de los ciudadanos y describía la agitación de la ciudad, el gentío, los teatros, el hipódromo, las estatuas de los aurigas, los nombres de los caballos y las conversaciones callejeras sobre esos temas, pues es realmente grande la pasión por los caballos, y ya se ha apoderado incluso de muchos hombres reputados de serios.” (Luciano, Nigrinus, 29)

Según Amiano Marcelino la plebe se entretenía a todas horas y en todo lugar hablando sobre los éxitos y fracasos de los aurigas y sus caballos, y los más ancianos aseguraban que el Estado no podría seguir existiendo si en la próxima carrera su auriga favorito  no era el primero en salir desde las barreras o fracasaba al rodear la meta.

“Entre éstos, aquellos que han vivido ya hasta la saciedad y dominan al resto gracias a su larga existencia, juran una y otra vez por sus canas y por sus arrugas que el estado no podrá subsistir si, en la siguiente carrera, su auriga favorito no sale el primero de la línea de salida y no realiza giros muy arriesgados con sus caballos de mal agüero.” (Amiano Marcelino, Historia Romana, 28.4.30) 


Circo de Arles, Galia (Francia). Ilustración de Jean-Claude Golvin


Sin embargo, a pesar de la admiración popular, la fama de los aurigas iba acompañada de una pésima reputación, debido a la supuesta vida libertina que se atribuía a los integrantes de cualquier espectáculo. Además, solían volverse arrogantes y maleducados, incluso en su relación con los espectadores.

“Cada vez que el circo, Ciríaco, jalea tu derrota
ensucias con infamias a los vencedores y al público.
No te quejas de que has perdido la vista con los achaques de la vejez ni criticas los latigazos flojos de tu mano. Pero, ya que propagas infamias contra el nombre de otro, ¿por qué no piensas que ellas encajan mejor en ti? No estás a la altura, pues perdiste arrojo y juventud: como esas cosas las tienen otros, las consideras meras infamias. Pero que el único castigo que reciban tus falsas habladurías sea que, derrotado siempre, sólo insultes.”
(Antología Latina, 306)


Museo Paleocristiano de Cefalonia, Grecia


A pesar del interés del Estado en convertir a los protagonistas de las carreras del circo en ídolos para entretener al pueblo, el auriga podía convertirse en un alborotador que podía disgustar al poder imperial. Su misma popularidad podía llevarlo a estar implicado en revueltas callejeras por la rivalidad que enfrentaba a los diversos partidarios de las facciones circenses. Una plebe contrariada podía rebelarse en cualquier momento contra el Estado, y la presencia de un agitator que movilizaba a la gente era la excusa para estas manifestaciones de violencia. En 355 d.C. la excusa para la revuelta popular fue el arresto del auriga Filoromo, ordenado por el prefecto urbano Leoncio. El pueblo, descontento, vio con este arresto la oportunidad de desatar su furia contra el prefecto. Según Amiano, toda la plebe salió a la calle e incluso cercó a Leoncio con temible ira, pero el prefecto no cedió, y envió a sus hombres contra ellos. 

“Pues bien, el primer motivo que suscitó una revuelta en su contra fue algo vil e insignificante. Y es que, cuando se dio la orden de detener al auriga Filoromo, toda la plebe le siguió dispuesta a defenderle como si fuera algo propio. De hecho, atacaron con terrible ímpetu al gobernador pensando que era una persona débil, pero él, firme y resuelto, envió a sus soldados y, tras apoderarse y torturar a alguno de los amotinados, sin ningún tipo de protesta ni de resistencia, les castigó con el destierro en una isla.” (Amiano Marcelino, Historia Romana, 15.7.2)


Museo de Historia de Girona


Los aurigas eran por tanto perseguidos por su fama de alborotadores sociales, pero también podían serlo por estar implicados en envenenamientos y por la práctica de la magia. En efecto, los aurigas poseían, aparte de su pericia como conductores de cuadrigas, fama de hechiceros y de expertos envenenadores, y se creía que utilizaban los conocimientos que tenían sobre magia y venenos para vencer al rival.

“Finalmente, después de castigar muchos hechos de este tipo, condenó a muerte a un tal Hilarino, un auriga que, al ser acusado, confesó que había confiado su hijo, un niño aún, a un hechicero, para que le enseñara algunos secretos castigados por las leyes, pues de este modo podría servirse en casa de estas artes sin ningún testigo. Pero como el verdugo no le vigiló con atención, el condenado escapó de repente y se ocultó en una capilla del grupo de los cristianos, aunque fue sacado de allí enseguida y murió decapitado.” (Amiano Marcelino, Historia Romana, 26.3.3)




La pasión por el equipo o un conductor y sus caballos en particular tenía una contrapartida en el odio de los partidarios de otros equipos, quienes, a veces, envalentonados por las posibles ganancias de las apuestas, encargaban a los magos tablillas de maldición con inscripciones e imágenes que invocaban  a los demonios para que mutilaran o mataran a los competidores y sus caballos.

La maldición dirigida contra el auriga rival o contra sus caballos recibía el nombre de deuotio, que consistía en una fórmula mágica que llamaba a las fuerzas infraterrenales a hacer morir, torturar o «atar» (es decir, paralizar física y/o anímicamente) a la persona señalada. Esta fórmula, a la que podía añadírsele dibujos, se grababa sobre una lámina metálica, habitualmente de plomo, que podía ser fácilmente doblada o enrollada, y que, tras haber sido escrita, se entregaba a las divinidades infernales mediante su colocación en una tumba, bajo la vigilancia del muerto, siguiendo un ritual con el que se pretendía aumentar su efectividad.

Una de estas tablillas proviene de Hadrumetum (Túnez), y fue encontrada en la tumba de un niño).

"Yo te conjuro, démon, quien quiera que seas, y te pido que, a partir de ahora, de este día y de este momento, tortures y mates los caballos de los verdes y de los blancos, y hagas chocar y destroces a sus cocheros Clarus y Felix y Primulus y Romanus y no los dejes con vida; yo te conjuro por el que te ha liberado de los dioses del mar y del aire. IAÔ, IASDAÔ, OORIÔ, AÊIA."(ILS 8753)


Museo Nacional Romano de Mérida


Los aurigas y los caballos eran envidiados por su fama y estaban expuestos a la ira de algunos aficionados que podían recurrir a la magia para controlar el resultado de una carrera y hacerlo favorable a sus propios deseos.

“Yo te vuelvo a conjurar por Gea a ti, akti(...)phi Eresquigal Neboutosouan, en el nombre de Hécate Trimorfa, portadora del látigo, la que hace temblar, la que porta una antorcha, Subterránea que calza sandalia de oro y chupa la sangre y cabalga. Yo pronuncio el verdadero nombre que hace temblar el Tártaro, la tierra, el fondo del mar y el cielo, phorbabor phorbabor phororba suneteiromoltieaio guardia Napupheraio necesidad Maskelli Maskello phnoukentabaoth oreobarzagra esthanchouchenchoucheoch para que me sirvas en el circo el ocho de noviembre y ates cada miembro, cada tendón, la espalda, las muñecas, los codos de los aurigas del equipo rojo: Olimpo, Olimpiano, Escorcio y Juvenco. Tortura su entendimiento, sus entrañas, sus sentidos, para que no sepan lo que hacen.

Húndeles los ojos para que no puedan ver, ni ellos ni los caballos que van a conducir: Egipcio y Calídromo, y cualquier otro caballo que sea uncido con éstos: Valentino, Lampadio, (...) y Mauro, que pertenece a Lampadio; Crisaspis, Iuvante e Indo, Palmato y Soberbio (...), Búbalo, que pertenece a Censorapo, y Erina. Y si va a conducir cualquier otro caballo aparte de éstos, o bien si cualquier otro caballo va a ser uncido con éstos, que los adelanten y no logre la victoria.”
(Cartago, siglo III, Papyrus C. Jordan ZPE 100)


Bulla etrusca. Museo Gregoriano Profano. Vaticano. Foto de Jean Paul Gramont


La magia podía también proporcionar un encantamiento para garantizar la victoria para uno mismo obligando a los caballos a correr, aunque estuviesen cansados.

“Si quieres que los caballos corran, incluso cuando están exhaustos, para que no tropiecen y que sean tan rápidos como el viento, y que ningún otro caballo les sobrepase, coge una lámina de plata y escribe sobre ella los nombres de los caballos y los nombres de los ángeles y el nombre del príncipe que los manda y di:

Yo os conjuro ángeles de la carrera, que corréis entre las estrellas, para que proporcionéis fuerza y coraje a los caballos que (X) va a guiar y a su auriga. Haced que corran y no se cansen ni tropiecen. Dejadles correr y ser tan veloces como un águila. No dejéis que ningún otro caballo se ponga delante de ellos, y no dejéis que ninguna otra magia o brujería les afecte.

Coge la lámina y escóndela en la pista de la carrera del que quieres que gane.”
(PGM III, lines 15-30)

Para protegerse contra estos maleficios, los aurigas recurrían frecuentemente a todo tipo de amuletos, como por ejemplo campanillas colgadas del pecho de sus caballos. Entre otros amuletos existían los contorniatos, especialmente los que contenían escenas referentes al circo o los que aparecían decorados con la cabeza de Alejandro Magno, a quien se atribuía una virtud de protección contra la magia. Los contorniatos eran unas medallas o monedas usadas como un importante medio propagandístico del Senado (pues eran acuñados por la prefectura urbana, magistratura ligada al Senado), mediante los cuales la aristocracia intentaba ganarse los favores de la plebe al distribuirlas durante los espectáculos.




Los conductores de carros procedían, generalmente, de las provincias orientales, ya que dicha ocupación contaba con una larga tradición en las ciudades bajo influencia helenística, y, por tanto, eran, mayoritariamente, libertos o esclavos.

“Aunque a Memnón lo engendró como madre suya
la Aurora, sucumbió él a manos del Pélida.
En cambio, a ti, hijo, si no me equivoco, de la Noche,
te ha madurado Éolo y has nacido en las cuevas de Céfiro. Y ya no nacerá ningún Aquiles que pueda superarte, pues, siendo Memnón por tu cara, no lo eres por tu genio.”
(Antología Latina, 293, El auriga egipcio que siempre ganaba)




Algunos de los más famosos aurigas, después de triunfar en Oriente, llegaban a Italia para igualar su fortuna. Estos vendrían seguramente precedidos por la fama de sus éxitos. Cuando los aurigas no eran conocidos, por venir de fuera de la ciudad de Roma, se ponia en marcha una estratégica campaña de propaganda antes de los juegos para ganarse los favores de la plebe, de modo que al comenzar éstos, los conductores de los carros participantes fueran ya conocidos por todo el mundo.

Éste es el caso de Símaco, quien trajo desde Sicilia a los mejores especialistas para la editio praetoria de su hijo Memio. Para su buen éxito necesitaba asegurarse el favor de la plebe, por lo que debía dar a conocer a sus aurigas anteriormente.

“Acabo de recibir una carta de Euscio con la que me ha comunicado que nuestros aurigas y algunos actores han sido embarcados y, de acuerdo con mis disposiciones, enviados a Campania. Que en consecuencia ordenen vuestras venerables personas que los exploradores más diligentes lleguen hasta la costa de Salerno para que los acojan y acompañen a Nápoles o traten de hallar algún indicio de su llegada. También quiero que nuestro amigo común Félix esté advertido de que, si llegan felizmente a Campania, ayude con provisiones y dinero a esas personas que han de sernos enviadas con una navegación sin escalas, porque mucho antes de los juegos debemos por una parte entrenarlos en uncir los caballos y por otra atraer las simpatías de la plebe hacia la novedad que representan.” (Símaco, Epístolas, VI, 42)

Detalle del mosaico de los caballos, Cartago, Túnez


Un cierto tiempo antes de los juegos, una multitud de carteles, con los nombres y la imagen de los aurigas, invadiría la ciudad, colocándose, como deja ver una ley del 394, en pórticos y otros lugares públicos.

Teodosio, Arcadio y Honorio, Augustos, a Rufino, Prefecto del pretorio

“Si una imagen que representa un pantomimo con vestido humilde o un auriga con su traje en pliegues desordenados o un despreciable actor se situase en los pórticos públicos o en aquellos lugares en municipios donde Nuestras imágenes están habitualmente consagradas, tal imagen será inmediatamente quitada, y no se permitirá nunca a partir de ahora observar imágenes de personas infames en un lugar respetable. No prohibimos que tales imágenes se ubiquen en las entradas de los circos o delante del escenario de un teatro.”
(Heraclea, 394, Código Teodosiano, XV, 7, 12)


Hermas de aurigas, Museo Palazzo Massimo, Roma


En la antigüedad se sabía que era tan importante la fuerza o la rapidez de un caballo a la hora de ganar una carrera en el circo, como la astucia del conductor para guiar su carro hasta la victoria. Ejercer como conductor de carros era un oficio que exigía mucho esfuerzo y dedicación, además de cierto atrevimiento para tomar riesgos y salir victorioso.

“Haz ver tu arte hípica obteniendo una victoria artística, de tu mente astuta, pues otro hombre que no tuviera experiencia, que desviara el carro de su curso en medio de la competición, vagaría de aquí a allí, y la inestable carrera de los caballos reacios no le enderezaría con el látigo ni con el bocado les haría obedecer. Conque ese auriga, al dar la vuelta lejos del poste de la meta sería arrastrado allí donde quisieran llevarlo los caballos desobedientes y arrebatadores. En cambio, aquel que fuera instruido en las argucias técnicas como muy diestro auriga, incluso si cuenta con caballos peores los mantendrá rectos y apuntará siempre al jinete que tiene por delante, siempre dará la vuelta más cerca en torno a la meta de la carrera y hará doblar su carro al galope alrededor del poste sin tocarlo nunca. Tú vigila y aprieta la rienda rectora, haciendo que el corcel de la izquierda gire cerca de la meta. Y, cargando el carro con tu peso, haz que se recline, poniéndote de lado, y acercándote, pero sin tocarlo. Conduce tu carrera con cierta medida necesaria, teniendo buen cuidado, de forma que parezca que la llanta de tu carro rodante toca la punta del poste con el cercano círculo de la rueda. Pero cuídate de la piedra, no vaya a ser que al arañar la meta con el eje se pierdan a la par tu carro y tus corceles. Y mientras conduzcas tu carro de un extremo al otro según transcurra la pista, obra semejante a un timonel. De dos maneras distintas —instigando con la fusta y derramando amenazas de golpear a los caballos— apremia al corcel de la derecha para que se deslice más velozmente por la pista, adaptando a sus mandíbulas aflojadas el bocado sin que le roce. Conviértete enteramente en un piloto que timoneara su nave en un recto curso, pues la mente del auriga con diestra voluntad es como el timón de un carro.” (Nono de Panópolis, Dionisiacas, XXXVII, 195) 

Museo de historia de Girona


Algunos conductores de carros llegaban a reunir grandes fortunas, conseguidas seguramente, más que por la generosidad de los promotores de las fiestas, por la competencia entre los diversos equipos, cada uno de los cuales intentaba atraerse a los mejores corredores.

El auriga más famoso de todo el Imperio Romano fue el hispano C. Apuleyo Diocles, que venció en más de mil carreras. Una inscripción hallada en Roma, fechada poco después del año 146, cuenta su historial circense. En 92 carreras se disputaban premios de dinero entre 30.000 y 60.000 sestercios. C. Apuleyo Diocles ganó en total 35.863.120 sestercios.

Convirtió a dos caballos en centenarios, ganadores de cien o más carreras; y a uno en bicentenario. Con Cotynus y Pompeianus, como caballos iugales, ganó en un solo año 99 veces. Aunque él mismo reconoce que otros competidores le sobrepasaron, como Fortunatus, del equipo verde que hizo 386 primeros con su caballo Tuscus, mientras que el mejor palmarés de Diocles con Pompeianus fue 152 veces como vencedor. 



Superó con sus triunfos a sus más famosos antecesores en el circo. Diocles participó en 4257 carreras de las que ganó 1462 y quedó segundo en 1437. En un solo año, obtuvo 134 victorias y en carreras de un solo carro, que eran las más apreciadas, obtuvo 18 triunfos. Desde la fundación de Roma, fue el primer auriga que venció ocho veces en carreras premiadas con 50.000 sestercios y, además, con los mismos tres caballos logró 29 premios de esta clase. Dos veces corrió en un día por un premio de 40.000 sestercios, con un tiro de seis caballos, saliendo victorioso las dos veces, cosa no conocida con anterioridad. Con siete caballos, enganchados uno al lado del otro y sin yugo, lo que no se había visto nunca, triunfó en una carrera de 50.000 sestercios y en una, de 30.000 sestercios, corrió y venció sin fusta. También él, que consiguió sus mayores éxitos con el equipo de los rojos, empezó primero corriendo por los blancos y siguió luego en los verdes.

“Cayo Apuleyo Diocles, auriga de la facción roja, de nación hispano lusitano, con 42 años, 7 meses y 23 días. Corrió por primera vez en la facción blanca, siendo cónsules Acilio Aviola y Cornelio Pansa (122 d.C.). Venció por primera vez en la misma facción siendo cónsules Manio Acilio Glabrión y Cayo Belicio Torcuato (124 d.C.). Corrió por primera vez en la facción verde siendo cónsules Torcuato Asprenate por segunda vez y Anio Libón (128 d.C.). Ganó por primera vez en la facción roja siendo cónsules Lenas Ponciano y Antonio Rufino (131 d.C.), condujo cuádrigas (durante) 24 años. (CIL 10048)


Mosaico del equipo rojo (factio russata), Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
Foto Carole Raddato


En el hipódromo de Constantinopla existió una modalidad de carrera, que no tuvieron en Roma y otras provincias, denominada diversium que consistía en que el ganador de la mañana competía con el carro y los caballos del perdedor por la tarde, habiendo además un cambio de equipos, si en la carrera matutina el vencedor había triunfado con los verdes en la carrera vespertina corría por los azules.

“Constantinus habiendo ganado veinticinco carreras en una mañana, cambió su equipo por el de su rival y corriendo con los mismos caballos a los que había vencido, ganó veintiuna veces con ellos. A menudo había una gran lucha entre las dos facciones para ver con quien participaba, y le daban dos túnicas (verde y azul) para elegir.” (Antología Griega, XVI, 374) 

Monumento a Porfirio con diversium en la escena inferior.
Museo Arqueológico de Estanbu
l


También participó en este tipo de carrera el auriga más famoso del siglo V d.C., Porfirio, quien fue reconocido estando aún con vida y en activo con varios monumentos en el hipódromo de Constantinopla. Varios epigramas permiten conocer su labor profesional, algunos recogidos de las inscripciones en dichos monumentos.

“A otros dio este honor el emperador, pero solo a Porfirio mientras aun corría. Porque frecuentemente condujo sus propios caballos a la victoria y luego lo hizo con los de sus adversarios, y fue de nuevo vencedor, por lo que surgió una entusiasta rivalidad por parte de los verdes y un sonoro clamor para él, oh rey que traes alegría tanto a los azules como a los verdes.” (Antología griega, XVI, 340)

Nacido en Alejandría, se crio en Constantinopla y adoptó el nombre de Calliopas hacia el final de sus días que se prolongaron por lo menos hasta los sesenta años. 

“¿Quién eres tú, querido joven, con tan poco vello en tu barbilla?
Extranjero, soy Porfirio.
¿Y tu país?
África.
¿Quién te ha dado honores?
El emperador, por mi labor en las carreras de caballos.
¿Quién lo atestigua?
La facción de los Azules.
Porfirio, tú deberías haber tenido a Lisipo, afamado escultor, para que diera fe de tantas victorias.”
(Antología griega, 340)

Monumento a Porfirio. Museo Arqueológico de Estanbul

“De joven venciste a los más mayores y ahora en tus últimos años triunfas sobre los conductores de cuadrigas. Habiendo cumplido ya sesenta años, tú has merecido, Calliopas, una estatua por tus victorias, por orden del emperador, para que tu nombre perdure en el futuro. ¡Ojalá fuera tu cuerpo inmortal como tu fama!” (Antología griega, 358).

Los conductores de carros llevaban una ropa especialmente diseñada para protegerse en caso de accidentes: los cascos estaban acolchados y las túnicas eran gruesas sobre las que se cruzaban unas bandas de cuero horizontales que rodeaban el torso. Las piernas también iban cubiertas por bandas que las rodeaban.


Imagen Granger


De entre los que lograban sobrevivir y llegar a una edad madura, los que se habían hecho muy famosos y muy ricos se dedicarían a vivir de sus ganancias, pero otros, no tan afortunados, se dedicarían principalmente a entrenar a los miembros del equipo que les hubiera contratado.

“A la sagrada memoria de Aurelius Heraclides, auriga de los azules y entrenador de los azules y los verdes. Marcus Ulpius Aposlaustianus lo erigió para un colega que lo merecía.” (CIL 6.10057)

Por los monumentos conmemorativos y funerarios se sabe que algunos estaban casados y tenían hijos.

En una lápida funeraria una liberta, Carisia Nesis, recoge los éxitos de su compañero, Scirtus, agitator del equipo blanco en el circo Máximo. Datada en el primer cuarto del siglo I d.C. indica que el difunto guiando una cuadriga, ganó 7 carreras, 39 veces llegó segundo y 60 tercero, ganando dos veces a las riendas de un carro tirado por seis caballos.


Lápida funeraria de Scirtus, Museos Vaticanos


Uno de los peligros de las carreras eran las caídas o naufragia de los carros en las que los conductores podían ser gravemente atropellados. Para protegerse y no perecer en estos accidentes, los aurigas, además de llevar casco, se anudaban a la cintura las riendas de los caballos para dirigir mejor el tiro y llevaban un cuchillo o daga para poder cortar las cuerdas en caso de una caída, con lo que evitaban ser arrastrados alrededor de la pista o arena.

Plinio describe una receta para aliviar las contusiones que los conductores de carros sufrían en las caídas durante las carreras.

“Las lesiones y contusiones se curan con excremento de jabalí, que se ha recogido en primavera y secado. Un método similar se emplea cuando alguien ha sido arrastrado por un carro de carreras o herido por las ruedas, o han tenido contusiones de otra forma, siendo necesario que el excremento esté fresco para que el remedio sea efectivo.” (Plinio, Historia Natural, XXVIII, 72)

Ilustración para Ben-Hur de Ben Stahl


Por lo visto hasta ahora parece que el héroe exclusivo de la arena era el auriga. Sin embargo, había otro héroe, aunque éste era un ser irracional: el caballo. La gente, apasionada por estos animales, hablaba frecuentemente de ellos, conociendo todas sus virtudes y defectos, y sabiendo de memoria el nombre de todos sus favoritos.

“Por mis versos de once pies y de once sílabas
y por mi gracia a raudales, pero no malsana, soy
conocido por todas las naciones, yo, el famoso
Marcial, y siendo conocido por todos los pueblos
—¿de qué tenéis envidia?—, no soy más
conocido que el caballo Andremón.”
(Marcial, Epigramas, X, 9)


Museo del Bardo, Túnez


En las carreras de cuadrigas, la disposición de los caballos jugaba un papel importante. Así, los dos del centro (iugales) corrían uncidos con un ligero yugo, en el que iba enganchado el timón del carro. Su función principal era, debido a su fuerza, la de tirar del carro y estabilizarlo. En el monumento conmemorativo de Diocles se cita a cinco caballos por su nombre que iban uncidos y con los que obtuvo numerosas victorias: Cotynus, Abigeus, Galata, Lucidus y Pompeianus.
Los funales eran los caballos que corrían solamente bridados, atados simplemente a sus vecinos por el exterior. Eran los encargados de dar velocidad y proporcionar seguridad en las vueltas. El situado más a la derecha (funalis interior), era el que respondía mejor a las indicaciones del auriga y contribuía, por ello, mejor que ningún otro del tiro, a facilitar el éxito de la carrera por su habilidad y destreza para tomar los extremos curvos de la spina lo más ceñidamente posible, pero sin tocarla y así evitar que la cuadriga volcase al girar y rodear la meta.

Todos los caballos necesitaban funcionar como un equipo y ajustar su marcha con la de los otros, además de interpretar las señales que el conductor del carro les daba sobre cuando ir más despacio o más rápido.

Estos animales aparecen frecuentemente representados en los mosaicos junto con sus nombres. A fin de que el espectáculo fuera lo más brillante posible, las facciones buscaban por todo el Imperio los mejores caballos de carreras, que procedían de las provincias.

Mosaico del Museo nacional Romano de Mérida


La cría de caballos para correr en el circo fue un negocio lucrativo siempre. En un mosaico de finales del siglo II, hallado en la casa de Sorothus, se representa una yeguada, con las madres y los potros, pastando en el campo.

El papa Gregorio el Grande, en la segunda mitad del siglo VI, vendió todos los caballos que pastaban en las propiedades de la Iglesia, en Sicilia y, aunque se quedó con cuatrocientos, esta cifra no era significativa en cuanto al gran número de los caballos vendidos.

“Oh caballo dichoso, a quien le fue posible merecer las riendas de un dios tan grande y obedecer a un freno sagrado; ya si tu crin jugó con el viento por las campiñas de Iberia, ya si en un frío valle de los capadocios te bañaron las nieves del Argeo mientras nadabas, ya si en tu rápida carrera acostumbrabas a rozar los sonrientes pastos de Tesalia, recibe estos arneses imperiales y, soberbio con tu crin erguida, baña de espuma las verdes esmeraldas de tu freno.” (Claudiano, Poemas menores 47)



Diferentes regiones del imperio criaban excelentes caballos de raza para las carreras, como Sicilia, Apulia y Calabria, en Italia; Numidia, en África; Capadocia, en Asia Menor; y Etolia, Epidauro y Acarmania, en Grecia.

“Sobre los caballos de Libia, he aquí lo que yo he oído a los libios. Son los más veloces y poco o nada asequibles a cansancio. Son ligeros y no metidos en carnes, pero dispuestos a soportar la desatención del amo.” (Claudio Eliano, Historia de los animales, III, 2)

En el siglo I los caballos más cotizados eran los hispanos y en el siglo III y IV los hispanos y los de Capadocia

“Para las carreras de carros, tiene fama la buena raza de los de Capadocia, pero se cree que les disputan la palma en el circo, por igual o muy cerca, los de Hispania. Tampoco los produce de inferior calidad para el circo Sicilia, aunque África suele dar los más veloces entre los de raza hispana.” (Vegecio, Medicina Veterinaria, III, 6)

Museo de Susa, Túnez. Foto de Ad Meskens


Pero como lo realmente importante era la victoria se elegía para correr en el circo a los caballos por su edad, apariencia, disposición, resistencia y destreza, más que por la yeguada a la que pertenecía. Se prefería a los machos, aunque algunas yeguas también corrían.

“Dime, descendencia de los troyanos, ¿quién puede considerar de buen linaje a las bestias mudas como no sean valiosas? Por eso sin duda alabamos al caballo veloz por quien se enfervoriza y exulta la victoria reiterada con fácil galardón en el Circo enronquecido.
Noble es aquél, provenga de la cuadra que provenga, cuya escapada de los demás es notable y la primera polvareda de la llanura es la suya.”
(Juvenal, Sátiras, VIII, 56)

Museo de Susa, Túnez. Foto Ad Meskens


El entrenamiento de las bestias empezaba al cumplir los tres años, pero no corrían antes de los cinco, y se escogían como sementales los machos más premiados.

“Por igual reclaman los domadores la juventud que el ardor de los ánimos y la rapidez de la carrera”
(Virgilio, Geórgicas, III, 118)

Los caballos del circo eran admirados por su rapidez, por la resistencia que demostraban en las continuas carreras e, incluso, por saber seguir las indicaciones de sus domadores y los conductores que les guiaban, además de por saber demostrar astucia en el desarrollo de la carrera.

“En el circo, efectivamente, uncidos a carros, dan pruebas indudables de su sensibilidad a las órdenes y a la recompensa. En los espectáculos circenses de los juegos seculares del emperador Claudio, tras tirar a tierra en el recinto de salida a Córax, el auriga de los blancos, tomaron el primer puesto y lo mantuvieron, cerrando, dispersando y haciendo contra sus adversarios todo lo que hubieran debido hacer si hubiese estado montado el auriga más experto, y daba vergüenza que la habilidad de los hombres fuese superada por unos caballos; una vez acabada la carrera, conforme a las reglas, se detuvieron junto a la greda.” (Plinio, Historia Natural, VIII, 160)


Museo de Susa, Túnez. Fotos de Ad Meskens


A finales de la República romana y a comienzos del Imperio, los caballos de carreras más famosos procedían de Lusitania, en donde las yeguas, según se afirmaba, eran preñadas por el viento. Todavía, en la antigüedad tardía, en torno al año 400, España y Portugal criaban muy buenos caballos de carreras, como se entiende por la correspondencia de Símaco en la que solicita a criadores de caballos de dichos territorios ejemplares para celebrar la prefectura de su hijo en Roma.

“No obstante, debo pedir antes indulgencia en nombre propio, por haber pasado por alto el derecho de elegir cuatro caballos de carreras que me habías otorgado. Quiero que creas que esta omisión no se ha debido a un desdén, sino que he suspendido mi selección, que no había sido estimulada por sus cualidades, sino refrenada, porque he comprobado que ninguno de ellos es ligero con el yugo ni dócil en la monta. Parece oportuno asediar tu diligencia con ruegos, para que con vistas al ejercicio de la pretura de mi hijo se dispongan unos que sean notables por su aspecto y por su carrera. Hemos estado antes en boca de la gente por el esplendor repetido de nuestra exhibición: parece que se debe satisfacer una expectación que ha crecido con los precedentes. ¿Por qué recomendar a tu amor para gloria nuestra una causa que debe desviar durante algún tiempo hacia los ambientes populares la severidad de tu vida y la gravedad de tu espíritu? Se te llevará desde mi casa el precio que juzgues que se debe pagar a los dueños de las cuadrigas de raza; de tu amistad sólo preciso cuidado en la elección, algo fácil de lograr, dado que Hispania es rica en ganado caballar y hay gran número de manadas que dan ocasión para un examen.” (Símaco, IV, 58 A Eufrosio)

Museo Nacional Romano de Mérida


Como los caballos entrenados para los ludi circenses procedían, por lo general, de regiones específicas, era habitual que los criadores los exportaran para carreras que se realizaban en otros puntos de la geografía romana distintos al de su origen. En consecuencia, su transporte era imprescindible; el cual se desarrollaba por vía marítima y mediante unas naves específicas.

Las embarcaciones evolucionaron, desde la utilización de triereis que ya no se usaban y se transformaban para este cometido, hasta la creación de una nave  especializada para el transporte de caballos, el hippagogós, lo cual destaca la importancia que con el tiempo adquirió el traslado de estos animales por todo el imperio.

Detalle de la Columna Trajana


A pesar de que los barcos se adaptaban para su transporte, es evidente que estos viajes no debían ser nada cómodos para unos équidos que, posteriormente, estaban llamados a desarrollar una exitosa carrera y gran fama en el mundo del circo.

Símaco, de nuevo, relata lo duras que debían ser estas travesías para los animales. Según una carta enviada a Salustio, el prefecto de Roma en el 387, de su envío únicamente sobrevivieron once caballos y una parte de ellos murió al poco tiempo de recibirlos.

“Me has prestado un servicio más completo que el que te había solicitado. Efectivamente, tras haberte pedido que ayudaras a mis sirvientes en la búsqueda de caballos de carreras, has aumentado el número adquirido con cuatro troncos de cuadriga gratuitos. De ellos, el cuidado de los conductores ha traído once caballos que han sobrevivido a los demás, pero después de un corto tiempo ha sucumbido parte de los entregados.” (Símaco, Epístolas, V, 56)


Mosaico de Altiburos, Túnez


Símaco contaba con sus propios hombres de confianza para comprar y trasladar los caballos desde Hispania hasta Roma. Pero, además, solicitó a altos cargos de la administración su favor durante los viajes de sus enviados, para que pudieran realizarlos sin problemas y lo más rápido posible. Concretamente pidió permiso para usar el cursus publicus, lo que permite ver que, aunque la transacción se efectuara mediante particulares, al menos entre los aristócratas, era posible utilizar las estructuras estatales de transporte.

"Me alegro de haber logrado los permisos de posta con
que te has dignado contribuir a la pretura de mi hijo en virtud de la eficacia que te hace poderoso. Queda que, de acuerdo con la costumbre de tu espíritu espléndido, lleves a su culminación lo que has otorgado y ordenes que hagan el trayecto rápidamente y sin detenciones unos hombres míos que he enviado a las Hispanias para comprar caballos destinados
a los carros, porque nos urge la fecha de su próxima
exhibición."
(Símaco, Epistolas, IV, 7)


Relieve romano


Los nombres de los caballos circenses se pueden clasificar en distintas categorías dependiendo de si hacían alusión a su origen, cualidades físicas o aptitudes, aunque también a personajes históricos o mitológicos.

Por ejemplo, Candidus recordaba el color blanco del animal, Maculosus, porque era moteado, Icarus es un nombre que apuntaba a su destreza y rapidez; Ferox hacía referencia al carácter indomable del caballo; Ajax indicaba que era grande y fuerte, Cupidus resaltaría la belleza del animal, Pompeianus señalaba su procedencia o, quizás el propietario de la yeguada. En el palmarés de los aurigas se citaban los nombres de algunos de los caballos más afamados con los que corrieron y ganaron los premios.

Mosaico de la villa de Torre de Palma, Portugal


En un monumento de Via Flaminia del siglo II dedicado a Publius Aelius Gutta Calpurnianus se retrata a varios caballos con sus nombres y el propio Gutta recoge sus triunfos con los equipos verde y azul e incluye el nombre de los caballos con los que ganó, además de su color y origen.

“Publius Aelius Gutta Calpurnianus, hijo de Marcus Rogatus. Gané 1,000 palmas para los verdes con estos caballos: Danaus, zaino de Africa, 19 veces; Oceanus, negro, 209 veces; Victor, ruano 429 veces; Vindex, zaino 157 veces. Y gané el premio mayor 40,000 sestercios 3 veces y 30,000 3 veces.”

“Publius Aelius Gutta Calpurnianus, hijo of Marcus Rogatus. Gané con estos caballos para los azules: Germinator, negro de Africa, 92 veces; Silvanus, ruano de Africa, 105 veces; Nitidus, alazán de Africa, 52 times; Saxo, negro de Africa, 60 times. Y gané el premio mayor 50,000 sestercios una vez, 40,000 9 veces, 30,000 17 veces.”

Monumento a Publius Aelius Gutta Calpurnianus, Roma 


La locura colectiva que surgió por la afición a las carreras en el circo se extendió a todos los ámbitos sociales y los motivos relacionados con la competición se vieron reflejados en las representaciones artísticas hasta el punto de que los sarcófagos de niños fueron adornados con relieves que mostraban distintos elementos del acontecimiento deportivo. El tema recurrente fue el uso de los amorini conduciendo los carros en un intento de recordar con estos seres que no crecen la vida del pequeño difunto arrebatado tan temprano a sus padres. La fama y fortuna que se reconocía a los conductores de carros eran atributos que los afligidos padres deseaban proyectar para recordar a sus hijos. La aclamación del público y los triunfos de los aurigas demostraban que los dioses les beneficiaban, y eso es lo que los padres esperaban para sus hijos, que fueran bendecidos con la gloria de la inmortalidad. 

Sarcófago infantil. Museo de Historia del Arte, Viena. Foto Ilya Shurygin



Bibliografía 

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http://www.man.es/man/dam/jcr:8f271a73-c8f6-4d7b-8d64-221c0111b323/2019-bolman-38-11-campo.pdf; Aurigas y carreras de carros en los contorniatos romanos; Marta Campo
http://www.revistaadios.es/fotos/revista/Adios116.pdf; Los más bellos epitafios de la antigua Tarraco; Javier del Hoyo
http://revistas.uned.es/index.php/ETFII/article/view/1776; Criadores hispanos de caballos de carreras en el Bajo Imperio en las cartas de Símaco; José María Blazquez Martínez
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2660640; LOS CABALLOS DE LA PENÍNSULA IBÉRICA Y DEL NORTE/NOROESTE DE ÁFRICA: CRÍA, CRUCE Y EXPORTACIÓN EN LA ÉPOCA PRERROMANA Y EN LA DEL DOMINIO POR ROMA; María Paz García-Gelabert Pérez
https://www.tdx.cat/handle/10803/2585#page=1; Poder imperial y espectáculos en Occidente durante la Antigüedad Tardía; Juan Antonio Jiménez Sánchez
https://www.researchgate.net/publication/321314650_La_magia_malefica_en_la_Antiguedad_Griega_Las_Tabellae_Defixionis_de_epoca_clasica_y_de_epoca_Imperial; LA MAGIA MALÉFICA EN LA ANTIGÜEDAD GRIEGA: LAS TABELLAE DEFIXIONIS DE ÉPOCA CLÁSICA Y DE ÉPOCA IMPERIAL; Amor López Jimeno
https://www.researchgate.net/publication/328746942_Neron_auriga_solar_Nero_solar_auriga; Nero, Solar Auriga; José Ignacio San Vicente González de Aspuru
https://pdfslide.net/documents/the-monument-of-porphyrius-in-the-hippodrome-at-constantinople.html; The Monument of Porphyrius in the Hippodrome at Constantinople; A. A. Vasiliev
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https://www.jstor.org/stable/20066798?seq=1; Racing with Death: Circus Sarcophagi and the Commemoration of Children in Roman Italy; Eve D'Ambra










Pinacotheca, las pinturas de la domus en la antigua Roma

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Triclinium de Villa Carmiano, Gragnano, Nápoles

“Quien desdeña la pintura, delinque contra la verdad, delinque también contra toda esa sabiduría que debemos a los poetas —ya que poetas y pintores contribuyen por igual a nuestro conocimiento de las gestas y del aspecto de los héroes— y desdeña la proporción, gracias a cuyo ejercicio el arte participa de la razón. Para el que quiera una definición sabia, es menester decir que la pintura es invento de los dioses a partir de los distintos aspectos de la tierra, aquellos que las Horas dibujan en los prados, o también los que se producen en el cielo; ahora bien, si queremos verificar científicamente el origen del arte de la pintura, diremos que la representación de algo es un descubrimiento antiquísimo y muy afín a la misma naturaleza; unos hombres sabios la inventaron y la llamaron, unas veces pintura, otras, representación plástica.” (Filostrato Descripciones de Cuadros, I, 0)

El gusto romano por la pintura empezó originalmente con la conquista de Grecia cuando los generales y funcionarios romanos trajeron a Roma las obras de arte que bien expoliaron o compraron a los griegos.

"El dictador César compró, por ochenta (talentos), dos tablas de Timómaco, Medea y Áyax, para consagrarlas en el templo de Venus Generadora." (Plinio, Historia Natural, VII, 38)

Medea. Augusteo de Herculano


Las pinturas que colgaban de las paredes de los templos helenos o decoraban sus muros fueron con frecuencia desmontadas o arrancadas y una vez en Roma se mostraban en desfiles triunfales y se dedicaban y exhibían en edificios religiosos o civiles. Algunas se trasladaban a veces a residencias privadas, bien porque a sus dueños se los recompensaba de tal forma por su apoyo a ciertos gobernantes o por su contribución económica en distintas campañas bélicas, bien porque algunos deseaban atesorar el máximo número de obras de arte en sus casas para su goce personal, especialmente si tenían la oportunidad de conseguirlas aprovechándose de su cargo o superioridad.

"Había una lucha ecuestre del rey Agátocles magníficamente pintada en tablas. Con este tipo de tablas estaban revestidas las paredes interiores del templo. Nada había más famoso que esta pintura, nada en Siracusa que se juzgase más digno de visitarse. Marco Marcelo, aunque su victoria había convertido en profano todo aquello, no tocó estas tablas, impedido por un escrúpulo religioso. Ése (Verres), aunque por la paz duradera y la fidelidad del pueblo siracusano, había recibido aquello ya con carácter sagrado, se llevó todas las tablas; las paredes, cuyo ornato había permanecido tantos siglos, escapado a tantas guerras, las dejó desnudas y deformes." (Cicerón, Contra Verres, Discurso IV, 55)


Escenas de la Ilíada, Roma, Museos Vaticanos


Algunos gobernantes utilizaron estas pinturas expoliadas como propaganda, pues al mostrarlas en público querían dar a entender que las divinidades y figuras mitológicas representadas tenían un vínculo con su propio linaje o triunfo.

Un ejemplo famoso es el de la Afrodita Anadyomene que se trajo Augusto desde Cos para colgarla en el Templo de César en el Foro Romano. Realizada por Apelles, el pintor de corte de Alejandro Magno, hizo su viaje hasta Roma para poner de manifiesto el linaje divino de César y su heredero.

"Su Venus naciendo del mar, conocida como Venus Anadyomene, fue consagrada por el difunto emperador augusto en el templo de su padre César; una obra que se ha celebrado en versos griegos, los cuales, aunque han sobrevivido a su pérdida, han perpetuado su fama." (Plinio, Historia Natural, XXXV, 95)

Venus Anadyomene, Casa del príncipe de Nápoles, Pompeya

Los edificios públicos romanos pronto se llenaron de obras pictóricas, ya fueran pintadas sobre tablas o sobre los muros, a la manera que se veían en las ciudades conquistadas de Grecia.

"En realidad, la ciudad del Sol (Rodas) tiene una belleza adecuada a la divinidad. Recorriendo los pórticos del templo de Dioniso examiné cada una de las pinturas, disfrutando de su contemplación y rememorando los relatos heroicos." (Luciano, Amores, 8)

Con la llegada de productos suntuosos y exóticos gracias a la conquista de territorios del Mediterráneo Oriental, se hizo patente el gusto por el lujo y la ostentación de la nueva sociedad romana. Los propietarios de las casas elegían los elementos pictóricos con la ayuda de hábiles artesanos con un rico abanico de posibilidades tomado de la extraordinaria variedad de la iconografía griega, que habían aprendido a apreciar dicha variedad desde el momento en que el mundo romano asimiló la cultura helenística y sus obras de arte, y desde que los artesanos griegos llegaron en masa a las ciudades de la antigua Italia, como botín de su victoria y se convirtieron en esclavos o trabajadores a sueldo de los servicios públicos y de las élites romanas.

Un estudio de pintura romano. Pintura de Alma-Tadema

Escenas con los amores de dioses y personajes mitológicos, hazañas de héroes y tragedias basadas en obras épicas y líricas se podían ver tanto en las paredes de los edificios griegos como romanos.

"Mientras paseaba, pues, por el resto de la ciudad (Sidón) y examinaba los exvotos, veo colgada una pintura con un paisaje a la vez de tierra y mar: el cuadro tenía por tema Europa, el mar era el de Fenicia; la tierra, la de Sidón, En la tierra había un prado y un corro de doncellas. En el mar nadaba un toro y sobre su lomo iba sentada una hermosa joven que en dirección a Creta en el toro navegaba…El toro estaba pintado en medio del mar, montado sobre las olas, alzándose como un cerro el oleaje donde la pata doblada del toro se curvaba…La joven estaba sentada en medio de su lomo, no a horcajadas, sino de lado, con las dos piernas juntas sobre el flanco derecho...En torno al toro danzaban los delfines, jugueteaban Amores: se hubiera dicho que incluso sus movimientos habían sido allí pintados." (Leucipa y Clitofonte, Aquiles Tacio, I, 1)


Europa y Zeus convertido en toro. Pintura de la villa de Cicerón, Pompeya


Como la vivienda romana se convirtió en un lugar que proporcionaba a su propietario el espacio más agradable posible donde relajarse, pasó también a ofrecerle un entorno figurativo muy agradable estéticamente donde celebrar reuniones y encuentros.

"En los pórticos de mi casa de Túsculo me he construido unos rincones de lectura y quisiera adornarlos con pinturas: es más, si hay algo de este tipo de decoraciones que me guste es la pintura." (Cicerón, Cartas a Familiares, VII, 23)

La distribución de las estancias y de la decoración tuvo un papel fundamental a la hora de construir estas casas que inspiraban una poderosa sensación de lujo.

Las pinacotecas, las salas de bordar, los estudios de pintura, se orientarán hacia el norte para que los colores mantengan sus propiedades inalterables al trabajar con ellos, pues la luz en esta orientación es constante y uniforme.” (Vitruvio, De Arquitectura, L. VI, cap. 4)

Este estilo de vida no era patrimonio exclusivo de los aristocráticos y los individuos acomodados, sino que poco a poco fue adoptado por más clases sociales que empleaban esas espléndidas ornamentaciones para poner de relieve la posición que habían conseguido y para expresar su pertenencia a una cultura específica. Los propietarios romanos construyeron casas tan grandes como palacios, y usaron la pintura y su capacidad para crear la ilusión de simular los muros de edificios suntuosos que no existían de verdad.

Villa de Fabio Synistor. Boscoreale. Museo Metropolitan, Nueva York


La pintura mural era una de las preferidas entre las múltiples creaciones artesanales empleadas por los decoradores pictóricos. Más allá de su indiscutible valor ornamental, las amplias superficies pictóricas cubiertas de imágenes y símbolos visuales proporcionan información notable para reconstruir los estilos de vida de la época, también para revelar la mentalidad y la imaginación de los antiguos propietarios de las viviendas, ya que estas pinturas comunican de una forma tan evocadora como la de las narraciones escritas o recitadas.

En una pintura de la Domus Áurea de Nerón se muestra el adiós de Andrómaca a su esposo Héctor durante la guerra de Troya y Plutarco relata un suceso que expresa la tristeza ante las despedidas por motivos bélicos en el que se hace referencia a un cuadro con ese mismo tema.

"Debiendo Porcia regresar desde allí a Roma, quería ejecutarlo sin noticia de Bruto, por la gran pena que le causaba; pero un cuadro le hizo traición y la descubrió en medio de que era mujer de mucho espíritu, porque contenía un suceso griego que era la despedida de Héctor, llevándose consigo Andrómaca el hijo, y quedándose con los ojos fijos en aquel. La representación de este acto tan tierno le arrancó a Porcia las lágrimas, y yéndosele todo el día en mirarle, prorrumpía en sollozos; y como Acilio, uno de los amigos de Bruto, recitase aquellos versos de Andrómaca a Héctor: Tú me eres, Héctor, padre y madre cara, y amado hermano, y floreciente esposo, dijo  sonriéndose Bruto: “Pues en cuanto a mí, no cuadra replicar con lo que respondió Héctor: Tú a las criadas de la rueca y telas la diaria tarea les reparte; porque si le falta a Porcia el cuerpo para igualarnos en hechos de valor, en su ánimo se sacrifica por la patria al par de nosotros”." (Plutarco, Vidas Paralelas, Bruto, XXIII)


Adiós de Andrómaca a Héctor. Domus Áurea, Roma

En las residencias de las élites romanas, las pinturas figurativas solían ser realizadas por artesanos muy experimentados ya que parecen estar distribuidas según un programa pictórico que sigue cierta lógica y se integra en un conjunto. 

Villa Farnesina. Museo Nacional Romano. Roma. Foto Samuel López


En las viviendas de los libertos, había numerosas pinturas con variedad de imágenes, aunque presentaban menos destreza en su ejecución. El conjunto decorativo (que presentaba temas mitológicos fácilmente identificables) no solía formar un programa decorativo coherente, por lo que parece haberse diseñado únicamente para alardear de la posición social y económica conseguida por el propietario.

"Había, en efecto, un mural que representaba un mercado de esclavos con sus respectivas leyendas. También estaba representado el propio Trimalción - con largas melenas de esclavo y con un caduceo en la mano - entrando en Roma de la mano de Minerva. En otro plano se representaba cómo había aprendido a calcular y cómo llegó más tarde a ser administrador. Un pintor detallista había descrito minuciosamente toda su vida en cuidadas leyendas. En el extremo del pórtico se veía como Mercurio levantaba a Trimalción por el mentón subiéndolo hacia un estrado superior. A un lado estaba la Fortuna con el cuerno de la abundancia a rebosar y, al otro, las tres parcas dando vueltas a sus husos de oro. (Petronio, Satiricón, 29)


Por último, en las casas de la clase media, el uso exagerado de pinturas figurativas demuestra la falta de comprensión de los temas mitológicos, cuya elección, adecuada a la habilidad de los decoradores, era dictada exclusivamente por el deseo de reflejar una decoración ostentosa que les permitiera alcanzar el reconocimiento social que la ascendencia modesta de su familia les negaba. 


Izda, Pan y ninfas. Centro, Europa sobre Zeus convertido en toro. Drcha, Hércules y Neso.
Casa de Jasón, Pompeya


En el mundo romano, así pues, con el paso del tiempo un tipo de narración mitológica que incorporaba un mensaje específico procedente de la civilización griega fue adoptado por la élite y posteriormente por grupos más amplios de la sociedad con el fin de expresar un sistema de valores auténtico, así como situaciones y emociones como la devoción por los dioses y la familia, el amor y la fidelidad dentro del matrimonio, el comportamiento virtuoso, el esfuerzo por conseguir lo que se pretende, el interés por el mundo cultural y artístico, pero también la certeza de recibir el justo castigo por parte de los dioses, ante cualquier forma de impiedad.


“Penteo, hijo de Equión y Ágave, negó que Líber fuera un dios y no quiso aceptar sus misterios. Por este motivo su madre Ágave, enloquecida por Líber, en compañía de sus hermanas Ino y Autónoe, lo despedazó miembro a miembro.” (Higino, Fábulas, 184)

Penteo despedazado por su madre y tías. Casa de Vettii, Pompeya


Es posible, por tanto, deducir que los frescos de temática mitológica revelan tanto una tendencia hacia la evasión de la realidad cotidiana como la introducción a la discusión sobre la ética y los principios romanos, ya que todo el mundo podía reflexionar sobre las situaciones y emociones experimentadas día a día al observar las leyendas de los dioses y las proezas de los héroes, y extraer de esas lecciones y modelos de conducta enseñanzas necesarias para la vida.

Así sucede con Perseo, héroe que, a través de sus dilatados viajes en espacio y tiempo, lleva a cabo hazañas beneficiosas para los humanos, superando numerosos peligros con la ayuda siempre de los dioses y obteniendo, así, la inmortalidad. Este personaje mítico, aureolado por sus empresas victoriosas, pasa a integrarse, por su carácter alegórico de imagen benéfica, en los programas iconográficos de los lugares, en los que se representa, con un acusado simbolismo en relación a ideas de bienestar y de prosperidad. Al igual que con Medusa, a la que da muerte, se creía que alejaba el mal de ojo e infortunio.

"El país es el de los etíopes; el de las sandalias aladas, Perseo; la que está encadenada a la piedra, Andrómeda; la cabeza degollada es la de la petrificadora Gorgona; el monstruo marino, la prueba de amor; la locuaz dicha de una madre, la de Casiopea. Mientras ella libera de la roca sus pies, entumecidos por la inactividad, su pretendiente engalana a la novia, es su premio. (Antífilo de Bizancio, Antología Palatina, Descripción de un cuadro de Perseo y Andrómeda)


Perseo acudiendo al rescate de Andrómeda. Villa de Agripa Póstumo. Boscotrescase.
Museo Metropolitan, Nueva York

Por el contrario, la imagen de Ariadna abandonada por Teseo, después de haberle prestado ayuda, tras haberse convertido él en un héroe al matar al Minotauro, podría llevar a reflexionar sobre la verdadera naturaleza del ser humano y del amor. Ariadna es descubierta por Dionisos quien la convierte en su esposa. El resultado es el triunfo del amor sobre el egoísmo humano.

"Teseo se portó mal con Ariadna —algunos, sin embargo, dicen que fue a instancias de Dioniso—, dejándola dormida en la isla de Día: seguro que se lo habrás oído contar a tu nodriza, pues las nodrizas son sabias en este tipo de historias y pueden incluso llorar mientras las cuentan, si así lo desean. No hace falta decir que el que está en la nave es Teseo, que Dioniso es el que está en tierra y te trataría como un ignorante si te dijera quién es la que está tumbada sobre las piedras, como durmiendo un dulce sueño.

Tampoco basta con mencionar las cualidades del artista en los detalles en que cualquiera sobresaldría: cualquier pintor lo tiene fácil para hacer bella a Ariadna, bello a Teseo; todo pintor o artista plástico es capaz de representar a Dioniso en una de sus mil caracterizaciones, aunque sólo capte una parte pequeña de ellas." (Filostrato, Descripciones de cuadros, I, 15, 1-2)


Izda, Ariadna dando a Teseo el hilo para salir del laberinto, casa de la caza antigua. Centro, Teseo recibiendo las gracias por matar al Minotauro, casa de Gavius Rufus. Drcha, Teseo abandonando a Ariadna en Naxos, casa de Lucius Cecilius Jocundus. Pompeya


Izda, Ariadna llorando tras la huida de Teseo, Museo Arqueológico de Nápoles. Centro, Dioniso descubre a Ariadna, casa de los capiteles coloreados. Drcha, Dioniso y Ariadna, casa del brazalete dorado. Pompeya


A los héroes no solo se los representaba en acción, sino también después de realizar alguna de sus proezas, en momento de relajación. Volviendo al caso de Perseo, este es mostrado sentado junto a Andrómeda mostrando la cabeza de Medusa como un trofeo.

Perseo y Andrómeda. Casa de Safo, Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles. 
Foto de Samuel López


En las casas romanas se copiaban pinturas de la época helenística ya que tener copias de artistas famosos era un orgullo que compensaba a los ricos de clase media el no tener un noble linaje social. Entre ellos destacan Parrasios de Éfeso, que vivió en Atenas hacia el 400 a. C., y se distingue por el cuidado de las proporciones y rasgos del cuerpo; Apeles, el pintor más famoso de la Antigüedad, que pintó repetidamente a Alejandro Magno; Nealce, que vivió hacia el 250 a. C., y prefería los temas de la naturaleza; Protógenes, de época alejandrina, se distinguió por el acabado minucioso de sus pinturas; Nicias, que era contemporáneo de Praxiteles, pintó sobre todo la belleza femenina cuidando mucho el claroscuro; Eufranor de Corinto, hacia el 360 a. C., fue pintor de divinidades y escenas alegóricas grandiosas; Pausias de Sición, fue notable por su pintura al encausto, y muy cuidadoso en la perspectiva en sus cuadros y que gustaba de colores casi tenebrosos.

¿Y qué, si obligase a Parrasios a pintar mezclando colores, a Apeles usando colores únicos, a Nealce obras grandiosas, a Protógenes cosas diminutas, a Nicias obras tenebrosas, o a Dionisio luminosas, a Eufranor temas licenciosos y a Pausias composiciones austeras? (Frontón, Epístolas, 160)

Uno de los más famosos pintores griegos fue Apeles, quien pintó a Alejandro Magno en numerosas ocasiones. Una pintura de Pompeya le representa en una versión suya caracterizado del dios Zeus.

"Pintó también, en el templo de Diana en Éfeso, a Alejandro Magno con los rayos en la mano, un cuadro por el que recibió veinte talentos de oro." (Plinio, Historia natural, XXXV, 95)


Alejandro Magno como Zeus, probable copia de un cuadro de Apeles.
Casa de los Vettii, Pompeya


Al igual que se tenía conocimiento de la poesía de Homero y las comedias de Menandro, los nombres de estos pintores famosos circulaban entre los adinerados patronos.

“Si no has visto la Venus de Apeles, mira a mi chica: ella tiene el mismo candor.” (CIL IV, 1824)


Villa Farnesina, Museo Nacional Romano, Roma


Estos pintores helenísticos cuidaban el detalle al máximo y a partir de su trabajo la estética del trampantojo prevaleció en la pintura griega. Sus obras gozaban de tal realismo que existe una anécdota sobre una competición entre dos de ellos.

"Zeuxis y su contemporáneo Parrasio entraron en un concurso para determinar quién era el mejor artista. Cuando Zeuxis descubrió su pintura de las uvas, parecían tan reales que los pájaros volaron hasta ellas para picotearlas. Pero cuando Parrasios, cuya pintura estaba oculta tras una cortina, pidió a Zeuxis que la destapara, la cortina resultó ser una ilusión pintada. Parrasio ganó, y Zeuxis dijo: Yo he engañado a los pájaros, pero Parrasio ha engañado a Zeuxis.” (Plinio, Historia Natural, XXXV, 36)

Zeuxis contemplando su obra. pintura de J.G. Hiltensperger


Pero los pintores artísticos romanos lejos de ser meros copistas destinados a repetir modelos iconográficos y literarios reconvirtieron hábilmente las tradiciones heredadas para crear sorprendentes y cautivadoras imágenes e ideas. Por ejemplo, Las Metamorfosis de Ovidio proporcionaron nuevos motivos que, sin tener tradición en el arte griego, se convirtieron en temas populares en las representaciones pictóricas de las casas romanas, como el tema de Píramo y Tisbe.

Izda, casa del Restaurante. Drcha, Casa de Octavio Quartius. Pompeya


En cuanto a las múltiples referencias a la producción literaria que contenían las pinturas murales no se sabe si pueden atribuirse al vasto repertorio iconográfico que los pintores ofrecían a sus clientes o a una selección consciente, basada en una profunda y extensa cultura, por parte de éstos.

“La fuente dibuja la imagen de Narciso y el cuadro la fuente y todo lo referente a Narciso. Un muchacho que acaba de poner fin a su cacería está de pie junto a una fuente, arrastrado por el deseo de sí mismo y enamorado de su propia cara que, reluciente, se refleja, como ves, en el agua.” (Filostrato, Descripciones de cuadros, I, 23)

Narciso. Casa del Larario de Aquiles. Pompeya


Algunos temas indican una serie de reproducciones extraídas de la tragedia y relacionadas con el mundo de la representación dramática, con gran variedad de detalles basados en la escenificación teatral. Entre los mitos populares estaba el relacionado con Ifigenia, como ejemplo del amor (pietas) ofrecido a los dioses.

"Cosas hay que deben ocultarse, o a lo menos no deben ponerse a la vista, porque es imposible pintarlas al vivo con toda su valentía. Así lo practicó Timantes de Citna en aquella pintura, en la que aventajó a Colotes de Teo. Pues habiendo pintado en el sacrificio de Ifigenia a Calcante triste, y más triste aún a Ulises, apuró toda su habilidad en pintar la tristeza de Menelao, tío de aquella princesa. Apurados ya los secretos del arte, y no encontrando ya modo de expresar el sentimiento, cual correspondía, en el semblante del padre, le cubrió con un velo, dejando a la consideración de los que lo mirasen, el ponderar en su imaginación el dolor paternal." (Quintiliano, Instituciones Oratorias, II, 14)


Sacrificio de Ifigenia, Casa del Poeta Trágico, Pompeya


Ejemplos de la piedad a los familiares, especialmente a los padres, los antepasados y los difuntos también se refleja en la pintura doméstica.

"Algo similar podemos decir de la piedad de Pero, pues también ella alimentó como si fuera un bebé a su padre, Cimón, cuando éste sufrió una desgracia semejante a la anterior y fue encarcelado siendo ya anciano.

Atónitos y asombrados se quedan los ojos de los hombres cuando ven la representación de esta escena y, admirados, ven renovado en la nueva imagen lo que sucedió en el pasado, al imaginarse que esas siluetas muertas son realmente cuerpos vivos y animados." (Valerio Máximo, Hechos y dichos memorables, V, 4, Ejemplos extranjeros 1)


Pero y Cimón, Museo Arqueológico de Nápoles

La Iliada y la Odisea proporcionaron un amplio abanico de temas representados en los muros de las residencias romanas. Las amistades y rivalidades de los dioses y mortales implicados, junto a episodios épicos, suministraron motivos y personajes que se repitieron constantemente. La entrada del caballo dejado por los griegos en Troya o el destino de sus habitantes aparece con frecuencia en las pinturas murales.

Izda, caballo de Troya. Drcha, rapto de Casandra. Casa de Menandro, Pompeya


Hércules, Dionisos o Baco y Venus eran la tríada protectora de la región vesubiana y por eso son los más representados en las casas pompeyanas.

“Éstas son las cumbres que Baco prefirió a las colinas de Nisa, por este monte (el Vesubio plantado de vides) desplegaban hace poco sus danzas los sátiros, ésta es la morada de Venus (Templo en Pompeya), más grata para ella que Lacedemonia, aquí había un sitio famoso por el nombre de Hércules (Herculano).” (Marcial, Epigramas, IV, 44)


Baco y el Vesubio. Casa del Centenario, Pompeya


Las imágenes de Venus son numerosas tanto en el interior como en el exterior de los edificios; el motivo de ello es que la diosa del amor había asumido el rol de protectora de la ciudad cuando, en el siglo I a. C., Sila desarrolló la colonia y le dio el nombre de Colonia Cornelia Veneria Pompeianorum, uniendo su gentilicio (Cornelio) al nombre de la deidad por la que sentía especial veneración. 

Nacimiento de Venus. Casa de Venus en la concha. Pompeya. Foto de Samuel lópez


Las paredes pintadas tenían, a menudo, como tema a Dionisos y sus compañeros, los sátiros y las ménades (Thyasos Dionysos): la alusión al amor y a los placeres evocados por esta deidad estaban en armonía con la elección de las imágenes mitológicas y las imágenes señalaban hacia un mundo de liberación y esparcimiento. 

Dioniso y Ariadna con su cortejo de sátiros y ménades. Casa de Marco Lucrecio Fronto.
Foto de Carlo Raso 


El sátiro abrazando a una ménade o una ninfa es uno de los temas más recurrentes de las grandes imágenes figurativas de la pintura romana.

Izda, sátiro sorprendiendo a una ninfa. Drcha, sátiro abrazando una ménade.
Museo Arqueológico de Nápoles

La primacía de la imagen de Hércules en los espacios privados venía dictada por las motivaciones personales del cliente, que, en función de sus necesidades, buscaba ayuda, ejemplo o protección en la figura del héroe. Las residencias de la clase media, que se había vuelto más próspera, recurrieron especialmente a este héroe, cuando sus miembros sintieron la necesidad de poner su recién obtenido bienestar bajo los auspicios de Hércules, quien había conseguido realizar sus trabajos con éxito.

"Imaginemos a Heracles preparado para la lucha; no debía de ser en nada diferente a como se ha pintado aquí: vigoroso, hábil luchador a juzgar por la armonía de sus proporciones. Sería más bien de talla gigantesca y de aspecto sobrehumano. Se nota en el color de la sangre en su cuerpo y en sus venas, hinchadas como por la tensión de su furia." (Filostrato, Descripciones de cuadros, II, 21, 3)


Hércules luchando con el león de Nemea. Augusteo de Herculano

Entre la variedad de temas mitológicos, los preferidos eran el amor entre los dioses o entre los dioses y los mortales, ya que la imagen asumía el papel de ser un emblema de felicidad conyugal, algo que adquirió mayor significado durante el principado de Augusto a causa de su legislación relacionada con el matrimonio.

Villa Farnesina. Museo Nacional Romano. Roma


Además, los moradores de las viviendas se identificaban con las figuras divinas: por ejemplo, Marte representaba la valentía masculina y Venus la belleza femenina. Las pinturas que mostraban a esta pareja de dioses se convirtieron en una alegoría de la concordia, ya que el dios de la guerra se ve desarmado por la diosa del amor. Como la desnudez en los dioses no estaba mal vista, ambas deidades se representaban frecuentemente sin ropa en las distintas estancias de la domus, para deleite de sus moradores. 

Venus y Marte. Casa de Meleagro, Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles


Las escenas de amplio contenido erótico o sexual no solo decoraban los lugares destinados al placer corporal, como las termas, o los lupanares, sino que formaban parte de la ornamentación de cubicula y estancias dedicadas al descanso y al ocio.

"Pues, así como en nuestras casas brillan las imágenes de los antepasados pintadas por la mano de un artista, de la misma manera se puede encontrar en algún lugar una tablilla que represente algunas posturas y figuras amorosas ; y así como el hijo de Telamón está en una representación sedente expresando la cólera en su rostro y una madre cruel lleva el crimen en sus ojos, así también aparece Venus empapada de agua enjugando con los dedos sus húmedos cabellos y cubierta aún con las aguas maternas."(Ovidio, Tristes, II, 521)


Casa del Centenario, Pompeya. Foto Wolfgang Rieger

Aunque las mujeres mortales no se muestran en las pinturas sin ropa por la moralidad y el pudor de la época, la mitología sí ofrecía miles de oportunidades para retratar el cuerpo femenino desnudo, especialmente, en momentos de seducción, como en el mito de Apolo y Dafne o en el de Leda y Zeus convertido en cisne. 


Izda, Apolo y Dafne. Casa del Efebo, Pompeya. Drcha, Leda y Zeus metamorfoseado en cisne,
Museo Arqueológico de Nápoles, foto de Samuel López

No faltaban los temas referentes a las artes y la producción literaria y teatral. Las máscaras aparecían como adorno o como evocación de un estilo de vida que proporcionase tiempo para el estudio y la práctica de las artes. Los retratos de poetas y filósofos, y las figuras de las musas, aparte de función decorativa, podían evocar un estilo de vida dedicado a las artes y el interés de los propietarios por demostrar sus conocimientos intelectuales a sus invitados.


Musas. Villa de Moregine, Pompeya


Con las pinturas de jardines, los propietarios deseaban trasladar la belleza y la tranquilidad de las zonas verdes hasta las paredes de sus hogares. Este tipo de pinturas empezaron durante la era de Augusto. Su esposa Livia mandó decorar varias estancias de la villa que se habían construido a las puertas de Roma. Hizo pintar frescos únicos que representaban un jardín repleto de distintas variedades de plantas con sugerentes flores.

Los peristilos de los jardines domésticos más modestos podían convertirse en espacios más amplios recurriendo al uso de la pintura mural sobre sus pórticos en los que se representaban frondosas vegetaciones que mostraban frutos, árboles, flores, aves, fuentes y esculturas.

Villa de Livia en Prima Porta. Museo Nacional Romano. Roma. Foto Samuel López


Un pictor experto podía reproducir cualquier variedad vegetal, especie animal y todos los elementos de un jardín real, incluyendo enrejados, balaustradas, estatuas y fuentes de agua. Se pintaban jardines en estancias interiores como comedores, en los que se podía así disfrutar de un paisaje "natural", como si estuvieran en un jardín de verdad. Pero esos poéticos lugares creados utilizando técnicas que implican la ilusión pictórica eran en realidad solo “reales” en apariencia. Plantas que crecen o florecen en estaciones distintas y aves que se encuentran en una zona específica en un momento concreto del año, se representaban en un mismo contexto y son, en realidad, elementos que nunca podrían coexistir en un jardín de verdad.

"Hay también otro dormitorio, verde y sombreado por el plátano más próximo, adornado con mármol hasta la altura del friso y un fresco, que no cede al encanto del mármol, y que representa a unos pájaros posados sobre las ramas de un árbol."(Plinio, Epístolas, V, 6)


Casa del brazalete de oro. Pompeya

El deseo de adornar la zona residencial y la tendencia de yuxtaponer distintos estilos sin preocuparse por la coherencia interna entre ellos provocaron que la pintura de jardines se extendiera mucho y que se cubrieran paredes enteras – incluso paredes exteriores o del recinto – con paisajes lejanos y exóticos, haciendo un gran uso de la imaginación.


Casa de la fuente pequeña. Pompeya


Los romanos copiaron de los reyes helenísticos y orientales las pinturas en las que aparecían animales exóticos dibujados sobre los muros de sus jardines y pórticos, bien en escenas de caza, bien luchando unos con otros ferozmente o domesticados por la música de Orfeo.

Casa de la caza antigua. Pompeya. Foto Samuel López

Las pinturas que muestran lugares sagrados, columnas, estatuas, templos rurales se llaman sacro-idílicas. Los hombres aparecen orando o haciendo sacrificios, lo que ilustra el hecho de que los edificios que aparecen sean santuarios dedicados a los dioses, probablemente, los que protegían las propiedades y fortuna del señor de la casa. La imagen de actividades cotidianas del mundo rural con escenas de pastoreo refuerza el carácter bucólico del conjunto.

"Observa que hay un río, caudaloso y ondulante, fluyendo fuera de las marismas, por cuyo puente cruzan pastores y cabreros. Si se te antoja alabar el trabajo del artista por cómo ha representado a las cabras, brincando, altivas, o a las ovejas, con su paso reposado, como si sus lanas fueran fardos pesados, o si quisiéramos describir las siringas o los que las tocan, cómo soplan con los labios suavemente posados; en este caso, lo que alabaremos de esta pintura es poco y lo que concierne a la imitación, mientras que dejaremos sin alabanza la sabiduría que contiene o la oportunidad de lo representado que es, a mi entender, lo más importante del arte de la pintura." (Filostrato, Descripciones de cuadros, I, 9 Marismas)


Villa de Agripa Póstumo, Boscotrescase. Museo metropolitan, Nueva York


Escenas relativas al entorno doméstico y la vida cotidiana de los propietarios, como las representaciones de las lujosas villas costeras que poseían también encontraron su lugar en la decoración parietal.

"Studius fue el primero en introducir la atractiva moda de pintar las paredes con villas, pórticos y jardines, bosques, colinas, estanques, canales y ríos - cualquier cosa que uno pudiese desear, y en ellos representaciones de personas paseando, navegando, viajando a sus villas a lomos de un pollino o en carruajes, y además gente pescando, cazando, o vendimiando ... También fue él quien introdujo la práctica de pintar ciudades costeras en terrazas abiertas, produciendo un efecto encantador con mínimo gasto. " (Plinio, Historia Natural, XXXV, 116)


Casa de Marco Lucrecio Fronto, Pompeya


La religiosidad doméstica también tiene su representación pictórica en los hogares romanos. En el lararium se presenta a los lares, solos o acompañados, y frecuentemente en actitud danzante y situados de forma simétrica en torno a una escena. Entre ellos aparecen altares, en ocasiones con serpientes que se enroscan en su fuste, o más frecuentemente el Genius haciendo el sacrificio. A la escena se puede sumar un flautista, un esclavo que lleva a la víctima propiciatoria e incluso la figura de la Juno. También se dibujan alimentos y objetos de uso cotidiano. La parte inferior de estas escenas, perfectamente separada, suele estar reservada a la representación de una o dos serpientes, que se acercan o se enroscan alrededor de un altar con ofrendas en su parte superior.

Pero muchas otras divinidades, con la función de Penates, aparecen también representadas en las pinturas de lararios, junto a los Lares y al Genius o en composiciones independientes: Apolo, Mercurio, Baco, Venus, Hércules, Vesta, Fortuna, o divinidades orientales como Isis.

Lararium con dioses lares y Vesta. Casa del Horno, Pompeya


En el libro VI de la obra de Vitruvio se hace referencia a cómo los griegos más ricos y sofisticados enviaban a sus invitados regalos que contenían productos del campo para que se sintieran cómodos mientras se alojaban en los apartamentos que tenían a su disposición. También explica el motivo por el que los pintores llamaban a las pinturas que retrataban frutas, vegetales y aves de corral xenia, o regalos para los huéspedes. Los primeros cuadros de este tipo aparecieron en las viviendas romanas como pequeñas pinturas dentro de la partición arquitectónica de una pared, pero en las decoraciones posteriores al año 62 d. C., florecieron de un modo sin precedentes y se convirtieron en un motivo ampliamente utilizado.

"Si te gustan los panes con levadura o los panecillos de ocho partes, están aquí cerca, en el fondo de una cesta. Y si quieres pan sazonado con algo, también tienes de ésos: tienen hinojo, perejil y semilla de amapola, que proporciona un dulce sueño; si, por el contrario, deseas sentarte nuevamente a la mesa, manda todo esto a los cocineros, pero mientras tanto ve comiendo lo que no necesita cocinarse." (Filostrato, Descripciones de cuadros, II, 26)


Museo Arqueológico de Nápoles. Foto Carlo Raso


Los amorini o erotes, personajes de origen helénico, que provenían de la figura del dios Eros de pequeño, ya habían perdido su papel divino inicial, y se introducían como figuras que acompañaban a otras, representadas casi siempre en movimiento y con los rasgos de un niño. Su propagación, junto a las de las psychai, niñas con ala de mariposa, tuvo lugar a causa de sus múltiples valores decorativos y simbólicos, así como de su alusión a la diversión amorosa y los placeres de la vida. 

Amorini y Psychai, villa Arianna, Stabia


La imagen de la docta puella, con una tableta encerada que sostiene en la mano izquierda, mientras se acerca el stilus a los labios, refleja el interés del pintor por manifestar el nivel cultural de la joven y su pertenencia a una familia culta y adinerada. Las fuentes literarias atestiguan que la adquisición de una cultura literaria o artística no afectaba a la reputación de las mujeres, y, si se conseguía, era motivo de reconocimiento social.

Teatro de Herculano. Museo Arqueológico de Nápoles. Foto Samuel López


Pompeya era una ciudad cuya economía se basaba mayormente en el comercio y la artesanía. Los propietarios con el fin de ilustrar y publicitar la actividad de sus negocios encargaron una serie de pinturas murales de gran viveza y realismo que mostraban a los trabajadores en la labor que tenían encomendada.

Fullonica de Veranius Hypsaeus, Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles

Estos mismos adinerados propietarios buscarían inmortalizar sus rostros, al igual que se hacía con los bustos escultóricos, a la manera que lo hacían los miembros de la casa imperial y otros nobles aristócratas. La moda de decorar las viviendas con retratos de filósofos y personajes relevantes procedentes de Grecia evolucionó hasta la incorporación de los retratos propios como medio de exhibición de los logros sociales y económicos obtenidos.

"Herenio Severo, hombre muy erudito, tiene grandes deseos de colgar en su biblioteca unos retratos de tus conciudadanos Cornelio Nepote y Tito Cacio y me ha pedido que, si hay alguno ahí en vuestra localidad, como es muy probable, que le encargue copias pintadas… Te pido, pues, que encuentres un pintor lo mejor posible. Pues, si es muy difícil lograr del modelo una semejanza ideal, aún resulta mucho más penoso hacer un retrato de otro retrato. Te ruego que no permitas al artista que hayas seleccionado que se aparte del original, ni siquiera para embellecerlo. Adiós." (Plinio, Epístolas, IV, 28)


Retrato de los propietarios. Casa de Terencio Neo, Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles.
Foto Samuel López


Bibliografía


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https://www.academia.edu/8879819/_Otium_Opulentia_and_Opsis_Setting_Performance_and_Perception_Within_the_mise_en_sc%C3%A8ne_of_the_Roman_House_; OTIUM, OPULENTIA AND OPSIS: SETTING, PERFORMANCE AND PERCEPTION WITHIN THE MISE-EN-SCENE OF THE ROMAN HOUSE; Richard Beacham
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https://ojs.utlib.ee/index.php/bjah/article/view/814; Myths of Pompeii: reality and legacy; Anne Lill
https://www.academia.edu/9303057/Ovidian_Myths_on_Pompeian_Walls#:~:text=Ovidian%20Myths%20on%20Pompeian%20Walls%2047%20An%20Ovidian%20Garden%20Suite,more%20private%20spacesof%20their%20townhomes; Ovidian Myths on Pompeian Walls; Peter E. Knox
https://www.rug.nl/research/portal/files/14655722/landscape.pdf; Landscape in romano-campanian mural painting; W.J.T. Peters
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POMPEII, ITS LIFE AND ART; AUGUST MAU; MacMillan, 1902








Therma publica, las termas en la antigua Roma (I)

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Acuarela. Wellcome Images.

“El pórtico era elevado, con ancha escalinata, más plana que empinada, para comodidad de los usuarios. Al entrar, nos aguarda una sala pública de amplias dimensiones, espera adecuada para criados y acompañantes; a la izquierda están los salones de recreo, muy convenientes, por cierto, para un balneario, con reservados acogedores y rebosantes de luz; a continuación de éstos se encuentra una sala, desmesurada para el baño, pero necesaria para la recepción de los ricos; tras ésta, a ambos lados, hay vestuarios suficientes para desnudarse, y en el centro una sala de gran altura y enorme claridad, con tres piscinas de agua fría, revestida de mármol de Laconia, con dos estatuas de mármol blanco, de factura arcaica, una de la Salud, y la otra de Asclepio.


Pintura de Alma-Tadema

Al salir nos aguarda otra sala suavemente caldeada, para no encontrar bruscamente la caliente, oblonga y redondeada; sigue a la derecha una sala muy bien iluminada, agradablemente preparada para los masajes, que tiene a ambos lados puertas embellecidas con mármol frigio, para recibir a quienes llegan de la palestra. A continuación, se encuentra otra sala, la más bella de cuantas existen, confortabilísima para permanecer en ella, de pie o sentado, en extremo tranquilo para detenerse a reposar, muy adecuada para vagar por ella, resplandeciente también de mármol frigio en su techumbre. Luego nos aguarda el pasillo caliente, revestido de mármol númida, y la sala contigua es bellísima, llena de luz abundante, y diríase teñida de púrpura, dotada de tres baños calientes.


Pintura de William Holmes Sullivan

Tras el baño, no tienes por qué regresar por las mismas habitaciones, sino que pasas directamente a la sala fría a través de una estancia suavemente templada, todo ello bajo una gran iluminación y abundante entrada de luz solar. Además, la altura de cada habitación es la adecuada, la anchura guarda proporción con la longitud, y por doquier brota la gracia y el encanto de Afrodita. Para decirlo con el noble Píndaro, «iniciada la obra, hay que dotarla de un rostro fulgurante». Ello puede lograrse sobre todo gracias a la luz, el resplandor y los ventanales, pues Hipias, que era verdaderamente sabio, construyó la sala de baños fríos cara al Norte, mas sin prescindir tampoco de los aires del Mediodía; en cambio, las que requerían mucho calor las orientó al Sur, Este y Oeste.


En el frigidarium, pintura de Pedro Weingärtner

¿Para qué continuar hablándote de las palestras e instalaciones generales de guardarropas, con rápido e inmediato acceso a las salas de baño, por razones tanto utilitarias como de seguridad? (Luciano, Hipias)



La historia de los baños públicos en Grecia comenzó en el siglo VI a.C., con la práctica del entrenamiento físico. El baño tenía su importancia no sólo en el ámbito del ejercicio, sino también por su pretensión de mantener la armonía entre el cuerpo y la mente. Las primeras instalaciones estaban al aire libre, a la sombra de los olivos, cerca de la palestra (área de gimnasio) y la exedra (lugar de la enseñanza de la filosofía). Su formación se realizó a partir de pilones circulares y ensanchados, conocidos como loutrones –  en la sala de baños anexa al gimnasio –. Las mujeres se rociaban utilizando afusiones de agua, mientras que los gimnastas se lavaban, y luego limpiaban su cuerpo de la arena con la que se habían cubierto para retener gotas de sudor durante los ejercicios físicos. Utilizaban para esto un estrígil o estrigilo, pequeño instrumento de hierro o bronce, de hoja curva que permitía raspar el polvo o la arena que cubría el cuerpo de los atletas.

“Allí, en Olimpia, el gimnasta lleva un estrígil, tal vez por esta razón: el atleta, en la palestra, no puede evitar cubrirse de polvo y barro. Además, está expuesto al sol; con el fin de que no se estropee el estado de su piel, el estrígil recuerda al atleta no sólo que debe usar aceite sino untárselo tan copiosamente que haga falta rascarlo con él después de la unción.” (Filostrato, Gimnástico, 18)


Izda, Hidria griega, Museo de Bellas Artes de Boston. Drcha, estrígilo,
Museo Metropolitan de Nueva York

Estos pilones de características diversas (rectangulares, profundos) eran de uso individual a modo de bañeras. A medida que la práctica de los ejercicios gimnásticos evoluciona, se desarrollan las dependencias acuáticas. Algunos gimnasios fueron embellecidos con piscinas, provistas de asientos que facilitaban las inmersiones. Encima de las piletas estaban incrustados los nichos para depositar las prendas de vestir.

El pórtico doble constará de los siguientes elementos: en su parte central, un «efebeo» (sala de tertulia), para ejercitarse los jóvenes, cuya longitud será una tercera parte mayor que su anchura; en la parte derecha se instalará el «coriceo» (lugar de entrenamiento) y junto a él, el «conisterio» (sala donde los luchadores cubrían sus cuerpos con un polvo para que no resbalasen sus miembros desnudos), desde el conisterio hasta el rincón o ángulo del pórtico se instalará una sala de baños, de agua natural, que los griegos llaman loutron; en la parte izquierda del efebeo estará situado el «eleotesio» (estancia para masajes con aceite) y muy cerca de él, el baño de agua fría; desde este baño hasta la esquina del pórtico correrá un pasillo o acceso hacia el «propnigeo» (estancia que precede al baño caliente). Pasando dentro, frente al baño de agua fría se situará una sauna abovedada con doble longitud que anchura; en sus ángulos o esquinas por una parte estará el lacónico con la misma estructura que antes hemos descrito y, frente al lacónico, se ubicará la sala para lavarse con agua caliente. (Vitrubio, V, 11, 1-2)


Baños griegos de Cirene, Libia


Inicialmente entre los griegos los baños fríos estaban asociados a la práctica deportiva y al entrenamiento de los soldados, y los baños calientes tenían una pésima reputación salvo que fueran prescritos por los médicos, ya que eran susceptibles de afeminar y ablandar el cuerpo, mientras que el agua fría lo curtía y templaba el temperamento.

En las casas romanas, durante el invierno, se aprovechaba el calor de la cocina para bañarse en agua templada en una sala próxima que denominaron lauatrina, pero durante la república la concentración en Roma de grandes masas de población y la construcción de casas de alquiler de varios pisos (insulae) supuso que los inquilinos no pudieran disponer de sus propias lavatrina por el reducido tamaño de las viviendas, lo que propició la aparición de los baños públicos.

“El primer baño (el nombre balneum es griego), cuando se introdujo en la ciudad, se instaló con carácter público en un lugar tal que en él había dos edificios unidos para bañarse, uno donde se bañasen los hombres y el otro donde lo hiciesen las mujeres. Por la misma razón, en su casa cada uno dio la denominación de balneum a donde uno se baña y, dado que no existían dos, no acostumbraban a decir balnea (si bien es cierto que al baño los antiguos acostumbraban a denominarlo no balneum, sino lavatrina).” (Varrón, De la Lengua Latina, X, 68)


Mujer lavándose en un labrum.

Los romanos en un principio mostraron su gusto por los baños en aguas frescas, y porque, según las costumbres griegas, esto era un símbolo de salud, estimulaba el cuerpo y se hacía una muestra de virilidad y de austeridad moral. En el siglo I d.C., Séneca se zambullía el primer día del año en las gélidas aguas de Aqua Virgo (del acueducto de dicho nombre). Este evento lo recordaría con nostalgia un anciano Séneca en su obra “Cartas a Lucilio”,

“Yo, que era tan amante de los baños fríos, que en las calendas de enero saludaba el canal, que inauguraba el nuevo año no sólo leyendo, escribiendo, declamando alguna pieza, sino también zambulléndome en el Agua Virgen", primero trasladé mis reales junto al Tiber, luego a esta bañera que, cuando estoy más vigoroso y todo se realiza con buena ley, basta el sol para templarla: no me queda mucho ya para los baños calientes.” (Séneca, Epístolas, 83)

Para los romanos el baño implicaba los siguientes elementos básicos: sudar para expulsar los fluidos corporales nocivos; relajar el cuerpo en agua templada, frotarse para hacer eliminar la suciedad y fortalecer el cuerpo con agua fría. Por lo tanto, las instalaciones termales que se construyeron estaban destinadas a satisfacer cada una de estas necesidades.

Izda, Atrio de las termas de Herculano. Drcha, Ilustración de Jean-Claude Golvin

El primer gran complejo termal en la ciudad de Roma fue construido por Agripa, quien en el año 25 a.C. inauguró en el Campo de Marte un laconicum (estancia de baños de vapor) rodeado de pórticos y jardines, conocido como Nemus Agrippae. Con la finalización del acueducto Aqua Virgo en el año 19 a.C. se pudo acceder al suministro de agua limpia que animó a la ampliación de las termas de Agripa con la construcción de un frigidarium, un tepidarium y un caldarium.

“Después construyó los baños calientes a los que llamó Lacónico. Dio el nombre de Lacónico al gimnasio porque en aquel tiempo eran los lacedemonios los que más fama tenían de hacer deporte y frotarse con ungüentos”. (Dion Casio, Historia romana, LIII, 27)




La construcción de acueductos capaces de traer agua a las ciudades impulsó el surgimiento de complejos termales en ciudades, incluso pequeñas, para el disfrute de sus ciudadanos. Los promotores de dichos establecimientos buscaron las mejores ubicaciones y diseños con grandes ventanales en los que poder aprovechar el sol y la luz diurna para conseguir calentar las instalaciones más fácilmente.

“Lo primero que debe hacerse es seleccionar un lugar lo más cálido posible, es decir, un lugar opuesto al septentrión y al viento del norte. En la sala de los baños calientes y en la de los baños templados la luz debe entrar por el lado del poniente; si la naturaleza o situación del lugar no lo permite, en ese caso tomará la luz desde el mediodía, ya que el tiempo fijado para los baños va desde el mediodía hasta el atardecer.” (Vitrubio, De Arquitectura, V, 10)

Arriba, reconstrucción de caldarium de las termas de Trajano, Roma.
Abajo, Termas Taurinas, Civitavecchia

“Derrama el Titán su lumbre en nuestros baños y la cámara esplendorosa retiene dentro sus rayos. Que los aljibes de otros se calienten con llamas metidas debajo; estos podrán volverse cálidos, Febo, con las tuyas.” (Antología Latina, 129)

Pero ante la imposibilidad de calentar los baños solo con la luz solar se recurrió al calentamiento de las instalaciones mediante el hipocausto, de forma que en el exterior del edificio se construía un horno en el que se quemaba leña o carbón y los gases calientes derivados de la combustión se llevaban por canalizaciones situadas bajo el suelo hasta unas cámaras situadas bajo las estancias que se querían calentar. En las salas donde era necesario conseguir un calor más intenso, se utilizaba un tipo de calefacción vertical (concameratio), basada en la construcción de dobles paredes entre las que circulaba el aire caliente originado en el hypocaustumy evacuado, junto con gases y humos, a través de conductos que terminaban en chimeneas colocadas en las partes altas de los muros.

“Que no se equivoca debes creerlo por el caso de los habitantes de Bayas, cuyos balnearios se calientan sin fuego. Se introduce un soplo de aire ardiente, procedente de un lugar muy caliente; éste, al deslizarse por los tubos, calienta las paredes y los recipientes del balneario, al igual que sucedería si se pusiera debajo fuego; en fin, que en su recorrido toda el agua fría pasa a caliente y no toma sabor del sistema calefactor porque discurre encerrada.” (Séneca, Cuestiones Naturales, III, 24)




A pesar de los avances para crear un sistema de calefacción satisfactorio existían quejas por la falta de calor en las instalaciones. Se responsabilizaba a los balneatores o a los dueños de los baños del frío que los bañistas pasaban por la falta de madera con la que alimentar los hornos.

“¿Quién puso un muro rodeando el rio, bañero?
¿Quién tan falsamente hizo de esta fuente unos baños?
“Eolo, hijo de Hippotas, caro a los dioses inmortales,
Trajo los vientos aquí desde su hogar.
¿Y por qué están puestos estos dos tablones aquí para los pies?
No para dar calor, sino para enfriar.
Este es el lugar para tiritar y para congelarse.
Escribe ahí. Báñate aquí en agosto,
Porque el viento del norte sopla siempre dentro.”
(Antología Griega, IX, 617)

Por otro lado, también se protestaba por el extremo calor que hacía en las salas y baños calientes que podía provocar sofocos y riesgos para la salud.


No deberías llamar a este lugar baño, sino más bien
la pira funeraria que Aquiles encendió para Patroclo,
o la corona de Medea que la Furia prendió en la cámara nupcial de Glauca por Jason. Perdóname, bañero, por el amor de Dios, porque soy un hombre que escribe todos los hechos de los dioses y los hombres.
Pero si te propones quemarnos vivos, enciende una pira de leña, verdugo, y no una de piedra.”
(Antología Griega, XI, 411)




 Este tipo de establecimiento termal se inició con el propósito no solo de ejercitar el cuerpo para satisfacer los cánones de belleza, como sucedía en Grecia, y garantizar su salud y su higiene, sino sobre todo para dedicarse al placer y la diversión. Las duchas con agua fría típicas de los griegos se sustituyen por la inmersión en piletas de agua fría y caliente. Incluso la palestra acoge más los juegos dedicados al ocio que al entrenamiento deportivo.

“Ni el trinquete, ni el balón, ni la pelota rústica te preparan para el baño caliente, ni los golpes faltos de penetración de una simple espada de madera, ni abres arqueados tus brazos llenos de un ungüento viscoso, ni yendo de una parte a otra robas balones llenos de polvo, sino que solamente corres en las cercanías de las aguas de la Virgen o bien donde el toro arde en el amor sidonio. Jugar a los más variados juegos, para los que sirve cualquier espacio libre, pudiendo correr, es un género de pereza.” (Marcial, Epigramas, VII, 32)


Ilustracion de Los Viajes de Alix de Jacques Martin

Los emperadores romanos contribuyeron en gran medida al desarrollo de enormes complejos termales para uso público antes de la época del Bajo Imperio. Estos baños imperiales integraban espacios acuáticos y culturales que combinaban la higiene con intereses intelectuales y de ocio, ofreciendo a los usuarios instalaciones que contaban con salas de lectura, bibliotecas, auditóriums, espacios deportivos y santuarios religiosos.

“Con el objeto de no frustrar en ningún sentido la intimidad con que tú me acoges, que es gratísima, he utilizado principalmente los libros de la biblioteca Ulpia, que en mi época estaban en las termas de Diocleciano y los de la casa de Tiberio.”(Historia Augusta, Probo, 2)


Mitreo de Ostia, foto de Carole Raddato


Además, algunos de estos baños públicos tenían extensas áreas donde los ricos patrones romanos podían hablar de política, cerrar negocios o simplemente cotillear, con lo que estos establecimientos se convertían en lugares de socialización. Hacia el Bajo Imperio llegaron a convertirse en lugares propicios para incitar a la rebelión y conspirar contra el Estado. 

“Ordenó que todas las termas se cerraran antes de que se encendieran las lámparas, con el fin de que no se originara ninguna sedición nocturna.” (Historia Augusta, Tácito, 10)


Las termas de Caracalla, pintura de Virgilio Mattoni de la Fuente


Estos edificios grandiosos y costosos se construían para enfatizar la riqueza y naturaleza magnánima del emperador, quien deseaba atraerse el favor de las clases sociales cuyos miembros no podrían de otro modo disfrutar de unos baños tan lujosos, en los que se combinaban una arquitectura monumental, una decoración que incorporaba mármoles, mosaicos, pinturas y famosas obras de arte, además de una tecnología avanzada como el aprovechamiento del agua de los acueductos y el calentamiento por hipocausto.

Los Baños de Zeuxipo fueron unas magníficas termas situadas en el centro de Constantinopla, construidas sobre lo que probablemente fue un edificio anterior fundado por Septimio Severo a finales del s. II d.C. El emperador Constantino mandó completar la instalación y decorar los baños con variados mármoles y estatuas.

“Él terminó el baño público conocido como el Zeuxippon, y lo decoró con columnas y mármoles de muchos colores y estatuas de bronce. Él se había encontrado el baño inacabado; lo había empezado anteriormente el emperador Severo.”  (Juan Malalas, Crónica, XIII, 8)


Izda,  Laooconte y sus hijo procedente de las Termas de Trajano, Museos Vaticanos. Drcha, Toro Farnese procedente de las Termas de Caracalla, Palazzo Massimo, Museo Nacional Romano


Incluso baños que exteriormente no mostraban ninguna magnificencia arquitectónica podían tener una cuidada decoración interior con profusión de mosaicos y pinturas. Estos edificios más modestos que proliferaron durante los siglos II y III d. C. por todo el imperio pudieron pertenecer a particulares o asociaciones de individuos que compartían una misma actividad, como es el caso de los Baños de la Caza en Leptis Magna, que conserva pinturas sobre la caza de animales salvajes, lo que podría significar que los que acudían a dichos bañadores fueran cazadores.


"Mira estos baños que en su techo y estanques relucen,
a los que dan no pequeño lustre el pintor y las aguas.
Pues los tejados relucientes presentan formas hermosas
y suavemente van cayendo los chorros de agua clara.
Quien pretenda cosechar gozos de doble provecho
y sepa disfrutar de la vida que pasa, que aquí se bañe;
remozando aquí el cuerpo y aliviando el espíritu,
animará con las pinturas los ojos, con las aguas el cuerpo.”
(Antología Latina 119)


Exterior e interior de los baños de Los Cazadores, Libia

Entre las termas más reconocidas de la época romana se puede citar, además de las ya citadas de Agripa, las termas de Nerón, llamadas Alexandrinas, por la reforma llevada a cabo por Alejandro Severo, las termas de Tito, las termas de Trajano, las de Caracalla y las de Diocleciano, todas en Roma.

“Yo soy Urso -si es que creéis lo que os digo-, el primer togado que con bolas de cristal jugué con maña contra mis adversarios, celebrándolo todos con grandes griteríos en las termas de Trajano, y en las termas de Agripa y en las de Tito, y sobre todo en las de Nerón.” (Epigrama, epitafio. Poesía Epigráfica latina, 29)


Reconstrucción idealizada de las Termas de Diocleciano

Las instalaciones como las termas de Caracalla cultivaron un sentido de comunidad, prosperidad, y salud entre la gente común. Manteniendo un alto nivel de vida en la ciudad, los emperadores Severos esperaban mantener la población contenta y plácida, para minimizar el descontento político y asegurar la estabilidad de su régimen. Además las termas se convirtieron en un excelente medio para difundir la propaganda imperial, puesto que el tremendo ascenso de la arquitectura y la extravagancia de la decoración en las termas de Caracalla tenían la intención de recordar a los visitantes la fuerza y el poder de Roma y de los emperadores Severos.

“Entre las construcciones que dejó en Roma, hay que citar unas termas de gran magnificencia que llevan su nombre, cuya sala de forma de sandalia no puede imitarse por otra construcción similar a ella, según aseguran los arquitectos. En efecto, éstos dicen que está construida sobre una balaustrada de bronce o cobre a la que está confiado el peso de toda la bóveda y que posee unas proporciones tan gigantescas que los entendidos en mecánica dicen que es imposible construir una obra así.” (Historia Augusta, Caracalla, 9, 3-4)


Reconstrucción idealizada de las Termas de Caracalla

Al mismo tiempo que los emperadores impulsaban la construcción de grandes termas para aumentar su popularidad y satisfacer a los ciudadanos, si consideraban que los habitantes de alguna población habían sido desleales o se habían aliado con algún rival político o enemigo, decidían clausurar los baños y otros espectáculos como castigo.

“Luego Severo distribuyó un generoso donativo a sus soldados y emprendió la expedición contra Albino. Envió también unas tropas a sitiar Bizancio, donde se habían refugiado los generales de Níger y que todavía permanecía cerrada. Después la ciudad fue tomada por hambre y destruida por completo; privada de teatros y baños y de toda consideración y honor.” (Herodiano, Historia del imperio romano, III, 6, 9)


Termas de Evaux-les-bains, Francia. Ilustración de Jean-Claude Golvin

Fueron varios los emperadores que impulsaron la construcción de grandes complejos termales en distintas ciudades de las provincias romanas siguiendo un ambicioso programa de monumentalización urbana por todo el imperio desde el siglo I al III d.C. que imitaba el modelo de Roma y era además una forma más de fomentar la romanización de los nuevos territorios anexados al imperio.

“A mí me convencieron para aferrarme a Antioquía Daciano y la belleza con la que él dio lustre a la ciudad: los baños públicos ya terminados y los que están en construcción, el pórtico que tan largamente se extiende y que florece en su esplendor mientras ocupa una extensión tan grande en la ciudad como los hombros de Pélope en el cuerpo de Pélope.” (Libanio, Cartas, 441)

Las termas de Antonino en Cartago fueron las más grandes erigidas en África, pero mejor se conservan los baños de Adriano en Leptis Magna, Libia, levantados en época de Adriano y que fueron decorados con distintos tipos de mármoles y que fueron ampliados por Cómodo y Septimio Severo.


Frigidarium de las termas de Leptis Magna. Izda, ilustracion de Jean-Claude Golvin

La entrada en el recinto de las termas llevaba al bañista a un atrio donde sería recibido y probablemente debía hacer el pago. La primera sala del circuito termal era el vestuario o apodyterium, en donde los bañistas se despojaban de sus vestimentas y pertenencias personales, que dejaban en los nichos y que eran vigilados por los esclavos por el temor a que los ladrones las robasen.

Tracalión— ¿Sabes, Ampelisca?, también cuando se va uno a bañarse a las termas, aunque estés allí con todo el cuidado del mundo a la mira de tu ropa, así y todo, te la roban, porque no sabes a quién es al que tienes que observar; en cambio, el ratero sí que lo sabe, pero el que pretende custodiar sus cosas no tiene idea de quién es el ladrón. (Plauto, Rudens o La Maroma, 380)

Ahí se esperaba el turno para entrar en las zonas de agua caliente y la estancia podía tener una temperatura atemperada mediante un hipocausto o con sencillos braseros.


Izda, tepidarium de las termas del Foro, Pompeya. Pintura de Joseph Theodor Hansen

En caso de haber una palestra o gimnasio, el bañista, si así lo deseaba podía hacer algo de ejercicio físico con pesas, por ejemplo, combates de lucha para lo que se untaban con aceite y cera, aplicando una capa de polvos para no resbalarse, o dedicarse a juegos de pelota. Todo ello servía como calentamiento para poder apreciar mejor el calor de las termas.

“Vivo precisamente arriba de unos baños. Imagínate ahora toda clase de sonidos capaces de provocar la irritación en los oídos. Cuando los más fornidos atletas se ejercitan moviendo las manos con pesas de plomo, cuando se fatigan, o dan la impresión de fatigarse, escucho sus gemidos; cuantas veces exhalan el aliento contenido, oigo sus chiflidos y sus jadeantes respiraciones.” (Séneca, Epístolas, 56)




El siguiente paso era entrar en la sala templada o tepidarium, normalmente a una temperatura cerca de los 30º, para aclimatar el cuerpo. Las aguas templadas contribuían a relajar los músculos y articulaciones, mejorar la circulación sanguínea, la digestión y aumentar el apetito. En caso de no haber una sala dedicada exclusivamente a la unción de aceites perfumados se podía realizar en esta estancia.


Tepidarium, Termas de Pompeya. Drcha, pintura de Domenico Morelli

Después el bañista pasaba a una sala con una temperatura muy alta, denominada de manera general caldarium, que podía alcanzar hasta unos 55º, y estaba destinada a abrir los poros de la piel y provocar la sudoración. Era habitual la existencia en el caldarium de una piscina o bañera de agua caliente, a unos 40º, para la realización de baños de inmersión.


Caldarium de las termas de Pompeya. Foto de Samuel López

También podía haber otras dependencias para elegir, en función de los gustos, entre el calor seco del laconicum, o el calor húmedo del sudatio. El laconicum solía ser una sala circular con un techo cónico abovedado que se calentaba con fuegos bajo el pavimento y con tubos de aire caliente por las paredes, y se podía convertir en sudatio con piedras calentadas al fuego, que se traían al baño donde se ponían en una plataforma central sobre la que se vertía agua para crear vapor. A veces se podían añadir hojas de plantas aromáticas reconocidas por sus cualidades terapéuticas. Seguidamente llegaban a otra dependencia donde estaba el labrum, pila o bañera donde podían rociarse de agua fría.

La sala de los baños de vapor y la sala para sudar -saunas- quedarán contiguas a la sala de baño de agua templada; su anchura será igual que su altura hasta el borde inferior, donde descansa la bóveda. En medio de la bóveda, en su parte central, déjese una abertura de luz, de la que colgará un escudo de bronce, mediante unas cadenas; al subirlo o al bajarlo se irá ajustando la temperatura de la sala de baños de vapor. Conviene que la sala de baños de vapor sea circular con el fin de que, desde el centro, se difunda por igual la fuerza de las llamas y la del vapor, por toda la rotonda de la sala circular. (Vitruvio, De Arquitectura, V, 10, 5)


Sala de baños de vapor, según Vitrubio. Drcha, Villa Adriana, Italia. 

En los establecimientos más modestos habría únicamente una piscina de agua caliente y un labrum para refrescarse, como en las dependencias para mujeres de las termas Stabianas de Pompeya.


Caldarium y labrum, Termas Estabianas, Pompeya

Tras estas abluciones, algunos preferían volver al tepidarium– con la finalidad de hacer un descanso o una transición más suave y donde se limpiaba el sudor y las impurezas con el estrígil y se remataba el circuito en la sala fría (frigidarium) donde uno podía zambullirse, si no le incomodaba el agua fría, en una pileta con la finalidad de cerrar los poros abiertos con la sudoración, lo que protege al organismo de posibles enfriamientos; como alternativa era posible nadar en la piscina exterior o natatio.


Frigidarium, Termas de Pompeya

Algunas termas contaban con una sala destinada exclusivamente a dar masajes (destrictarium), a los bañistas que lo deseaban.

“C. Uulius, hijo de Cayo, y P. Aninius, hijo de Cayo, duoviros, contrataron la construcción de un laconicum y un destrictarium, y la restauración de los pórticos y la palestra, con el dinero, que, según la ley, deberían haber gastado en juegos y monumentos. Ellos vigilaron la obra y la aprobaron.” (Termas Estabianas, Pompeya, CIL X.829= ILS 5706)




Una explicación práctica a la popularidad de los baños en la antigüedad es la creencia de que eran buenos para la salud por lo que diferentes formas de tomar los baños se recomendaban para tratar ciertas dolencias en particular.

El baño como medida terapéutica seguía las recomendaciones de la escuela hipocrática, según la cual uno debía bañarse más frecuentemente en verano que en invierno, y que el agua fría hidrata y refresca el cuerpo, mientras que el agua salada del mar lo seca y calienta. No se recomendaba el baño en caso de fiebre alta o para los que sufrían de diarrea o estreñimiento.

El médico griego Asclepiades de Prusa, que ejerció en la época en que la expansión del baño romano se produjo, empleó un estricto programa de dieta, ejercicio y baños, incluyendo el agua fría en su régimen. Sus seguidores más célebres fueron Celso y Galeno, quienes expusieron diferentes formas de tomar los baños para tratar las dolencias de los pacientes, aunque ambos los recomendaban en combinación con la práctica de ejercicio físico, masaje y sudoración, actividades que constituyen el núcleo de la rutina romana del baño.




Galeno recomendaba primero para los que siente debilidad en alguno de sus extremidades el vapor del laconicum, luego el baño de agua templada y después el de agua fría para terminar con un masaje. Sin embargo, la recomendación de Celso es la siguiente:

“Primero debería sudar durante un rato en el tepidarium, bien tapado, y después uncirse con aceite allí mismo; tras ello debería pasar al caldarium y tras sudar un rato no sumergirse en el baño caliente, sino echarse desde la cabeza hasta los pies, primero agua caliente, luego templada, después fría, y más por la cabeza que por ninguna otra parte, tras lo cual debería recibir un masaje, secarse y untarse con aceite.” (Celsus, De Materia Medica, I, 4, 2)


Juego de estrígilos, patera y ungüentario

Los romanos acomodados eran acompañados durante este trayecto en las termas por sus esclavos que, o bien vigilaban la ropa en el apodyterium como ya se ha mencionado, o llevaban la lámpara de aceite, los ungüentos y las toallas, o bien se encargaban de ayudar a sus señores a salir de las piletas, también de abrirles paso hasta el labrum que estaba muy solicitado, o efectuar las frotaciones con el estrígil.

Se bañaba frecuentemente en público y mezclándose con todo el mundo. Por ello, se hizo célebre aquella broma de los baños: en una ocasión en que vio a un veterano al que había conocido en el ejército restregarse en la pared la espalda y el resto del cuerpo, le preguntó el motivo por el que se rascaba en el mármol y, cuando oyó que actuaba así porque no tenía esclavo, le regaló esclavos y dinero para que los mantuviera.  En cambio, otro día, cuando una multitud de ancianos se restregaban en la pared con el fin de provocar su generosidad, ordenó que los hicieran acudir ante él y que luego se rascaran los unos a los otros mutuamente. (Historia Augusta, Adriano, 17, 6-7)

Balneatrix y balneator, pinturas de Alma-Tadema

En Roma tanto los hombres como las mujeres tenían la oportunidad de ir a los baños. En época de la República los edificios termales constaban de dos edificios adyacentes para que tanto ellos como ellas pudiesen bañarse al mismo tiempo, pero de forma separada. Es posible que en caso de existir un solo edificio se establecieran turnos dedicados al baño por sexo.

"Debe procurarse que los baños calientes para mujeres y hombres estén juntos y situados con esta orientación, ya que así se logrará que los útiles de la casa de baños y el horno para calentar sean los mismos para ambos sexos."(Vitrubio, V, 10)

Desde la época imperial se impuso un modelo de instalación termal en el que había un único edificio donde se encontraban todas las estancias para el baño por lo que es posible que se establecieran diferentes horarios para que los hombres y las mujeres se bañaran separadamente en diferentes turnos. Algunos emperadores vieron la necesidad de emitir decretos prohibiendo el baño conjunto, pero parece que no se llegó a conseguir porque desde Adriano fueron varios los emperadores que lo intentaron y algunos otros los que se opusieron.

“Prohibió que se exhibieran baños mixtos en Roma, prohibición que ya había sido hecha realmente antes, pero que había levantado Heliogábalo.” (Historia Augusta, Alejandro Severo, 24)


Pintura de Fiodor Bronnikof

Las evidencias literarias demuestran que hombres y mujeres compartían el baño exponiendo sus cuerpos desnudos y critican la falta de pudor femenino y los escritores cristianos desde el siglo II d.C. hasta la caída del imperio dan testimonio que las mujeres seguían acudiendo a los baños junto a los hombres al tiempo que advierten sobre cuál debe ser el comportamiento cristiano a seguir.

“Ten la precaución de no lavarte en un baño donde estés junto con los hombres. Cuando haya, en una ciudad o en un pueblo, baños para las mujeres, tú, que eres una mujer fiel, no acudas a lavarte con los hombres. Porque si escondes tu rostro a los hombres que te son ajenos con un velo de pureza, ¿cómo podrás entrar en los baños con hombres que te son ajenos? Pero si no hay baño de mujeres y tienes necesidad de lavarte en el baño común de hombres y mujeres- algo fuera de lo que conviene a la pureza- lávate (al menos) con pudor, con modestia y con mesura. No lo hagas en cualquier momento, ni todos los días ni al mediodía, sino que debes tener muy presente el momento en que te lavarás. (Será) a la hora décima, porque es preciso que tú, mujer cristiana, evites, sea como fuere, el vano espectáculo que en los baños se ofrece a los ojos.” (Didascalia apostolorum, III, IX, 1-4)


Termas de Caracalla, pintura de Alma-Tadema

Las mujeres acudían a los baños para hacer algo de ejercicio, lavarse y recibir masajes, pero allí tenían también la oportunidad de encontrarse con alguna amiga, contar chismes y ponerse al día de las noticias producidas en su entorno social.

“De noche se encamina a los Baños, de noche ordena movilizar los frascos de ungüento y su logística; disfruta sudando en medio de un cisco de órdago. Cuando se le caen los brazos agotados por las macizas pesas, el hábil masajista presiona con sus dedos en el pubis y obliga a la parte alta del muslo de la señora a dar un quejido.” (Juvenal, Sátiras, VI)


En el frigidarium, pintura de Alma-Tadema


Leer también: Balneum, el baño de la domus en la antigua Roma


Bibliografía

https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4298462; LAS TERMAS ROMANAS, ESTABLECIMIENTOS PRECURSORES DE LOS ACTUALES CENTROS ACUÁTICOS DE OCIO; Concepción E. Tuero del Prado
https://www.ajaonline.org/article/3817; Building the Thermae Agrippae: Private Life, Public Space, and the Politics of Bathing in Early Imperial Rome; Anne Hrychuk Kontokosta
canvas.brown.edu; Development of Baths and Public Bathing during the Roman Republic; Fikret K. Yegül
https://orca.cf.ac.uk/53876/1/2013zytkamjphd.pdf; Baths and Bathing in Late Antiquity; Michal Zytka
https://penelope.uchicago.edu/Thayer/E/Roman/Texts/secondary/SMIGRA*/Balneae.html; Balneae; A Dictionary of Greek and Roman Antiquities, John Murray, London, 1875.
La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio, Jerôme Carcopino
Bathing in Public in the Roman World; Garrett G. Fagan; Google Books

Insula, vivir en un piso en la antigua Roma

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La insula es el edificio de varias plantas que alberga viviendas para alquilar y que surge en Roma como consecuencia del aumento de población y escasez de terreno para construir. Su nombre proviene de cuando las antiguas chozas estaban separadas de las contiguas por un espacio, dedicado generalmente a huerto, que las dejaba aisladas unas de otras. Al aparecer los edificios de varios pisos estos mantuvieron el nombre de insulae e inicialmente estas construcciones debían de constar de dos plantas: la parte inferior estaría dedicada a la explotación del negocio familiar, y la superior, a la vivienda.

“Todo el terreno que tenían algunos particulares, si lo habían adquirido de forma justa, que lo siguieran conservando sus dueños; pero el que habían edificado algunos después de haberlo tomado por la fuerza o por robo, debían entregarlo al pueblo una vez que los nuevos dueños pagaran los costes que los árbitros decidiesen, y todo el terreno restante, que era público, el pueblo debía recibirlo sin pago y repartírselo. Explicaba también que esta medida resultaría ventajosa para la ciudad por muchas cosas, pero, sobre todo, porque los pobres ya no se sublevarían por el terreno público que poseían los patricios, pues ellos se contentarían con recibir una parte de la ciudad, ya que de la tierra no era posible porque los que se habían apropiado de ella eran muchos y poderosos. Cuando hubo expuesto tales argumentos, Cayo Claudio fue el único que se opuso mientras que la mayoría dio su consentimiento, y se decidió entregar ese lugar al pueblo. A continuación, en la asamblea por centurias convocada por los cónsules, estando presentes los pontífices, los augures y dos intendentes de sacrificios, hicieron los votos e imprecaciones habituales y la ley fue ratificada. Dicha ley está grabada en una estela de bronce que colocaron en el Aventino después de haberla llevado al templo de Diana. Cuando entró en vigor la ley, se reunieron los plebeyos, sortearon los terrenos y empezaron a construir, cada uno tomando una parcela tan grande como pudo. A veces, se reunían de dos en dos, de tres en tres e incluso más para construir una sola casa, y a unos les tocaba en suerte la parte de abajo y a otros, la de arriba. Así pues, aquel año se empleó en la construcción de casas.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma, X, 32, 2)


Via de la Abundancia, Pompeya. Ilustración Jean-Claude Golvin

Desde el siglo III a.C. la ciudad empezó a crecer de forma desmesurada como consecuencia del abandono de tierras y escasez de alimentos provocados por las guerras que demandaban continuamente más hombres para combatir. Los campesinos emigraron a la ciudad buscando trabajo, pero allí no había suficiente terreno para proporcionar vivienda a todos los recién llegados, por lo que se empezaron a levantar edificios de varias plantas.

“En una ciudad tan grande y con tal multitud de ciudadanos fue preciso ofrecer innumerables viviendas, y como el suelo urbano es incapaz de acoger una muchedumbre tan numerosa, que pueda vivir en la ciudad, tal circunstancia obliga a dar una solución mediante edificios que se levanten en varios pisos. Así, con pilares de piedra y con estructura de mampostería se levantan varios pisos con numerosos entramados, que logran como resultado unas viviendas altas, de enorme utilidad. Por tanto, el pueblo romano adquiere viviendas magníficas sin ningún obstáculo, a partir de superponer unos pisos sobre otros.” (Vitrubio, De Arquitectura, II, 8, 17)

Debido al creciente aumento de población la altura de estos bloques de viviendas se elevó hasta llegar, en los últimos años de la República, a tener seis o siete plantas.

“César Augusto se preocupó, sin duda, de semejantes limitaciones de la ciudad, contra los incendios, organizando una milicia de libertos que debía prestar socorro y, contra las demoliciones, disminuyendo la altura de las nuevas construcciones mediante la prohibición de que ninguna edificación se elevara sobre la vía pública por encima de los setenta pies”. (20 metros). (Estrabón, Geografía, V, 3, 7)


Horrea Epagathania, Ostia. Ilustración Jean-Claude Golvin

Las insulae solían conocerse por el nombre de su propietario y en los sótanos o debajo de la escalera se excavaba una especie de cueva que se utilizaba como almacén o bodega. La planta inferior con acceso desde la calle estaba ocupada por las tiendas (tabernae) y cada vivienda dentro de la insula era un cenaculum.

“En este edificio deseo que la insula Sertoriana sea para mi hija. (Hay) seis cenacula, diez tabernae, y un almacén debajo de las escaleras. Que lo disfrute.(CIL 6.2979114)


Inscripción de la insula Sertoriana

Los apartamentos o cenacula que se ubicaban en los pisos más bajos eran normalmente más espaciosos y caros, pudiendo contener varias estancias, cocina y letrina, e incluso agua corriente. Los situados en los pisos más altos, además de tener la incomodidad de más tramo de escalera, carecían habitualmente de estas comodidades.

“Siempre que te encuentras conmigo, Luperco, me dices al punto: “¿Quieres que te envíe un propio, para que le entregues tu libro de epigramas, que te devolveré una vez leído?”. No es necesario que molestes a un esclavo. Está lejos, si quiere venir hasta El Peral, y además vivo en una tercera planta, pero alta.” (Marcial, Epigramas, I, 117)

 En muchos casos se habilitaba una sola habitación (cella) que podía ocupar el espacio destinado a una taberna que no se había alquilado como tal o una pequeña estancia justo debajo del tejado, la cual tenía apenas las condiciones mínimas de habitabilidad y en la que además el calor sería sofocante en verano, por lo que el precio estaría conforme con lo que muchos podrían permitirse.

“Dime, Gargiliano, ¿qué haces en Roma? ¿De dónde tienes tu modesta toga y el alquiler de tu oscuro cuchitril?” (Marcial, Epigramas, III, 30)


Cuarto militar, Arbeia, Reino Unido

Los apartamentos o cenacula se diseñaban en forma alargada siguiendo la línea de la fachada que obtenía la luz solar. Las estancias se desplegaban a lo largo de esta aprovechando la luz que entraba por las ventanas. En los extremos se ubicaban las estancias más grandes con sus propias ventanas, mientras que en la parte central se encontraría un corredor desde el que se accedería a las otras habitaciones más pequeñas y sin luz directa. En alguno de los pisos podía encontrarse un acceso desde este corredor a un balcón. 

“La gente del pueblo, debido a que en los combates cuerpo a cuerpo llevaban la peor parte, subieron apresuradamente a los pisos de arriba desde donde causaron problemas a los soldados disparándoles tejas, piedras y otros cacharros. Los soldados no se atrevieron a subir contra ellos por su desconocimiento de las casas, estando cerradas además las puertas de casas y talleres. Entonces prendieron fuego a todos los balcones de madera que encontraron, y había un buen número de ellos en la ciudad. Al estar los edificios muy apretados y por la gran cantidad de madera en contacto, el fuego se extendió fácilmente por la mayor parte de la ciudad, de suerte que muchos pasaron de ricos a pobres al perder grandes y hermosas propiedades, valiosas unas como fuente de beneficios, y otras por su artística construcción.” (Herodiano, Historia del Imperio Romano, VII, 12, 5)


Ilustración de Ítalo Gismondi


En la parte baja y común algunos edificios contaban con un jardín y patio con pozo. En caso de no haber un pozo los inquilinos deberían acudir a los pozos o fuentes repartidos por las calles para proveerse de agua.


Pintura de Ettore Forti

En Roma no todas las casas de alquiler estaban destinadas a la plebe urbana que vivía en condiciones miserables, también había una clase media de comerciantes y miembros del rango ecuestre, que no se podían permitir el lujo de poseer una casa (domus) propia, pero si ansiaba vivir con un mínimo confort, por lo que se empezaron a construir insulae más suntuosas, en las que a veces se pagaban unas rentas desorbitadas, como se ve en el caso de Sila, quien siendo joven, había residido en un cenáculo por el que pagaba 3000 sestercios.

“A lo último, cuando, apoderado ya de la república, quitaba a muchos la vida, un hombre de condición libertina, que se creía ocultaba a uno de los proscriptos, y que, por tanto, había de ser precipitado, insultó a Sila, diciéndole que por largo tiempo habían habitado en la misma casa en cuartos arrendados, llevando él mismo el de arriba en dos mil sestercios, y Sila el de abajo en tres mil; de manera que la diferencia de fortunas entre uno y otro era la que correspondía a mil sestercios, que venían a hacer doscientas cincuenta dracmas áticas. Estas son las noticias que nos han quedado de su primera fortuna.” (Plutarco, Vidas paralelas, Sila, 1)


Insula, Ilustración de Andrei Koribanics

Los residentes de estas insulae debían aguantar las incomodidades de vivir en una comunidad de vecinos con negocios en los bajos, además de soportar los ruidos habituales de una ciudad en movimiento. Así describe Séneca las molestias a las que se enfrenta en su residencia de Bayas:

“Vivo precisamente arriba de unos baños. Imagínate ahora toda clase de sonidos capaces de provocar la irritación en los oídos. Cuando los más fornidos atletas se ejercitan moviendo las manos con pesas de plomo, cuando se fatigan, o dan la impresión de fatigarse, escucho sus gemidos; cuantas veces exhalan el aliento contenido, oigo sus chiflidos y sus jadeantes respiraciones… Luego al vendedor de bebidas con sus matizados sones, al salchichero, al pastelero y a todos los vendedores ambulantes que en las tabernas pregonan su mercancía con una peculiar y característica modulación… Entre los ruidos que suenan en derredor mío, sin distraerme, cuento el de los carros que cruzan veloces por la calle, el de mi inquilino carpintero, el de mi vecino aserrador, o el de aquel que junto a la Meta Sudante ensaya sus trompetillas y sus flautas, y no canta, sino que grita. Me resulta aún más molesto el ruido que se interrumpe, de cuando en cuando, que el otro continuado.” (Séneca, Epístolas, 56)




Los edificios solían estar construidos de forma muy endeble con materiales muy baratos, aprovechando el espacio al máximo, sin tener apenas ninguna medida de seguridad.

“Quisiera que nunca se hubieran inventado las paredes de zarzos, pues cuantas más ventajas ofrecen por su rapidez y por permitir espacios más anchos, tanto más frecuentes y mayores son los problemas que plantean, pues son fácilmente inflamables, como teas de fuego. Parece más acertado gastarse un poco más y usar barro cocido, que estar en un peligro continuo, por el ahorro que suponen las paredes de zarzos.” (Vitrubio, De Arquitectura, II, 8, 20)

El paso del tiempo, la falta de mantenimiento y los malos materiales empleados ponían a las insulae en constante riesgo de derrumbamiento, que los propietarios y los intermediarios con los inquilinos intentaban arreglar con apuntalamientos o reparaciones imperfectas que ponían en peligro la vida de los arrendatarios.

“Nosotros habitamos una ciudad que se apoya en buena medida en frágiles pilares, pues con un pilar detiene el casero el derrumbamiento, y así que ha tapado la abertura de viejas rendijas nos invita a dormir despreocupados con la ruina encima.” (Juvenal, Sátiras, III, 195)

Ilustración Peter Connolly

Cuando en la casa se detectaban grietas se recurría a estas soluciones transitorias, pero fáciles y baratas que evitaba al propietario un enorme gasto al propietario, quien, no obstante, debía haberse ocupado más diligentemente del mantenimiento y reparación de su propiedad.

 “Grande cosa nos da el que apuntala nuestra casa cuando amenaza ruina, y el que repara con maravillosa arte el cenaculo que tenía arruinados los cimientos; y con todo eso se conciertan estos reparos por un sabido y ligero precio.” (Seneca, De los beneficios, 6, 15)

Existían normativas que limitaban el grosor de los muros con la idea de que los edificios no tuvieran una altura demasiado elevada, lo que, por otra parte, incrementaba el riesgo de derrumbe.

“El derecho público no permite construir paredes exteriores con un grosor que supere pie y medio. Las restantes paredes, con el fin de no acotar un espacio ya excesivamente estrecho, se levantarán con el mismo grosor. Pero las paredes de adobe, a no ser que tengan dos o tres hileras de adobe, con un ancho de pie y medio únicamente pueden soportar encima un piso.” (Vitrubio, De Arquitectura, II, 8, 17)


Ilustración Italo Gismondi


Otro peligro al que se enfrentaban los moradores de una insula era el de los incendios, muy frecuentes en este tipo de vivienda por el uso de braseros y hornillos portátiles, la falta de chimeneas que expulsaran el humo, el hacinamiento y los materiales empleados en la construcción que incluía el empleo de la tierra, adobe y tapial con gran cantidad de madera en su estructura.

 “Hay que vivir allí donde no hay incendio alguno, ni temor alguno durante la noche. Ya pide agua, ya traslada sus cachivaches Ucalegón, ya tienes el tercer piso echando humo.

 Tú ni te enteras, pues si el alboroto empieza en las escaleras de abajo, el último en arder será el que sólo las tejas resguardan de la lluvia, donde las tiernas palomas ponen sus huevos.” (Juvenal, Sátiras, III, 195-200)




Como estos incendios tenían consecuencias devastadoras ya que se destruían barrios enteros algunos emperadores tomaron medidas para atajarlos en el futuro y para paliar las consecuencias de los ya sufridos, que incluían los materiales a utilizar en las reconstrucciones, las restricciones en los números de pisos a levantar y precauciones en cuanto a la seguridad.

Tras el incendio del año 64 d.C. Nerón promovió la reconstrucción de la ciudad de Roma teniendo en cuenta no solo la reedificación de las casas, sino la reestructuración de calles y barrios.

 “Pero las casas abrasadas del fuego no se reedificaron sin distinción y acaso, como se hizo después del incendio de los galos; antes se midieron y partieron por nivel las calles, dejándolas anchas y desavahadas, tasando la altura que habían de tener los edificios, ensanchando el circuito de los barrios y añadiéndoles galerías o soportales que guardasen el frente de los aislados. Estas galerías los solares limpios y desembarazados, y, señaló premios, conforme a la calidad y hacienda, de los que edificaban, con tal que se acabasen las casas y los aislados dentro del término establecido por él. Mandó que las calcinadas y los despojos de aquellas ruinas se echasen en los estaños de Ostia, y que lo cargasen y llevasen allá los navíos que habían subido por el Tíber cargados de trigo. Ordenó también que en ciertas partes se hiciesen los edificios sin trabazón de vigas y otros enmaderamientos, rematándolos con bóvedas hechas de piedra de Gabi y de Alba, las cuales resisten valerosamente al fuego. Y para que el agua de las fuentes, mucha parte de la cual hasta allí se divertía en uso de particulares, pudiese abundar más en beneficio público, puso guardias para que pudiesen todos tener más a la mano la ocasión de reprimir el fuego en semejantes desgracias. Mandó también que cada casa se fabricase con paredes distintas y propias, y no en común con las del vecino. Todas estas cosas, hechas por el útil, ocasionaron también grande hermosura a la nueva ciudad; aunque creyeron muchos que la forma antigua era más sana, respecto a que la estructura de las calles y altura de los tejados servía de defensa contra los rayos del sol; donde ahora, el ser las calles tan anchas y descubiertas, y a esta causa privadas de sombra, ocasiona más ardientes calores.” (Tácito, Anales, XV, 43)




Los peligros no solo acuciaban a los alojados en los cenacula, sino también a los viandantes que pasaban por las estrechas calles y que se arriesgaban a ser golpeados por los objetos que caían, sobre todo, desde los pisos más altos por el fuerte impacto que podían tener sobre sus cabezas. Así, Juvenal se queja de ello, no sin congratularse por el hecho de que uno podría contentarse de que solo le cayese encima el agua sucia de una palangana o el contenido de un orinal.


“Considera ahora otros diferentes peligros de la noche:
la altura que alcanzan las elevadas casas, de donde un recipiente
te hiere en la cabeza cuantas veces caen de las ventanas jarrones
desconchados y partidos, y el enorme peso con que marcan
y hacen mella en el pavimento. Se te podría tener por negligente
y poco previsor de accidentes repentinos, si asistes a una cena
sin hacer testamento: los riesgos son tantos exactamente como
ventanas abiertas y en vela esa noche, cuando tú pasas bajo ellas.
Así que debes anhelar y llevar contigo el deseo miserable
de que se contenten con verter palanganas bien anchas.”
(Juvenal, Sátiras, III, 268)




A pesar de los riesgos la inversión en el mercado inmobiliario se consideraba lucrativa y muchos romanos con dinero veían las rentas provenientes de los alquileres como un negocio provechoso del cual se podía obtener grandes beneficios y vivir bien de ello.

 “Sus conocidos lo acompañábamos a casa agrupados a su alrededor, cuando, al subir el monte Cispio, vemos ardiendo una casa de alquiler de muchos pisos de altura y a punto ya de ser devorada por el vasto incendio. Entonces, uno de los acompañantes de Juliano comentó: “Son grandes las rentas que se obtienen de las fincas urbanas, pero los riesgos son, con mucho, mayores. Si existiera algún remedio para que las casas no ardieran con tanta frecuencia en Roma, ¡por Hércules! que vendería las fincas rústicas y compraría fincas urbanas”. (Aulo Gelio, Noches Áticas, XV, 1, 2-3)


Domus urbana y al fondo insulae. Ilustración María Espejo

Un reducido grupo de aristócratas romanos se vieron convertidos en prósperos hombres de negocios y supieron ver que la inversión en casas de alquiler podía ser una manera rápida de obtener ganancias y constituir un medio de subsistencia seguro para su vejez. Cuando un propietario decidía construir un edificio de viviendas invertía en él un capital importante con la intención de obtener beneficios e intentaba sacar el máximo rendimiento posible. Por ejemplo, Cicerón contaba con las rentas de unos arrendamientos para financiar la estancia de unos ciudadanos en Atenas.

 “Quisiera que le propongas a Marco, aunque sólo si no te parece injusto, que acomode los gastos de esta estancia fuera a las rentas del Argileto y el Aventino, con las cuales se habría contentado fácilmente si permaneciera en Roma y tuviera una casa alquilada, como pensaba hacer; una vez se lo hayas propuesto, quisiera que tú personalmente organizaras el resto, es decir, el modo de que le proporcionemos cuanto necesite a partir de estas rentas. Yo responderé de que ni Bíbulo, ni Acidino, ni Mesala , que, según oigo, estarán en Atenas, hagan gastos superiores a lo que se reciba de estas rentas. Así pues, quisiera que veas primero quiénes son los arrendatarios y a cuánto; después que sean de los que paguen puntualmente; y también la cantidad suficiente de dinero para el traslado y para el equipaje.” (Cicerón, Cartas a Ático, XII, 32, 2)




Según el derecho civil romano no se podía separar la propiedad de lo edificado de la propiedad del suelo, por lo que no se podía vender cada cenaculum por separado, sino que debía venderse el edificio entero y el solar sobre el que se había construido.

 “Un edificio levantado en mi terreno, aunque el constructor lo haya hecho por su cuenta, me pertenece por ley natural; porque la propiedad de una estructura corresponde a la propiedad del terreno.” (Gayo, Instituciones, II, 73)

 Esto mismo dio lugar a una fuerte especulación, producida por la creciente necesidad de vivienda y el consiguiente aumento del precio de los alquileres, que no se veía frenada por la legislación existente y que provocó el enriquecimiento de algunos ciudadanos romanos notables. Por ejemplo, Cicerón apenas se entristece cuando dos tabernae de su propiedad se derrumban, porque ve que tras su reconstrucción podrá pedir una renta más alta.

“Y respecto a tu pregunta de por qué he hecho venir a Crisipo (arquitecto), se me han derrumbado dos tiendas y las demás tienen grietas; de forma que no sólo los arrendatarios sino incluso los ratones han emigrado. Los demás llaman a esto desastre; yo ni siquiera incomodidad. iOh Sócrates y seguidores de Sócrates, jamás os lo agradeceré lo suficiente! ¡Dioses inmortales, qué insignificantes me resultan esas cosas! Pero, no obstante, se ha iniciado, siguiendo por cierto el consejo y la iniciativa de Vestorio, un plan de reconstrucción tal que este daño resultará ventajoso.” (Cicerón, Cartas a Ático, XIV, 9)


Algunos lograron hacerse muy ricos con la especulación, como es el caso de Marco Licinio Craso quien supo aprovecharse de la desgracia de los que sufrían el incendio de sus viviendas, al hacer a los propietarios ofertas de comprar el edificio a un precio muy bajo para así poder construir sobre los restos un nuevo edificio empleando a sus propios esclavos. Un cuerpo de bomberos creado por él no actuaba hasta que la venta no se había cerrado. La rehabilitación del edificio siniestrado le permitía incrementar el precio del alquiler a los nuevos arrendatarios.

“Teniéndose por continuas y connaturales pestes de Roma los incendios y hundimientos por el peso y el apiñamiento de los edificios, compró esclavos arquitectos y maestros de obras, y luego que los tuvo, habiendo llegado a ser hasta quinientos, procuró hacerse con los edificios quemados y los contiguos a ellos, dándoselos los dueños, por el miedo y la incertidumbre de las cosas, en muy poco dinero, por cuyo medio la mayor parte de Roma vino a ser suya.” (Plutarco, Vidas paralelas, Craso, 2)


Negociando para apagar el fuego

Los precios solían subir en las calendas de Julio, fecha en la que empezaba la vigencia de los contratos de arrendamiento y aumentaba la demanda de vivienda. Sin embargo, la cotización de las viviendas que no se habían alquilado bajaba pasados esos días. Los inquilinos que no podían hacer frente a los pagos debían abandonar la casa y podían ver embargados sus bienes. Marcial se burla de un tal Vacerra que deja su casa con sus únicos y miserables propiedades tras ser embargado por no pagar el alquiler y al que aconseja buscarse un puente bajo el que alojarse.

“¡Oh vergüenza de las calendas de Julio! He visto, Vacerra, tus trastos, los he visto. Los que han quedado sin embargar por el alquiler de dos años los llevaba a cuestas tu mujer, una pelirroja con siete crenchas, y tu encanecida madre con la gorda de tu hermana… Creería uno que se mudaba la cuesta de Aricia. Iba un camastro de tres patas, una mesa de dos y, junto con una lucerna y una cratera de cornejo, un orinal roto goteaba por el lado recortado. A un brasero con cardenillo lo sostenía el cuello de un ánfora; que había tenido arenques o menas incomibles lo manifestaba el olor hediondo de una orza, como difícilmente llega a ser el tufo de una piscifactoría marina… ¿Por qué buscas casas de lujo y te ríes de los caseros, pudiendo, oh Vacerra, alojarte de balde? Esta pompa de tus trastos es la que corresponde a un puente.” (Marcial, Epigramas, XII, 32)


Londiniun. Ilustración Alan Sorrell

Los inquilinos que soportaban rentas abusivas por viviendas de tan mala calidad comenzaron a manifestar su descontento hacia los propietarios en la época de Cicerón lo que desembocó en la primera intervención estatal con respecto a los precios de los alquileres. El pretor Celio Rufo presentó un proyecto de ley que condonaba las deudas y eximía a los inquilinos del pago de sus alquileres, que logró aprobar. Pero el Senado, integrado por muchos propietarios envió al cónsul Servilio Isaúrico a restablecer el orden. Este propuso la destitución de Celio y lo expulsó del Senado. Al año siguiente, el tribuno Cornelio Dolabela hizo la misma propuesta provocando más disturbios. César retomó los proyectos de Celio y Dolabela introduciendo una modificación: la condonación de la deuda por alquileres se reducía a la renta de un año, pero únicamente se aplicaba a las viviendas cuya renta anual no superase los dos mil sestercios, en la ciudad de Roma, y los quinientos en el resto de Italia. Como la medida no fue satisfactoria para los inquilinos, las revueltas se reanudaron en el año 41 a. C.

“Oponiéndose a la ley el cónsul Servilio con los demás magistrados, y pudiendo él (Celio) conseguir menos de lo que pensaba, con el fin de ganar a la gente, suspendida la primera ley, promulgó otras dos: una, en que a los inquilinos se eximía de pagar los alquileres anuales de las casas; otra de rebaja de deudas nuevamente escrituradas; y acometiendo contra Cayo Trebonio con una pandilla de descontentos, después de haber herido a algunos, lo derribó a él del tribunal. Se quejó de este atentado el cónsul Servilio al Senado y el Senado privó a Celio de sus empleos por sentencia. En virtud de ella le prohibió el cónsul la entrada en el Senado, y queriendo él arengar al pueblo, le hizo bajar del tribunal.” (Julio César, Comentarios de la guerra civil, III, 21)




 Los propietarios también se sentían defraudados con esta ley porque veían sus ganancias reducidas y aducían que cobrar rentas era un negocio del que obtener el máximo beneficio, y que era lícito cobrar un precio abusivo, si se cumplía con la obligación de hacer las reparaciones necesarias en el edificio.

Y ¿Qué hay de habitar de balde en casa ajena? ¿Cómo es esto? Que yo compre, que edifique, que guarde, que guarde, que gaste mis caudales y que venga otro a disfrutarlo contra mi voluntad. ¿Qué diferencia hay entre quitar a uno lo que es suyo y dar a otro lo ajeno? ¿Y qué otro fin es el de estas nuevas leyes, sino que uno compre heredades con mi dinero, que las posea, y que yo me esté sin ello? (Cicerón, De los oficios, II, 23)


Insula. Ostia. Foto Samuel López


Bibliografía:


La casa romana, Pedro Ángel Fernández Vega; Ed. Akal
http://www.rehj.cl/index.php/rehj/article/viewArticle/361; EL NEGOCIO DE LAS RENTAS INMOBILIARIAS EN ROMA: LA EXPLOTACIÓN DE LA INSULA; ANA BELÉN ZAERA GARCÍA
Rome: A Sourcebook on the Ancient City; Fanny Dolansky and Stacie Raucci; Bloomsbury Academic
https://www.jstor.org/stable/299916?seq=1; The Rental Market in Early Imperial Rome; Bruce Woodward Frier
https://prism.ucalgary.ca/handle/11023/3680; Rental housing and urban property: The archaeological and social analysis of insulae in Roman Ostia from the 1st to the mid-4th century CE; Katherine Tipton
http://local.droit.ulg.ac.be/sa/rida/file/2003/van_den_berg.pdf; The plight of the poor urban tenant; Rena VAN DEN BERGH
https://nanopdf.com/download/marco-licinio-craso-y-la-necesidad-de-politicos-honrados_pdf; Marco Licinio Craso y la necesidad de políticos honrados; Javier Fernández Aguado

Consecratio, el culto imperial en la antigua Roma

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Estatua sedente de Augusto

En los reinos helenísticos el soberano se consideraba como una reencarnación de las divinidades y estaba acostumbrado a recibir honores durante su vida terrenal. Los fundadores de las ciudades eran venerados una vez fallecidos, y después de Alejandro Magno también los nuevos jefes del mundo helenístico empezaron a recibir honores divinos.

A través de su política religiosa, Alejandro ponía de relieve el carácter universal de su monarquía y su deificación, por encima de su carácter espiritual, debe ser entendida como un elemento más dentro de la política de unificación de su imperio, que estaba compuesto por pueblos de culturas y religiones muy distintas. El general macedonio era muy consciente de la importancia que una legitimación divina podía suponer para la conquista, control e integración de territorios tan heterogéneos como los que conformaban su imperio. Se presentó como heredero de personajes míticos, por ejemplo, de Dioniso en la India; y rindió culto a dioses egipcios y asiáticos. Este respeto que el macedonio mostró hacia otras creencias fue uno de los motivos que propiciaron que fuera aceptado con tanta facilidad en los nuevos territorios anexionados a su imperio.

“En general, con los bárbaros se mostraba arrogante y como quien estaba muy persuadido de su generación y origen divino, pero con los griegos se iba con más tiento en divinizarse… Alejandro, dentro de sí mismo, no fue seducido ni se engrió con la idea de su origen divino, sino que solamente quiso subyugar con la opinión de él a los demás.” (Plutarco, Alejandro, XXVIII)

Estatua de Alejandro Magno

Después de su muerte, Alejandro, consiguió ascender definitivamente a la categoría de dios, difundiéndose su culto por todo el imperio. Los reyes helenísticos y los emperadores romanos deseaban imitar el gobierno que el rey macedonio había puesto en práctica a lo largo de su campaña. Alejandro era la muestra de que este tipo de políticas eran posibles, por lo que los gobernantes posteriores no dudarán en establecer el culto a sus personas y proclamarse a sí mismos dioses en vida como forma de legitimar su autoridad y sus decisiones

“Según una historia bien difundida que se había enterado de que los árabes veneraban a solamente dos dioses, Urano y Dioniso; al primero porque era visible y contenía dentro de sí mismo a las luminarias celestiales, sobre todo al sol, de donde emana el mayor y más apreciado beneficio para todas las cosas humanas, y al segundo debido a la fama que adquirió debido a su expedición a la India. Por lo tanto, no se creía indigno de que los árabes le consideraran un tercer dios, ya que él había realizado proezas en ningún modo inferiores a las de Dioniso. Si lograba conquistar a los árabes, tenía la intención de concederles el privilegio de continuarse gobernando a sí mismos de acuerdo con sus propias costumbres, como ya lo había hecho con los indios.” (Arriano, Anábasis de Alejandro Magno, VII, 20)

Cuando Octavio llegó al poder como prínceps, los griegos empezaron a adorarlo, por un lado, para demostrarle su lealtad y, por otro, para emprender una comunicación directa con el soberano que les permitía desarrollar un creciente sentido de pertenencia al imperio.

Estatua thoracata de Augusto

Augusto, después de la victoria de Actium y de convertirse en dueño absoluto del poder, asumió la idea de transformar la vieja República en una institución monárquica, pero tomó conciencia de que el control de la vida política, de los ejércitos y de la plebe no era suficiente para garantizar el establecimiento de un nuevo sistema de gobierno y, sobre todo, su permanencia, sino que era necesario contar también con la ayuda de ciertos elementos religiosos, que le sirviesen para reforzar su prestigio de cara a sus conciudadanos.

El 16 de enero del 27 a.C. le fue concedido al emperador por el Senado el cognomen Augustus, título que le acercaba, a los ojos de los hombres, aún más al rango divino, y Augusto, consciente de ello, lo convirtió en su nombre personal, y lo utilizó en todo tipo de documentos, inscripciones, monedas, nombres de ciudades, etc. Todos los emperadores que le siguieron, sabedores también de la veneración religiosa que merecía la persona que lo llevara, lo asumieron como propio por lo que llegó a ser sinónimo de emperador.


Se inició a partir de entonces una forma de devoción hacia Octaviano Augusto, estando él con vida, cuando en distintas ciudades de la parte oriental del imperio se empezaron a decretar honores a su persona: en particular, en el año 29 a. C., algunas delegaciones de griegos de las provincias de Asia y Bitinia pidieron a Augusto permiso para instituir un culto provincial a su persona.

“Octavio mientras tanto, además de organizar muchas cuestiones, ordenó que fuera erigido un templo en honor de Roma y de su padre César, al que denominó Héroe Julio, tanto en Éfeso como en Nicea, las dos ciudades más ilustres de Asia y Bitinia y ordenó a los ciudadanos romanos que habitaban allí a rendirle los honores debidos. Por otra parte, permitió a los extranjeros, llamados griegos, la erección de un templo en su honor: los asiáticos en Pérgamo y los bitinios en Nicomedia. Estos hechos, que comenzaron en este momento, se repitieron con otros emperadores, no sólo entre los griegos sino entre todas las poblaciones sometidas a Roma. [Sin embargo], ninguno de los emperadores que recibieron estos honores se atrevió a hacer una cosa parecida en Roma o en cualquier otra ciudad de Italia; a aquellos que habían gobernado bien se les tributo después de muertos honores divinos y fueron adorados en un templo como héroes.” (Dion Casio, Historia de Roma, LI, 20, 6-8).

Augusto como pontífice máximo, Museo Nacional, Roma

En poco tiempo en las distintas provincias orientales empezaron a aparecer templos destinados al culto del emperador y de su familia, alrededor de los cuales se iban reuniendo las asambleas federales que congregaban las ciudades de lengua griega y de las cuales eran la máxima expresión política.

En una inscripción del año 9 a. C., encontrada en Priene, una ciudad comercialmente muy activa en Asia Menor, se puede leer como se conceden honores al emperador, en este caso, la aprobación de que el año nuevo comience en la fecha que se conmemora el cumpleaños de Augusto:

“Puesto que la providencia, que ha ordenado divinamente nuestra existencia, ha aplicado su energía y celo y ha dado vida al bien más perfecto en Augusto, a quien colmó de virtudes para beneficio del género humano, otorgándonoslo a nosotros y a nuestros descendientes como salvador, [...] por esta razón, con buena fortuna y seguridad, los griegos de Asia han decidido que el año nuevo debe empezar en todas las ciudades el 23 de septiembre, el día del cumpleaños de Augusto”.

Augusto togado, Museo del Prado, Madrid

Rendir culto al emperador era para estos pueblos una forma de expresar la lealtad y agradecer los beneficios recibidos al soberano, quien justificaba así sus poderes extraordinarios y aprovechaba la tradición cultural propia de estos pueblos para poder consolidar la nueva forma de gobierno que quería establecer.

Cada una de las diferentes comunidades que conformaban el imperio romano podía venerar al emperador con las tradiciones que considerara más convenientes, por el hecho de que no existía una normativa de cómo realizar esta veneración por parte del poder central de Roma, para no contradecir el mos maiorum, es decir, las costumbres de los antepasados, cuya recuperación en la vida cotidiana había sido un elemento fundamental en la política de restauración de Augusto.

“Ya que la Providencia, que gobierna todas las cosas de nuestra vida de forma divina, ha otorgado con tremenda generosidad el más alto don al traer a Augusto, que llenó de virtud para hacer el bien a la raza humana, como nuestro salvador y el de nuestros descendientes, el hombre que acaba con la guerra y hace la paz; y ya que gracias a su aparición el emperador ha sobrepasado con crecer las esperanzas de cualquier tiempo anterior, no sólo porque se ha encumbrado por encima de todos los benefactores que vivieron antes que él, sino que ha privado a los futuros benefactores de hacer más de lo que él ha hecho; y ya que por último el cumpleaños del Dios significa para el mundo el comienzo del mensaje de paz [evangelio] del que él es autor [...] por lo tanto, la propuesta del procónsul, de que Augusto sea honrado de la manera antes acordada, se acepta.” (Decreto de la liga de Asia para celebrar el cumpleaños de Augusto)

Retrato en bronce de Augusto


Como la divinización del princeps en vida se relacionaba con el concepto de monarquía y tiranía, era combatida en la capital del imperio de manera contundente por los senadores. Por este motivo el primer emperador romano decidió mantener las apariencias y rechazó que se instituyera un culto a su persona: de esta forma se ganó el respeto de los senadores. Al mismo tiempo no podía (ni quería) ofender a los pueblos orientales, rechazando sus pretensiones, así que encontró un compromiso que le permitió mantener el consenso tanto de las instituciones romanas como de sus súbditos: accedió a la creación de templos y sacerdotes en su honor en asociación a otras divinidades (en muchas ocasiones la diosa Roma) y permitió la celebración de sacrificios sólo al espíritu vivo o divino del emperador (Genius, Numen Augusti).

“El pueblo [lo consagró] a la diosa Roma y a Augusto César, siendo estratego de los hoplitas y sacerdote de la diosa Roma y de Augusto Salvador en la Acrópolis Pamenes hijo de Zenón de Maratón. Era sacerdotisa de Atenea Polias Megista hija de Asclépides de Aleo y era arconte Ares hijo de Doriono de Peane”. (Inscriptiones Graecae, II2, 3173).

En el año 7 a.C., puso su propia imagen entre los Lares Compitales, formándose los Lares Augusti, y añadió el calificativo augustus a abstracciones que estaban ligadas hacia su persona: Victoria Augusta, Pax Augusta, Concordia Augusta, etc. Es posible, además, que la adoración por el emperador al estar vinculada oficialmente con los Lares en el ámbito público, se estableciese también en el entorno doméstico.

Lares Augustales, Galeria de los Uffizi, Florencia. Foto de Sebastiá Giralt


El poeta Horacio, en relación a la organización de los Lares imperiales en el año 13 a.C., indica en una de sus odas que la imagen de Augusto fue añadida por los campesinos de Italia a las de sus dioses domésticos, dirigiéndole una oración en agradecimiento por poder vivir tranquilos en sus propias tierras cuidando de su hacienda e incluyéndole en sus brindis por los dioses lares y los héroes.

“Cada cual acaba el día en sus colinas y guía la vid hacia los árboles desnudos; alegre toma luego a disfrutar del vino, y en la sobremesa, como a un dios, a ti te invoca. Brinda por ti con muchas preces, con vino puro que de las páteras se vierte, uniendo tu divino poder al de los lares, como Grecia recuerda a Cástor y al gran Hércules.” (Horacio, Odas, IV, 5)

El culto de los emperadores vivos proporcionaba cohesión a las ciudades y fue más seguido cuanto más romanizada era la provincia. Desde el ámbito privado se utilizó para expresar sentimientos de lealtad y para intentar conseguir beneficios personales.

“Esta tierra hospitalaria ve que en mi casa hay un santuario dedicado al César. Están, asimismo, su piadoso hijo y su esposa, la sacerdotisa, divinidades no menos importantes que el ya reconocido como dios. Y para que no falte miembro alguno de esta casa, se encuentran ambos nietos, uno al lado de su abuela y el otro al lado de su padre. Yo les dirijo suplicantes palabras, junto con ofrendas de incienso, tantas veces cuantas el día nace por el Oriente. Si lo preguntas, toda la tierra del Ponto, testigo de mi piedad, te dirá que esto no es invención mía. Sabe la tierra del Ponto que yo celebro el natalicio del dios en este altar, con todo el festejo que puedo. Y no menos conocida es esta piedad por aquellos extranjeros si la larga Propóntide los envía a estas aguas… Apartado lejos de Roma, no ofrezco este espectáculo a vuestra vista, sino que me contento con una piedad silenciosa. Y, sin embargo, estas noticias llegarán alguna vez a los oídos del César: a él nada escapa de lo que ocurre en el mundo entero. Tú, César, llamado a estar entre los dioses, lo sabes, sin duda, y lo ves, porque la tierra está sometida a tus ojos. Tú, colocado entre los astros de la bóveda celeste, escuchas mis preces, que te hago con boca preocupada.”
¡Quizá lleguen también hasta ahí aquellos poemas que envié compuestos sobre tu nueva divinidad! Así vaticino que éstos cambiarán tu divina voluntad y que, no sin razón, ostentas el dulce nombre de Padre.”
(Ovidio,Pónticas, IV, 9)


Camafeo Blacas, gema sardónica con el rostro de Augusto,
Museo Británico


El mismo Augusto accedió a la difusión del culto y lo utilizó como instrumento político a su favor preparando el terreno para su consagración eterna, pues, a pesar de que mientras estuvo con vida, jamás fue calificado abiertamente como dios, todos sabían que después de su muerte sería objeto de un culto público como Divus Iulius.

Moneda con Augusto divinizado


Durante los últimos años de su vida Julio César ya recibió honores divinos decretados por el Senado, convirtiéndose en el primer gobernante romano vivo en gozar de tal privilegio. Poco después de su muerte, mientras su cuerpo se quemaba en el foro, el pueblo de Roma reclamó de manera espontánea la divinización de César, erigiéndose en su honor allí mismo un altar y una columna que lo designaba padre de la patria, además de numerosas columnas conmemorativas, una de las cuales se ubicó en el templo de Venus Geniatrix. Unos meses más tarde, Octavio celebró unos juegos funerarios en su memoria y se dedicó un templo a Divus Iulius donde se había levantado el altar en su honor. Octavio adoptó el título de divi filius y el culto a Divus Iulius se extendió por Italia y las provincias.

“Murió a los cincuenta y cinco años y fue incluido entre los dioses por voluntad expresa de los senadores, que contaron, además, con el convencimiento del pueblo. En efecto, durante los juegos que su heredero Augusto daba por primera vez en su honor después de haber sido divinizado, un cometa, apareciendo hacia la hora undécima, brilló durante siete días seguidos, y se creyó que era el alma de Cesar acogido en el cielo; por este motivo se le representa con una estrella encima de su cabeza.” (Suetonio, Julio César, 88)

Julio César fue por tanto el primer romano en ser reconocido como dios en un culto público, tras su muerte, y su deificación respondió a que el emperador Augusto necesitaba una legitimación, y convirtiendo a César en un dios, él mismo sería considerado por todos como divus filius, complaciendo, además, al menos a una parte considerable del pueblo, quien ya consideraba a su padre adoptivo como una divinidad.

Moneda con Julio César divinizado


Hasta ese momento para la mentalidad romana, inclinada a la religiosidad privada, más cercana a los dioses tutelares de la familia que a los dioses olímpicos, había sido complicado admitir la idea de que un mortal, el César, fuera divinizado.

En el año 14 d.C. el Senado romano decidió conceder honores divinos a Augusto, muerto hacía casi un mes en la ciudad campana de Nola. Este hecho trascendental tuvo como consecuencia decretar su consecratio/apotheosis (la consecratio era la consagración por la que el cuerpo se convertía en sagrado y la apoteosis se entendía como la ascensión al cielo del alma del emperador, transfigurada en águila o manteniendo su apariencia humana, pero con la ayuda de un genio alado, como aparece representado en monedas y relieves).

“Es costumbre entre los romanos deificar a los emperadores que han muerto dejando a sus hijos como sucesores. Esta ceremonia recibe el nombre de apotheosis.”

Augusto fue declarado oficialmente divus (pasando a denominarse desde entonces divus Augustus); esto es, se convirtió en una divinidad más del Estado a la que los ciudadanos romanos debían venerar con la dignidad merecida. Para atender en lo sucesivo dicho culto, se creó un sacerdocio específico (el flamen Augustalis) -cargo que recayó originalmente en su nieto Germánico- y se designó a Livia, su anciana viuda, sacerdotisa del divus Augustus. Por último, tanto Livia como el nuevo emperador, su hijo Tiberio, asumieron la construcción de un templo en honor de aquél en Roma.

“Al tiempo que se declaró inmortal a Augusto, se asignaron sacerdotes y ritos sagrados a su culto, y se nombró a Livia, a quien ya se llamaba Julia augusta, su sacerdotisa; también se le permitió emplear a un lictor cuando ejercía el oficio sagrado. Por su parte, ella concedió un millón de sestercios a un tal Numerius Atticus, senador y ex pretor, porque juró que había visto a Augusto ascender al cielo en la manera que la tradición dice que lo hicieron Proculus y Romulus. Un santuario votado por el senado y construido por Livia y Tiberio se erigió al difunto emperador en Roma, y otros se levantaron en otros lugares, algunas comunidades los construyeron voluntariamente y otras por obligación… además, Livia celebró un festival privado en su honor durante tres días en el palacio, y esta ceremonia se ha estado realizando hasta ahora por cualquiera de los emperadores que estuviese en el poder.” (Dión Casio, Historia romana, 56, 46)


Divus Augustus


El sacerdocio provincial fue un cargo religioso creado para supervisar el culto imperial en su ámbito provincial y para difundir por toda la provincia la imagen del emperador divinizado y reinante. El deseo de las provincias de contar con templos consagrados al culto imperial hacía necesario contar con un sacerdocio provincial. El título original del sacerdote provincial fue flamen Augustalis, con indicación del nombre de la provincia a continuación. A partir del principado de los Flavios, los flamines provinciales designados en Hispania, por ejemplo, estaban dedicados al culto a la diosa Roma, a los Augusti (emperadores vivos) y a los Divi (emperadores divinizados).

El flaminado podía ser provincial, local y conventual, según su ámbito de actuación fuera, respectivamente, la provincia, la ciudad, o la división administrativa denominada conventus

La organización provincial del culto imperial era la más relevante, por encima de los niveles conventual y municipal, siendo los flamines provinciales los encargados de las ceremonias anuales. El flaminado provincial era un cargo anual, que era posible repetir, y cuya elección dependía del consejo provincial, formado por representantes de todas las colonias y municipios de la provincia, independientemente de su tamaño. El conjunto de los delegados de las ciudades de la provincia se reunía una vez al año en Tarraco para participar en las ceremonias anuales del culto imperial y elegir al flamen provincial del año.

Sacerdote imperial, Museo de Antalya, Turquía


La obligación que tenía el flamen de organizar los rituales religiosos en la capital provincial conllevaba ciertos privilegios, de manera que en las reuniones de los decuriones o del Senado, tenía derecho expresar su opinión, participar en la votación y presentar propuestas, así como podía ocupar un sitio en la primera fila durante la celebración de los juegos. Era además el encargado de recibir al emperador o a sus legados en sus visitas a la provincia.

Mientras Roma utilizaba el sacerdocio provincial para evitar que conflictos religiosos llegaran a instancias mayores, las élites que lo ejercían se promocionaban socialmente dentro del sistema político-religioso romano.

Los requisitos necesarios para acceder al flaminado provincial consistían en la acumulación de honores y cargos en el ámbito público local, junto a la posesión de una riqueza indispensable para recibirlos, ya que había que pagar una suma de dinero al ser elegido. Poseer la ciudadanía romana era otro de los requisitos ineludibles.

«A Lucio Pompeyo Faventino, hijo de Lucio, de la tribu Quirina, prefecto de la cohorte VI de los astures, tribuno militar de la legión VI Victrix, prefecto de caballería del ala II Flavia de los hispanos, condecorado con una corona de oro, una lanza pura y una insignia por parte del divino emperador Vespasiano, flamen de la provincia Hispania Citerior, sacerdote de la ciudad de Roma y de Augusto, su mujer Valeria Arábiga, hija de Cayo, lo erigió como recuerdo». (CIL II.2637)

Las flaminicas dirigían el culto colectivo a las Augustae y mujeres divinizadas pertenecientes a la casa imperial. La flaminica Fulvia Celera fue sacerdotisa perpetua de la Concordia Augusta, cuyo culto, iniciado por Livia, dedicado al divino Augusto, se encontraba incluido dentro del culto a la casa imperial, puesto que esta virtud familiar, la Concordia, fue una de las divinidades a las que se asociaron las emperatrices, por simbolizar la armonía de la familia imperial. Celera fue también honrada con el flaminado local perpetuo de la Colonia Tarraconense: “flamínica perpetua de la Colonia Tarraconense”, y posteriormente con el flaminado provincial, flaminica de la Provincia Hispania Citerior.

Sacerdote y sacerdotisa del culto imperial


En un nivel inferior estaba el flaminado o sacerdocio conventual. El culto imperial precisaba también de organización a nivel de los conventos y de ahí la necesidad de esta figura. La existencia del sacerdocio conventual muestra que las capitales conventuales actuaron en provincias como Hispania como focos de difusión del culto al emperador a un nivel regional.

El cuerpo sacerdotal se ocupó de custodiar las diversas expresiones que tuvo el culto imperial: adoración a la diosa Roma, a los emperadores vivos y divinizados, a los miembros de la casa imperial (domus Augusta), a las denominadas divinidades augustas, a las abstracciones de las personas divinizadas -como es el caso de las virtudes-, al espíritu protector del emperador (genius Augusti) y a los dioses custodios de su casa (Lares Augustorum).

Los rituales se desarrollaron de forma distinta en virtud del marco jurídico de la ciudad, si era una colonia romana o no. La iniciativa correspondía a los decuriones, principales interesados en promover un culto que constituía la base de su propio poder y promoción.

Sacerdote imperial de Afrodisias


Tiberio, durante su reinado, renunció a ser venerado de cualquier forma, pero su sucesor Calígula en su delirio permanente empezó a exigir ser adorado como un dios en vida.

“Desde ese momento, [Calígula] comenzó a atribuirse la majestad divina; dio, pues, el encargo de que fueran traídas de Grecia las estatuas divinas más veneradas y artísticas, entre ellas la de Júpiter Olímpico, para quitarles la cabeza y ponerles la suya. Prolongó una parte de su palacio hasta el Foro y, tras haber transformado en vestíbulo el templo de Cástor y Pólux, se colocaba a menudo entre los divinos hermanos y se mostraba a los visitantes en el centro del grupo para que lo adoraran; algunos le saludaron incluso con el nombre de Júpiter Laciar. Creó asimismo un templo especial para su divinidad, y sacerdotes y víctimas rarísimas. En este templo se alzaba una imagen suya en oro, de tamaño natural, que cada día se cubría con una vestidura como la que él llevaba. Los ciudadanos más ricos se hacían sucesivamente con los cargos más altos de este sacerdocio mediante las mayores intrigas y las pujas más elevadas. Las víctimas eran flamencos, pavos reales, urogallos, pintadas y faisanes, que se inmolaban cada día por especies. Más aún, por la noche, cuando había luna llena y resplandeciente, la invitaba de continuo a venir a abrazarle y a compartir su lecho, y, durante el día, conversaba en secreto con Júpiter Capitolino.” (Suetonio, Vida de Calígula, 22, 2-4).

Estatua de Calígula, Museo del Louvre


Drusilla, hermana de Calígula, fue el primer caso femenino que se incluyó en el culto imperial. Falleció muy joven el 10 de junio del año 38 d.C., y fue declarada diva el 23 de septiembre del mismo año, ante el testimonio proporcionado por testigos de que había ascendido al cielo. Aunque la organización del culto se ajustó a las normas establecidas, no perduró tras la muerte de Calígula, quien no recibió la apoteosis por parte del Senado. Por lo tanto, el ejemplo de Drusilla como diva representa un episodio breve y sin apenas interés en la evolución general del culto imperial.

“Drusila, que estaba casada con Marco Lépido, amigo y al mismo tiempo amante del emperador, era a su vez concubina de Gayo [en ambos casos, el autor se refiere a Calígula que, por lo tanto, era amante de su hermana y de su cuñado]. Cuando murió, su marido pronunció un elogio fúnebre en su honor, mientras que su hermano [el emperador Calígula] la honró con un funeral público [...] además de serle concedidos todos los honores decretados a Livia, también se decretó que fuera deificada, que se alzara en el Senado su estatua realizada en oro, y que en el templo de Venus en el foro se le dedicara una estatua de la misma magnificencia que la de la diosa y que se la adorara con los mismos honores; además, se votó que se le construyese una tumba personal, que atenderían veinte sacerdotes, tanto hombres como mujeres [...] y finalmente, que en el día de su cumpleaños fueran celebradas fiestas similares a los Ludi Megalensi en los que el Senado y los caballeros participarían en un banquete. Desde ese momento recibió el nombre de Panthea y se la declaró digna de honores divinos en toda la ciudad.” (Dión Casio, Historia de Roma, LIX, 11).

Inscripción en honor de Drusilla: "A la diva Drusilla, hermana del Augusto Germánico"


Livia, esposa de Augusto, mostró habilidad en determinados asuntos como en la propagación y consolidación del culto imperial en torno al divus Augustus. Una serie de decisiones personales de Livia, acordadas con Tiberio y ratificadas por el Senado se vinculan con la deificación de Augusto una vez fallecido y tenían como finalidad reforzar el fundamento religioso que requería el nuevo régimen imperial para justificar y legitimar el poder de una dinastía que se hacía descender de un personaje divino, el divus Augustus.

En su testamento Augusto convirtió a Livia en Julia Augusta, nombre con que se la conocería posteriormente, y con el que entraría a formar parte de la familia Julia del fundador del Principado. Apartada por su hijo Tiberio de cualquier tarea política, Livia se volcó en las actividades relacionadas con el culto imperial destinado a su esposo como centro de la propaganda imperial.

Igual que con Augusto, en Roma Livia no fue equiparada a una diosa durante su vida , pero en las provincias orientales donde alcanzó cierta popularidad, sí llegó a ser honrada como una divinidad.

Cuando murió en el año 29 d.C., los senadores propusieron concederle la apoteosis, Tiberio lo prohibió, pretextando que éste no era el deseo de su madre, y luego procedió a anular su testamento. A pesar de la actitud del príncipe, el Senado decretó ciertos honores, como el luto por un año para todas las mujeres y un arco en su honor, distinción otorgada por primera vez a una mujer romana, y que jamás se llegó a construir, porque Tiberio prometió costearlo con su dinero, lo que nunca hizo.

Estatua de Livia


Claudio, el sucesor de Calígula, fue el que incluyó a Livia en el panteón romano, consiguiendo que los senadores decretasen su apoteosis. La nueva diosa recibió el nombre de diva Augusta y también de diva Julia Augusta. Su estatua se colocó en el templo del divino Augusto, situado en el foro; se ofrecieron juegos en su honor y su culto se adjudicó a las Vestales. Además, se le dedicaron monedas con su efigie como diva.

En Ramnunte, Ática le fue dedicado el templo de Némesis unos años después de su muerte y divinización.

“El pueblo a la diosa Livia. Siendo Demostratos, hijo de Dionisios de Pallene hoplita general y sacerdote de la diosa Roma y del César Augusto, y Antipatros el joven, hijo de Antipatros de Phlya arconte.” (IG II2 3242)

A partir de ese momento, la mayoría de las mujeres de la casa imperial adquirieron el rango de divas. La apoteosis era concedida por un decreto de los senadores, quienes valoraban los méritos de su conducta moral (pietas) y su fidelidad como esposas, en contraposición a la labor política considerada en los príncipes.

Moneda de la diva Julia, hija de Tito

En época de los Flavios, el emperador Domiciano se declaró representante de Júpiter en la tierra y por tanto superior al resto de los mortales. El emperador ejerce su autoridad porque el dios ha delegado su poder en él. Como gobernante intentará tener bajo su control la administración del Imperio en todas sus facetas, incluso en la religiosa, por lo que frente a la aparente libertad disfrutada en época Julio-Claudia respecto al desarrollo de sacerdocios y santuarios de culto imperial a escala local o provincial, Domiciano intentará centralizar los mismos bajo el control de la administración imperial con la redacción de leyes concretas para establecer los límites y regulaciones del culto.

“Con la misma arrogancia, al dictar una circular en nombre de sus procuradores, la comenzó con estas palabras: `Nuestro señor y dios ordena que se haga lo siguiente´. De ahí que quedara establecido a partir de entonces que nadie lo llamara de otra manera ni por escrito ni en sus conversaciones. No permitió que se le erigieran estatuas en el Capitolio, a no ser de oro o de plata y de un peso determinado.” (Suetonio, Domiciano, 13, 2)

Domiciano como genio, Museo Capitolinos


Plinio aprovecha el panegírico sobre Trajano para alabar los motivos por los que el emperador divinizó a su antecesor Nerva, exponiendo las razones por las que anteriores gobernantes habían hecho divi a los que los habían antecedido.

“[A la muerte de Nerva] Tú [Trajano] le honraste primero con tus lágrimas, como cumple a un hijo, y luego con la erección de templos, pero no imitando a aquellos que hicieron lo mismo, aunque con otra intención. Tiberio divinizó a Augusto, pero para hacer acusaciones de lesa majestad; Nerón a Claudio, por burla; Tito a Vespasiano, Domiciano a Tito, pero aquél para parecer el hijo de un dios y éste el hermano. Tú, en cambio, llevaste a tu padre hasta las estrellas, no para aterrar a los ciudadanos, no para escarnio de las deidades, no para tu propia honra, sino porque estimas que es un dios [...] Tú, por más que le rindas culto con aras y tronos y un propio sacerdote, con nada le haces y demuestras que es dios que con ser como eres. Porque cuando un príncipe sucumbe al destino una vez asignado su sucesor, no hay más que una prueba absolutamente cierta de su divinidad: un sucesor virtuoso.” (Plinio el Joven, Panegírico a Trajano, 11 1-3).

En el siglo II la importancia dinástica de las mujeres de la casa Ulpia y Antonina se pone de manifiesto en su deificación una vez muertas, y tendrá una proyección por todo el Imperio a través de las diversas emisiones monetales. Se les dedicaron numerosos honores y estatuas en vida y sobre todo una vez fallecidas, expresando la importancia de su estatus en el estado. Los elogios fúnebres y las consagraciones concedidas por el Senado que las convertían en divae, formaban parte del culto imperial.

Al morir Marciana, la hermana de Trajano fue nombrada diva, la primera de la dinastía a la que se le rindió culto y existe evidencia de que el ejército romano lo seguía haciendo, ofreciéndole sacrificios un siglo después de su fallecimiento. Los emperadores de esta época ascendían al trono por adopción y honrar a sus antecesores con la consagración legitimaba sus derechos sucesorios. Por ejemplo, Adriano emitió unas monedas en las que en el anverso figuraba él mismo y en el reverso aparecía el retrato de sus padres (adoptivos) Trajano y Plotina que habían sido deificados.



La posición de la emperatriz Sabina en la corte llegó a ser muy relevante ya que su filiación dentro de la gens Ulpia a través de su madre, su abuela y su tío abuelo Trajano otorgaba al Imperium de su esposo una legitimidad dinástica que él no tenía por linaje, a pesar de haber sido adoptado por Trajano.

Sabina, una vez muerta, recibió la consagración del Senado en el año 138 d.C. y, de forma inmediata, Adriano hizo acuñar monedas con la leyenda Diva Augusta Sabina. Fue la primera Augusta representada como diva y conducida al cielo por un águila.

Apoteosis de Sabina, Museos Capitolinos. Foto de Carole Raddato


La esposa de Antonino Pío, Faustina la mayor, murió en el 141 y fue inmediatamente consagrada y se le asignó un sacerdocio para la celebración de su culto, así como un templo y un altar. Su marido estableció en su honor una fundación alimenticia para chicas pobres. Se acuñó gran número de monedas con el nombre de Diva Faustina, que circularon a lo largo de todo el reinado de Antonino Pío e incluso posteriormente, en las que la emperatriz está representada como diosa y como personificación de virtudes.

Moneda de la diva Faustina


Cuando Faustina la menor murió en el año 175 d.C. su esposo marco Aurelio pidió al Senado que decretase honores divinos. Fue divinizada por medio de la apoteosis, cuya representación iconográfica fue utilizada además como propaganda imperial a favor de la armonía de la familia imperial, y le dedicó en Ostia el templo de Venus y en Roma un altar donde los recién casados ofrecerían sacrificios la noche de bodas, quedando así el matrimonio bajo la tutela de la diva Augusta. En Ostia un decreto de los decuriones obligaba a los jóvenes recién casados a realizar actos de culto a los representantes de la concordia, Antonino y Diva Faustina.

“Se decretó por el Senado que se erigieran estatuas de plata de Marco y Faustina en el templo de Venus y Roma, y que se erigiera un altar donde todas las doncellas casaderas de la Ciudad y sus prometidos ofrecieran un sacrificio; además, que se llevase siempre al teatro, en una silla, una estatua de oro de Faustina, en cada ocasión que el emperador asistiese como espectador, y que se situara en el lugar especial donde ella había estado situada, en vida, para ver los juegos, y que se sentasen a su alrededor las mujeres más influyentes.” (Dión Casio, Historia romana, LXXII, 72. 31. 1)

Decreto de los decuriones de Ostia


Durante la etapa de gobierno de los Severos siguió la tradición de la divinización de los emperadores difuntos. Herodiano describe el funeral y apoteosis de Septimio Severo que había muerto en Britania.

“Esparcen entonces todo tipo de inciensos y perfumes de la tierra y vuelcan montones de frutos, hierbas y jugos aromáticos. No es posible encontrar ningún pueblo ni ciudad ni particular de cierta alcurnia y categoría que no envíe con afán de distinguirse estos dones postreros en honor del emperador. Cuando se ha apilado un enorme montón de productos aromáticos y todo el lugar se ha llenado de perfumes, tiene lugar una cabalgata en torno de la pira, y todo el orden ecuestre cabalga en círculo, en una formación que evoluciona siguiendo el ritmo de una danza pírrica. También giran unos carros en una formación semejante, con sus aurigas vestidos con togas bordadas en púrpura. En los carros van imágenes con las máscaras de ilustres generales y emperadores romanos. Cumplidas estas ceremonias, el sucesor del imperio coge una antorcha y la aplica a la torre, y los restantes encienden el fuego por todo el derredor de la pira. El fuego prende fácilmente y todo arde sin dificultad por la gran cantidad de leña y de productos aromáticos acumulados. Luego, desde el más pequeño y último de los pisos, como desde una almena, un águila es soltada para que se remonte hacia el cielo con el fuego. Los romanos creen que lleva el alma del emperador desde la tierra hasta el cielo y a partir de esta ceremonia es venerado con el resto de los dioses.” (Herodiano, Historia del Imperio romano, IV)


Moneda de la consagración de Septimio Severo


En el siglo III la monarquía de corte helenístico que había intentado Cesar se vio concretada con el dominado de Diocleciano quien reforzó la autoridad imperial a imitación de las monarquías absolutas de derecho divino de Oriente. En el año 287 Diocleciano se proclamó “hijo de Júpiter” y a su colega Maximiano “hijo de Hércules” en un intento de fundamentar la autoridad imperial en un origen divino. A partir de entonces el título oficial del emperador era Dominus noster y todo lo que lo rodeaba se convirtió en sagrado: su cámara, su palacio, su vestimenta, los símbolos de poder... Sus súbditos le debían sumisión y veneración.

“La gloria de estos triunfos inspiró tal vanidad a Diocleciano, que no contentándose con que le saludasen los senadores conforme a la antigua costumbre, quiso que le adorasen. Enriqueció con oro y pedrerías sus trajes y calzado, haciendo los ornamentos imperiales mucho más preciosos que lo habían sido antes; porque es cosa cierta que los emperadores anteriores no recibían otros homenajes que los que se tributaban a los cónsules, ni tenían otro distintivo de su dignidad que el manto de púrpura”. (Juan Zonaras, Escritores de la historia Augusta, Diocleciano)

Retrato de Diocleciano


El culto imperial se ideó como el camino más apropiado para asegurar una pax deorum duradera, y ya en fechas muy tempranas llegó a convertirse en una especie de religión de Estado, imponiéndose al politeísmo tradicional y acercándose, especialmente a partir del siglo III, a las concepciones filosóficas y religiosas próximas al monoteísmo.

El fomento del culto imperial mediante leyes que reconocían la condición divina de los príncipes, coincidió con el proceso de cristianización de las instituciones romanas. En un principio los cristianos rehusaron a participar de forma activa en el culto imperial como consecuencia lógica de sus convicciones religiosas. Aun cuando viesen en el emperador romano a la más importante figura de autoridad política y al representante de Dios, no se mostraron convencidos de que los césares poseyeran una naturaleza divina y, como consecuencia, no se sentían obligados a rendirles ningún tipo de culto o veneración. Por negarse a participar en el culto al emperador, se les imputó el delito de lesa majestad.

“Por lo demás, nosotros también juramos, aunque no por los genios de los Césares, sí por su salud, que es más venerable que todos los genios. ¿No sabéis que los genios se llaman daemones y de ahí, en forma diminutiva, daemonia? Nosotros respetamos el plan de Dios sobre los emperadores: Él los puso al frente de los pueblos. Sabemos que en ellos hay algo que Dios ha querido, y por tanto queremos que esté a salvo lo que Dios ha querido, y a esto nos comprometemos como a cumplir un solemne juramento. Por lo demás, a los demonios —es decir a los genios— solemos conjurarlos para hacerlos salir de los hombres; no jurar por ellos, como si les reconociéramos el honor propio de la divinidad.” (Tertuliano, Apologética, 32, 2)

Moneda del divo Antonino Pío


Para los cristianos el emperador era el soberano de las comunidades cristianas y su autoridad procedía de Dios, por lo que adorar al emperador sería cometer impiedad contra Dios, así como contra los dioses del panteón grecorromano. Para Tertuliano ni los dioses ni el emperador podrían conseguir para las comunidades cristianas la salvación eterna y, por lo tanto, no habría motivo alguno por el que ambos tuvieran que ser adorados o venerados, sino que debían ser los emperadores los que tendrían que adorar a aquel del que reciben la salvación. El emperador sería en definitiva un hombre y, al serle concedido el título de Dios, dejaría de ser emperador porque para serlo debe ser un hombre.

“No voy a llamar «dios» al emperador, porque no sé mentir, ni me atrevo a burlarme de él, y ni él mismo quiere que se le llame dios. Damos por supuesto que es un hombre; y al hombre le interesa someterse a Dios. Bastante tiene con que se le llame imperator: grande es este nombre que Dios da. Niega que sea emperador el que lo llama dios: porque, si no fuera hombre, no sería emperador. Incluso en el triunfo, cuando está en lo alto de su carro, se le recuerda que es un hombre, puesto que se le aconseja desde detrás: «¡Mira detrás de ti, acuérdate de que eres hombre!” (Tertuliano, Apologética, 33, 3)

Los emperadores siguieron recibiendo honores divinos hasta el final del período teodosiano. De hecho, se puede afirmar que la condición divina del emperador era uno de los fundamentos del principado y lo siguió siendo con la cristianización del Imperio. Las leyes sancionaban el carácter institucional del culto imperial para conformar un ideario político en una época de profundos cambios administrativos, sociales y religiosos.

Constantino y el Papa

Los cultos tradicionales durante el siglo IV se transformaron en una religión centrada en el culto del emperador. No perdieron su naturaleza politeísta, pero sus manifestaciones fueron revisadas para fortalecer la autoridad de los príncipes.

Vegecio especifica que los soldados debían prestar su devoción al emperador como representante de Dios en la tierra.

“Juran por Dios, por Cristo y por el Espíritu Santo; y por Su Majestad el Emperador quien, tras Dios, ha de ser principal objeto del amor y veneración de la Humanidad. Pues cuando él ha recibido el título de Augusto, sus súbditos están obligados a prestarle su más sincera devoción y homenaje, como representante de Dios en la tierra. Y todo hombre, tanto en un puesto civil como militar, sirve a Dios sirviéndole a él [al Emperador] con fidelidad, pues reina por Su Autoridad (la de Dios).” (Vegecio, De re militari, II, V)

Libanio, sobre Juliano afirmaba que después de su deificación sus imágenes fueron colocadas junto a las de los dioses principales al parecer, por iniciativa de los ciudadanos que deseaban continuar con los ritos tradicionales.

“Y ya que hice mención de imágenes, numerosas ciudades le han situado a él en las moradas de los dioses y como a un dios lo veneran. Ya hay quien le pidió con súplicas algún beneficio y no dejó de lograr su objetivo. Con tanta naturalidad ha ascendido para reunirse con aquéllos y compartido, junto a los propios dioses, su poder divino.” (Libanio, Discurso, XVIII, 304)

Desde el período constantiniano hasta época teodosiana, el Senado romano decretaba la deificación de los príncipes mediante una resolución conocida como probatio. Los textos normativos aplicaban el título de divus a un emperador porque jurídicamente debía ser recordado así. El protocolo seguido por el Senado para decretar una divinización imperial constaba de dos actos: la probatio, que reconocía las virtudes del príncipe fallecido y su condición de divus, y la consecratio, que instituía su culto. A partir de Juliano en adelante, el senado se limitó a decretar la divinización del emperador tan solo con la probatio, que reconocía las virtudes del príncipe y su condición divina, divus.


Estatua de Valentiniano


El culto que correspondía al emperador fue también regulado desde el principado de Constantino hasta el de Valentiniano III. Se trataba de una normativa que regulaba sus manifestaciones, entre las que estaban además de las prohibiciones de ciertos ritos, la regulación de los juegos celebrados en honor de los príncipes, el calendario de las festividades imperiales y el protocolo a seguir en la llamada adoratio purpurae (ceremonia ante el emperador romano, postrándose ante él y besando su túnica). Los ludi fueron, no obstante, la forma más incentivada de culto tributado al emperador, porque participaba toda la comunidad civil y también porque asociaba el principado a la fiesta y el entretenimiento.

Para revestir al príncipe de rango divino, se le rodeó de un halo sagrado. Por ello, el contacto directo con su persona fue restringido progresivamente a lo largo del siglo IV a los altos cargos militares y civiles de palacio. Presentarse ante el emperador exigía cumplir con la prokýnesis o adoratio (postrarse y arrodillarse). En el caso de los príncipes, pues eran divinos, sus efigies eran objeto de culto. Solían ser exhibidas en las fiestas imperiales, con ocasión de la celebración de juegos.

“Es obligatoria la adoración ante ellos (los emperadores) para realzar su sacralidad, y no sólo ante su persona, sino también ante sus retratos esculpidos o pintados para que el honor que se les rinde sea perfecto y acorde con su dignidad” (Gregorio Naciancieno, Discursos, IV, 80)

Corte de Justiniano, Pintura de Hermann-Joseph-Wilhelm-Knackfu.


Desde Constantino hasta Valentiniano III, excepto Juliano, todos los emperadores profesaron la nueva religión, pero continuaron recibiendo culto público por la mayor parte de los ciudadanos, independiente de su creencia, pues estos no tenían mayores problemas en rendirles honores divinos. Ello se debía a que durante el s. IV los emperadores cristianos hicieron muchos esfuerzos para aglutinar a toda la población en los rituales del culto, y para ello se apartaron de los símbolos que pudieran molestar a los cristianos. Tanto Constantino como su rival Licinio hicieron que las oraciones a favor del emperador recitadas por los soldados se realizaran en terreno abierto, no frente a las imágenes de los emperadores divinizados y el resto de dioses. Además, se eliminaron los sacrificios tradicionales, ofreciendo la posibilidad de integrarse en el culto a los soldados cristianos. Finalmente, los rituales paganos tradicionales se fueron diluyendo hasta integrarse en las festividades cristianas.

“Del Augusto Teodosio y el césar Valentiniano a Asclepiodotus, prefecto del Pretorio

En las siguientes ocasiones todos los entretenimientos de los teatros y circos se negarán a los habitantes de todas las ciudades, y las mentes de los cristianos y de los creyentes estarán ocupadas en el culto de Dios: a saber, en el día del Señor, que es el primero de la semana, en el natalicio y Epifanía de Cristo, y en el día de Pascua y el de Pentecostés,… y para que nadie piense que está obligado por el honor debido a nuestra persona,… o que a menos que intentase celebrar los juegos despreciando la prohibición religiosa, pudiera ofender nuestra serenidad al mostrar menor devoción hacia nosotros, que no dude nadie que nuestra clemencia se reverencia grandemente por la humanidad cuando se rinde culto al poder y bondad de Dios.” (Código Teodosiano, XV, 5, 5)

Detalle del Disco de Teodosio, Real Academia de la Historia, Madrid


La difusión del culto imperial por todo el Imperio ayudó a la cohesión social política de todos los territorios que lo conformaban. Para expresar la romanidad se producían manifestaciones religiosas cuyo parte central era un sacrificio en honor del emperador. Este sacrificio es el que los gobernadores provinciales exigen a los cristianos, como demuestra la carta de Plinio, siendo gobernador de Bitinia, que informa a Trajano sobre grupos de cristianos en su región y su actuación hacia ellos.

“Me fue presentado un panfleto anónimo conteniendo los nombres de muchas personas. Los que decían que no eran ni habían sido cristianos decidí que fuesen puestos en libertad, después que hubiese invocado a los dioses, indicándoles yo lo que habían de decir, y hubiesen hecho sacrificios con vino e incienso a una imagen tuya, que yo había hecho colocar con este propósito junto a las estatuas de los dioses, y además hubiesen blasfemado contra Cristo, ninguno de cuyos actos se dice que se puede obligar a realizar a los que son verdaderos cristianos.” (Plinio, Epístolas, X, 96)

También, por ejemplo, en el ejército romano, se reservaba un lugar principal al emperador que era adorado en la capilla que presidía todos los campamentos legionarios junto con las águilas y otros símbolos militares. Los soldados romanos estaban obligados a prestar culto a las divinidades oficiales romanas. Como una forma de asegurarse la fidelidad de las tropas se cumplía con el ritual dedicado a los emperadores con un calendario lleno de festividades y sacrificios dedicados a ellos. En el Feriale Duranum, calendario de festividades de carácter militar o relativo a la colonia fundada en Dura Europus (Siria), se mencionan dos tipos de actos religiosos, la supplicatio, que consiste en la libación de vino y la combustión de incienso, y la immolatio, durante la que se sacrifica animales, generalmente, vacas, toros y bueyes.

El día antes de las nonas de abril (4 de abril), con motivo del natalicio del divino Antonino Magno, al divino Antonino, un buey.

Julius Terentius haciendo un sacrificio, pintura de Dura-Europos, Siria.
Yale University Art Gallery

La divinización de los emperadores no era bien vista por todos y encontraba detractores en diferentes ámbitos de la sociedad, como ya se ha visto con respecto a los cristianos. Pero también los senadores, opuestos al culto al emperador desde Augusto, que eran los encargados de aprobar la concesión de la consagración del difunto emperador, generalmente se siguieron oponiendo a ello, independientemente de las virtudes y defectos del gobernante en cuestión. Así sucedió en el caso de algunos emperadores como Adriano.

“Cuando el Senado objetó el conceder honores divinos a Adriano tras su muerte, basándose en ciertos asesinatos de hombres eminentes, Antonino les dirigió muchas palabras con llantos y lamentos, y dijo finalmente: "Pues bien, no os gobernaré, si a vuestros ojos se ha convertido en objeto de odio y enemigo público. Ya que, en tal caso, por supuesto que tendréis que anular todos sus actos, uno de los cuales fue mi adopción ". Al escuchar esto el Senado, tanto por respeto al hombre como por cierto temor de los soldados, concedieron los honores a Adriano.” (Dión Casio, Historia romana, LXX, 1, 2-3)

Estatua de Adriano


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Gladiator (I), los gladiadores en la antigua Roma

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Tumba de Vestorius Priscus, Pompeya. Foto de Samuel López

En Roma los ludi eran los juegos que se organizaban con motivo de las festividades religiosas oficiales (por ello, se ofrecían a los dioses en nombre de la comunidad), mientras que con la palabra munera se denominó a los juegos gladiatorios organizados para honrar públicamente la memoria de una persona ilustre.

El espectáculo consistente en ofrecer luchas de gladiadores se llamaba munus (‘deber’, ‘obligación’) porque originalmente esta práctica era una obligación fúnebre que se tenía con el difunto recién fallecido; los familiares más allegados tenían el deber (munus) de ofrecer en memoria del muerto un combate de gladiadores (munus gladiatorum), con la idea de que la sangre del gladiador vencido (en aquellos primeros tiempos sí moría siempre el vencido) favoreciese al espíritu del fallecido en la otra vida.

“Queda aún el examen de aquel distinguidísimo y amadísimo espectáculo. La obligación se llamó a partir del deber, puesto que el deber, en efecto, es el nombre de la obligación. Pues los antiguos consideraban un deber con sus muertos celebrar este espectáculo después de disponerlo con una dureza más humana. Pues en otro tiempo, puesto que se creía que se había de ofrecer un sacrificio a las almas de los muertos con sangre humana, los mercaderes inmolaban a cautivos o siervos de baja condición en los entierros. Luego agradó sombrear la impiedad con el placer. Y así habían dispuesto a éstos, hábiles con estas armas entonces como habían podido, lo suficiente para que aprendiesen a morir, y después de señalado el día de las exequias, pagaban junto a las tumbas. Y así mitigaban las muertes con los homicidios. Este es el origen del espectáculo público.” (Tertuliano, De los espectáculos, XII)

Los primeros gladiadores conocidos eran esclavos entrenados para luchar y recibían el nombre de bustuarii, derivado de la palabra bustum, que era la hoguera en la que se incineraba el cadáver. Los bustuarii luchaban a muerte en los llamados “juegos funerarios” celebrados en honor a un ciudadano importante fallecido. Su oponente debía ser otro bustuarius. Su arma era el gladius de estilo griego  copiada de las que usaban los hoplitas griegos. No llevaban casco. Su única defensa era un escudo pequeño. Sus combates eran costeados por la familia del fallecido. Estos juegos se realizaban durante el funeral del difunto (donde estaba la pira, de ahí el nombre de bustuarius), para hacer una ofrenda de sangre a los dioses y que éstos acogieran el alma del fallecido en la otra vida. En los primeros tiempos de Roma los supervivientes eran sacrificados durante la ceremonia.

Bustuarii en la pira de Julio César

Los combates de gladiadores en Roma encargados y pagados por los familiares del difunto se comenzaron a documentar ya en el siglo III a.C.

“El primer espectáculo de gladiadores fue dado en Roma en el Foro Boario en el consulado de Apio Claudio y Quinto Fulvio. Lo patrocinaron Marco y Décimo, hijos de Bruto Pera, para honrar la memoria de su padre con un espectáculo fúnebre.” (Valerio Máximo, Hechos y Dichos Memorables, II, 4, 8)

Uno de los primeros combates con varias parejas de gladiadores es el que ofrecieron los hijos de Emilio Lépido en su honor en el año 216 a.C.

“En honor de Marco Emilio Lépido, que había sido cónsul dos veces y augur, sus tres hijos, Lucius, Marcus y Quintus, dieron juegos funerarios durante tres días y trajeron veintidós parejas de gladiadores al Foro Romano.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXIII, 30, 15)



Continuando con el carácter funerario de las luchas de gladiadores, Tito Livio relata los juegos ofrecidos por Titus Flaminius, acompañados de actividades para el pueblo, en el año 174 a.C.

“Muchos juegos gladiatorios se dieron ese año, algunos sin importancia; uno sobresalió por encima de los demás, el de Titus Flaminius, para conmemorar la muerte de su padre, que duró cuatro días y se acompañó de una distribución de carne, un banquete y representaciones teatrales. El punto culminante fue que en tres días lucharon setenta y cuatro gladiadores.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XLI, 28, 9)

Esta vinculación fúnebre inicial se perdió con el tiempo, pero el término munus se mantuvo durante toda la época romana para designar al espectáculo gladiatorio.

La cantera principal de gladiadores durante la república y principios del imperio fue la guerra. Los soldados enemigos derrotados y hechos prisioneros de guerra eran vendidos como esclavos. La experiencia militar que tenían les hacía adecuados para convertirse en gladiadores, por lo que eran comprados por los lanistae, propietarios de las escuelas de gladiadores (ludi).

Relieve de Esmirna, Turquía. Museo Ashmolean, Oxford

Los editores (organizadores) de los dos primeros munera de los que hay referencias en Roma –los Iunii y los Aemilii Lepidi– tenían a familiares entre los generales romanos, por lo que probablemente pudieron acceder fácilmente a prisioneros de guerra para su exhibición en los juegos.

Los prisioneros de guerra que llegaban a los mercados de esclavos de las ciudades del imperio presentaban en principio unas cualidades físicas peores que los que habían sido escogidos en los campamentos por los ojeadores imperiales y privados.

“Fronto mandó matar a los sediciosos y los maleantes, que se denunciaban entre ellos; seleccionó a los más altos y los más apuestos de los jóvenes y los reservó para el triunfo; del resto, los mayores de diecisiete fueron encadenados y enviados a trabajos forzados en Egipto, mientras que muchos fueron llevados a las provincias, para morir en la arena por la espada (como gladiadores) o por las bestias salvajes.” (Flavio Josefo, La guerra de los judíos, VI, 418:4)

Gladiador tracio. Ilustración Zygmunt Michalski

Otros muchos esclavos que no eran prisioneros de guerra también acababan en un ludus, porque sus amos, entre las muchas opciones que tenían para obtener beneficios de ellos, contaban con la de venderlos a un lanista.

“Después de semejantes principios, ejerció en gran parte el imperio según los consejos y el capricho de los más viles actores y aurigas, y en especial de su liberto, Asiático. Cuando este apenas era un adolescente, lo había corrompido manteniendo comercio carnal con él, hasta que el susodicho huyó, harto de estas relaciones; Vitelio le detuvo en Pozzuoli, vendiendo posca, y lo mandó a la cárcel, pero inmediatamente lo liberó y volvió a admitirle en su intimidad. Mas tarde, se enfadó otra vez con él a causa de su excesiva altanería y de su inclinación al robo, y lo vendió a un lanista ambulante; este lo reservó para el final del espectáculo, pero Vitelio entonces se lo llevó de repente.” (Suetonio, Vitelio, 12)

Cuando un criminal era juzgado por un delito una de las sentencias que podía recibir era la de ser enviado a un ludus para convertirse en gladiador, era la llamada damnatio ad ludum… condenado al ludus, es decir, a luchar en los juegos gladiatorios como gladiador. No obstante, esto no implicaba necesariamente la muerte, ya que se le abría la posibilidad de salvar su vida (si era lo suficientemente bueno como para que le concediesen la rudis (la espada con la que se concedía la libertad, la cual no le permitían obtener antes de tres años) o como para mantenerse vivo durante cinco años (si tras cinco años no había obtenido la rudis era puesto en libertad).

"Pero aquellos condenados a los juegos no son necesariamente eliminados; pueden, incluso, tras un tiempo, volver a la libertad, o ser liberados de la obligación de ser gladiador; ya que, después de cinco años, pueden recuperar su libertad, mientras que, al término de tres años, se les permite abandonar los juegos gladiatorios." (Collatio Mosaicorum et Romanarum Legum, 11.7) [ley del reinado de Adriano (117-138)].

Foto Noah Kaye

Un gran número de los que entraban en un ludus lo hacían como voluntarios (auctorati), movidos por el deseo de convertirse en gladiadores. Muchos lo hacían por necesidad, para poder subsistir; para aquellos que carecían de cualquier otro medio de vida el ludus ofrecía comida diaria y techo hasta el día del combate y, si luego seguían vivos, la comisión que les correspondiese por el combate más los premios, y comida de nuevo diaria hasta el nuevo combate… y así hasta que morían o conseguían dinero suficiente para vivir de otra manera. Para finales de la república los auctorati constituían más de la mitad de los gladiadores, siendo los esclavos quienes mayoritariamente constituían la otra mitad, con un menor porcentaje de condenados. La proporción de voluntarios se mantuvo alta hasta que se puso fin a los juegos gladiatorios, mientras que el menor número de guerras tras la instauración del imperio (pax romana) hizo disminuir mucho el número de prisioneros de guerra, convertidos en esclavos, lo que se compensó aumentando el número de delincuentes condenados que eran enviados al ludus.

“Plaucio, por su hábil y victoriosa dirección de la guerra en Britania, no solo fue felicitado por Claudio, sino que obtuvo también una ovación. Durante los juegos gladiatorios tomaron parte muchas personas, no solo libertos extranjeros, sino también cautivos britanos. Empleó más hombres que nunca en esta parte de los juegos y se glorió por ello.”
(Dión Casio, Historia Romana, LX, 30)



Los auctorati, generalmente atraídos por el deseo de ganancia, de gloria, de la necesidad de probarse a sí mismos con las armas, daban más espectáculo que el resto de gladiadores –porque al haber elegido ese deporte voluntariamente ponían más empeño en entrenar y en prepararse para ello que los gladiadores que luchaban a la fuerza (esclavos y criminales) y porque la mayoría de los que se convertían en auctorati eran antiguos gladiadores que tras recibir la rudis decidían volver a entrar en el oficio o porque eran los condenados ad ludum que –sin haber logrado la rudis– sí habían llegado a los cinco años de experiencia en la profesión (cumpliendo la condena), y al recuperar la libertad, podían decidir voluntariamente volver a entrar en el oficio para tener una fuente de ingresos.

Si un ciudadano (de la clase que fuese) decidía venderse como gladiador debía declararlo delante de un tribuno del pueblo, que levantaba acta dejando constancia del hecho. Si el voluntario iba a luchar para un lanista en particular, este estaba presente y debía dar su consentimiento de aceptar al voluntario durante la declaración ante el tribuno (y entonces el voluntario prestaba el juramento (auctoramentum), en presencia del lanista y del tribuno). Si el voluntario iba a servir de modo autónomo, sin lanista, en la declaración estaría el editor que iba a contratarlo (en lugar del lanista), y parece que no sería necesario jurar el auctoramentum. No obstante, en ambos casos, si el tribuno consideraba que el candidato era demasiado viejo o débil podía rechazarlo. Pero si todo iba bien, el tribuno levantaba el acta, en la que se registraba el nombre, edad y salario que iba a cobrar el voluntario (que no podía ser inferior a 2.000 HS)

“En el caso de aquel que voluntariamente en presencia de su excelencia, el tribuno de la plebe, anuncie su intención de luchar al precio legal de 2000 sestercios. Si este hombre, cuando ha obtenido su liberación, vuelve a dedicarse a esta peligrosa ocupación, su valor a partir de entonces no podrá exceder los 12000 sestercios.” (CIL 2.6278)

Pintura de M. Landucci

En el juramento se aceptaba ser quemado, ser encadenado, ser azotado, ser matado (“uri, vinciri, verberari ferroque necari”). Las tres primeras acciones eran afrentas graves contra la dignidad de un ciudadano, y la cuarta era un delito (homicidio), por lo que al realizar el voluntario el juramento el estado romano quedaba libre de toda responsabilidad referente a lo que le ocurriese durante su carrera gladiatoria (tanto en el ludus como en la arena), del mismo modo que también quedaba libre el lanista… toda la responsabilidad recaía en el gladiador, que era quien voluntariamente había aceptado tal cosa.

“Has prometido lograr tu máxima vinculación con la sabiduría, ser hombre de bien, y te has obligado a ello con juramento. Se burlará de ti quien te dijere que se trata de una milicia suave y llevadera; no quiero que te engañen. En los mismos términos se formula este muy honesto y aquel otro muy deshonroso compromiso: «afrontar el fuego, las cadenas y la muerte a cuchillo» De aquellos que trabajan a jornal para el circo, que comen y beben de la prestación que hacen a costa de su sangre, se exige la garantía de que, aun contra su voluntad, soporten estos riesgos; de ti que los soportes libre y gustosamente. A aquellos se les permite rendir las armas, recabar la misericordia del pueblo; tu ni te entregarás, ni suplicarás por tu vida; debes morir erguido e invicto.” (Séneca, Epístolas, 37, 1-2)

La primera referencia que parecer haber sobre casos de auctorati data del 206 a. C., cuando, según Tito Livio, lucharon hombres libres voluntariamente y por el deseo de competir.

“Escipión regresó a Cartagena para cumplir los votos hechos a los dioses y celebrar el espectáculo de gladiadores que había preparado en memoria de la muerte de su padre y de su tío. Los gladiadores que tomaron parte en el espectáculo no eran los que habitualmente presentan los lanistas, esclavos procedentes de la tarima de venta y libres que ponen precio a su sangre; la colaboración de los luchadores fue por entero voluntaria y gratuita.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXVIII, 21)



Por ley, un gladiador era considerado un infamis, una categoría social deshonrosa que incluía también a actores y prostitutas, ocupaciones todas que implicaban la sumisión del cuerpo y la voluntad a los deseos de otros, para darles placer, lo cual era considerado como despreciable por los romanos y por ello rechazaban a quienes se dedicaban a esos oficios, e incluso en determinados cementerios se prohibía darles entierro. La falta de autoridad y de personalidad que conllevaba tal conducta de sumisión a otro indicaba a los romanos que los infames eran incapaces de controlarse, de usar la autoridad sobre el propio cuerpo de modo adecuado, por lo que se les negaba toda una serie de derechos que implicaban la posesión de autoridad y poder, tales como desempeñar un cargo público o votar. El testimonio de un infamis tampoco era válido en un juicio.

“Por esta razón, un hombre que se vende para luchar queda marcado por la infamia luche o no, porque si luchase, cuando no se vendió para hacerlo, no sería considerado infame. Por tanto, los antepasados sostienen que no son infames los que luchan por mostrar su valor y lo hacen sin compensación, a menos que sufran para ser honrados en la arena; porque pienso que, en este caso, no pueden evitar ser señalados con la infamia.” (Digesta de Justiniano 3.1.1.6)

Relieve de Hierapolis

El Digesta de Justiniano deja claro que se podía aparecer en la arena sin quedar manchado por el estigma de la infamia, siempre que se hiciese sin recibir dinero y para mostrar valor. Algunos nobles se lanzaban a luchar como gladiadores por satisfacción personal y por ofrecer espectáculo, ante el malestar de algunos de sus conciudadanos más moralistas. Si se luchaba para honrar a un líder (un general o emperador) o para cumplir una promesa hecha a un emperador tampoco había infamia en ello.

“Le acompañaba su hermano Lucio, ese gladiador asiático que combatía como mirmilón (murmillo) en Mylasis y que estaba sediento de nuestra sangre, habiendo prodigado tanto la suya en las luchas de gladiadores.” (Cicerón, Filípicas, 5, 20)

Pero, aunque uno no quedase manchado por la infamia, dar el paso de hacerse auctoratus era difícil. Muchos se sentían atraidos por ser gladiadores y voluntariamente entrenaban e incluso combatían entre ellos (en combates privados entre amigos), pero entrar al circuito profesional exigía enfrentarse a muchos prejuicios sociales, a la posibilidad de morir y, probablemente el obstáculo mayor que disuadía a la mayoría, al gran nivel técnico y, sobre todo, físico que se exigía para estar en la competición. Obviamente cualquiera (que no fuese rechazado por viejo o débil por el tribuno) podía meterse a gladiador voluntario, pero si no era bueno no iba a encontrar ningún editor que le contratase ni ningún lanista que le quisiese entrenar ni representar en serio, simplemente sería usado como relleno en los gregatim (combate sin emparejamiento, todos unos contra otros). Se necesitaba una gran técnica en el manejo de la espada y una excepcional forma física para convertirse en un triunfador en el circuito profesional.

Tracio victorioso. Ilustración de Zygmunt Michalski

Había algunas circunstancias por las cuales uno podía convertirse en gladiador y no incurrir en la infamia, como, por ejemplo, cumplir una obligación familiar (pagar el funeral del padre, madre, esposa o hijo, para lo cual el dinero obtenido en el combate sería aceptable), realizar una obligación social (salvar a un amigo de la pobreza dándole el dinero ganado, vengar a un amigo muerto en la arena por otro gladiador)

“Yo, Víctor, zurdo, yazgo aquí, pero mi tierra natal fue Tesalónica. El destino me mató, no el embustero Pinnas [plumas]. No le dejéis alardear más. Yo tenía un compañero gladiador, Polyneikes, quien mató a Pinnas y me vengó. Claudius Tallus levantó este monumento con lo que yo dejé atrás como legado [dinero]”.

En las ciudades de las provincias la visión que se tenía de los gladiadores no estaba tan afectada por los prejuicios de la capital, y, con el tiempo, incluso en Roma se fue viendo a los gladiadores de forma más benévola, permitiéndose primero a sus hijos acceder a los círculos más altos de la sociedad y luego incluso a los gladiadores mismos. Así, por ejemplo, Q. Curtius Rufus, hijo de gladiador, llegó a cónsul en África en tiempos de Claudio (además de ser un notable historiador, autor de una biografía de Alejandro Magno). Durante la república habría sido inconcebible que el hijo de un gladiador llegase a cónsul.

“Del origen de Curcio Rufo, hijo, según han dicho algunos, de un gladiator, no querría referir mentira, puesto que me avergüenzo de decir verdad. En llegando a edad juvenil, siguió en África al cuestor a quien tocó aquella provincia; y hallándose en Adrumeto al mediodía, paseándose pensativo debajo de unos soportales, se le apareció una sombra en figura de mujer mayor que humana, de quien oía esta voz: Tú eres Rufo, aquel que vendrá a ser procónsul en esta provincia. Con este agüero, hinchiéndosele el corazón de grandes esperanzas, se volvió a Roma, donde con la liberalidad de sus amigos y con su ingenio levantado alcanzó el oficio de cuestor; y, después de esto, entre muchos nobles competidores, por voto del príncipe la pretura; cubriendo Tiberio la bajeza de su nacimiento con estas mismas palabras: A mí me parece que Curcio Rufo es hijo de sí mismo. Con esto y con vivir después muchos años siempre maligno adulador con los mayores, arrogante con los inferiores y con los iguales insufrible, alcanzó el imperio consular, las insignias triunfales y a lo último el gobierno de África, donde, muriendo, cumplió el pronóstico fatal.” (Tácito, Anales, XI, 21)



Los gladiadores eran despreciados (por ser infames), pero al mismo tiempo eran aclamados en el anfiteatro, como estrellas y admirados por su coraje, energía y cualidades físicas. Eran idolatrados por la misma gente que luego no los quería como vecinos, o en los cargos u oficios destacados de la sociedad. Esa doble moral en la actitud hacia los gladiadores se ve en el hecho de que, por ejemplo, Cicerón, Plinio y Quintiliano que alaban los valores que muestran los gladiadores los consideran a la vez hombres despreciables y bárbaros.

“¡Hay que ver qué golpes soportan los gladiadores, hombres degradados o extranjeros! ¡Mira cómo los que están bien adiestrados prefieren recibir un golpe que evitarlo con vergüenza! ¡Cuántas veces es evidente que ellos no desean otra cosa que satisfacer a su amo o al pueblo! Incluso agotados por las heridas, mandan a preguntar a sus amos qué es lo que desean: si ellos están satisfechos, lo que quieren es dejarse caer a tierra. ¿Qué gladiador mediocre ha dejado escapar un lamento, cuál ha mudado alguna vez su rostro? ¿Cuál se ha comportado ignominiosamente, no ya cuando resistía en pie, sino una vez caído a tierra? ¿Cuál, una vez caído a tierra, ha retirado su cuello ante la orden de recibir el golpe? Tal es la fuerza del entrenamiento, la preparación y la costumbre. ¿Será capaz de esto un Samnita, un hombre inmundo, digno de esa vida y condición mientras que un hombre nacido para la gloria tendrá una parte de su alma tan débil que no pueda endurecerla con la preparación y la razón? A algunos el espectáculo de los gladiadores les suele parecer cruel e inhumano y puede que, tal y como ahora se desarrolla, sea así, pero en aquellos días en los que quienes combatían a muerte eran los criminales, aunque para los oídos quizá hubiera otras muchas es evidente que para los ojos no podía haber una escuela más eficaz contra el dolor y la muerte.” (Cicerón, Tusculanas, 2, 41)

Entre el público femenino los gladiadores despertaban auténticas pasiones según los testimonios de la época. Esta atracción se debía a diferentes motivos como su juventud, su belleza o el ideal de virilidad que representaban. Algunos grafitos pompeyanos muestran el éxito que éstos tuvieron entre las mujeres.

“Celadus el tracio, por el que suspiran las chicas, tres combates, tres victorias.” (CIL 4.4342)

Mesalina en brazos del gladiador. Pintura de Joaquín Sorolla

En las fuentes literarias se encuentran ejemplos de mujeres de la élite social que mantienen relaciones con gladiadores. El poeta Juvenal presenta el ejemplo de Eppia que abandonó a su marido, miembro del orden senatorial, y a sus hijos para seguir a un gladiador llamado Sergiolus hasta la ciudad de Alejandría.

“Mas con todo, ¿qué belleza inflamó a Epia, qué juventud la cautivó? ¿Qué vio para aceptar que le dijeran gladiadora? Pues su Sergiolus había comenzado ya a rasurarse el mentón y a esperar la jubilación de su brazo mutilado.
Además, tenía muchas deformidades en la cara, como un lobanillo enorme en mitad de las narices, machacado por el casco, y la perversa secreción acre de su ojito siempre goteando.
Pero era gladiador. Esto los convierte a ellos en Jacintos, esto prefirió ella a sus hijos y a su patria, esto, a su hermana y a su marido. Es el hierro de lo que se enamoran. Este mismo Sergio después de recibir la espada de madera empezaría a parecerle Veyentón (el esposo). ¿Por qué te preocupas de lo que pasó en una casa particular, de lo que hizo Epia?”
(Juvenal, Sátiras, VI, 105)

Los gladiadores eran atractivos no solo para las mujeres, sino que muchos jóvenes de la alta sociedad también mostraban devoción por los juegos gladiatorios y sus protagonistas. Apuleyo cuenta que su hijastro ha abandonado sus estudios y se dedica a frecuentar tabernas, prostitutas y escuelas de gladiadores, en las que se relaciona con los gladiadores y recibe entrenamiento.

“Incluso se le ve con frecuencia en la escuela de gladiadores; conoce perfectamente los nombres de éstos, sus combates y sus heridas, ya que es el propio lanista quien lo alecciona como sí se tratase de un joven de buena familia.” (Apuleyo, Apología, 98, 7)



En el derecho romano se recoge la prohibición que tenían las hijas, nietas o biznietas de un senador de contraer nupcias legítimas tanto con un liberto como con alguien que hubiese ejercido una profesión de exhibirse públicamente, como los gladiadores. Sin embargo, en los epitafios de los gladiadores fallecidos queda patente que algunos estaban casados y mencionan a sus esposas e hijos.

“En cierta ocasión, y en medio de un gran aplauso general, le concedió el retiro a un esedario por el que intercedían sus cuatro hijos, hizo circular acto seguido una tablilla en la que recordaba al pueblo lo mucho que le convenía criar hijos, pues a la vista tenía la ayuda y el favor que podan dispensar incluso a un gladiador.” (Suetonio, Claudio, 21, 5)

El relieve de la tumba del gladiador Danaos, natural de Cyzicus muestra un retrato familiar en el que el padre y su hijo Asklepiades aparecen recostados sobre un triclinium, mientras que la esposa Eorta aparece sentada en una silla, como corresponde a una matrona respetable.

“Su esposa Eorta y su Asklepiades lo erigieron en memoria de Danaos, secundus palus, Tracio. Tras nueve combates partió hacia el Hades.”

Estela funeraria de Danaos. Museo de Historia del Arte de Viena

Muchos de los nombres de gladiadores se conocen a través de las inscripciones funerarias o de los grafitis, entre otras fuentes. En la mayoría de los casos, se menciona un nombre único, por lo que se podría suponer que se refiere a un esclavo, pero muchos de ellos no utilizaban su nombre original, sino que empleaban el nombre artístico o apodo que habían adoptado al entrar en este mundo. Entre los esclavos y libertos era más habitual ser conocido por tal apodo, que no solía elegirse al azar, sino que solía tener relación con las cualidades del propio gladiador (Aptus, Iuvenis, Victorinus), o referirse a personajes míticos (Glaucus, Orpheus), a animales (Pardus, Taurus), a metales o piedras preciosas (Beryllus, Margarites) o a su origen étnico (Troadensis).

Volumnia Sperata y su hijo Publius Volumnius Vitalis dedicaron una inscripción sepulcral al gladiador Probus (liberto), su marido y padre respectivamente.

“El murmillo, contrarretario, Probus, liberto de Publius Aurelius Vitalis, con 49 victorias, germano, yace aquí. Volumnia Sperata, en honor de su querido esposo, que bien lo merece, y Publius Volumnius Vitalis, para su afectuoso padre, hicieron el monumento. Que la tierra te sea leve.” (CIL II2/ 7, 363)

De algunos de ellos se sabe que no eran esclavos en el momento de su muerte ya que aparecen sus esclavos y libertos mencionados en la lápida funeraria. Además, hubo gladiadores que, posiblemente, serían libertos y manumitidos por los emperadores, como en el caso de Marcus Ulpius Felix.

“A los Dioses Manes, a Marcus Ulpius Felix, murmillo retirado, vivió 45 años, miembro de la nación de los tungri (Bélgica), el más amable y que bien lo merecía se lo dedicaron Ulpia Syntiche, liberta, y su hijo Iustus.” (CIL VI, 10177)

Estela funeraria de Lupercus. Museo Arqueológico Nacional de Tesalónica.
Foto Egisto Sani

Inscripción: Teodora en memoria de su esposo Lupercus (aparece también un posible ¿esclavo? Apolonio)

En caso de no tener familia propia los compañeros de la escuela gladiatoria (familia gladiatoria) podían hacerse cargo del entierro y la dedicación de la lápida del gladiador muerto. Entre los gladiadores el sentimiento de hermandad y compasión era habitualmente fuerte en lo que respecta a la muerte en la arena, ya que era un trance al que casi todos tendrían que enfrentarse antes o después, por lo que ningún gladiador permitiría que un colega suyo quedase sin enterrar (aunque fuese un desconocido o no le cayese bien en vida), puesto que esperaba que alguien hiciese lo mismo con él cuando finalmente cayese, pues dejar un cadáver sin enterrar conllevaba nefastas consecuencias para el alma del difunto.

“Ingenuus, essedarius, de la escuela gladiatoria de los Galos. Murió a los veinticinco años. Ganó doce palmas. De la nación de los Germanos. Toda la familia de los essedarios hizo a su costa este monumento. Aquí yace. Que la tierra te sea leve.” (CIL II2/7, 362)

Como muchos otros colectivos en la sociedad romana, los gladiadores podían asociarse en collegia, que se encargaban de los gastos funerarios de los miembros y de organizar eventos sociales durante las festividades religiosas o preparar la cena libera que se llevaba a cabo antes del combate. Los collegia se distribuían en diversas decuriae (diez integrantes) y si eran muy grandes en centuriae (cien integrantes) y estaban presididas por los initiales (fundadores).

Una inscripción de Roma datada en el año 177 d.C. incluye la lista de integrantes formada por cuatro decurias del collegium Silvanus, en el que se incluye el cargo de cryptarius, encargado del lugar de enterramiento.

"Por el emperador César Lucio Aurelio Cómodo y Marco Plautio Quintilo cónsules, los initiales del collegium de Silvanus Aurelianus, curatores, Marcus Aurelius Hilarus, liberto del emperador, y Coelio Magno, cryptarius.
decuria I
Borysthenes, tracio veterano …
decuria II
Vitulus, murmillo veterano …
decuria III
Barosus, contraretiarius principiante…
decuria IIII
Zosimus, fabricante de armas de los tracios … " 
(CIL VI, 631)

Gladiadores antes de entrar en la arena. Pintura de Stefan Bakalowicz

Debido a las cualidades de potencia, fuerza y coraje que se atribuían a los gladiadores, algunos creían que la sangre de estos era un remedio para la esterilidad, la impotencia y la epilepsia, además de para otros muchos males.

"¿Y dónde están aquellos que bebieron con avidez, para curar la enfermedad comicial, la sangre reciente que manaba del cuello de los criminales degollados en la arena?" (Tertuliano, Apologética, 9, 11)

Esto hizo del comercio de sangre de gladiador un negocio lucrativo al igual que se hizo muy rentable el comercio de aquellas armas que habían causado la muerte a un gladiador, pues, ya que estas se habían mojado en la sangre del gladiador (al matarlo), consideraban que eran excelentes para hacer objetos que usaban como amuleto. A parte de las armas que habían causado la muerte, en general, creían que toda prenda u objeto que hubiese usado un gladiador era un remedio eficaz contra la mala suerte, el mal de ojo, etc

“Un día en que una pareja de gladiadores se dieron muerte entre sí, ordenó fabricar de inmediato con las espadas de ambos unos cuchillos pequeños para su uso personal.” (Suetonio, Claudio, 34, 2)

Pintura de gladiadores. Regio V, Pompeya

Algunos gladiadores ante la posibilidad de una muerte segura se quitaban voluntariamente la vida al no poder soportar una existencia de sumisión o, también, por ser capaces de decidir el momento de su propia muerte como deja entrever Séneca:

“Hace poco, durante una lucha de gladiadores con las fieras, uno de los germanos que iba a participar en el espectáculo matinal se retiró al excusado para evacuar -a ningún otro lugar reservado se le permitía ir sin escolta-. Allí, el palo que, adherido a una esponja, se emplea para limpiar la impureza del cuerpo, lo embutió todo entero en la garganta, con lo que, obstruidas las fauces, se ahogó. Acto éste que supuso un escarnio para la muerte. Así, desde luego, poco limpiamente, poco decorosamente. ¿Hay algo más absurdo que morir con mucha finura?
iOh varón fuerte, digno de hacer la elección de su destino! ICon qué firmeza se hubiera servido de la espada!, ¡con cuánto arrojo se hubiera lanzado a la sima profunda del mar o a un precipicio escarpado! Desprovisto de todo recurso, aún halló la manera de tener que agradecer sólo a sí mismo la muerte y el arma mortal, a fin de que aprendamos que para morir no existe más obstáculo que nuestra voluntad. Juzgue cada cual, según su propio criterio, la acción de este hombre tan impetuoso, con tal que esté de acuerdo en que debemos preferir la muerte más inmunda a la más noble esclavitud.”
(Séneca, Epístolas, 70, 20-21)

Ilustración de Zygmunt Michalski

Solo los gladiadores considerados muy diestros eran capaces de ejercer su labor hasta edades avanzadas compitiendo en el circuito profesional… Una gran habilidad técnica y la experiencia podían contrarrestar la pérdida de aptitudes físicas como consecuencia de la edad, por lo tanto, era posible que veteranos ya entrados en años pudiesen vencer a gladiadores más jóvenes. Sin embargo, la superioridad técnica no siempre bastaba para imponerse a un oponente en su plenitud física.

“…(aquí descanso), el audaz Polyneikes, habiendo conseguido la gloria con mis armas, dominé invicto toda la provincia en el estadio, luchando veinte veces sin perder. Y no fui conquistado por maestría [superior], sino que un hombre joven superó a un cuerpo viejo”.
(SgO, 23.03)

A pesar de la dura vida y el riesgo en los combates, algunos gladiadores disfrutaban de su oficio y anhelaban su participación activa.

“Entre los gladiadores del César, los hay que se enfadan porque nadie los hace avanzar ni los empareja y ruegan a la divinidad y se acercan a los encargados para pedirles combatir; y entre vosotros, ¿ninguno se mostrará como ellos?” (Epícteto, Disertaciones, I, 29, 37)

Los que lograban llegar vivos hasta una edad oportuna para retirarse (evidentemente habiendo recibido la rudis varias veces antes) podían optar por entrar en los ludi como magistri (entrenadores) pudiendo llegar después a árbitros; primero como seconda rudis y luego, si era bueno arbitrando, podía promocionar hasta convertirse en summa rudis (árbitro principal). Al ser nombrado summa rudis entraba a formar parte del colegio de summae rudes de la ciudad en la que ejerciese como árbitro.

“A los dioses. Aelia a Publius Aelius, el ilustre summa rudis de Pérgamo, miembro del collegium de los summae rudes en Roma, a mi esposo, con el que estuve felizmente unida, que vivió 37 años, Aelia lo erigió en su memoria.”

Mosaico de gladiadores. Museo Arqueológico de Verona. Foto de Steve Richards

Los que se enriquecían por haber invertido sus ganancias convenientemente podían llegar a ser lanistae y convertirse en propietarios de sus propios ludi (escuelas). Marcial ensalza la figura de un gladiador llamado Hermes, quien parece ser propietario y entrenador de su propia escuela.

“Hermes, delicia marcial del siglo;
Hermes, instruido en todas las armas;
Hermes, gladiador y maestro de gladiadores;
Hermes, confusión y terror de su propia escuela;
Hermes, el único al que teme Helios;
Hermes, el único ante el que sucumbe Advolante;
Hermes, que sabe vencer sin herir;
Hermes, sustituto de sí mismo;
Hermes, riqueza de los que alquilan sus localidades;
Hermes, preocupación y cuidado de las esposas de los gladiadores;
Hermes, soberbio por su lanza guerrera;
Hermes, amenazador con el tridente marino;
Hermes, temible con su casco de penacho lánguido;
Hermes, gloria de Marte universal;
Hermes, que lo es todo solo y tres veces único.”
(Marcial, Epigramas, V, 24)

Estela funeraria de Satornilos, Esmirna, Turquía. Foto Ipernity


No obstante, muchos de los que sobrevivían a su ejercicio profesional, sufrían de varios males y no llegaban a vivir mucho tras retirarse. También tenían un difícil futuro los que se retiraban y no lograban entrar en un ludus y, sobre todo, los que antes de haber podido ahorrar dinero quedaban heridos o mutilados de modo que jamás podían volver a luchar en competición (o no podían siquiera valerse por sí mismos). Los que eran incapaces de desempeñar ninguna tarea útil no tenían otra opción que la mendicidad y el pedir refugio a los sacerdotes de los templos.

El mayor ejemplo del prestigio que llegó a obtener el munus gladiatorium y de la atracción que ejercía sobre la población romana, es que muchos emperadores lo practicaron. Que el propio emperador llegase a ejercer como gladiador delante de los asistentes a los juegos era prueba de la gran popularidad que habían logrado desde su origen.

Según Dión Casio, en público Cómodo solo combatía en la parte del munus llamada prolusio (el calentamiento), con espada de madera, nunca de acero, y se abstuvo de matar a nadie, por miedo a las críticas del pueblo (aunque sí mató en privado, donde luchaba con armas de verdad). Sin embargo, no todos los testimonios confirman esta versión y critican el comportamiento del emperador al actuar como un verdadero gladiador.

“Hasta entonces, aunque su actuación, a excepción de su valor y puntería, era impropia de un emperador, todavía gozaba de cierto carisma entre el pueblo. Pero cuando entró en el anfiteatro desnudo y, blandiendo sus armas, se puso a luchar como un gladiador, entonces el pueblo contempló un triste espectáculo: el muy noble emperador de Roma, después de tantas victorias conseguidas por su padre y sus antepasados, no tomaba sus armas de soldado contra los bárbaros en una acción digna del imperio romano, sino que ultrajaba su propia dignidad con una imagen vergonzosa en extremo y deshonrosa. En sus combates de gladiador vencía sin dificultad a sus oponentes y sólo llegaba a herirles al dejarse ganar todos por ver en él no a un gladiador sino al emperador. A tal grado de locura llegó que ya ni quería habitar el palacio imperial, sino que quiso trasladarse a la escuela de gladiadores. Y ordenó que ya no se dirigieran a él con el nombre de Hércules sino con el nombre de un famoso gladiador que había muerto. De la enorme estatua del Coloso que veneran los romanos y que representa la imagen del sol hizo cortar la cabeza y mandó poner la suya, ordenando que inscribieran en su base los habituales títulos imperiales y de su familia, pero en lugar del calificativo de Germánico puso el de Vencedor de Mil Gladiadores.” (Herodiano, I, 15, 7-8)

Cómodo abandonando la arena. Pintura de Edwin Howard Bashfield

Entre las divinidades asociadas a los juegos gladiatorios destacan Hércules y Marte, mientras que, en ciertas comunidades provinciales, durante los siglos II y III d.C. se confió la tarea de defender la vida a la diosa Némesis, a la que creían capaz de controlar el destino de los humanos, por lo que soldados y gladiadores desarrollaron devoción por ella, y muestra de ello es que en un epitafio un gladiador pide no confiar en la protección de la diosa ya que esta permitió su muerte.

“A los dioses Manes. Glauco, un nativo de Mutina, luchó en siete combates y pereció en el octavo. Vivió veintitrés años y cinco días. Aurelia y sus amigos lo pagaron para su esposo que lo merecía. Yo (Glauco) te aconsejo encontrar tu propia estrella: no confíes en Némesis, así es como fui engañado. Saludos y adiós.” (CIL 5.3466)

Relieve de la diosa Némesis

Las estelas funerarias y epitafios dedicados a los gladiadores fallecidos suelen mostrar al difunto con su equipación y armas, señalando el tipo de gladiatura al que pertenecían, su categoría, si eran principiantes o veteranos, su edad y origen, sus victorias, las veces que fueron perdonados, y los familiares o amigos encargados de su enterramiento, además de algún mensaje admonitorio (como el de no dejar vivo al oponente vencido).

“A los dioses Manes. Para Urbicus, secutor, primus palus (categoría más alta entre los veteranos), florentino de nacimiento, que luchó en trece ocasiones y vivió veintidós años. Olympias, su hija de cinco años, Fortunensis, esclava de su hija, y Lauricia, su esposa, lo mandaron erigir para un esposo con el que ella vivió durante siete años, que bien lo merecía. ¡Te lo advierto! ¡Mata al oponente que vences, sea quien sea! ¡Sus seguidores aclamarán su espíritu!” (CIL V 5933 = ILS 5115)

Estela funeraria del gladiador Urbicus. Antiquarium de Milán.
Foto de Giovanni Dall´Orto




Bibliografía

https://digibug.ugr.es/handle/10481/20304; MUNERA GLADIATORIA: ORIGEN DEL DEPORTE ESPECTÁCULO DE MASAS; ALFONSO MAÑAS BASTIDAS
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7616986; EL AUCTORATUS: CONTROVERSIA ENTRE LIBERTAD E INFAMIA; Francisco Javier CASTILLO SANZ
https://institucional.us.es/revistas/habis/50/08_miguel_martinez_sanchez.pdf; CÓNYUGES, FAMILIARES Y COMPAÑEROS: APROXIMACIÓN A LA TIPOLOGÍA DE LOS DEDICANTES EN LA EPIGRAFÍA GLADIATORIA ROMANA
https://www.jstor.org/stable/30038038?seq=1; Gladiatorial Combat: The Rules of Engagement; M. J. Carter
The Roman Games, Alison Futrell, Blackwell Publishing
Gladiators: Fighting to the Death in Ancient Rome, M. C. Bishop, Casemate Publishers
Gladiators: Violence and Spectacle in Ancient Rome, Roger Dunkle, Routledge



Veneficium, crimen por veneno en la antigua Roma

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La poción de amor, pintura de Evelyn Morgan

Para los romanos, veneficium era el crimen cometido al administrar venenum, que era cualquier sustancia capaz de alterar a personas o cosas con las que entrara en contacto. El acto de usar veneno con la intención de causar perjuicio se consideraba veneficium y estaba castigado por ley.

“Aquellos que administren un abortivo o un afrodisiaco, incluso si no lo hacen con mala intención, serán condenados a las minas, si son de clase inferior, o a una isla con la confiscación de parte de su propiedad, si son de clase superior, porque el acto siembra un mal ejemplo. Pero si por esa razón muriese un hombre o una mujer, serán castigados con una muerte horrible.” (Digesto, XLVIII, 19.38.5)

Sin embargo, existía una distinción, el venenum podía considerarse bonum (inofensivo) cuando se aplicaba con la intención de ayudar o sanar (medicamentum) o malum (perjudicial) cuando se administraba con la intención de hacer daño. Así, el mismo venenum dependiendo de la dosis o la forma de administrarlo, podía ser beneficioso o nocivo. Por ejemplo, la mandrágora se puede utilizar como ayuda para dormir, pero si se consume de forma abusiva puede tener consecuencias letales.

“Yo veía las ansias de ese malvado por conseguir un veneno fulminante; por otra parte, mis convicciones no me permitían ofrecer a nadie una substancia mortal; había aprendido que la medicina no tiene por objeto matar a los hombres, sino salvarles la vida. Temía no obstante que, en caso de cerrarme, una rotunda negativa de mi parte diera paso a un crimen, es decir, que ese hombre se fuera a otra parte a comprar su pócima de muerte o incluso llevara adelante su proyecto abominable recurriendo al puñal o a otra arma cualquiera. Le di, pues, una droga, pero era un soporífero, el famoso narcótico de la mandrágora, tan conocido por su virtud letárgica y por el sueño, muy parecido a la muerte, a que da lugar.” (Apuleyo, El asno de oro, X, 11, 2)


El primer caso conocido de crimen por envenenamiento múltiple en Roma fue en el año 331 a.C. cuando se produjo una alta mortalidad debido quizás a una plaga, pero que se achacó a la toma de  veneno. Después de que muchos ciudadanos principales murieran de la misma enfermedad, una esclava informó a los ediles curules que la causa de las muertes era que algunas matronas romanas preparaban y administraban venenos. Al investigarlo, encontraron a unas veinte matronas, incluyendo algunas patricias, preparando venenos, que ellas dijeron ser remedios curativos. Al ser obligadas a beber sus preparados para probar que los cargos eran falsos, ellas murieron. Además, ciento setenta más fueron declaradas culpables del mismo crimen.

“Sí desearía que fuese falsa la tradición —y no todos los escritores la avalan— según la cual murieron por envenenamiento todos aquellos cuya muerte hizo tristemente famoso al año por una epidemia; no obstante, hay que exponer la cosa tal como está en la tradición, para no negarle credibilidad a ninguno de los escritores. Cuando los ciudadanos principales se estaban muriendo de una enfermedad similar y todos casi con los mismos síntomas, una esclava le confesó al edil curul Quinto Fabio Máximo que ella desvelaría la causa de la calamidad pública si él le daba su palabra de que su delación no le iba a acarrear inconvenientes. Fabio somete inmediatamente el asunto a la consideración de los cónsules, éstos a la del senado, y con el acuerdo de todo este estamento se le dan garantías a la denunciante. Entonces quedó al descubierto que la población sufría por la maldad de las mujeres, que las matronas preparaban aquellos venenos y que, si querían seguirla en el acto, podían sorprenderlas con todas las evidencias. Siguieron a la denunciante y encontraron a algunas matronas cocinando los medicamentos, y descubrieron otros escondidos. Conducidas éstas al foro, el viator hizo comparecer a unas veinte matronas en cuyo poder habían sido aprehendidos; como dos de ellas, Cornelia y Sergia, de familia patricia ambas, pretendían que aquellos medicamentos eran saludables, la denunciante, rebatiéndolas, les pidió que bebieran para demostrar que ella había inventado una falsedad. Se tomaron un tiempo para cambiar impresiones; una vez retirado el público, expusieron la cosa a las demás, y como tampoco éstas rehusaron beber, apuraron el brebaje a la vista de todo el mundo y todas ellas perecieron en su propia trampa. Apresadas inmediatamente sus cómplices, denunciaron a un gran número de matronas, de las cuales fueron condenadas alrededor de ciento setenta. Antes de esa fecha no se habían dado en Roma procesos por envenenamiento.”(Tito Livio, Ab Urbe condita, VIII, 18)

El suicidio por envenenamiento se veía como una salida noble y digna frente a la posibilidad de ser tomado prisionero y ejecutado por los enemigos. Así sucedió durante la segunda guerra púnica, cuando la ciudad de Capua se rebeló contra Roma y Aníbal no fue en su ayuda. En el año 211 a.C. Capua fue asediada y su líder, Virrius, sabiendo que no encontraría el perdón en sus enemigos decidió suicidarse e intentó convencer a los miembros del senado para que hicieran lo mismo. Veintisiete lo siguieron, pero los restantes cincuenta y tres fueron ejecutados por los romanos.

“Yo no veré a Apio Claudio y Quinto Fulvio exultantes con su insolente victoria, ni me veré, cargado de cadenas, arrastrado por la ciudad de Roma dando vistosidad a su triunfo para después ser metido en una prisión o atado a un poste y doblegar el cuello ante un hacha romana, con la espalda destrozada por las varas; no veré cómo es incendiada y arrasada mi patria, y arrastradas para ser deshonradas las madres campanas y las doncellas y los muchachos libres. Arrasaron hasta los cimientos Alba, de donde ellos eran oriundos, para que no quedase memoria de su estirpe y sus orígenes; mucho menos voy a creer que perdonarán a Capua, a la que odian más que a Cartago. Conque aquellos de vosotros que quieran plegarse ante el destino antes de ver todos estos horrores tienen hoy preparado y dispuesto un convite en mi casa. Una vez saciados de vino y comida, irá pasando por turno la misma copa que me será presentada a mí; esa bebida librará el cuerpo de los suplicios, el espíritu de los ultrajes, los ojos y los oídos de ver y oír todas las atrocidades e ignominias que esperan a los vencidos. Habrá alguien preparado para arrojar nuestros cuerpos sin vida a una gran pira encendida en el patio de mi casa. Ésta es la única posibilidad de una muerte honorable y libre."(Tito Livio, Ab urbe condita, XXVI, 13, 17)


Muchas de las condenas por envenenamiento, sin suficientes pruebas de culpabilidad, y sin poder analizar químicamente las sustancias utilizadas, se producían en épocas de pestes, cuando la gente se encontraba en un estado de agitación mental que les disponía a atribuir las calamidades que sufrían a las malas artes de personas con perversas intenciones.

Especialmente proliferaron las acusaciones contra mujeres acusadas de envenenar a sus maridos, como en el siguiente caso ocurrido en el año 154 a.C.

“Hubo una investigación sobre envenenamientos. Las mujeres nobles Publilia y Licinia fueron acusadas de asesinar a sus maridos, antiguos cónsules; tras la audiencia, encomendaron sus haciendas al pretor como fianza, pero fueron ejecutadas por decisión de sus familiares.” (Floro, Periocas, 48, 6)

Como los casos que requerían una investigación pública, tales como traición, conspiración, asesinato y envenenamiento fueron en aumento, al final del siglo II a.C. se creó un tribunal para juzgarlos y en el año 81 a.C. el dictador Sila promulgó una ley contra crímenes en los que se incluía el uso de los venenos, Lex Cornelia de sicariis et veneficis. Esta ley incluía la persecución de los venefici, preparadores y administradores de los venenos, así como vendedores y compradores.

“Lo que ordena la ley en virtud de la cual se ha constituido este tribunal es que el presidente, es decir, Quinto Voconio, con los jueces que le han correspondido por suerte -a vosotros, jueces, se dirige la ley- abran información en los casos de envenenamiento. ¿Información contra quién? Se deja sin determinar. «Cualquiera que haya preparado, vendido, comprado, retenido, dado»”. (Cicerón, Pro Cluentio, 148)

Agripina Metella encadenada, pintura de Aurora Mira,
colección Banco de Chile

Los casos de envenenamiento proliferaban por lo que se juzgaban severamente, aunque no siempre era fácil encontrar un responsable o declarar la culpabilidad de un acusado.

“Una mujer de Esmirna fue conducida ante Cneo [Comelio] Dolabela, que ostentaba el mando proconsular en la provincia de Asia. Con venenos administrados solapadamente aquella mujer había asesinado a la vez al marido y a un hijo de éste y confesaba haberlo hecho, afirmando que había tenido un motivo para hacerlo, porque aquellos mismos marido e hijo habían dado muerte a otro hijo de la mujer habido de un matrimonio anterior, un joven excelente e intachable, sorprendiéndolo en una emboscada. Y no había duda alguna de que tal cosa había sucedido así. Dolabela trasladó el caso al Consejo. Ninguno de los consejeros se atrevía a emitir una sentencia en una causa tan delicada: por un lado, opinaban que no debía quedar impune un envenenamiento reconocido por el que se había dado muerte a un padre y a un hijo, y, por otro lado, creían que se había castigado con una pena adecuada a unos criminales. Dolabela trasladó el caso a los areopagitas de Atenas, como jueces más autorizados y experimentados. Una vez conocida la causa, los areopagitas ordenaron que el acusador de la mujer y la mujer misma, sujeto de la acusación, se presentaran al cabo de cien años. De este modo no absolvieron del envenenamiento a la mujer, algo que las leyes no permitían, ni condenaron ni castigaron a una inocente que merecía el perdón”. (Aulo Gelio, Noches Áticas, XII, 7, 1-8)

Entre las causas principales para utilizar veneno en las familias están la de librarse de una esposa o esposo para contraer nuevo matrimonio o quitarse a un pariente de en medio para acceder a una herencia.

“Una mujer acompañó al exilio a su marido, un proscrito. Un día lo sorprendió a solas con una copa en la mano y le preguntó qué contenía. Él le contestó que era veneno y que quería morir. Ella le suplicó que le dejara beber un poco, diciéndole que no quería vivir sin él. Él se tomó parte del brebaje y le dio el resto a su mujer, pero únicamente murió ella. En el testamento aparecía como heredero el marido. Al volver del exilio se lo acusa de envenenamiento.” (Séneca, Controversias, VI, 4 Un brebaje mortífero en parte)

Detalle mosaico del Museo del Bardo, Túnez

En uno de los famosos juicios de Cicerón se expone la defensa de Cluentio Avito acusado por el joven Opiánico, de intentar envenenarlo, cuyo padre, ya fallecido, ya había sido acusado a su vez de intentar envenenar al actualmente defendido, Cluencio. En su defensa Cicerón acusa al difunto Opiánico de envenenar a su esposa Cluencia, tía del joven Cluencio Avito, a su propio hermano y su cuñada embarazada.

“Vosotros, por favor, tened presente que no es mi propósito acusar a Opiánico -que ya está muerto- sino, queriéndoos convencer de que este hombre, mi defendido, no sobornó al tribunal, usar como principio y fundamento de mi defensa el hecho de que Opiánico, el mayor criminal y el mayor delincuente, fue condenado. Él alargó personalmente a su mujer Cluencia, que era tía de mi cliente Avito, una copa y súbitamente ella, a medio beberla, comenzó a gritar que se moría entre grandes dolores y no vivió más de lo que tardó en decirlo porque, con las palabras y el grito aún en la boca, murió. Confirmando esta muerte repentina y las palabras de la moribunda, se encontraron en el cuerpo de la difunta todos los síntomas que suelen ser indicios y vestigios de envenenamiento. Y también con el veneno mató a su hermano Gayo Opiánico.

Y no para ahí todo. Aunque en este fratricidio parece que no se omitió ninguna maldad, sin embargo, para llegar a esta acción infame, se preparó antes el camino con otros delitos. Así, hallándose embarazada Auria, la mujer de su hermano, y creyéndose que ya estaba próximo el alumbramiento, mató a la mujer envenenándola para que al mismo tiempo pereciera el fruto que había concebido de su hermano. Después se volvió contra su hermano, el cual tarde, cuando ya se había agotado la copa mortal, mientras lanzaba gritos por su asesinato y por el de su mujer y queriendo cambiar el testamento, murió en el mismo momento en que expresaba esta voluntad. Así mató a la mujer para no verse excluido, con el nacimiento de un hijo, de la herencia de su hermano y a los hijos de su hermano los privó de la vida antes de que ellos pudieran recibir de la naturaleza esta luz como suya.”(Cicerón, En defensa de Aulo Cluencio, 30-31)


Circe, pintura de John William Waterhouse

Todo aquel que tenía enemigos o pensaba que podía tenerlos desarrollaba gran temor a ser envenenado por lo que era habitual entre los ricos tener un probador para la comida, el praegustator. Sin embargo, no siempre era una solución para evitar el veneno, como se demuestra en muchas ocasiones en la historia.

“En la época en que se preparaba para la batalla que se luchó en Actium, Antonio desconfiaba de la reina hasta temer sus atenciones y no tocaba su comida a menos que otra persona la hubiese probado primero. Por ello se dice que la reina para burlarse de su miedo, hizo mojar las puntas de las flores de una corona en veneno, y luego se la puso en la cabeza. Tras un rato, cuando la alegría se había extendido, retó a Antonio a tragarse las flores mezcladas con el vino. ¿Quién en esas circunstancias se podía esperar traición? Entonces se arrancaron las flores de la corona y se echaron en la copa. Cuando Antonio estaba a punto de beber, ella le sujeto el brazo. Contempla, Marco Antonio, dijo, a la mujer por la que tomas tantas precauciones con tus probadores. Y si no pudiese vivir sin ti, no me faltaría ocasión. Tras decir esto, ordenó traer un hombre de la prisión y le hizo beber de la copa, al hacerlo cayó muerto ahí mismo.” (Plinio, Historia Natural, XXI, 12)

Cleopatra probando veneno en condenados, pintura de Alexandre Cabanel

Los probadores de comidas de los gobernantes llegaban a tener cierta importancia en la corte imperial, siendo normalmente esclavos y posteriormente libertos; algunos se vieron implicados en conspiraciones para envenenar a sus propios amos.

“Al genio de Coetus Herodianus, praegustatordel divino augusto, después vilicus en los jardines de Salustio, murió en el consulado de M. Cocceius Nerva y C. Vibius Rufinus. Julia Prima lo dedicó a su patrono.” (CIL, VI, 9005)

Coetus, por su agnomen Herodianus, pertenecería como esclavo a Herodes en un primer momento, y sería heredado por Augusto en virtud de un legado. Cuando fue liberado, se convirtió en un cuidador de los famosos jardines de Salustio siendo su propia liberta quien se encargó de su tumba.

Durante el imperio la dinastía Julio-Claudio consiguió una fama nefasta por los numerosos casos de envenenamiento ocurridos en la familia.

En el año 19 d.C. el sobrino del emperador Tiberio, Germánico, murió en extrañas circunstancias en Antioquía. Su esposa Agripina acusó al gobernador de Siria, Calpurnio Pisón, con quien el difunto había tenido grandes diferencias, y a su esposa Plancina de haberlo envenenado con la ayuda de una famosa hechicera siria, Martina.

“Éste, a instancia de Vitelio y de Veranio, que hacía el proceso contra los tenidos por culpados, envió a Roma una mujer llamada Martina, tenida por hechicera pública en aquella provincia, muy amada de Plancina.” (Tácito, Anales, II, 74)

Muerte de Germánico, pintura de Adolf Hiremy Hirschl

De camino a Roma para ser juzgada Martina murió y aunque no había pruebas de suicidio se encontró veneno escondido en su cuerpo.

“Ya se sabía que aquella Martina, famosa hechicera, enviada, como he dicho, por Cneo Sencio, había muerto súbitamente en Brindis, y que le habían hallado el veneno escondido en las trenzas de los cabellos, sin señal alguna en su cuerpo de haberse quitado ella misma la vida.” (Tácito, Anales, III, 7)

En el año 23 d.C. murió Druso, el hijo de Tiberio, por un veneno que le había sido administrado por Ligdo, un liberto suyo, instigado por Sejano, prefecto del pretorio, quien deseaba el poder y había cometido adulterio con la esposa del propio Druso. El veneno ingerido produjo en el afectado el efecto de una enfermedad degenerativa.

“Y así juzgando Sejano que le convenía solicitar, escogió un veneno de tal calidad que, penetrando poco a poco, hiciese su efecto semejante a las enfermedades casuales. Este veneno se dio a Druso por medio de Ligdo, eunuco, como se descubrió ocho años después.” (Tácito, Anales, IV, 8)


Druso minor, hijo de Tiberio.
Museo del Prado, Madrid

Dión Casio cuenta con respecto a la insania de Calígula que envenenó a gladiadores y aurigas para que sus favoritos pudieran vencer y él poder ganar más dinero.

“Al mismo tiempo que cometía estos crímenes con la excusa de que se encontraba falto de recursos económicos, ingenió este otro modo de sacar dinero. Vendía a los supervivientes de los combates gladiatorios, a un precio desorbitado, a los cónsules, pretores y otras personas. Se los vendía no sólo a los que deseaban comprarlos sino a los que él forzaba, en contra de su voluntad, a hacerlo durante las carreras del circo y, muy especialmente, a los que sorteaba para que fueran sus organizadores. De hecho, había ordenado que se designase a suertes dos pretores para aquellos combates, tal y como se había hecho en otras épocas. Mientras, él, que se sentaba en el banco del vendedor, hacía subir la puja. Muchas personas que venían de fuera aumentaban las pujas, especialmente porque así permitía, a los que quisieran, ofrecer un espectáculo con un número mayor de gladiadores del que la ley establecía y porque él los visitaba con cierta frecuencia. De esta forma, algunos porque necesitaban a aquellos hombres, otros porque creían que así se congraciaban con el emperador, y la mayoría, todos aquellos que tenían la reputación de ricos, porque querían gastar una parte de sus fortunas con aquel pretexto para que, disminuyendo sus riquezas, consiguieran salvar sus vidas, compraban a los gladiadores a precios muy altos. Pero después de haber hecho todo eso, mató a los mejores y más famosos de aquellos gladiadores con un veneno. Lo mismo hizo con los caballos y los aurigas del equipo contrario.” (Dión Casio, Historia romana, LIX, 14)



Se cree que el emperador Claudio murió envenenado por su cuarta esposa Agripina con un veneno proporcionado por la famosa Locusta para sustituirlo por su propio hijo Nerón. Claudio, gran aficionado a las setas, se sintió indispuesto tras comer un plato elaborado con ellas, pero no murió inmediatamente, sino que se dice que su médico, Jenofonte, le metió una pluma en la garganta para provocar el vómito, que estaría supuestamente envenenada lo que acabó por producir su muerte.

“Agripina, resuelta al crimen desde hacía tiempo, solícita para aprovechar la ocasión que se le había presentado y sin necesitar intermediarios, reflexionó mucho sobre la elección del tipo de veneno, temiendo que uno de efectos rápidos e inmediatos pusiera al descubierto su crimen, y que, si elegía uno lento y de efectos retardados, Claudio, al llegar a sus últimos momentos y comprender el engaño, retornara al amor de su hijo. Quería algo rebuscado, algo que perturbara la mente y aplazara la muerte. Entonces elige a una experta en tales artes llamada Locusta, condenada hacía poco por envenenamiento y mantenida desde tiempo atrás entre los instrumentos de su poder. Con el saber de esta mujer se preparó el veneno y se encargó de servirlo a Haloto, uno de los eunucos, que era quien solía llevarle las comidas a la mesa y probarlas.

“Hasta tal punto se supieron después todos los detalles, que los historiadores de aquellos tiempos cuentan que el veneno se echó en un sabroso plato de setas, y que los efectos del tóxico no se notaron en un primer momento, ya fuera por la estupidez de Claudio, ya porque estuviera borracho. A la vez daba la impresión de que una descomposición del vientre había venido en su ayuda. Aterrada por ello Agripina y, pues se temía lo peor, haciendo caso omiso de los reproches de los presentes, emplea la complicidad de Jenofonte, el médico, a quien se había ganado previamente. Se cree que éste, aparentando ayudarle en sus intentos de devolver, hundió hasta su garganta una pluma untada en un rápido veneno, no ignorando que los mayores crímenes empiezan con peligro y terminan en recompensa.” (Tácito, Anales, XII, 66-67)


El motivo por el que Nerón pudo haber hecho envenenar a Británico, hijo de Claudio, no está totalmente claro, pues el joven no llegó a ser nombrado sucesor y su paternidad había quedado en entredicho al ser hijo de Mesalina. Agripina se había encargado de eliminar a todos sus partidarios, pero quizás hizo creer a Nerón que apoyaría a Británico si aquel no seguía sus consejos. Suetonio cree que le tenía envidia por su voz y por ser el hijo del recordado Claudio.

Para llevar a cabo su detestable propósito recurrió a la mencionada envenenadora de su tiempo, Locusta, que creó una poción especial para la ocasión.

“Envenenó a Británico tanto por envidia de su voz, que era muy agradable, como por temor de que algún día el recuerdo de su padre le hiciera prevalecer en el favor de los hombres. Le dio el veneno una tal Locusta, que había descubierto varios, pero como este obraba más lentamente de lo que esperaba y solo consiguió provocar a Británico una descomposición de vientre, mandó llamar a esta mujer y la golpeó con sus propias manos, acusándola de haberle dado una medicina en lugar de un veneno; al poner ella como excusa que le había dado menos cantidad para ocultar un crimen tan odioso, exclamó: “Pues sí que temo yo la ley Julia” y la obligó a cocinar ante su vista, en su habitación, el veneno más rápido y más activo que pudiera. Luego, lo experimentó con un cabrito que tardó cinco horas en morir, en vista de lo cual lo hizo recocer una y otra vez y se lo dio a comer a un cochinillo, que murió en el acto; entonces ordenó que lo llevaran al comedor y se lo sirvieran a Británico mientras comía con él. Nada más probarlo, aquel cayó, y Nerón fingió ante los convidados que había sufrido uno de sus habituales ataques de epilepsia; al día siguiente, lo enterró a toda prisa, sin ninguna ceremonia, en medio de una lluvia torrencial. En premio a sus servicios, concedió a Locusta la impunidad, extensas posesiones, e incluso discípulos.” (Suetonio, Nerón, 33)


Muerte de Británico, ilustración de Pierre Narcisse Guerin

Locusta había sido condenada por muchos crímenes durante el reinado de Claudio y permanecía en prisión cuando Agripina la hizo llamar para conseguir un veneno contra Claudio. Posteriormente Nerón la utilizó para librarse de Británico y tras la muerte de este, su sentencia de muerte fue suspendida y mantenida como consejera sobre venenos. Se le permitió enseñar a otros y también probar sus pócimas en animales y criminales convictos. Fue ejecutada cuando Galba accedió al poder tras la muerte de Nerón.

“En los casos, no obstante, de Helio, Narciso, Patrobio, Locusta, los hechiceros y el resto de escoria que había salido a la luz durante los días de Nerón, ordenó que les condujera encadenados por toda la Ciudad y que después se les ejecutara.” (Dión Casio, Historia romana, LXIV, 3, 4)


Locusta y Nerón probando un veneno, pintura de Xavier Sigalon,
Museo de Bellas Artes de Nimes, Francia

Ni siquiera los emperadores mejor considerados quedaban a salvo de ser acusados de envenenar a sus rivales políticos, como en el caso de Marco Aurelio, quien habría supuestamente envenenado a su coemperador Lucio Vero.

“No hay ningún príncipe que no se vea salpicado por la mala fama, de manera que también sobre él se difundió el rumor de que había dado muerte a Vero, bien mediante la aplicación de un veneno cortando una tetina de cerdo con un cuchillo por el lado que previamente había sido envenenado y dándole a comer la parte envenenada mientras que se reservaba para sí la parte inofensiva, bien mediante la utilización de los servicios del médico Posidipo que, según cuentan, le hizo una sangría antes de tiempo.” (Historia Augusta, Marco Aurelio, 15, 5)

El temor a ser envenenado era una constante entre los gobernantes de la antigüedad por lo que era habitual que tomasen medidas para paliar los efectos de una posible ingesta, por lo que de forma preventiva solían tomar ciertas dosis de varios venenos que servirían como antídoto en caso de necesidad.

“Decidieron, pues, dar a Cómodo un veneno, que Marcia se comprometió a administrárselo sin dificultad. Pues tenía la costumbre de mezclar ella misma el vino y de ofrecer al emperador la primera copa para que tuviera el placer de beberla de manos de su amada. Al volver Cómodo del baño Marcia puso el veneno en la copa, mezclándolo con un vino aromático y le ofreció la bebida. Él, como copa de amor que habitualmente le brindaba Marcia después de sus frecuentes baños y combates con los animales, sediento, la bebió sin darse cuenta. Al punto le sobrevino un sopor que le forzó a dormir y, pensando que esto le ocurría a causa del cansancio, se acostó. Eclecto y Marcia, con el pretexto de dejar descansar al emperador, ordenaron a todos que se retiraran y fueran a sus asuntos…Durante un rato permaneció tranquilo, pero cuando el veneno afectó al estómago e intestinos, se apoderó de él un mareo seguido de una vomitona, bien porque la comida y abundante bebida ingeridas antes rechazaban el veneno, bien por haber tomado previamente un antídoto, como suelen tomar los emperadores siempre antes de cada comida. Pero, ante aquella vomitona, Marcia y los otros, temiendo que arrojara todo el veneno y que se recuperara y fuera la ruina de todos, persuadieron con promesas de generosas recompensas a un tal Narciso, joven decidido y fuerte, para que se acercara a Cómodo y lo estrangulara. Él irrumpió en la habitación del emperador, que estaba abatido por el veneno y el vino, y le apretó el cuello hasta matarlo.” (Herodiano, Historia del Imperio romano, I, 17, 8-11)

Narciso estrangulando a Cómodo, grabado de G. Mochetti

La rivalidad familiar provocaba que se buscase el envenenamiento como forma fácil de deshacerse de algún pariente molesto al que se consideraba un impedimento para el ascenso al trono, como sucedió en el caso de Claudio y su hijo Británico. Pero avanzado el imperio, la eliminación de rivales seguía sucediendo. La enemistad entre Caracalla y su hermano Geta se vio salpicada por el enfrentamiento y las sospechas, entre ellas las de posible envenenamiento, aunque finalmente el segundo acabó sucumbiendo a la violencia de su hermano mayor.

“En el libro anterior han quedado descritas las acciones de Severo en sus dieciocho años de emperador. Sus hijos, todavía unos jóvenes. junto con su madre regresaron apresuradamente a Roma, y ya manifestaron su desacuerdo durante el camino. Ni paraban en los mismos alojamientos, ni comían juntos; cada uno miraba con gran recelo todo lo que comía y bebía, no fuera que el otro se hubiera adelantado y a escondidas, o por medio de algún criado, le hubiera puesto un veneno.” (Herodiano, Historia del Imperio romano, IV, 1)


Izda. Caracalla, Museo Palazzo Massimo, Roma. Drcha. Geta

Los efectos provocados tras la ingestión de veneno se describen de forma cruda y dramática en algunos textos haciendo patente el sufrimiento que producía en los afectados.

“Por otra parte, Licinio perseguía con su ejército al tirano, y éste, batiéndose en retirada, se dirigió de nuevo a los desfiladeros del Tauro. Aquí intentó el avance con la construcción de torres y fortificaciones, pero fue desalojado por los vencedores, que destruyeron todas las construcciones, y, finalmente, huyó a Tarso. Allí, al verse asediado por tierra y por mar y no esperar ya refugio alguno, angustiado y temeroso, recurrió a la muerte, como remedio a los males que Dios había acumulado sobre su cabeza. Pero previamente se sació de comida y se anegó en vino, tal como acostumbran a hacerlo quienes piensan que lo van a hacer por última vez. Tras ello ingirió veneno. Su efecto, al actuar sobre un estómago lleno, no pudo ser fulminante, sino que le produjo una debilidad maligna, similar a la que provoca la peste, por lo que su vida se prolongó algún tiempo entre dolores. Después comenzó a intensificarse el efecto del veneno, con lo que sus entrañas comenzaron a arder con un dolor tan insoportable que le llevó a la locura. Llegó a tal extremo, que, por espacio de cuatro días, preso de la locura, cogía con sus manos tierra seca y la devoraba como un hambriento. Seguidamente, después de innumerables y duros dolores, al golpear su cabeza contra las paredes, sus ojos se saltaron de sus órbitas. Por último, perdida ya la vista, tuvo una visión en la que Dios le juzgaba rodeado de servidores vestidos de blanco. Daba gritos de manera semejante a los que están sometidos a tortura y declaraba que no lo había hecho él, sino otros. Finalmente, como si hubiese cedido a los tormentos, comenzó a confesar a Cristo suplicándole e implorándole que se compadeciese de él. De este modo, exhalando gemidos como si le estuviesen quemando, entregó su espíritu pernicioso en medio de un género de muerte detestable.” (Lactancio, Sobre la muerte de los perseguidores, 49 – Muerte de Maximino Daya)


El suicidio por veneno era una salida fácil y rápida para quien se creía perseguido y no quería enfrentarse a una pena de prisión, una condena a muerte o un asesinato. Algunos iban siempre preparados con algún veneno eficaz encima para tener acceso a él en cualquier momento.

“Vibulio Agripa, un caballero, se mató en la propia curia bebiendo el veneno que llevaba oculto en uno de sus anillos.” (Dión Casio, Historia Romana, LVIII, 18, 4)

No siempre el efecto buscado a la hora de administrar un veneno era la muerte, sino provocar una enfermedad o la interrupción de un embarazo.

“Mientras tanto, Helena, hermana de Constancio y esposa del César Juliano, fue conducida a Roma por una llamada aparentemente amistosa, según un plan tramado por la emperatriz Eusebia, estéril durante toda su vida, que la convenció para que bebiera un veneno preparado con mala fe de manera que, cuando quedara embarazada, perdería el hijo que esperara.” (Amiano Marcelino, Historia, 16.10.18)

El uso inadecuado del veneno podía implicar que el resultado no fuera el esperado, como en el caso de mezclar sustancias que podían interferir unas contra las otras y acabar evitando un desenlace fatal en vez de provocarlo.

“Una esposa adúltera dio venenos a su celoso marido y creyó que no le había dado suficiente para matarlo. Añadió proporciones mortales de mercurio para que esa fuerza duplicada le provocase una rápida muerte. Si se aíslan los ingredientes, son, por separado, veneno; toma un antídoto quien juntos los bebe. Así, mientras luchan entre sí esos nocivos brebajes, el daño mortal se trueca en bien salutífero.

Y buscaron sin detenerse los vacíos recovecos del vientre, siguiendo el camino resbaladizo y conocido de los alimentos desechados. ¡Qué justa providencia la de los dioses! La esposa más cruel puede favorecer y, cuando los hados quieren, dos venenos benefician.” (Ausonio, Epigramas, 3)



Los antiguos romanos diferenciaban entre tres clases de venenos, los que matan con rapidez, los que causan deterioro físico y los que provocan perturbación mental. En estos últimos se pueden incluir los filtros amorosos que muchos clientes encargaban a hechiceras para someter la voluntad de los afectados.

“No por la fuerza de pócimas sabidas, ¡oh Varo, hombre destinado a tantos llantos!, has de acudir a mí de nuevo, ni a mí volverá tu pensamiento llamado por invocaciones marsas. Voy a preparar algo más grande, una poción más potente le voy a administrar a tus desdenes; y el cielo quedará debajo de los mares, y por encima se extenderá la tierra, si no ardes tú en mi amor, como arde el betún en negros fuego.” (Horacio, Épodos, V)


En la antigüedad se conocieron una gran variedad de sustancias con propiedades venenosas provenientes del mundo animal, vegetal y mineral. Del primero había gran interés por el estudio de las mordeduras de animales como las serpientes, escorpiones o las liebres marinas.

“Voy a hablar del escorpión, armado con un potente aguijón., y de su desagradable progenie. La especie blanca no causa daño. Pero la roja causa una fiebre rápida y calenturienta en las bocas de los hombres, y las víctimas luchan de forma convulsiva como si se hubieran prendido fuego, y les provoca una sed constante. La especie negra por otro lado, cuando muerde, causa una agitación temible y las victimas se asustan y ríen sin ninguna razón.” (Nicandro de Colofón, Theriaca)


También se sabían las propiedades nocivas de algunos minerales como el arsénico, el plomo o el albayalde. Pero, sobre todo, los efectos más estudiados son los procedentes de las hierbas y plantas. Entre las plantas más conocidas destacan, por ejemplo, el acónito, cuya raíz era uno de los venenos más enérgicos del reino vegetal, pues con poca cantidad se lograba un efecto letal tras un colapso cardiovascular y una parálisis respiratoria. Entre sus síntomas se encontraban los dolores musculares, debilitamiento general, ritmo cardiaco irregular y baja presión sanguínea.


Izda. Acónito. Centro, cicuta. Drcha. Eléboro

La cicuta se usaba ya en el siglo V a.C. en los tribunales de Atenas como método de ejecución. El filósofo Sócrates puso fin a su vida bebiendo cicuta en el año 399 a.C. Produce náusea, salivación, vómitos, dolor abdominal y de cabeza. Provoca una paralización de los órganos respiratorios hasta llegar a la asfixia. Se dice que su resultado es una muerte fácil e indolora. Séneca tras la condena impuesta por Nerón intentó quitarse la vida abriéndose las venas, pero al no llegar la muerte, tomó cicuta para acelerar el proceso, pero al no conseguir morir tampoco, fue llevado a una bañera para que los vapores del agua caliente le produjeran la asfixia.

“Séneca, entretanto, al prolongarse su agonía, rogó a Estacio Anneo, en quien tenía experimentada gran amistad y no menor ciencia en la medicina, que le trajese el veneno ya de antes preparado, que era el que solían dar por público juicio los atenienses a sus condenados; y habiéndoselo traído, lo tomó, aunque sin ningún efecto, por habérsele ya enfriado los miembros y cerrado las vías por donde pudiese penetrar el veneno.” (Tácito, Anales, XV, 64)

La muerte de Séneca. Pintura de Manuel Domínguez Sánchez, Museo del Prado.

El eléboro podía utilizarse como purgante y como remedio para tratar enfermedades mentales como la epilepsia. El opio se empleaba para calmar el dolor, pero en grandes cantidades causaba la muerte por lo que se tomaba en casos de suicidios.

La forma más fácil de administrar los venenos era mezclarlos con vino o ponerlos en la comida.

“A vosotros os aviso, huérfanos que gozáis de buena situación económica, cuidad de vuestra existencia y no fiaros de mesa alguna, que los pasteles amoratados fermentan con el veneno de la madre,
Que alguien dé antes un mordisco a cuantos te alargue aquélla que te ha parido, que pruebe antes precavidamente la copa tu preceptor.”
(Juvenal, Sátiras, VI, 630)

Pintura de Alma-Tadema

El cuerpo de una persona envenenada podía oscurecerse tras su muerte y Dión Casio cuenta la historia de Nerón que hizo que embadurnaran el cuerpo de Germánico con yeso para enblanquecerlo, ya que se había puesto negro por el veneno que le habían suministrado, pero cuando le llevaban por el Foro empezó a llover torrencialmente e hizo que el yeso se diluyera, por lo que el crimen quedó al descubierto.

 “Nerón entonces asesinó a traición a Británico envenenándole y después, como la piel se le tornara lívida por culpa del veneno, hizo untar el cuerpo con yeso. Pero al ser llevado a través del Foro, una fuerte lluvia que cayó mientras el yeso estaba todavía fresco lo lavó y lo quitó, de modo que el crimen fue conocido no solo por lo que el pueblo oyó, sino también por lo que vio.” (Dión Casio, Historia romana, LXI, 7, 4)


Británico (probable), Pompeya,
Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Foto M0tty


Bibliografía


https://www.researchgate.net/publication/280210350_POISONS_POISONING_AND_THE_DRUG_TRADE_IN_ANCIENT_ROME; POISONS, POISONING AND THE DRUG TRADE IN ANCIENT ROME; L Cilliers & F P Retief
https://www.mcgill.ca/classics/files/classics/2007-8-03.pdf; Snow White’s Apple And 
Claudius’ Mushrooms: A Look at the Use of Poison in the Early Roman Empire; Connie Galatas
https://www.academia.edu/13316961/Poisoning_in_Ancient_Rome_The_Legal_Framework_The_Nature_of_Poisons_and_Gender_Stereotypes; Poisoning in Ancient Rome: The Legal Framework, The Nature of Poisons, and Gender Stereotypes; Evelyn Höbenreich and Giunio Rizzelli
https://www.proquest.com/openview/bacd0135baf4df8eaaecd7553c937ede/1?pq-origsite=gscholar&cbl=18750&diss=y; THE ROLE OF POISON IN ROMAN SOCIETY; Cheryl L. Golden
https://www.jstor.org/stable/265324?origin=JSTOR-pdf; Poisons and Poisoning among the Romans; David B. Kaufman
https://www.researchgate.net/publication/288204969_Poisons_Poisoners_and_Poisoning_in_Ancient_Rome; Poisons, Poisoners, and Poisoning in Ancient Rome; Louise Cilliers
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3070687; Maleficio y veneno en la muerte del Germánico; Manuel García Teijeiro

Litterarius, escribir y editar libros en la antigua Roma

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Menandro, Casa de Menandro, Pompeya. Wolgang Rieger

En los primeros tiempos de la república romana la dedicación a la literatura no gozaba de prestigio. En el siglo II a. C. el interés por la cultura griega trajo un mayor respeto por la producción literaria.

“Habiéndome liberado por fin, si no por completo, al menos en gran parte, de las fatigas de la abogacía y de mis deberes de senador, he regresado, Bruto, atendiendo a tus insistentes exhortaciones, a esos estudios que, postergados por las circunstancias, pero siempre presentes en mi ánimo, he vuelto a reemprender ahora, después de haberlos interrumpido durante un largo período de tiempo, y, puesto que el sistema y la enseñanza de todas las disciplinas que atañen al camino recto del vivir forman parte del estudio de la sabiduría que se denomina filosofía, he pensado que yo debía arrojar luz sobre esta cuestión en lengua latina, no porque piense que la filosofía no pueda aprenderse en lengua griega y con maestros griegos, sino porque yo siempre he tenido la convicción de que nuestros conciudadanos, o se han mostrado en sus creaciones origínales más sabios que los griegos, o han mejorado cuanto han recibido de ellos, me refiero naturalmente a aquellos campos que han considerado dignos de dedicarles sus esfuerzos.” (Cicerón, Disputaciones Tusculanas, I, 1)

En la antigua Grecia de Homero y Hesíodo, las creaciones poéticas se consideraban regalos de los dioses, en particular, regalos de las Musas, bajo la guía de Apolo. Las Musas además de personificaciones de las artes condicionaban la memoria para preservar el pasado, el presente y el futuro. Instruían al poeta indicando el camino que debería seguir.

Desde sus comienzos la poesía latina adoptó la práctica griega de invocar a las Musas al comenzar sus obras.
 
“¡Vamos!: baja del cielo y entona con la flauta un largo canto,
reina Calíope; o, si es lo que ahora quieres, con tu aguda
voz o con las cuerdas de la cítara de Febo.”
(Horacio, Odas, III, 4)

Museo de Historia y Arte de Luxemburgo, foto Carole Raddato

En la época del Principado de Augusto surgieron nuevos sistemas de relaciones sociales que implicaban más atención a la experiencia personal y una nueva concepción de la naturaleza, lo que proporcionó un mayor prestigio a la poesía, que pasó de ser prácticamente oral a ser escrita para mayor comprensión de su significado.

Los poetas se convirtieron en defensores de la política seguida por Augusto y pasaron a ser figuras públicas y portadores de cierta autoridad moral. Este es el caso del poeta Horacio, admirado por Augusto y favorecido por él y su círculo de amistades.

“Le gustaban tanto los escritos de Horacio, y estaba tan seguro de
que serían eternos, que no sólo le encargó la composición del
Carmen Secular, sino también las odas que celebran la victoria
de Tiberio y Druso, hijastros suyos, sobre los vindélicos.”
(Suetonio, Vida de Horacio, 8)

Horacio. Pintura de Giacomo de Chirico

Los autores pasaron por tanto a depender de los deseos de los poderosos que les favorecían y perder su afecto podía tener consecuencias nefastas, como le ocurrió al poeta Ovidio, que fue desterrado a Tomi (Rumanía), por el propio Augusto.

“¿Qué puedo yo hacer con vosotros, libritos, afición funesta,
yo que, ¡desgraciado de mí!, perecí víctima de mi
propia inspiración? ¿Por qué vuelvo a las Musas poco ha
condenadas, objeto de mis delitos? ¿Acaso es poco haber
merecido ya una vez el castigo? Mis poemas han hecho 5
que mujeres y hombres quisieran conocerme por mi infausta
estrella; mis poemas hicieron que el César condenara
mi persona y mis costumbres a causa de mi Arte 2, cuya
desaparición ha sido ya ordenada. Quítame esta pasión y
suprimirás también los delitos de mi vida. Reconozco que 10
soy culpable a causa de mis versos: éste es el precio recibido
por mi afición y laboriosas vigilias; el castigo ha sido
fruto de mi inspiración poética.”
(Ovidio, Tristes, II)

Los escritores que manifestaban cualquier oposición a los gobiernos tiránicos de algunos emperadores, como Nerón o Domiciano debían estar muy atentos a que sus obras no levantaran ninguna sospecha.

Durante este periodo de tiempo la literatura se integró en la vida cotidiana de los romanos y pasó a tener un papel fundamental en la vida social de la época. La producción literaria se convirtió en una alternativa a la carrera política que había perdido importancia y reducido la posibilidad de promoción social.

Catulo en casa de Lesbia. Pintura de Alma-Tadema

Las convenciones sociales institucionalizaron la dedicación de los textos literarios a individuos importantes y ricos estableciendo las bases del patronazgo (patrocinium) que permaneció durante siglos en la sociedad romana.

“Que Plocio y Vario, Mecenas y Virgilio, Valgio y el excelente Octavio y Fusco aprueben estos escritos, y ojalá los alaben el uno y el otro Visco. Dejando de lado la adulación, puedo nombrarte a ti, Polión, a ti, Mésala, y también a tu hermano, y al tiempo a vosotros, Bíbulo y Servio; junto con éstos a ti, buen Furnio, y a varios otros hombres doctos y amigos míos a los que omito a propósito. A todos ellos quisiera que esto que escribo —tenga el valor que tenga— les haga gracia, y me dolerá si les gusta menos de lo que yo espero.” (Horacio, Sátiras, I, 10, 80)

Horacio leyendo sus sátiras ante Mecenas, pintura de Fedor A. Bronninkov

Los patronos apoyaban a los poetas no solo con ayuda económica, sino que les ayudaban a integrarse en los círculos sociales de individuos con influencia política. Por ejemplo, Horacio fue recomendado a Mecenas por Virgilio y Vario, luego fue invitado a participar en reuniones en su casa y convertirse en un amicus.

Aunque los autores eran ciudadanos libres sin vínculos con los patronos, necesitaban su apoyo y amistad, porque les ofrecían bibliotecas donde podían trabajar, copistas expertos a su disposición y dinero para publicar sus trabajos. A su vez, un patrono esperaba que el autor le dedicara sus obras.

El poeta Estacio dedica algunas de sus composiciones a personajes ricos a los que ensalza y magnifica buscando, sin duda, la gratificación por sus alabanzas.

“Estacio saluda a su amigo Estela.

He vacilado larga y seriamente, Estela, joven excelente y eminentísimo en esa parcela que has escogido dentro de nuestro quehacer poético, antes de coleccionar y editar estas obritas que, frutos de un ardor repentino y de un cierto placer por la improvisación, <brotaron> una a una de mi seno. En efecto, ¿qué <necesidad había de> cargarme asimismo con la responsabilidad de la publicación, si aún temo por la Tebaida, que sigue siendo mía a pesar de haberme dejado? Sin embargo, también leemos el Cúlex, e incluso admitimos la Batracomaquia y no hay ningún poeta ilustre que no haya hecho preceder sus obras por algún escrito de estilo más relajado. Por otra parte, era tarde para retener mis poemas, puesto que, de hecho, ya los teníais en vuestro poder aquellos en cuyo honor han sido escritos. Para los demás lectores, sin embargo, es inevitable que pierdan mucho de su justificación, ya que no conservan el único encanto que tenían, el de la frescura, porque en ninguno de ellos he trabajado más de dos días, y algunos nacieron en uno solo.”
(Estacio, Silvas, I, dedicatoria)

Stepan Bakalovich, Galería Tretiakov, Moscú

Los emperadores buscaban que los poetas escribieran sus obras con el fin propagandístico de alabar sus hazañas. Así, Augusto había expresado una admiración especial por el Tiestes de Vario, en el que honró el triunfo militar de Augusto en el año 29 a. C. y resaltó el heroísmo del propio emperador y de Agripa. Al autor se le concedió un obsequio de un millón de sestercios.

Horacio habla de la admiración de Augusto por Virgilio y Varo en la epístola que le dedica.

“No desmerecen de tu estima por ellos ni de los obsequios que de ti recibieron —con grandes elogios a quien se los daba—, Virgilio ni Vario, poetas que tú tanto quieres; y es que no se muestra más claramente el rostro de los varones ilustres en las estatuas de bronce, que sus virtudes y su alma en la obra del vate.” (Horacio, Epístolas, II, 1, 245)

Recitatio de Horacio, Pintura de Adalbert von Rössler

El autor podía entregar un ejemplar original de su obra a un librero y editor (bibliopola), para que éste en su taller (taberna libraria) dispusiera la copia múltiple del libro por parte de copistas, que normalmente eran esclavos (servi librarii). Estos editores pagaban una pequeña cantidad a los escritores, pero estos no poseían derechos de autor.

“Frente al foro de César hay una librería con sus jambas totalmente escritas de punta a cabo para que pueda uno leer [los nombres de] todos los poetas. Pídeme allí. No tienes más que preguntar a Atrecto –así se llama el dueño de la librería– y, del primer o segundo estante, por cinco denarios, te entregará un Marcial pulido con piedra pómez y forrado con púrpura.” (Marcial, Epigramas, I, 117)

Librería romana. Mary Evans picture library

El librero Trifón, posiblemente un liberto de origen griego, fue reconocido como editor tanto de marcial como de Quintiliano, el cual ensalzó la calidad de su trabajo.

“Me andabas importunando todos los días, para que diese principio a la publicación de mis libros sobre la instrucción del orador, que había dirigido a mi amigo Marcelo. Por lo que a mí toca, no pensaba estar la obra en sazón, habiendo empleado en trabajarla como eres buen testigo, poco más de dos años, pero embarazado en varias ocupaciones; tiempo que por la mayor parte he gastado en discurrir sobre esta materia casi infinita, y en la lectura de innumerables autores, más que en escribir. Siguiendo por otra parte el precepto de Horacio en su Arte Poética, que aconseja no apresuremos la publicación de nuestro trabajo, sino que le tengamos reservado por el discurso de nueve años, dejaba descansar la obra, para que, calmando aquel amor que tenemos a lo que es parte de nuestro entendimiento, la pudiese yo examinar con menos pasión, leyéndola como si no fuese cosa mía. Pero si es tan deseada su publicación como me aseguras, salga enhorabuena al público, y deseemos que tenga buena ventura, pues confío que por tu cuidado y diligencia llegue a sus manos muy enmendada.” (Quintiliano, Instituciones Oratorias, Prefacio)

Horacio recitando. Vincenzo Morani

Un cierto librero llamado Doro es recordado por haber comprado una copia maestra, y, quizás el texto original, de Cicerón, y por publicar y vender la obra histórica de Livio.

“Llamamos libros de Cicerón los mismos que Doro, librero, llama suyos, y lo uno y lo otro es verdad; porque el uno los llama suyos por ser autor de ellos, el otro porque los compró, y así justamente se dice que son de entrambos, porque en esto lo son, aunque no por el mismo modo, y en este mismo sentido puede Tito Livio recibir o comprar de Doro sus propios libros.” (Séneca, De los beneficios, 7, 6, 1)

Sin embargo, el gremio de los libreros tampoco se libraba de las críticas por carecer de la cultura suficiente para discernir un libro bueno de uno malo.

"¿Quién podría rivalizar acerca de su nivel cultural con comerciantes y libreros, que tienen y venden tantísimos libros? Pues, si quieres corroborar esta opinión, verás que, en lo que a nivel cultural se refiere, no son ellos mucho mejores que tu; antes bien hablan con tosquedad como tú, cerrados de entendederas, como es lógico que sean, gentes que no han podido distinguir lo exquisito de lo vulgar." (Luciano, Contra un ignorante que compraba muchos libros, 4)


Los libros antiguos o manuscritos originales podían alcanzar altos precios en el mercado.

“Me mostró un ejemplar muy antiguo del libro II de la Eneida, comprado en el mercado de los Sigillaria por veinte áureos, del que se creía que había pertenecido al propio Virgilio.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, II, 3, 5)

Por ese interés de muchos lectores en los libros antiguos, algunos libreros sin escrúpulos pretendían conseguir mayores ganancias haciendo pasar por antiguos libros que no lo eran utilizando diversos trucos.

“Pero, ¿tú te das cuenta de lo que hacen algunos libreros?
INT. - ¿Y por qué me lo preguntas?
DIÓN-. Porque, como saben que la gente se interesa más por los libros antiguos en la idea de que están mejor escritos y en mejores materiales, entierran en trigo los libros más vulgares de los autores modernos para que acaben pareciendo antiguos por el color. Y luego, después de estropearlos bastante, los venden como si fueran antiguos." 
(Dión Crisóstomo, Discursos, XXI, 12)

Para producir libros a gran escala, los editores contrataban los servicios de esclavos y ya en el Imperio, incluso los ciudadanos romanos trabajaban como copistas (librarii), los cuales preparaban sus ediciones al dictado, sobre todo cuando el objetivo era la velocidad y la cantidad, lo que daba lugar a errores. También solían disponer de una copia maestra. En el siglo I d.C. se les pagaba una tarifa fija standard por línea.

Escribas copiando al dictado

Ático, hombre de vasta cultura y grandes recursos económicos, fue editor y amigo de Cicerón, y tenía en su casa esclavos que copiaban las obras del célebre orador. Los especializados en lectura se llamaban anagnostae y los expertos en escritura eran los librarii.

“Si se consideran sus servicios, contó con una servidumbre excelente; pero si es por la apariencia, se diría que era prácticamente normal. La integraban jovencitos muy instruidos, extraordinarios lectores y en su mayoría copistas, de suerte que no había ni siquiera un lacayo que no fuera capaz de realizar de manera aceptable alguna de estas dos tareas. De los que exige la organización doméstica, los demás eran también especialistas, y de los buenos. Sin embargo, entre ellos no tuvo ninguno que no hubiese nacido y se hubiese formado en su casa." (Cornelio Nepote, Vida de Ático, XIII, 3)

César dictando sus Comentarios. Pintura de Pelagio Palagi

Cicerón pide a su amigo Ático que le envíe unos copistas para ayudar en la catalogación de su biblioteca y luego en otra carta le agradece el trabajo realizado por esos esclavos y le expresa su satisfacción por el resultado de su labor.

“Encontrarás un prodigioso catálogo de mis libros, obra de Tiranión; lo que queda de ellos es mucho mejor de lo que había creído. Mándame, por favor, un par de tus copistas, que Tiranión pueda utilizar como encuadernadores y auxiliares para el resto, y ordénales que tomen un poco de pergamino con que hacer los títulos, a los que vosotros, los griegos, según creo, les llamáis sittúbas.” (Cicerón, Cartas a Ático, IV, 4a)

“Por cierto, después de haberme organizado los libros Tiranión, parece que a mi casa se le ha añadido inteligencia. En esta tarea sin duda ha sido maravillosa la contribución de tu Dionisio y tu Menófilo. No hay cosa más atractiva que aquellos estantes tuyos después de que dieron lustre a mis libros con sus títulos.” (Cicerón, Cartas a Ático, IV, 8)


Los correctores (anagnostae) hacían marcas en los manuscritos para certificar que habían sido copiados y comprobados en base a una copia de confianza. Si el corrector era un experto la copia se consideraba de gran valor y se vendía a un alto precio en las librerías.

Como los libreros atendían especialmente a la rapidez en las copias, la habilidad de los correctores añadía prestigio al editor. Aulo Gelio recoge una anécdota de cómo una copia de una obra en venta en una librería se anunciaba como hecha sin un solo error, pero un gramático encuentra uno solo.

“El poeta Julio Paulo, hombre que recordamos como muy sabio, y yo nos hallábamos sentados casualmente en una librería en el barrio de los Sigillaria. Estaban allí expuestos los Anales de Fabio, libros de auténtica y probada antigüedad, de los que el vendedor aseguraba que carecían de erratas. Sin embargo, uno de los gramáticos más conocidos, contratado por el comprador para examinar los libros, decía haber encontrado una errata en un libro; por su parte, el librero apostaba lo que quisiera a que no había error ni en una sola letra. El gramático mostraba que en el libro IV aparecía escrito lo siguiente17: “Por eso entonces por vez primera uno de los cónsules fue elegido de entre la plebe el año vigésimo segundo [duovicesimus] después de que los galos tomaron Roma”18. “No debió -dice el gramático- escribir duovicesimus, sino duo et vicesimus.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, V, 4, 1-5)



Las quejas sobre la mala ejecución de los copistas (librarii) a la hora de trasladar el escrito original a las copias que debían ser distribuidas para su venta, eran frecuentes, y los errores graves enojaban a los autores originales.

“Si algo te parece en estas páginas, lector, o muy oscuro o poco latino, el error no es mío; lo ha tergiversado el copista con las prisas por cargar versos a tu cuenta. Pero si crees que no es él, sino yo, quien ha caído en falta, entonces yo creeré que tú no tienes ni pizca de inteligencia.
—“Pero esos versos son malos”. —¡Como si yo negara lo evidente! Estos son malos, pero tú no los haces mejores.”
(Marcial, Epigramas, II, 8)

Si un autor no deseaba confiar a un editor la publicación de su obra por considerar que no le iba a prestar la atención necesaria, podía recurrir a una revisión y edición hecha por él mismo, que podía ocasionalmente ir acompañada de un sello con el nombre del autor y ciertos datos autobiográficos. Estas copias se vendían a muy alto precio debido a su alta fiabilidad por lo que algunos editores animarían a los autores a hacer sus propias copias con las cuales obtendrían mayores beneficios.

“Biblioteca de una finca deliciosa, desde donde el lector ve próxima la ciudad, si entre tus más sacrosantos poemas hubiera algún sitio para mi juguetona Talía, puedes colocar, aunque sea en el estante más bajo estos siete libros que te he enviado corregidos por la pluma de su propio autor. Estas tachaduras aumentan su precio. Pero tú, delicada, que por mi pequeño regalo serás celebrada, famosa en el mundo entero, guarda esta prenda de mi corazón, ¡oh biblioteca de Julio Marcial!” (Marcial, Epigramas, VII, 17)



Incluso las ediciones revisadas por eruditos o gramáticos (a quienes editores concienzudos empleaban para hacer copias de autores ya fallecidos) servían al público como garantía de calidad y fidelidad textual por las cuales los lectores pagaban grandes sumas.

“¿Con qué palabras podría expresar yo mi alegría por haberme enviado ese discurso mío copiado por tu puño y letra?... ¿Qué cosa parecida le aconteció a Marco Porcio, a Quinto Enio, a Gayo Graco, a Ticio el poeta, a Escipión, a Numidico, a Marco Tulio? Sus obras se consideran más valiosas y consiguen la máxima gloria si las copias de las mismas han sido escritas por mano de Lampadio o Estaberio, de Plaucio o de Décimo Aurelio, de Autricón o de Elio, o si son corregidas por Tirón, o copiadas por Domicio Balbo, o por Ático, o Nepote.” (Frontón, Epístolas, I, 7, 3-4)

Los lectores de obras literarias provenían principalmente de las cultas clases altas y de las ciudades, cuyos miembros tenían a esclavos que leían a invitados o a sus propios señores. Plinio el joven describe uno de los actos cotidianos de su tío Plinio el viejo.

“A menudo, después de tomar algún alimento, que durante el día era ligero y simple según una antigua costumbre, en verano, si tenía algún tiempo libre, se tumbaba al sol y se hacía leer un libro, mientras tomaba notas y copiaba algún pasaje." (Plinio, Epístolas, III, 5, 10)

Pintura de Alma-Tadema

Cuando un autor consideraba terminada su obra literaria, solía darla a conocer en una lectura pública, recitatio, de tal forma que los escritores con cierta posición disponían en su casa de una estancia en su casa habilitada para ello, el auditorium. En esta sala se instalaba una tarima para que el autor, el dueño de la casa o un invitado, con un cuidado aspecto, intentara desde allí convencer con su actuación y prestancia al público asistente.

“Al igual que en la vida, en la literatura creo que lo más hermoso y más adecuado a la condición humana es mezclar la severidad y la amabilidad, para que la primera no se convierta en antipatía, y la segunda en ligereza. Inducido por este principio, intercalo en las obras más serias juegos y pasatiempos. Para dar a conocer estos elegí el momento y el lugar más oportunos, y para que se acostumbrasen ya desde ahora a ser oídos también por personas desocupadas y en los comedores, coloqué a mis amigos en el mes de julio, en el que suelen ser más infrecuentes los litigios judiciales, en sillas situadas delante de los lechos.” (Plinio, Epístolas, VIII, 21)

Pintura de Alma-Tadema

En la época de Plinio el joven las lecturas privadas destinadas a una limitada audiencia se hacían casi a diario.

El método de lectura pública servía al escritor para corregir sus propios escritos y tener en cuenta la valoración que sus oyentes hacían de ellos con el fin de asegurarse que serían del gusto general antes de publicarlos.

“Yo no busco los elogios por mi discurso cuando lo leo públicamente, sino cuando soy leído, y consecuentemente empleo todos los métodos posibles de corrección. En primer lugar, examino a fondo conmigo mismo lo escrito; luego, se lo leo a dos o tres amigos; después, se lo envío a otros para que hagan los comentarios que crean convenientes, y sus comentarios, sí tengo dudas sobre ellos, los sopeso de nuevo con uno o dos amigos, y, por último, hago una lectura ante más gente, y este es el momento, créeme, en el que hago las correcciones más profundas; pues mi diligencia aumenta en razón directa de mis angustias.” (Plinio, Epístolas, VII, 17)

Catulo recitando. Foto Science source

Cuando la lectura se llevaba a cabo antes de la edición y venta de ejemplares, los comentarios de los asistentes sí eran decisivos a la hora de animar a los editores a invertir o no en la publicación, por lo que el que no podía permitirse alquilar un lugar donde desarrollar su recitatio, buscaba cualquier lugar, en el que hubiera gente reunida, como el foro, las termas o bajo los pórticos. La mayoría de escritores debían recurrir a mecenas que les cedían su auditorium para la lectura:

"Ofrece su propia casa a los que desean celebrar lecturas de sus obras, pero, además, como hombre extraordinariamente afable que es, frecuenta las salas públicas de recitaciones, pues no sólo gusta de asistir a éstas en su casa." (Plinio, Epístolas, VIII, 12)

Virgilio y Vario en casa de Mecenas, Pintura de Charles Francois Jalabert

Las mujeres asistían a estas lecturas, sobre todo, si se hacían en sus residencias.

"Y Augusto —pues casualmente estaba lejos de Roma por la campaña de Cantabria—, le pidió en cartas suplicantes y también, en broma, amenazadoras que "de la 'Eneida' le fuera enviado", según sus palabras, "o el primer esbozo del poema, o la parte que quisiera". Sin embargo, mucho después, cuando finalmente había preparado la materia, Virgilio le recitó únicamente tres libros, el segundo, el cuarto y el sexto, pero éste con gran impresión en Octavia, de la que se cuenta que, estando presente en la recitación, desfalleció ante aquellos versos acerca de su hijo: "tú serás Marcelo", y fue reconfortada con dificultad. También recitó a muchos otros, pero no frecuentemente y casi sólo esas cosas acerca de las cuales dudaba, para conocer más la opinión de los hombres." (Suetonio, Vida de Virgilio, 31-33)

Virgilio leyendo la Eneida, pintura de Vncenzo Camuccini

Era costumbre entre los escritores romanos gestionar la copia privada de unos cuantos ejemplares de su libro recientemente terminado. Para distribuir entre amistades y patronos y obtener su opinión, no siendo raro que los autores cambiaran sus textos tras haberlos entregado a un editor.

“No tengo la menor duda de que deseas, dado tu habitual afecto por mi persona, leer este libro lo antes posible, todavía fresco. Lo leerás, pero después de la revisión, que fue precisamente la causa de su lectura pública. Sin embargo, ya conoces algunos pasajes de él. Tendrás conocimiento de estos pasajes, corregidos después, lo que suele ocurrir por una demora larga, empeorados como si se tratase de partes nuevas o rehechas. Pues, cuando se cambian muchas partes de una obra, parece que también se han cambiado las partes que se han conservado.” (Plinio, Epístolas, VIII, 21)
Pintura de Alma-Tadema

Debido a lo extendida que estaba esa costumbre algunas amistades se quejarían por no haber recibido el último ejemplar de manos del propio autor, como recuerda Símaco en una epístola destinada a Ausonio.

“Y no es extraño que se haya debilitado la vena de mi elocuencia, pues hace tiempo que no la alientas con la lectura de algún poema o libro en prosa tuyo. En consecuencia, ¿con qué fundamento me reclamas con una usura enorme mis escritos cuando no me has prestado nada de tu capital literario? Tu Mosela, que has inmortalizado con versos divinos, anda volando por las manos y los pliegues de la toga de muchos, pero ha pasado sólo rozando mi boca. Dime por favor por qué has querido privarme de esa obrita.” (Símaco, Epístolas, I, 14)

Como norma general, en la antigua Roma el editor de una obra necesitaba el permiso del autor para publicarla, aunque no era estrictamente necesario, pero se enfrentaba a consecuencias económicas, si el autor, que era el encargado de darle su forma final, decidía no ponerla en circulación.

Con respecto a la escena teatral una copia de la obra quedaba en manos de los ediles que eran los encargados de que la obra se representase públicamente.

Pintura de Camillo Miola

Cuando el autor y el editor tenían relaciones de amistad, el primero enviaba al segundo una versión provisional de su obra, no para su inmediata publicación, sino para hacerse con una crítica constructiva de un respetado lector. Por una carta de Cicerón a Ático sabemos que a Cicerón no le gustó que su editor y amigo publicara una obra suya sin su aprobación. Ático permitió que Balbo copiara el quinto tomo de la obra De Finibus de Cicerón, antes de que este indicara que ya estaba listo. Cicerón le echa en cara que la obra llegara a manos de Balbo, antes que a las de Bruto, a quien estaba dedicada. Además, Cicerón entretanto había alterado, y, quizás, mejorado, el trabajo, y, por tanto, el texto que había obtenido Balbo no estaba completo.

“Dime, en primer lugar, ¿te parece bien publicar sin orden mía? Ni siquiera lo hacía Hermodoro, aquel que solía difundir los libros de Platón, de donde

'Hermodoro con los diálogos...'.

Pues, ¿qué?, ¿consideras correcto darlo a cualquiera antes que a Bruto, a quien 'se lo dedico' a instancias tuyas? Pues Balbo me ha escrito que había hecho copiar el quinto libro de un De Finibus procedente de ti; en el cual no he cambiado ciertamente muchas cosas, pero sí algunas. Tú obrarías adecuadamente si guardas los demás para que Balbo no tenga un texto 'sin corregir' y Bruto 'anticuado'."
(Cicerón, Epístolas, XIII, 21)


Sin embargo, a pesar de la crítica, Cicerón no menciona que se haya quebrantado ninguna ley, solo la confianza, y además no hay beneficio económico, porque solo se había cedido el manuscrito para hacer una copia, no para su edición final.

Virgilio murió sin terminar su obra La Eneida, por lo que anteriormente había pedido a sus amigos Vario y Tucca que el manuscrito no fuese publicado tras su muerte. Ello puede mostrar que existía conciencia social de que el autor poseía derechos sobre su obra incluso tras su muerte. Aunque en un principio, sus amigos respetaron sus deseos, Augusto mandó que lo publicaran, anteponiendo la divulgación de la obra al deseo del propio autor. Vario y Tucca tuvieron que ceder, pero se negaron a revisar o completar el manuscrito como reconocimiento a la autoría de virgilio.

“El Divino Augusto prohibió que quemaran los poemas de Virgilio en contra de la modestia del testamento de éste; así le cupo al poeta una prueba de reconocimiento mayor que si él mismo hubiera aprobado su propia obra.” (Plinio, Historia Natural, VII, 114)

Virgilio con las musas Clío y Melpómene, Museo del Bardo, Túnez

Entre autor y editor existiría una relación contractual para la publicación del manuscrito y su distribución, aunque eso no suponía que el autor no pudiera decidir sustituir al editor por otro que le conviniese más. Proporcionar una edición cuidada ayudaría a conservar a los autores que buscaban la buena fama de sus obras.

“Tú, que deseas que mis libritos estén contigo en todas partes, y buscas tenerlos como compañeros de un largo viaje, compra los que en pequeñas páginas oprime el pergamino. Reserva las estanterías para las grandes obras; yo quepo en una sola mano. Pero para que no ignores dónde estoy a la venta y no vayas errando sin rumbo por toda la ciudad, siendo yo tu guía no tendrás duda. Pregunta por Segundo, el liberto del docto Lucense, detrás del templo de la Paz y del Foro de Palas.” (Marcial, Epigramas, I, 2)

Escriba con tablilla de cera y stilus, Museo Arqueológico de Trier, Alemania

Como normal general los escritores estaban muy mal pagados y eran habituales sus quejas ante los beneficios obtenidos por los editores de sus obras y el poco dinero que ellos mismos recibían por su trabajo.

“Todo el tropel de Xenias en este delgado librito te costará al comprarlo cuatro sestercios. ¿Qué cuatro es demasiado? Podría costarte dos, y aún haría negocio el librero Trifón. Estos dísticos puedes enviárselos a tus huéspedes en vez de un regalo, si tan escasos son para ti las perras como para mí. Mediante unos títulos tendrás los nombres añadidos a los contenidos.” (Marcial, Epigramas, XIII, 3)

Las dedicatorias a personajes notables podían sustituir a salarios a veces inexistentes pues los individuos a los que se dedicaba el libro se ocupaban de que las ediciones de los libros fueran cuidadas y costosas lo que elevaba su notoriedad.

“Librito mío, ¿a quién quieres obsequiar? Búscate en seguida un protector, no sea que, llevado al punto a la cocina ahumada, tu papel aún húmedo se destine a envolver atunes frescos o sirvas de cucurucho del incienso y la pimienta. ¿Te marchas al seno de Faustino? Sabes lo que haces. Ahora puedes echarte a andar ungido con aceite de cedro y, hermoseado por la doble ornamentación de tu frente, regodearte en tus dos cilindros pintados, y que la púrpura delicada te cubra y que el título se enorgullezca con el rojo de la grana. Si él te protege, no temas ni a Probo.” (Marcial, Epigramas, III, 2)

Fresco de Pompeya

En el caso de que los textos no estuvieran ya en posesión de su autor, como sucede con las cartas, no hay evidencia de que el remitente mantuviera derecho sobre su publicación, pero sí que podía existir un código ético de respeto por la amistad y por el honor personal.

"A menudo me has animado a reunir y a publicar aquellas cartas mías que hubiese escrito con mayor esmero. Las he reunido sin conservar un orden cronológico, ya que no escribía una historia, sino según iban llegando a mis manos. Ahora solo falta que tú no te arrepientas de tu consejo, ni yo de haberte hecho caso. Pues entonces ocurrirá que me pondré a buscar todas las que hasta ese momento yazgan olvidadas, y no suprimiré ninguna que haya podido escribir con posterioridad. Adiós.” (Plinio, Epístolas, I, 1)



Si un amigo del autor consideraba digna de divulgación alguna de sus obras la exponía al público para dar a conocer el buen hacer del escritor, aunque esto no agradara del todo al autor por haberse hecho sin su permiso. Se consideraba que una vez compuesta no se debía retener.

“Me pareces demasiado pudoroso al acusarme de haber divulgado tu opúsculo, pues es más fácil mantener en la boca unos rescoldos ardientes que guardar el secreto de una obra brillante. En cuanto tu poema partió de tu lado, perdiste todo derecho. Un discurso hecho público es un bien común… sé indulgente con tu estilo, para que te des a conocer a menudo. Dedícanos por lo menos algún poema didáctico o exhortatorio. Pon a prueba mi silencio, que por más que deseo atestiguártelo, no me atrevo sin embargo a garantizar. Yo conozco el prurito de comentar una obra que se ha examinado, pues de algún modo alcanza una participación en el encomio el primero que divulga una obra ajena bien escrita.”
(Símaco, Epístolas, I, 31)

Algunos autores tenían que enfrentarse a que otros con menos talento intentasen apropiarse de su producción y la hiciesen pasar como si fuera propia. Había casos de citas y préstamos sin indicar su procedencia o de trabajos que sin alterar o parcialmente alterados se atribuían a otros.

Profeta leyendo un papiro, Sinagoga de Dura Europos.
Gillman slide collection

Así en los Epigramas de Marcial se encuentran varias acusaciones contra individuos que plagian sus obras.

“Corre el rumor de que tú, Fidentino, lees mis versos al público como si fueran tuyos. Si quieres que se diga que son míos, te enviaré gratis los poemas; si quieres que se diga que son tuyos, compra esto: que no son míos.” (Marcial, Epigramas, I, 29)

Ante la posibilidad de ver sus obras robadas, algunos autores podían sellar sus escritos con un sello que indicaba la atribución de la obra a su verdadero autor.

“Cirno, para mí que soy un artista instruido un sello quede
impuesto sobre estos versos: si son robados, nunca pasarán
inadvertidos, y nadie estropeará lo que de bueno hay en ellos.
Todo el mundo dirá así: "Son versos de Teognis de Mégara":
célebre entre todos los hombres.”
(Teognis de Mégara, vv 19-23)


Sello de biblioteca en terracota

Los romanos eran conscientes de que la lectura de obras de otros autores podía influir en la propia. Ovidio, exiliado en Tomi, se quejaba amargamente de que sin sus libros le faltaba inspiración y el material necesario para producir sus propios escritos.

“Justo será con mis poemas cuando conozca que han sido escritos en tiempo de destierro y en un lugar de barbarie, y se admirará de que en medio de tantas adversidades haya podido componer poema alguno con mi triste mano. Las desgracias han sofocado mi ingenio, cuya fuente ya antes era infecunda y su vena pequeña. Pero la que había se retiró por falta de ejercicio y, desecada por el largo abandono, ha desaparecido. No hay aquí abundancia de libros que me estimule y alimente: en lugar de libros, resuenan los arcos y las armas.” (Ovidio, Tristes, III, 14, 30)

Ovidio en el exilio. Ion Theodorescu Sion

Los poetas podían emplear motivos ya utilizados por otros poetas de forma que se viera como un cumplido hacia su obra. Además, una excesiva originalidad temática no estaba bien vista en una sociedad tan conservadora con respecto a la literatura como la romana. Macrobio elogió a Virgilio por haber mantenido vivo para la posteridad el espíritu de los poetas antiguos en sus propias obras.

“Si a todos los poetas y escritores se les permitió practicar entre sí tal asociación y comunidad de bienes, ¿quién podría achacar a Virgilio un delito, si para perfeccionarse tomó algo prestado de los autores antiguos? Además, hay que darle las gracias por ello, porque al transferir algunas cosas de las obras de aquéllos a la suya propia, que está destinada a perdurar eternamente, impidió que se perdiera del todo la memoria de los antiguos.” (Macrobio, Saturnales, VI, 1, 5)

Mosaico del Museo Arqueológico de Trier, Alemania, foto Carole Raddato

El deseo de fama inmortal y reconocimiento por sus obras guiaba a la mayoría de los autores de la antigüedad, por lo que muchos de ellos indicaban en alguna parte de los textos que escribían una mención a su nombre, origen, ancestros, inspiración y logros, con los que aspiraban al reconocimiento social por su creación. También era una defensa de la autoría de la obra que trataba de evitar que otros se atribuyeran el mérito.

En los versos siguientes Horacio reivindica ser el primero en la composición de metros líricos eolios en latín. Además, brinda su gloria a la musa que lo ha inspirado y reclamar el premio que cree merecer.

“He dado cima a un monumento más perenne que el bronce
y más alto que el regio sepulcro de las Pirámides; tal que ni
la lluvia voraz ni el aquilón desatado podrán derribarlo; ni la
incontable sucesión de los años, ni el veloz correr de los tiempos.
No moriré yo del todo y gran parte de mí escapará a Libitina.
Sin cesar creceré renovado por la celebridad que me espera,
mientras al Capitolio suba el pontífice con la callada virgen
De mí se dirá —allá por donde violento el Áufido retumba
y Dauno, escaso de agua, reinó sobre pueblos montaraces—
que, poderoso a pesar de mi origen humilde, fui el
primero en llevar el canto eolio a las cadencias itálicas.
Acepta este orgullo debido a tus méritos, y con el laurel
de Delfos, Melpómene, cíñeme de buen grado los cabellos.”
(Horacio, Odas, 3, 30)

Musa Melpómene, Museo Arqueológico de Trier

Los libros eran regalos disponibles para intercambiar en las Saturnales, y de su calidad en la presentación dependía su precio y el agradecimiento del obsequiado.

“Eso de enviarme, Gripo, un libro a cambio de otro libro, ha sido, sin duda, por gastarme una broma. Y podría parecer gracioso, si después me mandases otro obsequio; porque si continúas con tales bromas, ya no lo serán más. Pero bueno hagamos cuentas, el mío, en estuche de púrpura, con su papiro nuevo, adornado con dos cilindros, me costó, además de mi esfuerzo, una moneda de diez ases. El tuyo, comido por la polilla y desmoronándose como los que están empapados de aceitunas Líbicas, o los que envuelven incienso o pimienta del Nilo, o cultivan el atún de Bizancio; …. lo compraste en el puesto de un pobre librero, más o menos por un as de Calígula, tal es tu regalo.” (Estacio, Silvas, IV, 9)

Sin embargo, los autores con cierto prestigio se vanagloriaban de ver que sus obras tenían buena acogida en el mercado editorial y eran vendidas y apreciadas por distintas partes del imperio romano.

“No creía que en Lugdunum (Lyon) hubiera librerías, y he recibido tanto más placer al saber por tu carta que mis opúsculos se venden en ellas. Estoy encantado de que ellos conserven fuera de Roma la popularidad que han ganado en ella. Empiezo, pues, a pensar que son bastante perfectas unas obras, sobre las que coinciden las opiniones públicas en regiones tan separadas las una de las otras.” (Plinio, Epístolas, IX, 11, 2)



Para hacer más atractivos los manuscritos en ocasiones se decoraban con ilustraciones relativas al contenido del texto. Los escritos de los últimos siglos del Imperio con temática religiosa parece que incluyeron dibujos que ayudarían a entender mejor el mensaje destinado a las comunidades cristianas. Aunque es más difícil encontrarlos en papiro por su fragilidad, los códices de pergamino si empezaron a constituir un soporte adecuado que se siguió empleando a lo largo de la Edad Media.

Papiro Goleniscev, Museo Pushkin, Moscú

En Roma, la mujer aristócrata llegó a tener un cierto status de privilegio y un poco de educación que le permitía aprender y conocer la tradición literaria, y también desenvolverse socialmente.

Hacia finales de la República e inicios del Imperio el hábito de la lectura se convirtió en una ocupación más cotidiana incluso para las mujeres, que siempre habían aparecido en la literatura como modelos de virtud cuya principal dedicación eran la casa y los hijos.

Los poetas elegíacos romanos muestran su admiración por la docta puella, una mujer liberada y culta, que atraen a sus admiradores por su belleza y su capacidad intelectual, en vez de por su linaje o virtudes tradicionales.

Catulo leyendo sus poemas. Pintura de Alma-Tadema

Propercio describe que fue lo que le atrajo de su amada Cintia:

"No me ha cautivado tanto su rostro, aunque es espléndido
(los lirios no son más blancos que mi dueña:
es como la nieve meótica si rivalizara con el bermellón íbero,
y como los pétalos de la rosa nadan en pura leche),
ni su cabello, que cae ordenadamente por su cuello suave,
ni sus ojos, dos antorchas que son mis estrellas, ni es como
cuando una joven luce con un vestido de seda de Arabia
(no soy yo un amante que se enamora por nada):
me ha cautivado su elegancia en el baile, servido ya el vino,
como cuando Ariadna dirigía las danzas de las Ménades;
y me ha cautivado cuando tantea versos en ritmo eolio,
tan experta en tañer la lira como Aganipe,
y cuando compara sus escritos con la antigua Corina,
cuyos versos piensa q u e ninguna otra puede igualar a los suyos."
(Propercio, Elegía, II, 3)

Pintura de Alma-Tadema, Museo Nacional de Gales

Se conocen muy pocas escritoras y de algunas de ellas solo se conservan sus nombres y en otros casos, fragmentos de su creación literaria. La ausencia de textos escritos por mujeres, probablemente se debió al temor de que la mujer dejara el ámbito privado para introducirse en el ámbito masculino y público, y obtuviese el poder de equipararse al hombre, pues dar a conocer los escritos convertía al autor en un ser público, conocido por la sociedad a la que pertenecía, considerado por siglos el derecho social propio del varón.

Ovidio alaba el talento creativo de su hijastra Perila, joven educada y de buenas costumbres, animada a componer poesía por el propio escritor, quien se lamenta de que ahora, quizás debido al destierro que él sufre, haya abandonado la creación literaria.

“Y dime, ¿acaso tú también te aplicas a nuestros estudios
comunes y compones doctos poemas en un metro no
patrio? Pues la naturaleza, de acuerdo con el destino,
te ha dotado de púdicas costumbres, de cualidades excepcionales
y de talento. Ese talento tuyo fui el primero en
conducirlo a las ondas de Pegaso, a fin de que no se
agotase de mala manera tu vena de agua fecunda. Fui el
primero que lo descubrió en tus tiernos años de jovencita
y, como un padre para su hija, fui tu guía y compañero.
Así pues, si permanece aún ese mismo fuego en tu pecho,
únicamente la poetisa de Lesbos superará tu obra.
Pero me temo que mi fortuna en este momento te esté
deteniendo y que tras mi desgracia tu pecho haya quedado
sin inspiración. Mientras pudo ser, con frecuencia tú me
leías tus poemas y yo te leía los míos; unas veces era tu
juez, otras tu maestro: unas veces prestaba oídos a tus
versos recién compuestos, otras, cuando interrumpías tu
labor, yo era el motivo de tu rubor. Tal vez, debido a
mi ejemplo, por el hecho de que mis libritos me perjudica-
ron, has seguido también tú el destino de mi castigo. Depon,
Perila, tu miedo; cuida sólo de que ni hembra alguna
ni varón aprenda a amar empujado por tus escritos.”
(Ovidio, Tristes, III, 7)

La edición de lujo, Pintura de John William Godward

Las únicas escritoras que podían participar de los círculos literarios reconocidos eran las que pertenecían al mismo ámbito social, generalmente de clase aristocrática y debían rodearse de patrones influyentes, al igual que hacían los escritores varones de la época.

Tal es el caso de la conocida poetisa Sulpicia que escribió poemas amorosos y tenía como protector a su tío Marcus Valerius Messala Corvinus, político, gran orador y patrón de la literatura de su época, conocido mecenas de los poetas del círculo de Tibulo y de Ovidio; y tutor, además, de su sobrina.

“Se presenta un odioso cumpleaños que habrá de transcurrir triste en el tedioso campo y sin Cerinto. ¿Qué hay más agradable que la ciudad? ¿Pueden ser adecuados a una joven una casa
de campo y un río helado en la llanura aretina?
Ya, Mésala, en exceso preocupado por mí, tranquilízate;
tus viajes con frecuencia son inoportunos, pariente mío. Apartada
aquí dejo mi alma y mis sentidos, en tanto que no [permites]
que esté a mi gusto.”
(Ciclo de Sulpicia, III, 14)

Fresco de Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles

Sulpicia es una joven de buena estirpe que desafía las habladurías de los de su clase y las preocupaciones de su familia por su virtud. Con sus poemas, logra el amor de Cerinto de igual forma que los poetas elegiacos cautivaban a la persona amada con sus versos.

“Por fin llegó el amor, el que se me reprocha haber ocultado
a mi pudor tanto como no habérselo desvelado a nadie.
Convencida por mis Camenas, Citerea me trajo a aquél
y lo dejó caer en mi pecho: Venus cumplió sus promesas:
que narre mis goces si alguien dice no haber tenido los
suyos. No quisiera yo enviar nada en tablillas selladas para
que nadie lo lea antes que el mío, pero me agrada haber
pecado, me molesta fingir un rostro de cara a la galería: que
de mí se diga que he sido digna de un digno.”
(Ciclo de Sulpicia, III, 13)

Horacio y Lidia, Pintura de John Collier

Plinio el joven equipara a su esposa Calpurnia a una docta puella que lee sus obras, canta sus versos y asiste a sus recitaciones, aunque conservando la virtud de la castidad, de la cual carecían las famosas Lesbia de Catulo o Delia de Tibulo.

"Es extraordinariamente inteligente y frugal; me ama, lo que indica su virtud. Añade a esto el interés por los estudios literarios, que le ha inspirado el amor que siente por mí. Guarda copias de mis obras, que lee una y otra vez, e incluso las aprende de memoria… Ella misma, cuando hago una lectura pública, se sienta en un lugar próximo, oculta por una cortina, y escucha atentamente los elogios que recibo. Ella incluso ha puesto música a mis poemas y los canta con su cítara, que no le ha enseñado a tocar ningún artista, sino el amor que es el mejor de los maestros.” (Plinio, Epístolas, IV, 19)

Pintura de Stepan Bakalovich

Ya a finales del Imperio una mujer perteneciente a una clase social elevada, Egeria, escribió en prosa un diario sobre los viajes que realizó en peregrinación a Tierra Santa describiendo además la comunidad cristiana que allí vivía. Su status social queda patente en el hecho de que es recibida por las autoridades religiosas locales, que le proporcionan guías y escoltas y su riqueza en que tiene capacidad para cubrir los gastos de su itinerario por sí misma. Su independencia demuestra que no estaba casada al menos durante la época descrita. Es un trabajo personal, sin intención de ser publicado, destinado a ser leído por sus compañeros de religión, pero que instruye sobre la educación y erudición que algunas mujeres privilegiadas tenían en ese momento histórico.

“Luego, siguiendo la marcha, llegamos a un lugar dónde aquellos montes entre los cuales íbamos se abrían, formando un valle amplísimo, muy llano y muy hermoso, y al fondo de él se veía el santo monte de Dios, el Sinaí…” (Itinerario de Egeria, 1, 2)

Museo Metropolitan, Nueva York

En los últimos siglos del Imperio el sistema de edición y publicación de obras literarias no cambió demasiado. Los escritores seguían escribiendo sus obras que eran copiadas por copistas y enviadas a los lectores que las solicitaban.

“¡Con qué interés solicitó mis propias obras, hasta el punto de enviar seis copistas —pues en esta tierra hay penuria de escribanos que conozcan la lengua latina— con el encargo de copiar para él todo lo que he dictado desde mi juventud hasta el día de hoy!” (Jerónimo, Epístolas, 75, 4)

Foto Granger

Estos mismos enviaban sus propios copistas a cualquier parte del Imperio movidos por su interés en hacerse con los escritos de autores reconocidos. El miedo de estos seguía siendo que las copias tuvieran errores que dificultaran la lectura o comprensión de los textos.

“Respecto de mis obras, que, no por su propio valor sino por tu benevolencia, deseas tener, según me dices, ya se las di a tus hombres para que las trasladaran, y las he visto ya copiadas en los códices de pergamino; no me he cansado de advertirles que las cotejaran con todo cuidado y las corrigieran. Yo no he podido releer personalmente tantos volúmenes, dada la aglomeración de pasajeros y muchedumbre de peregrinos. Además, como ellos pudieron comprobar con sus propios ojos, he estado impedido por una larga indisposición y justo por los días de cuaresma, cuando ellos partían, he empezado a respirar. Así pues, si encuentras erratas o se ha omitido algo que impida al lector la inteligencia, no deberás achacármelo a mí, sino a los tuyos y a la ignorancia, que copian no lo que tienen delante, sino lo que entienden, y mientras pretenden corregir errores ajenos, ponen de manifiesto los propios.” (Jerónimo, Epístolas, 71, 5)



Tras la terminación de sus composiciones los autores las divulgaban en las recitaciones que seguían como una fiel tradición. Libanio felicita a un tal Marcelino por el éxito de sus audiciones en Roma que ha llegado hasta sus oídos en Antioquía.

"Habría sido algo grande que pasaras tu estancia en Roma en silencio escuchando las recitaciones de los demás; muchos son los oradores a quienes Roma nutre y que siguen los pasos de sus padres. Pero el hecho es que uno escucha a aquellos que vienen de Roma que tú ya has dado algunas lecturas públicas y darás más, ya que tu obra se ha dividido en muchas partes y cada una, habiendo sido alabada, da lugar a otra más. Oigo que Roma te ha coronado por tu labor artística y ha proclamado que has superado a algunos y que los otros no te han superado a ti.” (Libanio, Cartas, 1063)

Prosa, Pintura de Alma-Tadema


Bibliografía

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https://www.jstor.org/stable/4302429; The Book Trade at the Time of the Roman Empire; Felix Reichmann
https://www.jstor.org/stable/639358; The Circulation of Literary Texts in the Roman World; Raymond J. Starr
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https://www.redalyc.org/pdf/442/44249252004.pdf; UNA APROXIMACIÓN A LOS IDEALES EDUCATIVOS FEMENINOS EN ROMA: MATRONA DOCTA/PUELLA DOCTA, Nazira Álvarez Espinoza
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https://www.academia.edu/36012703/Written_Media_in_Antiquity; Written Media in Antiquity; Charles W. Hedrick
La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio; Jerôme Carcopino; ed. Temas de Hoy

Concordia matrimonialis: armonía conyugal en la antigua Roma

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El amor no solía jugar ningún papel en el matrimonio de los romanos, al menos en el primero, pues las parejas eran escogidas por quienes tenían la patria potestas sobre los hijos. Esta potestad se entendía como un medio puesto al alcance de los patres familias para obtener beneficios para sus respectivas familias, de forma que acordaban el matrimonio de sus hijos sin ninguna interferencia y conservaban esta prerrogativa mientras los filii continuaran siendo dependientes, pues los progenitores podían ordenar el divorcio de los hijos casados para volverlos a casar en función de los intereses familiares.

Plinio el joven escribe una carta recomendando un pretendiente para la hija de un amigo en el que habla de los antecedentes familiares del joven, de su formación e incluso de su aspecto.

“Me pides que busque un marido para la hija de tu hermano, responsabilidad que con razón me impones a mi antes que a otros… No hay nada más importante ni más agradable que pudieras encomendarme, nada que pueda ser asumido por mi más honrosamente que elegir un joven, digno de ser el padre de los nietos de Aruleno Rústico. En verdad que debería haber buscado durante mucho tiempo un candidato adecuado, si no hubiésemos tenido a mano y como si lo hubiésemos previsto con antelación a Minicio Aciliano, que me ha mostrado siempre un afecto muy profundo, como un joven puede mostrar a otro joven (en efecto, es un poco más joven que yo), y un respeto como a persona de más edad… Su patria es Brixia (Brescia), en aquella parte de nuestra Italia que todavía conserva y mantiene intacta mucha de aquella decencia y sobriedad y también de aquellas antiguas virtudes campesinas. Su padre es Minicio Macrino, el primero del orden ecuestre, porque no quiso ningún honor mayor; … Su abuela materna es Serrana Procula del municipio de Patavio. Ya conoces las costumbres del lugar: pero Serrana es incluso un ejemplo de dignidad para sus conciudadanos. Tuvo la suerte de tener como tío a Publio Acilio, hombre de seriedad, prudencia y lealtad casi excepcional. En suma, no hay nada en toda esa familia que no te agrade como si se tratase de la tuya. El propio Aciliano tiene gran energía y actividad, pero unidas a una gran modestia. Ha desempeñado muy honorablemente la cuestura, el tribunado y la pretura; así, pues, te ha librado de la necesidad de apoyarle en su carrera política. Tiene un rostro noble, bien nutrido de sangre y de color encendido; la belleza de todo su cuerpo es adecuada a su condición de hombre libre y a su dignidad de senador. No creo de ningún modo que estas características hayan de ser obviadas, pues deben ofrecerse como una especie de recompensa a la virginidad de las novias. No se si debo añadir que los recursos económicos de su padre son amplios… Ciertamente para una persona que piense en los hijos y en las sucesivas generaciones, también este cálculo ha de incluirse a la hora de elegir un partido.” (Plinio, Epístolas, I, 14)

Pintura de Alma-Tadema

No existió libertad de elegir cónyuge para los hijos, ni para los varones ni para las mujeres, hasta la época posclásica en la que por influjo de la religión católica junto al consentimiento de los padres era prestado también el de los contrayentes.

En la alta sociedad romana el primer matrimonio de los hijos se celebraba a una edad muy temprana tras unos esponsales cuando eran aún unos niños. Esta premura se debía, además de para acrecentar la importancia de la familia en la sociedad, al hecho de que la esperanza de vida no era alta y se intentaba garantizar la continuidad de la familia cuanto antes.

“A ti también, mi tía Driadia, con llorosas melodías y voz piadosa te rindo homenaje yo, nacido de tu hermana, casi tu hijo. Del tálamo y las teas conyugales la muerte envidiosa te arrebató y las honras fúnebres transformaron tu lecho en un féretro.” (Ausonio, Parentalia, 25)

Era, por tanto, habitual que los contrayentes fueran unos adolescentes que apenas se conocían al inicio de su vida en común.

“Cualquier animal, cualquier esclavo, ropa o útil de cocina, lo probamos antes de comprarlo –escribía Séneca el Viejo -; sólo a la esposa no se la puede examinar para que no disguste al novio antes de llevarla a casa. Si tiene mal gusto, si es tonta, deforme, o le huele el aliento, o tiene cualquier otro defecto, sólo después de la boda llegamos a conocerlo”. (Séneca, Controversias. 2.3.2)

Pintura de la Isola Sacra, Ostia

El hecho de que el amor no fuese un elemento decisivo para contraer matrimonio en Roma, que no lo era en absoluto ni siquiera entre las clases bajas, no significa que aquél no pudiera surgir entre los esposos a partir de la convivencia.

Se puede encontrar referencias a esposos enamorados, matrimonios bien avenidos o casos concretos de viudas que no celebraron otras nupcias por fidelidad al cónyuge desaparecido. Los romanos también eran capaces de sentir amor y disfrutar de esos sentimientos, aunque no era frecuente mostrarlos en público dado el austero carácter de su sociedad. Entre los hombres, las demostraciones de amor hacia sus parejas eran consideradas un signo de debilidad masculina. Sin embargo, algunos autores recogen su tristeza por la pérdida de la esposa o la nostalgia por su recuerdo.

Estela Funeraria de Cominia Tyche,
Museo Metropolitan, Nueva York

Algunos literatos describen en poemas fúnebres dedicados a cónyuges difuntos el sentimiento de pena que aflige al que sufre la pérdida del esposo o la esposa.

“Así consuela entonces, en la muerte, a su esposo entrañable: `Tú, parte de mi alma que seguirá viviendo, ya quien así pudiera dar los años que la inclemente Átropo me roba´ ten el llanto, te ruego y no hieras tu pecho con golpes crueles y no martirices la sombra fugitiva de tu esposa. Es cierto que abandono nuestro lecho, mas respetando el orden de la muerte, pues que soy la primera en partir. He vivido días más dichosos que una larga vejez, te he visto ya hace tiempo, deslumbrante en pleno florecer, y te he visto acercarte más y más a la diestra suprema… Así dijo muriente, y abrazó el cuerpo de su compañero, y sin entristecerse, hizo pasar su alma enamorada a los labios de su esposo y con la mano amada cerró sus propios ojos. A pesar de ello, el joven, con su pecho encendido de profundo dolor, ya colma su viuda morada con fiero lamento, ya ansía desnudar su espada, ya se dirige a las estancias altas y sus acompañantes apenas le retienen, ya se inclina sobre su amada perdida y junta con ella sus labios, y atiza, cruel, el dolor adentrado en su pecho.” (Estacio, Silvas, V, 1, poema dedicado a Priscila)

Pintura de la Villa Farnesina, Roma, Palazzo Massimo


La esposa ideal no es solo la que guarda fidelidad al marido y se encarga piadosamente del cuidado de los hijos, sino que también ama al esposo, en vida y tras la muerte. Por esta razón en los epitafios se recogen los deseos de los esposos de descansar juntos a sus cónyuges en la tumba al igual que estuvieron juntos en vida.

“El sarcófago que aquí ves fue instalado por Maximus en vida para que lo acogiera tras su muerte. Él erigió este monumento también para su esposa Calepodia, para que entre los difuntos pudiera igualmente
disfrutar de su amor.”
(Antología Griega, VII, 330)

Estela Funeria de Licinia Flavilla y Sextus Adgennius Macrinus
Museo de la Romanidad, Nimes, Francia

En algunos casos se expresa claramente el deseo de unirse al cónyuge fallecido pronto, aunque no es posible si ello respondía a un deseo real o era parte de una fórmula establecida.

“Dedicado a la venerable alma de los dioses Manes. Furia Spes mandó erigir este (monumento) para Lucius Sempronius Firmus, mi muy querido esposo. Tan pronto como lo conocí, cuando éramos niños, quedamos unidos por el amor. Viví con él por poco tiempo. Nos separó una mano malvada en un tiempo cuando deberíamos haber vivido juntos. Por tanto, os ruego a vosotros, los muy sagrados espíritus de los difuntos, que cuidéis de mi querido esposo confiado a vosotros y que seáis indulgentes con él, para que pueda verle en las horas del sueño, y que él pueda persuadir al destino de que yo también pueda unirme a él cuanto antes.” (CIL 6, 18817 = ILS 8006)

Inscripción de la estela funeraria de Furia Spes,
 Museos Capitolinos, Roma

Algunas inscripciones expresan amor romántico entre los esposos y una profunda pena por la muerte del otro demostrando mencionando en algunos casos lo que les gustaba hacer juntos, demostrando que la armonía y el amor entre los esposos eran valorados a pesar de que algunos matrimonios fueran de conveniencia.

“A los espíritus de los Manes. Aquí yace […]nia Sebotis, hija de Publius. Quintus Minucius Marcellus, hijo de Quintus, de la tribu Palatina, erigió este (monumento) para su querida esposa, la más piadosa y casta, que nunca quería estar en público sin mí, ya fuera en los baños o cualquier otro sitio. Nos casamos cuando ella era una virgen de catorce años y tuve una hija con ella. Viví con ella el tiempo más dulce, y me hizo feliz. Por tanto, preferiría que estuvieras viva pues me habría gustado que me hubieses sobrevivido. Vivió veintiún años, dos meses y veintiún días.” (AE 1987, 179)

Retrato funerario, Egipto, Museo Metropolitan

La visión del matrimonio que ofrecen algunas obras literarias como los Parentalia de Ausonio es la de la unión amorosa de dos personas que tiene como finalidad no solo la procreación de hijos libres sino también el afecto y la compañía.

Ausonio describe el dolor por la muerte de su esposa presentando su sufrimiento como la continuación natural del amor que sintió por ella cuando vivía y lamentando tener que pasar su vejez en soledad, lo que se convierte en una tortura.

“Ahora, dolor y suplicio y herida incurable, he de recordar la muerte de mi esposa arrebatada. Noble por sus antepasados e ilustre por su origen senatorial, Sabina fue aún más ilustre por sus dignas costumbres. Tu pérdida en nuestros primeros años la lloré, todavía joven, y, célibe durante nueve Olimpíadas, aún te sigo llorando. En mi vejez ya no puedo apaciguar el dolor sufrido; pues de continuo se recrudece como recién pasado. Admiten el sosiego del tiempo otros enfermos: estas heridas las hace aún más graves el paso lento del día. Rizo, sin compañía, mis canas pacientes y cuanto más solo, más triste vivo. La herida aumenta porque calla la casa silenciosa y tiene frío nuestro lecho, porque con nadie comparto ni lo malo ni lo bueno.” (Ausonio, Parentalia, 9)

Museo Nacional de Arqueología, Burdeos

Durante los partos muchas mujeres y los propios recién nacidos morían lo que provocaba que los viudos volviesen a casarse, incluso en su madurez, por el afán de procrear y dejar descendencia. Este hecho facilitó que en algunos matrimonios la diferencia de edad fuese considerable, siendo los esposos bastante más mayores que sus esposas, lo cual no tenía que ser obstáculo para que el matrimonio funcionara y existiera entre ambos amor y pasión, como ocurrió en el caso del cuarto matrimonio de Pompeyo, que se casó con Julia, la hija de Julio César cuando él tenía cuarenta y seis años y ella veintitrés. Según algunos autores Pompeyo se enamoró rápidamente de ella y su amor fue correspondido.

“Él pasaba la vida en casas de recreo de Italia, yendo con su mujer de una parte a otra, o porque estuviese enamorado de ella, o porque siendo amado no se sintiese con fuerzas para dejarla, pues también esto se dice, y era voz común que aquella joven amaba desmedidamente a su marido; aunque no sería por la edad de Pompeyo, sino que la causa era, a lo que parece, la continencia de éste, que después de casado no se distraía con otras mujeres, y aun su misma gravedad, que no le hacía desagradable en el trato, y, antes, tenía para las mujeres un cierto atractivo, si no hemos de dar por falso el testimonio de la cortesana Flora.” (Plutarco, Pompeyo, 53)

Estela funerario de los libertos Publius Aiedius Amphio y Aiedia Fausta Melior,
Museo De Pérgamo, Berlín

A pesar de las facilidades que se daban para el divorcio, o por causa de ello, el hecho de que un matrimonio durase toda la vida estaba muy bien considerado por los romanos, por lo que la referencia a las relaciones largas y bien avenidas eran resaltadas en la literatura y en los epitafios.

“Raros son los matrimonios tan largos como el nuestro- los que terminan con la muerte, no acortados por el divorcio. Se nos concedió que el nuestro durase hasta cuarenta y un años sin ninguna ofensa. Desearía que nuestra unión se hubiese alterado por algo que me hubiese ocurrido a mí, no a ti; habría sido más justo para el más mayor ceder ante el destino.” (Laudatio Turiae)

De ahí que en las ceremonias nupciales estuviese presente una mujer univira con su esposo aún vivo, esto es, que solo se hubiese desposado una vez, porque era símbolo de prosperidad conyugal. El hecho de haber contraído matrimonio una sola vez durante su vida era frecuentemente mencionado en los epitafios dedicados a mujeres por sus esposos junto a otros epítetos que destacaban sus virtudes. Además, no solo ocurría en caso de familias nobles, sino también en otros estratos sociales.

“A los dioses inferiores
Para Aurelia Domitia, liberta de Augusto,
univira, una bendita esposa, muy dedicada y respetuosa con su familia.
Pompeianus, su esposo, con quien vivió veinte años.
Vivió treinta seis años.”
(CIL 6.13303)

Detalle del altar funerario de Fabia Stratonice,
Badisches Landesmuseum,
Karlsruhe, Alemania. Foto Dan Diffendale 

Otros epítetos indicaban también el hecho de haberse desposado una sola vez (uniiga) y de haber yacido solo con el esposo (unicuba). Este hecho quería resaltar la fidelidad y el afecto entre esposos en una época en que los divorcios eran relativamente frecuentes.

“Aquí yazgo, una mujer casada. Por descendencia y nombre soy Veturia, esposa de Fortunatus, hija de Veturius. Treistemente, viví veintisiete años y estuve casada dieciséis, una mujer de un solo lecho (unicuba) y un solo matrimonio (uniiuga). Después de haber alumbrado seis hijos, morí. Solo uno me sobrevive.” (CIL 3, 3572)

Sarcófago de Veturia, Museo Nacional de Budapest

En la época de Plinio el joven la elección de una esposa adecuada era una condición indispensable para que el matrimonio de un hombre con cierto rango social fuese afortunado porque su honor podía quedar dañado por la conducta deshonesta de su esposa. El escritor señala que la presencia de una buena y devota esposa es señal de una vida bien vivida y destaca que una esposa digna de elogio debe elegirse cuidadosamente y luego debe ser formada por su esposo para aprender a comportarse de acuerdo al carácter y ambición del mismo y llegar a convertirse en una matrona que ayude a reforzar la reputación del esposo.

Plinio relata que la excelente conducta de Plotina, esposa de Trajano, beneficia a la propia reputación del emperador, pues este la ha instruido correctamente y por lo tanto toda la actitud de la emperatriz refleja la del esposo. Plotina cumple con las cualidades que se exigen a una esposa dedicada a su hogar, autocontrol, modestia y sumisión al esposo.

“En tu caso tu esposa contribuye a tu dignidad y a tu gloria. ¿Quién hay que sea de costumbres más puras que ella?, ¿quién que se conforme mejor a los ideales de nuestra antigüedad? ¿Acaso si un Pontífice Máximo tuviese que elegir una esposa, no la elegiría a ella o a una semejante a ella? Si bien, ¿dónde podría hallarse una como ella? ¡Cómo no reclama nada para sí de tu elevada posición a no ser el derecho de alegrarse por ella! ¡Con qué constancia muestra en todo momento que su afecto recae sobre ti, no sobre tu poder! Sois el uno para el otro los mismos que fuisteis en el pasado, os amáis por igual, y nada os ha dado la fortuna que ya no tuvieseis, a no ser el que comenzáis a saber con qué serenidad podéis sobrellevar ambos la fortuna.” (Plinio, Panegírico de Trajano, 83, 5-6)

Efigies de Trajano y Plotina

En una de sus cartas Plinio presenta a su esposa Calpurnia, bastante más joven que él, en su papel de dedicada esposa y resalta su mutuo afecto, su interés por la gloria del esposo y las expectativas del esposo por un futuro compartido.

"Es extraordinariamente inteligente y frugal; me ama, lo que es un claro indicio de su virtud. Añade a estas virtudes el interés por los estudios literarios, que le ha inspirado el amor que siente por mí. Guarda copias de mis obras, que lee una y otra vez, e incluso las aprende de memoria. iQué angustia siente cuando ve que voy a pleitear en un tribunal, qué felicidad cuando ya he terminado! Ella se arregla para que se la mantenga informada de que aclamaciones, de que aplausos he provocado, de qué éxito he tenido en el juicio. Ella misma, cuando hago una lectura pública, se sienta en un lugar próximo, oculta por una cortina, y escucha con oídos atentísimos los elogios que recibo. Ella incluso ha puesto música a mis poemas y los canta, acompañada de su cítara, que no le ha enseñado a tocar ningún artista, sino el amor que es el mejor de los maestros. Por estos motivos estoy plenamente convencido de que nuestra armonía será eterna e incluso será mayor cada día que pase." (Plinio, Epístolas, IV, 19)

Las cartas conservadas entre los esposos prueban que en esa época los hombres ya se permitían demostraciones de afecto hacia sus esposas que nos les dejaban en mal lugar entre los miembros de la clase social a la que pertenecían, en contra de lo que había ocurrido durante el tiempo de la República.

“Me comentas en una carta que mi ausencia te afecta muchísimo y que el único consuelo que te queda es tener a mano mis libros en vez de tenerme a mí, y que incluso a veces los colocas sobre mis huellas. Es muy agradable saber que me echas de menos, y muy agradable también que encuentres alivio en estos consuelos; yo, por mi parte, releo tus cartas continuamente y las cojo en las manos una y otra vez como si acabasen de llegar. Pero de este modo solo consigo avivar más tu recuerdo, pues si tus cartas tienen este encanto, ¡qué dulzura no tendrán tus palabras! Tu escríbeme, sin embargo, lo más frecuentemente que puedas, aunque tus cartas me proporcionen tanto placer como dolor. Adiós.” (Plinio, Epístolas, VI, 7)

Pintura de Alma-Tadema

El poeta Ovidio en sus poemas del exilio no se limita a proporcionarse consuelo y a intentar obtener el perdón del emperador, sino que persigue obtener el afecto de su propia esposa. Él sabe que el amor debe construirse y por tanto se esfuerza por reforzarlo en las cartas que escribe a su esposa Fabia. Consciente de que el amor, tras años de relación puede terminarse, recurre al cariño y al compromiso, que, pese a la distancia, permiten cimentar la relación amorosa.

“Como tú eres la única protectora de mis intereses, ha recaído sobre ti el peso de un gran honor, ya que mi voz nunca ha enmudecido con relación a ti y debes sentirte orgullosa de los testimonios dados por tu marido. Persiste para que nadie pueda decir que son temerarios y consérvame a la vez a mí y a tu piadosa fidelidad.
Pues, mientras yo estuve en pie, tu virtud permaneció sin recibir acusación vergonzosa alguna, sino que siempre fue irreprochable. Ahora, de mi ruina se te ha formado un solar en que edificar: ¡que tu virtud levante en él un monumento digno de ser contemplado! Resulta fácil ser buena cuando se halla lejos todo aquello que impide serlo y la esposa no encuentra nada que obstaculice el cumplimiento de su deber. Pero no sustraerse a la tormenta cuando la divinidad ha comenzado a tronar, eso sí que es piedad y amor conyugal.” (Ovidio, Tristes, V, 14)

Fresco de Pompeya

Ovidio a menudo incluye epítetos relativos a las buenas esposas cara, pia y bona, al referirse a la suya. Además, añade las virtudes que la caracterizan probitas, pietas y fides, que eran las mismas que hacían de las esposas unas matronas dignas de confianza. Ella es piadosa porque se lamenta de los infortunios del esposo en el exilio y había deseado compartir su destino, aunque no lo hizo al darse cuenta que podía hacer más por él al permanecer en Roma. Ovidio le recuerda que al mismo tiempo que debe ocuparse de las gestiones para conseguir su vuelta, su honradez debe ser intachable, como muestra de la buena reputación de ambos. La lealtad refleja no solo la fidelidad matrimonial sino también la confianza depositada en ella a la hora de mantener el bienestar del hogar y la familia en ausencia del esposo.

“Créeme, cuantas veces eres elogiada en mis poemas, el que lee dichas alabanzas pregunta si las mereces. Y así como creo que muchas aplauden tus virtudes, del mismo modo no pocas querrán criticar tus hechos. Procura que la envidia de éstas no pueda decir: «Ésta es lenta en actuar en favor de la salvación de su desgraciado marido». Y, aunque me faltan las fuerzas y no puedo conducir el carro, intenta sostener tú sola el débil yugo. Enfermo y fallándome el pulso, me vuelvo hacia el médico: ayúdame mientras me quede un último soplo de vida, y lo que yo te haría, si fuera más fuerte que tú, dámelo tú a mí, ya que eres más fuerte. Así lo exigen el amor conyugal y la ley matrimonial. Tus propias costumbres, esposa, lo reclaman. Debes esto a la casa a la que perteneces, para honrarla tanto con tus obligaciones como con tu honradez. Aunque hagas todo esto, si no eres una esposa digna de elogio, no se podrá creer que honras a Marcia.” (Ovidio, Pónticas, III, 1)

Pintura de Alma-Tadema

Ejemplos de amores incondicionales, que continúan hasta la muerte y que implican sacrificio por el cónyuge, se encuentran en la literatura como símbolo del afecto entre esposos que demuestra que este podía darse a pesar de que la inmensa mayoría de matrimonios se habían debido a la conveniencia social y económica.

“Navegaba yo por nuestro querido lago Lario, cuando un amigo mayor que yo me señaló una villa y especialmente un aposento que se asomaba al lago: «Desde esa habitación», me dijo, «hace tiempo una mujer de nuestro municipio se arrojó junto con su marido». Le pregunte la causa. Me respondió que, a causa de una larga enfermedad, el marido se pudría en sus partes íntimas por unas ulceras; la esposa insistía en verlas, diciéndole que «nadie le podría indicar más francamente si su enfermedad podía curarse». Cuando las vio, perdió toda esperanza y lo animó a suicidarse; ella misma fue su compañera en la muerte, más aún su guía, e incluso le obligó a seguir su ejemplo, pues se ató con su marido y se arrojó con él al lago.” (Plinio, Epístolas, VI, 24)

Estela funeraria, Hierápolis, Turquía

En el caso de las clases medias y bajas, las esposas no solo eran compañeras de vida, sino también de profesión, por lo que junto al reconocimiento de su labor como esposa y administradora del hogar se unía el de su tarea como responsable del negocio familiar.

“En Roma, Urbanilla, fue mi compañera y socia en el negocio, ayudada por su frugalidad. Cuando todo se había conseguido con éxito y ella volvió conmigo a mi patria, Cartago me arrebató a mi piadosa compañera. No tengo ninguna esperanza de vivir sin tal esposa; ella cuidaba de mi casa y me ayudaba con sus consejos. Privada de la luz de la vida, la pobre mujer descansa en su tumba de mármol.” (CIL 8, 152)

Estatua de Urbanilla,, Cartago

Durante el primer siglo d.C. las virtudes conyugales de concordia, fidelidad, lealtad, amor y afecto se empezaron a expresar en relieves que adornaban monumentos funerarios mostrando a los esposos con las manos enlazadas (dextrarum iunctio) como símbolo de su armonía matrimonial.

“Vitalis, liberto y secretario privado del emperador (lo dedicó) a Vernasia Cyclas, su muy excelente esposa, que vivió veintisiete años. A esta fiel, afectuosa y dedicada mujer.” (CIL VI 8769)

Urna cineraria de Vernasia Cyclas, Museo Británico


El matrimonio era un marcador de status social y para los libertos representaba un importante paso en su acceso a los derechos de los ciudadanos libres y un ascenso social. Independientemente de la edad que tuvieran los esposos, deseaban dejar patente la concordia que existía entre ellos y se representaban con mayores gestos de afecto entre ellos en sus relieves funerarios destacando en sus epitafios el amor, la fidelidad y la armonía que reinaba en su relación.

Estela funeraria de Lucius Aurelius Hermia y Aurelia Philematium, Museo Británico

(A la izquierda) Lucius Aurelius Hermia, liberto de Lucius, carnicero del Viminal
Esta mujer que me ha precedido en la muerte, casta, mi única y amante esposa a la que otorgué mi alma, vivió fiel a su fiel esposo con igual afecto que el mío, nunca abandonó por avaricia sus obligaciones. Aurelia Philematium, liberta de Lucius.


(A la derecha) Aurelia Philematio, liberta de Lucius. Cuando vivía me llamé Aurelia Philematium. Fui casta y modesta, no me gustaba mezclarme con la gente. Fui fiel a mi marido. Aquel a quien he perdido fue mi coliberto y fue verdaderamente más que un padre para mí. Cuando tenía siete años, me acogió; ahora con cuarenta, la muerte me ha poseído. Él con mi diligencia ha florecido…. (CIL VI, 09499)




Bibliografía

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https://www.academia.edu/17342934/Coniugal_Concordia_Marriages_and_Marital_Ideals_on_Roman_Funerary_Monuments_; Coniugal Concordia: Marriage and Marital Ideals on Roman Funerary Monuments; Lena Larsson Lovén
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Naumachia, espectáculo y poder en la antigua Roma

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La Naumaquia, Ulpiano Checa, Museo Ulpiano Checa, Colmenar de Oreja, Madrid

En la antigua Roma, los espectáculos de masas eran eventos que atraían a miles de personas de todas las clases sociales y servían no solo para entretener y distraer al pueblo de los problemas que les afectaban, sino para demostrar la fuerza y esplendor de la civilización romana frente a los bárbaros extranjeros. Asimismo, servían para mostrar los valores más admirados por los romanos: el coraje, la resistencia, la valentía…

Las naumaquias (en latín, naumachiae) fueron  ejemplo de la complejidad y violencia que entrañaban  los espectáculos públicos llevados a cabo en la antigua Roma. Consistían en la representación teatral de una gran batalla naval que había tenido lugar realmente en el pasado, con un grado de realismo tal que los participantes (los llamados naumachiarii) se vestían con los uniformes de los dos pueblos enfrentados para matarse entre ellos.

“Fue empresa de Augusto el enfrentar aquí las escuadras y poner en movimiento los mares con la trompeta naval. ¿Qué parte corresponde a nuestro César? Tetis y Galatea han visto en las aguas fieras desconocidas, Tritón ha visto sobre las espumas del mar carros [con ruedas] chispeantes y ha pensado que pasaban los caballos de su señor; y mientras Nereo prepara los enconados combates con los navíos enfurecidos, se ha horrorizado al ir a pie por las limpias aguas. Todo lo que se contempla en el circo y en el anfiteatro, esto lo ha presentado en tu honor, oh César, el agua rica [en portentos]. Que no se hable ya de Fucino ni de los estanques del †siniestro† Nerón: que los siglos venideros no conozcan más que esta naumaquia.” (Marcial, Libro de los Espectáculos, XXVIII)


En el año 46 a.C., para celebrar su victoria sobre los seguidores de Pompeyo en la Segunda Guerra Civil de la República Romana, Julio César volvió a Roma y organizó una serie de diversas y fastuosas celebraciones. Durante de más de un mes hubo carreras de caballos, espectáculos de música y teatro, batallas de soldados, luchas de fieras, aunque el momento culminante se produjo con la primera naumaquia conocida de la Historia. Celebrada en un enorme estanque (stagnum) construido en el Campo de Marte y llenado con las aguas del río Tíber, la naumaquia de Julio César enfrentó a dos flotas formadas por birremes, trirremes y cuatrirremes, con 4000 remeros y 2000 tripulantes a bordo.

“Para la batalla naval se excavó un lago en la Codeta menor y allí se enfrentaron birremes, trirremes y cuadrirremes de la flota tiria y egipcia con gran número de combatientes. Para asistir a todos estos espectáculos fue tan grande la afluencia de público procedente de todas partes, que muchos forasteros dormían en tiendas colocadas en medio de las calles o de las calzadas, y con frecuencia, debido a la multitud, se produjeron muchas víctimas por aplastamiento y asfixia, entre ellas dos senadores.” (Suetonio, Cesar, 39)



Estas batallas solían estar basadas en la historia de Grecia, por lo que, a lo largo de los más de dos siglos,  se representaron episodios como la victoria de los atenienses sobre los persas en la batalla de Salamina (480 a.C.), o el triunfo de Córcira sobre su metrópolis, Corinto (635 a.C.). Para reflejar la mayor verosimilitud,  la naumaquia debía seguir el mismo desarrollo que había tenido la batalla real, de modo que se construía escenografía de la época, se usaban los remos para mover las naves, se empleaba maquinaría de guerra…

Las naumaquias constituían un espectáculo extravagante cuya celebración requería una gran planificación, además de una enorme infraestructura  y extraordinariamente cara, que no estaba al alcance de los magistrados que solían financiar divertimentos públicos para promocionar su carrera, por lo que quedaba en mano de los emperadores costear dichos eventos, lo que explica que solo se conozcan una decena a lo largo de la Historia de la antigua Roma.

Vestíbulo Casa de los Vettii, Pompeya

Para que pudieran realizarse había que cumplir con unas condiciones previas: tener un gran botín para gastar, obtenido habitualmente gracias a un importante triunfo militar; construir los barcos que participarían, por lo general de tamaño algo inferior al de las naves reales; disponer de un lugar apropiado donde llevarla a cabo y, puesto que se trataba de verdaderos combates donde la violencia, las mutilaciones, la sangre y los ahogamientos eran una constante, los combatientes eran prisioneros de guerra y condenados a muerte, lo que no impedía que estos  hicieran todo lo posible por no perecer en los duros enfrentamientos de las naumaquias.

“Los que iban a tomar parte en la batalla naval eran criminales condenados y había cincuenta buques por cada parte; la una llamada de "rodios" y la otra de "sicilianos". Al principio formaron todos en conjunto y se dirigieron a Claudio de esta manera: "Salve, Emperador", los que vamos a morir te saludamos" Cuando esto en modo alguno les valió para salvarles y se les ordenó que libraran el combate naval, simplemente trataron de navegar a través de las líneas de sus oponentes hiriéndose lo menos posible. Continuaron así hasta que se les obligó a masacrarse unos a otros.” (Dión Casio, Historia romana, LXI, 33)

Pintura de Giovanni di Stephano Lanfranco, Museo del Prado, Madrid

Como espectáculo portentoso era esencial mantener un cierto grado de realismo y evitar que una representación nefasta o problemas técnicos hicieran fracasar el principal cometido: proporcionar diversión. Para conseguirlo había que conseguir una coordinación perfecta entre todos los participantes y ello solo podía hacerse haciendo practicar a los cautivos y esclavos antes de iniciar la batalla real. Es posible que, a pesar de la dificultad de controlar a un número tan alto de prisioneros, estos acudieran a las instalaciones habilitadas en el puerto de Nápoles, donde permanecía la flota en tiempo de paz. Para mantener la seguridad de los espectadores se evitaría utilizar armas de largo alcance y se entrenaría como combatir y vencer al enemigo presentando batalla real y no eludiendo la lucha. Lo más común en estas celebraciones era que ninguno de los participantes, que podían ser cientos o miles de hombres, saliera con vida.

“Estaban sobre las calzadas las cohortes pretorias y la gente de a caballo, y tenían delante de sí grandes torres y plataformas, desde donde podían descargar las balistas y catapultas. Lo restante del lago ocupaban las dos armadas que habían de pelear, con las galeras empavesadas y a punto de guerra; y como si fuera todo aquello un teatro, se hinchieron de innumerable cantidad de gente, venida de las tierras comarcanas y de la misma Roma a ver aquel espectáculo y dar gusto al príncipe, no sólo las riberas y los collados, sino las cumbres más altas de los montes. Estaba Claudio con el vestido imperial, llamado paludamento, y no lejos de él Agripina con un manto de brocado de oro corto a lo soldadesco, ambos en soberbios tronos. Se peleó, aunque entre malhechores, con ánimo de hombres valerosos, y después de largo combate y muchas heridas, mandando poner fin a la batalla, fueron los combatientes librados del último trance.” (Tácito, Anales, XII, 56)


En raras ocasiones llegó a utilizarse el mar o un lago natural. Parece que la única conocida que se desarrolló en el mar fue la que celebró el hijo menor de Pompeyo, Sexto, en el estrecho de Mesina en el año 40 a.C.

“Celebró espectáculos por el triunfo, y con los que habían sido hechos prisioneros organizó una naumaquia en el Estrecho, frente a la misma Regio, para que la vieran los que estaban en la costa de enfrente, haciendo que unos barcos de madera chocaran contra otros de pieles para mofarse de Rufo.” (Dión Casio, Historia romana, XLVIII, 19)


En el año 2 a.C., el emperador Augusto organizó una de las naumaquias más conocidas, descrita con detalle en su autobiografía, Res Gestae Divi Augusti. Se realizó en un gigantesco lago artificial que el emperador mandó construir, del cual no hay restos de su estructura, y solo se sabe que estaba en la orilla izquierda del río Tíber. Según los datos proporcionados por Augusto, este recinto medía 533×355 metros y tenía una profundidad de 1.5 metros, por lo que en total habría albergado más de 200.000 metros cúbicos de agua. El motivo para su celebración pudo ser la inauguración del templo dedicado al dios Marte vengador, la cual se produjo en el año 2 a.C. Gracias a las fuentes se sabe que participaron treinta naves, entre las que estaban incluidas las birremes y las trirremes, y más de 3000 hombres sin contar a los remeros. Asimismo, como temática Augusto eligió representar la batalla naval que enfrentó a persas y atenienses en el año 480 a.C., la batalla de Salamina.

“Ofrecí al pueblo un espectáculo de combate naval al otro lado del Tíber, en el lugar que ahora ocupa el bosque de los Césares. Para lo que hubo que cavar el terreno mil ochocientos pies a lo largo y mil doscientos a lo ancho. En él se enfrentaron treinta naves con espolones, trirremes o birremes. y aún más de menor tamaño. En esas escuadras lucharon, sin contar los remeros, cerca de tres mil hombres.” (Augusto, Res gestae, 23)

Naumaquia de Augusto, Ilustraión Jean-Claude Golvin

La mayor naumaquia fue la celebrada por el emperador Claudio en el año 52 en el lago Fucino para conmemorar la inauguración de los drenajes de agua para su desecación, el espectáculo recreó el enfrentamiento entre las flotas de los sicilianos y los rodios, cada una de las cuales tenía doce trirremes y un total de 19.000 combatientes, según Tácito.

“Hizo Claudio poner en orden cien galeras de tres y de cuatro órdenes de remos por banco y guarnecerlas con diecinueve mil hombres, ciñendo en torno las orillas del lago con una calzada, como si fuera tierra firme, fundada sobre gruesas estacas trabadas y reforzadas entre sí, para quitar a los combatientes la esperanza de la huida. Abrazaba con todo eso el circuito bastante espacio para el uso de los remos, y para conocer el arte de los pilotos en el divertir o procurar el encuentro y en las demás cosas que se acostumbran en batalla de mar. (Tácito, Anales, XII, 56)

Vestíbulo Casa de los Vettii, Pompeya

El primer ejemplo de naumaquia en un anfiteatro, realizada gracias a un amplio y complejo sistema de canales, colectores y compuertas, se dio durante el gobierno del emperador Nerón.

“Ofreció asimismo una naumaquia con monstruos marinos nadando en agua salada, y unas danzas pírricas ejecutadas por efebos, que recibieron individualmente, al término de su actuación, el diploma de la ciudadanía romana.” (Suetonio, Nerón, XII, 1)

En el año 57 organizó uno de estos espectáculos en un anfiteatro de piedra y madera que había hecho construir en el Campo de Marte, y unos años después, en el 64, poco tiempo antes de quemarse en el gran incendio de Roma, organizó otra.

“En el curso de un espectáculo que ofrecía en uno de los teatros llenó repentinamente el sitio con agua del mar, para que los peces y los monstruos marinos pudieran nadar en ella, exhibiendo una batalla naval entre hombres que representaban a persas y atenienses. Tras esto, inmediatamente hizo drenar el agua, secar la superficie y ofreció de nuevo combates entre fuerzas terrestres, que lucharon no solo en peleas singulares, sino en grupos mayores igualados en número.” (Dión Casio, Historia romana, LXI, 9, 5)

Ilustración Rick Jacobson

El emperador Tito organizó en el año 80 unas fiestas que duraron 100 días por la inauguración del anfiteatro Flavio y no faltaron en ellas los espectáculos acuáticos. Para conmemorarlo, se celebraron dos naumaquias: una en el lago artificial creado por Augusto, y otra en el propio Coliseo, donde aún no se habían construido las enormes estructuras de piedra debajo de la arena, mandadas hacer por el emperador Domiciano posteriormente, y que imposibilitaron la celebración de más naumaquias.

El tercer día hubo un simulacro de batalla naval entre atenienses y siracusanos, que recordaba el ataque de Atenas a Siracusa, durante la Guerra del Peloponeso, en los años 415-413 a.C.

“En el segundo día hubo una carrera de caballos y al tercero una batalla naval entre tres mil hombres, a la que siguió un combate de infantería. Los "atenienses" vencieron a los " siracusanos" (esos fueron los nombres usados por los combatientes), ejecutaron un desembarco sobre el islote y asaltaron y capturaron una muralla que había sido construida alrededor del monumento.” (Dión Casio, Historia romana, LXVI, 25)

Naumaquia de Tito, Ilustración Jean-Claude Golvin

Las estimaciones más actuales han observado que los más de 4200 metros cúbicos de capacidad del Coliseo se podrían llenar en poco más de una hora, gracias al gran número de canales y compuertas que hacían caer el agua dentro de la arena. El vaciado también se realizaría rápidamente, a través de dieciocho colectores distribuidos en la arena.

Domiciano utilizó el anfiteatro para las batallas navales como había hecho su hermano.

“Dio continuamente espectáculos magníficos sin reparar en los gastos, tanto en el anfiteatro como en el circo, donde, además de las acostumbradas carreras de bigas y cuadrigas, presentó también dos combates, uno entre infantes y el otro entre jinetes; en el anfiteatro dio incluso una batalla naval.” (Suetonio, Domiciano, IV, 1)



El emperador Domiciano intentó eclipsar las fiestas acuáticas organizadas por su hermano, e hizo construir un nuevo y grandioso lago artificial donde organizó un gigantesco combate naval.

“Dio batallas navales en las que se enfrentaron casi auténticas escuadras, después de haber cavado junto al Tiber un lago que rodeó de asientos.” (Suetonio, Domiciano, IV, 2)

Durante esta representación cayó una gran tormenta sobre los espectadores, a los que no se permitió abandonar sus puestos, lo que motivó que muchos enfermasen.

“En el Circo, por ejemplo, ofreció combates de infantería contra infantería y luego entre caballería, así como una batalla naval en un lugar nuevo. En este último evento perecieron prácticamente todos los combatientes, así como muchos de los espectadores. Pues, aunque cayó una gran lluvia y se desató de repente una violenta tormenta, no permitió que nadie abandonase el espectáculo; y aunque él mismo cambió sus vestiduras por unas capas de gruesa lana, no permitió que los demás mudaran su atuendo, de manera que no pocos cayeron enfermos y murieron.” (Dión Casio, Historia romana, LXVII, 8)


Con el paso del tiempo, las naumaquias se hicieron cada vez menos frecuentes, debido a sus desproporcionados gastos. No obstante, en los Fasti Ostiensi (calendario de efemérides de la historia de Roma) se menciona que el emperador Trajano llevó a cabo una en un estanque próximo a la colina del Vaticano en el año 109, con una duración de seis días el contexto de las celebraciones por sus victorias sobre los dacios.

I] mp. Trajanus naumachiam suam dedicavit.

Templo de Isis, Pompeya. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles

La última referencia a estas celebraciones data del año 248, cuando el emperador Filipo el Árabe festejó el milenario de la fundación de Roma con una naumaquia llevada a cabo donde estuvo más de doscientos años antes el lago artificial de Augusto.

“Así pues, Marco Julio Filipo, árabe de la Traconítida, después de haber asociado en el poder a su hijo Filipo, tras apaciguar los asuntos en Oriente y fundar la ciudad de Filipópolis en Arabia, vino a Roma. Una vez construido un lago artificial más allá del Tiber, porque esta zona sufría de escasez de agua, celebraron con juegos de todo tipo el milenario de la ciudad de Roma.” (Aurelio Víctor, Vida de los Césares, 28)

Ilustración flaviobolla, Deviant Art

Con frecuencia se realizaban en estanques de las villas de recreo romanas excavadas a propósito y rodeados de gradas para los espectadores, en lagos artificiales creados con la intención de realizar pequeñas batallas navales, o en anfiteatros que se inundaban para la ocasión.

“Aunque procuras no hacer cosa alguna que se salga de la cuenta y medida, te diviertes de vez en cuando en las fincas paternas: se reparten barcas entre los ejércitos; bajo tu mando se repite la batalla de Accio, con esclavos que hacen como si combatieran; el adversario es tu hermano, un estanque es el Adriático, hasta que la Victoria veloz al uno o al otro con su fronda corone. Quien crea que así te acomodas a sus aficiones, entusiasmado elogiará tu juego con ambos pulgares.” (Horacio Epístolas, I, 18, 60)

Mary Evans Picture Library

Algunas naumaquias celebradas con motivo de juegos fundados en honor de las victorias de Augusto, como los 
ludi Actiati, que conmemoraban su triunfo en Accio, podían llevarse a cabo de una forma lúdica o deportiva sin violencia y muertes como parece reflejar la referencia de Ausonio en su obra Mosela, escrita mucho después de que las naumaquias dejaran de ser habituales.

“Juegos de ese tipo son los que contempla Líber en la bahía de Cumas, cuando avanza a través de los collados sembrados del sulfúreo Gauro y por los viñedos del vaporífero Vesubio mientras Venus, alegre por los triunfos de Accio conseguidos por Augusto, manda a los desenfrenados Amores jugar fieros combates, iguales a los que llevaron a cabo las escuadras del Nilo y las trirremes del Lacio bajo los acantilados de Léucade, morada de Apolo; o bien las naves de Eubea vuelven a contar los peligros de Mila en la guerra contra Pompeyo en el sonoro Averno; combates de navíos sin daño y luchas de naumaquias festivas, cual se ve en el Péloro siciliano, refleja el mar brillante bajo verde imagen; no es otro el espectáculo que inspira a los jóvenes descarados el floreciente río y los esquifes de rostros pintados.” (Ausonio, Mosela, 205-220)



Durante los últimos siglos del imperio con motivo de conmemoraciones y homenajes a personajes notables de la sociedad se celebraron juegos escénicos que podían incluir batallas navales con un tono mucho más lúdico que las celebradas durante los primeros siglos.

“Que las naves entablen alegres un combate en un mar improvisado y que las aguas, dejándose penetrar, espumeen con los melodiosos remeros.” (Claudiano, Consulado de Manlio Teodoro, 332)

Ilustración de acuarela y tinta, Wayne Ferrebee, 2021


En las provincias del imperio parece probable que se desarrollaran las naumaquias en ciudades con las infraestructuras suficientes y el aporte necesario de agua, proporcionado por los acueductos, para poder llevar a cabo un evento de tal magnitud. Hay evidencias de que zonas de la orchestra de algunos teatros podían inundarse para ofrecer al menos juegos acuáticos  los espectadores.

Los juegos acuáticos siguieron teniendo cierta permanencia en la sociedad romana más tardía, pero estaban mayormente dedicados a escenificar representaciones teatrales en las que los actores vestían como personajes mitológicos y desarrollaban su actuación sobre el agua.

“Un entrenado coro de Nereidas se puso a jugar por toda la superficie del mar y decoró las plácidas aguas con variadas tablas. Hubo un amenazador tridente de dientes rectos y un áncora de diente curvo: nos imaginamos los remos y nos imaginamos una barca y que brillaba la constelación de los Laconios, grata a los navegantes, y que se henchían las amplias velas con un seno bien visible. ¿Quién vio jamás tantas maravillas en las aguas transparentes? O Tetis enseñó estos juegos o los aprendió.” (Marcial, Libro de los Espectáculos, XXVI)



Las naumaquias se convirtieron en unos de los mayores espectáculos de masas creados por el imperio romano, que recurrió a la grandiosidad y al efectismo, para impresionar a los ciudadanos con una combinación de realismo histórico y triunfalismo que atraía e impresionaba a la plebe que acudía entusiasmada a contemplar tan magna demostración de poder.



Bibliografía
https://www.academia.edu/24722066/Naval_Battle_Shows_and_Aquacades; Naval Battle Shows and Aquacades; Rabun Taylor
https://is.muni.cz/th/lspnx/Theatricality_of_Naumachiae.pdf; Theatricality of Naumachiae; Lucia Steltenpohlová
https://www.academia.edu/14152201/Venues_for_Spectacle_and_Sport_other_than_Amphitheaters_in_the_Roman_World; Venues for Spectacle and Sport (other than Amphitheaters in the Roman World; Hazel Dodge
https://docplayer.es/31983821-Circo-y-fieras-en-la-roma-antigua-pantomimas-y-naumaquias.html; Circo y fieras en la Roma antigua. Pantomimas y naumaquias; José María Blázquez Martínez
https://www.centronaval.org.ar/boletin/BCN822/822calandra.pdf; Naumaquias, el mayor espectáculo de Roma; Oscar J. Calandra



Luces, luz e iluminación en la antigua Roma

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Lampadario, Museo de la Academia Etrusca, Cortona, Italia

Uno de los avances más significativos acontecidos en la historia de la Humanidad fue el control de la iluminación, lo que permitió, especialmente, poder ampliar la vida cotidiana más allá de las horas solares.

“Una gran multitud de ambos sexos llevaban lámparas, antorchas, cirios y toda clase de luces artificiales para atraerse las bendiciones de la madre de los astros que brillan en el cielo.” (Apuleyo, Las Metamorfosis, XI, 9, 4)

Festival de la vendimia, pintura de Alma-Tadema

Uno de los principales medios de alumbrado para tener luz (lux) en la antigüedad fue la antorcha, que originalmente se elaboraba con un palo de madera en el que un extremo se empapaba con un material inflamable, aunque también podía consistir en un manojo de palos atados a los que se podía añadir ramitas de papiro o junco. Estas teas presentaban grandes inconvenientes como el humo, el mal olor y el riesgo de incendios.

“Los combustibles prenden más lentamente cuando el aire tiene partículas espesas y obstruye los poros. Por esto los que encienden las antorchas las frotan en ceniza, para eliminar cualquier resto de humedad y que el fuego prenda mejor la madera.” (Plutarco, Sobre los Pronósticos de Arato, 16)



Existían soportes para las antorchas con protectores para las manos que solían usarse para portar las antorchas en las carreras.



El material más común para elaborar la antorcha era el pino, pero hay referencias literarias al uso de otras maderas como, sarmiento, encina, hiedra y otras más.

“La antorcha es un palo de encina o roble común, que golpeada y partida, se prende fuego y se usa para dar luz a los viajeros.” (Ateneo, Banquete de los eruditos, 15, 57)



Si la madera de la que se hacía la antorcha era de naturaleza resinosa, no había que añadir nada para que prendiese, pero si no lo era, había que utilizar algún material inflamable, como la brea y un material de combustión lenta como la yesca, lana o cualquier fibra vegetal o paño empapado en una sustancia inflamable. Las antorchas eran principalmente para uso en el exterior, para alumbrar el camino de los que volvían a casa y hacer las patrullas nocturnas.

“Y es que Galo, rodeado de unos pocos hombres que escondían sus armas, merodeaba al atardecer por tabernas y encrucijadas, preguntando en griego, lengua que conocía perfectamente, qué pensaba cada cual acerca del César. Y esto lo hacía audazmente en una ciudad en la que el resplandor de las antorchas de los trasnochadores suele igualar a la luz del día.” (Amiano, Historia, XIV, 1.9)

ArtStation. Foto Faraz Shanyar

Las antorchas se identificaban a menudo con los dioses, especialmente los que buscaban a sus familiares desaparecidos, como en el caso de Deméter buscando a su hija Perséfone, para la que la antorcha se convirtió en uno de sus atributos, siendo habitual que los adeptos a su culto las portasen.

“El alto Etna se levanta sobre la boca del descomunal Tifoeo, por cuya respiración de fuego arde la tierra. Allí encendió la diosa dos pinos que hiciesen la vez de antorcha; por esto es por lo que también ahora se ofrece una tea en la ceremonia de Ceres.” (Ovidio, Fastos, IV, 493)

Ceres, Casa de los Dioscuros, Pompeya

Era habitual que en las procesiones religiosas dedicadas a los dioses y celebradas periódicamente los participantes llevasen luces, especialmente antorchas encendidas.

“Ya era el día en que humea el boscaje de Aricia consagrado a Trivia, propicio a los reyes prófugos, y, cómplice de Hipólito, brilla el lago con el fuego de antorchas sin número; Diana en persona corona de flores sus mejores canes y pule sus flechas y consiente que marchen sin daño las fieras; y toda la tierra de Italia, en sus castos hogares, celebra los idus de Hécate.” (Estacio, Silvas, III, 1, 55)

Procesión en honor de Diana, Ostia. Museos Vaticanos


Era una creencia común que el fuego concedía la inmortalidad por lo que las antorchas estaban particularmente enraizadas en el culto imperial, especialmente en la ceremonia de deificación del emperador, la consecratio. En el relieve de la apoteosis de Sabina, la esposa de Adriano, la difunta emperatriz es retratada sobre la figura alada de Eternidad, que la lleva hacia el cielo, mientras sujeta una antorcha llameante.

Apoteosis de Sabina, Arco di Portogallo, Museos Capitolinos


También se creía que una antorcha se encendía en el momento del nacimiento y se extinguía con la muerte.

En las ceremonias nupciales la llama de una antorcha iluminaba el camino de una joven que dejaba a sus padres y entraba en una nueva vida.

“¡Ay, qué desgracia la mía! El cuerpo me arde de fiebre y los cobertores pesan más de lo que deben. Veo a mis padres llorar sobre mi rostro, y en vez de la antorcha de boda me acompaña la antorcha de la muerte.” (Ovidio, Heroidas, XXI, 170)

Ilustración Stefano Bianchetti

Los funerales de personajes de alto status el uso de diversas fuentes de iluminación simbolizaba la importancia del individuo fallecido. El cuerpo se velaba entre antorchas mientras se exhibía durante el duelo.

“Los soldados levantaron el cadáver y lo depositaron en una urna de oro, que recubrieron con la púrpura imperial, transportándolo a la ciudad que lleva el nombre del emperador; a continuación lo colocaron sobre un alto catafalco en la más principal de las salas imperiales, y como encendieron hachones sobre candelabros de oro en círculo, ofrecieron a los que lo contemplaban un espectáculo tan fascinante como nunca desde los primeros tiempos, ha sido visto por nadie sobre la tierra bajo los rayos del sol.” (Eusebio, Vida de Constantino, IV, 66)

Relieve de la tumba de los Haterii, Museos Vaticanos


También se empleaban durante los desfiles en los triunfos de los generales vencedores y en ceremonias religiosas como los funerales. En las pompas fúnebres las antorchas formaban parte, junto con los músicos y las plañideras del cortejo que acompañaba al difunto hasta su lugar de enterramiento.

Ilustración Jean-Claude Golvin

Las velas de sebo no parece que fueran utilizadas por los antiguos griegos, pero las de cera ya eran conocidas en el periodo minoico. En época de los romanos las velas hechas de cera o sebo se obtenían envolviendo en una capa de cera o de sebo un pabilo formado de plantas palustres, como el papiro, al que llamaban scirpus. Las fuentes clásicas explican que la cera debía estar reservada a las clases más acomodadas y los más humildes deberían conformarse con velas de sebo.

Las velas de cera eran un regalo frecuente durante las fiestas de las Saturnales.

“Otros piensan que las velas de cera se envían precisamente porque, bajo el reinado de este dios (Saturno), fuimos elevados, por así decirlo, de una vida grosera y tenebrosa a la luz y al conocimiento de las artes liberales. Descubro también en las fuentes escritas el caso siguiente: como muchos, por codicia, con ocasión de las Saturnales, exigieran con insistencia regalos a sus clientes y esta carga abrumara a los más pobres, el tribuno de la plebe Publicio propuso que a los ricos se les enviara sólo velas de cera.” (Macrobio, I, 7, 32-33)

Se retorcían varias de ellas con forma de una soga y se formaban gruesos cirios en que el fuego resistía todo viento, y se llamaban funalia cerei, o cerei simplemente. Estas luminarias eran llevadas por un esclavo que acompañaba al señor, cuando salía de noche.

“Este cirio te prestará fuegos nocturnos, pues le han sustraído la lámpara a tu mozo.” (Marcial, Epigramas, XIV, 42, cereus)

Tumba de Aelia Arisuth, Trípoli, Libia


Las lámparas prehistóricas más rudimentarias se hacían con piedras a las que se les practicaba una hendidura, donde se depositaba grasa de animales como combustible.

Lámparas prehistóricas


Las lámparas de aceite, hechas normalmente de cerámica, aunque también en metales como el bronce y la plata, desde época creto-micénica en el Egeo, probablemente importadas de Egipto, estaban destinadas a poder transportar la luz de unos lugares a otros, constituyendo un notable progreso tecnológico que permitía contar con múltiples puntos de luz en una estancia y desarrollar una vida nocturna.

“Atribuyen a los dioses sensaciones, no divinas, sino más bien humanas y, por ello, piensan que los dioses necesitan y gustan las mismas cosas que nosotros, que, cuando tenemos hambre, necesitamos comida; cuando tenemos sed, bebida; cuando tenemos frío, vestidos; cuando el sol se pone, luz para ver.” (Lactancio, Instituciones Divinas, VI, 5)

Lámpara de época minoica


Los fenicios fueron los primeros en explotar la producción y comercialización de lucernas desde comienzos del primer milenio. En esos momentos eran poco más que una simple cazoleta abierta y aplastada en uno de sus extremos, en la cual se colocaba el combustible –aceite o grasa- con la mecha en su parte central.

Lámpara fenicia

Los primeros ejemplares encontrados en el Ática son de comienzos del siglo VII, probablemente importaciones fenicias. Pronto se vio la necesidad de dotarlas de un pico lateral para garantizar la estabilidad del pábilo; y posteriormente se colocó un asa en la parte opuesta al orificio de luz, para permitir al usuario el transporte del objeto sin quemarse; para evitar que se derramase el combustible por el transporte y para garantizar la estabilidad del punto de luz las paredes del recipiente fueron elevándose y curvándose para al final prácticamente cerrarse.

“La vieja madre me plasmó nuevecita de su germen y formada en ninguno tomo la figura de mi padre. Los ojos no me pueden mostrar la luz, pero por ancha boca saco llamas chispeantes. No quiero que la lluvia me toque ni soplos de viento. Soy amiga de la luz, me recreo en la oscuridad en casa.” (Antología Latina, La lucerna)

Lámpara helenística


A través de los Etruscos y de las producciones griegas del sur de Italia los romanos conocieron su existencia y su uso entre ellos está determinado por la existencia de una materia prima fundamental: el aceite. La producción de esta sustancia en grandes cantidades gracias a la expansión del cultivo del olivo abrió la puerta a la fabricación artesanal de lucernas a gran escala. El aceite de menor calidad se empleaba para la iluminación.

“Ya entrada la tarde, con mis criados a mi disposición, después de bañarme allí mismo bajo la luz de las lámparas y tras una corta cena, nos acostamos a descansar.” (Elio Arístides, Discurso sagrado V, 28)

Ilustración del stibadium de la villa de Lullingston, Inglaterra


Aunque el combustible prioritario para la iluminación artificial en la época grecorromana fue el aceite de oliva, otros aceites vegetales, como el de ricino o de colza, junto a grasas animales se emplearon como aditivos o principal fuente de combustible. Las lámparas de aceite consumían grandes cantidades de aceite y producían mucho humo, (debido al bajo nivel de aporte de oxígeno), para producir poca cantidad de luz. Herodoto cuenta que se añadía sal para reducir el parpadeo de la llama.

“Cuando se reúnen en la ciudad de Sais para las celebraciones, en una noche determinada todos encienden al raso muchas lámparas dispuestas en círculo alrededor de sus casas. Esas lámparas son unas páteras llenas de sal y aceite y en su superficie emerge la mecha propiamente dicha, que arde durante toda la noche. Esta festividad recibe el nombre de «Fiesta de las Luminarias». Por su parte, los egipcios que no acuden a esa celebración religiosa también observan la noche del sacrificio encendiendo, asimismo, todos ellos sus lámparas; así que no sólo se encienden en Sais, sino en todo Egipto.” (Herodoto, Historias, II, 62)



A pesar de que los objetos utilizados en la iluminación no eran muy caros, la provisión de aceite de oliva en las provincias alejadas de grandes centros de producción requería una fuerte inversión económica, aun cuando el aceite utilizado era el de peor calidad. Por lo tanto, solo la élite tendría acceso a un combustible que permitía extender las actividades comerciales y de ocio hasta después de haberse puesto el sol.

“Es una buena señal soñar que se tiene una lámpara encendida durante la noche, sobre todo para los jóvenes: en la mayoría de los casos pronostica placenteras relaciones amorosas y anuncia también negocios por el hecho de poder ver lo que uno tiene delante.” (Artemidoro, Interpretación de los sueños, II, 9)

La antigua lucerna romana consistía en un depósito (infundibulum) destinado a contener el aceite empleado como combustible, con una base plana o anular, y una boquilla o (rostrum) prolongación del depósito de aceite en el que se acomodaba la mecha, y que era utilizado también para introducirla cuando la lucerna aún no había sido recargada con aceite. Las mechas se hacían comúnmente de lino, linaza o papiro.

"(Símilo) la cabeza agacha, coge la lámpara, saca con una aguja la mecha reseca y con mil soplidos aviva la tenue llama." (Apéndice Virgiliano, Moretum)




Para apagar la mecha y sacarla se utilizaban unas pinzas o agujas y para rellenar la lámpara con aceite se utilizaban unos recipientes que facilitaban la operación sin tener que derramar aceite o mancharse.



El rostrum o pico cuenta con el orificio de luz u oculus. Los picos podían ser más de uno, con lo que se incluían más mechas y la posibilidad de obtener una mayor iluminación.

“Aunque doy luz a convites enteros con mis llamas y teniendo tantas mechas, me llaman una sola lámpara.” (Marcial Epigramas, Lucerna Polymixos, XIV, 41)



Uno de las características particulares de la lucerna romana es la presencia de una cubierta superior plana o cóncava tapando el depósito, denominada disco (discus), con un orificio central, denominado orificio de alimentación, para llenar el depósito con aceite.



A veces puede aparecer un pequeño agujero entre el disco y el pico, denominado orificio de aireación, destinado a dejar pasar el aire durante el proceso de llenado del depósito y evitar el efecto de vacío y que desbordara el aceite.



El disco podía estar rodeado de varias molduras y una banda u orla exterior (margo). Los ejemplares pueden presentar asimismo un asa (ansa), una cinta de arcilla adherida en la parte trasera del depósito, aunque a veces alcanzan una gran envergadura, actuando como contrapeso al rostrum.



Las lucernas griegas y helenísticas se fabricaron a torno, pero durante el primer cuarto del siglo III a.C. se introduce la técnica del molde, que se hizo inmensamente popular, ya que podía usarse para elaborar un gran número de lámparas que podían ser fácilmente reproducidas. Este método también aseguraba que la fabricación podía ser muy eficiente, organizada y lucrativa, puesto que permitía multiplicar rápidamente el número de piezas fabricado en cada taller, convirtiendo las lucernas en objetos baratos y cotidianos, con una demanda siempre creciente.

Praxágora: Brillante resplandor de mi lámpara de arcilla, que desde esta altura atraes todas las miradas; ¡tú, cuyo nacimiento y aventuras quiero celebrar, hija de la rápida rueda del alfarero, émula del sol por el fulgor radiante de tu pábilo, haz con los movimientos de tu llama la convenida señal! Tú eres la única confidente de nuestros secretos, y lo eres con motivo, pues cuando en nuestros dormitorios ensayamos las diferentes posiciones del amor, sola nos asistes y nadie te rechaza por testigo de sus voluptuosos movimientos.” (Aristófanes, Asamblea de las mujeres, I)

Pintura de la Villa Farnesina, Museo Nacional, Roma

La adopción de la técnica del moldeado desembocó en el desarrollo de un concepto de lucerna genuinamente romano, que se aparta cada vez más de las formas helenísticas, y cuyas primeras manifestaciones son las variantes conocidas como tardorrepublicanas, cuyas innovaciones más revolucionarias son el cierre del disco casi por completo y la posibilidad de introducir decoraciones más o menos complejas sobre el mismo.



Los moldes se hacían de arcilla o escayola. Los fabricantes romanos preferían el uso de escayola, pero tanto unos como otros tenían ventajas y desventajas. El de arcilla requería ser cocido al fuego mientras que el de escayola podía dejarse secar al aire. Sin embargo, los moldes de escayola se gastaban rápidamente, pues la superficie se deterioraba por el repetido uso.

Algunas lámparas muestran inscripciones sobre sus bases, grabadas en relieve, indicando el nombre del alfarero, el taller, el propietario o el reinado del emperador. A veces se pueden hallar también marcas comerciales.



Si bien la mayor parte de las lucernas se fabricaban con arcilla, se utilizaron otros materiales, principalmente bronce, pero también plomo, oro y cristal.



Las lámparas de aceite o lucernas podían denominarse cubiculares (para los dormitorios), balneares (para los baños), triclinares (para los salones y comedores), sepulcrales (para las tumbas), por lo tanto, recibían el nombre por la función que tenían, sin importar su forma, tamaño, o material de fabricación. Las lucernae cubiculares podían quedar encendidas toda la noche en los dormitorios.

“De tu gozoso lecho lámpara confidente, aunque hagas todo lo que te apetezca, callaré.”(Marcial, Epigramas, XIV, 39 Lucerna cubicularis)

Al comprar una lámpara de aceite, muchos clientes elegirían representaciones de escenas sexuales antes que otros motivos decorativos porque para los romanos, de las élites, sobre todo, que vivían rodeados de objetos que mostraban imágenes eróticas en pinturas, esculturas y menaje doméstico, estas escenas evocaban placer y no culpa, pecado o vergüenza. El acto sexual representado se consideraba un regalo de la diosa Venus. Este motivo iconográfico fue ampliamente difundido por todo el imperio.



Algunos artesanos dieron formas muy diversas a las lámparas que elaboraron buscando una creación más artística y sofisticada que fuera atrayente para sus clientes, usando tanto arcilla como bronce.




Entre otros motivos preferidos para la decoración figuran los temas mitológicos, los espectáculos, animales y ya en plena propagación del cristianismo, símbolos religiosos.



Las lámparas de mecha flotante o kandelai fueron usadas en Grecia y se impusieron a finales del Imperio, ya con el cristianismo ampliamente extendido, para iluminar y adornar las iglesias. Las lamparillas, hechas a veces de vidrio, se colgaban de soportes colgados de cadenas.

“En la parte central colgaban incluso, sujetas a los altos artesonados por cadenas de bronce, cóncavas lámparas que, a la manera de los árboles, como si fueran vides de flexibles ramas, mueven sus brazos. En lo alto de su cima las varas llevan copitas de cristal como si fueran su fruto y cual si estuvieran en primavera dan la impresión de que empiezan a florecer cuando encienden su luz, al tiempo que imitan las apretadas estrellas merced a su espesa cabellera de llamas. Con sus numerosas luces apartan las pesadas tinieblas y pintan una delicada atmósfera de llamitas en floración, y en su temblor hacen destellar su transparente cabellera; con las llamas siempre encendidas en la difusa neblina de la noche dan un aire ambiguo entre luz y sombra, y con sus reflejos temblorosos turban ese inestable ambiente.” (Paulino de Nola, Poemas, 19, 411)

Lámpara colgante, Corning Museum


El uso de luz artificial era una parte integrante de las ceremonias rituales, junto a quemar incienso y la música. Los santuarios domésticos y públicos solían mantener lámparas encendidas como un elemento de iluminación y como ofrenda a los dioses. Los participantes de las procesiones religiosas podían llevar lámparas encendidas o antorchas como ya se ha visto.

"Cuando llegamos al lugar donde se encuentran las imágenes de la Buena Fortuna y del Buen Genio, nos detuvimos mientras continuábamos nuestra conversación. Y al ver a uno de los asistentes del templo le pregunté dónde estaba el sacerdote. Éste contestó: «detrás del templo». En efecto se ocupaba del encendido de las lámparas sagradas y el sacristán estaba recogiendo las llaves.” (Elio Arístides, Discurso sagrado V, 11)

Pintura del Templo de Isis, Pompeya. Museo Arqueológico
de Nápoles. Foto Carlo Raso

Los desfiles organizados con ocasión de conmemoraciones, festivales civiles o juegos deportivos también incluían la iluminación con antorchas o lámparas. Así ocurría, por ejemplo, en los juegos decenales, cuya organización se remontaba a Augusto, quien los celebraba cada vez que se producía la prórroga de sus poderes por diez años. Los decennalia a los que se refiere el siguiente texto parecen haber tenido lugar en el 262, diez años después de que Galieno y Valeriano fueran nombrados emperadores. 

“Tras masacrar a los soldados de Bizancio, Galieno, como si hubiese realizado algo grande, voló a Roma en rápida carrera y, después de convocar al senado, celebró las decennalia , con nuevos tipos de espectáculos, con un esplendor inusitado y con una muestra escogida de toda clase de diversiones: Tan pronto como llegó, marchó hacia el Capitolio entre los senadores, vestidos con la toga, los miembros del orden ecuestre, y los oficiales vestidos de blanco; precediéndoles avanza todo el pueblo, y abren la marcha casi todos los siervos y las mujeres con lámparas y antorchas de cera.” (Historia Augusta, Los dos Galienos, 8)

Detalle de mosaico, Villa del Casale, Piazza Armerina, Italia

La gran cantidad de lámparas de aceite encontradas en las tumbas romanas indica la importancia que tenían en los entierros y funerales. Por la creencia de que la tumba iba a ser la eterna morada del difunto, las lámparas podían ser depositadas allí para guiarlo en su vida eterna, aunque también se puede sugerir que habían servido para la vigilia del cuerpo entre el momento de la muerte y el entierro. En algunos epitafios se pide encender una lámpara en honor del difunto.

“Adiós Septimia, que la tierra te sea leve. A quienquiera que deje una lámpara encendida ante su tumba, cubra la tierra dorada sus cenizas.” (CIL X 633)



Algunas lámparas se llenaban con aceite perfumado y podían considerarse un regalo para el fallecido o una ofrenda conmemorativa que se depositaba en los aniversarios o fiestas de los difuntos.

“…y, aunque excelente en su belleza ella cautivó a muchos, unida a su amante esposo permaneció casta, una lealtad rara entre parejas casadas. Su esposo ahora por sus buenas acciones con devoción honra el cuerpo de la benefactora como una divinidad, ese cuerpo que él fue capaz de negar a las llamas y llenar con ungüentos y perfumes y pétalos de rosa. Mantén vivo, te ruego, a tu esposo, para que durante años pueda ofrecerte las guirnaldas y ofrendas que él ha prometido, y para que la lámpara pueda mantenerse encendida con el nardo.” (CLE 01508)

Por el carácter supersticioso del pueblo romano las lámparas pudieron haberse depositado en las tumbas con la intención de alejar a los malos espíritus y proteger a los difuntos del mal de ojo, para lo cual se representaban motivos iconográficos destinados a tal fin, como la cabeza de Medusa.



Los santuarios domésticos o lararia acogerían lamparillas como ofrendas a los dioses protectores del hogar y algunos ciudadanos particulares hacían donaciones o dejaban legados para sufragar los gastos de mantener encendida una lámpara con la que honrar a su deidad favorita.

“Ahora bien, vamos primero a encender el candil y a hacer la última libación —la de la hora de acostarse— en honor de los dioses de la noche.” (Heliodoro, Etiópicas, III, 4, 11)



En Montalcino, Italia, una inscripción recuerda a un veterano, L. Granius Pudens, quien deja un legado de 8.000 denarios con el objeto de que se repusiese aceite a una lámpara que había dedicado a Mitra, cada año en conmemoración de un día, probablemente su dies natalis (o del de Mitra).

L(ucius) Granius Pudens, veter(anus) / ex coh(orte) VII pr(aetoria), d(at) ((denarios)) VIII (milia) d(e) p(roprio), / ut gens eos ((denarios)) in usu/ris dent et die n(atali) festo / sollemne oleum in / lucerna, quem dedi / d(e) p(roprio) ex usuris praes/tetur d(eo) I(nvicto) M(ithrae) (CIL XI 2596; ILS 8368)

Pintura de Wladyslaw Bakalowicz

La iluminación de áreas públicas, tales como calles urbanas, espacios públicos y edificios, era una fuente de orgullo cívico para aquellas ciudades donde la había, lo que ocurría en ciudades de provincias, como Antioquía y Constantinopla. La capacidad de la administración de extender el día con luz artificial ayudaba a incrementar el intercambio social y comercial y proporcionaba mayor seguridad a los residentes y visitantes de la ciudad.

“Los revoltosos estaban más interesados en causar destrozos que en asesinar al gobernador. Primero se dedicaron a cortar las cuerdas que sostenían las lámparas de aceite de los baños públicos de las cercanías.” (Libanio, Discursos sobre las revueltas)

El empleo de las lámparas de aceite permitió la realización de tareas llevadas a cabo en lugares sin luz natural ni siquiera durante el día, como minas o catacumbas.

“La tercera forma de obtener oro sobrepasa los trabajos de los Gigantes incluso. Con ayuda de galerías que cubren largas distancias, se excavan montañas a la luz de las lucernas, cuya duración establece los turnos de trabajo, sin que los obreros vean la luz del día durante meses.” (Plinio, Historia Natural, XXXIII, 21)

Catacumba de Pedro y Marcelino, Roma

La linterna (laterna) utilizaba materiales transparentes como el cuerno, lona impregnada de aceite o vejigas de animal para proteger la lamparita en su interior. Posteriormente se fabricarían de metal y cristal o de cerámica. Se colgaba de una cadena y se utilizaba para alumbrarse en los desplazamientos.

“Como linterna guía del camino me llevan, dorada por las llamas que encierro, y segura está en mi seno la pequeña lámpara.” (Marcial Epigramas, XIV, 61, Laterna cornea)

Tumba de Silistra, Bulgaria

Los candelabros surgieron como soportes de pie para sujetar las velas (candelae). Se colocaban los candelabros en puntos estratégicos de la casa, donde pudiera soplar el aire, cuando se la quería tener bien alumbrada.

“El candelabro (candelabrum) tiene su denominación por la candela (candela): en efecto, en éstos se fijaban hachas ardiendo.” (Varrón, De la lengua latina, V, 119)

Los etruscos, que eran productores de cera, utilizaban candelabros de bronce con forma de trípode y con varias púas en las cuales se clavaban las velas.

Banquete de Hades y Perséfone. Tumba Golini, Orvieto, Italia

Cuando el uso de las lucernas se extendió los soportes en los que se depositaban o colgaban las lamparillas pasaron a llamarse igualmente candelabros. Aunque algunos estaban hechos de madera, los que han llegado hasta nuestros días son mayoritariamente de bronce. Llegaron a hacerse de materiales preciosos y adornarse de gemas, como el que el rey Antíoco intento regalar a Júpiter Capitolino.

“El príncipe, ante una gran afluencia, en el foro de Siracusa (para que nadie piense quizá que estoy actuando en una acusación oscura y que imagino algo basado en las sospechas de la gente), en el foro de Siracusa, insisto, llorando y poniendo por testigos a los dioses y a los hombres, comenzó a gritar que el candelabro, hecho de piedras preciosas, que iba a enviar al Capitolio, que había querido que figurara en el templo más excelso como testimonio para el pueblo romano de su alianza y amistad, se lo había quitado Gayo Verres; que no sufría por las demás alhajas de oro y pedrería que, siendo suyas, estaban en poder de aquél; que era una desgracia y una indignidad que le arrebatase tal objeto; que, aunque ya antes estaba consagrado en su mente y pensamiento y en los de su hermano, aun así él, en aquella reunión de ciudadanos romanos, lo entregaba, regalaba, dedicaba, consagraba a Júpiter Óptimo Máximo y ponía al mismo Júpiter como testigo de su voluntad y de su voto.” (Cicerón, Verrinas, IV, 29, 67)

En los templos de los dioses y en los palacios había frecuentemente grandes candelabros hechos de mármol.

Candelabros de mármol

La forma más común del candelabro consistía en un pie o base, un tronco y una parte superior o bandeja donde apoyar la lámpara o con un hueco para introducir una vela. La base podía tener forma de garra animal, el tronco podía ser liso, aflautado o figurativo.

“Las candelas me dieron mi nombre antiguo. La lámpara de aceite no había conocido a nuestros ahorrativos antepasados.” (Marcial, Epigramas, XIV, 43 Candelabro corintio)



Se hacían candelabros de menor tamaño para poner encima de una mesa o mueble que constaban de un soporte más o menos decorado o con una figura que llevaba una bandeja donde dejar la lucerna, que también parecen haberse conocido con el nombre de lampadaria.



Para colgar varias lámparas a la vez se utilizaban candelabros con forma de árbol o con una figura humana (efebo) al que se hacía llevar un soporte del que se colgaban las lámparas con una cadena.

“La naturaleza como tal protesta, si por las estancias no hay doradas estatuas de gente joven sosteniendo lámparas flamígeras en sus diestras para servir de alumbrado en banquetes nocturnos.” (Lucrecio, De la naturaleza de las cosas, II, 20)



También existe evidencia de que se hacían candelabros en los que su altura se podía ajustar.



En época paleocristiana el uso de luces artificiales en relación a la muerte ya no se corresponde con el culto a los difuntos, sino que las fuentes de iluminación que los acompañan, velas, antorchas o lámparas, simbolizan la luz del Paraíso, la lux perpetua de la liturgia católica. Los primeros escritores cristianos criticaron el uso de las luces en el culto por recordar la tradición pagana, pero al no poder la Iglesia erradicar su uso por completo, se reservó para la veneración de Dios y los santos.

“Los cristianos que profesaban la fe ortodoxa, tras llegar al templo de Cipriano, encendieron todas las lámparas y celebraron la solemnidad religiosa tal como precisamente acostumbran ellos a prestar estos servicios.” (Procopio de Cesarea, Historia de las guerras, III, 21, 25)

En muchas representaciones iconográficas de sepulcros y tumbas cristianas aparecen candelabros con velas enmarcando una figura en actitud de orante ensalzando la gloria de Dios, que simboliza el alma del difunto asistida por las velas que representan la luz y la gloria del Paraíso.


Catacumba de San Gennaro, Nápoles



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Illustres feminae, mujeres benefactoras en la antigua Roma

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En la antigua Roma, hasta el Edicto de Caracalla del año 212 d. C, la ciudadanía era un honor reservado a un grupo limitado de personas, y disfrutarla suponía un motivo de orgullo, tanto para los varones como para las mujeres, pero los derechos y deberes no eran los mismos para los primeros y las segundas. Las ciudadanas no podían ejercer los virilia officia, es decir, las ocupaciones relacionadas con la política y la guerra, labores consideradas tradicionalmente masculinas. La educación femenina estaba destinada a la vigilancia de su pudicitia y al cumplimiento de la labor matronalis. El modelo para las ciudadanas era el de la mater familias, o matrona, que consistía en contribuir al beneficio del Estado convirtiéndose en madre de numerosos hijos e hijas a quienes educaría en los valores patrióticos.

“Quédate un momento y detén tu paso, tú que vas caminando, y lee la adversa fortuna de este que se lamenta, para que puedas conocer los versos que salen de mi corazón y que yo, su esposo Trebio Basileo, lleno de dolor, he grabado. Ella estuvo adornada de toda clase de bondades para los suyos, honrada, sencilla, sin dejarse tentar por el engaño; vivió veintiún años y siete meses y engendró conmigo tres hijos, a los que dejó pequeños, y murió con el cuarto en el vientre, en su octavo mes; lee ahora atentamente los comienzos de cada uno de los versos, y te ruego que leas, por favor, el epitafio de quien tanto lo merece: conocerás así el nombre de mi esposa Grata”. (Epitafio de Veturia Grata, CIL VI, 28753 = CLE 108)


Museo del Prado, Madrid

Hacia el final de la República y en los primeros siglos del Imperio se produjeron cambios de naturaleza económica y jurídica que provocaron el enriquecimiento de las mujeres en la sociedad romana.

Gracias al la aplicación del ius liberorum, decretado por Augusto para fomentar la natalidad, las mujeres con tres hijos o cuatro en el caso de las libertas, accedieron a la posesión de bienes y a la capacidad de administrarlos de forma autónoma, estando únicamente sujetas al consentimiento de un tutor para determinadas operaciones, algo que en la mayoría de los casos era un mero formalismo.

De esta forma muchas mujeres se convirtieron en grandes propietarias de tierra, de negocios comerciales y artesanales, de esclavas y esclavos, y ampliaron su capacidad para heredar y hacer testamento. Muchas recibían grandes beneficios a través de la gestión y explotación de sus terrenos, viviendo de la riqueza que les proporcionaban sus tierras o de las rentas obtenidas con sus negocios.

“Le aconsejé que les diera, además, de su propio patrimonio, unos campos muy fértiles, una vasta casa. provista de todo en abundancia, y una gran cantidad de trigo, de cebada, de vino, de aceite de oliva y de los demás productos agrícolas, no menos de cuatrocientos esclavos y, además, numerosos rebaños de no desdeñable precio.” (Apuleyo, Apología, 93, 4)


Estatua de Minia Procula,
Bulla Regia, Túnez

Las mujeres de la época helenística fueron promotoras de obras arquitectónicas, que ponían de manifiesto la riqueza de su patrimonio, así como su capacidad de actuación en los espacios públicos y de negociar y construir su propia memoria.

A finales del siglo V a.C., Jenocratea, ciudadana ateniense, erigió un santuario al dios-río Cefiso, en el que estaba permitido hacer sacrificios a todo el que lo desease “por el cumplimiento de cosas buenas”, que en su propio caso era la crianza y la educación. Jenocratea se identifica a sí misma como hija y madre de un Jeniades, y en el relieve votivo que acompaña la inscripción aparecen representadas, además de varias divinidades, una mujer mortal y un niño –seguramente ella y su hijo–, por lo que la educación aludida podría ser la de éste, aunque es probable que también se refiriera a la que ella recibió de su padre.

“Jenocratea fundó el santuario de Cefiso y dedicó a los dioses que comparten su altar este regalo por la educación.
Hija y madre de Jeniades de Cholleidai; para quien desee sacrificar por el logro de cosas buenas.”
(IG I3 987; IG II2 4548)


Relieve de Jenocratea, Museo Arqueológico Nacional de Atenas

Los actos evergéticos de Arquipa, hija de Diceogenes, fueron considerables, destacando los de carácter arquitectónico. Por un lado, se encargó de la construcción del bouleuterion (sede del Consejo) en el ágora, cuya cubierta restauró años más tarde. También en el ágora, se debe a ella un complejo que incluía un templo y un altar de Homonoia (Concordia), varios monumentos votivos y stoas con tiendas, que marcaban el ágora como corazón económico de la ciudad. Homonoia era una virtud necesaria para la cohesión y la armonía en la comunidad ciudadana, cuyo culto adquirió una gran relevancia en época helenística, unido generalmente a reconciliaciones tras graves crisis políticas.

“Se propuso por el consejo, como recomendaron los generales y los filarcas y los consejeros: dado que Arquipa, hija de Diceogenes tiene intención de reparar el entramado del tejado de la casa consistorial, y reemplazar las tejas, que ella considera que servirá para la seguridad y facilidad de uso, y ella ha informado a los ciudadanos de esto mediante los magistrados; y los arquitectos han hecho una propuesta tras llevar a cabo una encuesta , y como el gasto es bastante grande, lo ha asumido también, siempre considerando lo que es ventajoso para su ciudad natal; y como está dispuesta a realizar el trabajo de construcción, ella ha solicitado que el lugar le sea entregado; por lo tanto el pueblo resuelve alabar a Arquipa por su noble conducta y por el celo que siempre ha demostrado por lo que beneficia a su tierra, porque sus acciones son dignas de la gloria de sus ancestros, y por mantener su virtuosa munificiencia; y se le dará un lugar para la mencionada obra, para que pueda completar cada tarea de acuerdo a su propia fe e inclinación; en cuanto a la recogida de piedras y madera y otros materiales que se necesitan , podrá utilizar una tierra pública sin que moleste a nadie; y se le permitirá a Arquipa, si así lo desea, grabar algunos de los decretos concedidos a ella en las superficies de mármol del edificio del consejo. Este decreto se considerará como beneficio para la ciudad; dado en el año de Sopatros, en el mes de Maimakter.” (IKyme_13, G)


Estatua femenina, Magnesia, Grecia

A mediados del siglo II a.C., las ciudades helenísticas se hallaban en medio del proceso de incorporación al Estado romano y de una grave crisis económica, por lo que los actos evergéticos en estos años fueron quizás más excepcionales. Megaclea, sacerdotisa de Afrodita, construyó el muro perimetral del santuario de la diosa, y además proporcionó un lugar (una hospedería o sala de banquetes) para los invitados públicos. Megaclea se identifica como nieta del célebre general de la Liga Aquea Filopemen (253-184 a.C.). En un epigrama dedicado a ella resume uno de los motivos principales para implicarse en el evergetismo, dejar huella para que la fama perdure, como es un edificio en este caso, igual que había hecho su abuelo a través de sus actos políticos y militares, llegando incluso a alcanzar la categoría inmortal de héroe. Megaclea muestra su orgullo por pertenecer a una estirpe gloriosa y por poder seguir transmitiendo esa fama a sus descendientes. La intervención de las mujeres en el evergetismo podía considerarse como una tarea para favorecer a su familia, generalmente para garantizar el poder político de sus parientes varones, pero, puesto que una mujer tenía menos oportunidades de mostrar poder público, del tipo que fuese, y de alcanzar la gloria a través de actos heroicos, llevar a cabo obras fundamentales para la comunidad podía ser lo más parecido.

"De Megaclea, forastero, la que en tercer lugar obtuvo la sangre del bien armado Filopemen, alaba la hospitalidad, aquella a la que su madre engendró del lecho nupcial de Damócrates, sagrada sacerdotisa de la diosa chipriota protectora de los extranjeros, que hizo construir un recinto bien vallado alrededor del templo en honor de la divinidad y también estancias para los participantes en los banquetes comunitarios. Si esa mujer cambió su riqueza por una buena fama, no es sorprendente: la virtud de los antepasados perdura en los hijos." (IG V 2, 461)


Estatua de la sacerdotisa de Némesis, Aristonoe,
Museo Arqueológico Nacional de Atenas

La época de mayor profusión de obras benéficas y patronazgo por parte de mujeres se produjo en Italia entre el siglo I a.C. y el II d.C. La deificación de mujeres de la casa imperial abrió el camino para que las mujeres contribuyesen a la vida pública como sacerdotisas. Estos sacerdocios oficiales imitaban aspectos de las magistraturas locales en cuanto que se necesitaba una aportación inicial para empezar a ejercer el cargo, había que hacer contribuciones económicas a la comunidad, y, a cambio, se recibía honores públicos, como dedicación de estatuas o funerales públicos.

“Para Laberia Galla, hija de Lucius, sacerdotisa del culto imperial (flaminica) de Ébora y sacerdotisa provincial de Lusitania. Por decreto de los decuriones de Collipo (Leiria, Portugal), le fueron concedidos los costes del funeral, un lugar de enterramiento y una estatua….” (CIL II, 339)

Para las mujeres de las oligarquías locales y provinciales, el ejercicio del sacerdocio significó una posibilidad de participar en la vida política de sus ciudades, y gracias a este cargo fueron reconocidas por las instituciones cívicas. Llegada la hora de elegir a una sacerdotisa se tendría en cuenta la riqueza de la que disponía pues, cuando accedían al cargo, igual que los varones, solían mostrar su generosidad a través de actos evergéticos que beneficiaban a la ciudad. Por tanto, el sacerdocio llegó a ser una forma de participación pública de las mujeres en la vida social de su comunidad que sí estuvo permitida en la antigua Roma.


En Interamnia Praetuttiorum (Teramo, Italia) en la segunda mitad del siglo II d. C., una inscripción en honor de Numisia Secunda Sabina fue grabada en una placa de mármol pegada a la base de su estatua. Según la inscripción, ella fue la primera mujer de su ciudad en recibir una estatua pública, que fue financiada por el pueblo mediante una colecta. Ella los recompensó con 4 sestercios a cada uno en el momento de la dedicación. Sus méritos como sacerdotisa y benefactora quedaron inmortalizados, al igual que la posición de la ciudad como municipio y colonia.

“Para Numisia Secunda Sabina, esposa de Claudius Liberalis, sacerdotisa de la emperatriz, madre del municipio y colonia de Interammia Praetuttiorum. Por su munificencia, la plebe de la ciudad, habiendo hecho una colecta para recaudar el dinero, le erigió una estatua, siendo la primera mujer en ser honrada de tal manera. Con motivo de su dedicación, ella les dio 4 sestercios a cada uno. El lugar para su colocación fue concedido por el consejo local.” (AE 1998, 416)


El evergetismo fue una práctica directamente relacionada con la vida ciudadana, pues gracias a las liberalidades de hombres y mujeres de la élite, se llevaron a cabo importantes obras cívicas en todo el territorio romano. A través de estas acciones las oligarquías urbanas se hacían cargo de unos gastos que el Estado no podía asumir y, al mismo tiempo, asentaban su status social, al convertirse en los principales benefactores de la ciudad.

Las mujeres durante la etapa republicana contribuyeron a la construcción de algunos edificios, pero siempre de carácter religioso. Ansia Rufa financió un vallado para un bosque sagrado en su ciudad natal, que fue autorizado por el consejo local y y formaba parte probablemente de un santuario.

“Ansia Rufa, hija de Tarvus, por decreto del consejo local, construyó un vallado alrededor de un bosque sagrado, un muro y un pórtico con su propio dinero.” (CIL 10, 292)

Ya en época imperial la participación de las mujeres en la promoción de obra pública en las provincias del occidente romano pudo estar relacionado, en gran medida, al auge de la vida urbana y al proceso de renovación urbanística de las ciudades debido a los cambios políticos, religiosos y culturales que se fueron produciendo desde la época de Augusto hasta bien entrado el siglo III d.C.

Estatua femenina, Instituto de Arte de Minneapolis

La renovación urbanística llevada a cabo en la ciudad de Roma en época de Augusto representó un cambio en la visión de las ciudades de las provincias por parte de las élites que entendieron que el hecho de que sus ciudades dispusieran de costosos y bien ornamentados edificios, era señal de que habían asimilado la cultura romana, lo que proporcionaba prestigio a las ciudades y sus habitantes.

Muchas de estas construcciones que formaron parte de los programas urbanísticos que convenían a las ciudades para imitar el modelo de Roma fueron comisionadas por mujeres.

Fue en las ciudades de las provincias donde las mujeres del ordo senatorial pudieron incorporarse a un sistema que les permitía protagonismo y honores cívicos, dado que en la ciudad de Roma, donde pasaban parte de su tiempo, sólo se proyectaba la acción de las mujeres de la casa imperial. Algunos senadores y sus familias se implicaron en embellecer las ciudades de las que procedían o en ayudar a los más necesitados de sus habitantes en busca de un reconocimiento social que confirmase su pertenencia a un grupo privilegiado. Cuanto mayor era su contribución a la comunidad, mayor era también su poder y su reconocimiento.


Museos Capitolinos, Roma. Foto Samuel López

En Paestum, alrededor del 15 a.C., Mineia pagó por la reconstrucción de la basílica, donde mandó situar una serie de estatuas para conmemorar a miembros de su familia: sus hermanos, hijo, nieto y esposo. También una dedicada a ella misma. El proyecto también incluía el traslado del santuario de Mater Matuta.

Lo más sobresaliente es que la ciudad acuñase una moneda de bronce de poco valor (un semis o medio as) para conmemorar su obra. Por un lado se puede leer Mineia, hija de Marcus y ver el retrato de una mujer por el otro un edificio de dos o tres pisos, que podía ser la propia basílica con la leyenda: semis de Paestum, por decreto del senado (de Paestum).

Semis acuñado en Paestum, Italia para honrar a Mineia

En Italia, Eumachia y Mamia dejaron su recuerdo en Pompeya con dos edificios cuya amplitud y ubicación dentro de la ciudad hacen destacar su importante papel cívico, pues los dos se encuentran en el foro de Augusto y, por tanto, requirieron el beneplácito del senado de la ciudad para ser construidos. Ambas matronas, sacerdotisas de Venus (patrona de la ciudad) poseían una gran riqueza y tuvieron una notable influencia en la decisión política de reconstruir Pompeya y se comprometieron firmemente en el programa de arquitectura monumental cívica que se realizó en los primeros tiempos del Imperio, en época de Augusto y Tiberio, siguiendo el ejemplo de la ciudad de Roma y el programa arquitectónico, artístico e ideológico del periodo augusteo.


Eumaquia, Pompeya. 

El edificio de Eumachia fue el mayor complejo del foro y al estar dedicado a la Concordia, pudo ser similar al Pórtico de Livia, construido en la última década del siglo I a.C. La afirmación personal de Eumachia en la inscripción donde se dedica el edificio resalta la importancia de su influencia y poder:

“Eumaquia, hija de Lucio, sacerdotisa pública, en su propio nombre y el de su hijo, Marcus Numistrius Frontón, construyó y dedicó a sus expensas la galería columnada, la cripta y el pórtico en honor de la Concordia y la Piedad augustas.” (CIL X, 810-811)

La lápida señala la naturaleza del edificio con la galería de columnas, la cripta y el pórtico. La parte central de la cripta es probable que estuviese presidida por la estatua de Eumachia, dedicada por los fullones de Pompeia, de los que se considera que fue patrona.

“A Eumaquia, hija de Lucius, sacerdotisa pública, los fullones.” (CIL X, 813)


Edificio de Eumaquia, Foto Peter Kwok

El templo de Mamia era un edificio mucho más pequeño, aunque goza del valor de ser el primer templo dedicado al culto al emperador en Pompeya. La dedicante subraya su nombre y posición económica en la inscripción. A ella le fue concedido un lugar de enterramiento, donde se construyó una tumba en forma de exedra con asientos, que todavía puede verse en la ciudad.

“Mamia, hija de Publio, sacerdotisa pública, mandó construirlo para el Genio de Augusto en su suelo y con su dinero.” (CIL X, 958)


Tumba en exedra de Memia. Drcha, Pintura de Alma-Tadema

En Perge, Turquía, Plaucia Magna es conmemorada por haber embellecido la ciudad al haber mandado reparar las puertas de acceso a la ciudad, de época helenística. Plaucia descendía de ciudadanos romanos que emigraron y se asentaron en Perge, por lo que los actos evergéticos que ella promovió respondían tanto a mantener la herencia y tradición romanas como el arraigo en la ciudad que acogió a su familia, en la que era sacerdotisa de cultos orientales.

“Plancia Magna, hija de Marcus Plancius Varus y de la ciudad, sacerdotisa de Artemis y démiourgos (benefactor cívico), sacerdotisa perpetua de la madre de los dioses (Cibeles), primera y única en piedad y amor por su ciudad.”


Izda, Estatua de Plancia Magna de Perge, Turquía. Drcha, Puertas helenísticas de Perge

Un siglo más tarde Aurelia Paulina, también sacerdotisa de Artemis, puso su dinero para erigir una fuente monumental para abastecer de agua a la ciudad, dedicado a la diosa Artemis Pergaia, patrona de la ciudad, y a la familia imperial. Aurelia, de origen sirio, se trasladó a Perge y allí, una vez viuda, llevó a cabo su acto evergético, manteniendo la tradición de la ciudad al dedicar la fuente a Artemis y manifestando su compromiso con la cultura romana al dedicar también la obra a la familia imperial y erigir sus estatuas que formaban parte de la decoración. La estatua que se conserva de ella la muestra vestida con atuendo sirio, lo que indica el orgullo por su lugar de procedencia.

“Aurelia Paulina, sacerdotisa perpetua de la patrona Artemis Pergaia, hija de Apellas, hijo de Dionisos, y de Aelia Tertulla, anteriormente sacerdotisa del culto imperial en la ciudad de Sillyum junto a su difunto marido Aquilius, hijo de Kidramuas, a quien le ha sido concedida la ciudadanía romana por el emperador Cómodo. Construyó e inauguró el hydreion (fuente monumental) y toda su decoración con su propio dinero.”

Aurelia Paulina, Perge, Turquía

En la ciudad de Thibaris (Henshir Hamamet, Túnez) se erigió una estatua pública en memoria de Seia Potitia Consortiana, una mujer de rango senatorial en África Proconsularis. En gratitud por sus actos benéficos y por su patronazgo, la ciudad le dedicó una estatua póstuma, mencionando su prestigiosa relación con esta noble dama.

“Para Seia Potitia Consortiana, en recuerdo de esta dama senatorial, madre de Roscius Potitius Memmianus, de rango senatorial, patrona por decreto del consejo local, por sus innumerables y extraordinarios actos de generosidad, con los cuales mejoró al consejo local y a su ciudad natal. La ciudad de Thibaris lo erigió con dinero público.” (ILAfr 511 = AE 1913, 13, 190–200 d.C.)



En la antigua Cartima (Cartama, Málaga) una de sus más ilustres ciudadanas, Junia Rustica, hizo una importante donación, quizás con motivo de la concesión de los derechos de ciudadanía a la ciudad, sufragando la reconstrucción de los antiguos pórticos públicos y aportando un terreno propio para la edificación de unas termas, a lo que añadió una estatua de Cupido. También levantó una estatua dedicada a marte en el foro, y pagó por las estatuas dedicadas a ella y a su hijo, propuestas por el Senado de la ciudad, y por una dedicada a su marido por su propia iniciativa. Además asumió el pago de los impuestos que se debía a Roma, los vectigalia publica, lo que es muestra de su extrema riqueza. Para celebrar el acontecimiento, pagó un banquete y espectáculos públicos.

“Junia Rustica, hija de Décimo, sacerdotisa perpetua y primera del municipio cartimitano, reconstruyó los pórticos públicos deteriorados por el tiempo, dio terreno para los baños, reivindicó los vectigales públicos; puso en el foro una estatua de bronce de Marte y donó los pórticos para los baños, un estanque y una imagen de Cupido, dio un banquete y ofreció espectáculos públicos. Pagó una estatua para ella y otra a su hijo, C. Fabio Juniano, que fueron decretadas por el ordo de Cartima, así como otra en honor de su esposo, C. Fabio Fabiano.” (CIL. II 1956)

Museo de la Romanidad, Nimes. Foto Herbert Frank


Hubo mujeres que se ocuparon de que sus conciudadanos disfrutasen de hermosos y amplios teatros y lugares para espectáculos públicos donando cuantiosas sumas para su construcción.

“Ummidia Quadratilla, hija de Cayo, construyó el anfiteatro y el templo para los ciudadanos de Casinum (Cassino) con su dinero.”

“Ummidia Quadratilla, hija de Cayo, con su propio dinero restauró para los ciudadanos de Casinum (Cassino) el teatro, que su padre había embellecido a su costa, y se había derrumbado por el paso del tiempo. Para celebrar la dedicación dio un banquete a los decuriones, el pueblo y las mujeres.” (CIL 10, 5183 = ILS 5628 y AE 1946, 174 = AE 1992, 244 Cassino, Italia, 90–100 d.C.)

Algunos aristócratas romanos tenían vínculos estrechos con el mundo del espectáculo. En el caso de Ummidia, según Plinio el joven, ésta tenía a su servicio una compañía de pantomimos, la cual, además de proporcionarle entretenimiento, podía darle cuantiosos beneficios en caso de que fueran contratados para actuar en otros teatros.

“Cuadratila tenia su propia compañía de pantomimos, a los que favorecía con una indulgencia mayor de la que convenía a una dama de alcurnia.” (Plinio, Epístolas, VII, 24)

Anfiteatro y teatro de Cassino, Italia

La cultura del agua era un elemento primordial en las ciudades romanas. Disponer de ella en abundancia suponía un esfuerzo económico y técnico que sólo podían realizar la propia ciudad y quienes poseían una riqueza notable. Por ello quienes acometieron a su costa la traída de agua y su distribución en la ciudad hicieron ostentación de riqueza y poder, pero también de consideración hacia sus conciudadanos. Muchas fuentes, termas, baños, acueductos y cisternas, imprescindibles para la vida de la ciudad, desde el punto de vista económico, doméstico, de higiene y de relaciones sociales, se debieron a la intervención de otras tantas mujeres.

Si la traída de aguas y su distribución era una necesidad vital de las ciudades, disponer de termas era esencial en cualquier ciudad romana, como representación del grado de asimilación de las formas de vida y la cultura romanas, al igual que los edificios del foro. La mención sobre construcción, restauración, y ornamentación de termas por parte de las mujeres de las élites se da en todas las provincias y épocas, ya sea en ciudades grandes y pequeñas.


Termas de Caracalla, Pintura de Alma-Tadema

Voconia Avita mandó construir unas termas en su ciudad, Tagili, en Almería, y además de sufragarlas, cedió terreno particular para su construcción. Para celebrar este acto de liberalidad, promovió unos juegos circenses y costeó un banquete público, dando muestra de su generosidad con la ciudad; y para exhibir su elevada capacidad económica, donó, a título exclusivamente personal, dos mil quinientos denarios para el cuidado y mantenimiento del edificio.

“Voconia Avita, hija de Quinto, construyó para su república tagilitana unas termas en su terreno, y con su dinero organizó unos juegos circenses, y dio una comida. Para la conservación y uso perpetuo de las termas dio a la república tagilitana dos mil quinientos denarios.” (IRAl 48)

En Bulla Regia, África, existen todavía los Baños de Julia Memmia, construidos en el siglo III con su contribución económica. Esta dama era hija de un hombre de rango consular, patrón y nativo de la ciudad.

“A Julia Memmia Prisca Rufa Emiliana Fidiana, una mujer de rango senatorial, hija de C. Memmius [Fidus] Julius Albius, un hombre de rango consular y patrón y nativo de la ciudad, por la sobresaliente magnificencia de su labor, los baños, con los que ella embelleció su ciudad natal además de cuidar de la salud de sus ciudadanos.” (AE 1921.45= ILAfr 454ª)


Termas de Memmia, Bulla Regia, Túnez. Fotos Noomen9

Puesto que los baños públicos eran utilizados tanto por mujeres como hombres, se puede entrever una consideración singular de algunas mujeres benefactoras hacia sus conciudadanas al construir baños específicos para ellas, para no tener que compartir el edificio a horas diferentes. Así lo hizo Alfia Quarta en Marruvium (Italia) que llegó a especificar los elementos que lo componían, como el baño de bronce.

“Alfia Quarta, hija de Publius, construyó el balneum de mujeres desde los cimientos. También lo decoró con piedras de varios colores y lo equipó con una bañera de bronce con estufa y bancos con su propio dinero.” (CIL 9, 3677 = ILS 5684, Marruvium, L´Aquila, Italia, Siglo I d.C.)

La preeminencia social de las mujeres de las élites, fundamentalmente senatoriales, y sus conexiones familiares y políticas fueron causa importante para su nombramiento como patronas de las ciudades en provincias, lo que les reportaba un prestigio social, y un protagonismo en la vida institucional de las ciudades, que era algo imposible en la ciudad de Roma.

Estatua de mujer con vestimenta siria

El patronazgo era una institución social para la que no existían leyes formales con respecto a las responsabilidades y requisitos para ser nombrado patrón. Estaba sujeto a un reglamento formal de cooptación por los senados locales mediante un decreto de los decuriones. Los patronos debían cuidar de la ciudad cliente económicamente y sirviendo como mediadores con el gobierno de Roma gracias a sus vínculos familiares o políticos.

Un decreto del consejo municipal de la pequeña ciudad de Peltuinum Vestinum (L´Aquila) confirmó la co-optación de Nummia Varia como patrona de la ciudad. Su pertenencia a una familia de rango consular se refleja en la deferencia mostrada en el decreto, que expresa la esperanza de que ella pueda proteger a la ciudad intercediendo ante el gobierno imperial. El decreto también describe la relación patronal con tal afecto, que podría indicar el deseo de agradecer beneficios económicos ya pasados o futuros.

(Tiempo y lugar de la reunión y nombres de los magistrados principales) “Dado que todos estuvieron de acuerdo que Nummia Varia, de rango senatorial, sacerdotisa de Venus Felix, ha actuado con tanto afecto y buena voluntad hacia nosotros de acuerdo a su benevolencia, así como hicieron sus padres, que ella debería ser elegida patrona de nuestra ciudad, en la esperanza de que ofreciendo este honor, que es el más importante en nuestra comunidad, a su ilustre excelencia, podamos ser más y más reconocidos por la distinción de su benignidad y en todos los respectos estar seguros y protegidos. Cuando se les preguntó su opinión sobre este tema decidieron así: todos los miembros del consejo han decidido otorgar a Nummia Varia, una dama de rango senatorial, sacerdotisa de Venus Felix, de acuerdo al esplendor de su dignidad, el patronazgo de nuestra ciudad, y pedir de su excelencia y extraordinaria benignidad, que se digne considerar este honor que ofrecemos de forma favorable y voluntaria y aceptarnos individualmente y a nuestra ciudad bajo el patronazgo de su casa. Y en cualquier caso que se requiera pueda ella intervenir con la autoridad de su dignidad y nos mantenga a salvo y protegidos. Y decidieron que una placa de bronce con el texto del decreto le sea entregada por los magistrados principales Avidiaccus Restitutus y Blaesius Natalis, y por Numisenus Crescens y Flavius Priscus, los hombres más destacados de nuestro orden.” (CIL 9, 3429 = ILS 6110, Peltuinum Vestinum, L´Aquila, Italia, 242 d.C.)


Museo de la Romanidad, Nimes

Las mujeres de las élites provinciales, a través de los actos benéficos, imitaban en sus ciudades la conducta de la familia imperial. Si el emperador se comportaba de forma generosa con el pueblo, las mujeres de su familia hacían lo mismo, aunque ellas tampoco podían participar en la vida política. De este modo, las élites urbanas realizaron la misma función en las ciudades, ocupándose de las poblaciones más cercanas, sobre las que ejercieron un patronazgo comparable al del emperador o las emperatrices, quienes solían actuar en la capital imperial o en comunidades cercanas. La propia emperatriz Livia llevó a cabo prácticas similares, promoviendo la imagen de mujer evergeta y dispensadora de bienes.

“Augusta Julia, hija de Drusus, (viuda) del divino Augustus, proveyó agua para los habitantes de Vicus Matrini con su dinero.” (CIL II, 3322, Sutrium, Italia, 14-29 d.C.)

En época antonina, Matidia la menor, dama de la familia imperial, fue una rica propietaria que dedicó su dinero a la construcción de edificios que embellecieran las ciudades del territorio itálico. En Suessa Aurunca, entre los años 139 y 150 d.C. encargó la reconstrucción del teatro de época Augusta, destruido por un terremoto.

“Matidia, hija de la divina Matidia Augusta, nieta de la divina Marciana Augusta, hermana de la divina Sabina Augusta, tía del emperador Antonino Pio, padre de la Patria, reconstruyó con su dinero el teatro y el pórtico adyacente dañados por un terremoto.”


Matidia la menor. Teatro de Suess Aurunca

El interés en la renovación del teatro estaba ciertamente motivado por un sentido de deber y piedad cívicos, pero, como los miles de ciudadanos que practicaron la beneficiencia cívica, Matidia se vería animada a mostrar las imágenes públicas de su familia y de ella misma en el entorno competitivo de la sociedad romana. En el frente de la escena del teatro de Suessa se dispuso varios nichos donde situar las estatuas conmemorativas, con un lugar especial reservado para la propia Matidia.

Algunas mujeres aparecen mostrando el mismo interés que los hombres por obtener de los magistrados locales la concesión de un locus statuae donde poder erigir una estatua que las inmortalizase y les permitiese pervivir en la memoria colectiva de sus ciudades. En ocasiones, llegaron a establecer legados testamentarios en los que ofrecían determinadas donaciones a los municipios a cambio de que los decuriones les concediesen un espacio público de la ciudad para erigir una estatua que las representase. En ocasiones, las mujeres, tras recibir por parte de los decuriones un decreto concediendo una estatua, respondieron con rapidez al honor asumiendo los costes generados por su realización, mostrando así su agradecimiento y poniendo de manifiesto el especial interés que tenían por perpetuar su imagen y memoria en un espacio publico de sus respectivas ciudades.

“Para Agusia Priscila, hija de Titus, sacerdotisa de Spes y Salus Augusta. Por decreto de los decuriones, los ciudadanos de Gabii (Lazio) decidieron que su estatua fuese erigida de forma pública dado que, después de haber incurrido en gastos por su sacerdocio siguiendo el ejemplo de ilustres mujeres, ella ha prometido también restaurará con su dinero el pórtico de Spes que se ha deteriorado con el tiempo, y dado que ha contentado a todo el mundo financiando juegos por la salud del emperador Antonino Pio, padre de la Patria, y sus hijos y donando prendas para los ritos religiosos. Satisfecha con el honor de su estatua, ella reembolsó los gastos al pueblo. El lugar de la estatua fue concedido por decreto de los decuriones.” (CIL 14, 2804 = ILS 6218, Gabii, Lacio, Italia, 138–40 d.C.)


Museos Capitolinos, Roma. Foto Egisto Sani


Aunque los méritos personales de las honradas y los beneficios que concedieron a sus ciudades debieron ser tenidos en cuenta por las ciudades en el momento de decretarles honores municipales, la pertenencia a una prestigiosa gens decurional o a familias ecuestres y senatoriales que mantuvieran vínculos con sus comunidades cívicas de origen, debió ser el principal factor tenido en cuenta por los decuriones a la hora de otorgar cualquier honor municipal.

Las mujeres intentaban obtener homenajes estatuarios para ellas, para sus esposos y descendientes, asumiendo de esta forma la tarea de acrecentar su prestigio personal y familiar. El interés por mantener la proyección pública de su gens en su municipium permite comprender el deseo mostrado por algunas damas pertenecientes a las aristocracias locales por dedicar estatuas a sus familiares en espacios públicos de las ciudades, o por obtener honores estatuarios para éstos y para sí mismas. Este interés les pudo llevar también a prometer donaciones a las ciudades, que sólo serían realizadas en caso de que los magistrados locales decretasen los honores solicitados para determinados miembros de su gens.

“A Lucio Cornelio Marulo, puesto que el ordo de los castulonenses, por la liberalidad de su madre, Cornelia Marulina, que había honrado a la ciudad de los castulonenses con estatuas de plata, un banquete y juegos circenses, había decretado que se erigiera una estatua para ella y para su hijo, Cornelia Marulina, aceptando el honor, de su dinero mandó poner este monumento donado, Cayo Cornelio Bélico, su heredero, dando juegos circenses, lo dio y dedicó.” (CILA III, 101, Cástulo, Jaén)


Dedicatoria L.C. Marulo

Las libertas romanas en su afán de promocionarse socialmente y tener visibilidad pública, al no poder acceder a ciertas posiciones que les estaban negadas por su origen, utilizaron el dinero que habían obtenido de sus negocios o por matrimonio para contribuir al embellecimiento y mejora de la ciudad en que vivían.

“Lucceia Auxesis, liberta de Cayo, en su testamento encargó que se construyera un pórtico por valor de 4000 sestercios con su dinero. Por decreto de los decuriones, Gaius Lucceius Moderatus se responsabilizó de que se hiciese.”
(CIL 10, 1136, Abellinum, Italia, Principios de la primera mitad del siglo I d.C.)




Tras la implantación del cristianismo en el Imperio, los actos de evergetismo dedicados a la construcción de obra cívica recayeron principalmente en la casa imperial, ya que el emperador concentraba el máximo poder y fundaba edificios como propaganda política. Se hicieron trabajos de rehabilitación de edificios que habían quedado deteriorados por el tiempo, a los que se daban nuevos nombres relacionados con la casa imperial.

Como las mujeres siguieron estando relegadas al espacio doméstico, en mayor medida, si cabe, que en los siglos precedentes, sus labores benéficas se vieron reducidas a la construcción de edificios relacionados con la religión o cuidado y hospedaje de las personas, como iglesias, monasterios, hospitales…Incluso debido a la influencia de los escritores cristianos, guiados generalmente por una misoginia radical, algunas damas acaudaladas fueron empujadas a dedicar su dinero a las buenas obras y no utilizar su patrimonio en la construcción de suntuosas edificaciones por las que fueran reconocidas y perpetuadas en la memoria.

“Desde el momento en que te has consagrado a la virginidad perpetua, tus bienes ya no son tuyos o, más propiamente, son verdaderamente tuyos, porque han pasado a ser de Cristo; aunque, mientras viva tu abuela o tu madre, deben ser administrados a su voluntad. Pero cuando hayan muerto y duerman con el sueño de los santos, y sé que ellas desean que tú las sobrevivas, cuando tu edad sea más madura, tu voluntad firme y tu parecer más estable, podrás hacer lo que te parezca, o, mejor dicho, lo que mande el Señor, sabiendo que no debes tener nada, fuera de lo que vayas a dedicar a buenas obras. Que otros construyan iglesias, revistan sus paredes con incrustaciones de mármoles, transporten columnas macizas y recubran de oro sus capiteles insensibles a tan precioso ornamento; realcen las puertas con marfil y plata, y los dorados altares con piedras preciosas. No lo censuro, no me opongo a ello.” (Jerónimo, Epístolas, A Demetrias, 130, 14 , Siglos IV/V d.C.)




Con el patronazgo ligado prácticamente a la casa imperial, las emperatrices y damas de la familia reinante emplearon su dinero en la fundación de iglesias con las que querían agradecer a Dios su alta posición, expresando su virtud piadosa, además de donar a la comunidad un obsequio por el que ser conmemoradas. Helena, la madre del emperador Constantino, fue la primera dama imperial en combinar la religiosidad y la política en su patronazgo agradeciendo a Dios con cada una de sus fundaciones su status imperial.

“Inmediatamente hizo consagrar dos templos al Dios ante quien se había prosternado, uno junto a la cueva del Nacimiento, el otro sobre el monte de la Ascensión. Efectivamente, el Dios que está con nosotros, por nosotros sobrellevó el someterse al nacimiento, y el lugar de nacimiento en carne mortal recibía el nombre entre los hebreos de Belén. Por esta razón, la piísima emperatriz embelleció con admirables monumentos el lugar donde dio a luz la madre de Dios, engalanando con todos los medios a su alcance la sagrada cueva que allí había.” (Eusebio, Vida de Constantino, III, 43)

Helena, madre de Constantino. Galería de los Uffizzi, Florencia

La hija del mismo Constantino, Constantina, consagró el templo de Santa Agnes en Roma y dejó constancia en un breve poema allí grabado de su magnificencia y su piedad cristiana.

“Yo, Constantina, venerando a Dios y dedicada a Cristo, habiendo proporcionado los fondos con mente devota, por orden divina y con la gran ayuda de Cristo, consagró este templo de Agnes, virgen victoriosa, porque ella ha prevalecido sobre los templos de todas las obras terrenales, [aquí] donde los techos más altos brillan con el oro.” (Santa Agnes, Siglo IV)


Mausoleo de Santa Constanza, Roma. Foto Samuel López


La refundición de una iglesia ofrecía al patrón la posibilidad de ser asociado al patrón del edificio original, heredando su fama o sobrepasándola, como en el caso de Anicia Juliana, una de las mujeres más ricas de su época, que patrocinó la refundación de la iglesia dedicada al mártir San Polieucto, construida por la emperatriz Eudocia. La lujosa y costosa decoración de la iglesia demostró a sus contemporáneos los recursos que tenía a su disposición que le permitieron costear una remodelación de la iglesia que cambió su apariencia casi en su totalidad.

Esta dama dedicó su patrimonio a la fundación de numerosas iglesias como manifestación de su filantropía y piedad que la acercaba a las virtudes reconocidas como imperiales, en clara referencia a las aspiraciones que ella tenía para que su propia familia accediera a la púrpura imperial.

“¿Qué manuscrito es suficiente para alabar las obras de Juliana, quien después de Constantino, que embelleció su Roma, y después de la sagrada luz dorada de Teodosio, y tras muchos antepasados reales, en unos pocos años logró un trabajo digno de su rango, sí, más que digno? Ella sola domó al tiempo y sobrepasó la sabiduría del renombrado Salomón levantando un templo a Dios, cuyo resplandor y elaborada belleza los tiempos no pueden celebrar. ¡Cómo se eleva desde sus cimientos, desde el suelo hasta las estrellas del cielo, y cómo desde este a oeste se extiende resplandeciente con inexplicable brillo a la luz del sol por ambos lados! A ambos lados de su pasillo de entrada se elevan firmes columnas que sustentan los rayos de la cúpula dorada, mientras que a cada lado las hornacinas de la cúpula reproducen la evolvente luz de la luna. Los muros se visten de innumerables vetas metálicas, como prados floreados que la naturaleza hizo florecer en la roca profunda, y escondieron su gloria, guardándola para la casa de Dios, para ser el regalo de Juliana, para que ella produjese una obra divina, siguiendo en su empeño los dictados de su corazón.” (Antología Griega, I, 10)


Anicia Juliana como donante entre Magnanimidad y Prudencia, Códice de Dioscórides, Viena

La fundación de monasterios se debió fundamentalmente a la acción de mujeres devotas de Cristo, pero que contaban con un rico patrimonio propio, que decidían vivir una vida célibe, tras su viudedad o por renuncia al matrimonio, dedicadas a la adoración de Dios y a veces a ayudar a los más necesitados. Muchas tenían cargos en la jerarquía eclesiástica y se relacionaban con otras mujeres y con hombres, también dedicados al ascetismo, y acogían en sus recintos a viajeros que visitaban lugares sagrados o que se dedicaban a predicar en las comunidades donde vivían.

“Entonces por la voluntad divina fue ordenada diácono de la sagrada y gran iglesia de Dios y construyó un monasterio en su esquina sur. Todas las casas situadas cerca de la santa iglesia y todos los negocios de esa esquina fueron derribados para hacerlo. Construyó un pasadizo desde el monasterio hasta el nártex de la iglesia. En la primera sección alojó a sus doncellas, cincuenta de ellas, para vivir en pureza y celibato.” (Anónimo, Vida de Olimpias, 6)

Imagen de Cerula, Catacumbas de San Genaro, Nápoles


En cuanto a la arquitectura cívica de la época, existen algunos datos sobre mujeres que invirtieron su dinero en reconstruir edificaciones destruidas o deterioradas. En Éfeso, una dama cristiana del siglo IV d.C. restauró los baños destruidos por un terremoto, que se habían inaugurado, probablemente, en la primera mitad del siglo II d.C. por el ciudadano de Éfeso Publius Quintilius Valens Varius y su esposa. Partes de edificios caídos se utilizaron para su restauración. Una estatua de la benefactora, Escolástica, se ubicó en un nicho del apodyterium (vestuario), en la que se grabó una inscripción que elogiaba no solo la piedad y sabiduría de Escolástica, sino también su generosidad al aportar el dinero para la restauración del edificio que había colapsado parcialmente.


Baños y estatua de Escolástica, Éfeso


Bibliografía



Women and the Roman City in the LatinWest; Edited by Emily Hemelrijk and GregWoolf; Brill
Women and Society in the Roman World; Emily A. Hemelrijk; Cambridge University Press
Matronazgo y arquitectura. De la Antigüedad a la Edad Moderna; Cándida Martínez López y
Felipe Serrano Estrella (eds.)
Female Founders in Byzantium and beyond; Edited by Lioba Theis , Margaret Mullett and Michael Grünbart with Galina Fingarova and Matthew Savage; Böhlau
Amantissima civium suorum: Matronazgo cívico en el Occidente romano; Cándida Martínez López
Arqueologías del género y la memoria: Acción y conmemoración de las mujeres en la arquitectura helenística; María Dolores Mirón Pérez
Constructing Gender: Female Architectural Patronage in Roman Asia Minor and Syria in the First through Sixth Centuries CE; Grace K. Erny
Sacred Founders; Diliana N. Angelova
Homenajes estatuarios e integración de la mujer en la vida pública municipal de las ciudades de la Bética; Enrique Melchor Gil
Agencia femenina y patrimonio propio en la arquitectura cívica. Su expresión epigráfica en Hispania y el África romana; Henar Gallego Franco
Riqueza, poder y memoria: Mujeres promotoras de arquitectura en Grecia helenística; Mª Dolores Mirón Pérez
El rol femenino en la economía y el evergetismo en época altoimperial; María Jesús Acedo Panal
Ummidia Quadratilla: Cagey Businesswoman or Lazy Pantomime Watcher?; David H. Sick
An Athenian woman’s competence: the case of Xenokrateia; Josine Blok
City Patronesses in the Roman Empire; Emily A. Hemelrijk
The Gate Complex of Plancia Magna in Perge: a Case Study in Reading Bilingual Space; Andrea F. Gatzke
Matidia Minor and the Rebuilding of Suessa Aurunca; Margaret L. Woodhull
Ob Merita :The Epigraphic Rise and Fall of the Civic Patrona in Roman North Africa; Sarah Emily Bond





Dioniso/Baco, su mitología e iconografía en la antigua Roma

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Museo Arqueológico Nacional, Sarsina, Italia


Para entender el éxito del culto a Dioniso/ Baco en la cultura grecorromana es imprescindible conocer algunos de los episodios mitológicos de su paso entre los humanos que se recogen en la literatura de la antigüedad con múltiples versiones sobre su origen y sus hechos con respecto a la introducción del vino en la sociedad, su elaboración y las fiestas relacionadas con el proceso, así como la aceptación y rechazo de su culto y sus misterios. Tanto los mitos como la iconografía del dios y su séquito de acompañantes sufrirá transformaciones y asimilaciones en la literatura y las representaciones artísticas a lo largo de los siglos, por lo que es difícil tener una versión  unitaria del dios y su entorno.

“Cantaré yo el parto de tu madre entre los rayos del Etna,
las armas de India puestas en fuga por los coros de Nisa,
y a Licurgo en vano enfurecido contra la nueva planta de la vid,
la muerte de Penteo grata a la triple grey de Bacantes,
y a los marinos tirrenos, cuerpos recurvos de delfines,
que saltaron a las aguas desde la nave adornada de pámpanos,
y los ríos perfumados que por ti corren a través de Naxos,
donde la muchedumbre de Naxos bebe tu vino.”
(Propercio, Elegías, III, 17)

Dioniso/Baco es un dios perturbador que no atiende a las leyes y costumbres establecidas. Considerado un dios de origen extranjero, su culto no siempre es bien acogido y, a veces, es reprimido. Sus seguidores se ven poseídos por éxtasis místicos y recorren lugares agrestes mientras danzan frenéticamente y consumen vino en exceso. En su iconografía mitológica se le representa de muy diversas maneras, acompañado de silenos, sátiros y ménades tocando instrumentos musicales, además de animales como leones y panteras.

Su descubrimiento del vino le lleva a ser un dios viajero que visita territorios donde enseñar su elaboración, animar a su consumo y propagar su culto como dios de la vegetación y naturaleza.

Casa de Dioniso, Paphos, Chipre


Dioniso nace de la relación de Zeus y Sémele, hija de Cadmo y Harmonía, reyes de Tebas en Grecia. La diosa Hera, enfurecida por la relación extramarital de su esposo Zeus, convence a Sémele, ya encinta, para que pida a su amante que se muestre se muestre en todo su esplendor, pero al ser incapaz de soportar el fulgor de los rayos de Zeus, muere calcinada, y el dios tiene el tiempo justo para arrancar al hijo que lleva en sus entrañas. Lo introduce en su muslo y permanece allí hasta el noveno mes, y Dioniso sale completamente formado. 

“Cadmo tuvo las siguientes hijas: Autónoe, Ino, Sémele y Agave, y un hiio, Polidoro. Con Ino casó Atamante con Autónoe Aristeo y con Ágave Equión. Pero de Sémele se enamoró Zeus y se unió a ella a escondidas de Hera. Pero engañada por Hera, como Zeus había consentido en hacer todo lo que le pidiera, le pidió que se presentase tal como iba cuando deseaba a Hera. Zeus, no pudiendo rehusar, se presentó en su habitación en un carro de relámpagos y truenos y lanzó un rayo; entonces Sémele murió de miedo y Zeus arrebató del fuego a la criatura de seis meses, que había sido abortada, y se la cosió en un muslo. Muerta Sémele, las restantes hijas de Cadmo difundieron el rumor de que Sémele se había unido a un mortal; y había acusado falsamente a Zeus y que por eso había sido fulminada. Cuando llegó el momento oportuno Zeus dio a luz a Dioniso y luego de desatar las costuras, se lo confió a Hermes.”(Biblioteca Mitológica, Apolodoro, III, 26-29)

Nacimiento de Dioniso. Vaso griego


Zeus para protegerlo convierte a Dionisio en cabrito y lo entrega a Hermes quien lo deja al cuidado de nodrizas divinas, las ninfas de la montaña Nisa. Ellas cuidaron a Dioniso en una cueva, lo mimaron y lo alimentaron con miel, servicio por el cual Zeus colocó luego sus imágenes entre las estrellas con los nombres de las Híades. Las ninfas lo criaron fielmente y se convirtieron en las compañeras y seguidoras del dios; posteriormente, Dionisio les recompensó sus desvelos renovándoles la juventud cuando envejecían.

“A Dioniso Zeus lo transformó en un cabrito y engañó así el mal humor de Hera; Hermes lo tomó y se lo llevó a las ninfas que habitan en Nisa, de Asia, a las que más tarde Zeus situó entre los astros y llamó Híades.” (Biblioteca Mitológica, Apolodoro, III, 26-29)

Baño de Dioniso, Casa de Aion, Paphos, Chipre


Pero la celosa Hera busca venganza y enloquece a las ninfas. Entonces, el niño es entregado a Hermes quien lo lleva con Ino, hermana de Sémele y Atamante. Ella y su criada Mistis —nombre que hace alusión a los Misterios que Mistis transmite a Dioniso— crían a Dioniso.

“Luego, entregó la criatura a Mistis, su joven sierva. Cadmo había criado, para la ayuda de cámara de su hija Ino, a esta Sidonia de hermosa cabellera cuando todavía era una muchacha. Ella apartó, entonces, a Baco de las divinas nutrientes de los pechos, y lo ocultó en una sombría morada, no expuesto a las miradas… Así, después del pecho de su ama, Mistis cuidaba al dios, sentada junto a Lieo con ojos insomnes. Esta sabia sierva lo instruyó en el arte que lleva su nombre, en los místicos ritos del nocturno Dioniso; y equipó a Lieo de sus celebraciones insomnes. Ella fue la primera en sacudir el báculo; y saludó ruidosamente a Baco, haciendo sonar los címbalos de doble bronce. Ella encendió por primera vez la llama que danza en la noche, y entonó el evohé para Dioniso que no duerme. Y fue la primera en arrancar la arqueada flor de los racimos, para coronarse la lacia cabellera con lazos de vid. Ella misma trenzó en una sola pieza el tirso con vinosa hiedra; y encastró en la punta de los racimos el hierro, cubierto de pétalos, para no lastimar a Dioniso; y colgó sobre el pecho desnudo páteras de bronce, y en el talle pieles de cervato. Mientras el niño Dioniso jugaba con la mística cesta, llena de instrumentos de culto, ella la primera, vistió su cuerpo con una túnica de enlazadas serpientes; y enroscó en torno se su bifronte mitra una espiralada víbora, cerrando los nudos con ofídico tiento.” (Nono de Panópolis, Dionisiacas, IX, 100)

Dioniso y las ninfas del Monte Nysa, Villa Farnesina,
Museo Arqueológico Nacional, Roma


Sin embargo, la cólera de Hera provoca que enloquezcan con lo cual Hermes debe encontrar un nuevo destino para Dioniso. En esta oportunidad es transportado a la morada de Rea, madre de su padre Zeus, con quien transcurrirá su última infancia.

"¡Muchas gracias al resentimiento de Hera! Pues no corresponde a un hijo del Crónida tener por nodriza a Ino. Que la progenitora de Zeus sea el aya de Dioniso, madre de Zeus y nodriza de su nieto…
Y la diosa tomó cuidado de él; cuando era aún un niño lo puso a conducir un carro de carnívoros leones. Los andariegos Coribantes, en las cercanías del palacio que albergaba al dios, rodeaban a Dioniso con su danza protectora; entrechocaban sus espadas y con movimientos alternantes golpeaban los escudos con revoltoso hierro, para ocultar la infancia y el crecimiento de Dioniso. Así, al son de la crianza de los escudos, creció, como su padre, bajo el cuidado de los Coribantes.”
(Nono de Panópolis, Dionisiacas, IX, 150- 160)

Dioniso niño


“Ni bien hubo pasado la primera niñez, Evio vistió su cuerpo con velludas túnicas, y se echó a los hombros la adornada piel de cervatillo, imitación de la jaspeada figura del estrellado éter; y condujo a los linces a sus guaridas bajo las planicies de Frigia; unció al carro moteadas panteras, a modo de imágenes que honraran las tierras paternas. A menudo conducía el carro de la inmortal Rea; y, mientras sostenía con pequeña y delicada mano las riendas del bocado, dominaba el brioso vehículo de presurosos leones. El coraje de Zeus, que mora en las alturas, crecía en su corazón.”
(Nono de Panópolis, Dionisiacas IX, 190)

Museo del El Djem, Túnez. Foto Paul Williams


Durante su estancia con Rea Dioniso juega y compite en destreza con sus compañeros. Entre ellos destaca Ámpelo, del que Dioniso se enamora y que acabará muerto por un toro. El desconsuelo de Dioniso es profundo y su llanto no cesa hasta que las Moiras le anuncian que su amado será transformado en vid como un don para la humanidad. Tras la metamorfosis del joven, el dios extrae el juego de la uva y descubre el vino, todos beben para celebrarlo y acaban embriagados. 

“Entonces, Dioniso triunfante cubrió su sien con la sombra de este querido follaje y adornó sus cabellos con las hojas de las puntas. Y se puso a recolectar el fruto de la vid, recién maduro, surgido del muchacho que creció como una planta.
El dios, autodidacta, sin trapiche ni cuba, apartó los racimos con poderosa palma y con entrelazadas manos asistió al parto de la embriaguez, hasta sacar el zumo que fluía por primera vez del purpúreo fruto. Así fue como descubrió la placentera bebida. Los blancos dedos de Dioniso, con sus empapadas manos, enrojecieron libando vino.”
(Nono de Panópolis, Dionisiacas, XII, 195)



Cuando Dioniso llegó a la edad viril, Hera lo reconoció nuevamente como hijo de Zeus, a pesar del afeminamiento a que lo había reducido su educación, y lo enloqueció. Fue a recorrer el mundo entero acompañado por su preceptor Sileno y un ejército salvaje de sátiros, ménades e, incluso, centauros, bailando y tocando instrumentos musicales, formando un séquito.


 “Yo he visto a Baco enseñando sus cantos en remotos riscos
—creedme, hombres de los tiempos venideros—, y a las ninfas
aprendiendo, y a los sátiros de caprinos pies con las orejas tiesas.
¡Évoe!, mi ánimo tiembla por el reciente susto, y dentro
de mi pecho, de Baco rebosante, siento un gozo turbulento.
¡Évoe!, ten piedad, oh Líber; ten piedad, tú que eres temible por
tu tremendo tirso.”
(Horacio, Odas, II, 19)

Pintura de la casa de Marco Lucrecio Fronto, Pompeya


Zeus encomienda a Dioniso la conquista de la India con el propósito de exterminar a un cierto tipo de hombres y preparar al mundo para un nuevo orden. Por lo tanto, la campaña de Dioniso en la India no es sólo militar, sino que se propone llevar el vino, la justicia y la religión por todo el Oriente con un efecto civilizador.

“Zeus Padre envió en aquel momento a Iris hacia el celestial palacio de Rea para anunciar a Dioniso, que preparaba ya la guerra, que debía expulsar del Asia la estirpe de los soberbios indios, que ignoraban la idea de la justicia, empuñando su tirso vengador y trabando batalla naval contra el astado hijo de un río, el rey Deriades, pues había de enseñar a todas las razas los sagrados misterios nocturnos y el fruto purpúreo de la vendimia.” (Nono de Panópolis, Dionisiacas, XIII, 1) 

En la India después de encontrar mucha resistencia en el camino, conquistó todo el país, al que enseñó el arte de la vinicultura, dotándolo además de leyes y fundando grandes ciudades.

Dioniso luchando contra los indios, Museo Arqueológico Nacional, Roma.
Foto Samuel López


Tras la victoria del dios sobre los indios sus seguidores la celebran entre gritos y bailes iniciando la vuelta a casa.

“Los soldados de infantería de Bromio danzaron a la par con sus escudos, y empujaban tumultuosamente los círculos armados de la danza en redondo, imitando el paso de los Coribantes, portadores de escudos. Entre tanto, una división de caballería se puso a pie para el baile de movientes cimeras, celebrando la victoria todopoderosa de Dioniso. Nadie permanecía en silencio y con un griterío en común desde todas las gargantas ascendían los ecos del ¡evohé! hasta la bóveda celeste de siete zonas… Celebrando un cortejo en su recorrido de vuelta al hogar en honor del invencible Dioniso, todos bailaron extáticos tras abandonar de aquella guerra de enormes fatigas todo recuerdo, que se disipó como compañero de camino del viento del norte.” (Nono de Panópolis, Dionisiacas, XL, 245-275)

Cortejo dionisiaco, Galería de arte de la universidad de Yale


Luego Dioniso volvió a Europa pasando por Frigia, donde su abuela Rea le purificó de los muchos asesinatos que había cometido durante su locura y le inició en sus misterios.

“Dioniso, el hijo de Zeus y Sémele, que se hallaba en Cibelos de Frigia purificándose con Rea, iniciándose en las ceremonias religiosas y aprendiendo de la diosa todo lo que se necesitaba para ellas, recorrió toda la tierra y, hallando coros y honras, guiaba a todos los hombres.” (Eumelo, Fragmentos, 10)

De regreso, entonces, el dios visita en compañía de Sátiros y Bacantes por segunda vez Arabia, donde enseña al pueblo sus Misterios. Después recorrerá Asiria y Fenicia, donde admirará la púrpura de Tiro.

“Baco marchó de nuevo sobre Arabia en compañía de sus Sátiros y Bacantes matadores de indios después de la contienda en el Cáucaso, junto al río amazonio. Y como se detuviera allí, enseñó al pueblo de los árabes, ignorantes de bacanales, a blandir la férula de los misterios; coronó con un ramo lleno de pámpanos las montañas de Nisa, de fecunda espesura.” (Nono de Panópolis, XL, 291)

Museo de El Djem, Túnez


De vuelta en Grecia, el dios va a encontrarse con la hostilidad de muchos reyes y sus familias que no desean participar de su culto, ya que este favorece el desenfreno, lo que hace difícil mantener la autoridad sobre ciudadanos que pierden la razón y el dominio de sí.

En Tebas el pueblo se entrega a la embriaguez propiciada por la participación en los misterios del culto a Dioniso, mientras su gobernante Penteo injuria al dios insolentemente. Dioniso invoca a la diosa lunar Selene para manifestar su indignación por la soberbia del rey y con su consentimiento, enloquece a Ágave y a su hermana Autónoe, que, transformadas en Ménades, se entregan al delirio báquico danzando entre las montañas. Intenta Penteo librar a las mujeres de su delirio, sin éxito, por lo que muere despedazado por ellas, dirigidas por su propia madre, Ágave, que lo confunde con un jabalí.

“Se presenta Líber, y los campos resuenan con aullidos de fiesta; una multitud acude corriendo, matronas y jóvenes casadas mezcladas con hombres, y el vulgo con la nobleza se dejan arrastrar a una celebración desconocida. “¿Qué locura, hijos de la serpiente, descendientes de marte, ha confundido vuestra razón?, dice Penteo.
El Equiónida insiste, y ya no ordena que vayan, va él mismo al Citerón, elegido para celebrar los misterios, que resonaba con los cánticos y el grito penetrante de las bacantes. Como piafa fogoso el caballo cuando el que toca la trompa de guerra da la señal con el bronce resonante, y se acrecientan sus ansias de luchar, de la misma forma el aire sacudido por prolongados aullidos conmueve a Penteo y su cólera se enciende de nuevo al oír el griterío. Aproximadamente en el centro de la montaña, rodeado de bosque por los extremos, hay un llano libre de árboles, que la vista abarca en toda su extensión; allí, mientras él observa el ritual con sus ojos profanadores, su madre es la primera en verlo, la primera en acudir en loca carrera, la primera en golpear a su Penteo, arrojándole el tirso, y en gritar: «¡Venid, mis dos hermanas! ¡A ese jabalí enorme que vaga por nuestros campos, hay que matar a ese jabalí!». Corren, todas contra uno, la furiosa muchedumbre; se juntan todas y persiguen con sus gritos a Penteo, que ya tiembla, ya profiere palabras menos violentas, ya se echa la culpa, ya confiesa haber cometido un error. Aun herido dijo: «¡Ayúdame, tía!; ¡que la sombra de Acteón conmueva el ánimo de Autónoe!». Ella ignora quién es Acteón, y arranca la mano del suplicante; la otra mano es destrozada a tirones por Ino. El desdichado no tiene brazos que tender a su madre, pero mostrando los muñones de sus miembros arrancados dice: «Mira, madre». Agave aulló al verlos, agitó el cuello, movió su cabellera por el aire y, agarrando con dedos ensangrentados la cabeza arrancada, grita: «¡Compañeras, esta victoria es obra mía!». No es más rápido el viento al arrancar las hojas dañadas por el frío otoñal, y que resisten a duras penas adheridas en lo alto de un árbol, que las manos nefastas al desgarrar los miembros de Penteo. Instruidas por tales ejemplos, las Isménides frecuentan los nuevos misterios, ofrecen incienso y cuidan de los altares sagrados.” (Ovidio, Metamorfosis, III, 700)

Penteo y las Bacantes, Casa de los Vetii, Pompeya. Foto Wolfgang Rieger


Otra muestra del poder vengativo y destructor del dios y de su cortejo junto con su relación con el cultivo de la vid es su enfrentamiento con Licurgo. Este era rey de Tracia y se había negado a dar hospitalidad al dios, que pasaba por la región con su alegre y bullicioso cortejo, porque se negaba a aceptar que se instituyese su culto en su reino. Había, incluso, tratado de capturar a Dioniso, que había tenido que refugiarse en el mar junto a Tetis. Atacó entonces Licurgo a las ménades, que acompañaban al dios, y una de ellas Ambrosía, ninfa que había sido su nodriza, intentó defenderse pidiendo ayuda a los dioses que hicieron que la tierra la tragase convirtiéndose en una planta de vid que envolvió y aprisionó al malvado rey.

“Y atando la cintura de Ambrosía con un lazo, intentó estrangular a la ninfa con sus propias manos. Quiso cargarla de grilletes y llevarla a su palacio como emigrante extranjera, presa en la guerra, para que aquella ninfa nodriza de Bromio le sirviera bajo los azotes de su vara de boyero.

Mas ella se puso en pie, y Licurgo no pudo apresarla, ni teñir con sangre recién derramada su cabeza herida. No, pues Ambrosía, la de túnica azafranada, logró escapar de aquel hombre impío gracias a las plegarias a su madre la Tierra, para que le librara de Licurgo. En efecto, la Tierra, dispensadora de frutos, se abrió en dos y se tragó viva a Ambrosía, sierva de Bromio, en su amoroso regazo. La ninfa se hizo así invisible, transformando su cuerpo en el de una planta, pues se convirtió en una cepa de vid. Aun así, seguía hiriendo a Licurgo al enroscarse a su cuello, apretando con un nudo asfixiante su garganta. De esta manera combatía con sus letales racimos, tras haber usado el tirso.” (Nono de Panópolis, Dionisiacas, XXI)

Licurgo y Ambrosía, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles


En otras versiones del mito, Licurgo enloquece y muere, dándose la contradicción de que el rey que quería evitar al dios que consideraba loco, por la influencia que ejercía sobre el pueblo, acaba enloqueciendo él mismo, actuando con la violencia de la que acusaba a Dioniso.

“Licurgo, hijo de Driante, expulsó a Líber de su reino. Tras haber dicho que él no era un dios y después de haber bebido vino, estando ya ebrio, quiso violar a su propia madre. Entonces intentó arrancar las vides, porque decía que aquél era un brebaje nocivo que trastornaba las mentes. Él, víctima a su vez de un ataque de locura infundido por Líber, mató a su esposa y a su hijo. Al propio Licurgo Líber lo arrojó a unas panteras en Ródope, que es un monte de Tracia, tierra sobre la que reinaba. Dice la tradición que aquí Licurgo se amputó un pie en lugar de cortar las vides.” (Higinio, Fábulas, CXXXII)

Licurgo, Museo Galorromano, Saint Romain-en-Gal, Francia

Estos mitos pueden servir como explicación de que los gobernantes deben permitir que haya cierta relajación de las normas sociales y que los ciudadanos pierdan de vez en cuando el control, para que luego pueda reinstaurarse el orden enseguida. La celebración de las fiestas de Dioniso constituiría ese momento de desenfreno durante unos días, tras los cuales, la normalidad volvería a imponerse.

En Ática Dioniso es recibido en la casa de Icaro. Éste, como mensajero del dios, es el encargado de presentar el vino a sus conciudadanos, pero muere a manos de sus propios compañeros, quienes, al sentirse embriagados, lo asesinan por creer que han sido envenenados por el vino. Erígone, su hija, se entera de su desgracia en un sueño y tras encontrar su cadáver se ahorca. Zeus, compadecido, transforma a Ícaro, su hija y su perra en astros.

“Cuando Líber Pater se dirigió hacia los hombres para mostrarles la suavidad y dulzura de sus frutos, fue acogido en casa de Icario y Erígone con generosa hospitalidad. Les dio un odre lleno de vino como regalo, y mandó que lo difundieran por todas las regiones.
Cargado un carro, llegó Icario con su hija Erígone y la perra Mera a la tierra del Ática y mostró a unos pastores tal género de dulzura. Como los pastores bebieron sin ninguna moderación, cayeron embriagados. Pensando ellos que Icario les había propinado una pócima nociva, lo mataron a palos. La perra Mera, por su parte, mostró a Erígone con sus ladridos que Icario había sido asesinado y dónde yacía su padre insepulto. Cuando llegó allí, se ahorcó en un árbol sobre el cuerpo de su padre. Por este hecho Líber Pater, airado, afligió a las hijas de los atenienses con un castigo semejante. Solicitaron entonces de Apolo un oráculo sobre este hecho, y se les respondió que habían desdeñado la muerte de Icario y de Erígone. Una vez dada esta respuesta, castigaron a los pastores e instituyeron en honor de Erígone la Fiesta de los Columpios por motivo de la peste, y una libación con las primicias de los frutos durante la vendimia, en honor de Icario y de Erígone.

Por voluntad de los dioses, fueron inscritos en el número de los astros: Erígone es el signo de Virgo, a la que nosotros llamamos Justicia; Icario fue llamado Arturo entre las estrellas; y la perra Mera, Canícula.” (Higino, Fábulas, CXXX)

Dioniso e Icario, Casa de Dioniso, Paphos, Chipre


En Naxos tiene lugar el encuentro de Dioniso y Ariadna. Esta ha sido abandonada por el héroe Teseo, Dioniso llega con su cortejo y al contemplar la imagen de la joven dormida en la arena se enamora de ella. Ariadna despierta y se lamenta ante el dios de que Teseo la haya abandonado. Dioniso, inflamado por el deseo, le declara su amor y le promete una estrellada corona celestial.

“Entonces Dioniso, consolando a la llorosa Ariadna, despechada en su amor, le dijo estas palabras con voz que hechiza el corazón: Doncella, ¿por qué te afliges a causa del embaucador ateniense? Abandona el recuerdo de Teseo. Tienes como amante a Dioniso, un marido eterno en vez de otro que se marchitará. Si te agrada el cuerpo mortal de un joven de tu edad, ni siquiera Teseo puede rivalizar en belleza con Dioniso. Pero me replicarás: “Aquél enrojeció con sangre al habitante del laberinto excavado en el suelo, al hombre de doble naturaleza, semejante a un toro”. Tú sabes que tu hilo le salvó la vida, pues no se habría hallado triunfador el ateniense portando su maza de no haberle protegido una muchacha de piel rosada. Y no te pondré el ejemplo de la de Pafos, de Eros ni de la rueca de Ariadna. No me irás a decir que Atenea es más gloriosa que el propio cielo. No fue Minos, tu padre, en absoluto equiparable a Zeus, el que todo lo gobierna. Ni es Cnosos igual al Olimpo, ni en vano esa flota ha abandonado mi Naxos, no, sino que el Deseo te guardó para unas bodas de mayor dignidad. Eres afortunada, porque tras abandonar la cama inferior de Teseo contemplas el lecho del encantador Dioniso. ¿Qué mayor voto puedes desear? Pues tendrás dos moradas, y una de ellas celeste, ya que tu suegro es el Cronión. Ni siquiera Casiopea se te puede comparar, a causa del olímpico adorno de su hija, ya que incluso entre los astros ha ofrecido Perseo unas cadenas celestes a Andrómeda. Pero, ea, yo te haré una corona constelada para que seas llamada la reluciente amante de Dioniso, que adora las coronas.” (Nono de Panópolis, Dionisiacas, XLVII, 425)

Dioniso encuentra a Ariadna dormida, Casa del poeta trágico, Pompeya.
Museo Arqueológico Nacional de Nápoles


El despertar de Ariadna simboliza el poder del dios para otorgar a los mortales una nueva vida, concediéndoles una experiencia extraordinaria, abriendo sus ojos a través de sus misterios. La unión del dios con una mortal le garantiza la inmortalidad, por lo que el tema de su unión se ve frecuentemente representado en el arte funerario antiguo. El difunto despertará de su sueño (la muerte) y su alma alcanzará la inmortalidad.

Las bodas de Ariadna y Dioniso, o el culto relacionado con su unión, se encuentran también vinculadas con los ritos báquicos donde los ritmos de la música, acompañados de la ingestión de vino, invitan al baile, al éxtasis y al contacto amoroso. Asimismo, la celebración del matrimonio era un tema buscado en la decoración de salas domésticas dedicadas a los banquetes, como reflejo de la felicidad y el amor que reinaba entre los divinos esposos.

“Y la cámara nupcial adornaba Eros para Baco; y el coro de la danza de la boda atronó con sus pasos; alrededor de la cámara todas las flores brotaron; y de brotes primaverales llenaron Naxo las Gracias, danzantes orcomenias. Y las bodas cantaba dulcemente una Hamadríade, y en torno a las fuentes una Náyade, una Ninfa sin velo y sin sandalias, alabóla unión de Ariadna al dios de los racimos. Ortigia gritaba de alegría, al hermano de Febo dueño de la ciudad, al Lieo, comenzó a cantarle un himno nupcial y saltó para unirse al coro, a pesar de su inmovilidad. Con purpúreas rosas enrollando la flor circularel brillante profeta Eros tejía una corona del mismo color que los astros, preanunciadora de la Corona celeste; alrededor de las ninfas de Naxo saltaba el rebaño de erotes nupcial. Y en las cámaras matrimoniales consumando su matrimonio el esposo, nacido del dorado Padre, sembró una descendencia numerosa.” (Nono de Panópolis, Dionisiacas, XLVII, 456-71)

Boda de Dioniso y Ariadna


Otro episodio tratado en la literatura es el que describe cómo Dionisio se alejó un tiempo de su cortejo y viajó solitario hasta Etruria. Al divisar el barco de unos piratas tirrenos, se les presentó bajo el aspecto de un hermoso joven, afeminado e indefenso, y se paró en un promontorio de la orilla del mar, cerca de la embarcación, desde la cual podían divisarlo. No obstante, los piratas se apoderaron de él y lo amarraron como si fuese un esclavo codiciable y así pudiera ser vendido en Asia. Cuando estuvo a bordo, inmediatamente cayeron las ataduras. Entonces el piloto advirtió a los piratas que se trataba de un dios a quien habían capturado; ellos no hicieron caso y continuaron su viaje, pero el barco comenzó a llenarse de vino, los remos y los cabos se transformaron en serpientes, una vid creció hasta lo alto del mástil, cubriéndolo todo como un emparrado. El mismo Dionisio se transformó en un león, el cual infundió tal terror en la tripulación, que todos se arrojaron al mar y fueron convertidos en delfines, menos el piloto, al que Dionisio perdonó. Por esto los delfines, que son aquellos piratas arrepentidos, siempre escoltan y asisten a los navegantes.

 “Los tirrenos, que más tarde fueron llamados etruscos, practicaban la piratería. Líber Pater, siendo un muchacho, se embarcó en una nave de ellos, y les rogó que lo llevaran a Naxos. Ellos lo tomaron y quisieron violarlo a causa de su belleza, pero el timonel Acetes se lo impidió y sufrió injurias de su parte.
Al ver Líber que ellos permanecían en su propósito, convirtió los remos en tirsos, las velas en pámpanos, las maromas en yedra; después surgieron leones y panteras.
Ellos, cuando lo vieron, aterrados, se precipitaron al mar, y todavía en el mar los transformó en otro prodigio, pues cada uno de los que se había arrojado al agua fue metamorfoseado en delfín, por lo que los delfines fueron llamados «tirrenos» y aquel mar es conocido como «Tirreno».”
(Higino, Fábulas, 134)

Dioniso y los piratas, Dougga, Museo del Bardo, Túnez


El culto de Dioniso, posiblemente ya desde su organización en Frigia y Tracia, tuvo un carácter orgiástico, que se caracterizaba por el enthousiasmós -introducción del dios en la mente de sus adeptos— y la manifestación de este fenómeno sobrenatural a través de bailes frenéticos, al son de una música ensordecedora y de un ritmo excitante (oreibasía); incluso se llegaba al descuartizamiento de animales (sparagmós) y al consumo de su carne cruda (omophagía): esta carne era vista como la del propio dios, que se incorporaba así al cuerpo mismo del creyente.

Eurípides transmitió este ritual dionisíaco en el monte, cuando entre danzas, el cortejo festivo exclamaba con entusiasmo el grito ritual báquico ¡Evohé!

"Dulce es él en los montes cuando
de la comitiva rápida
se arroja hacia el llano, de pellejo de corzo llevando
el sagrado vestido a cazar
la sangre del macho cabrío muerto, para devorarle crudo
con ansia en los montes de Frigia o de Lidia.
Y Bromio el guiador grita ¡evohé!,
y el suelo mana leche, mana vino, mana de abejas
néctar como humo de incienso de Siria.
Y Baco, llevando
la llama roja de la tea
en su vara, se lanza
a la carrera y con sus coros irrita a los viajeros
y los sacude con sus gritos,
suelta al viento su cabellera ornada.
Y con sus cantos hace tronar
esto: Id, bacantes,
id, bacantes,
y con la gala del Tmolo de doradas fuentes
adulad a Dioniso,
con los panderos de grave son,
al dios del ¡evohé! festejadle con ¡evohé!,
con voces y gritos frigios,
cuando la sagrada flauta de buen sonido,
canciones sagradas
haga sonar, invitando a las posesas
al monte, al monte. Y con placer,
como un potro que pace junto a su madre,
bacante, mueve tu pierna con rápido pie en las danzas."


Sparagmos, vaso griego


En el arte griego arcaico, Dioniso aparecía como un dios dignísimo con luenga barba, coronado de hiedra o de vid, a veces con una cinta en torno a su abundante cabellera, vestido con la túnica larga y el manto de los magnates de esa época, que en su caso era de color azafrán. Portaba en la mano derecha una copa de vino y, a veces, sostenía con la izquierda una gran rama de parra o de hiedra. Esta imagen, a la que se añadiría un moño en la nuca durante el siglo v a.C., se mantendría, siglo tras siglo, hasta época romana, como divinidad relacionada con la tragedia.

Cortejo de Dioniso, Vaso griego, Museo del Louvre. Foto de Marie Lan Nguyen


Sin embargo, Dioniso cambia radicalmente su imagen en el Clasicismo griego: en la segunda mitad del siglo v a.C., por obra de Fidias y de otros artistas de su generación, le vemos adquirir un aspecto juvenil, imberbe y distendido. Sobre esta base alcanzará, en el siglo IV a.C., su imagen definitiva: la de un joven bello, que ciñe su larga cabellera con una cinta o la cubre con una corona vegetal.

“Dicen que el Dioniso nacido de Sémele en tiempos más recientes era físicamente afeminado y de rasgos muy delicados, pero se distinguía mucho de los otros por su belleza y sintió inclinación por los placeres amorosos y en sus expediciones se rodeó de una multitud de mujeres armadas con lanzas en forma de tirso. Dicen asimismo que en sus viajes le acompañaban las Musas, muchachas que habían recibido una educación fuera de lo común; estas jóvenes deleitaban al dios con sus cantos y bailes y también con las demás habilidades que habían cultivado en el curso de su educación. Añaden que en sus expediciones le acompañaba un pedagogo y preceptor, Sileno, que era su consejero e instructor en las más hermosas actividades y contribuyó en gran manera a la excelencia y fama de Dioniso. Para las batallas, en tiempos de guerra, se revestía con armas de combate y con pieles de pantera, mientras que, para las grandes reuniones y festividades, en tiempos de paz, llevaba vestidos bordados y delicados en consonancia con su afeminamiento. Contra los dolores de cabeza causados por el abuso de vino, que afectan a quienes beben, se ciñó, dicen, la cabeza con una mitra, y por esta razón recibe también el nombre de Mitráforo.” (Diodoro Sículo, Biblioteca Histórica, IV, 25)

Triunfo de Dioniso, Zeugma, Turquía. Foto Dosseman


El tiasos dionisíaco muestra su desenfrenada animación desde principios del siglo VI a.C., en las representaciones artísticas. El tíasos es la asociación cúltica, el cortejo que, conducido por el dios, está conformado por un coro de danzantes que celebran a Dioniso en su estado entusiástico. Durante todo el Arcaísmo y principios del Clasicismo, se compone de la figura del barbado Dioniso, a veces acompañado por Ariadna, junto a los sátiros y a las ménades, es decir, a los genios campestres masculinos, y a las ninfas de Nisa, o a las mujeres presas de enajenación que las fueron sustituyendo a medida que el dios fue conquistando la tierra: ellos y ellas constituirán el núcleo central del cortejo hasta el final del arte antiguo.


“Tú, eterno niño, tú, el más hermoso que se puede ver en el alto cielo; cuando te alzas sin cuernos, tienes una cabeza virginal; por ti el Oriente ha sido vencido hasta donde la India de color oscuro ve sus aguas teñidas por el Ganges en su desembocadura; tú sacrificas, venerable, a los sacrílegos Penteo y Licurgo, el de la doble hacha, y arrojas al mar los cuerpos tirrenos; tú aplastas los cuellos adornados por riendas de colores de los dos linces uncidos al yugo; te siguen las bacantes y los sátiros y el viejo borracho que apuntala con un bastón sus temblorosos miembros y apenas puede sostenerse sobre el corvo lomo de un asno.” (Ovidio, Metamorfosis, IV, 20)

Museo de El Djem, Túnez. Foto h_savill


La figura del sátiro original es la de un hombre desnudo, con larga barba y generalmente despeinado, aunque a menudo coronado por una guirnalda, con orejas alargadas, nariz respingona y aplastada, un falo muy evidente y cola de caballo. Raramente pueden ser sustituidos sus pies por pezuñas, o aparecer con las piernas enteras de caballo o de cabra. Este esquema, al que se añadirá, desde fines del siglo vi a.C., una creciente calvicie, será su imagen hasta bien avanzado el clasicismo.

“¡Qué encantador es el ímpetu de los Sátiros cuando bailan, qué encantadora su sonrisa burlona! Son nobles criaturas hechas para el amor que someten a las mujeres lidias adulándolas como ellos saben. Hay otra cosa que es típica de ellos: los artistas suelen pintarlos robustos y de sangre pura, con orejas puntiagudas y curvos lomos, de cuerpo arrogante y con rabo de caballo.” (Filostrato, Descripciones de cuadros, I, 22)

Sátiros danzando, vaso griego


La tradición clásica indicaba que las compañeras más idóneas para los sátiros, desde las épocas más remotas del Arcaísmo griego, eran las ménades [mujeres posesas] o bacantes, conocidas también como lenas o, en Roma, como bacchae. Eran éstas las mujeres que acompañaban a Baco dominadas por la manía o pasión dionisíaca y que se agrupaban, por lo general en campos y bosques, para celebrar su culto orgiástico. Entraban en trance a través de la borrachera, la música y la danza, y, en tal estado, podían mezclarse sin temor con animales salvajes, o incluso destrozarlos con sus manos y comérselos crudos:

“¡Vestida con la moteada piel del corzo, cíñete las cuerdas trenzadas en lana de blanco vellón! ¡Consagra la vara de tu terrible tirso! Pronto danzará la comarca entera cuando Baco conduzca sus cortejos al monte, donde aguarda el femenino tropel aguijoneado por su furor” (Eurípides, Bacantes, 111-117).

Ménade, Museo Estatal de Antigüedades, Munich, Alemania


Las ménades constituyen el elemento femenino del tíasos dionisíaco desde sus primeras representaciones, allá en el siglo vi a.C., y suelen aparecer con el siguiente aspecto: visten túnica larga, a veces completada con un manto o con una piel de cervatillo o de pantera sobre el torso; sin embargo, es común que estas prendas, agitadas por el viento y las danzas empiecen a desaparecer desde el siglo IV a.C., dejando al descubierto su cuerpo.



Por lo demás, sus cabelleras alborotadas se cubren en ocasiones con coronas de hiedra o de pámpanos. En sus manos pueden llevar, además del consabido tirso, los instrumentos musicales báquicos, vasijas para vino, una antorcha si el festejo es nocturno y un gran cuchillo para despiezar a sus víctimas. En cuanto a sus animales preferidos, son muy variados: a menudo matan jabalíes, cabras, cervatillos o lobeznos; a veces agarran con sus manos serpientes y, muy a menudo, junto a ellas danza una pantera. Su frenesí es agotador: recorren los campos para cazar y para buscar agua de las fuentes creyendo que es leche o miel; por tanto, es lógico que caigan rendidas y se duerman entre las rocas.

“Pero en otro recuadro de la colcha, Yaco, en la flor de su juventud, corría veloz con su cortejo de sátiros y de silenos de Nisa, buscándote, Ariadna, y enardecido por tu amor*** Éstas, entonces, alegres por doquier, con su mente borracha se enfurecían; evoé, gritaban las bacantes, evoé, sacudiendo sus cabezas. Unas agitaban sus tirsos de punta cubierta de hojas; otras arrojaban los miembros de un ternero descuartizado; otras se ceñían de serpientes enroscadas; otras veneraban sagrados objetos en cestos profundos, objetos que en vano desean conocer los profanos; otras con las palmas abiertas batían los tímpanos o sacaban del bronce redondeado agudos chirridos; muchas soplaban cuernos que producían roncos zumbidos y la bárbara flauta resonaba con terrible canto.” (Catulo, Poemas, 64, 251)

Dioniso y bacantes, vaso griego


A mediados del siglo V a.C., coincidiendo con las primeras apariciones del Dioniso imberbe, se independiza la figura de Sileno, que aparece como un sátiro viejo y más gordo que los demás, y se incorpora la figura de Pan, fácil de reconocer, en principio, por sus cuernos y pezuñas de cabra. Este dios campestre, señor de los pastores y sus rebaños, hijo de Hermes y de una ninfa local es conocido a partir de principios del siglo VI a.C. Era un dios temible: espiaba a las ninfas y podía irritarse si se le despertaba de su siesta. En tal caso, reaccionaba en ocasiones provocando el pánico, miedo irracional que afectaba a personas aisladas e incluso a ejércitos enteros.

“Ven, bienaventurado, saltarín, corredor, que compartes el trono con las Horas, de miembros de cabra, báquico, amante de la inspiración, que vives al aire libre, que celebras la armonía del cosmos con tu canto amigo de juegos, que acudes en las visiones, causa del terror en los mortales.” (Himno órfico a Pan)

Museo Romano-Germánico de Colonia, Alemania


“Sileno, ya poseído del dios que fue su alumno, enseña a cantar a basáridas, sátiros, panes y faunos; sin embargo, mantiene la cabeza adornada, pues, con su cráneo desnudo, intenta compensar con guirnaldas la pérdida de los cabellos.” (Sidonio Apolinar, Poemas, 22)

Además, empiezan a multiplicarse los animales, imponiéndose sobre todo el chivo, y se introducen los primeros Erotes, que suelen propiciar el amor de Dioniso y Ariadna.

La siguiente etapa, que podemos situar entre el 400 a.C. y el Helenismo Pleno se incorporan los animales exóticos (la pantera, el tigre), los genios báquicos evolucionan. Sileno estabiliza sus formas gruesas de genio borracho, cobra una personalidad marcada y se apropia de un asno; en cambio, los demás sátiros se diversifican: se extiende una oleada de jóvenes imberbes al lado de los maduros. Por lo demás, pasan a animar el tíaso otros representantes de la naturaleza salvaje, como los centauros que tenían la cabeza y el torso de hombre y el resto del cuerpo de caballo.

“Y entonces, por vez primera, el viejo Sileno tazas llenas de rosado mosto sin proporción a sus fuerzas ávidamente las apuró. Desde entonces, hinchadas las venas de dulce néctar y cargado del Jaco de la víspera, es siempre objeto de irrisión.” (Nemesiano, Bucólicas III)

Sileno ebrio, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles


Entre los atributos más comunes de estos personajes se encuentran los tirsos y las coronas de hiedra, pámpanos o pino, pero, sobre todo, los instrumentos musicales, los cuales suelen ser de viento, como los auloi [dobles flautas] y siringas [flautas de Pan]— y, sobre todo, de percusión, pues son los más apropiados para provocar el éxtasis, como los címbalos [pequeños platillos], los crótalos [castañuelas] y los sonoros tímpanos [panderos].

“Allá en las cuevas, los Coribantes de triple penacho (seguidores de Cibeles) inventaron el tímpano redondo de piel tensada, y en báquica exaltación lo combinaron con el melodioso silbido de las flautas frigias para acompañar los cánticos de las ménades. Cuando los delirantes sátiros recibieron estos instrumentos, enseguida los introdujeron en los bailes que regocijan a Dioniso” (Eurípides, Bacantes, 120-134).

Relieve romano, Museo Nacional del Prado, Madrid


La representación del tíasos dionisíaco aún tenía que alcanzar su máxima expresión y diversidad en Roma. Se exhibían procesiones báquicas en las que podía aparecer la figura del dios o no, donde los distintos personajes bailaban y tocaban instrumentos en un auténtico frenesí. Por otra parte, tomó su forma más reconocida el desfile llamado el Triunfo de Baco, símbolo de la conquista del orbe. Aunque ya se había visto a Dioniso y Ariadna en un carro tirado por leones y ciervos a fines del Arcaísmo; la contemplación de los triunfos militares que atravesaban el Foro llevaría a su asimilación con las cabalgatas llenas de animación y júbilo que acompañaban como séquito al dios, y que sería motivo principal en sarcófagos y mosaicos.

Triunfo de Dioniso, Museo de Sétif, Argelia


Por lo demás, cabe señalar desde el principio que la desenfrenada vitalidad del culto dionisíaco tiene una proyección funeraria muy profunda: Dioniso, como todas las deidades de la naturaleza, está íntimamente vinculado a los ciclos de muerte y resurrección, y por tanto fue consustancial a su culto la práctica de unos misterios, también orgiásticos, que aseguraban una existencia feliz en el Más Allá.

Museo Arqueológico de Nápoles



Bibliografía

Dioniso. Mito y culto, Walter F. Otto, Ediciones Siruela
Arte y mito. Manual de iconografía clásica, Miguel Ángel Elvira Barba, Ed. Sílex
SECUENCIAS ICONOGRÁFICAS DE UNA INICIACIÓN DIONISÍACA: LA VILLA DE LOS MISTERIOS DE POMPEYA. Pilar González Serrano, XIV Seminario de Iconografía Clásica
LA TRADICIÓN ÓRFICA EN LA LITERATURA APOLOGÉTICA CRISTIANA, Miguel Herrero Jaúregui, UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
Brill’s Companion to Nonnus of Panopolis, editado por Domenico Accorinti, Brill
THE GOD WHO COMES. Dionysian Mysteries Revisited, Rosemarie Taylor-Perry, Algora Publishing
Masks of Dionysus, editado por THOMAS H. CARPENTER y CHRISTOPHER A. FARAONE, Cornell University Press
The Art and Artifacts Associated with the Cult of Dionysus, Alana Koontz



Gladiator, gladiadores en la antigua Roma (II)

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Mosaico de Zliten, Libia


En las casas de los ricos ciudadanos romanos se celebraban a veces espectáculos de combates entre gladiadores, al igual que se hacían representaciones teatrales o recitales musicales. La agresividad tanto del anfitrión como de los invitados se muestra en la avidez por ver sangre y desear la muerte del vencido.

“Los romanos presentaban los juegos de gladiadores, una práctica que les fue dada por los etruscos, no solo en los festivales y en los teatros, sino también en sus banquetes. Es decir, algunas personas a menudo invitaban a sus amigos a comer y a otros pasatiempos agradables, pero además podía haber dos o tres parejas de gladiadores. Cuando todos habían comido y bebido lo suficiente, llamaban a los gladiadores. En el instante en que la garganta de alguno era cortada, aplaudían con placer.” (Nicolás de Damasco, Atlética, 4.153)

Pintura de Francesco Netti


En un primer momento los romanos adoptaron la costumbre de amenizar sus cenas con combates de gladiadores entre los campanos, aliados suyos, y los samnitas, sus enemigos.

“Ellos [los campanios] eran tan extravagantes que celebraban cenas con gladiadores, regulando el número de parejas según la importancia de los convidados.” (Estrabón, Geografía, 5.4.13)

Los campanos llegaron a odiar tanto a los samnitas durante las guerras en las que se enfrentaban que solían llamar a los gladiadores que usaban en sus fiestas samnitas. Esta costumbre de usar samnita como sinónimo de gladiador también la muestran los romanos en esa época, bien por tomarla de los campanos, bien porque sin duda muchos de los gladiadores que los romanos usaron en esa época fueron los samnitas que capturaban en el campo de batalla. Cuando esos prisioneros eran enfrentados como gladiadores los romanos los armaban con las mismas armas que llevaban cuando fueron capturados.

“Los campanos, por orgullo y por odio a los samnitas, con semejante ornato armaron a los gladiadores que servían de espectáculo en los banquetes y los denominaron con el nombre de samnitas.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, IX, 40, 17)

Guerrero Samnita, Campi Flegrei, Italia


Una vez muertos todos los presos samnitas solían aprovechar sus armas para el resto de combates gladiatorios, armando con ellas a otros gladiadores que no eran de origen samnita pero que, al ir equipados de ese modo, lo parecían igualmente. Así, el tipo gladiatorio samnita fue el primero en surgir.

“Cuenta Varrón, en su relato de portentos de fuerza, que Tritano, de cuerpo delgado, pero de fuerzas extraordinarias era famoso entre los gladiadores de armadura samnita.” (Plinio, Historia Natural, VII, 20)

El tipo samnita, mencionado frecuentemente durante la república, desapareció en el imperio, ya que para época de Augusto el pueblo samnita ya estaba perfectamente integrado dentro del imperio, por lo que podía resultar ofensivo que siguiese existiendo un tipo gladiatorio que llevase por nombre ese gentilicio y que se equipase con las armas de ese pueblo.

Lucha de guerreros o gladiadores samnitas.


Las campañas en la Galia del siglo II a. C. y en Tracia en el 80 a. C. provocaron la llegada a Roma de gran número de prisioneros galos y tracios, los cuales lucharon como gladiadores con sus armas características. Así surgieron el gallus (galo) y el thraex (tracio), otros dos tipos gladiatorios.

Las primeras campañas en Britannia (55-54 a.C.) supusieron la exhibición de los prisioneros britones luchando en la arena montados en sus típicos carros de combate lo que llegó a causar gran sensación y motivó la aparición del essedarius, luchador que montaba el típico carro de guerra de Britannia, el essedum. Julio César relata cómo actuaba en la batalla.

“Su modo de pelear en tales vehículos es éste: corren primero por todas partes, arrojando dardos; con el espanto de los caballos y estruendo de las ruedas desordenan las filas, y si llegan a meterse entre escuadrones de caballería, desmontan y pelean a pie. Los conductores del carro, en tanto, se retiran algunos pasos del campo de batalla y se apostan de suerte que los combatientes, si se ven apretados por el enemigo, tienen a mano el asilo del carro.” (Julio César, Guerra de las Galias, IV, 33)

Carro britón, ilustración de Wayne Reynolds


Los organizadores de los juegos en Roma advirtieron que era mucho más atrayente enfrentar a tipos distintos de luchadores que asistir al combate entre dos gladiadores del mismo tipo (pues ambos hombres luchaban con la misma técnica de combate), por lo que aumentó el interés por introducir y crear aún más tipos gladiatorios denominados no con el gentilicio de la nación de origen, sino a partir del arma tan espectacular con la que combatía, como la rete (red), a partir de la cual crearon al retiarius.

“Viajero, ves muerto al que fue valiente en los anfiteatros, un reciario de segundo rango de Tarsis, de nombre Melanippus. Ya no escucho el sonido de las trompetas de bronce, ni provoco el estruendo de las flautas. Dicen que Heracles realizó doce trabajos, pero yo completé los mismos y terminé en el décimotercero. Thallus y Zoe lo hicieron en memoria de Melanippus con su dinero.”

Detalle del mosaico de los gladiadores. Villa Borghese, Roma

Se inventaron tipos gladiatorios creados específicamente para hacer frente a alguno de los ya existentes, como el secutor, que fue creado para ser el rival ideal del retiarius y se desarrollaron tipos derivados de los ya existentes, como el laquearius, que era un derivado del retiarius, pero que usaba un lazo en vez de una red.

“El combate de los laquearios consistía en hacer caer, persiguiéndolos y trabándolos con un lazo que les arrojaban, a hombres que huían durante el desarrollo del juego y que se protegían con un escudo de piel.” (Isidoro de Sevilla, Etimologías, XVIII, 56)

Los tipos gladiatorios se englobaban en dos grupos generales; los que llevaban armamento pesado, llamados scutarii, por el escudo grande (scutum) que portaban y el grupo de los que llevaban armamento ligero, parmularii, por el escudo redondo y pequeño (parma) con el que se defendían. Esta división se usaba principalmente para hacer las parejas de gladiadores, pues la regla principal establecía que había que enfrentar siempre a un ligero contra un pesado, el enfrentamiento no podía ser de dos gladiadores del mismo grupo, aunque había excepciones.

“Aunque a toda velocidad hagas, Agatino, los juegos más expuestos, sin embargo, no conseguirás que se te caiga el escudo (parma). Te sigue, aunque tú no quieras y, revolviéndose por los aires transparentes, se posa ora en tu pie ora en tu espalda, en la cabeza o en una uña. Aunque el estrado esté escurridizo por la lluvia de azafrán y huracanados vientos del sur arranquen los toldos plegados, [el escudo], sin hacerle ni caso, recorre de punta a cabo los miembros seguros del mozo y ni el viento ni el agua perjudican en nada al artista. Aunque quieras errar, por más que pongas todo de tu parte, no puedes fallar: te hace falta técnica para que se te caiga el escudo.” (Marcial, Epigramas, IX, 38)




Al grupo de los scutarii pertenecían tipos gladiatorios tales como el murmillo, el secutor, o el hoplomachus, mientras que al grupo de los parmularii pertenecían tipos como el thraex, el retiarius o el laquearius.

El tipo samnita acabó desapareciendo a partir de la llegada del Imperio y se escindió en tres: el secutor, el hoplomachus y el murmillo, que eran también de armas pesadas

El gallus (galo), que usaba la spatha (espada) y un gran escudo rectangular, e iba probablemente sin protección en la cabeza (ni casco ni yelmo), tras la reforma augusta, se fusionó con el murmillo y el hoplomachus, con los cuales guardaba un gran parecido.

El thraex (tracio) usaba las armas típicas del pueblo tracio y fue introducido en Roma en los años 80 a.C., cuando Sila trajo prisioneros de guerra tracios. Este gladiador llevaba pequeño escudo rectangular o redondo (parma) en la mano izquierda, por lo que el resto de ese brazo iba protegido con la manica, (protector de brazo de hierro o bronce, con segmentos o placas metálicas curvadas y superpuestas, sujetas a correas de cuero), y ocreae (grebas) que cubrían hasta la rodilla –bastante arriba, para compensar el pequeño escudo–. Con la mano derecha empuñaba su arma ofensiva, la sica–puñal corto de hoja curva, en forma de L.

“Para el tracio Quintus Vettius Gracilis
que ganó tres coronas
y vivió 25 años.
Nacido en Hispania
Lucius Sestius Latinus, su entrenador lo dedicó
.” (CIL, XII, 3332)

Gladiador tracio, Museo Saint Remi, Reims, Francia. Foto Carole Raddato


El crupellarius iba por entero protegido con una lorica segmentata, hecha de piezas metálicas (hierro) alargadas colocadas en horizontal.

“Añadió a esta gente cantidad de esclavos destinados para gladiatores, los cuales, conforme al uso de aquel país, van de pies a cabeza cubiertos de hierro; llámense éstos crupelarios, a cuya causa, así como van seguros de ser heridos, así también son inhábiles para herir.” (Tácito, Anales, III, 43)

Crupellarius


El murmillo (mirmillón) llevaba manica sobre el brazo derecho, el de la espada (spatha), en el brazo izquierdo llevaba el gran escudo rectangular (scutum), el que antes usaban el samnita y el gallus. Usaba ocreae bajas, pero que le permitían cubrirse por completo cuando se agachaba tras el enorme scutum en la típica posición de guardia. El yelmo del murmillo solo permitía ver de frente, y no a los lados, debido a los pequeños agujeros para los ojos, que disminuían mucho el campo de visión, lo que le obligaba a girar la cabeza o el tronco para ver a su alrededor.

“Cuando un mirmillón de una escuela de gladiadores, con el que hacía ejercicios de esgrima, se dejó caer voluntariamente al suelo, lo atravesó con un puñal de hierro y se puso a correr de un lado a otro con una palma, a la manera de los vencedores.”
(Suetonio, Calígula, 32.2)

El yelmo del murmillo sufrió diversas evoluciones ya que al principio la cresta de su casco estaba moldeada en forma de pez. Posteriormente parece haberse convertido en un penacho de plumas para finalizar siendo un yelmo en el que solo se perfilaba la forma original, pero sin figura alguna.

Variantes del tipo de gladiador murmillo

El hoplomachus luchaba con el gran escudo griego, generalmente redondo. Llevaba también la lanza (hasta) típica de los guerreros hoplitas griegos, además de una daga larga (también usada por la infantería griega). Su yelmo lucía una visera muy espectacular y estaba coronado con una cresta majestuosa, llevaba manica sobre el brazo derecho y ocrea cubriendo la tibia izquierda. Las piernas iban también protegidas con fasciae (bandas de tela). Por tanto, el hoplomachus era de armas pesadas y se enfrentaba habitualmente al tracio.


Hoplomachus, Museo Guimet, París


El retiarius tenía como arma característica una red que llevaba en los extremos unos pesos para poder ondearla y dirigirla hacia el objetivo al ser lanzada por el aire. Para poder lanzar la red era necesario que el rival estuviese a suficiente distancia para lo cual el retiarius empuñaba en la otra mano un tridente –cuyo largo mango establecía entre el retiarius y su rival un espacio suficiente–. Además, la red tenía un cordel, que iba atado a la muñeca de la mano que ondeaba la red, para así poder recuperarla si no caía sobre su objetivo (el retiarius podía recuperarla tirando del cordel, ya que quedarse sin la red dejaba al retiarius casi sin ninguna opción de victoria). Por el contrario, si la red caía sobre el rival, este, que iba mejor armado, podía atraer al retiarius hacia sí tirando de la red por lo que el retiarius cortaba el cordel con una daga que llevaba en la mano del tridente. Por tanto, el retiarius iba equipado de red, tridente y gladius, más la manica como elemento protector.

“El reciario era una clase de combatiente. En el juego gladiatorio se dirigía contra su adversario pertrechado ocultamente con una red, denominada iaculum, para atrapar con ella a su contrincante mientras le acosaba con su arma, y una vez que lo tuviera envuelto en ella, poder vencerlo por la fuerza. Este tipo de combate se realizaba en honor de Neptuno, a causa del Tridente.” (Isidoro de Sevilla, Etimologías, XVIII, 54)

Retiarius, cristal pintado. Museo Británico, Londres


El retiarius no llevaba escudo, ocreae, ni protección en la cabeza. Esto se debía a que para lanzar la red necesitaba de buen campo de visión, el cual quedaba limitado por los visores de los yelmos. Para darle un poco más de protección, la manica del retiarius estaba complementada en su parte superior por el galerus, pieza metálica de armadura que protegía el hombro, cuello, nuca y parte inferior de la cabeza. Por tanto, el retiarius era un gladiador de armas ligeras.

“En todos los combates de gladiadores, patrocinados por él o por otra persona, mandaba degollar incluso a los que habían caído por casualidad, especialmente a los reciarios, para verles la cara mientras expiraban.” (Suetonio, Claudio, 34)

Retiarius Selinianus, Museo de la Cour d´Or, Metz, Francia


El retiarius participaba también en una modalidad de combate en que se colocaba sobre un estrado cuadrado (1 ó 2 m sobre el nivel de la arena) al que solo se podía ascender mediante dos rampas, colocadas en lados opuestos. Desde esa ventajosa posición el retiarius debía hacer frente a los dos secutores que, ascendiendo a la vez cada uno por una de las rampas, trataban de llegar a donde estaba el retiarius para vencerlo. Dado que la estructura asemejaba a la de un puente (pons), a los participantes a este tipo de espectáculo se les llamaba pontarii (gladiadores de puente).

“Casi igual, por así decirlo, a Haterio Rufo, un caballero romano, le sobrevino un sueño que se cumplió de manera inexorable. Este, cuando tenía lugar un espectáculo de gladiadores en Siracusa, vio en medio del sueño que era atravesado por la mano de un reciario y, al día siguiente, cuando asistía al espectáculo, se lo contó a sus compañeros de asiento. Sucedió después que introdujeron en un lugar próximo al que él estaba un reciario acompañado de un gladiador armado con escudo y espada. Nada más verle la cara, dijo a los compañeros de asiento que había pensado que aquel reciario quería darle muerte y al punto quiso marcharse de allí. Ellos, quitándole el miedo con sus palabras, ocasionaron la muerte del desdichado: en efecto, el reciario, tras empujar al gladiador y acorralarlo en aquel lugar, al intentar herirlo cuando estaba en el suelo, atravesó con su espada a Haterio causándole la muerte.” (Valerio Máximo, Hechos y Dichos Memorables, I, 7, 8)

Pontiarii, Museo Arqueológico de Burdur, Turquía. Foto Carole Raddato


El secutor era fue creado específicamente para ser el rival típico del retiarius y su armamento estaba diseñado a propósito para contrarrestar el armamento del retiarius. Este durante el combate daba vueltas alrededor del secutor para marearlo y, cuando lo sorprendía con la guardia baja, le echaba la red encima. Por tanto, el secutor seguía al retiarius durante todo ese recorrido, evitando que el retiarius se alejase lo suficiente como para que pudiese ondear la red y atraparlo con ella. Además, el secutor buscaba el contacto, ya que sus armas pesadas (scutum y gladius) y su constitución más grande y fuerte le daban ventaja en el cuerpo a cuerpo contra el retiarius.

“Se llama secutor al que persigue al reciario. Iba provisto de una espada y una maza de plomo, para rechazar la red de su adversario e imponerse a este antes de verse envuelto en la red. Este tipo de combate estaba consagrado a Vulcano, pues el fuego siempre persigue; de manera que se empareja perfectamente con el reciario, ya que el fuego y el agua siempre son enemigos entre sí.” (Isidoro de Sevilla, Etimologías, XVIII, 55)

Museo Arqueológico Nacional, Madrid. Foto Carole Raddato


El yelmo del secutor, a diferencia de los yelmos que usaban el resto de gladiadores, no tenía una cresta con adornos que sobresaliesen, para impedir que la red del retiarius se enredase en ellos, lo que habría facilitado que el retiarius lo atrapase. Presentaba además dos pequeños agujeros para los ojos, que eran de menor diámetro que los dientes del tridente, por lo cual estos no podían entrar por los agujeros y cegar al secutor. Otras versiones presentan numerosos agujeros más pequeños.

“Yo, Mentor, he vencido a todos en famosos anfiteatros y he muerto según lo dispuesto por el destino. La poderosa Moira me ha arrastrado haste el Hades y ahora yazgo en esta tumba. Mi vida ha terminado a manos del sanguinario Amarantos.” (Museo Arqueológico de Estambul)

Estela funeraria de Mentor, secutor,
Museo Nacional de Estambul


Estos agujeros tan pequeños presentaban la desventaja de limitar enormemente el campo de visión, por lo que el secutor tenía que estar moviéndose o girándose continuamente para mantener al retiarius a la vista y evitar que le echara la red encima. Además, el yelmo del secutor se prolongaba hacia abajo verticalmente por los laterales del cuello hasta los hombros, y ofrecía, por tanto, mayor protección contra el tridente, sobre todo a la altura del cuello, aunque dicha máscara hacía muy difícil respirar, daba mucho calor y resultaba muy pesada. Estas limitaciones hacían que el secutor tendiese a cansarse antes que el retiarius, que no llevaba casco, lo cual estaba pensado para compensar a ambos en la lucha, pues era evidente la superioridad en armamento del secutor sobre el retiarius. También se le llamaba contraretiarius.

“En cierta ocasión, cinco reciarios que combatían en grupo vestidos con una simple túnica se dejaron vencer, sin ofrecer ninguna resistencia, por un número igual de secutores; pero cuando se ordenó su muerte, uno de ellos volvió a empuñar su tridente y mató a todos los vencedores; Calígula entonces deploró en un edicto esta matanza, calificándola de totalmente inhumana, y colmó de maldiciones a aquellos que habían tolerado semejante espectáculo.” (Suetonio, Calígula, 30, 3)

Figura de secutor, Museo Metropolitan de Nueva York


El provocator llevaba una coraza de escamas metálicas (cardiophilax
sobre el pecho . Más que de un tipo gladiatorio se trataba de una técnica de lucha; los gladiadores podían pertenecer a otros tipos (un thraex o un hoplomachus) pero si les ponían sobre el pecho el cardiophilax pasaban a ser considerados provocatores. La coraza de delante iba (de arriba abajo) desde las clavículas al esternón, y de ancho de pezón a pezón. Esta coraza iba sujeta por dos tiras horizontales (una que salía de cada lado de la coraza, pasando por debajo de las axilas) y dos tiras verticales (cada una salía por cada hombro) que se abrochaban en la espalda.

Provocatores, Museo Nacional Romano, Termas de Diocleciano, Roma


Cuando no se enfrentaba contra otro provocator, este era emparejado con algún tipo gladiatorio que poseía alguna ventaja comparable a la que él tenía por la larga hoja de su spatha, como el dimachaerus, que luchaba con dos gladii, uno en cada mano.

“A los dioses Manes de Antigonus, provocator. Su entrenador, Verus, lo dedicó.” (CIL, 5. 4502, Brixia, Italia)

La equipación del provocator evolucionó con el tiempo para proporcionar mayor protección como puede verse en el casco, que acabó siendo cerrado por completo con pequeños agujeros para la visión.

Estela funeraria de provocator


El dimachaerus surgió como luchador a finales del imperio y, sobre todo en la parte oriental, y, como su nombre indica, utilizaba dos machaeri (machetes), uno en cada mano, y posteriormente gladii e –incluso– spathae, lo que debía convertir su actuación en un espectáculo.

"Aquí yazgo victorioso Diodorus, el desgraciado. Después de vencer a mi oponente Demetrius, no lo maté inmediatamente. El traicionero destino y la astuta traición del árbitro me mataron." 


Estela funeraria del gladiador Diodorus, 
Museo del Cincuentenario, Bruselas



El iaculator lanzaba jabalinas. El iaculator llevaría varias jabalinas encima o, en ocasiones, iría un harenarius (operario de la arena del anfiteatro) junto a él portando las jabalinas que fuese necesitando.




Se le enfrentaría al sagittarius (arquero), para que estuviesen igualados al usar ambos, armas arrojadizas, o a otro iaculator.



El eques combatía a caballo y tenía como armas un escudo redondo de montar (parma equestris), yelmo (con dos plumas, una a cada lado) y lanza (spiculum) en el brazo derecho –que iba protegido por la manica, fasciae en las piernas y botines en los pies. A diferencia del resto de gladiadores solían llevar túnica. Como los combates debían ser igualados, un eques solo podía enfrentarse a otro eques, ya que un gladiador a caballo casi siempre presentaba una gran  superioridad sobre uno a pie, por lo que no había ningún interés en realizar esta combinación.




El combate entre dos equites consistía, por tanto, primero, en hacer caer del caballo al rival usando la lanza y tan pronto como uno era derribado, el otro desmontaba y trataba de ponerle la espada en el cuello, o la lanza si aún la conservaba.

Equites, mosaico de Bad Kreuznach, Alemania. Foto de Carole Raddato


Según Isidoro de Sevilla la parte del munus legitimum dedicada a los combates de gladiadores comenzaba normalmente con un combate de equites.

“Múltiples son los tipos de juegos gladiatorios; el primero es el ecuestre. Precedidos por estandartes militares, hacían su aparición dos jinetes, uno por la parte oriental y el otro por la occidental, a lomos de blancos caballos y pertrechados con pequeños cascos dorados y armas muy apropiadas. Con atroz perseverancia, cada uno según su valor, iniciaba la pelea, combatiendo hasta lograr la muerte del contrario: el que sucumbía se hacía acreedor a la desgracia, mientras su matador obtenía la gloria. Este ejercicio militar se efectuaba en honor de Marte, dios de la guerra.” (Isidoro de Sevilla, Etimologías, XVIII, 53)

Mosaico, Museo Arqueológico Nacional, Madrid. Foto Carole Raddato


El arbelas fue un tipo gladiatorio también conocido con el nombre latino de scissor que se distinguía por llevar en la mano izquierda una especie de brazo postizo de metal terminado en una cuchilla en forma de media luna. En la mano derecha portaba un gladius o puñal. Vestía probablemente una loriga de malla o escamas y su casco era similar al del secutor.

Estela funeraria del arbelas Myron, Museo del Louvre, París


El gladiador andabata luchaba posiblemente a ciegas con un casco sin ningún orificio para ver. Los andabatae eran los obligados a combatir a muerte en la arena como pena capital. Estos gladiadores no habían pasado por ninguna escuela, pues eran condenados a muerte. Tras la pelea algunos operarios se aseguraban de que estaban muertos para que no escaparan.

“De todos modos, eres mucho más cauto en cuestiones militares que en el asesoramiento jurídico en vista de que un entusiasta de la natación como tú no ha querido nadar en el Océano, ni ha querido contemplar los esedarios alguien como tú, a quien antes no podíamos hacer perder ni siquiera los espectáculos de los gladiadores andábatas. Pero ya está bien de bromas.” (Cicerón, Cartas a familiares, VII, 10, 2)

El paegnarius era un luchador que salía en los intermedios de los juegos para entretener al público y mantener la tensión hasta el próximo combate. Sus armas constaban de un palo de madera o un látigo y su traje no proporcionaba demasiada protección, porque su propósito no era crear el mismo daño que un gladiador real.

Paegnarii, villa de Nennig, Alemania. Foto Carole Raddato


Los combates de mujeres a espada ya existieron desde el principio mismo de la fundación de los juegos, cuando se celebraban como una práctica funeraria. Las feminae, mujeres de clase alta, no parece probable que entrenasen para luchar en el anfiteatro, y mucho menos por dinero, sino que principalmente entrenarían como medio para pasar el tiempo libre, en parte probablemente para mantenerse en forma, y en buena medida también para reafirmar su independencia frente a la sociedad patriarcal en que vivían. 

“En el mismo año, César confirió el derecho a los pueblos de los Alpes Marítimos. Arregló los asientos reservados en el circo a los caballeros romanos, es decir, frente a aquellos de la plebe: de hecho, entraron al circo sin distinción, porque la ley Roscia lo había establecido, para los caballeros, solo las primeras catorce filas en el teatro. En ese año, las actuaciones de gladiadores se llevaron a cabo con una gran ostentación como los juegos del pasado. Pero muchas mujeres nobles y muchos senadores se degradaron bajando a la arena.” (Tácito, Anales, XV, 32)



La participación de mujeres en los combates gladiatorios hacía crecer la popularidad del editor (organizador) del espectáculo. De ahí la autopropaganda que de ello hacen los editores, como el caso de Hostiliniano, quien en torno a la mitad del siglo II remarca que fue el primero en presentar gladiadoras en la ciudad desde su fundación.

“… Hostiliano, duunviro, cuestor del tesoro de Ostia, sacerdote del culto imperial, organizador por decreto de los decuriones de los Juegos de la Juventud, … junto a su esposa Sabina fue el primero desde la fundación de la ciudad en dar juegos con … pares de gladiadores y mujeres luchando con la espada.” (CIL 14, 4616 and 5381 = AE 1977, 153)

La presencia de mujeres en la arena posiblemente era vista como una mezcla entre algo exótico, lujoso y erótico, que quebraba la norma romana, en la que la mujer estaba vinculada al hogar, sin importar su condición social. Algunos autores describen a las luchadoras como mujeres atractivas, lo que despertaba la libido de los hombres que presenciaban el espectáculo; y es que al igual que los gladiadores, las mujeres luchadoras no sólo servían para dar espectáculo, sino también como una atracción sexual. Cuando las mujeres entraban en combate, al ardor producido por la violencia y la sangre del espectáculo se unían el erotismo y la excitación sexual.

“Las más bellas mujeres de su pertenencia (o) mujeres escogidas por su atractivo rostro deberán luchar a muerte.” (Ateneo, Banquete de los eruditos, IV, 153-154)

Ilustración Tomek Larek


Algunos autores como Estacio consideraban que la lucha femenina no era más que una pantomima, es decir, un espectáculo de relleno visto con connotaciones negativas porque alteraba los roles habituales de género, e incrementaba la excitación sexual en los hombres que asistían al combate.

Entre el rugido del público aparecen erguidas mujeres que no habituadas al hierro emprenden indómitas la lucha viril. Creerías que en el Tanais y el fiero Fasis han llamado a las tropas termodontíacas.” (Estacio, Silvas, I, VI)

En principio, las gladiadoras fueron esclavas o prisioneras de guerra, pero el éxito de las luchas de gladiadoras fue tan grande que algunas de ellas empezaron a surgir de las clases altas de la sociedad romana, lo que dio lugar a un escándalo social a la vez que político, pues el sistema romano establecido en cuanto a clases y roles sexuales corría el riesgo de desmoronarse. Entonces se empezó a limitar su participación en los juegos mediante decretos del Senado.

"(Por decisión del Senado), para los hijos, hijas, nietos, nietas, biznietos, biznietas de senador, para aquellos cuyo padre, abuelo paterno, abuelo materno o hermano sean de rango ecuestre, para aquellas cuyo marido, padre, abuelos paterno y materno, hermano, sean de rango ecuestre: prohibición de firmar un contrato para luchar contra animales, para participar en combates de gladiadores, o participar en una actividad del mismo orden. Que nadie contrate a estos hombres o a estas mujeres, aun cuando ellos se ofrezcan."

Amazona, mosaico de Zippori, Israel


Juvenal piensa que era inmoral que las mujeres de clase alta participasen en los juegos gladiatorios, ya que abandonaban de esta manera su sexualidad femenina, deseando aquello que tienen los hombres por naturaleza, como lo es la fuerza. Critica a las mujeres nobles que traicionan el orden social, al que pertenecían, ya que querer luchar como un gladiador era tener un comportamiento totalmente infame.

"¿Quién no ha oído hablar de las endrómidas de púrpura tiria y del ungüento para mujeres? ¿Y quién no ha visto también las cicatrices en la estaca,
a la que agujerea con continuos golpes de estoque y le amarga con el escudo, completando toda clase de fintas, esta señora, bien digna, por lo demás, de tocar la trompeta en los Juegos Florales, si es que no
promueve en ese intrépido pecho algo más y se prepara para la Arena real?
¿Qué decencia puede demostrar una mujer con casco,
que abdica de su sexo y se enamora de la fuerza? ¡Sin embargo, ésta misma no querría ser hombre, pues nuestro placer de serlo es nada y menos!
¡Bonita exhibición si se hiciera una subasta con las cosas de tu esposa consistentes en un tahalí, mangas aceradas, penachos y una protección hasta media caña para la pierna izquierda! Y si maquina otro tipo
de combate, tú tan dichoso porque tu chica se pone a vender grebas. Éstas son las que sudan en el interior de una gasa ligera, cuya delicada piel escuece incluso un pañillo de seda.
Observa con qué giros asesta los golpes que le enseñan, cómo se dobla con el peso enorme del casco, qué imponente al encogerse sobre las corvas, qué grueso corcho llevan las espinilleras, y ponte a reír cuando abandona sus útiles y coge el orinal.”
(Juvenal, Sátiras, VI)

Ilustración George Vostrikov, Deviant Art

Las mujeres de clase baja (mulieres), necesitadas de dinero, se enrolarían voluntariamente como auctoratae, sin vinculación a un lanista. Sin embargo, lo normal es que se asociaran a uno que les proporcionaba desde ese momento comida y un lugar para entrenar. La preparación les posibilitaba combatir como gladiadoras a un nivel lo suficientemente espectacular como para recibir dinero a cambio. En cuanto a las gladiadoras esclavas, tendrían la misma situación jurídica y social que los gladiadores esclavos: eran propiedad del lanista.

“Ofreció con asiduidad espectáculos magníficos y suntuosos, no sólo en el anfiteatro, sino también en el circo, donde, además de las solemnes carreras de bigas y cuadrigas, llegó incluso a presentar, combinándolos, dos tipos de combate, a caballo y a pie, y asimismo, en el anfiteatro, uno naval. Y ofrecía espectáculos de caza y gladiadores también por la noche a la luz de candelabros, y los combates no eran sólo entre hombres, sino también entre mujeres.” (Suetonio, Domiciano, IV.1)

Figura femenina. Museo de Arte y Oficios de Hamburgo


En época de los Severos se prohibió la participación de las mujeres en los juegos, independientemente de cual fuera su procedencia.

"Tuvo lugar también durante aquellos días una competición gimnástica, en la cual se reunió tan gran cantidad de atletas, por mandato, que nos preguntábamos cómo iba a ser posible que la pista los contuviese a todos. Y en esta competición también tomaron parte mujeres, compitiendo entre ellas muy fieramente, resultando de esto que se hicieron chistes también [además de sobre las atletas] de otras muy distinguidas damas. Por tanto, se prohibió que cualquier hembra, sin importar cual fuese su origen, luchara en combate singular.” (Dion Casio, Historia Romana, LXXVI, 16, 1)

Relieve de las luchadoras Amazonia y Achillia, Halicarnaso.
Museo Británico, Londres


Los editores de los juegos buscaban los espectáculos más exóticos y atractivos para entretener al público y ello llevaba a que enfrentasen, por ejemplo, a mujeres con enanos, como cuenta Dión Casio sobre una celebración en la villa privada de Domiciano.

"A menudo celebraba juegos también por la noche, y a veces enfrentaba a enanos contra mujeres.” (Dión Casio, Epítome, LXVII.8.4)

Gladiador enano.
Museo Británico, Londres


Los aficionados animaban a su tipo gladiatorio favorito y se emocionaban ante la posibilidad de que el gladiador al que animaban ganase ante el que odiaban.

El luchador más odiado era el retiarius, sin duda, ya que su técnica de combate se consideraba desleal, pues se basaba en vencer al adversario mediante ardides (cobardes e innobles para la mentalidad romana); rehuía el cuerpo a cuerpo (en vez de acercarse) y su objetivo era enredar al rival en la red, imposibilitando así que este luchase, lo que era la manifestación más clara de la anulación de la lucha que representaba el retiarius.

Detalle de mosaico con retiarius vencido. Museo Arqueológico Nacional de Madrid


El tracio (thraex) era uno de los gladiadores favoritos para el público y uno de los más representados en las artes figurativas. Esta especial atracción puede encontrarse en que su armadura era especialmente elegante, lo que sin duda atraía al público.

“Después de haber anunciado un combate de gladiadores, declaró que lo celebraría no conforme a su gusto, sino al de los espectadores, y cumplió cabalmente su palabra, pues no negó ninguna de las peticiones que le hicieron e incluso invitó espontáneamente al pueblo a pedirle lo que quisiera. Es más, mostrando ostensiblemente su inclinación por las armas de los tracios, bromeó a menudo con el pueblo con palabras y gestos, como partidario de estos, sin que, no obstante, su majestad sufriera menoscabo ni se viera mermada su ecuanimidad.” (Suetonio, Tito, VIII, 2)

Variantes del tipo gladiatorio Tracio


Al igual que el emperador Tito se mostraba partidario de los tracios, otros emperadores también escogían su tipo de gladiador preferido, como Domiciano que se inclinaba por el murmillo.

“En vista de que un padre de familia había dicho que un tracio podía tanto como un murmillo, pero menos que el organizador de los juegos, lo hizo arrancar de su asiento y arrojar a los perros en la arena, con un cartel que decía: (Partidario de los tracios que ha pronunciado palabras impías).” (Suetonio, Domiciano, 10, 1)

Estela funeraria del murmillo Quintus Sossius Albus. Aquileia, Italia



Bibliografía


MUNERA GLADIATORIA: ORIGEN DEL DEPORTE ESPECTÁCULO DE MASAS, Alfonso Mañas Bastidas
Gladiators 100 BC – AD 200; Stephen Wisdom, illustrated by Angus McBride
Gladiators, Fighting to the Death in Ancient Rome; M.C. Bishop
EPITAFIOS LATINOS DE GLADIADORES EN EL OCCIDENTE ROMANO; ALBERTO CEBALLOS HORNERO
DEFEAT IN THE ARENA; KATHLEEN M. COLEMAN
SPECTACLE IN ROME, ITALY, AND THE PROVINCES; MICHAEL J. CARTER AND JONATHAN EDMONDSON
Gladiators and Monomachoi: Greek Attitudes to a Roman ‘Cultural Performance; Michael J. Carter
The Roman Games, Historical Sources in Translation, Alison Futrell
Gladiators: Violence and Spectacle in Ancient Rome, Roger Dunkle, Routledge
Femina Furiosa: Female Arena Performers and Their Role in Ancient Roman Spectacle; Courtney Tuck-Goetz
Female and Dwarf Gladiators; Stephen Brunet
New evidence of female gladiators: The bronze statuette at the Museum fr
Kunst und Gewerbe of Hamburg; Alfonso Mañas
Gladiatorial Combat: The Rules of Engagement; M. J. Carter





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