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Beatus Ille, vida campestre en la antigua Roma

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Toledo Museum of Art, Estados Unidos


Febo, ayuda a estos intentos que no pretenden nada grande,
ni siquiera lo que de ti quiere sacar el vulgo malicioso.
Aleja las riquezas, que los cargos les caigan a esos otros
que los quieren, que a otros los ayude privanza grande;
que este haga de almirante en los navíos o alegre
mande en campamento ajeno con servicial esmero;
que una provincia tema los doce fasces de otro;
oiga el de más allá aplausos sin parar reiterados.
Que yo atienda a un campo de pobre suelo y a versos
despreocupados, y que no pase un día sin un hermano;
que a mi vida descansada le lleguen diversiones
limpias, que mi alma de nada se espante ni nada anhele;
que largo tiempo ignorado me acabe una vejez sin achaques
y mis dos hermanos recojan los huesos en mi sepelio.
 (Antología Latina, 804)

La ciudad en la antigua Roma, según algunos autores, era un espacio de corrupción moral, donde los excesos evitaban que sus habitantes pudieran llevar una vida adecuada y donde incluso los hombres buenos estaban siempre ocupados por las obligaciones profesionales o políticas. Por el contrario, en el campo se podía vivir feliz, despreocupado y dedicado a los placeres de la vida sencilla.

Los campesinos de los que hablan los literatos viven esa sencillez, contentos con sus recursos, aunque estos sean limitados, en un hogar apacible donde la familia juega un papel fundamental con ofrendas a los dioses, principalmente los relacionados con el entorno rústico, para atraer la prosperidad a sus hogares.

"Pero, ante todo, da culto a los dioses y cumple cada año el rito a la gran Ceres oficiando sobre la lozana hierba, cuando ha tocado a su fin el largo invierno, entrada ya la serena primavera. En esta época están gordos los corderos y los vinos entonces se enmollecen, entonces el sueño es dulce y en las montañas la sombra espesa. Que la campesina mocedad se te una a ti para adorar a Ceres, en cuyo honor exprime los panales de miel en leche y vino dulce y por tres veces que la víctima propicia vaya en procesión alrededor de las mieses nuevas, que la acompañen con regocijo la gente y el coro entero y con gritos llamen a Ceres a sus casas y que nadie meta la hoz en las espigas sazonadas, antes de que, en honor de Ceres ceñida la frente con corona de encina, dance en desordenados movimientos y pronuncie los himnos de ritual." (Virgilio, Geórgicas, I, 340)

Pintura de Alma-Tadema


La vida rural se desarrolla alrededor de la agricultura, que es la principal fuente de ingresos, y las necesidades de las cosechas y el ganado rigen la vida en base a las jornadas diarias y las estaciones del año.

La sociedad romana pre-imperial asociaba la pobreza con la virtud, ensalzando al virtuoso hombre pobre como alguien dedicado a su labor, ya fuera la agricultura o el ejército, que se conformaba con tener lo suficiente para subsistir.

"Si en algún tiempo la fría lluvia retiene en su casa al labrador, es ocasión de hacer holgadamente muchas cosas que tendrían luego que ser improvisadas bajo un cielo sereno. El labrador aguza la dura punta de la embotada reja, de troncos de árbol excava las barricas, o empega los ganados o numera sus montones. Otros afilan las estacas y las horcas de dos ganchos y preparan las ligaduras amerias para la flexible vid."(Virgilio, Geórgicas, I, 260)


La imagen tradicional del campesino feliz en la literatura Latina suele incluir a la familia como elemento relevante para conseguir una producción fructífera de la tierra o los animales. Tanto la esposa como los hijos ayudan en las labores del campo.

"¡Cuánto más digno de ser alabado es éste al que, dispuesta su descendencia, la perezosa vejez lo sorprende en su modesta casa! Él mismo sigue a sus ovejas, su hijo a los corderos y su mujer le prepara agua caliente cuando regresa cansado. Así sea yo, y me sea lícito blanquear mi cabeza con canas y, viejo, evocar los recuerdos de un tiempo pasado." (Tibulo, I, 10, 40)



Los intelectuales de la época veían la vida en el campo como un refugio donde olvidar las preocupaciones de la vida en la ciudad. Horacio describe su finca sabina, regalo de su patrono Mecenas, como un símbolo de la tranquilidad necesaria que el poeta necesita para componer su obra.

"En estas cosas pierdo el día de mala manera, no sin formular un deseo: «¡Oh campo!, ¿cuándo he de verte?; ¿cuándo me será permitido, ya con los libros de los antiguos, ya con el sueño y las horas de asueto, lograr el dulce olvido de esta vida agitada?" (Horacio, Sátiras, II, 6, 60)

En el campo la vida gira en torno a lo que realmente importa para llevar una vida sin complicaciones, sin dar importancia a banalidades y temas que solo interesan a los que les interesa medrar en la vida social de la ciudad. Por eso el propietario que decide vivir en el campo se rodea de un círculo de amistades que comparte sus mismos intereses y que puede hablar de cualquier asunto con total libertad.

"¡Oh noches y cenas divinas, en las que como con los
míos ante mi propio hogar, y a los traviesos esclavos nacidos en
casa les doy un bocado de cuanto yo pruebo! A l gusto de cada
cual, vacían los comensales copas dispares, libres de leyes absurdas:
el que es un valiente las toma bien fuertes y otro gus-
ta más de remojarse con tragos ligeros. Y entonces empieza la
tertulia, no a cuento de las villas o casas ajenas, ni de si Lepor
sabe bailar o no sabe; sino que tratamos de lo que más nos interesa
a nosotros y es malo ignorar: de si los hombres son felices
por la riqueza o por la virtud; de qué nos arrastra hacia la amis-
tad: el interés o la honradez; y de cuál es la naturaleza del bien,
y cuál su máximo grado."
(Horacio, Sátiras, II, 6, 65)

Mosaico de El Bardo, Túnez

La idea general de los autores de la época es que la gente del campo lleva una vida más moderada y saludable que los que viven en la ciudad, más dependientes de caprichos extravagantes y distracciones mundanas que hacen más difícil su vida diaria.

"Mientras tú quizás andas de aquí para allá sin descanso, Juvenal, por la bulliciosa Subura o te pateas el monte de la soberana Diana; mientras de puerta en puerta de los poderosos te hace aire la toga que hace sudar y, en tu vagar, el Celio mayor y menor te fatigan, a mí, después de muchos diciembres reencontrada, me ha acogido y me ha hecho un campesino mi Bílbilis, orgullosa de su oro y de su hierro. Aquí cultivo perezoso con un trabajo agradable el Boterdo y la Plátea —las tierras celtíberas tienen estos nombres demasiado rudos—, disfruto de un sueño profundo e interminable, que a menudo no lo rompe ni la hora tercia, y ahora me recupero de todo lo que había velado durante tres decenios. No sé nada de la toga, sino que, cuando lo pido, me dan de un sillón roto el vestido más a mano. Al levantarme, me recibe un hogar alimentado por un buen montón de leña del vecino carrascal y al que mi cortijera rodea de multitud de ollas. Detrás llega el cazador, pero uno que tú querrías tener en un rincón del bosque. A los esclavos les da sus raciones y les ruega que se corten sus largos cabellos el cortijero, sin un pelo. Así me gusta vivir, así morir."(Marcial, Epigramas, XII, 18)

Mientras que los ricos habitantes de la ciudad disfrutan de especialidades culinarias presentadas de forma espectacular y de procedencia exótica, sin preocuparse por su calidad como sustento, los residentes en el campo se conforman con una dieta sencilla que comparten con sus invitados y que proviene de sus propias tierras. Horacio se refiere a un conocido suyo, Ofelo, anterior pequeño propietario reconvertido en colono a sueldo:

"Yo nunca me he permitido comer en día que no fuera de fiesta más que verdura con una punta de ahumado pernil; y si tras mucho tiempo un huésped llegaba a mi casa, o bien, si no teniendo trabajo que hacer, en tiempo de lluvias, me acompañaba a la mesa un vecino estimado, nos arreglábamos bien; no con pescado traído de la ciudad, sino con pollo y cabrito. Luego, las uvas que tenía colgadas y las nueces nos proporcionaban el postre, junto con unos higos abiertos. Tras esto, el juego consistía en beber sin otro juez que la culpa; y el vino de las libaciones a Ceres, para que se alzara con una espiga bien alta, distendía las frentes que la inquietud arrugaba." (Horacio, Sátiras, II, 2, 115)

Ilustración de Jean-Claude Golvin


Plinio el joven describe su villa en el campo como el lugar más propicio donde la aristocracia podía combinar el otium y el negotium fácilmente. Sus tierras son extensas y productivas, con pastos y agua y accesible para el transporte de mercancías a la ciudad y así poder ser de provecho al Imperio.

"El paisaje es hermosísimo. Imagínate un anfiteatro inmenso, como solo la naturaleza puede crear. Una extensa y abierta llanura rodeada por montañas que tienen sus cimas cubiertas por antiguos bosques de altos árboles. Allí la caza resulta abundante y variada. Desde las cumbres bajan por sus laderas bosquecillos de árboles maderables, en medio de los cuales hay colinas fértiles y cubiertas de una abundante capa de humus (pues no es fácil encontrar roca alguna, aunque la busques) que no ceden en riqueza a los campos más llanos, y donde madura una excelente cosecha de cereales, más tardía es cierto, pero no de inferior calidad. Al pie de estos sembrados, por todos lados, se extienden unos viñedos, que, al entrelazarse entre sí, presentan en una ancha y larga superficie una panorámica uniforme, en cuyo límite nacen unos arbustos, que forman, por así decirlo, el reborde inferior de la colina. A continuación, vienen prados y tierras de labor, tierras que no pueden ser roturadas a no ser con enormes bueyes y pesadísimos arados: el suelo es tan compacto que cuando se le abre por primera vez se levanta en grandes terrones, de modo que solo a la novena arada se lo domeña. Los prados, floridos y brillantes coma tachonados de gemas, crían tréboles y otras delicadas hierbas siempre tiernas coma si fuesen nuevos brotes. En efecto, todos estos prados se alimentan de caudales inagotables, pero en las zonas donde más agua fluye no se forma ninguna zona pantanosa, pues la tierra, al estar en pendiente, vierte en el Tíber toda el agua que recibe y no puede absorber. El río, navegable, corre a través de los campos y transporta hasta la ciudad todos los productos de la tierra, pero solo en invierno y primavera; en verano baja de nivel y abandona el nombre de gran rio en su lecho arenoso, que recupera en otoño." (Plinio, Epístolas, V, 6)

Ilustración Chris Mitchell

Al mismo tiempo proporciona caza para el divertimento de sus residentes y el propietario puede encontrar paz y tranquilidad para dedicarse a escribir y sentirse más sano y dispuesto a la actividad creativa.

"Allí el ocio es más profundo, más sosegado, y por ello más despreocupado: no hay necesidad alguna de ponerse la toga, nadie de la vecindad te molesta, todo es tranquilidad y descanso, circunstancias que añaden mucho a la salubridad de la región, tanto como un cielo sereno, como un aire puro. Es allí donde mi cuerpo, mi espíritu tienen más vigor. Pues ejercito mi espíritu con los estudios, mi cuerpo con las cacerías. Mis sirvientes están también aquí más sanos que en ninguna otra parte; hasta ahora ciertamente no he perdido a nadie de los que he traído aquí conmigo (que los dioses me perdonen por hablar así). ¡Qué los dioses me conserven en el futuro este gozo, y al lugar esta gloria! Adiós."(Plinio, Epístolas, V, 6)

Escena de caza, Museo Romano de Mérida

Aparte de la caza otra actividad al aire libre que podían practicar los ociosos habitantes de las villas rústicas era la pesca con caña y anzuelo. Plutarco cita una anécdota sobre Marco Antonio y Cleopatra ocurrida mientras él pescaba con la caña:

“Estaba una vez pescando con mala suerte, y enfadándose porque se hallaba presente Cleopatra, mandó a los pescadores que, metiéndose sin que se notara debajo del agua, pusieran en el anzuelo peces de los que ya tenían cogidos; y habiendo sacado dos o tres lances, no dejó la egipcia de comprender lo que aquello era. Fingió, pues, que se maravillaba, y haciendo conversación con sus amigos, les rogó que al día siguiente concurrieran a ser espectadores. Embarcáronse muchos en las lanchas, y luego que Antonio echó la caña, mandó a uno de los suyos que nadara por debajo del agua y adelantándose, colgara del anzuelo pescado salado del Ponto. Cuando Antonio creyó que había caído algún pez, tiró, y siendo el chasco y la risa tan grande como se puede pensar, “Deja – le dijo -, ¡Oh Emperador!, la caña para nosotros los que reinamos en el Faro y en Canopo; nuestros lances no son sino ciudades, reyes y provincias.” (Plutarco, Antonio, 29)



En la Roma imperial de la época de Augusto la vida en la ciudad de Roma se había encarecido debido a los altos precios del mercado y a la escasez de algunos productos. Se necesitaban recursos para hacer frente al gasto de las necesidades básicas, como alimentos, o combustible para calentarse y para cumplir las demandas sociales a las que la pertenencia a la ciudadanía obligaba. Por tanto, muchos miraban en la ciudad miraban a sus lugares de origen enclavados en entornos rurales por la posibilidad de tener una mejor vida que en la ciudad, donde tenían que adular a los patronos que les ayudaban a sobrevivir.

"Te admiras frecuentemente, Avito, de que yo hable demasiado de pueblos remotos, habiéndome hecho viejo en la capital del Lacio, y de que tenga sed del aurífero Tajo y de mi patrio Jalón y de que añore los campos descuidados de una pequeña torre bien abastada. Me gusta aquella tierra en la que una pequeña hacienda me hace feliz y unos pocos recursos me hacen nadar en la opulencia. Aquí se le da de comer al campo, allí da de comer; el hogar se templa aquí con un fuego maligno, allí luce con una lumbre enorme. Aquí es costosa el hambre y ruinoso el mercado; allí la mesa queda enterrada por las riquezas de su propio campo. Aquí se gastan en un verano cuatro togas o más, allí una sola toga me abriga durante cuatro otoños. Anda, hazles ahora los honores a los patronos, siendo así que todo lo que no te proporciona un amigo puede proporcionártelo, Avito, un lugar." (Marcial, Epigramas, X, 58)


Algunos ciudadanos buscaban el amparo de un patrono que ayudara a cubrir sus necesidades más básicas y algunos soñaban con una propiedad en el campo que les facilitara ser autosuficientes y no incurrir en los gastos habituales de vivir en la ciudad. El poeta satírico Marcial se muestra encantado con la finca que su patrona le regala.

"Este bosque, estas fuentes, esta sombra entretejida de los pámpanos vueltos hacia arriba, esta corriente guiada de agua de riego, estos prados y rosales, que no ceden al Pesto de las dos cosechas, y todas las hortalizas que verdean y no se hielan ni en el mes de Jano, y la anguila doméstica, que nada en un estanque cerrado, y esta torre de un blanco resplandeciente que cría palomas de su mismo color, obsequios son de mi dueña. A mi vuelta después del séptimo lustro, Marcela me ha dado estas casas y estos pequeños reinos. Si Nausícaa me concediera los huertos de su padre, podría decirle yo a Alcínoo: Prefiero los míos."  (Marcial, Epigramas, XII, 31)

Ilustración de Jean-Claude Golvin

En algunas obras la descripción idílica de la vida y paisaje campestres son una mera representación de la visión que los residentes en la urbe tienen de lo que debería ser la vida rural. Así es en el caso del personaje Alfio quien aparentemente lleva una plácida vida en el campo, pero que resulta ser una fantasía, porque finalmente se revela que vuelve a su negocio en la ciudad.

“Feliz aquel que, de negocios alejado, cual los mortales de
los viejos tiempos, trabaja los paternos campos con sus bueyes,
de toda usura libre. A él no lo despierta, como al soldado, la
trompeta fiera ni teme al mar airado; y evita el Foro y las puertas
altivas de los ciudadanos poderosos,
Y así, o bien casa los altos chopos con los crecidos sarmientos
de las vides, o bien, en un valle recoleto, contempla
las errantes manadas de mugientes reses; y cortando con la po-
dadera las ramas que no sirven, otras más fértiles injerta; o exprime
mieles que guarda en limpias ánforas, o esquila a las débiles
ovejas. Y cuando el otoño asoma por los campos su cabeza,
de dulces frutas ataviada, ¡cómo goza recogiendo las
peras que ha injertado y uvas que rivalizan con la púrpura, para
ofrecértelas a ti, Priapo, y a ti, padre Silvano, que guardas los
linderos…………………………………………………………………………….
Mas cuando la invernal estación de Júpiter tenante apresta las
lluvias y las nieves, o bien a los fieros jabalíes acosa de aquí y
de allá, con machos perros, hacia las redes que les cortan la escapada,
o con la percha pulida tiende ralas mallas para engañar
a los voraces tordos; y caza con el lazo la tímida liebre y la
emigrante grulla, trofeos placenteros. ¿Quién no se olvida, en
medio de todo esto, de las malas cuitas que provoca Roma?
…………………………………………………………………………………………..
Ni el ave africana ni el jonio francolín bajarán
más gratos a mi panza que la oliva elegida de las ramas más
pingües de los árboles, o la hierba de la acedera, amante de los
prados, o las malvas saludables para el cuerpo enfermo, o la
cordera sacrificada en las fiestas Terminales, o el cabrito arrebatado
al lobo.
Entre estos festines, ¡cómo agrada ver a las ovejas corriendo
a casa ya pacidas, ver a los cansados bueyes arrastrando el
arado vuelto sobre el cuello lánguido; y a los siervos nacidos
en la casa, enjambre de una finca acaudalada, sentados en torno
a los lares relucientes!
Una vez que dijo todo esto, el usurero Alfio, que estaba a
punto, a punto de hacerse campesino, reembolsó todos sus cuartos
el día de las idus,... y ya busca dónde colocarlos en las calendas.”
(Horacio, Épodos, II, 2)



La mayor parte de los autores de la época de Augusto deseaban que con su llegada al poder se volviese a una época de moralidad y simplicidad que acabase con el vicio y la decadencia que se habían implantado en la sociedad romana a partir de la expansión de Roma debida a las conquistas de nuevos territorios. Ansiaban el regreso a una Edad Dorada, un pasado lejano en el que los antepasados vivían una apacible vida campesina antes de que existiesen las ciudades, las armas y las guerras y que se impusiesen los lujos y los excesos como la gula y la impiedad.

iDichoso aquel que llegó a conocer las causas de las
cosas y puso bajo sus pies los temores todos, la creencia
en un destino inexorable y el estrepitoso ruido del Aqueronte
avaro! ¡Pero también dichoso el que supo de los
dioses de los campos, y de Pan y del viejo Silvano y
de las hermanas Ninfas! A ese tal, ni las fasces con-
cedidas por el pueblo, ni la púrpura de los reyes le hicieron
doblegarse, ni la discordia que subleva a los hermanos
sin fe; o el dacio, que desciende desde el Istro conjurado,
ni los negocios de Roma, ni los reinos destinados
a perecer; ése no se dolió, compasivo, del pobre, ni envidió
al que tiene. Los frutos que las ramas, los que los
mismos campos, sin cultivo, generosos produjeron, no tuvo
más que cogerlos; ni vio las leyes inflexibles, la locura
del foro, ni los archivos del pueblo."
 (Virgilio, Geórgicas, II, 490)


Para que un propietario pueda dedicarse al otium necesita disponer de alguien en quien confiar para dirigir su hacienda. Esta labor solía recaer en el villicus, capataz que se encargaba de repartir las tareas y vigilar a los esclavos. En el caso de la finca sabina de Horacio, el villicus, que antes desarrollaba sus tareas como esclavo en la ciudad parece echar de menos su vida en la ciudad con sus diversiones urbanas. Horacio, quien antes disfrutaba de su estancia en la urbe, pero que se ha acostumbrado a la vida sencilla del campo, le reprocha sus quejas y le recuerda que otros esclavos le tendrán envidia por las ventajas que le reporta su puesto actual. El poeta concluye que cada uno debe dedicarse a la labor a la que está destinado.


"Yo llamo feliz al que vive en el campo, y tu al que
en la urbe. El que gusta de la suerte de otro, no es de extrañar
que aborrezca la suya. Igual de necios el uno y el otro, echan
la culpa al lugar, sin razón ni justicia: la culpa es del alma, que
nunca logra escapar de sí misma.
Tú, cuando eras un criado cualquiera, en tus calladas plegarias
ansiabas el campo; ahora que eres capataz añoras la urbe,
sus juegos y baños. Sabes que yo soy consecuente, y que a disgusto
me voy cada vez que los odiosos negocios a Roma me
llevan a rastras. No nos gustan las mismas cosas, y por eso no
estamos de acuerdo.
………………………………………………………………………………………
Vamos, pues, y escucha ahora qué es lo que impide que nos
entendamos. A aquel al que tan bien le caían las togas finas y
los cabellos brillantes; el que tú sabes que, sin dar nada a
cambio, gozó del favor de Cinara la avariciosa, y desde el
mediodía andaba bebido de claro falemo, le gustan las cenas
ligeras y la siesta a la orilla del río, sobre la hierba; y no se avergüenza
de cuanto se ha divertido, mas sí lo haría de no poner un
final a la juerga. Ahí nadie amarga mi bienestar con aviesa mirada,
no lo envenena con el oscuro mordisco del resentimiento;
eso sí, los vecinos se ríen al verme voltear terrones y piedras.
Tú prefieres roer con los siervos la diaria ración de la urbe, y
en tus deseos corres a convertirte en uno de ellos; mas el mozo
de cuadra, que es tan charlatán, te envidia el que puedas disfrutar
de la leña, el ganado y el huerto. El perezoso buey querría
gualdrapas, y arar querría el caballo; mi parecer será que el
uno y el otro hagan a gusto el oficio que saben."
 (Horacio, Epístolas, I, 14)

Museo Nacional Palazzo Massimo, Roma

El clima era un motivo importante para el retiro en el campo. Huir del calor sofocante del verano en la ciudad anima a los ricos hacendados romanos a trasladarse hasta sus villas rurales, donde el ambiente normalmente más fresco y la tranquilidad permite disfrutar del ocio y las actividades propias del campo.

"Te metes conmigo por quedarme en el campo, yo podría con más razón quejarme de que tú permanezcas en la ciudad. La primavera a deja paso al Verano; el sol ha completado su trayecto hasta el trópico de Cáncer y ahora avanza en su viaje hacia el polo. ¿Por qué debería desperdiciar palabras sobre el clima que tenemos aquí? El creador nos ha situado de tal forma que estamos expuestos a los calores vespertinos. Es decir, todo resplandece; la nieve se está derritiendo en los Alpes; la tierra está cosida a grietas. Los vados no son sino grava seca, las orillas duro barro, los llanos polvo; los arroyos languidecen y apenas pueden correr; en cuanto al agua, caliente no es la palabra; hierve. Todos sudamos en sedas ligeras y linos; pero allí estás en Ameria todo envuelto en tu amplia toga, hundido en un sillón, y diciendo entre bostezos: Mi madre era una Samia a alumnos más pálidos por el calor que por temor a ti. Puesto que amas tu salud, aléjate en seguida de tus sofocantes callejones, únete a nuestro hogar como el más bienvenido de todos los huéspedes, y en este, el más atemperado de los retiros evita al intemperado Sirio." (Sidonio Apolinar, Epístolas, II, 2)



Bibliografía

Rasgos de la vida hispanorromana en la Celtiberia, Miguel Dolç
Gaudia Verae Vitae y carpe diem en los Epigramas de Marcial, Aurelio González Ovies
All Country Roads Lead to Rome: Idealization of the Countryside in Augustan Poetry and American Country Music; Alice Lyons
Aristocracy and Agriculture: How Vergil’s "Georgics" Inspired a Wave of Agrarianism and Imperialism; Isabel M. Lickey
The Foliate Lyre: The Use of the Countryside In Horace's Odes; Andrew Michael Goldstei
Horace, Martial, and Rome: two Poetic Outsiders read the Ancient City; Stephen L. Dyson and Richard E. Prior
Otium as Luxuria: Economy of Status in the Younger Pliny´s Letters; Eleanor Winsor Leach
The Simple Life in Vergil's "Bucolics" and Minor Poems; Elizabeth F. Smiley
The Cambridge Companion to Horace, Town and country; Stephen Harrison

Nymphaeum, fuentes y ninfeos públicos en la antigua Roma

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Ninfeo Antonino, Sagalassos, Turquía

Desde el principio de la historia el hombre ha conseguido transformar el paisaje para su propio beneficio, incluyendo los cursos de agua, líquido al que consideraban símbolo de fuerza y vida.

“Todo lo que pueda ofrecer la tierra lo dominamos: nos aprovechamos de los campos, de los montes. Nuestros son los arroyos, los lagos. Nosotros plantamos cereales, árboles; hacemos las tierras fecundas gracias a la conducción de las aguas. Nosotros contenemos, dirigimos, desviamos el curso de los ríos. En una palabra, con nuestras propias manos nos atrevemos a construir en la naturaleza una especie de segunda naturaleza”. (Cicerón, De la naturaleza de los dioses, II, 152)


En las ciudades de la antigüedad aquellos menos pudientes que no podían permitirse la construcción de una cisterna para almacenar el agua o aquellos que, aun teniéndola, no les era suficiente para sus necesidades diarias, se veían obligados a recurrir a las fuentes públicas dispuestas por los distintos rincones y barrios de las ciudades. Es de suponer que sería tareas de esclavos y de mujeres ir a la fuente a por agua para el consumo diario, la cual se convertiría en un punto de encuentro social.

“Este, con tal de ganarse las risas, no tendrá compasión de ningún amigo; y no parará hasta que todas esas cosas con las que embadurna sus folios las sepan cuantos vuelven del horno o la fuente, incluyendo niños y viejas”. (Horacio, Sátiras, I, 4, 36)

Pintura de Ettore Forti

En la antigua Grecia las fuentes de distribución urbana de agua, las krenai, eran esencialmente construcciones de carácter práctico, aunque mostraban algunos elementos decorativos como columnas que soportaban un pórtico o surtidores con formas de cabezas de animales.

“Tras la batalla de Isos y la huida de Darío, Alejandro, que ya dominaba parte de Asia y el resto lo ambicionaba, como le parecía poco lo obtenido y tenía las miras puestas en los confines de la tierra, llegó a esta zona y, tras establecer su tienda cerca del venero que ahora, por obra suya, se encuentra adornado en forma de templete—por aquel entonces su encanto radicaba sólo en su agua—, y después que hubo solazado allí su cuerpo vencido por la fatiga, bebió de la fuente un agua fresca, cristalina y dulcísima. El placer de su bebida evocó a Alejandro el recuerdo del seno materno y reveló a sus compañeros que en el agua se encontraban cuantas cualidades había en la leche de su madre, por lo que le dio a la fuente el nombre de ella.” (Libanio, Discurso de Antioquía, 72-74)



Cuando una población era conquistada o creada se procedía a su urbanización como parte del proceso de romanización, lo que incluía el suministro de agua para consumo de la población y para apagar los incendios. La provisión de agua se hacía principalmente mediante la captación y
acondicionamiento in situ de brotes naturales, siempre que fuera posible.


“Ortigia, situada frente al continente, está unida por un puente y en ella se encuentra la fuente Aretusa, que vierte sus aguas en un río que llega enseguida al mar. Cuenta la leyenda que éste era el río Alfeo que, aunque nacía en el Peloponeso, llevaba su caudal bajo tierra, a través del mar, hasta la fuente Aretusa; luego, brotando allí de nuevo, desembocaba en el mar.” (Estrabón, Geografía, VI, 2, 3)

Fuente de Aretusa, Ortigia, Sicilia

En la ciudad de Roma se aprovecharon los manantiales para abastecer de agua a la población y, si la tradición aseguraba su carácter curativo, se consideraban sagrados por lo que eran destinados a la purificación en los sacrificios y eran objeto de peregrinación. Dentro del foro se dedicó una fuente a la ninfa Yuturna, diosa menor de los pozos, manantiales y fuentes, cuyo manantial original nacía en los Montes Albanos, pero fue dirigido hasta la ciudad por sus propiedades salutíferas y sus aguas empleadas en los ritos religiosos.

“Desde la Fundación de la ciudad durante 441 años los romanos se contentaron con el uso de aguas que sacaban, o del Tíber, o de pozos, o de manantiales. Los manantiales han tenido, hasta ahora, el nombre de objetos sagrados, y son venerados, manteniendo la reputación de sanar a los enfermos; como, por ejemplo, los manantiales de las ninfas proféticas (Camenas), de Apolo, y de Yuturna.” (Frontino, De los acueductos de Roma, I, 4)

Fuente de Yuturna, Roma

Las primeras fuentes romanas eran sencillas obras hidráulicas, sobrias y austeras, que recogían el agua procedente de los manantiales de montaña. Los ingenieros romanos preferían, si era posible, el suministro de agua de manantiales en vez del de ríos o embalses, no sólo porque en general ofrecen un mayor caudal durante las épocas de escasez de agua por la época del año o por la sequía, sino también por la calidad del agua, ya que el agua de manantial era menos turbia y variaba menos de temperatura. Estas construcciones menores eran en general menos costosas que las largas conducciones con acueductos y sifones, pero no eran por ello menos útiles.

“Justo debajo de la elevación (del Acrocorinto) está la fuente de Peirene que, aunque no tiene salida de agua, está siempre llena de agua transparente y potable. Dicen que por la presión desde aquí y otras conducciones subterráneas se alimenta la fuente de la base de la montaña que mana en la ciudad y la provee adecuadamente de agua” (Estrabón, Geografía, VIII, 6, 21)

Fuente de Pirene, Corinto, Grecia

Las fuentes, aparte de contribuir al abastecimiento de agua a poblaciones estables, también se ubicaban a lo largo de las calzadas romanas para el uso de aquellos que las recorrían. Para ello, junto a las vías romanas, sin separarse mucho de ellas, y si era posible, se buscaban y habilitaban fuentes de agua junto a las paradas técnicas que se realizaban a lo largo de los viajes por mercaderes, viajeros y ejércitos romanos.

“En esta fuente clara descansa un poco, viajero, y,
una vez repuesto, emprende de nuevo tu camino.”
(Antología Latina, 772b)

Fuente rural, Portugal. Foto de Samuel López

Las fuentes de tipo urbano que se encontraban en las calles, según las que se han encontrado en Pompeya y Herculano, consistían principalmente en cuatro lajas de piedras que formaban un rectángulo, con un bloque más pequeño, generalmente con una figura esculpida, colocada sobre una de las otras, por la que salía el agua, que caía en el labrum o pileta. Lacus fue la palabra que dio lugar a la denominación genérica de fuente pública. 

Fuente urbana, Pompeya. Foto Samuel López

El acceso al agua de ríos, manantiales y cisternas se realizaba por tuberías, mediante la gravedad. Si el agua se encontraba a un nivel por debajo de la fuente, se utilizaba una noria para elevarla hasta un tanque por encima de ella.
Los surtidores por donde salía el agua se llamaban salientes y podían estar adornados por relieves en bronce o piedra de figuras mitológicas, divinidades o cabezas de animales.

Museo Metropolitan de Nueva York

En Ostia se ha hallado un tipo de fuente distinta denominada `a bauletto´, que estaba cubierta en su totalidad para mantener el agua fresca y protegida. Estas fuentes se encontraban en calles secundarias y en los patios de las ínsulas.

Fuente urban tipo a bauletto, Ostia. Izda. Foto Samuel López. Drcha. Pinterest

Con la construcción de los primeros acueductos la distribución del agua llegó con más facilidad a las ciudades, donde, desde un depósito (castellum aquae), se repartía entre las fuentes públicas, las termas y algunas casas particulares.

“Cuando el agua llegue a los muros de la ciudad, se construirá un depósito y tres aljibes, unidos a él para recibir el agua; se adaptarán al depósito tres tuberías de igual tamaño que repartirán la misma cantidad de agua en los aljibes contiguos, de manera que cuando el agua rebase los dos aljibes laterales empiece a llenar el aljibe de en medio.
En el aljibe central se colocarán unas cañerías, que llevarán el agua hacia todos los estanques públicos y hacia todas las fuentes; desde el segundo aljibe se llevará el agua hacia los baños, que proporcionarán a la ciudad unos ingresos anuales; desde el tercero, se dirigirá el agua hacia las casas particulares, procurando que no falte agua para uso público.”
(Vitruvio, De arquitectura, VIII, 6, 1-2)

Castellum aquae, Pompeya. Foto Pompeii Sites via twitter


Los conductos se hacían de madera, piedra, mortero, arcilla y plomo, y los grifos y válvulas de aleaciones de bronce de alta calidad.

“La conducción del agua se puede hacer de tres maneras: por conductos mediante canales de albañilería, por medio de tuberías de plomo o bien por cañerías de barro.” (Vitruvio, De Arquitectura, VIII, 6, 1)

Aunque el conocimiento de la tecnología hidráulica era elemental, por el gran número de fuentes públicas con las que la ciudad de Roma contaba al principio del imperio, la organización y la gestión de la red de suministro debía ser bastante eficiente.

“Agripa, además, cuando era edil añadió el Aqua Virgo (acueducto), reparó los canales de los otros (acueductos) y los rehabilitó, y construyó 700 fuentes públicas, además de 500 surtidores y 130 depósitos, muchos de los cuales estaban elegantemente decorados. Erigió en estas obras 300 estatuas de mármol o bronce y 400 pilares de mármol, y todo ello en un año.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 121)

Ilustraciones de Luigi Bazzani

Desde la fundación de Roma todos sus gobernantes contribuyeron a aumentar el número de acueductos y de fuentes públicas. Con el progresivo desarrollo urbanístico y económico de las ciudades las fuentes pasaron a formar parte del programa propagandístico del poder ganando en grandiosidad y ornamentación a la par que cumplían su función de abastecimiento hídrico de la ciudad.

Con el emperador Nerva (96–98 d.C.) creció considerablemente la inversión pública en obras hidráulicas de abastecimiento y evacuación de aguas, así como de ornamentación en la ciudad de Roma.

“Esta Ciudad eterna, a la que nada puede acercarse ni comparársele, fue mucho más bella después de todo cuanto hizo Nerva para garantizar la salubridad, aumentando el número de castillos de agua, de fuentes, de aguas destinadas a uso público, a fuentes ornamentales y también a los ciudadanos que obtiene ventajas de tales obras, esparcidas por todas partes. Ya todos gozamos por la mayor limpieza, por el aire puro y han desaparecido los olores malsanos, que en el tiempo de nuestros padres, hacían irrespirable el aire de la Ciudad.” (Frontino, De los acueductos de Roma, 88)

En Sant' Egidio del Monte Albino, Salerno existe una fuente hecha de un bloque de mármol del siglo I d.C., en el que en cada uno de sus lados está representado el río Sarno.

Fuente de Helvius

El interés por el embellecimiento de las ciudades produjo un innumerable grupo de fuentes por todo el imperio, sin apenas características comunes más allá de las funcionales, con una gran libertad de diseño por parte de los arquitectos que inventaron un sinfín de formas arquitectónicas gracias a la libertad compositiva que permitía la tipología.

Las fuentes monumentales públicas, tanto en la vía urbana como en el interior de edificios públicos como las termas, que tenían grandes dimensiones y mostraban una cuidada ornamentación pasaron a denominarse ninfeos. Su origen se sitúa en Grecia, Asia Menor y Siria, lugares en los que alcanzó un extraordinario desarrollo.

Ilustración con reconstrucción del ninfeo de Mileto, Turquía


La primera vez que aparece la palabra nymphaeum (ninfeo) en una inscripción es en época de Trajano, entre el año 102 y el 117 d.C., en Soada Dionysiade, actual As Suwayda, Siria. La ciudad consagra el ninfeo y el acueducto a Trajano.

“Al emperador Nerva Trajano César, Augusto, hijo de Augusto, Germánico, Dácico, investido del poder tribunicio, por décima vez, bajo Aulus Cornelius Palma, legado imperial propretor, la ciudad ha consagrado la traída del agua y el ninfeo” (7 IGR III, 1273)

Ninfeo de Trajano, Éfeso, Turquía. Izda, foto de patano, via panoramio

Hasta finales del siglo I d. C. el significado ligado al término nymphaeum es el religioso, designando un santuario dedicado a las ninfas, pero a partir del siglo II d.C., el término se empieza a referir a fuentes monumentales, algunas con inscripciones de dedicación a las ninfas, pero sin aparente relación con su culto.

“Bryonianus Lollianus, ducenarius y primipilarius, pariente de procuradores y cónsules, fundador y amante de esta ciudad: el consejo de ancianos (gerousia) de Megalópolis [honra a Bryonianus]. Los líderes de las grandes puertas construyeron para ellos una estructura del templo de las ninfas, oh fundador, deleitando con las corrientes del rio y con el divino rugido del agua corriendo sin parar: para el eterno surco de estos manantiales tú lo construiste con generosidad. Suerte al fundador.” (Lanckoronski Vol. 1, Ins. No. 107, Side, Turquía, III d.C.)

Ninfeo de Side, Turquía

Los antiguos santuarios dedicados a las ninfas se situaban en grutas naturales donde manaba agua a las que acudían agricultores y pastores para saciar la sed de humanos y animales. Algunos se convirtieron en lugares de peregrinación donde se depositaban ofrendas junto a las figuras talladas de ninfas u otros dioses.

Palas: Me han contado la historia de una fuente que Pegaso con su dura pata hizo salir de esta montaña. Las maravillas que de ella me han contado me han hecho venir hasta aquí. Como yo estaba presente cuando Pegaso nació de la sangre de Medusa, ahora quiero ver si es cierto el prodigio de la admirable fuente.
Musas: Cualquiera que sea el motivo de tu llegada, ¡oh diosa!, nos sentimos venturosas de tu presencia. Es cierto que fue Pegaso quien ha hecho brotar estas aguas de que hablas.
Condujo una de las Musas a la diosa hacia la fuente, quedándose por largo tiempo admirada. Visitó los antros y las cuevas, viéndose por todas partes gran cantidad de flores mezcladas con la hierba del prado.”
(Ovidio, Metamorfosis, V, 2)

Mosaico de la villa romana de Almenara-Puras; Valladolid

Cuando el culto a las ninfas ya había perdido cierta vigencia, algunas fuentes públicas todavía se dedicaron a ellas reconociendo su influencia como proveedoras de agua.

“Al numen del Aqua Alexandrina. Yo, Laetus, he erigido este altar a las ninfas, cuando ostentaba el poder de las fasces de la patria por aclamación popular por segunda vez: este honor no fue nunca mayor porque en ese mismo año, por el sagrado numen, la abundante ninfa inundó Lambaesis con un gran río.” (Dedicatoria en una fuente, CIL 8.2662, Lambaesis, Numidia, África, 226 CE)

Ninfeo de Zaghouan, África. Ilustración de Jean-Claude Golvin

Algunos de los primeros ninfeos, intentando quizás imitar las grutas en las que se veneraba a las ninfas, se decoraron con piedra pómez y conchas marinas, ornamentación que luego se empleó en las fuentes y ninfeos de casas y villas particulares. En un ninfeo del siglo II a.C. se ha encontrado también la firma del constructor: Quintus Mutius.

Ninfeo de Quintus Mutius, Segni, Italia

Los ninfeos o nymphaea formaban parte de la propaganda política de los emperadores que ponían gran empeño en que los ciudadanos los considerasen como verdaderos padres y protectores de la patria que proveían por sus necesidades físicas y satisfacían sus inquietudes sociales y culturales.

“El (Adriano) también construyó en Antioquía la Grande unas termas públicas y un acueducto con su nombre. Y también construyó el Teatro de las Fuentes de Dafne, y desvió las aguas que fluían hacia los barrancos conocidos como los Agriai.” (Juan Malalas, Cronografía, 278)

Este Teatro de las fuentes de Dafne (Antioquía), construido por Adriano, era una gran cisterna contenida en una construcción en forma de teatro, dotada de una fachada ricamente decorada, donde confluía el caudal de diversas fuentes y torrentes, y el agua era transportada hasta la ciudad por una serie de conductos de diferentes tamaños que daban a un acueducto, de modo que la cantidad de agua que bajaba a la ciudad podía ser regulada.

Ninfeo de Gerasa, Jordania

En las provincias romanas donde el agua era especialmente escasa, como en África y Asia Menor, los planificadores urbanos de las ciudades pequeñas solían incluir un ninfeo monumental, que se consideraba un símbolo de status, y que frecuentemente se dedicaba a la figura de un emperador como signo de la romanización de la ciudad. Este status permitía a las ciudades, a su vez, rivalizar en la edificación de mejores y más grandes construcciones relativas al agua.

“La ciudad habiendo provisto un acueducto, dedicó un santuario y un ninfeo al emperador Nerva Trajano César, hijo de Augusto, Augusto Germánico Dácico, durante la magistratura de A. Cornelius Palma, procónsul del emperador, bajo la supervisión de la tribu de los Somaithenoi.” (IGRR 3.1273, Soada, Siria, 104-105 CE)

Ninfeo de Adriano, Perge, Turquía. Foto Bernard Gagnon

Durante la Roma Imperial la construcción de ninfeos se convierte en uno de los símbolos de la urbanística romana por todo el ámbito territorial. Mientras que los romanos dependían del agua para su supervivencia, los enormes recursos del estado permitían la exhibición de los aspectos más placenteros y lujosos del uso del agua. Al mismo tiempo que las construcciones relativas al suministro de agua mantenía su propósito funcional, un deseo colectivo de experimentar los placeres sensoriales del agua dio lugar a la proliferación de acueductos, fuentes y ninfeos por todo el Mediterráneo durante el Alto Imperio.

“Pero la principal de las bellezas de Dafne y, en mi opinión, del mundo entero son sus fuentes. Porque en ningún otro sitio la tierra ha producido semejante clase de manantiales, ni por su aspecto ni por su utilidad. Éstos son el reino de ciertas ninfas y el don de éstas es el más limpio y puro que hay. Se podría afirmar que estas diosas están satisfechas del lugar no menos que Zeus de Pisa, Poseidón del Istmo, Apolo de Delfos y Hefesto de Lemnos. Por tanto, si hay que creer que las ninfas tienen en el agua su morada, me parece a mí que también frecuentan las demás fuentes, como para ejercer su vigilancia sobre ellas, pero que, como los reyes, se han servido de este lugar como si fuera su acrópolis. Además, tengo el pleno convencimiento de que las tres diosas, cuando sostenían contienda por su belleza, acudieron al juicio tras haberse lavado aquí y no en el lugar que se cuenta.
¿Quién, tras llegar y contemplar cómo mana el agua de sus nacimientos y cómo transcurre a ambos lados del templo, no se admiraría de la cantidad de fuentes, no se sentiría impresionado por su belleza, ni las veneraría como algo divino? ¿Quién no sentiría placer al poner su mano en ellas, no desearía bañarse con mayor gusto y no consideraría lo más dulce del mundo beber de ellas? Pues sus aguas son, a la vez, frescas y cristalinas, muy buenas para beber, ungidas de encantos y reconfortantes para aplicarlas al cuerpo.”
(Libanio, Discursos, 11, 240)

Ninfeo de Aspendos, Turquía. Foto de Anton Skrobotov


Los romanos tuvieron gran éxito en demostrar su poder sobre la naturaleza, mientras proporcionaban un elemento vital y placentero para los ciudadanos. En la construcción de grandes fuentes monumentales se tenía en cuenta no solo la arquitectura como elemento de decoración visual, sino el efecto que el agua podía producir en los sentidos por lo que se cuidaba el reflejo en la superficie, el rugido o murmullo del agua según el caudal al salir de los surtidores, el frescor que empapaba la vegetación circundante y el olor que emanaba de esta una vez mojada o cuando se producía la evaporación.

“Sin duda el Pórtico de Pompeyo, famoso por los tapices del palacio de Átalo, parece aburrido con sus sombrías columnas, y la fila poblada de plátanos que se levantan por igual, y las corrientes de agua que caen del dormido Marón, y Tritón que de pronto esconde en su boca el agua, mientras sus Ninfas murmuran suavemente sobre todo el estanque.” (Propercio, Elegías, II, 32)

Ninfeo de Cesarea, Israel. Foto Mboesch

Si bien es cierto que el agua puede ser estéticamente agradable de forma natural, cuando se somete al control de formas arquitectónicas, puede adquirir nuevos significados, de forma que, por ejemplo, los arcos utilizados en acueductos y ninfeos proporcionaban la idea al que lo contemplaba de que emplear este elemento arquitectónico resultaba, a la vez que muy práctico y funcional, agradable de ver, y esto era compartido a lo largo y ancho del territorio perteneciente a Roma.

“Tal vez en medio de este espectáculo te estés preguntando ansioso de dónde se alimenta esta plaza enriquecida con tantas fuentes, dado que la ciudad está lejos y un acueducto casi inexistente manda hasta aquí un mínimo goteo a través de un estrecho canal. Pues te contestaré que nada fiamos a nuestra diestra, ni confiamos nada en los recursos terrenales, todo lo hemos encomendado al poder de Dios, y del cielo suponemos las fuentes. En fin, hemos construido unas cisternas en todas las partes de las casas para acoger los ríos que Dios derrame desde las nubes y de donde chorreen por igual los cóncavos mármoles llenos hasta los bordes. Pero si alguna vez se presentara una escasez de agua la plaza, adornada por variadas figuras en una distribución intencionada y resplandeciente por la forma de las piletas y las fontanas pintadas, seguirá siendo digna de verse aun con las fuentes secas.” (Paulino de Nola, Poemas, 27, 460)

Reconstrucción virtual de Villa San Marco, Stabia, Italia


Parte de la experiencia sensorial obtenida de estas construcciones se debía a sus programas decorativos. Se importaban materiales lujosos de todas partes lo que acentuaba la propaganda imperial de que el poder de Roma era omnipresente y llegaba a donde quería.

“Además añadió: M. Caecilius, hijo de Marcius, de la tribu Julia, Rufus Concordia, centurión de la legión tercera Cirenaica, , anteriormente oficial jefe de Aelius Julianus, prefecto de los guardias, honró a nuestro emperador L. Aurelius Cómodo Antonino Pio Félix Augusto y dedicó un ninfeo tetrástilo, una crátera con una columna pequeña y un altar con una columna pequeña de mármol y otra columna pequeña, e igualmente decoró con un orbiculum con una columna pequeña y otros objetos, como regalo a Júpiter Dolichenus. Lo dedicó a través de Clodius Catullus, prefecto de los guardias, con Orbius Laetianus, subprefecto, y Castricius Honoratus, tribuno de la segunda cohorte de los guardias, el día antes de las calendas de agosto, cuando Apronianus y Bradua eran cónsules; Herculanius Liberale, el asistente de la enfermería se encargó de que se hiciese.” (CIL 6.414b, ILS 2.1.4315b; Santuario de Júpiter Doliqueno, Roma, 191 d.C.)

Reconstrucción virtual de ninfeo

La decoración de fuentes y ninfeos, además de embellecer la estructura edificada, podía hacer referencia a la historia, los mitos y la religión.

Por ejemplo, como ornamentación se podía usar las figuras de divinidades fluviales y de las ninfas como símbolos del agua, y las estatuas de los emperadores reinantes, de miembros de la familia imperial o de ciudadanos ilustre y benefactores de la ciudad.

“Allí se extiende el excelso Templo de las Ninfas, que atrae todas las miradas por el brillo de sus mármoles, sus abigarradas columnas, sus radiantes pinturas y el caudal de sus fuentes.” (Libanio, Discursos, 11, 202)


En el siglo III d.C. en Perge, actual Turquía, Aurelia Paulina, sacerdotisa de Artemis, puso su dinero para erigir una fuente monumental para abastecer de agua a la ciudad, dedicado a la diosa Artemis Pergaia, patrona de la ciudad, y a la familia imperial. Aurelia, de origen sirio, se trasladó a Perge y allí, una vez viuda, llevó a cabo su acto evergético, manteniendo la tradición de la ciudad al dedicar la fuente a Artemis y manifestando su compromiso con la cultura romana al dedicar también la obra a la familia imperial y erigir sus estatuas que formaban parte de la decoración.

“Aurelia Paulina, sacerdotisa perpetua de la patrona Artemis Pergaia, hija de Apellas, hijo de Dionisos, y de Aelia Tertulla, anteriormente sacerdotisa del culto imperial en la ciudad de Sillyum junto a su difunto marido Aquilius, hijo de Kidramuas, a quien le ha sido concedida la ciudadanía romana por el emperador Cómodo. Construyó e inauguró el hydreion (fuente monumental) y toda su decoración con su propio dinero.”

Ninfeo de Leptis Magna, Libia, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Los santuarios surgidos en el entorno de un manantial eran lugares religiosos muy populares, que permitían la veneración del agua en su origen, ya que se consideraba al agua un elemento vivificador que era un regalo de los dioses para el bienestar de los humanos.

"¿Has visto alguna vez la fuente del Clitumno? Si no las has visto aún (y pienso que aún no, de otro modo me lo hubieses comentado), hazlo; yo las he visto hace muy poco, y lamento profundamente la tardanza. Se levanta una pequeña colina, cubierta con un umbroso bosque de viejos cipreses. Al pie de esta brota una fuente que se expande en diversos brazos de diferente tamaño, y una vez superado el remolino que forma, se abre en un amplio estanque, tan transparente y cristalino, que podrías contar las monedas que han sido arrojadas y los cantos rodados que brillan en el fondo… Cerca se encuentra un templo antiguo y venerado. Hay una imagen del propio dios Clitumno de pie, vestido y adornado con una toga pretexta. Las tablillas prueban la presencia del dios y sus poderes proféticos. Alrededor se encuentran numerosas capillas, tantas como dioses. Cada una tiene su propio culto, su nombre, algunas también sus propias fuentes, pues además de aquella corriente que es, por así decirlo la madre de todas, hay otras de menor caudal que tienen orígenes diferentes, pero que se mezclan con la corriente principal en un lugar donde hay un puente.” (Plinio, Epístolas, VIII, 8)

Ninfeo dórico, Villa de Domiciano. Ilustración de Carlo Labruzzi

Los ninfeos formaban parte del paisaje urbano y agradaban a los ciudadanos por lo que los miembros de la sociedad que querían asegurar su status social y deseaban ser recordados por sus actos benéficos costeaban su construcción.

“C. Titius Antonius Peculiaris, decurión de la colonia de Aquincum, decurión del municipio de Singidunum, duoviro, flamen, sacerdote de nuestro Augusto de la provincia de Panonia inferior, edificó este ninfeo con su propio dinero y proveyó el agua." (CIL III. 10496=ILS 7124, Aquincum, Panonia inferior, III d.C.)


En algunos casos pagaban por su rehabilitación, ya que muchos se deterioraban por el paso del tiempo y por el uso.

“Flavio Filipo varón preclaro Prefecto de la ciudad, el ninfeo sucio de roña contaminado y el mármol desnudo deformado reparó para devolverlo a su estado original”. (CIL 6, 1728ª)

Ninfeo de Butrinto, Albania. Foto de Piotrus

En los últimos tiempos del Imperio toda la infraestructura de la red hídrica estaba bajo el poder del emperador y su corte, ya que el agua se había convertido en un recurso clave para la exhibición de poder, que se reflejaba en la provisión de fuentes de agua corriendo para consumo de la población, para los baños públicos y los ninfeos.

“Pero también Constantina padecía desde antaño, de una manera insoportable, por el aprovisionamiento de agua. Pues en el exterior, a una distancia de una milla, hay fuentes de agua potable y, a continuación, surge en abundancia una gran arboleda con ejemplares que llegan hasta el cielo. Sin embargo, en el interior, donde resulta que las calles no están en llano sino en pendiente, la ciudad estaba desde antiguo sin agua, padecía sed y sus moradores se encontraban de siempre con esa gran carencia. Pero el emperador Justiniano hizo pasar la corriente de agua al interior del muro por medio de una conducción y adornó la ciudad con fuentes que manaban sin cesar, razón por la que se le puede llamar con justicia fundador de la ciudad. Así, pues, los hechos referentes a estas ciudades se llevaron a cabo de ese modo por el emperador Justiniano.” (Procopio, Edificios, II, 6)

Fuente de Ein Hanniya, Israel. Foto de Assaf Peretz

El dios romano de las fuentes, cascadas y pozos era Fontus, cuyo festival, Fontinalia, se celebraba el 13 de octubre en Roma. Ese día se arrojaban flores a las fuentes y se adornaban los brocales de pozos con guirnaldas.

“Las Fontanales (Fontanalia) recibieron su denominación por Fons, porque este día es su fiesta. Por esto entonces lanzan coronas al interior de las fuentes y también ponen coronas a los pozos.” (Varrón, Lengua Latina, VI, 22)

Fontinales, pintura de Emilio Vasarri


Bibliografía

 

El ninfeo romano. Tipologías y características. Aplicación de un método de análisis procedente de la conservación; Lucía Gómez Robles
Descripción de algunas fuentes romanas de la vía de Numancia a Augustóbriga; Clemente Sáenz Ridruejo, Eugenio Sanz Pérez, Laura Catalá Ribero
El agua en la literatura grecolatina; Ramón Teja Casuso
Water Culture in Roman Society; Dylan Kelby Rogers
Terminal Display Fountains ("Mostre") and the Aqueducts of Ancient Rome; Peter J. Aicher
Fountains and the Ancient City. Social Interactions, Practical Uses, and Pleasant Sights; Nicolas Lamare
Water-Display and Meaning in the High Roman Empire; Dylan Kelby Rogers
Fountains and nymphaea; Franz Glaser





Cubiculum, dormitorio en la antigua Roma

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Agripina con las cenizas de Germánico, pintura de Alma-Tadema

Cubiculum es la palabra más frecuentemente utilizada para denominar la habitación de una domus romana en la que sus moradores dormían. En un principio, por las características de su uso privado, no se consideraba una estancia importante de la casa, por lo que se ubicaba en un lugar apartado, sin apenas espacio, sin decoración, ni iluminación natural. Cuando las casas incorporaron el peristilo central, el cubiculum nocturno pasó a tener mayor importancia en la distribución espacial de la domus.

"Nació el tercer día antes de las calendas de enero del año que se hizo famoso por el asesinato de Gayo (Calígula), en una humilde morada cerca del Septizonio, en una habitación sumamente pequeña y oscura, pues todavía se conserva y se muestra al público." (Suetonio, Tito, 1)

Lecho del lupanar de Pompeya

Según la división que hace Vitruvio de las estancias de una casa, estas pertenecían a las zonas públicas, donde no se necesitaba permiso para entrar, como el vestibulum, el atrium y el peristylum, o a las privadas, donde no se permitía el acceso libre a cualquiera, como el balneum, el triclinium o el dicho cubiculum.

Las estancias para los esclavos, más humildes, parecen haberse denominado cellae.

"Rodeando los pórticos encontramos unos triclinios más corrientes, los dormitorios (cubicula) y las habitaciones de los esclavos (cellae familiaricae)." (Vitruvio, De Arquitectura, VI,7, 2)

Recreación de cubiculum, Expo 30 años de la villa de Carranque, Foto Samuel López

Para un término más amplio que cubiculum, se utilizaba la palabra conclave, como aposento en el que descansar tras un viaje, reposar de una enfermedad, o sala para alumbramientos.

"Pues ¿para qué voy yo a recordar al rey Deyótaro, nuestro huésped, un hombre sumamente ilustre y excelente, que nunca emprende cosa alguna sin contar con los auspicios? Una vez, advertido éste por el vuelo de un águila, suspendió un viaje que ya estaba previsto y dispuesto, y la habitación en la que precisamente se habría alojado, caso de proseguir su marcha, se derrumbó durante la noche siguiente." (Cicerón, De Adivinación, I, 15, 26)

Cubiculum, Arbeia Fort, South Shields, Inglaterra. Foto Paul Docherty

En ocasiones el ocupante del dormitorio recibía a personas ajenas a su casa en él, en vez de en el atrio u otra zona pública de la vivienda con el fin de tratar sobre algún negocio. No se veía bien si los negocios tenían carácter público, pero sí era bien visto si se trataba de asuntos privados.

"Su crueldad era no solo grande, sino también sutil e imprevista. La víspera del día en que crucificó a su tesorero, le hizo venir a su habitación, le obligó a sentarse en el lecho a su lado, y le despidió sin que el susodicho sintiera el menor recelo ni inquietud; incluso se dignó enviarle una parte de su cena."(Suetonio, Calígula, 11, 1)

Pintura de Alma-Tadema

El dormitorio romano estaba diseñado de forma que se pudiera disfrutar de tranquilidad y privacidad. El cubiculum en ocasiones se veía como un lugar en el que mantener el secretismo de una acción, para lo que se hacía imprescindible cerrar la puerta con llave.

"Ella recobró así su buen humor y dijo: «Por favor, ante todo, déjame cerrar bien la puerta de la habitación: si alguna de mis palabras filtrara al exterior, me sentiría culpable de una profanación y un gran escándalo». Al mismo tiempo echó el pestillo, enganchó sólidamente la barra y volvió a mi lado." (Apuleyo, Las Metamorfosis, III, 15, 1)

Pareja besándose, cubiculum, Palazzo Massimo, Roma

Las grandes villas donde la gran cantidad de esclavos hace suponer que habría gran alboroto a ciertas horas del día tendrían cubicula en áreas de las casas lo suficientemente apartadas para que las horas de descanso o trabajo de los dueños no se vieran perturbadas.

"Unido a este gabinete hay un dormitorio para el descanso nocturno, que ni las voces de mis esclavos, ni el murmullo del mar, ni el estruendo de las tormentas ni el fulgor de los relámpagos, ni siquiera la luz del día, pueden penetrar, a no ser que las ventanas estén abiertas. La razón de este profundo y tranquilo retiro se debe a la existencia de un corredor que, situado entre la pared del gabinete y el muro del jardín, hace que todos los ruidos se pierdan en el espacio vacío." (Plinio, Epístolas, II, 17, 22)

Los cubicula serían habitaciones, que, en caso de las casas grandes, se ubicarían en lugares retirados de los espacios donde podía haber más ruido. Las actividades diarias podrían continuar sin temor a despertar a los que aún dormían.

"Cuando te arreglas tú también, pensemos los demás que estás durmiendo: más hermosa te veremos después del último retoque. ¿Por qué tengo yo que saber la causa de la blancura de tu cara? Cierra la puerta de la alcoba: ¿por qué exhibes una obra sin acabar? Bueno es que los hombres ignoren todo esto, pues una gran parte de ello desagradaría, si no se ocultara convenientemente." (Ovidio, Arte de Amar, III, 223)

Pintura de Alfonso Salvini

El cubiculum sería también el lugar donde vestirse y quitarse la ropa a la hora de dormir.

"No dejó nunca de tener preparados dentro de su habitación un traje de calle y unos zapatos para los casos imprevistos."(Suetonio, Augusto, 73)

En la privacidad del cubiculum, sería costumbre comportarse de manera relajada y alejada de los convencionalismos sociales, por lo que los ciudadanos que podían permitirse ocupar su propio cubículo en la casa vestirían ahí de manera informal.

"Por este motivo, apenas p a s a do un mes sin tener en cuenta el día ni la hora y ya al atardecer, los soldados le sacaron de improviso de su habitación tal como estaba, en ropa de andar por casa, le saludaron como emperador y lo pasearon por las calles más concurridas." (Suetonio, Vitelio, 8, 2)

El cubiculum aparece ligado al triclinium cuando alguien se quedaba dormido en el lecho triclinar por haber bebido en exceso habitualmente y debía ser llevado a su dormitorio.

"Ofrecía además con mucha frecuencia luchas de gladiadores durante los banquetes, prolongando las comidas hasta el anochecer y quedándose dormido en el diván donde había comido, hasta que se lo llevaban envuelto en los cobertores a su dormitorio." (Historia Augusta, Lucio Vero, 4, 8)

Escena pompeyana, pintura de Alma-Tadema

Sin embargo, esta no es la única actividad que se desarrollaba en tal habitáculo, porque allí tendrían lugar también las relaciones sexuales entre esposo y esposa o las relaciones sexuales extramatrimoniales. En la literatura se evidencia que la consumación del matrimonio no se completaba hasta que la esposa entraba en el dormitorio del esposo.


“Luego que, bajo los techos del tálamo, hechos de piedra pómez, entran,
disfrutan por fin de lícita plática. Juntos unen sus diestras y se ponen en la cama.
Mas Citerea a nuevas acciones y Juno, que preside los himeneos,
incitan y aconsejan emprender desconocidos combates.
Él, entonces, con abrazo tierno la acaricia,
y de pronto recibe la llama natural y el lecho conyugal:
«Oh doncella, rostro nuevo para mí, gratísima esposa,
por fin llegaste, mi único y ya retardado placer.”
(Ausonio, Centón nupcial, 7)

Escena del cubiculum, Villa Farnesina, Museo Arqueológico Nacional, Roma

Los esposos que compartían un vínculo emocional compartirían el dormitorio, aunque entre las élites que disponían de grandes viviendas con muchas habitaciones se podía dar el caso de que cada uno de los esposos dispusiese de su propia estancia para descansar y dormir, a pesar de existir entre ellos un amor sincero.

"No podrías creer cuanto te echo de menos. El motivo es en primer lugar el amor que te tengo, y en segundo, que no tenemos costumbre de estar separados. Esta es la razón por la que paso en vela la mayor parte de las noches con tu imagen en mi mente; y por la que, en pleno día, en las horas que solía pasar a tu lado, mis pies me llevan ellos solitos (como se dice con gran verdad) a tus aposentos; y por la que, finalmente, me alejo triste y afligido, como el amante al que le han dado con la puerta en las narices."(Plinio, Epístolas, VII, 5, 1)

El pudor sexual en la alcoba matrimonial recaía siempre en la mujer a la que se le impedía tener la iniciativa en el acercamiento sexual, algo que se consideraba socialmente inadmisible y que es ampliamente criticado.

"Sin guardar, Lesbia, y abiertas siempre tus puertas, pecas y no ocultas tus devaneos y te causa más placer un mirón que un adúltero y no te son gratos los goces, si se quedan ocultos algunos". (Marcial, Epigramas, I, 34)

Escena del cubiculum, Villa Farnesina, Museo Arqueológico Nacional, Roma

Los poetas a veces usaban la palabra griega thalamus para designar la alcoba matrimonial.

"A nuestras uniones les convienen las alcobas y una puerta, y nuestras partes vergonzosas se ocultan debajo del vestido que las cubre."(Ovidio, Arte de Amar, II, 617)

Los enfermos y personas convalecientes descansaban en los lechos de sus aposentos y era costumbre recibir a familiares, amigos, allegados que se acercaban a interesarse por su salud.

"Recuerdo que en cierta ocasión Celsino Julio el númida y yo fuimos a visitar a Cornelio Frontón, que padecía un doloroso ataque de gota. Y, nada más ser introducidos, lo encontramos recostado en una tumbona griega y a su alrededor, sentados, muchos hombres célebres por su sabiduría, por su linaje o por su fortuna." (Aulo Gelio, Noches Áticas, XIX, 10)

Severo y Caracalla,  pintura de Jean Baptiste Greuze

El cubiculum se convierte también en cámara fúnebre ya que el difunto moriría en su propio lecho o sería dispuesto en él tras su fallecimiento en otro lugar. Allí sería lavado y preparado el cuerpo para su entierro antes de ser posiblemente trasladado a otra estancia para ser velado por familiares y amigos.

Muerte de Lucano,  pintura de José Garnelo, Museo del Prado

Quintiliano recomienda el cubiculum como lugar en el que escribir durante la noche a la luz de una lámpara con vistas a lograr una mayor concentración en el trabajo. Dicha actividad, propia de individuos pertenecientes se denominaba lucubratio.

"Y por lo tanto los que trabajan por la noche han de estar como encubiertos con el silencio de ella, encerrados en una habitación y con una sola luz." (Quintiliano, Instituciones Oratorias, X, 3, 5)

La luz artificial de antorchas, velas y lámparas de aceite permitían prolongar actividades cotidianas hasta bien entrada la noche, por lo que se aprovechaba para leer y escribir.

"No en vano, si hubieran podido hablar las lámparas que permanecían encendidas durante la noche mientras trabajaba, hubieran demostrado que había una gran diferencia entre este príncipe y los demás, pues ellas sabían que Juliano no cedía ni siquiera ante las exigencias de las necesidades corporales."(Amiano Marcelino, Historia, 25.4.6)


El dormitorio era también el lugar donde se producirían los partos ya que era donde yacía la madre en su lecho esperando el momento.

"El día en que nació, su padre, que era entonces procurador del gran tesoro, inspeccionó unas ropas de púrpura y ordenó que llevaran las que consideró más brillantes a la habitación donde nació Diadumeno dos horas después." (Historia Augusta, Diadumeno)

La calidad del sueño podía verse afectada por el entorno el que se ubicaba el dormitorio, el clima, la luz y los ruidos. Como en las ciudades el ruido nocturno dificultaba el sueño, los ricos propietarios salían de la ciudad siempre que podían, mientras que los más humildes que habitaban pequeños apartamentos en edificios de varios pisos (insula) debían soportar los ruidos provenientes de sus vecinos o del bullicio callejero.

"En Roma mueren muchos, enfermos de pasar las noches en vela (aunque la indisposición misma la ha generado el alimento sin digerir, que se asienta en el estómago y da ardores). Pues, ¿qué apartamento alquilado permite el sueño? En la ciudad se duerme a costa de mucho dinero.
De ahí el origen del mal. El tráfico de carros por el trazado angosto de las calles y las maldiciones a la recua atascada quitarían el sueño a Claudio y a los novillos marinos."
(Juvenal, Sátiras, III, 232)



Aunque los dormitorios en la domus romana tendían a ser oscuros se orientaban de tal manera que se pudiera aprovechar la luz diurna, aunque muchos no tenían ni siquiera ventanas.

"Te obedezco, mi querido colega, y me ocupo de la debilidad de mis ojos, como me ordenas… He dejado en penumbra los aposentos, colocando cortinas en las ventanas, pero no a oscuras."(Plinio, Epístolas, VII, 21)

Cubiculum, Arbeia Fort, South Shields, Inglaterra. Foto de Paul Docherty

Los cambios de estación se tenían en cuenta a la hora del diseño de las villas por lo que sus residentes podían disponer de habitaciones para invierno, incluidos sistemas de calefacción, o de verano, donde la orientación permitiría que el dormitorio no recibiese tanto calor, aunque siempre quedaba el recurso de mantener abiertas las ventanas, dormir en otro lugar y ser abanicado por los esclavos.

“En verano dormía con las puertas de la alcoba abiertas y a menudo en el peristilo junto a un surtidor, e incluso haciéndose abanicar por alguien.” (Suetonio, Augusto, 82)

Catulo leyendo sus poemas, pintura de Alma-Tadema

El frío podía ser un elemento no deseado que evitaba la comodidad a la hora del descanso nocturno.

"¿Duermes, me preguntas, durante toda la noche, con lo larga que es? Realmente puedo hacerlo, porque soy de mucho dormir. Pero hace tanto frío en mi habitación que apenas puedo sacar la mano fuera."(Frontón, Epístolas, 14)

También podía darse el caso de que el ocupante del cubiculum para dormir estuviese tan acostumbrado que no se trasladase a otro con mejores condiciones al cambiar la estación, algo que no todos podían hacer, ya que los más humildes habitaban en viviendas con una sola estancia.

"Durante más de cuarenta años ocupó el mismo dormitorio tanto en invierno como en verano, aunque sabía por experiencia que Roma en invierno era poco recomendable para su salud y a pesar de que siempre pasaba en ella esta estación." (Suetonio, Augusto)

Cubiculum, Arbeia Fort, South Shields, Inglaterra, Foto Paul Docherty

En las casas donde había un gran número de esclavos el señor podía permitirse el lujo de tener a su servicio un cubicularius, siervo de confianza, al que se le permitía el acceso a la alcoba para realizar sus labores y que se convertía en depositario de todas las intimidades de su dueño. Entre sus tareas destaca ayudar a vestir y desvestir a su señor, preparar su lecho, disponer sus elementos de aseo, despertarle a la hora requerida y velar su sueño sin hacer ruido.

-"Chico, ven recoge todas estas cosas y ponlas en su sitio.
-Haz la cama con cuidado.
-Ya la hemos hecho.
-Y, ¿por eso está tan dura?
-La sacudimos bien y arreglamos la almohada.
-Pero, dado que lo hicisteis de forma indolente, que nadie pase la noche fuera o haga el tonto. Si oigo la voz de alguien no le perdonaré. Id a acostaros, dormid, y despertadme con el canto del gallo para que pueda salir corriendo." (Colloquia Monacenisa-Einsidlensia, 12)


Ilustración de cubiculum

Lo más probable es que tal esclavo durmiese junto a la puerta de acceso al dormitorio del amo, y, quizás en algún caso, dentro del propio cubiculum.

"Hay alguna evidencia de que el cubicularius dormía en el mismo cubiculum que el señor, por lo que era responsable de lo que ocurriera a su amo durante la noche. El oficial, Trebius Germanus, ordenó que se infligiera un castigo a un esclavo que no había llegado a la pubertad, porque el chico casi había alcanzado tal edad; y no le faltaba razón, porque además estaba durmiendo a los pies de su dueño cuando mataron a este, y no dijo que había sido asesinado después."(Digesto, XXIX, 5, 6, 14)

La posibilidad de los esclavos a la hora de tener un lugar propio para dormir en la casa se veía condicionada por el número de ellos o por la afabilidad del dueño hacia la servidumbre. Algunos debían buscar un sitio sobre el suelo en la cocina o compartir un dormitorio, o incluso cama, con otros.

“Tengo un liberto que es hombre de cierta cultura. Cuando reposaba con su hermano menor en el mismo lecho, le pareció ver a alguien sentado en su lecho y que acercaba unas tijeras a su cabeza, y que incluso le cortaba algunos cabellos de la parte alta del cráneo. Cuando llegó el día, se encontró con la coronilla rapada y sus cabellos esparcidos por el suelo. Poco tiempo después otro hecho semejante confirmo el primero. Un joven esclavo estaba durmiendo junto con otros en el dormitorio a ellos reservado. Entraron por la ventana (así lo cuenta) vestidos con unas túnicas blancas dos hombres y cortaron los cabellos al muchacho mientras dormía, y se marcharon por donde habían venido.” (Plinio, Epístolas, VII, 27, 13)

Cubiculum, Arbeia Fort, South Shields, Inglaterra. Foto de Paul Docherty

Los niños, mientras eran pequeños, dormirían en cunas junto a sus padres o nodrizas, en casos de familias ricas o acomodadas, pero, es posible que solo los niños más crecidos o los jóvenes pertenecientes a las élites disfrutasen de un dormitorio propio.

"Había encargado después que se hicieran dos estatuas de la Fortuna real que suele acompañar a los emperadores y que suele colocarse en las estancias de éstos, con el fin de dejar a cada uno de sus hijos la imagen de una divinidad tan venerable; pero, viendo que le apremiaba la hora de la muerte, ordenó, según dicen, que colocaran dicha Fortuna en la habitación de los dos emperadores en días alternos."(Historia Augusta, Severo, 23, 5)

Pintura de Guglielmo Zocchi

En las casas grandes se podían alojar a invitados que tenían un espacio reservado (hospitium). Familiares y amigos disponían de sus propios dormitorios cuando llegaban a la domus buscando protección o cuando se trasladaban en viajes.

"Por la protección de Mercurio, he hecho edificar este palacio. Antes, como sabéis, no era más que una choza y ahora es un templo: tiene cuatro comedores, veinte dormitorios, dos pórticos de mármol; y en el piso superior otro departamento, la cámara en que yo duermo, la de esta serpiente, y además una bonita habitación para el conserje y cien dormitorios para los amigos." (Petronio, Satiricón, LXXVII)

Por el carácter supersticioso del pueblo romano el momento del sueño nocturno provocaba temor lo que llevaba a recurrir a la protección de dioses guardianes (lares cubiculares) que eran venerados en los lararios particulares, algunos ubicados en el dormitorio mismo.

"El niño que se hallaba, como de costumbre, al cuidado de los Lares de su habitación fue testigo del asesinato; y contaba que Domiciano, nada más recibir la primera herida, le ordenó alcanzarle el puñal que tenía escondido bajo la almohada y llamar a sus sirvientes." (Suetonio, Domiciano, 17, 2)



Al igual que en el resto de la casa el mobiliario de un cubiculum nocturno era escaso, un lecho, un arcón para la ropa, una mesita, una lámpara, un brasero, una silla y posiblemente un orinal.

"De tu gozoso lecho lámpara confidente, aunque hagas todo lo que te apetezca, callaré." (Marcial, Epigramas, XIV, 39)

Los adornos y las obras de arte no solían decorar los dormitorios y cuando lo hacían parece ser que era una costumbre criticada y poco apreciada.

"Colocó las coronas sagradas en sus habitaciones, en torno a los lechos, al igual que unas estatuas que lo representaban vestido de citaredo, e hizo incluso batir una moneda con este cuño." (Suetonio, Nerón, 25)

Con el tiempo el lujo se extendió y las estancias tanto públicas como privadas se fueron llenando con pinturas con diversas escenas en las paredes y con mosaicos en blanco y negro o de colores como pavimento. 

Imagen computerizada del cubiculum, Villa de Publius Fannius Synistor,
Museo Metropolitan de Nueva York

Entre las élites y los nuevos ricos se fue imponiendo la moda de decorar los dormitorios con frescos y mosaicos con temas relativos a la mitología y a veces con iconografía abiertamente erótica.

"Por este motivo, cuando le legaron un cuadro de Parrasio en el que se veía a Atalanta complaciendo con la boca a Meleagro, dándole opción a recibir en su lugar un millón de sestercios si el tema le disgustaba, no solo prefirió el cuadro, sino que lo hizo incluso colgar en su alcoba." (Suetonio, Tiberio, 44, 2)

Mosaico de las Metamorfosis del cubiculum de la villa de Materno, Carranque, Toledo

Sin embargo, es posible que en la decoración se incluyese retratos de seres queridos o vinculados al ocupante del cubiculum nocturno.

“Germánico tuvo por esposa a Agripina, hija de Marco Agripa y de Julia, que le dio nueve hijos; dos de ellos murieron en su más tierna infancia, y un tercero cuando se estaba ya convirtiendo en un niño de notable encanto. Livia consagró una imagen suya, en la que aparecía caracterizado de Cupido, en el templo de Venus Capitolina, y Augusto colocó otra en su dormitorio, que besaba cada vez que entraba en él”. (Suetonio, Calígula, 7)



A pesar de que los ciudadanos romanos procuraban mantener la seguridad de sus viviendas y en particular la de sus habitaciones privadas, las intrusiones e, incluso, los asesinatos tenían lugar en las estancias particulares bien durante la noche o a plena luz del día. También los suicidios tenían lugar en la privacidad de los aposentos privados.

“Dejando la puerta de su habitación abierta hasta una hora avanzada, permitió que pasaran a verle todos aquellos que quisieran. Luego, tras haber calmado su sed con unos tragos de agua helada, cogió dos puñales y, después de haber comprobado su punta, escondió uno de ellos bajo su almohada, cerró las puertas y durmió con un sueño muy profundo. Cuando al fin se despertó hacia el amanecer, se atravesó el pecho de una sola puñalada por debajo de la tetilla izquierda, y, ora ocultando, ora descubriendo su herida a las personas que irrumpieron en el dormitorio a su primer gemido, expiró a los treinta y ocho años de edad y en el nonagésimo quinto día de su imperio, siendo enterrado rápidamente, pues así lo había dispuesto.” (Suetonio, Otón, 11, 2)

Ilustración Livia y Augusto

En los dormitorios más comunes se han encontrado lechos empotrados en hornacinas de las paredes, que podían cerrarse con cortinas o tabiques plegables. El aislamiento de la habitación se conseguía con cortinas o puertas de madera.

Cubiculum, ilustración Peter Conelly



Bibliografía

A Bedroom of One’s Own; Laura Nissinen
Cubicula diurna, nocturna – revisiting Roman cubicula and sleeping arrangements; Laura Nissinen
Nocturnal Writers in Imperial Rome: The Culture of Lucubratio, James Ker
“Public” and “private” in Roman culture: the case of the cubiculum, Andrew M. Riggsby
Sleeping Culture in Roman Literary Sources, Laura Nissin
Roman Sleep: Sleeping areas and sleeping arrangements in the Roman house, Laura Nissin
La casa romana, Pedro Ángel Fernández Vega






Mors immatura, duelo por niños y jóvenes en la antigua Roma

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Museo Nacional de Dinamarca, Copenhagen

En la sociedad de la antigua Roma las inscripciones funerarias recogen las expresiones de duelo y pena, especialmente las dedicadas a los niños y jóvenes que murieron prematuramente. Lápidas, estelas y altares funerarios eran el soporte físico de los mensajes de amor de afligidos padres o parientes a sus hijos o familiares.

Los romanos pensaban que el fatum, visto como el tiempo que se asignaba a cada persona en la tierra al nacer, truncaba de forma trágica las esperanzas que los padres habían puesto en sus hijos. La tumba de la bebé de seis meses Telesphoris recuerda la precariedad de la vida. Sus padres quisieron perpetuar su memoria como testimonio de su amor y su pena con una suntuosa estela funeraria que incluía el retrato de su hija, de la que no se menciona el nombre, quizás porque lo más importante era destacar su desaparición a tan tierna edad y su comparación con una flor de corta existencia. Este epitafio demuestra que a pesar de haber pasado poco tiempo con su hija, los padres desarrollaron un profundo afecto por ella.

“Telesphoris y su esposo, los padres, a su dulcísima hija.
Hay que lamentarse por esta dulce niña.
¡Oh si no hubieras nacido, cuando fuiste tan amada!
Y sin embargo estaba decidido en tu nacimiento que nos abandonarías,
con gran dolor para tus padres.
Vivió medio año y ocho días. La rosa floreció y pronto se marchitó.”
(CIL XIII, 7113)

Detalle de estela funeraria de la hija de Telesphoris,
Landesmuseum, Mainz. Foto Ortolf Harl

Debido a la alta mortalidad infantil de la época se puede pensar que los padres de la sociedad romana estaban preparados para ver morir a sus hijos y nietos y acostumbrados a pasar por el doloroso trance sin hacer gran exhibición de pena por la pérdida, como así parece indicarlo los escritos de algunos autores que advierten sobre dicha situación.

"La naturaleza nos dice a todos: «A nadie engaño: si tú das hijos a luz, podrás tenerlos hermosos, pero también feos: y si por acaso tienes muchos, uno podrá salvar la patria, otro venderla. No desesperes de que lleguen algún día a gozar de tanto favor que nadie, por causa de ellos, se atreva a ofenderte; mas piensa también que de tal manera pueden mancharse, que hasta su nombre sea un ultraje. No es imposible que te presten los últimos honores y que pronuncien tu elogio; y sin embargo, debes estar dispuesta a depositarlos en la pira, niños, hombres o ancianos, porque los años no importan nada, no habiendo funerales que no sean prematuros cuando la madre los acompaña». Después de estas condiciones, convenidas de antemano, si engendras hijos, libras de toda responsabilidad a los dioses, que nada te han prometido." (Séneca, Consolación a Marcia, XVII,7)

Sarcófago de un niño. Palazzo Massimo, Museo Nacional Romano, Roma. Foto Samuel López

Sin embargo, en contra de la idea de que las muertes sucesivas de sus hijos acostumbraban a los padres a no sentir pena cuando cada uno moría, Frontón demuestra que al menos algunos padres sentían profundo dolor cuando alguno de sus hijos fallecía.

“A Antonino Augusto, Frontón:

Con muchos golpes de este tipo me ha probado la suerte durante toda mi vida. En efecto, para no mencionar otras desdichas mías, he perdido cinco hijos, sin duda, en la más desgraciada circunstancia de mi vida, pues los cinco los perdí como si cada uno fuese el único, soportando esta serie de muertes de tal manera que nunca nacía un hijo sino después de haber perdido al anterior. Y así siempre fui perdiendo los hijos sin que me quedase consuelo alguno y fui engendrándolos en medio de un luto reciente.”
(Frontón, Epistolario, 202)

Sarcófago infantil, Museo Británico, Londres

Según el modo de pensar de los antiguos romanos, las emociones que revelaban el lado irracional de los humanos no deberían mostrarse abiertamente delante de toda la comunidad. Estas emociones iban desde la extrema alegría y entusiasmo hasta la más profunda tristeza, ira, desilusión, dolor y temor. La manifestación excesiva de las emociones iba en contra de los tradicionales valores romanos, que daban gran importancia al autocontrol y al decoro.

Plutarco escribe una carta a su esposa en consolación por la muerte de su hija pequeña. Ambos ya habían sufrido la pérdida de dos hijos, pero el autor se muestra partidario de evitar la excesiva expresión de pena y de los signos de luto.

"Dicen también esto con asombro quienes estuvieron presentes, que ni siquiera te pusiste un manto de luto ni te sometiste tú ni a tus sirvientas a aparecer con signos de duelo y afeamiento, que no hubo ninguna disposición de un panegírico lujoso en tomo a la tumba, sino que todo se hizo ordenadamente y en silencio en compañía de los más allegados." (Plutarco, Escrito de Consolación a su mujer, 609 A)



Los varones romanos de la élite debían poseer ciertas virtudes necesarias para hacer carrera en la política o en el ejército, tales como virtus (valor), fortitude (fortaleza) y continentia (autocontrol). Esta última les distinguía de los varones de grupos sociales inferiores, pero les obligaba a mostrar moderación en la expresión de sus sentimientos. Debido a ello Nerón es criticado por la falta de decoro al morir la niña que tuvo con Popea a los pocos meses de nacer.

“Siendo cónsules Memmio Régulo y Virginio Rufo, tuvo Nerón una alegría extraordinaria, por causa de una hija que le nació de Popea, a quien llamó Augusta, dando también a su madre el mismo sobrenombre. Fue el parto en la colonia de Ancio, donde él también había nacido. Ya de antes había el Senado encomendado a los dioses la preñez de Popea, y hecho públicos votos, que se cumplieron y multiplicaron con el parto, añadiendo procesiones y rogativas, y por decreto un templo a la Fecundidad, y un torneo a ejemplo de la religión de Atenas; que se pusiesen en el trono de Júpiter Capitalino las estatuas de oro de las Fortunas; que así como en Bovile se hacían las fiestas circenses en honra de la familia Julia, así también se celebrasen en Ancio en honor de la Claudia y de la Domicia: que fueron todas cosas de poca duración, muriendo como murió la niña antes de cumplir los cuatro meses. Nacieron otra vez de aquí nuevas adulaciones, decretándole honores divinos, altar, simulacro, templo y sacerdotes. Nerón, así como se mostró extremado en el contento, asimismo lo fue en la muestra de dolor.” (Tácito, Anales, XV, 23)

Retrato de una niña, tumba de Aline,
Hawara, Egipto

Recrearse en el dolor por una joven vida rota se consideraba excesiva e incluso ostentosa. Plinio el Joven critica en una de sus cartas a Régulo por su falta de autocontrol con ocasión de la muerte de su hijo.

“Sin embargo, ahora llora al hijo perdido de una forma insensata. El muchacho poseía muchos ponis de silla y de enganches, tenía también perros de todos los tamaños, tenía ruiseñores, papagayos y mirlos; a todos los sacrificó Regulo delante de la pira funeraria. Aquel no era un auténtico dolor, sino una ostentación de dolor.” (Plinio, Epístolas, IV, 2)

Detalle del sarcófago con Aquiles llorando a Patroclo.
Museo Arqueológico Ostiense, Roma
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Sin embargo, la actitud del emperador Marco Aurelio ( al que se le murieron varios hijos) ante la muerte de uno de sus hijos, que ya había sobrepasado la más tierna infancia, es considerada digna y ejemplar.

"Por los mismos días de su marcha, cuando descansaba en su retiro de Preneste, perdió a un hijo de siete años llamado Vero César, al sajarle un tumor debajo de la oreja. Guardó luto solamente durante cinco días por él, y, consolando a los médicos que le habían atendido, se entregó de nuevo a la administración de los asuntos públicos. Y, como se estaban celebrando los juegos de Júpiter Óptimo Máximo, no consintió que se interrumpieran con luto público y ordenó que se limitaran a decretar la erección de estatuas en honor de su hijo muerto, que una imagen suya de oro fuera paseada en la procesión de los juegos circenses y que su nombre fuera inscrito en los himnos de los Salios." (Historia Augusta, Marco Aurelio, 21, 3-4)

Busto de Annius Verus, Museo de Arlés,
 Francia. Foto de Elliot Sadourny

También Tácito alaba la reacción del general Agrícola cuando perdió a su hijo de un año ya que demostró un autocontrol típico de militar.

“Al inicio del siguiente verano, Agrícola recibió un duro golpe en la familia, pues murió el hijo que había tenido un año antes. No soportó su pesar como la mayoría de hombres, que presumen de su fortaleza, ni con los lamentos y la tristeza propia de una mujer, y entre su desolación la guerra le resultaba un alivio.” (Tácito, Agrícola, 29)

En los inicios del duelo podía haber cierta comprensión y tolerancia hacia aquellos hombres que no podían dominar sus emociones, por lo que las convenciones sobre la exhibición de las emociones no eran tan estrictas en los primeros momentos de su dolor. Plinio se refiere a esta circunstancia al hablar de la pena de su amigo Fundanus al perder a su hija Minucia.

“Ha perdido, en efecto, a una hija, que se parecía a él no menos en su carácter que en su rostro y su fisonomía, y que era el vivo retrato de su padre con una asombrosa similitud. Por ello, si quieres enviarle una carta con motivo de este dolor tan natural, recuerda que debes ofrecerle consuelo, pero no uno que parezca una reprimenda ni demasiado crudo, sino delicado y comprensivo. El paso del tiempo hará que esté más dispuesto a aceptar esta perdida. Pues como una herida todavía abierta se resiste a aceptar la mano de quien le quiere curar, luego la acepta y por último la reclama, así un dolor aún reciente del espíritu rechaza y huye de los consuelos, después los echa de menos y se calma si le son ofrecidos benignamente.” (Plinio, Epístolas, V, 16)

Sarcófago infantil, Museo de Agrigento, Sicilia. Foto Zde

Ocasionalmente, sin embargo, un varón noble podía  haber sentido la necesidad de dar paso a su dolor por una muerte repentina o por enfermedad y expresarla de forma que no correspondía al concepto elitista de continencia, dando paso a su pena únicamente en la privacidad de su propio hogar.

“No deben los griegos admirar tanto a aquel padre que, en medio de un sacrificio, al saber la muerte de su hijo, se limitó a mandar callar al flautista, y quitándose la corona de la cabeza, terminó ordenadamente la ceremonia. Así lo hizo el pontífice Pulvilo cuando, al pisar el umbral del Capitolio que iba a consagrar, supo la muerte de su hijo. Fingiendo no haber oído, pronunció las palabras solemnes de la fórmula pontificia sin que un solo gemido interrumpiera la plegaria: oía el nombre de su hijo, e invocaba a Júpiter propicio. Comprenderás que su duelo había de tener término, puesto que el primer impulso, el primer arrebato del dolor, no pudo separar a aquel, padre de los altares públicos, ni de aquella invocación al dios tutelar. Digno era a fe mía de aquella memorable dedicación, digno de aquel sacerdocio supremo, quien no cesó de adorar a los dioses ni cuando se mostraban irritados contra él. De regreso a su casa, sus ojos lloraron y su pecho lanzó algunos gemidos; pero después de tributar los honores acostumbrados a los difuntos, recobró el semblante que tenía en el Capitolio.” (Séneca, Consolación a Marcia, XIII, 1)

Estela funeraria de Tiberius Natronius, Necrópolis del Vaticano.

Hombres reputados son retratados como cercanos a las lágrimas cuando se enfrentan a la muerte de sus hijos o nietos, aunque ello ocurre generalmente de forma privada. Augusto solía besar el retrato de su nieto favorito tras su muerte, puesto que los retratos de los niños en un contexto funerario hacen recordar el tiempo en que sus vidas florecían.

"Germánico tuvo por esposa a Agripina, hija de Marco Agripa y de Julia, que le dio nueve hijos; dos de ellos murieron en su más tierna infancia, y un tercero cuando se estaba ya convirtiendo en un niño de notable encanto; Livia consagró una imagen suya, en la que aparecía caracterizado de Cupido, en el templo de Venus Capitolina, y Augusto colocó otra en su dormitorio, que besaba cada vez que entraba en él." (Suetonio, Calígula, 7)

Retrato de niño. Época Julio-Claudia

La expresión funus acerbum designa al conjunto de ceremonias fúnebres a las que era sometido un individuo fallecido antes de tiempo, es decir, víctima de una muerte prematura, también llamada mors immatura o mors acerba. En este grupo se incluyen los muertos tras el parto o en los días siguientes, y los infantes, pero también todos aquellos que murieron a una edad temprana, como los jóvenes fallecidos antes del matrimonio o las mujeres que perecieron durante el parto. El funus acerbum se celebraba en un principio por la noche en la más estricta privacidad para reducir la visibilidad de tales muertes en la comunidad a la que el infante ya había dejado de pertenecer.

"Bajo el imperio de la naturaleza lloramos cuando nos sale al paso el entierro de una muchacha casadera o se cierra la tierra sobre un niño demasiado chico para el fuego de la pira. Porque, ¿qué persona buena y digna de antorcha iniciática, como el sacerdote de Ceres exige, cree que existe desgracia alguna ajena a sí mismo? Esto nos distingue de las bestias mudas, y por esa razón, habiéndonos cabido en suerte a nosotros solos una inteligencia digna de consideración, capaces como somos de nociones divinas y aptos para inventar y ejercitar las artes, hemos sacado del Alcázar del Cielo un sentimiento de allí enviado, del que carecen las bestias que andan boca abajo y miran a la tierra." (Juvenal, Sátiras, XV, 130)

Pira romana, acuarela IDU Ilustración (Iñaki, Diéguez Uribeondo)

La edad cronológica, así como el status de los difuntos en la comunidad, solía determinar la adopción de ritos específicos relacionados con el momento en que ocurrían las exequias, el tratamiento del cadáver (cremación o inhumación), el lugar donde se depositaban los restos mortales, así como las características de la tumba y del ajuar, además de otros aspectos relacionados, por ejemplo, con la duración del luto.

Los hallazgos arqueológicos parecen demostrar que los bebés fallecidos con menos de un año podían ser enterrados dentro de edificios y/o junto a muros en espacios domésticos o artesanales fuera de las áreas funerarias convencionales.



Según algunos autores clásicos los infantes fallecidos antes de que les hubieran salido los dientes, es decir menores de seis meses de edad, no eran sometidos a la crematio, porque sin dientes no quedaría ningún resto que pudiera regresar a la tierra. Por tanto, estos eran inhumados, lo que suponía una excepción a la práctica de la cremación, predominante en la parte occidental del Imperio romano entre los siglos I a. C. y II d. C.

"No es costumbre de los pueblos la cremación de un hombre antes de que le salgan los dientes." (Plinio el viejo, Historia Natural, VII, 15, 72)


Por norma los infantes menores de un año eran depositados en pequeñas fosas o en contenedores, muchos en posición fetal, y no solían presentar ajuar, sobre todo los fallecidos entre el parto y los días siguientes o los fallecidos con pocos meses de vida. Además raramente solían ser conmemorados, y se recomendaba que no se hiciera luto formal para los niños fallecidos en su primer año de vida.

"No dejará tu recuerdo sin llorar mi planto de buena memoria, hijo mío, el primero que recibió mi nombre; a ti cuya pérdida, cuando intentabas transformar los balbuceos en tus primeras palabras, lamentamos con funerales propios de persona mayor. Tú fuiste colocado al morir en la tumba de tu bisabuelo, para que no sufrieras envidia alguna por tu sepulcro." (Ausonio, Mi hijo pequeño, 10)

Ilustración de Jean-Claude Golvin

Sin embargo, la decisión de erigir una lápida o monumento por un niño menor de un año era algo especial y personal, y, aunque no era habitual incluir palabras de sentimiento por la pérdida de un hijo, sí se mencionaba el nombre del niño, su edad, y el nombre y relación de los dedicantes (generalmente los padres, pero a veces los abuelos o la nodriza). La mención de la edad del difunto podía tener la intención de remarcar el dolor que implicaba una muerte tan temprana.

"A los dioses Manes y a Aelia Secundilla, hija de Publius Aelius Secundus, que vivió 41 días. Publius Aelius Secundus y Flavia Secundilla, los padres lo hicieron."(CIL VI.10978)


"A los dioses Manes. Lucius Cassius Tacitus lo erigió para su hijo Vernaclus, que vivió nueve días." (CIL XIII. 8375)

En cuanto a los restantes infantes, es decir, los fallecidos con uno a seis años, exceptuando algunos casos puntuales, eran sometidos al rito de la cremación. Sus tumbas podían presentar características similares a las de los adultos.

"A los dioses Manes. Para Claudius Hyllus, que vivió cuatro años, siete meses y cinco días. Claudius Tauriscus mandó que lo hicieran para su queridísimo hijo."

Altar funerario de Claudius Hyllus. Foto Sotheby´s

Los pueri, niños de siete a doce años, sí solían ser conmemorados, y en cuanto al duelo, este duraba cerca de diez meses para los fallecidos con siete a nueve años, mientras que a partir de los diez se hacía de igual modo que para los adultos.

"A los dioses Manes.
Para Marcus Carienius Venustus, hijo de Marcus, que vivió 8 años y 10 meses. Marcus Carienius Felix Carienia Venusta, sus infelices padres lo hicieron."
(CIL VI 14402)

Monumento funerario de M. Carienius Venustus.
Royal Ontario Museum, Canadá


Roma tenía regulaciones específicas con relación al duelo por los niños que incluso se recogían por ley.

"Él mismo arregló los duelos por edades y tiempos, como por un niño menor de tres años, que no se haga duelo; por uno de más tiempo el duelo no ha de ser de más meses que años vivió, hasta diez, sin pasar de allí por edad ninguna, sino que el más largo tiempo de duelo había de ser de diez meses." (Plutarco, Numa, 12)

“Por los padres debe hacerse un duelo por un año, como por los niños mayores de 10 años. Los niños hasta tres años deben ser llorados por un mes por cada año que tenían al morir”. (Paulo, Opiniones, I, 21, 13)


Tanto la literatura como la epigrafía proporcionan ejemplos de reacciones individuales que ilustran actitudes diversas ante la pérdida y el dolor. Con respecto a la muerte de niños y jóvenes, en los tiempos más antiguos el duelo era proporcional al tiempo que habían vivido.

Cicerón reflexionó en uno de sus diálogos sobre como los padres que pierden un hijo de menos de un año no han tenido la oportunidad de forjar sus esperanzas para el futuro de estos niños:

“Son las mismas personas las que piensan que, si muere un niño pequeño, hay que soportarlo con ánimo sereno, mientras que, si muere en la cuna, no hay ni siquiera que lamentarlo. Y eso que la naturaleza le ha exigido a éste con mayor crueldad lo que le había concedido. «Él no había gustado aún la dulzura de la vida», se dice, «mientras que el primero tenía ya grandes esperanzas que había empezado a disfrutar».” (Cicerón, Disputaciones Tusculanas, I, 39)

Monumento funerario de L. Julius Thamyrus.
Galería de los Uffizi, Florencia

Ocasionalmente, incluso los bebés que morían antes de recibir su nombre oficial (lo que ocurría a los nueve días) eran conmemorados por su nombre. Sextus Bebius Stolo solo vivió cuatro días y diez horas, pero su tria nomina indica que era ciudadano y nacido libre.

"A los Manes de Sextus Bebius Stolo que vivió cuatro días y diez horas Caius Bebius Hermes, soldado de la flota del Miseno y Aurelia Proba a su dulcísimo hijo." (CIL X.3547)

Retrato de una niña, Hawara, Egipto

Dado que la alta mortalidad entre infantes y niños pequeños en la antigüedad clásica, cuanto más tiempo sobrevivían, más seguros podían sentirse los padres al planear su futuro, pero hacerlo muy pronto no era aconsejable, porque las esperanzas paternas podían verse pronto frustradas.

El retórico y pedagogo hispano Quintiliano perdió a su esposa, muy joven, y posteriormente a sus hijos de cinco y nueve años. Para este último había hecho ya planes de futuro, entre los que se incluía el matrimonio.

"Bien merecidos tengo los tormentos y pensamientos que día y noche me asaltan. ¿Conque te he venido a perder cuando, adoptado por un cónsul, y destinado para ser yerno de un pretorio, tío tuyo, fundabas las esperanzas de un padre no menos con la de tus honores venideros que con las muestras de que aspirabas a la gloria de la elocuencia ática, trocándose todo esto en daño mío? Tome, pues, venganza de un padre que pudo vivir después de perdido un hijo, ya que no el deseo de la vida, a lo menos el sufrimiento e infelicidad con que la paso." (Quintiliano, Instituciones Oratorias, VI)

Tapa de sarcófago de un niño. Termas de Diocleciano, Museo Nacional Romano, Roma


Para referirse a la muerte prematura (mors acerba) se recurría a la metáfora de la fruta no madura, ya que acerbus significa sin madurar. Por ejemplo, en el epitafio de Nymphe, una niña de cinco años cuenta su corta vida, comparándola a una manzana en un árbol, recogida antes de tiempo. La muerte detuvo el ciclo natural de su vida antes de cumplir sus expectativas como mujer.

“A los manes de Nymphe. Achelous y Heorte (lo mandaron hacer) para su dulcísima hija. ¡Saludos! Tú, que estás ahí y ves mi sepulcro, contempla qué vida más indigna me fue concedida. Por cinco años (…) los padres. Cuando me acercaba al sexto año, mi vida acabó. No os enojéis, padres: tenía que morir. El tiempo de mi vida se apresuró, de esta manera lo quiso mi destino. Igual que las manzanas cuelgan del árbol, nuestros cuerpos ya caen al suelo cuando maduran o, rápidamente se desploman, aún inmaduros. Te pido, losa, que descanses ligera sobre mis huesos, si no quieres ser una pesada carga para una tierna edad. ¡Adiós!” (CIL XI 7024)

Busto de niña. Villa Getty, Los Ángeles

Los sentimientos de amor parental y ternura familiar parecen haberse empezado a expresar solo a partir de mediados del siglo I a.C. A partir de ese momento, los niños se convirtieron en un tema de arte funerario, y proliferaron las muestras de amor y afecto por ellos en los epitafios. El epíteto dulcissimus or dulcissima se elegía para conmemorar a los niños pequeños e indicar una cálida relación afectiva.

“A los dioses Manes
A Anthus. Lucius Julius Gamus, el padre a su dulcísimo hijo”

Altar funerario de Anthus. Museo Metropolitan, Nueva York


La palabra “dulcissimus” se empleaba generalmente para niños más pequeños, mientras que “carissimus” y “pietissimus” se utilizaban para caracterizar a los niños mayores de cinco años. Carissimus hace referencia al afecto que los padres mostraban por sus hijos y pietissimus (o pientissimus), que se puede traducir como el más devoto u obediente, haría referencia al cumplimiento del deber filial y a la obediencia por parte de los hijos.

"Decimus Cornelius Herma y Cornelia Tyche, de Ravenna, los desgraciados padres lo hicieron para sus muy devotas hijas Cornelia Helpidis que murió a los 18 años, Cornelia Helpiste que murió a los 19, y Restuta que murió a los 7, y para sus libertos, libertas y sus descendientes."

Retrato de niña época flavia.
Museo Metropolitan, Nueva York

Las muestras de dolor por los niños o jóvenes no solo provenían de los afligidos padres, sino que los amos de esclavos nacidos en su casa exhibían la pena que sentían al morir estos, a los que habían visto nacer y crecer, y a los que en caso de muerte de sus propios padres habían criado, a veces como si fueran sus propios hijos.

“¿Qué delito, qué error es el que purgo con castigo tan grave? He aquí que se me arranca un niño que tenía mis entrañas y mi alma en sus brazos murientes; que no era, ciertamente, de mi estirpe, ni llevaba mi nombre, ni tenía mis rasgos; no lo había engendrado, pero mirad mis lágrimas y mis mejillas lívidas, y creed en el llanto de un hombre abandonado… ¿Podría no llorarte, niño amado? Mientras estuvo a salvo, no ansié tener hijos, desde su nacimiento, al punto su llanto me envolvió y traspasó, yo le enseñé palabras y sonidos, e interpreté sus llantos y sus penas secretas, y cuando gateaba, agachándome hasta el suelo lo elevé hasta mis besos, y acogía en mi seno cariñoso, en el momento mismo, sus mejillas de grana y le atría los amables sueños. Mi nombre fue el primero que supo pronunciar, mi risa, el primer juego para sus tiernos días, de mi rostro nacía su alegría….” (Estacio, Silvas, V, 5)


Martial era un esclavo menor de tres años y su amo le quería hasta el punto de encargar una costosa pieza de mármol en su honor, quizás como parte de un monumento funerario.

"Al dulcísimo Marcial, esclavo, que vivió dos años, diez meses y ocho días. Para él, que lo merecía, Tiberius Claudius Vitalis lo mandó hacer."

Busto del niño Marcial. Villa Getty, Los Ángeles

Las imágenes de niños que se representaban en estelas y altares funerarios podían evocar distintos mensajes. Uno de ellos era la indicación de status social y de la romanitas de la familia, como es el caso de mostrar al niño con bulla y toga como signo de su nacimiento libre. El tema de la muerte prematura se trata con la alusión a los dioses, especialmente, a los relacionados con los difuntos y la conmemoración de su pasada existencia junto a la referencia a lo que podía haber llegado a ser en su vida sino hubiera fallecido a tan temprana edad, podía dar la esperanza a los parientes afligidos de que la vida continuaba, aunque alterada por el destino. La idealización de las cualidades de los hijos difuntos ayudaría a sus padres y parientes a aliviar su pena.

En la estela de Marcianus, el niño es representado con túnica, toga, bulla y una bolsa con libros, y es el propio Marcianus el que expresa su propio epitafio en verso, destacando su dulzura y elocuencia, haciendo referencia a su destino controlado por las Parcas y haciendo ver su status por la asistencia masiva a su funeral.

“En esta tumba Descanso yo, Marcianus, para toda la eternidad.
No esperaba contemplar todavía los reinos de Proserpina.
“Nací en el segundo consulado de Severo con Fulvus, y desde el principio fui muy dulce. Cuando llegué a los seis años, mi salud decayó. ¡Oh, el noveno día que amaneció para mis padres me alejó de sus lamentos! ¡Qué grandes habían sido mis expectativas, si los hados lo hubieran permitido! Las musas, me habían dado a mí, un niño, el don de la elocuencia. Láquesis me envidió, la cruel Cloto me mató, y la tercera Parca no me permitió recompensar la devoción de mi madre. ¡Qué diligentemente, venía la gente llorando por la Vía Sacra para asistir al funeral! Lo llamaron `el día de los Muertos, por la solemne reunión, ya que a nadie tan joven le roban sus años con una engañosa esperanza. Todo el vecindario vino, también, de todas partes para verme morir por el destino en la flor de la vida. ¡Tú, que vives por siempre, conforta a los buenos, conserva sus vidas, y continúa protegiéndolos!”
(CIL VI, 7578)

Estela funeraria de Marcianus, Vigna Amendola, Roma


Otra referencia simbólica a la muerte prematura es la representación de los niños como más mayores de lo que eran cuando fallecieron. Este es el caso de la niña Hateria Superba que habiendo muerto con dieciocho meses aparece en el altar funerario dedicado a su familia llevando túnica, toga y un tocado en el pelo como si fuera una niña de más edad. Sus padres parecen haber sido libertos por sus nombres de origen griego.

“A los dioses Manes, para Hateria Superba que vivió un año, seis meses y veinticinco días. Sus desgraciados padres, Quintus Haterius Ephebus y Julia Zosima, lo erigieron para su hija, para ellos y su propia familia.” (CIL VI 19159)


Las referencias a su vida terrenal aparecen en las figuras de un perrito y un pájaro que podían ser sus mascotas y la alusión a su muerte y a su vida eterna se ven en los erotes que la coronan y la referencia al culto de Isis con las perlas que cuelgan en su frente.

Monumento funerario de Hateria Superba,
Galería de los Uffizi, Florencia

La muerte prematura de los hijos destruye las esperanzas que los padres habían puesto en ellos. Los padres que criaban y se ocupaban de sus hijos esperaban a su vez ser cuidados y mantenidos por ellos en su vejez, pero su descendencia desaparecida nunca llegaría a ser independiente o convertirse en miembros útiles para la sociedad y condenaba a sus parientes a la soledad y la pena.

“Saludos, viajero, pasando por aquí, sin aficción física, detente por un momento y lee esto: por la injusticia de Orcus, que arruinó generaciones, padre y madre tuvieron que hacer por sus desgraciados y dulces hijos lo que había sido el deber de los hijos hacia sus padres, porque ellos no pudieron convencer a los dioses para salvarlos, ni pudieron retenerlos, ni traerlos de vuelta.

Lo que pudieron hacer es, restaurar sus nombres a los celestiales, los nombres de Primigenius, Severus, Pudens, Castus, Lucilla, y Potestas. Esos infelices, abandonados por su prole, dado que habían esperado morir antes que sus hijos, añadieron sus nombres en el mismo lugar, estando todavía vivos, mientras que, nacido bajo un mal hado e injusta suerte, no pudiendo marchar antes que sus hijos, ahora no pueden ni siquiera seguirlos tan rápido como esperaban.

Pero ahora, nosotros, desgraciados, abandonados por nuestros hijos, pedimos a los dioses del cielo y del infierno que permitan a nuestro pequeño nieto, Thiasus, que dejó nuestro hijo Pudens, de corta edad, como una chispa que salta del fuego, heredero de nuestra estirpe, que nos sobreviva: pueda él vivir, ser fuerte, pueda él tener lo que desee. Y ahora te pedimos, nuestro pequeño nieto, servir con deber filial y cuidar la tumba de tus antepasados, y, si alguien te pregunta quién se halla aquí, tú dirás: es Murranus, mi abuelo, porque la desdicha enseña incluso a los bárbaros compasión.”

Monumento funerario de un niño.
Yale University Art Gallery

Las esperanzas de las familias también se veían frustradas en el caso de las jóvenes que fallecían estando en edad de casarse. Puesto que las mujeres no podían destacar con ningún logro político, artístico o social, la única aspiración que tenían era convertirse en madres de ciudadanos romanos que contribuyesen socialmente a la gloria de Roma, por lo cual su temprana desaparición privaba a los padres del único honor que sus hijas podían concederles.

"Te estoy escribiendo esta carta en medio de una gran aflicción: la hija menor de nuestro querido amigo Fundano ha fallecido… Aún no había cumplido los trece años, y ya tenía la prudencia de una mujer de edad y la dignidad de una madre de familia, conservando sin embargo el encanto de la juventud junto con una inocencia virginal… iOh, qué trágico y prematuro funeral! iOh, ese instante de la muerte más cruel que la propia muerte! Ya había sido prometida a un distinguido joven de buena familia, ya había sido señalado el día de los esponsales, y nosotros ya habíamos recibido las invitaciones para el acto. iEn qué profunda tristeza se ha cambiado tanta alegría!" (Plinio, Epístolas, V, 16)

Tapa de sarcófago. Villa Getty, Los Ángeles

Los testimonios indican que la edad apropiada de las niñas para ser prometidas en matrimonio era alrededor de los trece años.

"No había bastado que estos desafortunados padres vivieran con un único dolor, porque ya antes habían perdido a una hija: helos aquí ahora con otra hija enterrada que les renueva el mismo dolor, pues las dos desdichadas fueron a morir ya casi en su edad nupcial. Y qué dolor tan grande nos has dejado, Armonía Rufina, después de vivir con nosotros trece años, seis meses y veintiséis días. Y nosotros, vuestros padres, estamos deseosos de acercarnos a vosotras, yo, vuestro padre Harmonio Jenaro, junto con vuestra madre, Claudia Trófime, que llora y vive sin dejar de lamentarse. Y no dudamos, desde luego, en abandonar la vida y morir." (Epitafio a Armonía Rufina, CIL X, 2496)

Una de las quejas más comunes a la hora de lamentar la muerte de los niños o personas jóvenes era la interrupción de su ciclo natural de vida. Algunos retratos de niños en un contexto funerario idealizado recordaban a los que los veían que hubo un tiempo en que completaron ciertas etapas como la infancia y tuvieron las vivencias propias de su edad.

Sarcófago de M. Cornelius Statius, Museo del Louvre. Foto Ilya Shurigin

Como uno de los principales motivos de erigir un monumento funerario desde el más simple hasta el más elaborado es mantener el recuerdo al difunto, los afligidos padres o parientes se centraban en resaltar las características particulares o los rasgos más sobresalientes de sus seres queridos. Para ello los niños y las niñas solían ser mostrados de forma diferente en sus monumentos funerarios. Los niños aparecían con un aspecto mayor de lo que eran y frecuentemente vestidos con una toga y un rollo de papiro semejando un orador, pues la educación era un medio de alcanzar riqueza y status, que era lo que los padres habían deseado para sus hijos. En el caso del niño poeta Quintus Sulpicius Maximus se incluye una composición poética en griego del propio difunto que leyó en los terceros juegos Capitolinos del año 94 d.C., para indicar lo que ya valía a su temprana muerte, once años.

"Dedicado a los dioses Manes.
A Quintus Sulpicius Maximus, hijo de Quintus, de la tribu Claudia, de Roma, que vivió 11 años, 5 meses y 12 días. En el tercer concurso quinquenal, entre 52 poetas griegos, recibió el favor del público debido a su talento natural a tan temprana edad, lo que le distinguió del resto. Sus versos se han escrito debajo, para que sus amantes padres no sean considerados como exagerados a causa de su afecto. Quintus Sulpicius Eugramus y Licinia Januaria, sus desgraciados padres, erigieron este monumento para su leal hijo, para ellos, y para sus descendientes."

Altar funerario de Q. Sulpicius Maximus,
Central Montemartini, Roma

Algunos padres destacaban las cualidades en las que sobresalían sus hijas, teniendo en cuenta, sobre todo, su educación. Los epitafios con referencias a la mitología o personajes legendarios pueden indicar la importancia que los progenitores daban a la educación y cultura.

"Procura el descanso de las sombras y los alabados espíritus de los piadosos, que guardan los sacros lugares del Erebos, lleva a la inocente Magnilla por los bosques y valles directamente hasta los campos Elisios. Ella fue arrebatada en su octavo año por los temibles Hados, mientras disfrutaba de su tierna infancia. Ella era hermosa, admirable en su razonamiento, sabia para su edad, decente, dulce y encantadora. Una niña tan infeliz a la que se le ha privado de vida tan pronto debería ser llorada con lamentos y lágrimas eternas. ¿O deberíamos decir feliz porque ha evitado la desgraciada ancianidad? Así Pentesilea lloró menos que Hécuba."


Ocasionalmente las niñas podían ser representadas también con elementos que denotaban su educación, como puede verse en la estela funeraria de Avita, que murió con diez años.

Estela funeraria de Avita,
Museo Británico, Londres

Las niñas se veían reflejadas en sus monumentos funerarios destacando su dulce carácter y belleza y las más mayores con referencia a sus cualidades para convertirse en matronas, o en caso de libertas podían indicarse sus virtudes artísticas o laborales.

"Éucaris, liberta de Licinia, docta doncella, instruida en todas las artes, vivió 14 años. Detén tu paso, tú que con mirada errante observas las mansiones de la muerte, y lee entero mi epitafio, que el afecto de un padre dedicó a su hija, para que se depositaran allí los restos de su cuerpo. Cuando aquí mi juventud florecía abundantemente con las artes y, con el paso del tiempo, ascendía hacia la gloria, la triste hora de mi destino llegó hasta mí e impidió que el aliento de
la vida avanzase más allá. Culta, educada casi por la mano de las musas, yo que hasta hace poco adorné con mi baile los espectáculos de los nobles y aparecí
como la más distinguida ante el público en la escena griega, he aquí que las hostiles Parcas han depositado mis cenizas en este túmulo con un poema. La
dedicación, cuidado y amor de mi patrona, mis glorias y mi éxito se desvanecen, incinerado mi cuerpo, y guardan silencio en la muerte. He dejado lágrimas
para mi padre, a quien he precedido en la muerte, a pesar de haber nacido después. Ahora mis catorce años están retenidos conmigo en la oscuridad eterna
de la morada de Dis. Te pido que, al alejarte, digas que la tierra me sea ligera."
(CIL VI, 10096)

Estatua de una joven. Museos Capitolinos, Roma

En las tumbas de los niños, al igual que en las de los adultos, se depositaba un ajuar funerario, que consistía en los elementos domésticos que formaban parte de la vida del difunto durante su corta vida. En el sepulcro de Crepereia Tryphaena se encontró junto a sus restos una muñeca articulada y varios artículos de joyería.

Parte del ajuar de Crepereia Tryphaena, Central Montemartini, Roma

Una estela del siglo I d.C. describe de manera muy precisa el drama familiar que se produce al ocurrir una muerte infantil por el descuido de los adultos. Las referencias a las lamentaciones tras la muerte y al destino son constantes.

“El sol ya se había sumergido en la morada [de la noche], cuando, tras la cena, mi tío materno me llevó a lavar. Las Moiras entonces me hicieron sentar sobre el pozo. Porque yo me había escapado y la malvada Moira guiaba mis pasos. Cuando la divinidad me vio
allí abajo, me entregó a las manos de Caronte. Mi tío oyó el ruido que hice al caer en el pozo. Al punto echó a correr mi tía, que me andaba buscando. Pero yo ya no tenía ninguna esperanza de volver a vivir entre los hombres, y ella comenzó a desgarrar su túnica. También mi madre empezó a correr, más se paró dándose golpes en el pecho. Luego mi tía cayó de rodillas ante Alejandro que, cuando la vio, sin vacilar al momento saltó dentro del pozo. Me encontró allí abajo sumergido, y me sacó en un cesto. Al instante, mi tía me arrebató de sus manos, empapado como
estaba, mirando si aún me quedaba algo de vida. Pero vio que, desdichado, ya nunca vería yo una palestra, y que con solo tres años la malvada Moira me había ocultado”
 (GV 1159)

Clotilde en la tumba de sus nietos, Pintura de Alma-Tadema

Algunos niños son retratados en estelas funerarias con su madre también fallecida e incluso con ambos padres.

"Lucius Passienus lo hizo.
A los dioses Manes.
Para Passienia Gemella, su queridísima y muy devota esposa y liberta, y su hijo Lucius Passienius Doryphorus, y su hijo y liberto Sabinus, los más puros."


Lucius Passienius Saturninus dedica este altar a su esposa y liberta, y a su hijo Doryphorus, que nacería cuando su madre era ya libre, por lo tanto, nació libre, y a su hijo Sabinus, que nacería mientras su madre era todavía esclava, y, por consiguiente, él nació esclavo y fue liberado posteriormente por su propio padre.

Monumento funerario de Passienia Gemella y sus hijos. National Museums Liverpool, Inglaterra

Muchos monumentos funerarios muestran retratos que no se parecen a la descripción que se detalla en el epitafio y esto se debía principalmente a la necesidad de recurrir a uno que estuviese en stock en algún taller, en vez de adquirir uno por encargo, por haberse producido el fallecimiento de forma repentina y por tener que proceder al entierro o cremación con rapidez.

En el caso mostrado abajo se puede ver un relieve con el rostro de un niño de unos diez a doce años, mientras que en la inscripción en griego se puede leer una dedicatoria a una niña de tres años.

"A los dioses Manes. Para Agripina, nuestra hija, que vivió tres años, un mes, y veintisiete días, nosotros, sus padres lo mandamos hacer en su memoria."

Monumento funerario de Agripina,
Villa Getty, Los Ángeles

Las diversas clases sociales, el nivel de riqueza e incluso el lugar de procedencia de los padres contaba a la hora de elegir un monumento funerario conmemorativo para los hijos. Desde los sarcófagos bellamente esculpidos pertenecientes a la clase senatorial hasta las sencillas lápidas toscamente labradas sin el nombre del difunto en ellas que estaban comisionadas por gente humilde.


"A los dioses Manes
Blescius Diovicus erigió esta lápida a su propia hija que vivió 1 año y 22 días."

Museo de Arqueología y Antropología. 
Universidad de Cambridge



A los dioses Manes
Para Maconiana Severiana la más dulce hija.
Marcus Sempronius Proculus Faustinianus, varón excelentísimo y Praecilia Severina, dama excelentísima, sus padres hicieron este monumento.


Sarcófago de Maconiana, Villa Getty, Los Ángeles. Foto Marshall Astor




Bibliografía


La muerte de los niños en el occidente del imperio romano. Siglos I-III d.C. Aprontes para una discusión, Andrés Cid Zurita y Leslie Lagos Aburto
Una mirada bioantropológica sobre el funus acerbum: el caso de Augusta Emerita en época altoimperial, Filipa Cortesao Silva
Vita Brevis: consideraciones sobre las emociones en los epitafios de niños y niñas en el mundo romano, Andrés Cid Zurita
‘Too Young to Die’ Grief and Mourning in Ancient Rome, Diana Gorostidi Pi
A Part of the Family: Funerary Preparations for Children and Adolescents in Late Ptolemaic and Roman Egypt, Branson Dale Anderson
Archaeological and epigraphic evidence for infancy in the Roman world; Maureen Carroll
Infant death and burial in Roman Italy, Maureen Carroll
Cold Comfort: Speeches to and from the Prematurely Deceased in Early Roman Verse-Epitaphs, Allison Boex
Constructing Childhood on Roman Funerary Memorials, Janet Huskinson
Images of Eternal Beauty in Funerary Verse Inscriptions of the Hellenistic and Greco-Roman Periods, Andrzej Wypustek
A life unlived: the Roman funerary commemoration of children from the first century BC to the mid-second century AD, Barbara Nancy Scarfo
Mother and infant in Roman funerary commemoration, Maureen Carroll
The Boy Poet Sulpicius: A Tragedy of Roman Education, J. Raleigh Nelson

Marmora, mármoles y piedras ornamentales en la antigua Roma

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Ninfeo antonino, Sagalassos, Turquía, foto Samuel López

El término marmor o en plural marmora, alude a cualquier tipo de piedra que puede ser pulimentada y utilizada para la elaboración escultórica, arquitectónica o epigráfica. Los romanos denominaban generalmente a sus piedras ornamentales según su lugar de procedencia.

“El elevado trono está hecho de piedras que se extraen de la montaña roja de Etiopía, donde el sol cercano ha impregnado las rocas calcinadas con su color natural. Se le ha añadido por un lado mármol de la Sínada y por el otro, piedra de Numidia, que imita el marfil antiguo. Por detrás verdea tímidamente un revestimiento de mármol de Laconia con sus reflejos de color hierba.” (Sidonio Apolinar, Poemas, 5)

Opus sectile, Curia, Foro romano. Foto Samuel López

Piedras calizas, granitos, pórfidos y mármoles se emplearon en Roma como ornamentación en edificios públicos y privados, en un principio de procedencia local o cercana, pero con la expansión del imperio la importación de estos materiales creció y sirvió a los ciudadanos más ricos y notables para demostrar su riqueza y posición social. Así, por ejemplo, el marmor claudianum, llamado de esta forma por los romanos ya que su uso se generalizó en tiempos del emperador Claudio, provenía de las canteras de Egipto, cerca del mar Rojo, conocidas como Mons Claudianus. Esta piedra ornamental también es conocida como el granito del Foro, por su utilización en el Foro de Trajano en Roma. Del Mons Claudianus proceden las columnas del pórtico del Panteón de Agripa en Roma.

“Gordiano añadió magníficos adornos al palacio de sus padres, que existe todavía hoy, así como también a su casa de campo, situada en la vía Prenestina, y en la que se ve un tetrástilo de doscientas columnas, siendo cincuenta de ellas de mármol de Caristos, cincuenta del tipo claudiano, cincuenta del mármol de Sínada y cincuenta de mármol de Numidia, todas de igual altura.” (Historia Augusta, Los tres Gordianos, 32, 2)

Panteón, Roma

El uso del mármol en arquitectura y escultura es un hecho que tiene una larga tradición en las culturas del Mediterráneo. En el siglo V a. C, ya estaban en explotación canteras en todo el ámbito del Egeo y Asia Menor.

“Pixodaro era un pastor que vivía en la región de Éfeso. Cuando sus habitantes decidieron construir el templo de mármol en honor a Diana, y meditaban sobre qué mármol debían de traer, si de Paros, de Proconeso, de Heraclea o de Taso, Pixodaro había sacado a pastar su rebaño, y allí dos cabras se enzarzaron en una pelea. Una de ellas, empujada, fue a dar con los cuernos en una roca, de la que se desgranó un trozo de mármol de un blanco esplendoroso. Pixodaro entonces, se cuenta, corrió a Éfeso a enseñar aquel mármol.” (Vitrubio, De arquitectura, X, 11, 15)

Tetrapylon, Afrodisias, Turquía. Foto Samuel López

Tras la conquista de la Magna Grecia y de Sicilia, en el siglo III a. C., y de Grecia, en el II a. C., los romanos entraron en contacto directo con la civilización helénica. En la parte oriental del Mediterráneo los mármoles, sobre todo los blancos, habían sido abundantemente explotados en Grecia continental, en las islas del Egeo y en la zona occidental de Asia Menor durante las épocas arcaica, clásica y helenística. Además, en Egipto ya se utilizaban los pórfidos, granitos, dioritas, etc. Los romanos tomaron gran interés por imitar los modelos de los palacios orientales, ornamentados en muchos casos con mármoles de colores, de ahí que los materiales más valiosos fueran mayoritariamente los extraídos de Oriente.

“Y todo el interior, hasta los mosaicos de encima, está recubierto de suntuosos mármoles, y no sólo los revestimientos de paredes, sino igualmente todo el pavimento. Algunos de los mármoles son de cantera espartana semejantes a la esmeralda y otros simulan la llama del fuego. El aspecto de la mayoría de ellos es blanco, pero no el ordinario, sino uno que saca un veteado de color azulado.” (Procopio, Edificios, X)

San Apolinar in Classe, Ravenna, Italia

En el siglo II a. C., Roma empezó a realizar obras arquitectónicas en travertino local, que luego se estucaban para aparentar ser obras realizadas en estos preciados materiales. La realización de estas piezas estucadas era mucho más común que la utilización de los marmora de colores por el elevado coste que estos tenían, lo que hacía inviable la importación a gran escala de estos productos, ya que ni el erario ni la aristocracia romana podían permitírselo en estos momentos de la República. Pero en el 189 a.C. se produjo la batalla de Magnesia, por la cual Roma abre las puertas de Oriente y las canteras pasan a estar en el ámbito de influencia romano. En el norte de África, la caída de Cartago, hizo que Roma se hiciese rápidamente con la cantera de Chemtou, Túnez. Tras la conquista de Grecia, Roma se hizo con Grecia y con ello con el control del codiciado mármol Pentélico, el mármol de Paros y el mármol de Tasos.

“Se considera uno pobre y despreciable si las paredes no resplandecen con grandes y valiosos espejos redondos, si a los mármoles de Alejandría no los abrillantan las incrustaciones numídicas, ni los cubre por todas partes el barnizado laborioso y matizado imitando la pintura; si a la bóveda no la reviste el vidrio; si el mármol de Tasos, otrora curiosidad rara en algún templo, no rodea nuestras piscinas, donde sumergimos el cuerpo macerado por la abundante transpiración; si no son de plata los grifos que vierten el agua.” (Séneca, Epístolas, 86, 6)

Domus, Éfeso, Turquía. Foto Samuel López

En el 133 a.C., el reino helenístico de Pérgamo fue anexionado por Roma ya que el rey Átalo III se lo dejó al pueblo romano, por lo que Roma se hizo con los mármoles de Asia Menor como el Sinádico (también llamado Frigio o Docimeo), de Turquía. Cuando Augusto conquistó Egipto, las canteras de los granitos, alabastros y las valiosísimas rocas ornamentales egipcias pasaron a ser dirigidas por el emperador, con lo que se concluyó el proceso de control de las canteras de las regiones del este del Mediterráneo.

“Cleopatra, con aparatosa ostentación, desplegó unos lujos exclusivos suyos, aún no exportados a la sociedad romana. La propia sala era parecida a un templo que una época más corrompida a duras penas podría construir; los techos artesonados acumulaban riquezas y una espesa lámina de oro ocultaba las vigas. La estancia brillaba revestida de mármoles, pero no con unas meras placas superficiales; el ágata y el pórfido formaban columnas enterizas, no eran un simple adorno; se pisaba el ónice, extendido profusamente por todo el recinto.” (Lucano, La Farsalia, X, 110)

Domus del opus sectile, Porta Marina, Ostia. Museo dell´Alto Medievo, Roma.
Foto Andrea Carloni 

Tras la conquista de Grecia, mármoles blancos y de color griegos fueron usados en la arquitectura pública romana; a mediados del siglo II a.C., Quinto Cecilio Metelo Macedónico mandó construir, cerca del circo Flaminio, el templo de Júpiter Stator en mármol griego ático.

“Este mismo fue el primero de todos en Roma en hacer construir un templo de mármol entre esos mismos monumentos y el que dio comienzo a la magnificencia, o bien al lujo.” (Veleyo Patérculo, Historia Romana, I, 11, 5)

Templo de Hércules Víctor, Roma. Foto Samuel López

A partir de esta época el mármol, material exótico y de prestigio, simbolizó la ambición personal de ricos ciudadanos romanos compitiendo por obtener altos cargos y por expresar poder, ideología y superioridad. El mármol denotaba el prestigio de los que poseían los medios para adquirirlo y exhibirlo de forma pública y privada.

“Es una sede digna de una diosa y que no desmerece de los astros radiantes: allí el mármol de Libia y el de Frigia, allí verdean las duras piedras de Lacedemonia, allí refulgen el ónice variante y la piedra color del mar profundo y la que envidiar suelen la púrpura de Esparta y el tintorero experto con los calderos tirios.” (Estacio, Silvas, I, 2)

Domus, Útica, Túnez

Siguiendo el ejemplo del emperador e inspirada por la publica magnificentia, la élite aristocrática de Roma y los nuevos ricos empezaron a usar el mármol importado para promocionarse socialmente y competir en la posesión de los objetos más lujosos.

“Entre estos personajes, Escauro, en mi opinión, fue el primero en construir un teatro con muros de mármol: pero si solo estaban revestidos con placas de mármol o estaban hechos de bloques sólidos muy pulidos, como los que vemos en el templo de Júpiter Tonante en el Capitolio, no puedo decirlo con exactitud, porque hasta el momento no he podido encontrar ningún vestigio del uso de placas de mármol en Italia.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 8)

El mármol se convirtió en un signo de prestigio político y social y, por consiguiente, de riqueza. Era una materia prima cara, importada, en su mayor parte, y según muchas voces críticas, innecesaria, ya que Italia poseía rocas de construcción, que ya se habían utilizado con anterioridad, las cuales no eran tan caras, por su cercanía.

“Si te dieran una casa resplandeciente por el mármol, su techo pintado de colores y dorados, no dirías que es un beneficio pequeño. Dios te ha construido una gran mansión que no teme ni al fuego ni a la ruina, en la que no ves revestimientos endebles, más finos que la sierra con la que se cortaron, sino grandes losas de la piedra más preciada, todas compuestas de las más diversas sustancias cuyos fragmentos más insignificantes tanto admiras; él ha construido un tejado que brilla de una manera por el día y de otra por la noche; ¿y todavía dices que no has recibido ningún beneficio?” (Séneca, Beneficios, IV, 6)

Domus de la roca, Al-Quds, Palestina

Los romanos empezaron a dar más importancia al hecho de que el mármol fuese importado y que viniese desde tierras lejanas que al hecho de que el mármol resaltase por su color o a la facilidad para ser trabajado.

“Los mármoles jaspeados, en mi opinión se descubrieron en las canteras de Quios, cuando sus habitantes estaban construyendo las murallas de la ciudad; una circunstancia que dio lugar a una respuesta chistosa por parte de Cicerón, quien siendo costumbre mostrar estas murallas a todo el mundo, como algo magnífico, dijo: `las admiraría mucho más, si las hubierais construido de travertino´.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 5)

Mármol de Quios, Marmor Chium


Algunos importantes personajes del siglo I a. C. ya estuvieron vinculados al empleo del mármol en el ámbito privado según las fuentes, lo que llevaba a la crítica.

“La primera persona en Roma que cubrió todas las paredes de su casa con mármol, según Cornelo Nepote, fue Mamurra, que vivía en el monte Celio, miembro del orden ecuestre y nativo de Formia, que había sido prefecto de los ingenieros con César en la Galia… Nepote añade que fue el primero en tener todas las columnas de su casa hechas íntegramente de mármol, y, además, mármol de Caristos o de Luna.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 7)

Pintura de Alma-Tadema

Durante la época imperial ricos ciudadanos se convirtieron en evergetas que costeaban obras públicas en sus ciudades para demostrar su status social y económico. Liberaban así al estado y a las administraciones públicas del coste de construir o reparar edificios para el disfrute de los habitantes de la ciudad, mientras ellos recibían promoción social y prestigio.

“Así, pues, me parece que realizaría un acto de generosidad y al mismo tiempo de piedad si construyese un templo lo más hermoso posible y añadiese al templo un pórtico, el primero para el culto de la diosa, el segundo para beneficio de los hombres. Me gustaría, pues, que comprases cuatro columnas de mármol, de la clase que te parezca mejor, y mármol para decorar el suelo y las paredes interiores.” (Plinio, Epístolas, IX, 39)

Teatro de Sabratha, Libia

En muchas ocasiones estos evergetas para hacer pública ostentación de su riqueza pagaban por los materiales más caros y exóticos como el mármol, sobre todo, si procedía de tierras lejanas.

“Damiano tuvo muy ilustres antepasados, que gozaban en Éfeso de la más alta consideración, y también preclaros descendientes, pues todos merecieron el honor de figurar en el Senado, admirados por su celebridad y el escaso apego a las riquezas. En cuanto a él, rico hasta la opulencia en bienes de todo género, socorría a los efesios necesitados, mas, sobre todo, ayudaba al Estado aportando dinero y reconstruyendo edificios públicos que amenazaban ruina. Puso en comunicación el templo con Éfeso, prolongando hasta aquél la vía que baja por las puertas de Magnesia. La nueva vía es un pórtico, todo él de mármol, de un estadio de longitud; la finalidad de la construcción, que no falten los devotos en el templo cuando llueva. Mandó poner en la inscripción dedicatoria de esta obra, concluida con enormes gastos, el nombre de su mujer, en tanto que ofrendó, en el suyo propio, el comedor del albergue del templo y lo alzó de tamaño superior a todos los de otros lugares juntos, dotándolo de una ornamentación indeciblemente hermosa, pues está embellecido con un mármol frigio tal como jamás se había tallado.” (Filóstrato, Sofistas, II, 23 (605)

Biblioteca de Celso, columnas de mármol pavonazetto, Éfeso, Turquía. Foto Samuel López

Los mármoles y piedras ornamentales procedentes de Grecia, África y Asia menor ofrecían, gracias a sus variados colores un impacto visual aprovechado por edificios públicos y privados donde los contrastes de materiales y color animaban al disfrute y hacían admirar el poder económico del patrocinador o propietario del lugar. Entornos íntimos, de esparcimiento, de relajación o de representación se decoraban con mármoles de color creando espectaculares juegos cromáticos que ayudaban al descanso de los sentidos después de las labores cotidianas.

“Reflejan allí sus tonos verdes las serpentinas del Taigeto y rivalizan en su variada hermosura las piedras que los frigios y los libios han cortado a más profundidad. Los opacos ónices despiden un calor seco y las ofitas se calientan con una ligera llama.” (Marcial, Epigramas, VI, 42)

Opus sectile, Villa de los Quintilios, Roma. Foto Samuel López

El mármol de la isla griega de Tasos (marmor Thassium) es uno de los más blancos y de grano muy fino. Se utilizó en época arcaica para edificios públicos y se exportó desde el siglo VI a.C, a otras regiones, siendo utilizado por los romanos, especialmente durante los siglos I y II d.C. para la realización de estatuas y sarcófagos.

“Los funerales de Nerón costaron doscientos mil sestercios; emplearon en ellos tapices blancos bordados de oro, de que se había servido el día de las calendas de enero. Sus nodrizas Eclogea y Alejandra, con su concubina Actea, depositaron sus restos en la tumba de Domicio, que se ve en el campo de Marte, sobre la colina de los jardines. El monumento es de pórfido, y está coronado por un altar de mármol de Luna y lo circunda una balaustrada de mármol de Tasos.” (Suetonio, Nerón, L)

Sarcófago de las musas. Mármol de Tasos. Ostia. Foto Szilas

El mármol de Himeto (marmor Immitos) era de grano fino, de estructura muy compacta y cristalina y de color blanco ceniza. Se empleó ampliamente en la Grecia Clásica con fines arquitectónicos y ya desde el siglo I a.C. comenzó su importación a Roma. En el año 92 a. C. Lucio Craso utilizó este mármol en la decoración de su casa.

“Ya había recibido Lucio Craso, el orador, quien fue el primero en poseer columnas de mármol extranjero en este mismo palacio, con motivo de una disputa, el sobrenombre de Venus Palatina, de parte de Marco Bruto, por su afición a esta clase de lujo. El material, debo señalar, era mármol del Himeto, y las columnas eran seis, no más altas de doce pies de altura.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 3)

Venus de Arles. Mármol de Himeto

El mármol de la isla de Paros era uno de los más antiguos y prestigiosos de la época arcaica y clásica, muy apreciado por su blancura y brillo, por lo que fue utilizado por los poetas como referente para ilustrar la pureza de la naturaleza simbólica del arte de la época de Augusto. Fue el material principal utilizado en las estatuas de la época imperial. El Augusto de Prima Porta fue esculpido en mármol de Paros.

“La tumba del emperador romano Adriano está en la parte de fuera de la puerta Aurelia, aproximadamente a un tiro de piedra de las fortificaciones, y constituye un espectáculo muy digno de mención, pues está hecha de mármol de Paros y las piedras están ajustadas estrechamente las unas a las otras sin que tengan entre ellas ningún otro material.” (Procopio, Las Guerras, V, 22)

Augusto de Prima Porta, Mármol de Paros. Museos Vaticanos

A finales de la república las canteras de mármol de Luna (marmor lunense) en el norte de Italia pasaron a ser propiedad del pueblo romano, siendo este material el que se empleó mayoritariamente en la construcción de templos, pórticos y pavimentos en época de Augusto, así como en la mayoría de los ciclos escultóricos de carácter oficial de la época. Rivalizaba con el de Paros en blancura y por su proximidad podía transportarse a la capital sin tanto esfuerzo y gasto.

“Deslizándonos rápidamente, llegamos a unas murallas radiantes de blancura. Autora de su nombre es la que brilla gracias a su hermano el Sol. La piedra de los bloques que allí se dan aventaja a los lirios reidores y reverbera adornada de tenue resplandor: tierra rica en mármoles que con su esplendoroso colorido desafía orgullosa la pureza impoluta de las nieves.” (Rutilio Namaciano, El Retorno, II, 65)

Sátiro en reposo. Mármol de Carrara.
Museo del Prado, Madrid

Cuando los arquitectos imperiales empezaron a competir para sobresalir por encima de los demás en gasto y esplendor, el mármol lunense comenzó a perder prestigio y, a mediados del siglo II d.C. los gustos arquitectónicos se dirigieron hacia materiales innovadores procedentes de zonas más lejanas, siendo reemplazado por mármoles blancos del Mediterráneo oriental, especialmente de las canteras de Proconeso, (marmor proconnesium), que mantuvieron su actividad al menos desde el siglo VI a.C. hasta bien avanzado el periodo bizantino. Aunque su calidad no se podía equiparar a la los mármoles de Paros y Luna, tuvo una amplia distribución por ser las canteras fácilmente accesibles por mar. En el periodo romano se usó especialmente para elementos arquitectónicos y sarcófagos. En Roma se conservan restos en el Hadrianeum, construido por Antonino Pio en honor de Adriano.

Hadrianeum, mármol proconesio, Roma. Foto Carole Raddato

El mármol pentélico (marmor pentelikon) de las canteras del norte de Atenas es de grano muy fino y de color blanco puro, con tonalidades amarillentas claras a veces. Se utilizó ampliamente desde ya el siglo V a.C. y hasta, al menos, el siglo IV d.C., y fue el primer mármol blanco que se utilizó en grandes cantidades en Roma en el siglo II a. C., principalmente en elementos arquitectónicos, estatuas y sarcófagos. Con este mármol se construyeron los edificios más emblemáticos de la Atenas Clásica, como el Partenón, así como otros monumentos importantes como el templo de Zeus en Olimpia o el Arco de Tito en Roma.

Arco de Tito, Foro de Roma. Mármol pentélico. 

La geografía era una característica definitoria de los primeros mármoles imperiales, y un atributo fundamental para clasificar y evaluar tanto lo mármoles blancos como los de color. También su color podía ser significativo para producir asociaciones que enriqueciesen el asunto tratado o su contexto.

“Este lugar favoreció el trabajo porque allí el dios de Lemnos se complació en la construcción de una especie de templo a Venus y el negro Piracmón, abandonando el rayo, emitió con frecuencia su humo. Aquí está representado el mármol de cinco regiones que tiene cinco colores: el etíope, el frigio, el de Paros, el cartaginés y el lacedemónico; purpúreo, verde, manchado, marfileño, blanco.” [el orden debiera ser: purpúreo, manchado, blanco, marfileño, verde](Sidonio Apolinar, Epitalamio)

Pintura de Alma-Tadema, Kelvingrove Art Gallery and Museum,
Glasgow

Estrabón al resaltar la importancia de la isla de Esciros por el mármol (marmor Scyrium) de sus canteras sugirió que el color por sí mismo podía ser una marca de prestigio.

“Las historias antiguas son, pues, la principal causa del renombre de Esciros, pero hay otras razones que hacen que se hable de ella, como, por ejemplo, la excelencia de las cabras escirias, y las canteras del mármol veteado escirio, que es comparable al caristio, al docimeo o sinádico, y al hierapolitano. En Roma pueden verse columnas monolíticas y grandes placas de mármol veteado; y con este mármol la ciudad está siendo embellecida, tanto a expensas públicas como privadas; y esto ha ocasionado que el mármol blanco no sea de mucho valor.” (Estrabón, Geografía, IX, 5, 16)

Mármol de Esciros, Museum of Fine Arts,
Boston

El uso de mármoles de color invitaba a los ciudadanos a celebrar y a los visitantes de las ciudades a testimoniar la riqueza del estado y el poder y el alcance del Imperio que tenía acceso a todas las canteras del mundo conocido.

“Pero hay, sin embargo, una estancia, una que sobrepasa con mucho a todas las demás y que, en línea recta sobre el mar, te trae la vista de Parténope; en ella, los mármoles escogidos de lo hondo de las canteras griegas, la piedra que alumbran los filones de la oriental Siene, la que los picos frigios han arrancado de la afligida Sínada en los campos de Cíbele doliente, mármol coloreado en que brillan los círculos purpúreos sobre su fondo cándido; aquí también el que ha sido cortado de la montaña del amicleo Licurgo, que verde imitando las hierbas que se doblan sobre las rocas, y aquí brillan los amarillos mármoles de Numidia con los de Tasos, Quíos y Caristo, que al contemplar las olas se recrean; todos ellos, vueltos hacia las torres de Calcis, envían su saludo.” (Estacio, Silvas, II, 2)

Los romanos estaban particularmente interesados en los colores y propiedades de las piedras decorativas. Algunos pensaban, como en otras muchas culturas, entre ellas, los egipcios, que el color jugaba un papel importante en la experiencia y percepciones sensoriales de los objetos de piedras de color.

“A ellos los deleitan los guijarros lisos de variado color, hallados en la playa, a nosotros, en cambio, ingentes columnas jaspeadas, traídas de las arenas de Egipto o de los desiertos de África, que sostienen un pórtico o un comedor capaz de contener una multitud de invitados.” (Séneca, Epístolas, 115, 8)

San Vitale, Ravenna, Italia

Cuando Estacio describe los mármoles del baño de Claudio Etrusco excluye los blancos, quizás como signo de la creciente preferencia entre la élite educada por los materiales de color, además de su deseo de imitar la política imperial de adquisición de los materiales más caros y que venían de más lejos. Los mármoles que hasta ese momento habían sido más utilizados eran baratos, locales y además blancos y por ello se habían devaluado.

“Solo brillan los mármoles cortados en las rubias canteras de los númidas; solo los que en la gruta profunda de la frigia Sínada salpicó el propio Atis con manchas relucientes de su sangre y las piedras níveas que engalanan a la púrpura de Tiro y de Sidón.” (Estacio, Silvas, I, 5)

Hylas y las ninfas, Basílica de Junio Basso, Museo romano Palazzo Massimo, Roma.
Foto Samuel López

La distinción entre mármoles blancos y de color era funcional además de estética. Los de color contienen impurezas orgánicas que pueden reducir la durabilidad y resistencia de la piedra, por lo que los blancos eran más fáciles de esculpir y refinar y podía extraerse en grandes bloques, mientras que los de color comportaban un reto para la escultura, y eran inadecuados para trabajos de gran envergadura. El blanco era más fuerte y también el preferido para realizar elementos de soporte estructural.

Los mármoles de colores, más caros, exóticos y frágiles tendían a corresponder a tipos de escultura, como, por ejemplo, el mármol rojo del Ténaro o marmor taenarium, cuyos tonos van desde el rosa fino hasta el rojo púrpura y, que, por su parecido al color de la sangre y el vino, se empleó en arquitectura con fines decorativos y en escultura, sobre todo para bustos y para estatuas y objetos relacionados con el culto al dios Dioniso.

Fauno en mármol rosso antico, Museos Capitolinos,
Roma

Sus canteras se encontraban en el cabo Tainaron de Peloponeso (Grecia) y fueron explotadas desde la Antigüedad hasta la época bizantina (al menos hasta la época de Justiniano). De aquella zona también se extraía un mármol gris o negro muy apreciado para esculturas. 

“Es verdad que mi casa no se apoya en columnas del Ténaro, ni tiene artesonados de marfil entre vigas doradas, ni mis frutales igualan los bosques de Feacia, ni el agua Marcia riega cuevas artificiales.” (Propercio, Elegías, III, 2)

Jabalí en mármol negro del Ténaro, Grecia

En uno de sus epigramas Marcial celebra los espectáculos del recién inaugurado Coliseo con una comparación entre el color del león y el mármol numídico, traído desde Numidia. El marmor Numidicum se extraía de las canteras de Chemtou, Túnez y su color era amarillo.

“Un rugido tan grande como se oye por los descampados masilios, siempre que el bosque enloquece por sus innumerables leones cuando el pastor, pálido [de miedo], encorrala en sus majadas cartaginesas a los toros asustados y al ganado fuera de sí, otro tanto terror ha bramado hace poco en la arena ausonia. ¿Quién no pensaría que era una manada? Era uno solo, pero cuya soberanía temerían hasta los mismos leones, a quien la Numidia de pintados mármoles concedería la corona. ¡Qué hermosura, qué honor esparcía por su cuello la sombra dorada de la melena arqueada, cuando plantó cara!” (Marcial, Epigramas, VIII, 53)

León en mármol giallo antico, Porta Marina, Ostia, Museo dell´Alto Medioevo, Roma.
Foto Fabio Barry

En el año 79 a.C. Marco Lépido utiliza el mármol numídico en la decoración de su casa.

“M. Lépido, que fue cónsul con Q. Catulo, fue el primero en tener los dinteles de su casa hechos de mármol numídico, por lo que fue ampliamente censurado. Fue cónsul de Roma en el año 676. Este es el primer ejemplo del que tengo conocimiento de la introducción de mármol de Numidia; no como columnas, ni como láminas, como en el caso ya mencionado del mármol de Caristo, sino en bloques, y, además, para el innoble propósito de hacer umbrales para las puertas.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 8)

El mármol de Caristo (marmor Carystium) solo se podía obtener en la isla de Eubea. Es de color verdiblanco, con gruesas vetas verdes ondulantes. Fue ampliamente utilizado en Roma a partir del siglo I a.C., lo que provocó que las canteras se convirtiesen en propiedad imperial. Estacio lo compara a las olas del mar al describir los baños de Claudio Etrusco. Sus canteras se explotaron hasta bien entrado el siglo V d.C.

“Aquí no ha tenido cabida el mármol de Tasos, ni el de Caristo, que imita el oleaje.” (Estacio, Silvas, I, 5, 33)

Columnas de mármol cipollino, Templo de Antonino Pio y Faustina, Roma

El marmor phrygium o synnadicum es de color blanco con vetas violetas o azuladas y se utilizó en Roma desde época republicana, pero será en los siglos III-IV d.C. cuando tenga mayor actividad y volumen de exportaciones. Fue considerado el mármol más caro en el Edicto de Precios promulgado por Diocleciano. 

“Y de las alturas de Frigia el artífice cantero 
ha cortado también estas piedras.
Si mantienes aquí ojos que atienden los detalles,
aquí, vieras una bella piedra que serpentinos surcos
va trazando en derredor, que sobre su sinuosa marcha
ondulan suavemente; y asociando a la vez
rojo y blanco y un color intermedio entrambos, 
una espiral a borbotones relevándose
envuelve su curvada rosca por un serpeante camino.”
(Pablo el Silenciario, El ambón de Hagia Sofía, v. 264)

Mármol pavonazetto, Museo Isabella Stewart Gardner, Boston

Los romanos lo emplearon con profusión, tanto para elementos arquitectónicos y de revestimiento como para piezas escultóricas, y algunos emperadores, como Heraclio, incluso se hicieron enterrar en sarcófagos labrados en este mármol frigio.

“Pero si, por otra parte, hubiera utilidad en mármoles multicolores y variados, pasaría lo mismo con las ciudades de Teos y Caristos y con algunas de Egipto y Frigia, junto a las cuales las montañas son de mármoles variados. Yo, por mi parte, oigo decir que los más antiguos de los sarcófagos son de esta misma piedra.” (Dión Crisóstomo. Discursos, 79, 2)

Por su colorismo los antiguos romanos lo utilizaron para representar las vestimentas de bárbaros orientales capturados o animales exóticos. Durante el periodo imperial romano, los mármoles multicolores se utilizaron para indicar raza, estatus, y riqueza y por ello los escultores en Roma combinaron mármoles de distintos colores para enfatizar la extranjería de los bárbaros conquistados y de otros no romanos. La variedad de colores permitía imaginar a los romanos como podía ser la gente procedente de un territorio, Oriente, que ellos no conocían.

Dacios, izda en mármol pavonazetto, Museo Arqueológico de Nápoles, foto de Marie Lan Nguyen.
Drcha en mármol giallo antico, Palacio Altemps, Roma

El marmor luculleum (mármol africano) se extraía de las canteras de la localidad de Teos (Turquía) y fue muy empleado en la arquitectura grecolatina con fines decorativos. Fue uno de los mármoles de color más prestigiosos en la arquitectura romana, debido su acentuado contraste cromático, negro con manchas de otros colores, rojo, gris, etc. Se empleó mucho entre los siglos I-III d.C. y sus canteras formaban parte de las propiedades personales del emperador romano.

“¿Por qué las leyes mantuvieron silencio cuando las más grandes de estas columnas, pilares de mármol Luculleum, de hasta 83 pies de altura, se erigieron en el atrio de Escauro? Una cosa, también, que no se hizo de forma privada o en secreto, porque el contratista de las alcantarillas públicas le exigió garantizar la seguridad por el posible daño que podía hacerse al llevarlas al palacio.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 5)

Columna en mármol africano.
Foto Peter Stewart

En el mundo mediterráneo y desde antiguo, el color púrpura ha sido identificado con las más altas jerarquías del poder, alcanzando la cima de su importancia en el Imperio Romano. El descubrimiento del origen de una piedra con tan apreciado color en Egipto (lapis Porphyrites) tuvo una influencia decisiva en la historia del arte escultórico occidental. El color de la roca, pórfido, dio nombre al lugar de donde se extraía, al que a partir del siglo I d.C. se llamó Mons Porphyrites.

En el año 18 d.C. reinando Tiberio, Caius Cominius Leugas descubrió el lugar del cual se extraería durante siglos el pórfido rojo. Dejó ese hecho descrito en una estela dedicada al dios del desierto Pan-Min:

“Caius Cominius Leugas, que descubrió las canteras de pórfido rojo, el knekites y el pórfido negro y (también) encontró piedras de muchos colores, dedicó un santuario a Pan y Serapis, grandes dioses, por la salud de sus hijos.”

Pórfido rojo

En un principio su uso no parece haber gozado del favor de los más acaudalados ciudadanos para la elaboración de obras artísticas.

“El pórfido, que es otro producto de Egipto, es de color rojo; el que está moteado con puntos blancos se conoce como `leptospsephos´. Las canteras allí pueden proporcionar bloques de cualquier tamaño, por grandes que sean. Vitrasius Pollio, que fue embajador en Egipto para el emperador Claudio, trajo a Roma algunas estatuas hechas de esta piedra, una novedad que no gozó de mucha aprobación, ya que nadie ha seguido su ejemplo desde entonces.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 11)

Apolo con cítara en pórfido rojo.
Museo Arqueológico de Nápoles. Foto Jebulon

Sin embargo, sus extraordinarias cualidades de color y dureza acabaron imponiendo su uso entre las más ricas y poderosas familias romanas y se convirtió en algo tan apreciado que en el siglo IV el emperador Diocleciano lo declaró de uso exclusivo del emperador y su familia y, en un edicto especial que se publicó con el propósito de asignar precios máximos a los bienes de consumo y combatir la inflación, el pórfido rojo de Egipto y el verde de Grecia son los materiales pétreos de mayor precio. 

“En cuanto a los baños mismos, ¡con cuántas y qué bellas columnas están adornados! Son de menor valor las preciosas manchas en la cantera púrpurea de Sínada y la colina de los númidas que produce piedras del color del marfil y los mármoles que se adornan con vetas verdes como la primavera; no quiero tampoco el brillante de Paros o el de Caristo; es menos rica a mis ojos la púrpura que impregna las rocas de pórfido.” (Sidonio, El Burgo de Poncio Leoncio)

Templo de Venus y Roma, columnas en pórfido rojo. Foto @Electa-ph-Stefano-Castellani

El pórfido se consideró una piedra especialmente asociada al emperador a causa de su color púrpura y por el gran coste de su extracción, transporte y tallado. El pórfido imperial se utilizó para la producción de elementos arquitectónicos y obras de arte, exclusivamente reservado para la corte imperial del Imperio Romano. Su estimación se debía a su característico color púrpura, considerado tradicionalmente como un símbolo imperial. Un cuidado pulido de la roca lograba un acabado con reflejos y una apariencia brillante. Las variedades brechadas de pórfido imperial se tenían como las más atractiva y se empleaban para las obras artísticas más delicadas. Con Trajano y Adriano la moda de los pórfidos alcanzó su punto más álgido, y también lo hizo bajo los reinados de Diocleciano, Constantino y sus sucesores durante el imperio bizantino.


Sarcófago en pórfido rojo. Museo Arqueológico de Estambul. Foto Samuel López

Las esculturas en pórfido proporcionaban la mejor posibilidad de visualizar la fuerza, dignidad y poder divino de los emperadores, los cuales durante las ceremonias oficiales de la corte vestían ropas color púrpura.

Tetrarcas en pórfido rojo, Basílica de San Marco, Venecia

Objetos de uso cotidiano se hicieron en pórfido rojo a lo largo del imperio para satisfacer los caprichos de los miembros de la corte imperial, como, por ejemplo, las bañeras, muchas de las cuales se reutilizaron posteriormente como sarcófagos en los primeros tiempos del cristianismo oficial.

Bañera romana en pórfido rojo. Museo Metropolitan, Nueva York

Croceae era un pueblo de la antigua Laconia en Grecia célebre por sus canteras de mármol (
lapis lacedaemonius). Pausanias describe este mármol de tonos verdes como difícil de trabajar, aunque sus hermosas decoraciones eran favoritas para decorar templos, baños y fuentes. El más célebre de los baños de Corinto estaba adornado con mármol de las canteras de Croceae.

“Los corintios tienen baños en muchas partes, unos construidos a cargo del Estado y otros por el emperador Adriano, el más famoso de los cuales está cerca del Posidón. Éste lo hizo Euricles, un espartano, que lo adornó con diversas clases de piedra, entre otras con la que extraen en Cróceas en el país de Laconia.” (Pausanias, Corinto, II, 3, 5).

Capitel en pórfido verde, Basílica de San Saba, Roma


Durante el periodo bizantino se extendió más ampliamente el gusto por las piedras decorativas de colores, lo que, junto a la necesidad de pilares para soporte y decoración de grandes e importantes edificios, llevó a la búsqueda de piedras vistosas y resistentes que cumplieran tal objetivo. Uno de esos materiales fue el mármol verde de Tesalia, 
marmor Thessalicum, en la Grecia central. Una de las razones para su fama fue la facilidad de su transporte y su cercanía a la costa. Parte de las columnas de Santa Sofia de Constantinopla se construyeron en dicho material y fueron traídas desde el puerto y acabadas en la iglesia, donde se les dio el pulido final después de haberlas levantado.

“Con verdeante piedra tesalia, a uno y otro lado
vallaron el camino todo; amplia pradera de mármoles
ofrece a los ojos una gracia placentera.”
(Paulo el Silenciario, El ambón de Hagia Sofía, 255)

Columnas en mármol verde antico

Las esculturas de mármol negro (mármoles 
bigio antico y bigio morato fundamentalmente) en Roma siguen una tradición que se remonta a Egipto y Grecia oriental y se deben a una moda que se inició en época de Augusto, siguió en época Flavia y tuvo su máxima expresión durante el gobierno de Adriano y los Antoninos, cayendo en desuso a finales del siglo II y todo el siglo III d.C., cuando los objetos esculpidos en mármol bigio se producían especialmente en las provincias. Destinado a elementos decorativos, los temas tratados eran frecuentemente dioses y figuras mitológicas, y las esculturas solían embellecer termas y residencias imperiales o de la élite. Los objetos escultóricos de color gris oscuro y negro eran admirados por su interés decorativo y por su semejanza a las esculturas de bronce o con pátina de bronce. El bigio morato parece proceder de las canteras de Göktepe y el bigio antico de Éfeso, ambos en Turquía.

Izda. Ménade en bigio antico, Museo Arqueológico Regional de Palermo, foto 
Giovanni Dall´Orto. Drcha. Isis, en bigio morato, Fundación Torlonia, Roma

A partir de Augusto se produjo un aumento de la monumentalización de las ciudades que iban consiguiendo el estatuto de colonia o municipio para expresar su relevancia y su nuevo status, lo que implicó una creciente demanda de materiales de construcción, especialmente de mármol y que llevó a recurrir a mármoles o piedras locales, que sustituyesen a los preciados mármoles de importación, pero que no tuvieran un coste tan alto. Como ejemplos, se pueden citar los casos del mármol de Buixcarró en España, el mármol de Estremoz en Portugal y el de Saint-Beat en Francia.

El 
marmor saetabitanum (de Buixcarró) se utilizó en los foros de Ilici (Elche), Saguntum y Saetabis (Játiva) para homenajear a la familia imperial en época de Augusto y formó parte de una red comercial que distribuyó sus productos por varias ciudades hispanas, como Segóbriga, que lo utilizaban en la ornamentación de sus espacios públicos.

El mármol de Saetabis es una caliza con cierta semejanza al mármol y de tono rosado, amarillo o blanquecino. Su facilidad para la talla y el pulido, su parecido al mármol y la proximidad del lugar de extracción hicieron que los talleres lapidarios de la zona de Valencia lo emplearan para todos los tipos de soportes epigráficos, honoríficos, religiosos y funerarios.

“Rodine, liberta de Publio Cornelio Juniano, de 26 años, está aquí sepultada. Que la tierra te sea leve.”

Altar funerario de Rhodine en mármol de Buixcarró,
Museo de Prehistoria de Valencia

A pesar de su importante uso epigráfico en las ciudades valencianas, el 
marmor de Saetabis alcanzó su mayor difusión en Hispania como material de revestimiento arquitectónico. En la construcción de edificios públicos y privados se usó con frecuencia en el revestimiento de suelos y paredes, en forma de placas, pequeñas molduras e incluso relieves escultóricos. Al mismo tiempo, se empleó también en la elaboración de una amplia variedad de elementos arquitectónicos.

Herma de Baco en mármol de Buixcarró,
foto J. Bagot Arqueología

La provincia de Lusitania presentaba la dificultad del transporte para importar mármoles de procedencia lejana y en el área de Mérida, debido a la imposibilidad de la navegación fluvial durante la mayor parte del año, se empleó el mármol de Estremoz en el teatro y en la construcción de sarcófagos especialmente a finales del imperio. Piezas escultóricas se trasladaron a otras provincias hispanas en carretas tiradas por bueyes por las calzadas romanas.

Tapa de sarcófago, mármol de Estremoz, Villa romana de Carranque, Museo de los Concilios, Toledo. Foto Samuel López

Las canteras de Saint-Beat, en el Alto Garona, proporcionan un mármol blanco y gris que se utilizaba ya en época Julio-Claudia y que se llegó a utilizar ampliamente de forma local, extendiéndose su uso a Hispania.

Dama en mármol de Saint-Beat, Museo Saint Raymond, 
Toulouse. Foto Samuel López

Tabla de nombres de los mármoles en Roma y su equivalente actual

Marmor Luculleum

Mármol africano

Marmor Lunense

Mármol de Carrara

Marmor Carystium

Mármol cipollino

Marmor Numidicum

Mármol giallo antico

Marmor Phrygium o Synnadicum

Mármol pavonazetto

Lapis Prophyrites

Pórfido rojo

Mármor Thessalium

Mármol verde antico

Marmor Taenarium (rojo)

Mármol rosso antico

Mármor Chium

Mármol portasanta

Lapis Lacedaemonius

Mármol serpentino o pórfido verde

 


Bibliografía

El fenómeno del marmor en el mundo romano y su repercusión en la provincia de la Baetica; Daniel Becerra Fernández
Mámoles de importación y mármoles de sustitución: su utilización en algunas ciudades hispanas; Miguel Cisneros Cunchillos
Mármoles de Lusitania; Arianna Fusco e Irene Mañas Romero
Cupiditas marmorum; M. Meyer
Trajano y las canteras de granito del Mons Claudianus en Egipto: el transporte y puesta en obra de los grandes fustes monolíticos del Foro de Trajano; Patrizio Pensabene
Saetabis y el comercio del Buixcarró; Rosario Cebrián Fernández
Algunas notas sobre canteras y mármoles en los siglos III-V; Aurelio Padilla
La ornamentación marmórea de la natatio de las termas centrales de Caesaraugusta y su procedencia; Carmen Aguarod Otal y María Pilar Lapuente Mercadal
Variedades de mármol escultórico de Villa Adriana. Un ejemplo de estudio arqueométrico; Mª Pilar Lapuente; Pilar León, Trinidad Nogales
Colour and Marble in early Imperial Rome; Mark Bradley
Marble Wall Revetment in Central Italy during the First Century A.D.: Aesthetics and Decorative Effects; Simon Barker
Use, Aesthetics and Semantics of Coloured Marble Columns in the Western Mediterranean during the Late Republic and Early Roman Empire; Dennis Beck
The importance of “Pavonazzetto marble” (Docimium‑Phrygia/ Iscehisar‑Turkey) since ancient times and its properties as a global heritage stone resource; Mustafa Yavuz Çelik and Murat Sert

 


Oleum, el uso del aceite en la antigua Roma

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Fresco de Pompeya, Museo Arqueológico Nacional, Nápoles

“Dos son los líquidos más agradables para el cuerpo humano: por dentro el vino, por fuera el aceite, productos ambos muy importantes que proceden de los árboles, pero el imprescindible es el aceite; y la sociedad se dedicó a él sin pereza alguna.” (Plinio, Historia Natural, XIV, 29)

El cultivo del olivo pudo haber empezado en la península itálica entre los siglos VIII y VII a. C. impulsado por los fenicios, aunque fueron los griegos quienes iniciaron su expansión, la cual contribuyó a que pocos siglos después el aceite y las aceitunas fueran parte fundamental de la dieta romana junto al pan y el vino.

"Es evidente que siempre la despensa del señor cuidadoso y previsor está llena de vino, aceite, de toda clase de provisiones, y toda su villa es rica: abundan en ella los cerdos, los cabritos, los corderos, las gallinas, la leche, el queso y la miel." (Cicerón, De la vejez, 56)

Botella de aceite y aceitunas, Pompeya.
Museo Arqueológico Nacional, Nápoles

A partir del siglo I d.C., ante la crisis de la producción en Italia y las necesidades crecientes de aceite por parte de la población y del ejército del limes (frontera con los bárbaros, en el Norte de Europa), los emperadores inician una política oficial activa de incentivación de la plantación y el cultivo del olivo. Bajo el gobierno de Augusto se creó el servicio de la annona, administración que se encargaba de que los alimentos de primera necesidad llegasen regularmente y de forma gratuita a la urbe y al ejército. Los productos se captaban en las provincias romanas por diversas vías: como tributos en especies, por compra a cuenta del Estado o mediante ventas obligatorias (indictiones), o bien como rendimientos de los latifundios imperiales. La tarea estaba a cargo de la praefectura annonae. Desde sus inicios, se requirió de diversos funcionarios públicos o de agentes controlados por el Estado, para que trabajasen en el aprovisionamiento regular y sin interrupciones de los recursos alimentarios.

“A Sextus Julius Possessor, hijo de Sextus, de la tribu Quirina, prefecto de la tercera cohorte de los Galos, comandante de una tropa de arqueros sirios y de la primera ala de la Hispánica, magistrado de la ciudad de Romula Malva, tribuno militar de la duodécima legión Fulminata, magistrado de la colonia de Arca, elegido para la decuria por los grandes y óptimos emperadores Antonino y Vero, asistente de Ulpius Saturninus, prefecto de la Annona, a cargo del inventario del aceite hispano y africano, del transporte del excedente y de pagar por el flete a los naviculari (patrones de barco), procurador encargado por los dos emperadores de mantener las riberas del rio Betis, se lo dedicaron los barqueros (scapharii) de Hispalis (Sevilla), como recompensa por su excepcional integridad y justicia.” (CIL, II. 1180)

Reconstrucción de la prensa de Case Nuove, Ilustración Inklink

El aceite de la annona procedía durante el imperio de la Bética, o bien de África, donde muchos latifundios eran de propiedad imperial. El estado para maximizar el rendimiento de sus propiedades permitía a un conductor administrar el fundus para garantizar la llegada de los productos a Roma y otras ciudades. La distribución no se hacía siempre de forma regular, pero sí de forma ocasional.

Símaco ruega al emperador que estimule el suministro de aceite africano a Roma.

"A nuestros señores,

No hay duda de que vuestra Felicidad garantiza recursos inagotables al pueblo romano, señores emperadores, pero la previsión de los gobernantes no deja de hacer sugerencias para que esa diligencia asegure lo que promete una fortuna mejor. El servicio cotidiano de trigo no está en dificultades. El aceite es el único producto que perturba el sustento de la plebe porque ha sido transportado escasamente. El clarísimo prefecto de la anona, que ejecuta con diligencia su cometido, sostiene que ha notificado este hecho hace tiempo a la ilustrísima prefectura del pretorio, enviando según la costumbre unos breves para poner de manifiesto la escasez de las reservas. Pero como la carencia se agrava, no ha debido silenciarse ante vuestra Clemencia la preocupación de la patria, cuyas esperanzas y recursos se ven colmados por el favor de unos príncipes buenos.
Por ello todos os pedimos con súplicas —si es que esperáis por ruegos vosotros que os adelantáis con favores a los votos generales— que vuestras palabras divinas estimulen lo antes posible a los gobernantes de África en relación con el envío de este producto a los almacenes de Roma, pues hay que apresurarse antes de que el suministro diario acabe con lo que queda. En fin, añadid este don a los demás que estáis habituados a otorgar, para que fluyan con igual profusión todos los bienes de la época.”
(Símaco, Informes, 35)

Almazara, Ilustración Inklink

La calidad del aceite dependía de numerosas variantes: desde el nivel de maduración del fruto, pasando por los sistemas de recogida, transporte y almacenamiento, hasta el tipo de prensado o el grado de decantación y filtrado. De acuerdo con ello, se obtenían diversos tipos de aceite, que variaban en acidez y pureza, y que lógicamente alcanzaban niveles diferentes de cotización y precio, por cuanto los usos que permitían eran también diferentes. En cualquier caso, la masa se prensaba tres veces y el aceite extraído cada vez se recogía en recipientes distintos, ya que la calidad también era diferente, siendo el mejor el de la primera prensada y el peor el de la última.

Oleum omphacium era el mejor y se extraía de las aceitunas todavía verdes en septiembre, y se destinaba a usos religiosos (ofrendas a los dioses) y a la fabricación de perfumes y medicamentos. El que se obtenía de la aceituna blanca (que adoptaba el mismo color) era el mejor, mientras que el omphacium derivado de aceitunas no maduras para su consumo, pero sí en plena sazón tenía una calidad algo inferior y tomaba un color verde.

“Un aceite es también el onfacio. Se obtiene de dos clases de árboles y con sendos procedimientos: del olivo y de la vid. La aceituna se exprime cuando aún está blanca; de inferior calidad es el de drupa —así se llama la aceituna antes de que esté madura para su consumo, cuando, no obstante, ya va tomando color—; la diferencia consiste en que este último es verde, mientras que el primero es blanco.” (Plinio, Historia Natural, XII, 130)

Elaboración de aceite. Ilustración de H.M. Herguet

El aceite llamado "
oleum aceruum" o "aestiuum" es el que se obtiene de las aceitunas verdes, y aunque bueno, era poco abundante. La cosecha se realizaba en septiembre.

"El tiempo más proporcionado para la recolección de la aceituna es por lo común a principios del mes de diciembre. Pues antes de este tiempo se hace el aceite acerbo, que llaman de estío; cerca de este mes se saca el verde, y después el maduro."

El 
oleum viride (aceite verde) se preparaba en diciembre con las aceitunas de color cambiante (entre el verde y el negro), que daban más aceite, con un sabor más suave y afrutado.

“Nosotros residimos aquí en el campo, dedicados al ocio, y disfrutamos del otoño de muchas maneras. Así es: una vez que hemos confiado a los toneles el vino joven, que ha manado tras ser batido con los pies y exprimido con la prensa, se tritura en sus molinos el fruto de Sición, aunque la aceituna temprana se pasa suavemente para producir aceite verde.” (Símaco, Cartas, III, 23)



Para el 
oleum viride se hacía una clasificación dependiendo de cómo se había cogido la aceituna, del tiempo transcurrido hasta su procesado y del modo de prensarla.

“Pero no tiene cuenta al padre de familia sacar aceite acerbo, porque sale poco; a no ser que la aceituna se haya caído con las tempestades y sea preciso cogerla para que no se la coman los animales domésticos o los silvestres. Pero es de la mayor utilidad extraer el verde, como que no solo sale bastante, sino también con su valor casi duplica la renta del amo.” (Columella, De Re Rustica, XII, 52)

Ilustración Jean-Claude Golvin

De él se obtenía el 
oleum flos, aceite procedente de la primera y muy ligera presión, pero que, debido a su precio, se reservaba sólo para el aliño de las ensaladas o aderezar alimentos en crudo. El oleum sequens se lograba a partir de una segunda y más intensa presión, en la que se calentaba con agua la masa de aceitunas para extraer más fruto. El oleum cibarium, cuyo sabor era un tanto acre, procedía de la aceituna ya madura o caída del árbol y era obtenido de las siguientes prensadas, por lo que no podía conservarse más de un año. Se destinaba a la cocina de platos elaborados y fritos, y por su calidad inferior era cuatro veces más barato y, por tanto, de mayor consumo.

Más popularizado entre la población, por su bajo precio, se encontraba el “
oleum maturum” o aceite maduro, extraído, como su nombre indica, de aceitunas maduras o, incluso, pasadas. Era el que usaban las clases más bajas para cocinar, para conservar alimentos e, incluso, como combustible para lámparas.

“Cuando la aceituna está negra, recógela. Cuanto más amarga sea la aceituna con la que hagas el aceite, tanto mejor será el aceite: al amo le será especialmente ventajoso hacer el aceite de aceituna madura.” (Catón, De Agricultura, 65)



Plinio establece una jerarquía de cuáles son los aceites de mejor calidad en Italia y en todo el mundo: en el primer lugar sitúa al originario de la región de Venafro, cerca de Campania y el Lazio, dado su olor y gusto delicados; después iguala el aceite proveniente de la tierra de Istria, en el Adriático y el de la Bética, en el sur de Hispania; después de éstos, coloca a todos los demás.

“El primer puesto en el mundo entero, también en este producto, lo ha obtenido Italia, sobre todo por el territorio de Venafro, concretamente en la zona que da el aceite licinio, por lo que también se concede el máximo galardón a la aceituna licinia: le otorgaron esta palma los perfumes, porque su olor era muy apropiado para ellos y se la otorgó también el paladar con su juicio aún más fino; además, ningún pájaro pica las aceitunas licinias.
Hay, después, una disputa muy reñida entre la tierra de Istria y la Bética. Por lo demás, en las provincias se dan unas calidades bastante similares, excepto en el suelo de África, productor de cereales: la naturaleza se lo concedió por entero a Ceres, no le negó algo de aceite y de vino, pero le otorgó suficiente gloria por sus cereales.”
(Plinio, Historia Natural, XV, 8)

Ilustración de Jean-Claude Golvin

Desde muy pronto las obras literarias testimonian diferentes usos para el aceite, desde el cuidado de cuerpo y cabello, hasta el uso culinario.

Balión.— Y tú, Xitilis, atiéndeme bien: tus amantes, ésos nadan en aceite de oliva; si no se me pone aquí rápido a odres plenos, te meteré mañana a ti en uno de los tales y te haré llevar a la pérgola; allí se te dará un lecho, pero no para que cojas el sueño, sino para que hasta que ya no puedas con más... ya sabes a lo que me refiero. ¡Qué, víbora!, tú que tienes tantos amigos tan bien forrados de aceite ¿acaso has movido un dedo para que ninguno de tus consiervos tenga un tanto así más de brillo en la cabeza?, ¿o es que ni yo mismo puedo hacerme preparar la carne con un poco más de grasa? Pero eso ya me lo sé yo: es que a ti el aceite no te dice mucho, es con el vino con lo que te unges; deja, que yo te lo haré pagar todo de un solo golpe.” (Plauto, Pseudolo, I, 2)

Los romanos cocinaban inicialmente con manteca de cerdo, pero con la difusión del olivo se impuso el aceite de oliva (al menos, en los países mediterráneos), que se convierte en el ingrediente fundamental de su cocina.

“Toda entera tengo nombre griego, pero no soy toda entera latina; para los pobres (pues siempre me sirven en las tienduchas) vengo a nacer en la tierra, con agua me lavan, con aceite me untan.” (Antología Latina, XLII, La acelga)



Con aceite se aliñaban las verduras y hortalizas, y era ingrediente principal en la preparación de salsas para acompañar carnes y pescados.

“Vale la pena conocer bien la composición de la salsa doble. La simple consta de aceite dulce, que convendrá mezclar con un vino puro de mucho cuerpo y salmuera, pero sólo de la que haya dado su olor a un tonel de salazón de Bizancio. Una vez que todo ha hervido revuelto con hierbas picadas, y espolvoreado
con azafrán de Córico ha reposado, le echarás encima el jugo del fruto molido del olivar de Venafro.”
(Horacio, Sátiras, II, 4)


El aceite formaba parte de la elaboración de platos que eran consumidos por la población más humilde y campesina, como el moretum, que hecho con los ingredientes más básicos como queso y aceite constituía parte de la dieta del campesino Símilo.

“Avanzaba su obra: y no ya desigual, como antes, sino más pesada marchaba la mano del mortero en lentos giros. Vierte gota a gota el aceite de Palas, un chorro de fuerte vinagre y, de nuevo, mezcla la pasta y remueve lo mezclado. Luego, al fin, rebaña con dos dedos todo el mortero y recoge lo esparcido en una bola para que tome la forma y el nombre de un perfecto almodrote.” (Apéndice Virgiliano, Moretum, 110)

Mortero romano


En Roma, el aceite de peor calidad se utilizaba para la iluminación, aunque algunos autores antiguos se quejan de que los más avaros de entre los tenderos lo usaban para condimentar las comidas que vendían a los pobres de necesidad. Juvenal compara el aceite del Venafro destinado a los ricos con el importado de África, que según Plinio era de peor calidad, y se empleaba en iluminación.

“El amo rocía su pescado con aceite del Venafro. Por el contrario, la col descolorida que te traen a ti, desgraciado, olerá a candil. Porque en vuestros platos se pone el aceite que han transportado con proa aguda los barcos de los Micipsas*.” (Juvenal, Sátiras, V, 86)

* Micipsa fue rey de Numidia


Relieve de sarcófago, catacumba de Praextatus, Roma

El aceite de oliva fue el combustible más utilizado para la iluminación artificial en época grecorromana, aunque otros aceites vegetales, junto a grasas animales también se emplearon como aditivos o principal fuente de combustible.

La provisión de aceite de oliva en las provincias alejadas de grandes centros de producción requería una fuerte inversión económica, aun cuando el aceite utilizado era el de peor calidad. Por lo que solo la élite podía acceder a un combustible que permitía alargar las actividades laborales, comerciales y de ocio hasta después de haberse puesto el sol. Por ejemplo, en época imperial, cuando el uso del aceite en las termas estaba muy extendido, era frecuente que se distribuyese el aceite gratuitamente por parte de las autoridades. Alejandro Severo repartió aceite para las lámparas de las termas y que estas se mantuviesen abiertas más tiempo.

“Hizo además una donación de aceite para iluminar las termas, siendo así que hasta entonces no se abrían antes de la aurora y se cerraban antes de la puesta del sol.” (Historia Augusta, Alejandro Severo, 24)

Baños de Caracalla, Pintura de Alma-Tadema

El empleo de las lámparas de aceite permitió la realización de labores cotidianas en horas en las que el sol ya se había ocultado o tareas llevadas a cabo en lugares sin luz natural ni siquiera durante el día, como minas o catacumbas.

“Y las doncellas, aun en la noche, hilando su tarea, no desconocieron la proximidad del mal tiempo, cuando veían chisporrotear el aceite en la encendida lámpara de arcilla y que sobre la pavesa se formaba un hongo blando.” (Virgilio, Geórgicas, I, 390)

Penélope deshaciendo su labor, Dora Wheeler, Museo Metropolitan, Nueva York

La iluminación de áreas públicas, tales como calles urbanas, espacios públicos y edificios, era una fuente de orgullo cívico para aquellas ciudades donde la había, lo que ocurría en ciudades de provincias, como Antioquía y Constantinopla. La capacidad de la administración de extender el día con luz artificial ayudaba a incrementar el intercambio social y comercial y proporcionaba mayor seguridad a los residentes y visitantes de la ciudad.

“De móviles sogas cuelgan luces que relumbran sujetas en los artesonados y, alimentada por el suave flotar del aceite, la llama arroja su luz por el brillante cristal.” (Prudencio, Himnos cotidianos, V)

Museo del Vidrio, Corning, Nueva York

El aceite como fuente de iluminación era un elemento simbólico que formaba parte de rituales religiosos y funerarios. En forma de ungüentos, era parte fundamental en los ritos de preparación y exposición del cadáver, contribuyendo a su conservación; en la cremación, disimulando el olor de la carne quemada. 

“Lo que te voy a contar sucedió cuando yo ya era viejo. En Tebas, una picara vieja fue entenada de esta manera, en virtud de su testamento: el cadáver, generosamente untado de aceite, lo llevó el heredero en sus hombros desnudos, sin duda para ver si después de muerta lograba escaparse; y es que creo que en vida la había acosado en exceso.” (Horacio, Epístolas, II, 5)

En el culto a los Manes, espíritus de los difuntos, se depositaban en las tumbas alimentos, bebidas y lámparas de aceite, cuya luz debía guiar al difunto en su camino hacia el más allá. Algunas lámparas se llenaban con aceite perfumado y podían considerarse un regalo para el fallecido o una ofrenda conmemorativa que se depositaba en los aniversarios o fiestas de los difuntos.

“Adiós Septimia, que la tierra te sea leve. A quienquiera que deje una lámpara encendida ante su tumba, cubra la tierra dorada sus cenizas.” (CIL X 633)

Pintura de Wilhelm Kotarbinski

El aceite se utilizaba como ofrenda a los dioses, tanto en el culto oficial como en el culto privado, especialmente como libación en los altares.

“Después, prepara en honor del rey estigio nocturnas aras y pon sobre las llamas las entrañas enteras de los toros y derrama pingüe aceite sobre las vísceras ardientes” (Virgilio, Eneida, 6, 252-254.


La gente exhibía su piedad hacia los dioses ungiendo las estatuas que los representaban, aunque también mostraban su fervor hacia los héroes de la misma manera.

“En cuanto a la historia por la que el gran Aquiles, colocado frente a Héctor, ha ocupado todo el espacio al aire libre, puedes escuchársela a los guías. Yo, al darme cuenta de que todavía estaban iluminados, casi tendría que decir resplandecientes, los altares y de que la estatua de Héctor frotada con aceite estaba brillante, mirando a Pegaso dije: «¿Qué es esto, los de Ilión sacrifican?», intentando suavemente averiguar qué opinión tenía.” (Juliano, Cartas escritas en Asia menor, 79)

Pintura de Henry Ryland

El aceite se utiliza en las termas para la limpieza del cuerpo y los masajes y se consumía en gran cantidad por lo que había que procurar su abastecimiento y recurrir a la donación pública por parte de los propios Emperadores o los evergetas, prohombres locales de gran poder adquisitivo que con la intención última de ser elegidos para determinados cargos públicos revertían parte de sus riquezas en actos de evergesía, como el reparto gratuito de aceite para las termas.

“Las más devotas hermanas de Cesia Sabina, hija de Cn. Cesio Athicto, erigieron esta estatua. Ella sola dio un banquete a las madres de los centunviros y a sus hermanas e hijas y a las mujeres del municipio sin distinción de rango. Y en los días de los juegos y de la fiesta de su propio marido, ofreció un baño con aceite gratis.” (CIL XI 381)



El aceite acompañaba siempre en la competición y el ejercicio físico. Ya desde época griega, los atletas se embadurnaban el cuerpo de aceite antes de la lucha o la carrera, protegiéndose así del sol y asegurando su correcta hidratación. Terminado el baño, retiraban la mezcla de aceite y sudor con el estrígilo (strigilis), lavaban su cuerpo con agua, esponja y algún producto abrasivo (ceniza, sosa, potasio, salitre).

“Allí, en Olimpia, el gimnasta lleva un estrígilo, tal vez por esta razón: el atleta, en la palestra, no puede evitar cubrirse de polvo y barro. Además, está expuesto al sol; con el fin de que no se estropee el estado de su piel, el estrígilo recuerda al atleta no sólo que debe usar aceite sino untárselo tan copiosamente que haga falta rascarlo con el estrígilo después de la unción.” (Filóstrato, Gimnástico, 18)

Museo Británico, Londres

Por sus propiedades antisépticas y tranquilizantes, contrastadas sin duda mediante observación y experimentación a lo largo de siglos de uso, el aceite fue un ingrediente fundamental en las prácticas medicinales de los pueblos mediterráneos desde que empieza a cultivarse el olivo y producirse el jugo de él obtenido.

“Nada más se puso a brillar la estación, me atacó a los riñones un fuerte dolor que me obligaba a buscar una cuerda. Luego, tras un mes de tregua, se abatió sobre mí con más intensidad y se hizo necesario recurrir a un procedimiento que me empeñaba en aplazar lo más posible. Pues mientras los demás eran partidarios de adormecer los dolores con aceite, Panolbio decide hacerme una sangría. De inmediato me puse mejor, pero no puedo tener confianza en que siempre será así.” (Libanio, Cartas, 393, 3)

Skyphos de plata, Tesoro de Boscoreale, Museo del Louvre, foto Hervé Lewandowski

Las medicinas eran el resultado de una mezcla de numerosos ingredientes minerales, animales o vegetales, entre los cuales estaba el aceite, que por sí solo tiene propiedades antisépticas, antiinflamatorias, anticoagulantes y cicatrizantes, y puede mejorar la respuesta del sistema inmune.

“La verdad es que soy un hombre un tanto propenso a los catarros, pero hoy creo que estoy mucho más constipado. Así· pues, me untaré la cabeza con aceite e intentaré dormir, pues no pienso añadir hoy a mi lámpara ni una gota de aceite, hasta tal punto me he fatigado por haber montado a caballo y por estornudar.” (Frontón, Epístolas, 60)



Los galenos recomendaban utilizar el oleum omphacium para la preparación de remedios medicinales. Entre las recetas médicas se contemplaba tanto la aplicación o ingestión del aceite, como la inmersión del enfermo en el propio aceite.

“Aplicar cataplasmas calientes que se irán cambiando de lugar frecuentemente, desde el pecho hasta la ingle y la espina dorsal; frotar los brazos y las rodillas e introducir todo el cuerpo en aceite caliente; si el dolor no remite, aplicar tres o cuatro cazos de aceite caliente sobre la parte inferior del vientre”

Los directores de los gimnasios recogían el aceite con el que los atletas limpiaban su cuerpo y luego echaban por tierra, para venderlo con uso medicinal y como emplasto para aliviar diversos males, incluidos los articulares y, calentado, contra la ciática.

“Las raspaduras obtenidas de las termas son más eficaces para estos propósitos, y por ello se incluyen como ingrediente de algunos remedios. Estas raspaduras están impregnadas con el aceite de los atletas, que, usado con el polvo de la tierra, tienen un efecto calmante sobre las articulaciones, y son particularmente beneficiosas con efecto calórico.” (Plinio, Historia Natural, XXVIII, 13)

Placa campana, Gliptoteca Carlsberg, Copenhagen. Foto Sergey Sosnovskiy

El masaje se recomendaba para calmar la piel tras el ejercicio físico y el ciclo de las termas, así como para aliviar ciertas dolencias.

“Primero debería sudar durante un rato en el tepidarium, bien tapado, y después ungirse con aceite allí mismo; tras ello debería pasar al caldarium y tras sudar un rato no sumergirse en el baño caliente, sino echarse desde la cabeza hasta los pies, primero agua caliente, luego templada, después fría, y más por la cabeza que por ninguna otra parte, tras lo cual debería recibir un masaje, secarse y untarse con aceite.” (Celso, De Materia Medica, I, 4, 2)

Ilustración Parque Arqueológico de Xanten, Alemania

El aceite fue, desde casi la Prehistoria y en todo el Mediterráneo, la base de multitud de ungüentos y perfumes, que se utilizaron originalmente en la Antigüedad para conservar la salud y la elasticidad de la piel, pero posteriormente se emplearon como artículos de lujo para proporcionar al cuerpo la mejor de las fragancias, no solo después del baño, sino en cualquier ocasión, pues oler bien era supuestamente signo de buena salud.

“El simple aceite sirve para engrasar la piel, relajar los nervios y eliminar del cuerpo el olor desagradable, si realmente necesitáramos para ello el aceite.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, II, 67)

Ungüentarios romanos de vidrio

La elaboración artesanal consistía en macerar flores, hierbas o especias, machacadas en un mortero, en aceite y en frio, sobre todo, el que se obtenía de las olivas verdes durante la primera prensada, el denominado omphacium, que se empleaba como vehículo fijador o disolvente de las esencias aromáticas. Para conseguir un buen perfume era necesario utilizar un aceite puro que no alterara el aroma final.

“Cuando te dispones a preparar el suave perfume de la mejorana o de la mirra o de la flor del nardo que exhala a nuestro olfato fragancia de néctar, es conveniente antes de nada que busques y, en la medida de lo posible, logres encontrar un aceite de condición inodora que no exhale al olfato efluvio alguno, a fin de que deteriore lo menos posible, alterándolos con su aspereza, los perfumes mezclados con su substancia y fundidos con ella en la cocción.” (Lucrecio, La naturaleza, II, 845)

Pintura de la Villa Farnesina, Museo Palazzo Massimo, Roma

En caliente se servían de pequeños hornos cuyas llamas no debían estar en contacto con el caldero para evitar que el perfume oliera a quemado, hasta que el aceite se saturaba. A la mezcla se añadía un estabilizante hecho de alguna resina, especialmente de coníferas o de alguna especie más exótica como la mirra. Otros aditivos eran el vino perfumado, agua o miel.

“Los componentes básicos para la elaboración de un perfume son dos: el líquido (sucus) y la parte sólida (corpus): al primero pertenecen diferentes tipos de aceite, (stymmata) y al segundo, las esencias (hedysmata). Entre estos dos componentes existe un tercero, despreciado por muchos, que es el colorante. Para dar color se emplean el cinabrio y la ancusa. La sal añadida mantiene las propiedades del aceite. Pero cuando se añade ancusa, no se añade sal. La resina o las gomorresinas se añaden para mantener el aroma en el cuerpo; pues éste se evapora rápidamente y desaparece, si no están presentes estos conservantes.” (Plinio, Historia Natural, XIII, 2, 7)

Putti perfumistas, Casa de los Vettii, Pompeya

Las frutas también proporcionaban ingredientes que añadidos al aceite proporcionaban perfumes de gratos aromas.

“El aceite de membrillo se prepara de esta forma: mezcla seis sextarios de aceite con diez sextarios de agua, añade tres onzas de romaza triturada y una onza de esquemanto, déjalo durante un día y cuécelo. Luego, tras colar el aceite, échalo en una vasija de boca ancha, coloca encima zarzos de caña o una esterilla antigua y sobre ellos los membrillos. Envuélvelo todo con paños y déjalo reposar suficientes días, hasta que el aceite atraiga la virtud de los frutos." (Receta de Dioscórides)

Villa de Popea, Oplontis, Italia

Al médico Galeno se le atribuye la receta de una crema de belleza (ceratum) a base de cera de abejas, aceite de oliva y agua de rosas.

Los aceites perfumados eran usados para necesidades del culto, y los ungüentos para masajes y fricciones después del baño, y antes de tenderse para comer.

“Ella entonces se despoja de todas sus vestiduras e incluso del sostén que sujetaba su hermoso busto femenino; y, de pie junto al foco de luz, saca de un frasco metálico un aceite perfumado con el que se frota bien.” (Apuleyo, Metamorfosis, X, 21, 1)

Pintura de John William Godward

Además de las habituales, el aceite tenía entre los romanos otras muchas aplicaciones: como lubricante de los utensilios de trabajo, como impermeabilizante para algunos tejidos, como purificador de ciertos metales, como suavizante del cuero y muchos más.

“Y si pensamos que el cuero suavizado por el aceite se hace más difícil de romper y más duradero, siendo como es algo muerto, sería absurdo que no pensáramos que un cuerpo, que tiene aún una vitalidad, no puede ponerse en mejor forma por acción del aceite.” (Luciano, Anacarsis,o sobre la gimnasia, 23)

El aceite se aplicaba a la elaboración de armas y herramientas por su efecto sobre los metales.

“Cuando se trata de vaciar el hierro, el empleo del aceite proporciona un filo más acabado; de ahí la costumbre de dar una mano de aceite a las herramientas más delicadas, para que no se endurezcan con el agua haciéndose con ello quebradizas.” (Isidoro de Sevilla, Etimologías, XVI, 21, 4)


Un uso frecuente y documentado era el de repelente de insectos o insecticida.

“A las polillas se las destruye por la noche, colocando delante de las colmenas una potente luz y recipientes llenos de aceite debajo de la luz. Las polillas vuelan hacia el resplandor, caen en el aceite y mueren. De otra manera no es fácil apresarlas.” (Claudiano Eliano, Historia de los animales, I, 58)

Intaglio, Yale University Art Gallery

Aceites procedentes de otras plantas también se empleaban comúnmente en la sociedad romana, bien por ser más baratos, por su accesibilidad o porque sus propiedades les hacían adecuados para el uso al que estaban destinados, entre ellos el aceite de almendra, sésamo o nuez.

“El de almendra, que otros llaman neopo, se extrae de almendras amargas secas, machacándolas hasta hacer una pasta que se rocía con agua y se vuelve a machacar.” (Plinio, Historia Natural, XV, 7)

El aceite de cedro se usaba como conservante para los rollos de papiro y éstos se guardaban en cajas de madera de ciprés, dura y resistente. El cedro y el ciprés son ambos árboles de madera noble y aromática.

“Librito mío, ¿a quién quieres obsequiar? Búscate en seguida un protector, no sea que, llevado al punto a la cocina ahumada, tu papel aún húmedo se destine a envolver atunes frescos o sirvas de cucurucho del incienso y la pimienta. ¿Te marchas al seno de Faustino? Sabes lo que haces. Ahora puedes echarte a andar ungido con aceite de cedro y, hermoseado por la doble ornamentación de tu frente, regodearte en tus dos cilindros pintados, y que la púrpura delicada te cubra y que el título se enorgullezca con el rojo de la grana. Si él te protege, no temas ni a Probo.” (Marcial, Epigramas, III, 2)

Un escriba romano, Pintura de Alma-Tadema

El aceite por su alto coste era un producto elegido como obsequio para regalar a familiares y amigos en celebraciones o efemérides.

“¡Qué bien tan grande me ha proporcionado mi queja, no formulada sino supuesta por ti, Paulino, hijo mío! Temiendo que me hubiera desagradado el aceite que me habías enviado, repetiste tu regalo y lo hiciste aún mayor al añadir el condimento de la salmuera de Barcelona.” (Ausonio, Epístolas, 21)

El aceite, junto al vino y el trigo, era un producto que servía para el pago de trabajadores o de artistas contratados para los espectáculos, así como también era una recompensa para atletas ganadores y para vencedores de competiciones deportivas y artísticas.

“Hay que preocuparse, como de ninguna otra cosa, de la música sagrada. Escoge, pues, del pueblo de Alejandría a cien muchachos de buen linaje y manda proveer para cada uno de ellos dos artabas de trigo al mes y, además, aceite y vino; los encargados del tesoro les proporcionarán vestidos. Que ahora sean escogidos por su voz, pero si algunos pueden participar también en lo más elevado de esta ciencia, que sepan que ponemos a su disposición enormes recompensas a su esfuerzo. Pero, antes que de las nuestras, ellos mismos se beneficiarán al purificar sus almas con la música divina, pues hay que creer a los que anteriormente opinaron con rectitud sobre estas materias.” (Juliano, Cartas escritas en Antioquía, 109 -Carta de Juliano al prefecto de Egipto, Ecdicio)

Ánforas olearias



Bibliografía

De especie silvestre (kótinos) a olivo sagrado (élaios). Notas sobre el cultivo del olivar, la producción, la comercialización y el consumo de aceite de oliva en el Mediterráneo antiguo; Desiderio Vaquerizo Gil
Sextus lulius Possessor en la Bética; José Remesal Rodríguez
Olivo y aceite en los autores latinos; Joaquín Mellado Rodríguez
La captación del aceite annonario en Bética y África, un análisis comparativo; Lluís Pons Pujol, Eduard Garrote Sayó, Xavier Soria Rincón
Agua, sal, pan, vino y aceite en Roma; Guillermo Fatás Cabeza
Inscripciones de olearii en Hispalis; José María Blázquez
El aceite en la antigüedad: luminoso triunfo de la paz; Amalia Lejavitzer
Oil for Rome During the Second and Third Century AD: A Confrontation of Archaeological Records and the "Historia Augusta"; Wim Broekaert










Tria nomina, el nombre en la antigua Roma

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Estela funeraria de Sextus Adgennius Macrinus y Licinia Flavilla,
Museo de la Romanidad, Nimes, Francia

"A los Dioses Manes. Para Sextus Adgennius Macrinus, tribuno de la legión VI Victrix, cuatorviro, pontífice, prefecto de los ingenieros militares y para Licinia Flavilla, hija de Lucius, flamínica Augustal. Sextus Adgennius Solutus y Adgennia Licinilla a sus padres." (CIL, XII, 3175)

Desde la época republicana, el nombre de un romano es un elemento que le distingue de los otros individuos y le define como romano, especificando su ascendente y su estatus dentro de la comunidad. El nombre romano evolucionó hasta conseguir el modelo oficial con el sistema tardorrepublicano de los tria nomina. A grandes rasgos, la evolución de la onomástica romana hasta el siglo III d. C. siguió un modelo de filiación gentilicia, a la que se iban añadiendo complementos, en un principio de carácter personal, pero sin perder su esencia como indicadores de pertenencia a un grupo familiar. Oficialmente, todo ciudadano romano tenía un praenomen, un nomen y una tribu, que originalmente tenía también un significado gentilicio y que con el tiempo terminó constando simplemente como identificación jurídica, ya que los romanos votaban en los comicios según la adscripción de su tribu; a estos elementos los aristócratas, generalmente, añadían cognomina y agnomina.

“Los romanos antiguamente, como otros pueblos, tenían un solo nombre cada uno, pero después tuvieron dos y no hace mucho tiempo que se empezó a añadir a algunos un tercero como reconocimiento de algún suceso personal o, a manera de distinción, por su valor, igual que también algunos griegos poseen un apelativo además de su nombre habitual.” (Apiano, Historia romana, Prólogo, 13)

Lápida funeraria de Titus Flavius Acraba, Museo Británico, Londres

"Titus Flavius Acraba, liberto imperial y supervisor de los porteros, lo hizo para sí y para Hadria Acrabilla, que vivió siete años, nueve meses, diecisiete días, diez horas y para Provincia que vivió diecinueve años, padre de las hijas que bien lo merecían, y para sus libertos, libertas y sus descendientes." (CIL VI, 8962)

Originalmente todos los ciudadanos romanos pertenecían a una gens de la cual cogían su nombre de familia, el nomen gentilicium, que se convertía en el distintivo de todos los individuos descendientes de esa gens, aunque también lo utilizaban los que pasaban a formar parte de este grupo, aunque no fuera por nacimiento, hijos adoptivos, clientes, libertos. Solo los ciudadanos libres tenían derecho a utilizarlo. Este nomen se transmitía por línea masculina y según la terminación se puede conocer su origen: -ius, -eus tienen su origen en el Lazio, por ejemplo, el nomen Iulius; -as, -enna, -inna tienen procedencia etrusca, por ejemplo, el nomen Maecenas y -acus procede de la Galia, por ejemplo, Avidiacus.

“En cuanto a que los nombres de un dios y de un esclavo no tienen variación de la misma manera que los nuestros de personas libres, la causa es la misma, el que esto corresponde al uso y ha convenido establecerlo respecto a los libres, y respecto a los restantes no ha correspondido hacer nada, porque en el caso de los esclavos no está en uso como fundamento la realidad gentilicia, necesaria en los nombres de quienes estamos en el Lacio y somos libres. Así pues, aquí es evidente la analogía y recibe la denominación de Terentius un hombre, de Terentia una mujer y de Terentium un linaje.”(Varrón, De la lengua latina, XIII, 36)

C. Terentius Varro, ilustración de Jenny N. Dolfen

Durante la república solo unas cuantas gentes poderosas dominaron los cargos políticos y sacerdotales.

Las gentes podían ser de origen patricio o plebeyo. De acuerdo a la tradición, los patricios descendían de los patres, cabezas de familia cuando se fundó la ciudad de Roma por Rómulo. Otras familias nobles llegadas a Roma durante la monarquía también fueron admitidas entre los patricios. Muchas fuentes describen dos clases entre las gentes patricias, las maiores y las minores, y, aunque se desconoce su número y su clasificación, es posible que entre las gentes maiores se encontrasen los Emilios, Claudios, Cornelios, Fabios, Manlios y Valerios.


“No podemos decir cuál fue el tercer nombre de Gayo Mario, al modo que no se sabe tampoco el de Quinto Sertorio, que mandó en España, ni el de Lucio Mumio, que tomó a Corinto, porque el de Acaico fue sobrenombre que le vino de sus hechos, como el de Africano a Escipión y el de Macedonio a Metelo. Por esta razón principalmente parece que reprende Posidonio a los que creen que el tercer nombre era el propio de cada, uno de los Romanos, como Camilo, Marcelo y Catón, porque quedarían sin nombre- decía- los que sólo llevasen dos. Mas no advierte que con este modo de discurrir deja sin nombre a las mujeres, pues a ninguna se le pone el primero de los nombres, que es el que Posidonio tiene por nombre propio para los Romanos. De los otros, uno era común por el linaje, como los Pompeyos, los Manlios, los Cornelios, al modo que, si uno de nosotros dijera los Heraclidas y los Pelópidas, y otro era sobrenombre de un adjetivo que indicaba la índole, los hechos, la figura del cuerpo o sus defectos, como Macrino, Torcuato y Sila, a la manera que entre nosotros Mnemón, Gripo y Calinico. En esta materia, pues, la anomalía de la costumbre da ocasión a muchas disputas.” (Plutarco, Vida de Cayo Mario, 1)

Marcus Claudius Marcellus, cónsul en 222 a.C.

Leyes promulgadas en el siglo V a.C. intentaron fijar unas rígidas normas con las que evitar el acceso de miembros de las gentes plebeyas a las altas magistraturas, aun cuando los patricios constituían una minoría de población. Algunas gentes tenían ramas tanto patricias como plebeyas, debido, quizás, a la adopción, a la manumisión o, incluso, a la expulsión de algunos patricios y sus descendientes de sus gentes. En el primer siglo a.C. la distinción entre patricios y plebeyos se había reducido y con el aumento de la autoridad imperial, algunas gentes plebeyas fueron convertidas en patricias, para reemplazar a antiguas familias patricias que ya no tenían representación en el Senado romano.

“Y, sin embargo, amigo Peto, ¿cómo te viene a la cabeza la idea de decir que algún Papirio no ha sido nunca otra cosa que un plebeyo? En efecto, hubo patricios entre los clanes menores: de ellos el principal fue Lucio Papirio Mugilano, que llegó a censor con Lucio Sempronio Atratino, con el mismo que había sido cónsul anteriormente, 312 años después de la fundación de Roma. Pero entonces os llamabais Papisios. Después de éste hubo trece que ocuparon la silla curul antes que Lucio Papirio Craso, que fue el primero en dejar de ser llamado Papisio. Éste fue nombrado dictador en compañía de Lucio Papirio Cursor como su lugarteniente, 415 años después de la fundación de Roma, y cuatro años después llegó a cónsul con Cesón Duilio. Le siguió en el cargo Cursor, un hombre con muchos cargos oficiales, y a continuación Lucio Maso, que había sido edil, y después muchos Masones. Me gustaría que tuvieras los bustos de todos estos patricios.” (Cicerón, Cartas a familiares, IX, 21)

La clemencia de Lucius Papirius Cursor. Mary Evans Picture Library

Por ejemplo, la gens Cornelia tuvo entre sus miembros a Publio Cornelio Escipión, que fue cónsul en los años 205 y 194 a.C. y vencedor de Aníbal; a Lucio Cornelio Sila, cónsul en el año 88 a.C. y dictador entre los años 82 y 81 a.C. Cornelia fue una de las primeras esposas de Julio César y madre de Julia, su única hija, y era hija de Lucio Cornelio Cinna, cónsul desde el 87 al 84 a.C. Ya en el Imperio, Marco Cornelio Fronto fue un famoso orador y tutor del futuro emperador Marco Aurelio, además de cónsul sufecto en el año 142 d.C. Publio Cornelio Tácito fue un célebre historiador que vivió entre los siglos I y II d.C.

En la lápida funeraria de Escipión Hispano se hace referencia a la importancia de la estirpe.

"Cneo Cornelio Escipión Hispano, hijo de Cneo, pretor, edil curul, cuestor, tribuno militar dos veces, decenviro en los juzgados, decenviro para los rituales.
De noble conducta, aumenté la gloria de mi familia; continué mi linaje con hijos y me propuse igualar los éxitos de mi padre. Mantuve la fama de mis antepasados: se alegrarían de que naciese Escipión. Mi carrera ha ennoblecido mi estirpe.” (CIL VI, 1293)

Sepulcro de L. Cornelius Scipio Barbatus, Museos Vaticanos

Cuando existía cierta familiaridad entre individuos era suficiente utilizar el nomen sin añadir ni el praenomen ni el cognomen, al menos a finales de la república.

“Marco Cicerón saluda a Volumnio (Publio Volumnio Eutrápelo, amigo de Ático y de Marco Antonio)
Al haberme enviado la carta sólo con tu apellido
(nomen) con la familiaridad que, por otra parte, te corresponde, me hizo dudar en un primer momento si era del senador Volumnio con quien mantengo trato habitual. Luego el «tono humorístico» de su contenido me ha hecho comprender que era tuya.” (Cicerón, Cartas a familiares, VII, 32)

Además del nomen todos los romanos tenían un praenomen que lo precedía, un nombre propio de cada individuo. Originalmente este nombre se les daba, al parecer, a los niños varones cuando llegaban a la pubertad, a los catorce años, según unos o a los diecisiete, cuando recibían la toga viril, según otros. Posteriormente se les daba el prenombre a los recién nacidos el día de la purificación, solo si eran de condición libre y reconocidos por el pater familias.

“En cuanto al día lustral, es aquel en el que los recién nacidos son purificados y reciben su nombre, pero es el noveno para los varones, el octavo para las hembras.” (Macrobio, Saturnales, I, 16, 36)

Estela funeraria de Publius Albius Memoris,
Museos Capitolinos, Roma

“A los dioses Manes. Para Publius Albius Memoris, hijo de Publius, de la tribu Fabia, que vivió cinco años, seis meses y seis días. Sus padres Publius Albius Threptus y Albia Apollonia para su dulce hijo.”

Solía elegirse un nombre habitual en la familia: el nombre del padre, en el caso del hijo primogénito, o el nombre de algún antepasado, en el caso de los restantes hijos varones. Para los romanos, era una forma muy íntima de llamar a alguien, y, por eso, su uso quedaba restringido a la familia o a un círculo de amistades muy cercanas. 

Con el tiempo el praenomen fue cayendo en desuso y en los textos aparecía abreviado o ni siquiera aparecía. Solo se utilizaron una veintena de nombres utilizados como praenomina y algunos estaban reservados a ciertas familias, mientras que otros no eran usados nunca por determinadas familias.

“No utilizaron tampoco más nombres que el de Cneo y Lucio, alternándolos, además, de una manera curiosa, pues unas veces daban cada uno de estos nombres a tres miembros de la familia sucesivamente, y otras los iban cambiando de uno a otro. En efecto, según sabemos, los tres primeros Enobarbos llevaron el nombre de Lucio, los tres siguientes el de Gneo, y los restantes, uno u otro alternativamente.” (Suetonio, Nerón, 1)

Cneo Domicio Enobarbo, Museo Chiaramonti, Vaticano.
Foto Egisto Sani

El tria nomina de Nerón en su nacimiento era Lucio Domicio Enobarbo y el de su padre Cneo Domicio Enobarbo.

Algunos praenomina se originaron por la necesidad de distinguir a los individuos de una misma familia que compartían el mismo nomen y cognomen (sobrenombre). Por ejemplo, se elegían nombres que correspondían al orden de nacimiento o al momento en que este se producía.

“En los prenombres no sucede de la misma forma, por el hecho de que éstos han sido establecidos en el uso con carácter particular, de manera que con ellos se distingan los nombres gentilicios, como, partiendo de un número, es el caso de Secunda, Tertia y Quarta entre las mujeres, y como, entre los hombres, es el de Quintus, Sextus y Decimus, y de la misma forma ocurre partiendo de otras cosas. Al existir dos o más hombres llamados Terentius, para distinguirlos, les ponían un elemento distintivo para que tuvieran algo de carácter singular, quizás tomando un punto de partida tal que, de quien se dijera que había nacido por la mañana (mane), tuviese el nombre de Manius, de quien que a plena luz del día (luci), el de Lucius, y de quien que después (post) de la muerte de su padre, el de Postumus.” (Varrón, De la lengua latina, XIII, 36)

Agripa Póstumo, Museo del Louvre,
Foto Egisto Sani

Una tribu era una unidad territorial constituida para votar en la asamblea legislativa de la República romana. Según la tradición, las primeras tribus fueron establecidas por Rómulo, y Servio Tulio estableció treinta nuevas, que se redujeron a veinte al iniciarse la república romana; pero al aumentar la población romana, se añadieron quince tribus más, la última en el año 241 a.C.

“No hay que extrañarse de que el sistema actual, que consta de treinta y cinco tribus y un número doble de centurias de más jóvenes y de mayores, no se corresponda con el número fijado por Servio Tulio. Es que dividió la ciudad en cuatro circunscripciones, según las zonas y colinas que estaban habitadas; llamó tribus a estas circunscripciones, nombre derivado, a mi entender, de tributo, pues el sistema de distribuirlo en proporción a la renta fue también establecido por él; tribus estas, por otra parte, que nada tuvieron que ver con la distribución y el número de centurias.” (Tito Livio, Ab urbe condita, I, 43, 12)

Museo Calvet, Avignon. Foto Rossignol Benoît

"A Caius Otacilius Oppianus, hijo de Caius, adscrito a la tribu Voltinia, cuatorviro"

Los nombres de las cuatro primeras tribus urbanas correspondían a las cuatro regiones de la ciudad a las que representaban (Collina, Esquilina, Palatina, and Suburana). Las tribus rurales debían sus nombres a las de las familias que poseían grandes terrenos en esas zonas: Aemilia, Camilia, Cornelia, Fabia, Galeria, Horatia, Lemonia, Menenia, Papiria, Pollia, Popillia, Pupinia, Romilia, Sergia, Veturia, and Voltinia.

“A Lucio Minicio Natal Quadronio Vero, hijo de Lucio, de la tribu Galeria, el joven, cónsul, augur, procónsul de la provincia de África, legado de Augusto en funciones de pretor en el provincia de la Mesia Inferior, inspector de obras públicas y edificios sagrados, inspector de la red viaria Flaminia, prefecto de provisiones, legado de Augusto en la región VI victoriosa de la provincia de Britania, candidato al tribunal de la plebe, candidato a cuestor del divino Adriano Augusto, y al mismo tiempo legado de la provincia de África a la diócesis de Cartago, procónsul de su padre, tribuno militar de la Legión I Auxiliadora, Pía, Fidel y asimismo de la Legión XIV Gemina, Marcia, Victoriosa, triunviro de la moneda para fundir y acuñar oro, plata y cobre, los seviros augustales, por los méritos contraídos con ellos, según las palabras de su testamento que dicen “a los colonos barceloneses de la Hispania citerior, entre los que nací, cien mil sestercios, eso, si se comprometen a donar el cinco por ciento de esta suma cada año el día ¿? de los idus de febrero, día de mi nacimiento, un donativo de cuatro denarios a cada uno de los Decuriones que estén presentes y de tres denarios a cada uno de los Augustales que estén presentes, incrementándolos pro rata entre los presentes si acudiesen menos, de forma que los cinco mil sestercios correspondiente a los intereses anuales se destinen a esta finalidad cada año en el día de mi aniversario” (CIL II 4510)

Placa dedicada a Lucio Minicio Natal, Museo de Arqueología
de Cataluña, Barcelona. Foto Sebastiá Giralt
En el 495 a.C. se creó la tribu Claudia y posteriormente la Crustumina. En el año 387 a.C. se añadieron las tribus Arniensis, Sabatina, Stellatina, and Tromentina. Con la incorporación del territorio Volsco en el año 358 a.C., se formaron dos tribus más, la Pomptina y la Publilia. En el 332 a.C. se sumaron la Maecia y la Scaptia. La Ufentina y Falerina siguieron en el 318, y en el 299 la Aniensis y Terentina. El número total de treinta y cinco se obtuvo al establecerse las tribus Quirina y Velina en el año 241 a.C. Ocho tribus más se añadieron con la incorporación de los socios romanos, pero se acabaron asimilando a las anteriores treinta y cinco.

“Cayo Cestio Epulo, hijo de Lucio, de la gens Publilia, miembro del Colegio de Epulones, pretor, tribuno de la plebe, septemviro de los epulones.”

Tumba de Cestio, Roma. Foto Effems

Un individuo podía elegir en su filiación su pertenencia a dos tribus distintas, una la que correspondía a su lugar de origen y la otra en la que podía entrar a formar parte por elección de sus miembros.

“Marcus Valerius Capellianus, hijo de Marcus, de la tribu Galeria, de la tribu Aniensis. Damania. Sacerdote del culto imperial de la Hispania citerior.” (CIL II, 14, 1169)

Capellianus sería originario de Damania, perteneciente al conventus Caesaraugustanus, y él estaría como ciudadano de este municipio adscrito a la tribu Galeria, pero cuando fue admitido en el censo de Caesaraugusta, sería inscrito en la tribu Aniensis, que era la empleada en esta colonia para censar a los nuevos ciudadanos.

Cada vez que un ciudadano romano nacía era adscrito a una de las tribus, lo que se hacía por familia, aunque el domicilio del nacido no coincidiera con el origen de la familia. La tribu era un elemento de la filiación romana, pero no siempre aparecía. Desde el año 211 d.C. el nombre de la tribu apenas se pone y desde Diocleciano desaparece casi del todo.

En los primeros tiempos de la república y anteriormente la mayoría de ciudadanos patricios tenía solo dos nombres, por lo que era normal en ocasiones ver a romanos de importancia anteriores a la República con nombres formados sólo por un praenomen y un nomen. El cognomen o tercer nombre comienza a ser formalmente utilizado por un gran número de personas durante la República Romana, y por lo general en documentos oficiales y legales. Según avanzó la república el sistema del tria nomina se impuso entre los romanos de origen patricio.

“Los cognomina más antiguos derivaron de la agricultura. Por ejemplo, el cognomen Pilumnus se le dio al que inventó el pilón (pilum) para los molinos; el de Pisón venía de pisar el trigo; los de Fabio, Léntulo y Cicerón, de sus respectivas legumbres, ya que cada uno sobresalía en su cultivo. Un miembro de la familia de los Junius recibió el cognomen de Bubulcus por su habilidad en manejar a los bueyes (bubus).” (Plinio el viejo, Historia Natural, XVIII, 3, 9-12)

Cneo Cornelio Léntulo, Ilustración de Jenny N. Dolfen

El cognomen, se utilizaba para distinguir a las familias dentro de una gens y su más llamativa particularidad era que generalmente correspondía a una característica de tipo personal del individuo con el que se iniciaba la rama de la familia en concreto y se transmitía a los descendientes directamente.

“En la familia (gens) Domicia hubo dos ramas que se hicieron ilustres: la de los Calvinos y la de los Enobarbos. Estos últimos tienen por fundador de su linaje y de su sobrenombre a Lucio Domicio, a quien, según la tradición, le salieron al encuentro dos jóvenes gemelos de majestuosa belleza cuando regresaba un día del campo y le ordenaron anunciar al Senado y al pueblo una victoria de la que aún no se sabía nada seguro; y para convencerle de su divinidad, le acariciaron las mejillas, hasta volver el negro pelo de su barba de un color rubio semejante al del bronce. Esta marca distintiva se conservó también en sus descendientes, y una gran parte de ellos tuvo la barba rubia.” (Suetonio, Nerón, 1)

Nerón, Parque Arqueológico del Coliseo,
Roma

El cognomen era en un principio opcional, pero en el siglo I d.C. se hizo casi universal, pasando a ser el nombre principal por el que se conocía a los individuos. Podía corresponder a un rasgo físico, a un hecho circunstancial del nacimiento, a un logro personal y podía tener un carácter peyorativo o de alabanza.

“El padre de esta mujer tan honrada y tan virtuosa era el excelente ciudadano M. Acio Balbo, que fue pretor; en cambio tu mujer, tan buena, y sobre todo tan rica, es hija de (Marco Fulvio) Bambalión, persona insignificante, despreciable, que debía su injurioso apodo a la tartamudez de su lengua y a la estupidez de su espíritu.” (Cicerón, Filípicas, III, 16)

La venganza de Fulvia, Francisco Maura Montaner, Museo del Prado

El cognomen, como ya se ha visto era hereditario, pero se podía escoger uno derivado del nomen de la madre, en vez de utilizar el cognomen del padre, especialmente si así se diferenciaba a hermanos de los mismos padre y madre. Sucedía principalmente en familias que no tenían origen patricio.

Tito Flavio Polión del municipio de Reate, centurión o veterano reenganchado del partido de Pompeyo durante la guerra civil, escapó de la batalla de Farsalia y se refugió en su lugar de origen, donde más tarde, después de haber obtenido el perdón y el licenciamiento, ejerció el oficio de cobrador de subastas. Su hijo, que llevó el sobrenombre de Sabino y que no sirvió en el ejército -aunque algunos dicen que había sido primípilo y otros que había sido eximido del servicio por razones de salud cuando aún estaba al mando de una cohorte-, fue colector del impuesto de la cuadragésima en Asia; y quedaban estatuas que le erigieron las ciudades de esta provincia con la siguiente inscripción: Al recaudador integro. Luego, fue prestamista a interés entre los helvecios, y murió en el país de estos dejando una esposa, Vespasia Pola, y dos hijos que había tenido con ella; el mayor, Sabino, llegó a ser prefecto de Roma, y el menor, Vespasiano, incluso emperador.” (Suetonio, Vespasiano, 1, 3)

Vespasiano, Museos Capitolinos, Roma

Si bien el cognomen era algo particular de los patricios, había ocasiones en las cuales un ciudadano romano de origen no patricio lograba concretar una gran hazaña o ganar mucho poder y riqueza. Para honrar a esta persona, que generalmente tenía sólo dos nombres, se le permitía ser premiada con su propio cognomen, denominando a esta acción como cognomen ex-virtue (cognomen a la virtud). Por ejemplo, Pompeyo, un ciudadano romano no patricio, cuyo nombre era Cneo Pompeyo, fue premiado con el cognomen ex-virtue de Magno por haber llevado a la República romana a su máxima extensión en Oriente. Razón por la cual Pompeyo pasó a llamarse Cneo Pompeyo Magno.

“El primer aviso que tuvo Sila fue de haberse sublevado Pompeyo, y dijo a sus amigos: “Está visto que es hado mío, siendo viejo, tener que lidiar lides de mozos”, aludiendo a Mario, que, siendo muy joven, le dio mucho en que entender y puso en gravísimos riesgos. Mas cuando supo la verdad, y observó que todos recibían y acompañaban a Pompeyo con demostraciones de amor y benevolencia, corriendo a obsequiarle se propuso excederlos. Salió, pues, a recibirle, y, abrazándole con la mayor fineza, le llamó Magno en voz alta, y dio orden a los que allí se hallaban de que le saludaran de la misma manera; y magno quiere decir grande. Otros son de sentir que esta salutación le fue dada la primera vez por el ejército en el África, y que adquirió mayor fuerza y consistencia confirmada por Sila. Como quiera, él fue el último que al cabo de mucho tiempo, cuando fue enviado de procónsul a España contra Sertorio, empezó a darse en las cartas y en los edictos la denominación de Pompeyo Magno, porque ya no era odiosa, a causa de estar muy admitida en el uso, y más bien son de apreciar y admirar los antiguos Romanos, que condecoraban con estos títulos y sobrenombres no sólo los ilustres hechos de armas, sino también las acciones y virtudes políticas.” (Plutarco, Pompeyo, 13)

Pompeyo Magno, Ny Carlsberg Glyptotek, Copenhague

El amigo de Cicerón, Ático, recibió este cognomen por el que es conocido por haber vivido muchos años en Grecia y haber adquirido la cultura helena. Su nombre de nacimiento es Titus Pomponius y por la posterior adopción por parte de su tio materno Quintus Caecilius pasó a llamarse Quintus Caecilius Pomponianus Atticus.

“Aquí yo: "En verdad -dije- nuestro Pomponio parece bromear, y tal vez con pleno derecho. De tal modo, en efecto, se ha establecido en Atenas, que es casi uno de los áticos, de manera que parece que también va a tener ese sobrenombre (cognomen).” (Cicerón, De los fines, V, II, 4)

El agnomen era un segundo cognomen que se añadía al tria nomina como consecuencia de un logro particular del individuo debido principalmente a una hazaña militar o al desempeño de un alto cargo público. Aunque en principio no era hereditario, si podía darse el caso de que se trasmitiese a familiares. Un ejemplo lo constituye el de Publio Cornelio Escipión Africano, vencedor de Aníbal.

“Aquel año, junto con Marco Cornelio Cetego fue edil curul Publio Cornelio Escipión, el que después recibió el sobrenombre de Africano.” (Tito Livio, Ab urbe condita, XXV, 2, 6)

La clemencia de Escipión, Sebastiano Ricci

Cuando un ciudadano era adoptado, tomaba el nombre completo de su padre adoptivo, pero retenía su nomen original añadiendo la terminación -anus y lo convertía en un segundo cognomen.

Publio Cornelio Escipión Emiliano era hijo biológico de Lucio Emilio Paulo Macedónico, pero fue adoptado por el hijo de Escipión Africano y se convirtió en Publio Cornelio Escipión Emiliano.

A partir del siglo III d.C. se multiplica el número de cognomina que aparecen en la epigrafía y documentos oficiales.

Las mujeres en los primeros tiempos de Roma no solían tener un praenomen y eran llamadas con el nomen del padre en forma femenina. Desde finales de la república en adelante podían añadir un cognomen, lo que se convirtió en habitual en el Alto Imperio.

Para diferenciar a las hermanas de un mismo hogar se utilizaban ciertos praenomina, que en tiempos de la república solían indicar orden de nacimiento, como Secunda, Tertia, Major o Minor.

“Cuando volvía de Macedonia, antes de que pudiera declararse candidato al consulado, murió repentinamente, dejando tres hijos: Octavia la mayor la, de su primera mujer Ancaria, y Octavia la menor y Augusto, de Acia.” (Suetonio, Augusto, 3, 4)

Octavia minor

La falta de nombres individuales entre las mujeres no se debía a regulaciones o leyes estatales, sino que era como consecuencia del inferior status social y jurídico de la mujer en la sociedad romana. Cuando algunas mujeres prominentes empezaron a disfrutar de una mayor libertad social, jurídica y económica, el cognomen femenino surgió como un medio de individualizar a la mujer.

Como la mujer no heredaba un cognomen automáticamente, las hijas de familias senatoriales, en caso de llevar un cognomen, lo harían con uno igual o heredado del cognomen familiar, que sería socialmente más distintivo que los cognomina genéricos de la plebe.

“Después de su servicio, consagró su actividad al Foro de forma más honrosa que asidua, y por el mismo tiempo contrajo matrimonio con Arrecina Tertula*, hija de un caballero romano que, empero, había sido en otro tiempo prefecto de las cohortes pretorianas, y, cuando esta murió, con Marcia Furnila*, de muy ilustre cuna, de la que se divorció tras el nacimiento de su hija, (Flavia Julia).” (Suetonio, Tito, 4, 2)

*Hija de Marco Arrecino Clemente, prefecto del pretorio, bajo el reinado de Calígula, en cuyo asesinato participó.
*Hija de Quinto Marcio Barea Sura y de Antonia Furnila. Se casó con Tito hacia el año 63.

Flavia Julia, hija de Tito.
Palazzo Altemps, Roma

La elección del cognomen femenino durante la época imperial podía deberse a cualquier razón, porque sonase bien o porque le gustase al que lo elegía. Es innegable que a los romanos les gustaba escoger un nombre que ya se utilizara en la familia, el cognomen del padre o de la madre, o de cualquier otro familiar más o menos cercano.

Estela funeraria de Minicia Marcella, hija de Cayo Minicius Fundanus y Statoria Marcella (nomen del padre y cognomen de la madre)

"A los Dioses Manes. Para Minicia Marcella, hija de Fundanus. Vivió 12 años, 11 meses, 7 días."


Termas de Diocleciano,
Museo Nacional, Roma

Podía ser el nomen, normalmente el de la madre o de alguno de los abuelos, puesto que el del padre figuraba en su propio nombre ya, o bien el cognomen del padre, al que se añadiría algún sufijo como -illa, ina, -iola, etc. Algunos podían derivar del praenomen de un familiar, o bien del momento o circunstancia del nacimiento, o del lugar de origen, e incluso elegir un cognomen por razón del prestigio que proporcionaba estar vinculado a un personaje famoso en el pasado.

“Vivía en Roma Sabina Popea, hija de Tito Olio; la cual había tomado el nombre (nomen y cognomen) de su abuelo materno Popeo Sabino, varón de ilustre memoria, cuya casa resplandecía con honras consulares y con triunfos. Porque Olio, sin llegar a tener oficios de honra en la República, naufragó con la amistad de Sejano.” (Tácito, Anales, XIII, 45)

Popea Sabina, Palazzo Massimo,
Museo Nacional, Roma

Al citar la filiación, en el caso de las mujeres era muy poco habitual citar la tribu, puesto que las mujeres no se adscribían a ninguna por no tener derecho a voto. En el África romana aparece en ocasiones figurando la tribu a la que pertenecería el padre, quizás como demostración del orgullo por ser ciudadanos romanos.

Baebia Casta, hija de Publio, de la tribu Quirina, sacerdotisa de Juno, vivió cincuenta y cuatro años. Aquí yace. Que la tierra te sea leve.” [CIL VIII, 7093 (Cirta, Numidia)]

Los esclavos llevaban un solo nombre, que muchas veces representaba un concepto relativo a una cualidad que se esperaba de él, como por ejemplo Vitalis (saludable) o Celer (rápido). 

“A los dioses Manes. Valens y Melania, esclavos de Avitus Caesernius, (lo hicieron) para ellos y para Valentina, de 20 años, y para Donicus, de 2 años, sus queridísimos hijos.” (AE 2002, 1125)

Estela funeraria de Valens, Melania, Valentina y Donicus.
Museo Arqueológico de Zagreb. Foto Ortolf Harl

En numerosos casos el nombre era griego, como Eutyches (afortunado) o Panfila (querida por todos). A alguno se les daba un nombre mitológico, como Ayax o Escila.

El siguiente epigrama es en honor de un esclavo de Marcial, Demetrio, cuyo nombre de origen griego guarda relación con la diosa Deméter.

“Aquella mano otrora confidente de mis trabajos, fecunda para su dueño y conocida de los Césares, el joven Demetrio, falleció en la primavera de su vida: había cumplido tres lustros y cuatro veranos. No obstante, para que no bajara a las lagunas Estigias siendo esclavo, cuando el pernicioso mal abrasaba a su presa, tuve la precaución de resignar en el enfermo todos mis derechos de señor. Merecía haberse puesto bueno con mi regalo. Expirando, se dio cuenta de su premio y me llamó “patrón”, a punto de emprender, como libre, el viaje hacia las aguas infernales.” (Marcial, Epigramas, I, 101)

En los tiempos antiguos existió la costumbre de poner el nombre del esclavo utilizando el praenomen del señor con el sufijo -por, proveniente de puer, por ejemplo, Marcipor con el significado de: el chico de Marco. Sin embargo, parece que en los últimos años de la república esta denominación ya había caído en desuso, por la dificultad de diferenciar a los esclavos cuando aumentó el número de los que servían en una sola casa.

“Muy diferente fue la época de nuestros antepasados, cuando cada persona poseía un solo esclavo, uno del linaje propio de su dueño, llamado Marcipor o Lucipor, por el nombre de su señor, como podía ser el caso, cuando comían juntos, y cuando no había necesidad de vigilar a los esclavos.”
(Plinio, Historia Natural, XXXIII, 6)

Lápida funeraria de Caius Julius Baccus,
Museo Romano-germánico, Colonia

Al obtener la libertad y el estatuto de ciudadano los esclavos varones necesitaban un tria nomina, por lo que tomaban el praenomen y nomen de su anterior dueño, conservando su nombre de esclavo como cognomen. Así es el caso del esclavo manumitido por Cicerón, Tiro, que se convirtió en Marcus Tullius Tiro. 

"A Marcus Caelius, hijo de Titus, de la tribu Lemonia, de Bolonia, primer centurión de la legión decimoctava. Cincuenta y tres años y medio. Murió en la guerra de Vario. Los huesos de su liberto pueden enterrarse aquí. Publius Caelius, hijo de Titus, de la tribu Lemonia, su hermano lo erigió." (Sus libertos son Privatus y Thiaminus) (CIL XIII 8648)

En la estela de Marcus Caelius aparecen las imágenes y los nombres de sus libertos Marcus Caelius (liberto de Marcus) Privatus y Marcus Caelius (liberto de Marcus) Thiaminus.

Estela funeraria de Marcus Caelius, Rheinisches Landesmuseum,
Bonn. Foto Agnete

Las mujeres esclavas al convertirse en libertas adquirían el nomen de su patrón en femenino seguido de su propio nombre. Como muchas se convertían en esposas de sus patronos compartían el mismo nombre.

"A los Dioses Manes. Marcus Quinctius Thiopompus, patrón, lo erigió para Quinctia Chaerusa, liberta de Marcus, su liberta y al mismo tiempo esposa que bien lo merecía."

Durante los últimos años de la república y los primeros del imperio, cuando una persona se convertía en ciudadano romano, adoptaba el praenomen y el nomen de la persona que lo había hecho posible, que en el caso de la época imperial era el propio emperador.

En el epitafio siguiente el difunto comparte el praenomen y el nomen del emperador bajo el cual consiguió la ciudadanía romana, Titus Flavius Vespasianus.

“A Titus Flavius Alexander, hijo de Cástor, de la tribu Quirina, al que le fue concedida la ciudadanía por el emperador César Vespasiano. Hermes, su liberto, lo erigió.”

Lápida funeraria de Titus Aurelius Saturninus,
Museo Británico, Londres

Ya en la época de Adriano ciertos miembros de la élite de las ciudades de la costa del Egeo eligieron el praenomen y nomen de Publius Aelius para incluir en su propia nomenclatura, como si consideraran al emperador su patrón, aunque no le debieran a él su ciudadanía.

“(el consejo y el pueblo) honraron a Publia Elia Ulpiana Noe, hija de Seleukos, hijo de Antiochos, hijo de Bianor, por su modestia.” (SEG 47.1764; I. Sagalassos I 88)

Noe lleva praenomen Publia, nomen Elia, cognomina Ulpiana Noe. Por los nombres griegos de sus ancestros, y por su praenomen y nomen, Noe pudo haber conseguido la ciudadanía romana, o no, bajo el gobierno del emperador Adriano. El cognomen Ulpiana procede del nomen del emperador Trajano y Noe sería su nombre original griego que conserva como segundo cognomen.

Los habitantes libres de los territorios conquistados que no tenían la ciudadanía romana podían conservar su nombre original de nacimiento.

“Para Ruphus, griego de Mylasa, flautista, que vivió dieciséis años.
Dionysius Asclepiades, su padre, nacido en Alejandría y ciudadano de Atenas, hizo este monumento a su costa para su hijo que lo merecía.”
(Colonia, siglo III, CIL XIII. 8343/ILS 9344)

Estela funeraria de Narcissos, Museo Arqueológico
de Estambul. Foto Samuel López

“Esto no es una tumba, sino solo una lápida, el signo de Narcissos, quien tuvo muchos buenos deseos…” (Sínope, Museo Arqueológico de Estambul)

Sin embargo, esto no era siempre así, y muchos decidían cambiar sus nombres griegos por nombres con etimología romana, lo que para algunos significaba romper con las tradiciones y costumbres de sus lugares de origen y de sus antepasados.

“A los Jónicos
Pensáis que deberíais llamaros griegos por vuestros antepasados y su colonización de Jonia hace tiempo. Además de costumbres distintas, leyes, una lengua, y un modo de vida, los griegos también tienen una apariencia y un comportamiento distintos. Pero vosotros, puesto que en la mayoría de casos ni siquiera habéis conservado vuestros propios nombres, en cambio habéis abandonado estos rasgos ancestrales de vuestra identidad a causa de esta reciente prosperidad. Vuestros distinguidos antepasados tendrían justificación si rechazaran aceptaros en sus tumbas dado que os habéis convertido en unos desconocidos para ellos. Porque anteriormente vosotros llevabais los nombres de héroes, marinos y legisladores, pero ahora tenéis los nombres de los Lúculos, los Fabricios, y los prósperos Lucanos. ¡Yo preferiría llamarme Mimnermus!”
(Apolonio de Tiana, Cartas, 71)

Con la Constitución Antoniana de Caracalla en 212 d.C. todos los habitantes libres del imperio obtuvieron la ciudadanía romana y en los siglos posteriores las relaciones gentilicias fueron cayendo gradualmente en el olvido y una persona podía adoptar el nombre que quisiera, fuera antiguo o reciente, o incluso cambiar de nombre, si no le gustaba.

El emperador Caracalla, cuyo nombre era Lucius Septimius Bassianus, fue posteriormente rebautizado como Marcus Aurelius Antoninus en un intento de su padre Septimio Severo por relacionar su propia estirpe a la de Antonino Pio y Marco Aurelio.

“Es bien sabido que, a causa de un sueño por el que se enteró de que el destino le reservaba a un Antonino como sucesor, Severo dio este nombre a Caracalla Basiano cuando tenía ya trece años, y en la misma época le otorgó también, según dicen, la potestad imperial. En cuanto a Geta, aunque muchos autores niegan que recibió el nombre de Antonino, se sabe con certeza que lo recibió por la misma razón que Basiano, es decir, para que sucediera a su padre Severo, algo que en realidad no ocurrió. Después de esto, como hay constancia de ello, el propio Diadumeno fue llamado Antonino, para que le aceptara el ejército, el senado y el pueblo romano, puesto que existía una gran nostalgia por Basiano Caracalla.” (Historia Augusta, Antonino Diadumeno, 6)

Caracalla, Museos Capitolinos.
Foto Marie Lan Nguyen

Muchos de los pueblos conquistados por los romanos conservaron sus tradiciones y cultura, de la cual formaba parte la filiación y los nombres originarios de sus territorios, aunque también dieron muestra de su intención de ser parte de la romanización impuesta por el conquistador.

“Flavia Usaiu, hija de Tattu, de la nación eravisca, de ochenta años, yace aquí. Quintus Flavius Titucus lo erigió para su madre por su piedad.”

Los eraviscos eran una tribu celta de la zona de Aquincum (Hungría), que mantuvo elementos de su rica cultura bajo el gobierno romano. Su nombre tiene un elemento romano (Flavia) y uno celta (Usaiu), el nombre de su padre es puramente celta y su hijo exhibe los tres nombres de un ciudadano romano (aunque el cognomen Titucus es probable que sea un nombre celta latinizado). Se puede interpretar por estos datos que esta familia eravisca recibió la ciudadanía bajo el mandato de los Flavios y de forma gradual fue adoptando costumbres romanas. La estela funeraria de Flavia y la inscripción en latín testimonian su identidad romana, confirmada por el huso y la rueca en sus manos, haciendo referencia a las virtudes matronales romanas. Sin embargo, su atuendo resalta su origen étnico y su status, por lo que la estela deja ver tanto su identidad local como romana.

Flavia Usaiu, Gorsium, Hungría. Kornbluth Photography

En la parte oriental del imperio y en África el nomen Aurelius se impuso mayoritariamente entre los nuevos ciudadanos, debido al nomen oficial del emperador que les concedió la ciudadanía, Marcus Aurelius Antoninus (Caracalla). Antepusieron el nomen Aurelius o Aurelia a su propio nombre, sobre todo, a la hora de aparecer en documentos oficiales.

“A Aurelius Diogenes, strategos del nomo de Panópolis, de Aurelius Kolleetis, hijo de Akes y Senkales, pescador de Phenek. Yo afirno que, voluntaria e independientemente, doy garantía por Psaïs, hijo de Psaïs y de Sekos, que es pescador y ha dado su nombre como responsable de la preparación del garum, pescado seco y pescado fresco para la visita de nuestro señor, el emperador César Marcus Aurelius Severus Antoninus … y juro, por la fortuna de nuestro señor, presentar al mencionado hombre, Pero no le presentaré, yo mismo seré responsable de todo lo que se requiera de él.” (P.Got. 3 Panopolis, 215-216)


El nomen Aurelius o cualquier otro no tenía el mismo significado para estos nuevos ciudadanos que para las antiguas familias romanas. Para ellos no significaba pertenencia a ningún linaje, solo les ofrecía un status que los diferenciaba de los esclavos. Ellos seguían resaltando su estirpe con la filiación hijo de (nombres de padre y madre, generalmente). En cuanto a los cargos oficiales muchos fueron copados por individuos cuyos orígenes estaban en los nuevos ciudadanos que tomaron el nomen Aurelius, como ocurre en los casos de varios de los emperadores entre Galieno y Diocleciano: Marco Aurelio Probo, Marco Aurelio Caro, Marco Aurelio Carino, entre otros.

“Entre otras cosas, el cónsul Elio Escorpiano dijo: «Ya habéis escuchado la carta de Aurelio Valerio Probo: ¿qué pensáis sobre ella?» Entonces exclamaron: «¡Probo Augusto, que los dioses te guarden! Desde hace mucho tiempo eres un jefe experimentado, valiente, justo y bueno y un buen general; un modelo para el ejército, un modelo de autoridad ¡que los dioses te guarden! Defensor de la república, ¡que reines feliz! Conductor del ejército, ¡que tengas un gobierno feliz! ¡Que los dioses te protejan a ti y a los tuyos!” (Historia Augusta, Probo, 11, 5)

Probo. Museo Cívico Santa Giulia, Brescia.
Foto Giovanni Dall´Orto

Valerius fue el nomen gentilicio que se convirtió en dinástico a partir de Diocleciano, cuyo nombre de nacimiento era Gaius Valerius Diocles. El cognomen griego Diocles no se consideraba suficientemente digno y fue latinizado en Diocletianus por el emperador al asumir el poder en 284 d.C. Tomó como co-emperador y Augusto a su compañero de armas Maximiano que tomó el nombre de Marcus Aurelius Valerius Maximianus. También los dos césares elegidos como lugartenientes y herederos añadieron el nomen Valerius tras el suyo propio, mientras que como praenomen eligieron el de su propio Augusto, así, por ejemplo, Galerius Maximianus, César de Diocleciano se convirtió en Gaius Galerius Valerius Maximianus, a su vez Flavius Constantius, César de Maximianus se llamó Marcus Flavius Valerius Constantius.

Diocleciano. Museo Arqueológico, Estambul.
Foto Samuel López

Constantino el Grande, nacido Flavius Constantinus, tomó el nombre de Marcus Flavius Valerius Constantinus, tras el nombramiento de su padre como César, pero tras vencer a Licinio en el año 324 d.C., y como refuerzo a su pretensión al trono por herencia de sangre se decantó por el nomen gentilicio de su familia, Flavius, como el de mayor status, pasando a ser el nomen imperial de sus sucesores también.

Otro dato para la identificación era la adición de un apodo, antecedido por la palabra signo, u otras fórmulas, como qui et (abreviado en Q E) el cual, aparentemente servía para llamar familiarmente al individuo, pero que se incluía en documentos e inscripciones oficiales. Algunos tenían connotaciones mitológicas al derivarse de nombres de dioses, como los sobrenombres dados a Diocleciano, Júpiter, y el de Maximiano, Hercúleo.

A la eterna casa consagrada
A Agileia Prima, conocida también como Auguria.
Esposa más allá de la eternidad; la más casta, modesta y frugal
Que amó a su esposo, su casa y sus posesiones inicentemente.
Quintus Oppius Secundus, su esposo, lo hizo para la que lo merecía y para sí mismo.”

Lápida funeraria de Agileia Prima, Museo Arqueológico, Johns Hopkins, Baltimore, Estados Unidos

Quintus Flavius Maesius Egnatius Lollianus signo Mavortius fue un gobernador pagano de Campania desde el año 328 al 335, comes de Oriente desde el 330 al 336, procónsul de África desde 334 al 337, prefecto de la ciudad de Roma en el 342, cónsul en el 355 y prefecto del pretorio de Ilírico con Constancio II entre el 355 y 356. Mavortius proviene de un poético antiguo nombre latino del dios Marte, Mavors al que se le añade el sufijo frecuentemente utilizado para formar nombres -ius.

Estatua de Mavortius, Museo Arqueológico
dei Campi Flegrei, Baiae

En el siglo III d.C. surgió una nueva aristocracia, ennoblecida por los servicios prestados como altos cargos de la administración imperial, que acabó desarrollando sus propias prácticas de filiación, utilizando una pluralidad de nombres. Como los ciudadanos eran por su origen nuevos romanos, todos los nombres utilizados eran cognomina más que nomina, los cuales eran adquiridos por su status. Los cognomina escogidos eran principalmente empleados para conmemorar a los antepasados.

Gregorio de Tours nació en el seno de una familia galorromana de rango senatorial bajo el nombre de Georgius Florentius, siéndosele agregado más tarde el nombre Gregorius en honor a su bisabuelo materno.

Sacramentaire de Marmoutier,  Biblioteca municipal
de Autun, Francia

Con el cristianismo plenamente implantado los largos nombres con referencias religiosas fueron muy frecuentes, un ejemplo destacable es de Flavius Marianus Michaelius Gabrielius Petrus lohannes Narses Aurelianus Limenius Stephanus Aurelianus, prefecto del pretorio de Italia en 554/568. La longitud de su nombre es el resultado de anteponer nombres devocionales o cristianos a sus nombres seculares. En el caso de Aurelianus, los cuatro primeros cognomina representan a la virgen María, los arcángeles y San Pedro, los cinco últimos son familiares, mientras que Johannes puede ser de ambos grupos. En el grupo de los nombres religiosos se cumple una jerarquía, aspectos divinos antes que la virgen, esta antes que los arcángeles, estos antes que los apóstoles, y estos antes que los santos y mártires.

Cuando la nomenclatura se utilizaba de forma oficial se incluía entera, pero en otros casos solía utilizarse solo el último cognomen.

Lápida funeraria de Máxima, Termas de Diocleciano,
Museo Nacional, Roma

 “Aquí yace en paz, Máxima, una sierva de Cristo que vivió unos 25 años y descansó 9 días antes de las calendas de Julio del año cuando Flavio Probo el joven fue cónsul. Vivió con su esposo siete años y seis meses. Fue muy amable, leal en todo, buena y prudente.” (AE 1909, 206)

Flavius Marianus Iaccobus Marcellus Aninus Addaeus, prefecto del pretorio de Oriente y prefecto de la ciudad de Constantinopla es llamado Addaeus simplemente por Procopio.

“Esto es lo que hacía pues en ambos estrechos. Mientras tanto concebía el siguiente plan en Bizancio. Puso allí al mando a uno de sus servidores, un personaje de origen sirio llamado Adeo (Addaeus), al que encargó que obtuviera para él algún beneficio de las naves que atracaban allí.” (Procopio de Cesarea, Historia Secreta, 25, 7)

Con el tiempo el nomen surgido por necesidad de demostrar status (nueva ciudadanía) fue ganando terreno a la utilización del nomen gentilicio, al que aún se aferraba la vieja aristocracia senatorial. Mientras esta siguió jugando un papel primordial en el estado, todo el que se contaba como romano creía necesitar un nomen que pudiera aparecer en un contexto oficial. Tras la caida del imperio de Occidente y las crisis del siglo VI, vino la total decadencia de la aristocracia antigua y la casi total desaparición de los nomina gentilicia, haciendo ya prácticamente inservibles los nomina surgidos por nuevas circunstancias, por lo que el cognomen final pasó a ser el único nombre identificativo, al que en caso de ser necesario se sumaba un patronímico, o la ocupación del individuo o un adjetivo descriptivo, o una combinación de varios.

Lauda sepulcral de Ursicinus, Museo Arqueológico Nacional,
Madrid. Foto Samuel López

En esta lauda sepulcral con mosaico se puede leer: “Ursicinus. Duerme en paz. Por el nombre de Dios. Murió a los 47 años. Dejó una hija de 8 años. La hizo (la lauda) su esposa Melete.”

Tanto en el caso del difunto como de su esposa aparece un solo nombre.

En el siglo V Sidonio Apolinar, político, religioso y escritor, fue un aristócrata galorromano cuyo nombre completo era 
Gaius Sollius Modestus Apollinaris Sidonius, pero como puede verse en su epitafio, solo los dos últimos nombres son citados y con ellos ha pasado a la posteridad.

“Junto a los santos y el santo padre
Ha vivido Apolinar por sus méritos;
Noble por sus títulos, poderoso por su oficio,
Cabeza del ejército, magistrado de la corte,
Tranquilo entre las ondulantes olas del mundo,
Gestionando la confusión de pleitos,
Impuso leyes para la furia de los bárbaros;
Para los reinos que se implicaron en conflictos armados restauró la paz con su gran prudencia.
Entre todo, además, también escribió obras eruditas
Que se trasmitirán por los siglos;
Y tras estos dones de las Gracias,
Sentado en la silla del supremo pontífice,
Abandonó los asuntos mundanos para la posteridad.
Quienquiera que seas, cuando vengas aquí
a implorar a Dios con lágrimas,
Pronuncia una oración sobre su propicia tumba:
Que Sidonio, conocido y leído por todos
Pueda ser invocado por ti allí.”
(21 de agosto, en el reinado de Zenón)

Vidriera con la imagen de Sidonio Apolinar.
Catedral de Clermont Ferrand, Francia


Bibliografía

¿Podía el ciudadano romano cambiar de nombre o signos externos que daban publicidad a su identidad?; Juan Ramón Robles Reyes
The Numeral Praenomina of the Romans; Hans Petersen
What's in a Name? A Survey of Roman Onomastic Practice from c. 700 B.C. to A.D. 700; Benet Salway
Names in -por and Slave Naming in Republican Rome; Clive Cheesman
Adoption in the Roman World; Hugh Lindsay
La onomástica como indicador de identidad en el Bajo Imperio romano. Una aproximación a las problemáticas analíticas; Oriol Dinarès Cabrerizo
Roman Female Cognomina. Studies in the Nomenclature of Roman Women; Tuomo Nuorluoto
Female Tria Nomina and Social Standing in Late Republican and Early Imperial Periods; Urpo Kantola & Tuomo Nuorluoto
The Names Flavius and Aurelius as Status Designations in Later Roman Egypt; James G. Keenan
Freedmen and Freeborn in the Epitaphs of Imperial Rome; Lily Ross Taylor
New Identities in the Greco-Roman East: Cultural and Legal Implications of the Use of Roman Names; Athanasios Rizakis
The Patron-Freedwoman Relationship in Funerary Inscriptions; Matthew J. Perry
Cómo se nombraba a las mujeres en la antigua Roma; Jorge Álvarez; 24 Ago, 2020 < https://www.labrujulaverde.com/2020/08/como-se-nombraba-a-las-mujeres-en-la-antigua-roma>
Quinto Pompeyo Seneción Sosio Prisco, el romano con el nombre más largo conocido; Guillermo Carvajal; 11 May, 2022 <https://www.labrujulaverde.com/2022/05/quinto-pompeyosenecion-
sosio-prisco-el-romano-con-el-nombre-mas-largo-conocido>

 



Servus fugitivus, los esclavos fugitivos en la antigua Roma

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Relieve romano, Ashmolean Museum, Oxford, Inglaterra. Foto Jun

"Bien sabes, hermano arcadio, que tu hermana Venus nunca hizo nada sin la asistencia de Mercurio; tampoco ignoras cuánto tiempo llevo buscando en vano a esa esclava desaparecida. Ya no me queda más solución que divulgar por tu ministerio de heraldo la promesa de una recompensa para quien la descubra. Apresúrate, pues, a cumplir mi encargo; indícame qué señales permitirán identificarla con seguridad para que, si alguien se hiciese responsable de encubrimiento ilegal, no pueda alegar ignorancia en la defensa'. Al mismo tiempo ella le entrega una ficha con el nombre de Psique y otros detalles.

Mercurio no faltó a la obediencia. Corre de pueblo en pueblo por el mundo y cumple la misión encomendada con el siguiente pregón: 'Si alguien puede detener a la hija del rey, la esclava desaparecida de Venus, llamada Psique, o indicar dónde se oculta, que ese tal se presente ante el heraldo Mercurio, tras las columnas murcianas ", para recibir, como premio de su denuncia, siete dulces besos de Venus en persona y uno más, que será pura miel, con la puntita de la lengua."(Apuleyo, El asno de oro, VI, 8)

La huida, como forma de resistencia a la esclavitud, fue una práctica frecuentemente utilizada por los esclavos a lo largo de la historia. Escapar de una vida de penuria y malos tratos motivaba a los esclavos a intentar huir de sus dueños con la esperanza de hallar una vida mejor.

"Quéreas, por su parte, trabajaba en Caria encadenado. Y a fuerza de trabajar la tierra se agotó pronto su cuerpo, pues muchas eran las cosas que pesaban sobre él: la pena, la falta de cuidados, las cadenas, y más aún que estas cosas, el amor, y, queriendo morir, no se lo permitía una leve esperanza de que quizá podría ver algún día a Calirroe." (Caritón de Afrodisias, Quereas y Calirroe, IV, 2, 1)

Se consideraba servus fugitivus (esclavo fugitivo) a todo aquel que se encontrara fuera de la casa del dueño con la intención de no regresar.

Emperador romano a caballo y su esclavo,
Théodore Chassériau, Museo Rouen

Los propietarios de esclavos romanos se referían a esclavos buenos y malos y achacaban su deseo de fuga a su maldad porque no se cuestionaban si sus conceptos morales eran apropiados y no se imaginaban que los esclavos, a la hora de enfrentarse a la adversidad, no compartiesen sus propios valores. No se esforzaron por comprender que si un esclavo huía era para salvarse del abuso físico o de cualquier otra penosa condición.

"Hasta que lleguen allá deben sufrir más los padres porque mandan y gobiernan, que los siervos porque sirven. Así, cuando alguno en casa, por la desobediencia va contra la paz doméstica, deben corregirle y castigarle de palabra, o con el azote o con otro castigo justo y lícito, cuando lo exige la sociedad y comunicación humana por la utilidad del castigado, para que vuelva a la paz de donde se había apartado." (Agustín, La ciudad de Dios, XIX, 16)


En algunos casos los amos llegaron a reconocer que si sus esclavos se comportaban mal era debido al modo en que eran tratados y no por sus inherentes defectos de carácter. Las amenazas de su señor podían tanto forzar al esclavo a fugarse como al mayordomo a malversar porque necesitaba comida.

“A nosotros mismos ¿no se nos escapa algunas veces el castigar a un esclavo que ha faltado?, pues huyen ante el temor de nuestras palabras de amenaza.” (Plutarco, Moralia, 459A)

Ilustración de Erica Guilane-Nachez

Para un esclavo fugarse era una empresa que requería valentía e ingenio, una experiencia llena de riesgos y que podía crear gran tensión emocional, además de ser una reacción ante la esclavitud que exigía una gran fuerza de voluntad.

"Había allí un esclavo campano que había desertado de los romanos, un hombre vigoroso y tremendamente audaz en la guerra; se llamaba Espendio. Temía que su dueño le recuperara, que le maltratara y que le hiciera ejecutar según las leyes romanas; ello hacía que se atreviera a decir y a hacer cualquier cosa, con el afán de romper los tratos con los cartagineses."(Polibio, Historias, I, 69, 4)

Cuando un esclavo se decidía a emprender su huida debía contar que su fracaso podía ir seguido de un castigo, como ser azotado o encadenado. Fedro escribió una fábula que revela de forma dramática el efecto disuasorio que la perspectiva de ser castigado tenía sobre un esclavo y que refleja la duda ante la que se enfrentaba un esclavo, permanecer en la esclavitud o intentar conseguir su libertad.

“Un esclavo que huía de un amo de mal talante se encontró a Esopo, a quien conocía como su vecino: `¿Por qué tienes tanta prisa?´ preguntó Esopo. `Te lo diré, padre,´ contestó el otro, porque eres digno de ser así llamado, ya que nuestras penas te son confiadas. Los golpes abundan, la comida escasea; de vez en cuando me envían a la hacienda como esclavo rústico; si él cena en casa debo permanecer a su lado toda la noche, y si cena fuera, permanezco hasta el alba en la calle. Me he ganado justamente mi libertad; pero con el pelo gris soy todavía un esclavo. Si fuera consciente de haber cometido alguna falta, lo soportaría pacientemente; nunca he tenido el estómago lleno, y, desgraciado como soy, tengo que aguantar un amo severo, además. Por estas razones, y por otras que llevaría tiempo contar, he decidido ir donde mis pies me lleven.´ `Escucha entonces,´ dijo Esopo, `cuando no has cometido ninguna falta, sufres estos inconvenientes como dices, ¿qué pasaría si hubieras hecho alguna ofensa? ¿Qué supones habrías tenido que sufrir?” (Fedro, Fábulas, Apéndice XX)

Tal consejo hizo que el esclavo se retractase de su deseo de huir.


Una vez que el esclavo había resuelto escaparse, debía trazar un plan, elegir el momento adecuado, tomar ciertas decisiones como si le compensaba el abandono de su familia y debía idear alguna trama para ocultar su marcha.

Ilustración de Norman Lindsay

Los esclavos fugitivos, por tanto, deberían moverse rápidamente y de forma clandestina, quizás viajando de noche, evitando a las autoridades, usando tal vez un disfraz y pretendiendo ser libre, refugiándose para dormir en lugares apartados de las localidades más pobladas. Se llevarían su propio peculium (el dinero ahorrado) o robarían en la casa para poder proveerse de comida.

¿No te da vergüenza ser más cobarde e innoble que los esclavos fugitivos? ¿Cómo abandonan aquéllos a sus amos al huir? ¿En qué campos confían, en qué sirvientes? ¿Verdad que tras sustraer un poco, justo para los primeros días, luego ya andan de un lado a otro por tierra y por mar apañándose un recurso después de otro para alimentarse? (Epícteto, Disertaciones, III, 26, 1)

Si confiaban en algún protector, existía el peligro de traición por las recompensas ofrecidas. Además de enfrentarse a las exigencias del clima, el terreno y la mera supervivencia, cada momento de la huida debía estar lleno de tensión e inseguridad. Es por ello que debido a las penalidades que podían sufrir durante la huida, algunos volverían junto a sus amos con la esperanza de ser perdonados.

"Aun los amos crueles e implacables reprimen su dureza cuando los esclavos evadidos han vuelto a casa arrepentidos."(Petronio, Satiricón, 107, 4)

Ilustración Otto Adolph Stemler. Foto Classic Bible Art Collection

 Los autores e historiadores romanos quitaban importancia al deseo de libertad de los esclavos y lo consideraban como una irresponsabilidad. Pero vistas las penalidades que los esclavos sufrían para intentar huir parece que el alivio de alejarse del amo llegaría a compensarlas. 

“Él también muy apropiadamente dice que la huida es una especie de libertad, en otras palabras, que, por un tiempo él está libre del poder de su amo.” (Digesto, XXI.1.17.10)

La fuga de esclavos causaba un gran perjuicio social y económico a sus amos, los cuales podían tomar diferentes medidas para restringir las posibilidades de huida. Desde muy antiguo se recurría a mantener a los esclavos encadenados durante sus momentos de descanso.

Hegión. — (Al esclavo.) A ver, tú, atiéndeme: a estos dos prisioneros que compré ayer del botín a los cuestores, les pones unas cadenas individuales y les quitas esas otras más pesadas con las que están atados juntos; déjalos que anden por aquí fuera o dentro de la casa, como ellos quieran, pero que se les guarde con toda diligencia: un cautivo en libertad es como un pájaro salvaje: si se le ofrece una vez la ocasión de escaparse, ya basta, nunca jamás le podrás echar después mano. (Plauto, Los Cautivos, I, 2)

Cautivos atados. Museo Británico, Londres

Otra manera de disuadir a los esclavos de la huida era la colocación de un collar con una etiqueta colgada en la que podía leerse el nombre del propietario para la restitución del esclavo y algún que otro mensaje como el ofrecimiento de una recompensa.

"Me he escapado, aprésame. Cuando me devuelvas a mi amo Zoninus, recibirás una moneda de oro."(CIL XV, 7194)

Collar de Zoninus, Museo Nacional Romano,
Termas de Diocleciano, Foto Carole Raddato


En caso de que el esclavo no pudiese ir más allá de una zona designada se podía indicar en la chapa del collar, para que el que encontrase al esclavo que lo llevaba supiese que debía ser devuelto a su amo.

"Soy Asellus, esclavo de Praejectus, oficial del prefecto de la annona. He ido más allá de la muralla; captúrame, porque me he escapado, y devuélveme a Flora, donde los peluqueros." (CIL XV 7172)

Si el nombre del propietario no aparecía, se indicaba el lugar de donde provenía el esclavo para ser restituido a las autoridades.

"Me llamo Adúltera, y soy prostituta. Aprésame porque me he escapado de Bulla Regia."(AE 1906, 148)

Collar de Adúltera, Museo del Bardo, Túnez, Foto Jona Lendering

Estos collares empezaron a proliferar a finales del Imperio, cuando se comenzó a eliminar la marcación en la piel de los esclavos con fuego o tatuajes, que suponía un desfiguramiento físico, por la influencia de las ideas religiosas que no aprobaban el maltrato de los esclavos.

"Tan perezoso para escribir como lento, Pérgamo, para correr, intentaste la huida y te cogieron en el primer estadio. Y así, te viste con tu rostro marcado, Pérgamo, por unas letras, y aguanta tu frente las que despreció tu diestra."(Ausonio, epigrama 36)

La aprobación de algunas leyes en época cristiana permitió que no se desfigurase el rostro, pero se marcase otras partes del cuerpo.

"Si cualquier persona fuera condenada a la arena o las minas, según la naturaleza del crimen que haya cometido, no será marcada en la cara, ya que la pena por la condena puede realizarse en las manos y en corvas de las piernas, para que la cara, que se ha hecho a semejanza de la belleza celestial, no sea desfigurada." (Código Teodosiano, IX, 40, 2)

En Grecia existía el derecho de asilo por el que los esclavos griegos podían acogerse a la protección de determinados templos frente a las vejaciones cometidas por los dueños. La asimilación por Roma del derecho de asilo se hizo patente durante los últimos años de la República y comienzo del Imperio. Algunos juristas de la época de Augusto se preguntaban sobre sí debían ser considerados fugitivos los que se acogiesen al derecho de asilo y los que se presentasen donde suelen hacerlo quienes piden salir a la venta.


"Preguntan Labeo y Caelius, si el esclavo que escapa hasta un lugar de asilo, o se entrega a alguien donde se venden los esclavos o se exponen para la venta, es un fugitivo. Pienso que el que actúa de tal manera no es un fugitivo, porque es lícito hacerlo tan públicamente. No pienso tampoco que sea un fugitivo el que se acoge a la estatua del emperador, porque no lo hace con intención de escapar, y tampoco lo es el que se refugia en un lugar designado como asilo, porque no hace con intención de fugarse. Pero, si en un principio se escapó y posteriormente se acogió al asilo, es por descontado un fugitivo." (Digesto, XXI, 1, 17, 12)

Detalle de mosaico, Iglesia de San Esteban, Umm er-Rasas, Jordania


El auxilium que el rescripto anterior establece para los esclavos acogidos al asilo junto a la estatua del emperador, no implicaba que dejaran de ser esclavos, sino tan sólo que podían cambiar de dueño. Por tanto, el derecho de asilo de los esclavos en los templos no conllevaba ninguna amenaza para el sistema, sino que lo consolidaba, porque el esclavo perdía el peculio acumulado, se liberaba del maltrato de su antiguo dueño, del hambre..., podría subsistir, pero seguía siendo esclavo.

Séneca en De Clementia del año 56 d.C. considera lícita la práctica de acogerse al asilo junto a la estatua del emperador.

"A los esclavos se les permite buscar refugio junto a una estatua: aun estando todo permitido contra los esclavos, hay algo que el derecho natural impide autorizar sobre los seres humanos."(I, 18, 2)

La extensión del derecho de asilo a las estatuas de los emperadores se incluye en el valor protector procedente del culto imperial surgido en la época del Principado.

“Señor, Apuleyo, un soldado que pertenece a la guarnición de Nicomedia, me ha escrito que un individuo de nombre Calidromo, al ser detenido por los panaderos Máximo y Dionisio, con los cuales había contratado sus servicios, se refugió al pie de tu estatua y que, una vez conducido ante el magistrado, declaró que durante algún tiempo fue esclavo de Laberio Maximo, y que, luego de haber sido hecho prisionero por Susago en Mesia y enviado por Decébalo como presente a Pacoro, rey de los partos , había estado al servicio de este durante varios años, y que después había huido y así había llegado a Nicomedia. He pensado que debía ser enviado ante ti, ya que, una vez que fue conducido ante mí, refirió los mismos hechos; he tardado un poco más en hacerlo, mientras estaba buscando una gema que decía le había sido robada y que tenía una imagen de Pacoro con los atributos reales con los que solía ser investido. En efecto, quería enviártela al mismo tiempo, si hubiese podido encontrarla, como te he enviado la pepita que decía había sacado de las minas de Partia. Ha sido sellada con mi anillo, cuyo emblema es una cuadriga.” (Plinio, Epístolas, X, 74)

Estatua de Trajano, Laodicea, Turquía

Antonino Pío justifica que se actúe contra la propiedad privada al permitir el traspaso de los esclavos a otro dueño, en interés de los mismos propietarios, ya que la crueldad y los abusos sexuales suponían una amenaza para ellos mismos, porque podían empujar al esclavo a una respuesta desesperada contra los amos.

"Conviene mantener intacto el poder de los dueños sobre sus esclavos y no disminuir a nadie en su derecho, sin embargo, interesa a los propios dueños que, contra la crueldad, el hambre o la injusticia intolerable, no se les deniegue el auxilio a quienes lo imploran correctamente. Por tanto, atiende las quejas de los esclavos de Julio Sabino que se refugiaron junto a una estatua `del emperador´ y si averiguas que fueron tratados con dureza excesiva, atendiendo a la equidad, o bien con infame injusticia, ordena entonces su venta de modo que jamás retornen a su actual dueño. Y en cuanto a este, que sepa que, si intenta burlar esta decisión mía, tomaré medidas más severas." (Digesto I. 6. 2)

Los señores se preocupaban por recuperar los esclavos huidos pues su pérdida suponía un perjuicio económico y social. El procedimiento a seguir para la recuperación del prófugo consistía en movilizar tanto a los poderes públicos como privados.

"Lícino, el esclavo, al que conoces, de Esopo, nuestro amigo, se ha escapado. Estuvo en Atenas y de hecho estaba en Atenas cuando Lícino llegó allí, al enterarse después de que era un fugitivo por una carta de Esopo, lo prendió y lo puso bajo custodia en Éfeso, lo que no he podido deducir con claridad de su carta es si es una prisión pública o en un molino. Tú, sea del modo que sea, pues está en Éfeso, quisiera que hagas averiguaciones sobre ese individuo y con la mayor prontitud lo mandes a Roma o te lo traigas contigo. No te fijes en la calidad de la persona. Pues poco vale quien ya no sirve para nada. Pero Esopo está afectado por un dolor tan grande a causa del delito y la osadía del esclavo que con nada podrías lograr más su gratitud que si recuperaba su esclavo por tu mediación."(Cicerón, Cartas a Quinto, I, 2)

Cárcel Mamertina, Ilustración de Jean-Claude Golvin

En principio, tanto la persecución como el castigo del esclavo fugitivo era responsabilidad de su dueño; pero, a partir de finales de la república romana el Estado empezó a intervenir de forma progresiva con la emisión de varias disposiciones legales

El estado proporcionaba ayuda a los propietarios de esclavos de diversas maneras. En primer lugar, se requería a los vendedores para que expusieran el historial de fugas de los esclavos y que diesen ciertas garantías contra los intentos de huida. En segundo lugar, el estado podía castigar a los esclavos fugados con distintas penas. En tiempo de Constantino se proclamó una ley por al que cualquier esclavo capturado mientras huía a territorio de los bárbaros sería enviado a las minas o se le amputaría un pie.

"El emperador Constantino Augusto y el césar Licinius a Probus.
Si los esclavos fugitivos son capturados mientras huyen hacia territorio de los bárbaros, serán castigados con la amputación de un pie o condenados a las minas o a cualquier castigo a voluntad."
 (Código Justiniano, VI, 1, 3)

Pintura de Onofrio Tomaselli

En tercer lugar, el estado ayudaba a los propietarios castigando a los que ayudaban a los fugados. Como se pensaba que el esclavo fugitivo intentaría encontrar un nuevo dueño, en vez de lograr su libertad, se imponían fuertes sanciones a los que daban cobijo a los esclavos fugados.

"Demetrius, estratego del nomo de Gynaecopolite, a su estimado Agathodaemon, estratego del nomo de Oxirrinco, saludos…los escribas del nomo y los de la metrópolis han informado que Achilleus, quien, como ya dijiste, fue acusado de dar cobijo a un esclavo, ha desaparecido. Rezo por tu salud… El año 12 del emperador César Trajano Adriano Augusto." (Papiro Oxirrinco, 12.1422)

El estado se encargaba de desanimar la huida del esclavo, que temía el castigo tras un grave error o delito cometido, ofreciendo la posibilidad de participar en las luchas con fieras en la arena, siendo devuelto a su amo antes o después de la lucha.

"Si un esclavo fugitivo se acoge a la arena, no puede escapar al poder de su amo exponiéndose a este peligro, que tiene riesgo de muerte, porque del divino Pio estipuló en un rescripto que dicho esclavo debe, como sea, ser devuelto a su dueño, bien antes o después de la lucha con las fieras, ya que a veces puede haber defraudado dinero, o cometido algún otro delito grave, por lo que preferiría acogerse a la arena antes que someterse a un proceso judicial o sufrir el castigo por su fuga, por lo tanto debe ser entregado."  Digesto XI, 4, 5)

Detalle de mosaico, venator contra leopardo, Römerhalle, Bad Kreuznach, Alemania,
Foto Carole Raddato

Las grandes propiedades privadas podían suponer un impedimento a la hora de apresar a un esclavo fugado, ya que los propietarios de los terrenos podían oponerse a la entrada de los encargados de buscarlo. Para que las élites locales estuviesen dispuestas a colaborar, la ley consideraba a los encubridores de los fugitivos de la misma manera que a los bandidos y amenazaba con una sanción a los que no la cumplieran. En concreto, en el Digesto hay constancia de dos rescriptos de Antonino Pío relativos a esclavos fugitivos; en el primero se regulaba la intervención del Estado en su persecución a través de los gobernadores provinciales y se estipulaba que el dueño que quisiera entrar en propiedades ajenas para buscar a esclavos fugados, podía acudir al gobernador provincial, quien proporcionaría órdenes de búsqueda e, incluso, algún funcionario. Además cabía la posibilidad de que el gobernador provincial impusiese castigos a los propietarios que se opusiesen.

Por lo tanto, se emitieron decretos para que soldados u otros individuos que tuvieran una orden de registro oficial pudieran entrar en dichos territorios para buscar a los fugitivos. Los órdenes de registro se obtenían al escribir una carta formal al magistrado solicitando ayuda para recuperar al esclavo huido. Los magistrados estaban obligados a acceder a las peticiones también bajo amenaza de pagar una multa.

"Este decreto concedía a soldados o civiles a entrar en las propiedades de senadores o particulares con el propósito de buscar a esclavos fugitivos, y, además, la ley Fabia y el decreto del Senado que se emitió siendo cónsul Modestus, hacían referencia a este asunto. Se establecía que en caso de querer buscar a esclavos fugitivos , se debería dirigir una carta a los magistrados, a quienes se impondría una multa de cien sólidos, si tras recibir la carta, se negaban a negaban a ayudar a las partidas de búsqueda; y la misma multa se impondría a quien no permitiese entrar en sus posesiones para dicha búsqueda. Un rescripto general del divino Marco y de Cómodo estipula que todos los gobernadores, magistrados tropas y guarniciones militares están obligadas a asistir a las personas que estén buscando esclavos fugitivos y entregarlos si los encuentran; y que cualquier individuo en cuyas tierras se escondan los esclavos serán castigados si están implicados en el delito." (Digesto, XI, 4, 1, 2)

También existía la posibilidad de devolver el esclavo fugado a su dueño o a las autoridades dentro de un plazo, para así poder evitar la sanción.


"Si alguien restituyera los esclavos fugados a sus propietarios en veinte días o los presentaran ante los magistrados, se le perdonaría lo que hubieran hecho anteriormente; posteriormente se estableció en el mismo decreto que se otorgaba inmunidad a quien devolviese los esclavos fugitivos a sus dueños, o los trajese ante los magistrados dentro del periodo prescrito, cuando los encontrasen en sus posesiones." (Digesto, XI, 4, 1, 1)

Mosaico de Tipasa, Argelia, foto de Roberto Piperno

Parece que la apropiación de un esclavo por parte de un aristócrata para incorporarlo a su mano de obra fue habitual y derivó en pleitos sobre la propiedad del esclavo, que debían ser juzgados por los gobernadores.

"Sebón es el más noble de los cretenses, el más distinguido de los helenos, el varón más querido por nosotros. Unos esclavos domésticos se le han escapado descaradamente y creen que refugio suficiente para ellos es un comerciante sirio llamado Onésimo, un ser malvado. Pues Evodo, conocedor del delito, se alegró de toparse con los criados, dio la voz de alarma y, capturándolos, los llevó a rastras a Hecebolio, el hijo de Ascolio, en la creencia de que así nos serían enviados los fugitivos sin problemas. Sin embargo, parece que Evodo no razonó correctamente, pues el tiempo transcurrido desde entonces es muy largo y el botín no aparece por ninguna parte. Así es que tenemos muchas sospechas sobre lo ocurrido. Pero si se ha cometido una segunda maldad, tú harás que no sirva de nada al no permitir que quienes lo deseen puedan apropiarse de los esclavos en lugar de su dueño. Pues no nos descuidarás y desearás devolverles su vigor a las leyes." (Libanio, Epístolas, III, 306)

Otra forma de combatir la fuga de los esclavos era el despliegue de soldados o fuerzas de seguridad a las rutas de escape y a los puertos donde debían mantenerse alerta y vigilar los movimientos de la gente para captar a los fugitivos. Se perdonaba las ausencias de los soldados mientras estaban persiguiendo a esclavos fugados.

"Se examinan las causas del vagabundeo y por qué se ausentaban los soldados, y donde estaban, y lo que hacían; y se concede el perdón en caso de ausencia causada por enfermedad, asuntos familiares, y si el acusado estaba persiguiendo a un esclavo fugado; y también se excusa a un nuevo recluta que todavía no se ha familiarizado con la disciplina." (Digesto, IL.16.4.15)



Un propietario de esclavos rico y poderoso tenía mayores probabilidades de que el estado se movilizase para ayudarle a buscar a un esclavo fugado que un propietario sin recursos suficientes, por lo que los que se apropiaban de un fugitivo, cuyo propietario no disponía de los medios para su recuperación, se despreocupaban al pensar que no se implicaría demasiado en su búsqueda.

"Los hombres que reciben a los fugitivos, les preguntan de dónde han huido. Y, cuando ven que es un siervo de un señor poco potente, le reciben sin temor alguno, diciendo en su corazón:
"Este no tiene un señor que pueda seguirle la pista." Sin embargo, cuando oyen que pertenece a un señor poderoso, o no le reciben o le reciben con gran temor, y hacen esto porque el hombre poderoso puede ser engañado."
(Agustín, Salmos, 138, 10)

Relieve campano, Museo Británico, Londres

Los propietarios de esclavos con recursos y bien relacionados podían confiar en amigos, conocidos y emisarios para que les ayudasen a recuperar a los esclavos huidos. Si el prófugo era recuperado por un amigo, el dueño contraía una deuda personal con aquél, y ambos reforzaban sus vínculos de amistad.

En la correspondencia epistolar de Cicerón con sus allegados se puede ver cómo el propio autor pide ayuda para encontrar un esclavo que se ha escapado tras robar unos libros, y cómo uno de sus amigos le informa de su intención de recuperarlo. Parece ser que dicho esclavo nunca fue hallado.

"Marco Cicerón saluda al imperator Publio Sulpicio. (otoño del 46 a.C.)


Además, te pido que en el siguiente asunto te esfuerces más de lo habitual en razón de nuestra amistad y del afecto invariable que me manifiestas: mi esclavo Dionisio, quien se ha encargado de mi biblioteca —valorada en mucho dinero—, tras haber sustraído un buen número de libros y pensar que no saldría impune, se dio a la fuga. Está en tu provincia. Tanto mi amigo Marco Bolano como muchos otros lo vieron en Narona, pero, al decirles que yo lo había manumitido, le creyeron. Si tú te pudieses encargar de devolvérmelo, no puedo expresar cuán grato me resultaría. El asunto en sí mismo no es importante, pero el dolor de mi corazón es grande. Bolano te indicará dónde está y qué puede suceder. Si yo puedo recuperar a este individuo por tu mediación, pensaré que he recibido un gran beneficio tuyo. (Cicerón, Cartas a Familiares, XIII, 77)

El imperator Vatinio saluda a su amigo Cicerón (11 de Julio de 45 a.C.)

"Me he enterado de que ese esclavo lector tuyo que ha huido está con los vardeos. No me has encomendado nada sobre él, sin embargo, yo me he encargado de que fuese buscado por tierra y por mar, y te lo encontraré enseguida, a no ser que haya huido a Dalmacia; con todo, algún día lo sacaré fuera de allí." (Cicerón, Cartas a Familiares, V, 9 año)

Marco Cicerón saluda al imperator Vatinio (Diciembre del 45)

Lo de Dionisio, déjalo, si me tienes en tu estima: cualquier encargo que le hayas confiado yo te lo restituiré; pero si es una mala persona como es, tú lo llevarás cautivo en tu desfile triunfal.
(Cartas a familiares, V, 11)

Vatinio saluda a su amigo Cicerón (Enero del 44)

De tu esclavo Dionisio no he sacado nada en claro hasta ahora, y tanto menos porque el frío dálmata, que me echó de allí, también ha refrescado esta zona. Pero con todo, no dejaré de descubrirlo algún día." (Cartas a familiares, V, 10a)

Adriano y el jurista Gallus, Pintura de George Schmidt

Cuando un propietario de esclavos no podía él mismo hacerse cargo de la recuperación de sus esclavos se lo encargaba a alguien que sí pudiese, un representante, o podía recurrir a los servicios de profesionales encargados de recuperar a los fugitivos a los que se pagaba un precio. Estos fugitivarii no gozaban de buena fama, pues algunos podían quedarse con el dinero sin cumplir con el trabajo o incluso aliarse con los perseguidos traicionando a los que les habían contratado.

En el siguiente papiro fechado en el año 298 d.C. se recoge el permiso que un propietario da a un representante para que se traslade a otra ciudad en busca de su esclavo, lo detenga y lo presente ante las autoridades.

“Aurelius Sarapammon también llamado Didymus, … a Aurelius … , de Oxirrinco, saludos. Te nombro por este documento como mi representante para viajar a Alejandría y busar a mi esclavo de nombre …. De 35 años, a quien conoces; y para que cuando lo encuentres lo entregues, con los mismos poderes, como si yo estuviera presente; lo pongas en prisión, lo castigues y hagas las acusaciones correspondientes contra los que le dieron cobijo y que exijas satisfacción.” (Papiro Oxirrinco, 14. 1643)

Ilustración Angus McBride

Las redes eclesiásticas fueron útiles en la recuperación de esclavos fugitivos y a finales del siglo IV a.C., la Iglesia ya se había incorporado por completo a la lucha del estado contra los fugados, de tal forma que la ley requería a los obispos y sacerdotes que devolviesen a sus dueños los esclavos que habían buscado refugio entre ellos. Se permitía que la Iglesia ofreciese asilo temporal a los fugados y que sirviese como intermediaria entre el amo y el esclavo, tratando de apaciguar la ira del propietario antes de entregarle su esclavo fugitivo. Si el esclavo se resistía a su entrega, se concedía al señor el derecho de entrar y apresarlo por la fuerza.

“Creemos que debería promulgarse un edicto que debería ser válido para siempre, relativo a aquellos que se refugian en los altares de la santa religión, con el efecto de que si el esclavo de alguien, confiando solo en la reverencia del lugar, buscase refugio en la iglesia o en los altares sin estar armado, será desalojado tras un día allí; además, los clérigos afectados notificarán a sus dueños o a la persona de la que esclavo se ha evadido. El amo perdonará sus errores, y, sin rastro de ira en su corazón, por respeto al Señor, a quien el esclavo ha solicitado ayuda, se llevará al esclavo.
Pero, si el esclavo entrara armado o con sospecha de estarlo, será desalojado inmediatamente, o al menos se notificará a su dueño o a la persona a la que el esclavo teme, y no se denegará la oportunidad de sacarlo en seguida. Pero, si con el apoyo de las armas y llevado por su locura, el esclavo concibiese la intención de resistirse, se le concederá a su dueño el derecho de sacarlo y llevárselo con los medios que cuente.

Si durante el enfrentamiento el esclavo resultase muerto, el amo no será responsable, ni nadie podrá iniciar una causa criminal, al haber cambiado el difunto su estatus servil por la condición legal de enemigo público y homicida. (Código Teodosiano, IX.45.5)

Mosaico con Iglesia, Museo del Louvre, foto Carole Raddato

El santuario de un santo llegó a especializarse en la producción de talismanes que, se creía, podían ayudar a descubrir a esclavos fugitivos.

"Si alguien viene a uno de sus templos, solicitando que se revele donde encontrar sus propiedades robadas o el arresto de los esclavos, basta con que este hombre tome un pequeño sello de cera en cualquiera de los casos, y que lo guarde en su casa. De esta forma, uno consigue aprehender a los que le han robado, y a los que se han escapado." (Crisipo, Encomio del santo Teodoro, 73)


Ilustración de Ángel García Pinto

Los papiros hacen referencia a la costumbre de dar publicidad de los fugitivos en lugares públicos, como templos, donde los propietarios colgaban carteles con los rasgos característicos e identificativos del individuo perseguido y ofrecían una recompensa por su captura.

"[Una recompensa está disponible si alguien encuentra a ---] un egipcio del nomo de Athribites, que no sabe griego, [y es] alto, delgado, calvo, con una cicatriz en el lado izquierdo de su cabeza, color de piel aceitunado, con ictericia, con barba rala y sin pelo en la barbilla, de piel suave, con mandíbula estrecha y nariz larga, de oficio tejedor, que anda dándose importancia, con voz aguda. De unos 32 años. Lleva un manto de color brillante." (Papiro Oxirrinco, LI 3617)

Retrato de El Fayum

Entre las causas que podían explicar el temor de los esclavos se encuentra ser condenados a pena capital por cometer delitos que sus dueños les mandaron mediante coacciones. Estos los utilizaban de un modo intimidatorio o punitivo para resolver diversos asuntos como pueden ser la exigencia del reembolso de créditos, pagos o litigios concernientes a lindes de tierras, así como la apropiación indebida de parte de un fundus ajeno, fenómeno que se conocía como invasio.

En una de sus cartas Símaco se refiere a la propiedad de su hija que ha sido ocupada por los hombres de Celsinus Titianus, hermano de aquél y, por tanto, tío de la mujer. El senador pide al destinatario de la misiva que, al tratarse de un asunto entre miembros de una misma familia, se resuelva el litigio en el seno de la misma, sin tener que recurrir a los tribunales. Símaco parece querer decir que los esclavos, autores directos de la invasión habrían actuado a escondidas de su señor, lo cual supondría la exculpación del propietario, sin embargo, la mención a la posible actuación de otros representantes ante la justicia implicaría que el senador no puede estar seguro de tal hecho, aunque intenta que el asunto quede en familia para no perjudicar el status de su familiar.

"Confieso que en parte las quejas de mi hija Fasgania se han producido de acuerdo con mis deseos. Así es: de no haberme reclamado una carta que hubiera de serle útil, me hubiese faltado un motivo para escribirte. Saboreo por ello en primer lugar la salutación que responde a mi cortesía; el resto de la página se referirá a la causa de una mujer clarísima que deplora haber sido despojada por tus hombres de no sé qué campos. Como conozco tu posición y tu conducta, pienso que esta acción ha sido perpetrada sin tú saberlo por el atrevimiento de unos esclavos y por eso he garantizado a mi hija que se corregiría con facilidad si era una queja en confianza lo que hacía llegar a tu conocimiento el género del atropello. Te ruego en consecuencia que ordenes que se restablezca la situación de la propiedad violada. Si, no obstante, hay algún motivo de controversia, que se difiera hasta que esté presente nuestra querida hija, que como está segura de tu justicia renuncia a otros representantes." (Símaco, Epístolas, I, 74)

Ilustración Villa romana de Auggen, Alemania, 

Si el delito no se denunciaba, el propietario veía su patrimonio aumentado y todos, incluidos los esclavos recordarían el hecho como un mero cumplimiento de la voluntad del amo. Pero si el asunto llegaba a los tribunales, el dominus no sería encausado y, en el peor de los casos, si se demostraba que el propietario de los esclavos había ideado tal acción, el castigo no era tan duro como si se comprobaba que la idea había partido de sus siervos. Como es natural los propietarios en su mayoría intentarían demostrar que sus esclavos habían sido los autores físicos y organizadores de la apropiación, lo que exculparía de cualquier responsabilidad a los señores.

El final de la huida terminaría generalmente con la captura de los fugados, si no habían muerto por las dificultades que atravesarían, siendo entregados a sus amos por parte de las autoridades, por un conocido que los había localizado o por un servicio contratado para cazar esclavos. En caso de no ser atrapados, o bien podían trabajar para otro señor sin descubrir su verdadera identidad, o bien entrar en bandas de ladrones y bandoleros que se dedicaban al pillaje. En una inscripción de Saepinum se da una queja porque los soldados detienen a los pastores contratados temporalmente al confundirlos con esclavos fugados.

Inscripción de Saepinum (año 170 d.C.). Escrito por Septimianus a Cosmus (secretario del tesoro)

"Los contratistas de los rebaños de ovejas a tu cargo se quejan continuamente ante mí de que a menudo son perjudicados en los caminos de pastores itinerantes por soldados estacionarios y los magistrados de Saepinum y Bovianum, porque detienen a los animales y pastores contratados en tránsito, diciendo que estos son esclavos fugitivos y que los rebaños son robados." (CIL, IX. 2483)

Museo de Dafne, Turquía. Museo del Louvre

Si el esclavo era capturado durante su intento de fuga, el castigo podía ser terrible, desde el encadenamiento o flagelación, marcación con las letras FUG o llevar un collar con una chapa como las que ya se han mencionado. La pena de muerte pudo haberse dado en algún caso, aunque el alto coste de un esclavo hacía más favorable conservarle vivo para que siguiera trabajando, con restricciones y, quizás, peores condiciones de vida.

"Algunos de los trabajadores encadenados con Quéreas (eran dieciséis encerrados en una cabaña oscura), cortando de noche las cadenas, degollaron al guardián y luego intentaron la huida. Pero no pudieron escapar, pues los perros los delataron con sus ladridos. Cogidos, pues, in fraganti, aquella noche fueron atados todos más cuidadosamente a una viga, y de día el administrador le contó al dueño lo ocurrido, y él, sin verlos ni oír su defensa, mandó que crucificasen al punto a los dieciséis que ocupaban la misma cabaña. Los hicieron salir, en consecuencia, atados unos a otros por los pies y el cuello, y cada uno llevaba su cruz, pues al necesario castigo habían añadido los que lo ejecutaban algo más penoso: la ostentación pública del castigo, como ejemplo que indujera al miedo a sus semejantes." (Caritón de Afrodisias, Quereas y Callirroe, IV, 2, 5)



Bibliografía


La esclavitud desde la perspectiva aristocrática del siglo IV: resistencia o asimilación a los cambios sociales; Begoña Enjuto Sánchez
El rescripto de Antonino Pío sobre los esclavos de lulius Sabinus de la Bética; Cristóbal González Román
P. Harris I 62 and the Pursuit of Fugitive Slaves; Stephen Llewelyn
Recovering Runaways: Slave Catching in the Roman World; Laurie Venters
The Bitter Chain of Slavery; Keith Bradley
The Zoninus Collar and the Archaeology of Roman Slavery; Jennifer Trimble
On Psyche and Psychology: A Reflection; K. R. Bradley
Slavery and Society at Rome; Keith Bradley
Slavery in the Late Roman World; Kyle Harper




Venatio, animales en la arena en la antigua Roma (I)

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Mosaico de Lod, Israel

“Vi todas las clases de animales, las níveas liebres, también jabalíes bien armados con alces, tan raros incluso en los bosques que los crían, y toros de erguida cabeza y con fea joroba en el lomo o con crines hirsutas por toda la cerviz o también con pescuezo poblado de barba erizada o papada cubierta de trémulas telas.Y no me fue dado tan sólo estos monstruos silvestres contemplar, mas terneros marinos luchando con osos y una especie deforme a que el nombre se da del caballo y que nace en el río famoso que envía en los meses vernales al campo vecino sus aguas crecidas.
iAh, cuántas veces temblando yo vi que del circo una parte giraba y se abría un abismo en el suelo y surgían las fieras o bien de las mismas cavernas áureos madroños brotaban con súbita lluvia!”
(Calpurnio Sículo, Égloga VII)


La aparición de animales en los espectáculos romanos se debió probablemente a varios factores, por un lado, la evolución y transformación de ciertas celebraciones oficiales, y por otro, a la adopción y adaptación de actividades de caza de otras culturas y civilizaciones con las que estuvo en contacto Roma y que terminaron incluyéndose en el modo de vida de la sociedad romana de la época, adquiriendo sus propios rasgos y que fueron modificándose con el objetivo de hacer disfrutar al pueblo romano.

Anfiteatro de Poitiers, Francia. Ilustración de Jean-Claude Golvin

Los animales podían verse en los espectáculos de Roma de varias formas: estaban las venationes o caza de fieras, las exhibiciones de animales, por ejemplo, en las pompas triunfales o circenses, o la utilización de animales salvajes en las ejecuciones de condenados a muerte llamadas damnatio ad bestias.

Las primeras venationes publicas podrían estar relacionadas con los resultados de la Segunda Guerra Púnica, donde generales como Escipión el Africano se familiarizaron con la caza de animales nativos y los mismos pudieron ser utilizados en las arenas de Roma.

Museo de Djemila, Argelia


Ptolomeo Filadelfo, en el siglo III a. C. en Alejandría, utilizó animales en la Gran Procesión como demostración de su poder como rey y como dios.

“Desfilaban todo tipo de animales, asnos, elefantes tirando de carros, machos cabríos, antílopes, avestruces, ciervos, mulos, camellos, perros de numerosas razas, periquitos, pavos reales, gallinas de Guinea, faisanes y otras aves, ovejas, vacas, un oso blanco, leopardos, panteras, linces, cachorros de leopardo, una jirafa, un rinoceronte etíope.” (Ateneo, Banquete de los eruditos, V, 197-203)

Sarcófago con el triunfo de Dioniso, Walters Art Museum, Baltimore, Estados Unidos

Los animales, para Roma, eran un trofeo de guerra, como también lo eran las personas capturadas y el botín. Como tal, por lo tanto, debía ser mostrado al pueblo romano y las exhibiciones tenían como objetivo demostrar el dominio y poder de Roma sobre los nuevos lugares que pasarían a formar parte del Imperio.



Los primeros animales que aparecieron en escena fueron los elefantes, no para ser cazados, sino para su exhibición y fue M. Curio Dentato en el 275 a. C. quién mostro cuatro elefantes que le habían sido arrebatados a Pirro en Beneventum.

“Ese mismo individuo contaba que Metelo, cuando marchaba en triunfo tras derrotar a los cartagineses en Sicilia, fue el único entre todos los romanos que llevó delante de su carro ciento veinte elefantes cautivos.” (Séneca, Sobre la brevedad de la vida, XIII, 8)

Triunfo romano. Pieter Paul Rubens. National Gallery, Londres

Otro ejemplo de la utilización de animales exóticos con este fin fue con ocasión del deseo de Pompeyo de entrar en Roma, en su desfile triunfal, tras la victoria del 80 a. C., con un carro tirado por 4 elefantes, pero las puertas eran demasiado estrechas y tuvo que abandonar la idea.

“Pompeyo, según dicen, con la intención de irritarlos aún más, intento hacer la entrada montado sobre un carro tirado por cuatro elefantes, ya que traía muchos de Libia, capturados en la guerra contra los reyes”. (Plutarco, Pompeyo, XIV, 6)

El triunfo de Pompeyo, Gabriel de Saint Aubin, Metropolitan Museum of Art, Nueva York

Durante la República (antes del 44 a. C.) los animales aparecían con motivo de los triunfos y con el tiempo terminarán vinculados con las luchas de gladiadores.

“En el 176 a. C., Escipión el Africano, tras su victoria en Zama, en la celebración por las calles de Roma, varios elefantes lo siguieron.” (Apiano, Guerras Púnicas, 66)

La missio en la antigua Roma no era un enfrentamiento de un hombre contra un animal, sino en realidad, una lucha entre las propias fieras. El método consistía en atarlas juntas y dejar que ellas mismas actuasen siguiendo sus instintos. Por lo tanto, el hombre no desempeñaría todavía ningún tipo de papel como luchador.

“Con frecuencia nos divertimos en los espectáculos matinales de la arena, al ver la lucha de osos y toros encadenados juntos: se desgarran mutuamente, y allí está esperando el que ha de rematarles.” (Séneca, De la ira, III, 43)

Museo Arqueológico de Manisa, Turquía

La referencia más antigua de una missio como espectáculo la dio Tito Livio, y tuvo lugar en el 186 a. C., ochenta años antes que la primera lucha de gladiadores. Marco Fulvio ofreció una celebración durante diez días por su victoria sobre los griegos en la guerra etólica en la se llevó a cabo una cacería de leones y panteras entre otros muchos entretenimientos enmarcados dentro de los Ludi Taurei.

“Por la fecha en que llegaron de Hispania estas noticias se celebraron durante dos días los Juegos Taurios por motivos religiosos. A continuación, Marco Fulvio ofreció durante diez días, preparados con gran pomposidad, los juegos que había prometido con voto en la guerra etólica. Con motivo de esta solemnidad acudieron de Grecia muchos artistas. También asistieron los romanos, por primera vez entonces, a una competición atlética, se ofreció una cacería de leones y panteras, y se celebró la fiesta con una abundancia y una variedad casi propia de la época actual.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXXIX, 22, 1-2)




Durante los dos últimos siglos de la república, las venationes, violentos espectáculos con animales, incrementaron su popularidad al mismo tiempo que la complejidad en su elaboración y desarrollo. Ello motivó que, debido a su utilidad como propaganda política, se decretara una efímera prohibición senatorial sobre la importación de animales de África, que estuvo en vigor entre el año 186 a.C., el año del espectáculo de Nobilior, y el año 170 a.C., porque algunos miembros del Senado sentían que los magistrados más ambiciosos podían usar la popularidad obtenida de una venatio exitosa para ascender en su carrera. Buscaban, por tanto, dificultar la llegada de animales exóticos a Roma. Sin embargo, fue un tribuno, Cneo Aufidio, representante de la plebe, el que lograr revocar la ley.

“Hubo un antiguo senadoconsulto que impedía trasladar panteras africanas a Italia. Cneo Aufidio, tribuno de la plebe, presentó al pueblo una propuesta de ley contra este y así permitió importarlas para el circo.” (Plinio, Historia Natural, VIII, 24)

Gallería Borghese, Roma

En el año 169 a. C. se vuelve a hacer una exhibición de animales en la que un gran número procede del continente africano.

“Se dejó constancia escrita de que en los juegos circenses organizados por los ediles curules Publio Cornelio Escipión Nasica y Publio Léntulo intervinieron sesenta y tres panteras y cuarenta osos y  elefantes” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XLIV, 18,8)

Los magistrados de los últimos tiempos de la república encargados de ofrecer espectáculos de fieras intentaron mantener el interés de los espectadores aumentando el número y la variedad de animales que participaban, incluyendo, además, elementos más violentos al entretenimiento. Entre estas innovaciones se introdujo las peleas de animales que anteriormente solo habían aparecido en exhibiciones no violentas, o peleas que presentaban combinaciones de animales nunca vistas antes.

“Fenestela cuenta que (los elefantes) lucharon en Roma por primera vez en el circo en la edilidad curul de Claudio Pulcro, en el consulado de Marco Antonio y Aulo Postumio, el año seiscientos cincuenta y cinco de la fundación de Roma (99 a.C.) e igualmente contra unos toros veinte años después, en la edilidad curul de los Lúculos (79 a.C.)." (Plinio, Historia Natural, VIII, 19)



En el año 104 a.C. los ediles Craso y Escévola ofrecieron el primer combate con muchos leones en Roma.

“Escévola, hijo de Publio, fue el primero que, en su edilidad curul, ofreció en Roma una lucha de muchos leones." (Plinio, Historia Natural, VIII, 20)

Los primeros animales que se dejaron sueltos en la arena para ser cazados fueron 100 leones y fue Lucio Sila, ya que hasta entonces solo aparecían atados, esto ocurrió en el año 93 a. C., durante su pretura, y fue el propio rey Boco de Mauritania quién envió tanto a las bestias como a sus lanceros para abatirlos.

"¿No dejarás tal vez que cualquier otro se preocupe de que L. Sula fuera el primero que en el Hipódromo ofreció un espectáculo de leones sueltos, pues antes se presentaban atados, al tiempo que el rey Boco envió unos lanceros para matarlos?” (Séneca, La brevedad de la vida, XIII, 6)



A los espectáculos no les faltaban peligros también para el público, pues, en el año 55 a. C., para celebrar la inauguración del primer teatro de piedra de Roma, Pompeyo soltó una veintena de elefantes africanos en el circo para ser cazados por varias personas, era la primera vez que se realizaba este tipo de espectáculo, aunque los elefantes ya eran bastante familiares, como hemos podido ver. Debido a lo dificultoso del espectáculo se tomaron medidas para evitar desgracias entre el público. Se instalaron unas rejas de hierro. Los cazadores, que eran gétulos, pueblo nómada del desierto, cazaban lanzando un venablo hacia el párpado inferior de la fiera que, alcanzada en el cerebro, caía, o bien los paralizaban atravesando las patas con la misma arma. Uno de los elefantes, herido de esta forma, se arrastró con las rodillas hasta uno de los cazadores, con la trompa le arrancó el escudo y lo lanzó al aire. El pueblo de Roma se enardeció. Los elefantes, en cambio, asustados, en un momento dado intentaron salir de estampida, pero viendo que no era  posible huir comenzaron a emitir un sonido lastimero, como de súplica, que conmovió a los espectadores y al propio emperador que les perdonó la vida.

“En cinco días fueron liquidados cincuenta leones, y dieciocho elefantes lucharon contra combatientes equipados con armamento pesado. De los elefantes, unos murieron enseguida, otros no mucho después. Efectivamente, a algunos los protegió, contra la opinión de Pompeyo, la compasión popular, pues cuando recibían una herida abandonaban el combate, se ponían a dar vueltas con las trompas levantadas al cielo y lanzaban tales gemidos que dieron lugar al comentario de que no actuaban al azar, sino invocaban los juramentos bajo cuya fe hicieron la travesía desde África e impetraban venganza de la divinidad.” (Dión Casio, Historia Romana, XXXIX, 38, 2-4)

Ilustración de Jean-Claude Golvin

Tras su victoria en la Guerra Civil, César en el 46 a. C., celebró un espectáculo en el que durante 5 días se realizaron luchas contra bestias, incluida una batalla militar con elefantes en el Campo de Marte, lugar probablemente mal acondicionado para esta actividad puesto que murieron muchas personas esos días, incluidos dos senadores, debido a lo multitudinario del espectáculo. En esos festejos se celebraban los 4 triunfos de Julio César: sobre la Galia, Egipto, Ponto y Libia.

"Durante cinco días se dieron espectáculos de caza y por último se libró un combate entre dos formaciones, enfrentándose de uno y otro bando quinientos soldados de infantería, veinte elefantes y treinta jinetes… Para asistir a todos estos espectáculos fue tan grande la afluencia de público procedente de todas partes, que muchos forasteros paraban en tiendas colocadas en medio de las calles o de las calzadas, y con frecuencia, debido a la multitud, se produjeron muchas víctimas por aplastamiento y asfixia, entre ellas dos senadores." (Suetonio, Julio César, 39, 2-4)

Grabado, 1865

Los extravagantes espectáculos de Pompeyo y César sirvieron como modelo para los sucesivos emperadores, mostrando todas las posibilidades que había cuando un editor de los juegos movilizaba contactos y recursos por todo el territorio romano. Ellos fueron además los primeros organizadores de espectáculos que anunciaron con toda intención sus conquistas al pueblo romano mediante la elección de los animales que aparecían en ellos. En los juegos del año 55 a.C. Pompeyo exhibió los primeros monos etíopes y el primer rinoceronte que se vieron por primera vez en Roma para resaltar la amplia influencia que él había ganado en África y Oriente por medio de sus exitosas campañas militares. De igual modo, César presentó un jirafa y toros de Tesalia para simbolizar su victoria en Egipto y sobre Pompeyo en la batalla de Farsalia en el 48 a.C.

"La primera vez que se vio una jirafa en Roma fue en los juegos circenses del dictador César." (Plinio, Historia Natural, VIII, 27)

Art Institute of Chicago


En los últimos años de la república, dejando aparte las excepciones de los comandantes romanos victoriosos, como Pompeyo y César, las venationes y otros eventos con animales eran espectáculos promovidos por los ediles y pretores de forma rutinaria, pero con la llegada de los emperadores, estos los tomaron a su cargo, y dichos espectáculos fueron más frecuentes y tuvieron un mayor componente de propaganda imperial gracias a un mayor control por parte del emperador a la hora de su celebración, que se unió a la de los enfrentamientos de los gladiadores. Los emperadores romanos, naturalmente, usaban los espectáculos, entre ellos, las venationes, para anunciar sus conquistas militares y la expansión de la influencia política romana por todos los territorios conocidos.

A medida que fue avanzando el tiempo la magnificencia de la caza era mayor. Sabemos que Augusto superó a todos sus antecesores; en total dio 26 espectáculos con animales y con él murieron en la arena un total de 3.500 animales.

"Ofrecí al pueblo veintiséis cacerías de animales de África, bajo mi nombre o bajo el de mis hijos o nietos, en el circo, en el foro o en los anfiteatros. En ellos murieron cerca de tres mil quinientas fieras." (Augusto, Res Gestae, 22, 3)

Anfiteatro de Lyon, Ilustración Jean-Claude Golvin

Se reservaron diez días a finales de diciembre cada año para la realización de juegos, aunque también tenían lugar varias veces al año para conmemorar acontecimientos especiales y a partir del 20 a.C. se llevaron a cabo cada año para celebrar el cumpleaños del emperador.

A partir de Domiciano, todos los juegos, incluidas las cacerías de animales debían ser puestos en escena solo por el emperador o por sus oficiales. Cualquier magistrado o ciudadano particular debía obtener el permiso del emperador para celebrar unos juegos.

Ilustración Jean-Claude Golvin

En una regulación sobre los deberes de un cónsul elegido podemos ver el programa que debía presentar ante el pueblo en el que todavía se incluye la cacería y matanza de los animales.

“Así, pues, hemos mandado que todo lo que compete que se de por el que por nosotros es elegido cónsul por un año con respecto a todas las espórtulas, distribuciones y gastos se agregue a esta nuestra sacra ley, comprendiéndolo en una relación. Pues esto lo establecemos en forma de ley, para que también al transgresor se le imponga cierta pena competente. Pero queremos que sean siete sus salidas. Porque si esto se creó para que se le den al pueblo espectáculos para recreo de su ánimo, y aquellos han sido limitados por nosotros a los juegos del circo, a los espectáculos de las fieras, y al disfrute de coros de música, nuestro pueblo no será privado de ninguna de estas cosas. Hará él su primera salida cuando se encargue del consulado y esté en posesión de sus credenciales, en las calendas de enero. Después de esto dará el segundo espectáculo de lucha de caballos, al que llaman mappa (pañuelo). El tercero que se denomina cacería teatral, que solo se representará una vez, y después el que se dice de todo un día, llamado monhemerium (un poco de todo), en el cual el pueblo disfrutará mucho del pancarpum (imitación de un bosque) con los hombres luchando con las fieras, venciendo por su audacia y matando a las fieras.” (Justiniano, Novela, 105)

Relieve con venatio, Museo de Estambul, Turquía

A Augusto le gustaba ver los animales exóticos y controlaba lo que se exhibía en los juegos que promocionaba ante el pueblo de Roma. Dión Casio menciona la diversidad de animales que murieron en la arena, cuando Augusto celebró en Roma su triunfo sobre Egipto en el 29 a. C.

“Se mataron bestias y animales domésticos de todas clases; entre aquellas hubo incluso un rinoceronte y un hipopótamo, animales que por primera vez se veían en Roma.” (Dión Casio, Historia Romana, LI, 22, 5)

Aquinum, Italia

Utilizó tigres en la dedicación del teatro Marcelo, una enorme serpiente frente al Comicio y cocodrilos en una piscina en el circo Flaminio, algunos de estos animales llegaron hasta Roma traídos por embajadores procedentes de la India como símbolo del interés romano por el subcontinente indio.

“Pero Augusto, por su parte, regresó a Samos y una vez más pasó el invierno allí. En reconocimiento por su hospitalidad, garantizó la libertad a los habitantes y también atendió muchas cuestiones de gobierno. Un gran número de embajadas se presentó ante él, y los indios, que ya habían hecho propuestas, ahora concertaron un tratado de amistad, enviando unos tigres entre otros regalos, los cuales fueron vistos entonces por vez primera por los romanos y creo que también por los griegos." (Dión Casio, Historia Natural, LIV, 9, 7)

Domus de la Fortuna Annonari, Ostia, Italia. Foto Ostia Antica Atlas


La enorme cantidad y variedad de animales que se trajeron a Roma para diversos eventos, y particularmente las fieras grandes y peligrosas demostraban el poder del emperador para doblegar la naturaleza a su antojo. Los emperadores exhibían su dominio sobre los animales forzándolos a luchar y morir en la arena.

Claudio utilizó a la caballería pretoriana, con él como prefecto, en una venatio contra fieras africanas en el Circo Máximo.

“Además de carreras de cuadrigas, presentó juegos troyanos y fieras africanas, que se encargaba de abatir un escuadrón de jinetes pretorianos comandado por sus tribunos y con el mismo como prefecto; exhibió asimismo jinetes tesalios, que persiguen por la arena del circo a toros salvajes, saltan sobre ellos cuando los han agotado, y los tiran a tierra agarrándolos por los cuernos”. (Suetonio, Claudio, XXI, 3)

Museos Vaticanos

También Nerón, por ejemplo, exhibió una venatio en la que pudieron haber muerto 300 leones y 400 osos.

"En los juegos que ofreció, hombres a caballo dieron muerte a toros mientras cabalgaban a su lado, y los caballeros que servían en la escolta de Nerón derribaron con sus javalinas a cuatrocientos osos y trescientos leones." (Dión Casio, Historia Romana, LXI, 9, 1)



Otra forma de manifestar su dominio sobre las fieras era obligarlas a realizar ciertos trucos o actuaciones como podía ser que los animales terrestres luchasen el agua, como ocurrió durante los juegos de inauguración del anfiteatro Flavio en el año 80 d.C.

"Tito llenó repentinamente este mismo anfiteatro con agua y llevó dentro caballos, toros y otros animales domesticados a los que se había enseñado a moverse en el líquido elemento como si estuviesen en tierra." (Dión Casio, Historia Romana, LXVI, 25, 1)

Ilustración Diccionario de Teatro Pougins

Durante la celebración de la apertura del anfiteatro Flavio se cazaron hasta unas 9000 fieras en una sola venatio, en la que pudieron intervenir mujeres, según Dion Casio.

"La mayor parte de cuanto hizo no se caracterizó por nada digno de mención, excepto en la dedicatoria del anfiteatro y de los baños que llevan su nombre, cuando ofreció maravillosos juegos. Hubo un combate entre grullas y otro entre cuatro elefantes; se dio muerte a nueve mil animales, tanto salvajes como domesticados, y las mujeres (aunque ninguna de alcurnia, sin embargo) tomaron parte en herirlas."

Mosaico expuesto en el Coliseo romano. Foto Jastrow

En esta época se pudieron ver enfrentamientos entre animales grandes en los que se ponía a prueba su fuerza y su capacidad para imponerse al otro. El epigramista Marcial fue testigo de esos feroces combates durante los reinados de los emperadores Flavios.

"Un toro estimulado con fuego iba por toda la arena lanzando los peleles hasta las estrellas. Sucumbió al fin, no pudiendo resistir a otro cuerno más potente, por creer así de fácil quitar de en medio a un elefante."(Marcial, Espectáculos, XIX)

Museo Pio-Clementino, Vaticano

Domiciano, tras la guerra Sármata, en el 93 d. C. organizó una caza donde participaron tigres.

“El cazador del Ganges, que huye pálido en un caballo de Hircania, no vio en los campos orientales tantos tigres, como ha visto por primera vez tu Roma, oh Germánico, sin poder contar sus delicias. Tu arena, César, supera los triunfos que ha visto la India, los recursos y las riquezas del dios vencedor, pues cuando Baco traía detrás de sus carros a los indios cautivos, se contentó con un par de tigres.” (Marcial, Espectáculos, XXVI)

Museo de los Mosaicos del Gran Palacio, Estambul, Turquía. Foto Samuel López

Las venationes más grandes pudieron verse en la primera mitad del siglo II d.C., cuando Roma alcanzó su máxima extensión territorial y su mayor prosperidad. Trajano lanzó a la arena 11.000 animales tras su triunfo en la Segunda guerra Dacia, las celebraciones duraron 123 días.

"Al regreso de Trajano a Roma, llegaron a él diversas embajadas de naciones bárbaras, entre ellas de los indios. Ofreció espectáculos durante ciento veintitrés días, durante el transcurso de los cuales se dio muerte a unos once mil animales, tanto salvajes como domésticos." (Dión Casio, Historia Romana, LXVIII, 15, 1)

Ilustración Antonio Niccolini

Cuenta Dion Casio que Adriano, durante el aniversario imperial, utilizó en la arena un enorme número de leones y el mismo número de leonas.

“El día de su cumpleaños dio el habitual espectáculo gratis y se mataron muchas bestias salvajes, de forma que, por ejemplo, cien leones y un número similar de leonas murieron en esa ocasión.” (Dión Casio, Historia Romana, LXIX, 8, 2)

Museo Nacional Romano, Palazzo Massimo, Roma

También en la época de los emperadores Antoninos se dieron venationes con muchísimos animales de muy diversas especies y procedentes de diferentes partes del imperio.

“Organizó unos juegos en los que exhibió elefantes, hienas, tigres y rinocerontes, cocodrilos e hipopótamos, y toda clase de fieras de todas las partes del mundo. Hizo correr también a cien leones acompañados de tigres en una sola carrera.” (Historia Augusta, Antonino Pio, X, 8)

Galería Borghese, Roma

Pero, sin duda, el emperador más aficionado a las venationes fue Cómodo, que no solo las organizó para sus súbditos, sino que llegó a participar en ellas, para emular las proezas cazadoras de su modelo Hércules. Aunque muchos autores veían tal participación como una conducta impropia de su cargo, los ciudadanos de a pie encontraban su exposición ante las fieras edificante, aunque algo muy distinto era su actuación como gladiador lo que les disgustaba, ya que lo veían como un comportamiento degradante.

“Cómodo entonces, ya sin ningún freno, ordenó la celebración de espectáculos públicos, anunciando que daría muerte con su propia mano a todo tipo de animales salvajes y que como un gladiador se enfrentaría a los jóvenes más fuertes. Cuando la noticia se divulgó, acudieron gentes de toda Italia y de las provincias vecinas para ver lo que antes ni habían visto ni oído. Y era tema de conversación su excelente puntería y su preocupación por no errar al arrojar un dardo o disparar una flecha. Eran sus maestros los más certeros arqueros partos y los mejores lanceros mauritanos, a todos los cuales aventajaba en destreza. Llegó el día del espectáculo y el anfiteatro se llenó. Se había dispuesto una barrera circular para protección de Cómodo, de suerte que no corriera peligro al combatir de cerca a las fieras, sino que, disparando desde un lugar elevado y seguro, hiciera una demostración de su puntería más que de su valor. A ciervos y gacelas y a otros animales con cuernos, a excepción de los toros, acosándolos en su carrera, los hostigaba cortándoles el paso y les daba muerte con certera puntería. A leones y panteras y a otros nobles animales corriendo alrededor de la cerca los mataba con sus dardos lanzados desde arriba. Y nadie vio que hiciera un segundo disparo ni otra herida que la mortal. En el momento de la arremetida del animal le asestaba en la cabeza o en el corazón, y nunca apuntó a otro blanco ni a ninguna otra parte del cuerpo alcanzó su dardo de manera que la herida no fuera mortal.

De todos los países se traían animales para él. Entonces ciertamente pudimos ver bestias que antes sólo habíamos tenido ocasión de admirar en los grabados. Animales de la India y de Etiopía, del Sur y del Norte, si antes eran desconocidos, los mostraba a los romanos a la vez que les daba muerte. Todo el mundo quedaba asombrado por su puntería. En una ocasión, por ejemplo, usó flechas cuyas puntas tenían forma de media luna contra avestruces de Mauritania, que se mueven rapidísimamente no solo por la velocidad de sus patas sino también por el aleteo de sus alas. Les disparaba contra la parte superior de su cuello y las decapitaba de tal forma que, con las cabezas cortadas por el impacto, todavía seguían corriendo como si no les hubiera pasado nada. Otra vez, cuando un leopardo en veloz carrera se abalanzaba sobre una víctima que atraía su atención, Cómodo con su dardo se anticipó a la fiera en el instante en que iba a hincar sus colmillos; la mató y salvó al hombre. La punta de la lanza ganó al filo de los colmillos. En otra ocasión cien leones soltados al mismo tiempo salieron de los subterráneos y con idéntico número de dardos acabó con todos, de suerte que, allí mismo, tendidos los cuerpos en el suelo en larga hilera, todo el mundo pudo contarlos tranquilamente y comprobar que ni un solo dardo de más había disparado.” (Herodiano, Historia del Imperio Romano, I, 15, 1-6)



Tanto las exhibiciones de animales como las cacerías en el anfiteatro continuaron mientras existió el Imperio Romano.

“Tuvo también hipopótamos, un cocodrilo, un rinoceronte y todos los animales de Egipto que eran aptos, dada su naturaleza, para ser exhibidos.” (Historia Augusta, Heliogábalo, XXVIII, 3)

A finales del siglo III d.C. en alguna venatio se permitió entrar a la gente a la arena para tomar su parte de los despojos de los animales muertos en la cacería.

“Ofreció al pueblo de Roma espectáculos realmente célebres pues se distribuyeron también congiarios. Celebró un triunfo sobre los germanos y los blemios, haciendo preceder a la pompa triunfal cuerpos de tropas de todos estos pueblos de hasta cincuenta hombres. Ofreció una soberbia cacería en el circo permitiendo que el pueblo se disputara la posesión de todos los despojos. El espectáculo se presentó de esta forma: los soldados arrancaron a cuajo robustos árboles y los clavaron a bigas entrecruzadas a lo largo y a lo ancho y después cubrieron este entramado con tierra, de tal forma que todo el circo, plantado como un bosque, se cubrió de follaje adquiriendo un extraño verdor. Después, se soltaron por todos los accesos mil avestruces, mil ciervos y mil jabalíes; a continuación, gamos, cabras montesas, ovejas salvajes y otros animales herbívoros, cuantos pudieron ser cazados o alimentados. Y, a renglón seguido, se dejó entrar a la gente del pueblo y cada cual cogió lo que quiso.” (Historia Augusta, Probo, XIX, 2-3)



Las venationes en la ciudad de Roma continuaron hasta el 523 d. C. cuando el magistrado romano Anicio Máximo patrocinó la que parece ser la última cacería celebrada allí.

“A ti, cuyo deber es mostrar tales escenas a la gente, te mando que abras tu bolsa y saques el dinero para que puedas ofrecer a los desgraciados una respuesta a sus oraciones. Si no, es un acto de extrema extorsión no conceder los regalos rituales mientras ordenas las odiosas muertes. Y, así, lo que desde antiguo se ha convertido en una costumbre tradicional, se lo vas a conceder al peticionario sin demora. Porque hay delito de homicidio en ser tacaño con los que han sido atraídos por tus juegos a la muerte.” (Casiodoro, Variae, V, 42)

Díptico de marfil, Museo del Louvre, París. Foto The Byzantine Legacy

Las cacerías que se representaban ante el pueblo no solo incluían animales exóticos procedentes de lugares lejanos, sino que también se podían ver imitaciones de las persecuciones que sufrían animales más cercanos, como los cérvidos o jabalíes, por parte de los perros de caza a los que los ociosos y ricos señores azuzaban contra ellos. Para la plebe que no tenía opción de asistir a dichas cacerías, también suponía un espectáculo nuevo e igualmente violento.

“Huyendo rápido un gamo de unos veloces molosos y usando de mil estrategias para retardar su captura, se detuvo a los pies de César, suplicante y en actitud del que ruega, y los perros no tocaron su presa... Este favor lo obtuvo por reconocer al emperador. César es dios, sagrado es su poder, creedlo, sagrado: las fieras no saben mentir.” (Marcial, Espectáculos, XXX)

Mosaico de Montevenere, Museo Nazionale Etrusco, Chiusi, Italia

En otros casos animales pequeños o mansos eran perseguidos por fieras salvajes a la manera en que en los territorios de caza eran atrapados por perros amaestrados.

"Sin embargo, pasa de ellos, como cosa sin importancia, quienquiera que ve las cazas humildes de los leones, fatigados por la rapidez temerosa de las liebres. Las sueltan, las vuelven a coger, les gusta tenerlas cogidas, y en su boca está más segura una presa a la que se complacen en ofrecerle sus fauces abiertas y transitables y en contener tímidamente la dentellada, porque les da vergüenza triturar una presa tan tierna, cuando hace nada acaban de derribar toros. Esta clemencia no se adquiere con la doma, sino que los leones saben a quién sirven."(Marcial, Epigramas, I, 104)

Detalle del mosaico de Lod, Israel

La crisis que sobrevino al imperio en el siglo III d.C. provocó que los gobernantes no tuvieran los fondos e infraestructuras necesarios para abastecerse de animales procedentes de lugares exóticos y lejanos como lo habían hecho sus predecesores, por lo que tuvieron que recurrir a los animales que se encontraban en un entorno más cercano.

Cuando a finales del imperio se prohibieron las luchas de gladiadores, las venationes sí incrementaron su popularidad, por lo que los organizadores de los espectáculos tuvieron grandes dificultades en proveer a los juegos con una amplia variedad de animales. La parte occidental del imperio fue perdiendo gran parte de su territorio durante los siglos IV y V d.C., incluyendo el norte de África con su rica vida salvaje, a manos de los bárbaros. Por tanto, en esa época los cazadores humanos ya no intentaban tanto matar a los animales con los que se enfrentaban, sino que se dedicaban más a entretener al público evadiendo los ataques, mediante distintos medios como utilizar una pértiga para voltear sobre el animal o eludir a los animales con elaboradas piruetas o utilizando distintos artefactos, como cestos, que los protegían de los zarpazos y dentelladas.

“Un hombre fijó una pértiga en el suelo, y lanzándose por el aire dio una voltereta, y con sus ágiles pies pasó por encima de la bestia que corría hacía él. No lo atrapó; la gente aplaudió fuerte y el hombre escapó.” (Antología Palatina, IX, 533)

Thyna, Túnez

Las últimas venationes que se dieron en el siglo VI d.C. apenas se parecían a las que se pudieron ver en los siglos precedentes. Sin embargo, el gusto de los espectadores por la violencia de la lucha contra y entre animales no desapareció como demuestra el espectáculo de hostigamiento de osos que continuó durante muchos siglos.

Aun así, existió también una tendencia a tener en cuenta el peligro que corrían los venatores en su enfrentamiento con las fieras y a desear que salieran indemnes de la lucha.

“Arquero, señor de las Musas, Febo, experto tirador, dile a tu hermana que enfurezca a las poderosas bestias lo justo para tocar los cuerpos de los hombres ligeramente y hacer que la gente grite contenta con cantos sagrados. No permitas, que yo, que me siento en el trono de Júpiter el Piadoso, contemple la muerte de un hombre.” (Antología Palatina, 581)

Díptico consular de Aerobindus, Museo Suizo de Zurich

El cristianismo, por boca de sus autores más representativos, criticó en general todos los espectáculos, y en especial aquellos en los que había derramamiento de sangre como los gladiatorios y las venationes. Asimismo, denunciaron el peligro de tratar con animales salvajes y el riesgo que suponía para los ciudadanos que estos escaparan y sembraran el terror entre ellos.

"Hay también entre los hombres otra manía y enfermedad del alma que los lleva a soportar tantos juegos llenos de sevicia y crueldad. ¿A cuántos ociosos la vanidad no los hizo gladiadores, pereciendo luego a causa de las heridas? ¡Cuántos otros, llevados del entusiasmo, luchan con las mismas fieras y se juzgan más distinguidos cuantas más mordeduras y cicatrices ostentan!
“¡A cuántos otros devoraron las fieras, y no sólo en la selva sino en el mismo centro de las ciudades, por haberse escapado de sus encierros!”
(Tertuliano, Exhortación a los mártires, 50)

Perspectiva de un anfiteatro, Viviano Codazzi y Domenico Gargiulo, Museo del Prado, Madrid

La sociedad de la antigua Roma no veía el sacrificio de los animales en las venationes como violencia hacia ellos, sino como una demostración de la eliminación de la violencia que dichos animales suponían para el hombre. El triunfo de los venatores en la arena representaba el triunfo de los hombres sobre las amenazas del entorno que les rodeaba. Se puede ver en las representaciones artísticas que la violencia y también la sangre aparecen en las víctimas sin ningún reparo.

Bad Kreuznach, Alemania. Foto Carole Raddato

Dar caza a los animales salvajes implicaba liberar del peligro que suponían a los habitantes de los territorios por donde dichas fieras se movían además de permitir que se obtuviesen más tierras para cultivar. Por tanto, las venationes en el anfiteatro remedaban las cacerías hechas con tal propósito y mostraban a los espectadores que eran los animales salvajes los que debían temer al hombre y su poder sobre ellos.

“Distantes límites Nasamones de Libia, nunca más serán azotadas vuestras llanuras por las manadas de bestias salvajes, o resonarán, incluso más allá de las arenas de los Nómadas, los rugidos de los leones del desierto. Porque el joven César ha atrapado a toda esa hueste y la ha puesto delante de sus lanceros. Ahora las montañas que una vez fueron las guaridas de las fieras proporcionan pastos a los hombres.” (Antología Palatina, VII, 626)

Bad Kreuznach, Alemania, Foto Carole Raddato



Bibliografía


Animalia in spectaculis: Animales, fieras y bestias en espectáculos romanos; María Engracia Muñoz Santos
La crisis de las venationes clásicas. ¿Desaparición o evolución de un espectáculo tradicional romano?; Juan Antonio Jiménez Sánchez
Los deportes y espectáculos del imperio romano vistos por la literatura cristiana, Pablo Arredondo López
Animal Spectacula of the Roman Empire; William Christopher Epplett
The Masters of the Universe? Animals in the Roman Arena; Andrew Fear
Venationes Africanae: Hunting spectacles in Roman North Africa: cultural significance and social function; A. Sparreboom
Venationes Caesarum: Hunts of the Caesars; Luke Hagemann
Spectacles in the Roman World: A Sourcebook; Siobhán McElduff

Negotium feminae, mujeres trabajadoras en la antigua Roma

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Posible diosa Meditrina, Museo de Arte Antiguo y Contemporáneo, 
 Epinal, Francia

En la sociedad romana la tradición había impuesto el modelo de mujer virtuosa, sumisa, dedicada a las labores del hogar y a hilar la lana.

"Aquí reposa Amymone, esposa de Marco, ejemplar y bellísima mujer, que hilaba la lana, pía, púdica, honesta, casta, dedicada al cuidado de su hogar." (CIL VI, 11602)

Pintura de Frederick Leighton

Pero no todas las mujeres se dedicaron únicamente a hilar y atender su casa, sino que ejercieron diversas profesiones, llevadas por su situación personal, sus necesidades económicas o, incluso, por su talento o aptitud para realizar ciertas actividades.

"Viajero, contempla las cenizas de la lectora (lectrix) Sulpicia, quien se llamó Petale como esclava. Vivió treinta y cuatro años, y en vida tuvo un hijo, Aglaon. Tenía todas las buenas cualidades de la naturaleza: floreció en su arte, brilló por su belleza y sobresalió en talento. El celoso Hado no quiso que viviera largo tiempo." (AE 1928, 73, Roma)

A partir de las guerras púnicas muchas mujeres tuvieron que hacerse cargo de sus hogares y de los asuntos familiares debido a la marcha de los hombres al combate. También se recurrió a ellas como mano de obra productiva para cubrir las necesidades de la sociedad durante el conflicto.

Escena de mercado, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Como consecuencia del alto número de varones muertos durante las guerras, las mujeres empiezan a dirigir negocios y a heredar propiedades y terrenos, algo que no ocurría con anterioridad.

Julia Felix, una liberta de nacimiento ilegítimo, era la propietaria de una gran propiedad cerca del anfiteatro, que alquilaba para sacar un beneficio. El lujoso complejo ocupaba una manzana entera y consistía en unos elegantes baños, adecuados para las élites, jardines, tiendas y apartamentos. El periodo de alquiler era por cinco años desde el 13 de agosto de ese año en adelante. Después de ese tiempo el contrato finalizaba, pero podía continuar si ambas partes lo acordaban.

“Para alquilar, en la propiedad de Julia Félix, hija de Spurius, por un periodo ininterrumpido de cinco años, desde el 13 de agosto hasta los idus de Agosto (cinco años después): los baños de Venus, adecuados para los más refinados, tiendas y apartamentos en el primer piso. Cuando pasen los cinco años, el alquiler será según se acuerde.” (CIL 4, 1136 = ILS 5723)

Casa de Julia Félix, Pompeya. Ilustración de Jean-Claude Golvin

Por lo tanto, ya en época republicana se inicia un reconocimiento de ciertos derechos a las mujeres como, por ejemplo, gestionar su propio patrimonio, aunque siempre sometida a un marido o a un tutor. Augusto liberó de dicha tutela a las mujeres ingenuas (nacidas libres) que hubieran tenido tres hijos, y a las libertas con cuatro hijos. El sistema de tutela sobre la mujer se fue modificando con el tiempo y perdiendo su carácter restrictivo inicial, permitiendo a la mujer heredar, testar y administrar su patrimonio como ella quisiese, aunque limitando las ventas y compras de propiedades si el tutor consideraba que podía haber riesgo o perjuicio para su fortuna.

“Y, para no omitir nada, quiero, antes de poner fin a mi discurso, refutar una acusación infundada. Habéis dicho que yo he comprado a nombre mío, mediante una fuerte suma de dinero perteneciente a mi mujer, una hermosísima finca. Declaro que solo se trata de una pequeña heredad, valorada en sesenta mil sestercios; que no he sido yo quien la ha comprado, sino Pudentila y a nombre suyo; que es el nombre de Pudentila el que figura en el contrato de compraventa y que a nombre de Pudentila se paga la contribución que gravita sobre ese pequeño campo. Aquí está presente el cuestor público, a quien se ha pagado este impuesto, el honorable Corvino Céler; aquí está también el tutor de Pudentila, que ha autorizado tal compra, hombre de seriedad y rectitud intachables, cuyo nombre pronuncio con la mayor estima, Casio Longino.” (Apuleyo, Apología, 101, 4)

Detalle de mosaico, Tabarca, Túnez

Desde un principio, las mujeres tanto libres como esclavas habían trabajado la tierra junto a sus familias, realizando distintas tareas agrícolas que requerían mayor o menor esfuerzo.

“En esta llanura –dijo (y señalaba la llanura)– una campesina ahorrativa tenía un pequeño terreno junto a su duro marido. Él sacaba adelante su tierra, tanto si había que echar mano del arado, como de la hoz corva, como del escardillo. Ella ora barría la granja, sostenida con puntales, ora ponía los huevos a las gallinas para que los empollasen sus alas. O bien recogía malvas verdes o setas blancas, o calentaba el humilde hogar con grato fuego. Y, sin embargo, ejercitaba sus brazos frecuentemente en el telar y se armaba contra las amenazas del frío.” (Ovidio, Fastos, 490)

Detalle de mosaico, Museo Cívico Arqueológico Eno Bellis, Oderzo, Italia

Las mujeres en el campo sabrían aprovechar y rentabilizar los recursos que tenían para alimentar a sus familias y sacar un beneficio extra.

“Pero lejos de la ciudad, adonde me había llevado aquel escudero, no me esperaba el menor deleite, ni siquiera una sombra de libertad. Para empezar, su mujer, avara y pérfida criatura, me enganchó al yugo del molino y, arreándome sin parar con una recia vara, molía a expensas de mi cuero su pan y el de toda la familia. Y sin darse todavía por satisfecha con que mis fatigas la hicieran subsistir, aún alquilaba mis servicios de circunvalación para moler el trigo de los vecinos. Para colmo de desgracia, a cambio de tantos trabajos, ni siquiera me suministraba la ración estipulada. Pues la cebada que me correspondía, tostada y molida por la propia muela que yo arrastraba, la vendía a los colonos de la vecindad; y a mí, en cambio, después de penar todo el día uncido a la pesada máquina, sólo a última hora de la tarde me echaba unos puñados de salvado, sin cribar, sucio y lleno de ásperas arenillas.” (Apuleyo, Las Metamorfosis, VII, 15)

Museo Arqueológico Nacional, Saint Germain-en-Laye, Francia.
Foto Michel Urtado

La villica era la mujer del villicus, capataz encargado de las labores a realizar en una finca y de organizar el trabajo de los esclavos. Según las fuentes había villicae, que sin depender de un villicus realizaban el trabajo por sí mismas. Algunos autores recogen las cualidades que debía tener una villica y las tareas que debían llevar a cabo.

“Sea limpia: tenga la alquería barrida y limpia; tenga el fuego del hogar limpio barriéndolo en derredor a diario antes de irse a acostar. En las calendas, los idus y las nonas, cuando sea día festivo, eche al fuego una corona y durante esos mismos días haga una ofrenda al lar familiar de acuerdo con sus recursos. Cuide de tener guisado el alimento para ti y para los esclavos. Tenga muchas gallinas y huevos. Tenga peras secas, serbas, higos, uvas pasas, serbas en arrope, y peras y uvas en toneles, membrillos, uvas en orujo y en orza metidas en tierra, y nueces de Preneste frescas en orza metidas en tierra; manzanas de Escantio en toneles, y otras que suelen guardarse en conserva, y las silvestres: tenga cuidadosamente reserva de todo ello cada año. Sepa hacer una buena harina y un farro fino.” (Catón, De Agricultura, 143)

Detalle de mosaico, Basílica de Aquileia, Italia

Muchas mujeres que estaban abocadas a la pobreza por su falta de preparación, educación, o de ayuda familiar o social terminarían ejerciendo la prostitución y con el tiempo algunas se convertirían en dueñas de burdeles (lenae) dando trabajo a otras mujeres que pasaban por la misma situación que ellas ya habían vivido. Algunas acababan prostituyendo a sus propias hijas.

“LA LENA: Por Pólux, las personas de nuestra clase, Selenia mía, debemos querernos bien las unas a las otras y ser buenas amigas. ¿No ves a esas damas de la nobleza, a esas nobles matronas, cómo cultivan la amistad y qué estrechamente unidas están entre sí? Pero nosotras, aun haciendo lo mismo, aun imitando su ejemplo, aun así, trabajo nos cuesta ir tirando y para eso odiadas por todo el mundo...En público son muy amables con las de nuestra clase, pero, si nadie las ve, a la primera ocasión, nos arrojan a traición un jarro de agua fría. Pregonan a los cuatro vientos que tenemos trato con sus maridos, que somos concubinas, tratan de hundirnos. Y es que tanto yo como tu madre, como somos unas libertas, las dos acabamos siendo cortesanas. Ella te educó a ti como yo la he educado a ella, dado que erais hijas de padres desconocidos. Y si yo la he empujado al oficio de cortesana, no ha sido por soberbia, sino por morirme de hambre”. (Plauto, Cistellaria, 24, 42)

Fresco en la taberna de Salvius, Pompeya, Museo Arqueológico de Nápoles

Uno de los trabajos femeninos peor considerados, aparte del de prostituta, era el de tabernera o empleada en una casa de comidas y de hospedaje. Habitualmente las mujeres que se encontraban allí ejercían también la prostitución, de ahí la mala fama que tenían. Mayormente eran esclavas y muchas de origen extranjero.

“La tabernera siria, ceñida su cabeza de una pequeña mitra griega, experta en mover sus flexibles caderas al ritmo de las castañuelas, ebria en la humosa taberna baila lasciva, en el codo sacudiendo los roncos palillos.” (Apéndice Virgiliano, Copa, 1)

Fresco de la taberna de Salvius, Pompeya, Museo Arqueológico Nacional, Nápoles

Sin embargo, en algunos casos las taberneras podían ser ciudadanas libres o libertas que eran propietarias de sus negocios y los regentaban, o bien podían ser co-propietarias con sus maridos o trabajadoras trabajadoras de sus antiguos amos.

“A los dioses Manes. Sentius Víctor lo hizo para su querida esposa Sentia Amarantis de cuarenta y cinco años con la cual vivió diecisiete años.”

Placa funeraria de Sentia, Museo Nacional de Arte Romano, Mérida

Los oficios que generalmente se relacionaban mayormente con el entorno doméstico eran los de hilandera, tejedora y costurera. El oficio de hilandera, se reservaba para esclavas o para mujeres de muy poca capacidad económica, que intentaba aumentar sus ingresos familiares con su trabajo.

“A mí me toca dislocarme los dedos hilando lana noche y día para que al menos no falte en la habitación la luz de una simple candela.” (Apuleyo, Las Metamorfosis, IX, 5, 5)


Cuando las mujeres por su nuevo status social dejaron de dedicarse a labores textiles en su casa, fueron sustituidas por esclavas domésticas.

“Toma parte de las deliberaciones una vieja esclava promovida al cargo de la lana y ya jubilada de la aguja.” (Juvenal, Sátiras, VI, 495)

Cuando era necesario, se recurría a trabajadores especializados, que o bien realizaban sus labores en su propio hogar o ejercían su oficio en negocios que se dedicaban a la confección de prendas textiles. Las mujeres participaban en estas tareas por las que se solía pagar muy poco dinero, aunque ello servía para mejorar la economía familiar.

Mujeres tejiendo. Ilustración de Peter Connolly

Algunas mujeres dirigían estos negocios o al menos contrataban a otras mujeres para cumplir con los encargos que les habían encomendado.

“Con dificultad he recibido el material del tintorero el 10 de julio. Estoy trabajando con tus esclavas lo mejor que puedo. No puedo encontrar mujeres que trabajen con nosotras, porque están todas trabajando con sus amas. Nuestra gente ha estado recorriendo toda la metrópolis ofreciendo salarios más altos.” (Carta de Eudaimonis a Aline. Papyrus Bremen 63, Hermópolis, 16 julio 116 d.C.)

Pintura de Alexandre Evariste Fragonard

La fabricación de calzado también era una ocupación de tipo artesanal que podía emplear a mujeres que trabajaban por su cuenta o conjuntamente con sus maridos.

“Marcus Acilius Is […] obsequió este monumento funerario a Septimia Stratonice, zapatera (sutrix), su querida amiga, por sus buenas acciones hacia él. La otra (mitad) es para su hijo Acilius Fortunatianus.” (CIL 14, 4698, Ostia, s. II d.C.)

Relieve de Septimia Stratonice, Ostia, Italia

Algunas actrices, bailarinas y cantantes obtuvieron importantes éxitos junto con el reconocimiento del público, a pesar de que eran consideradas infames. La actuación ante un público era considerada una humillación tanto moral como social. Muchos espectáculos mezclaban bailes eróticos con el uso de instrumentos musicales, lo cual hacía que esta profesión no tuviera una buena reputación a los ojos de la moral romana.

Entre las artistas que se contoneaban al son de ritmos extranjeros con sedas y transparencias se encontraban las famosas puellae gaditanae, que alcanzaron un enorme éxito en los banquetes del s. I d. C. Estas jóvenes, originalmente procedentes de Gades (Cádiz) proporcionaban al público un espectáculo sensual y sugerente que parecía resaltar la importancia de interactuar con los espectadores.

“Experta en adoptar posturas lascivas al son de las castañuelas béticas y en danzar según los ritmos de Gades, capaz de devolver el vigor a los miembros del viejo Pelias, y de abrasar al marido de Hécuba junto a la mismísima pira funeraria de Héctor. Teletusa consume y tortura a su antiguo dueño. La vendió como sirvienta y ahora la ha comprado para concubina.” (Marcial, Epigramas, VI, 71)

Mosaico del Aventino, Museos Vaticanos

Muchas actuaban en las tabernas, pero otras eran contratadas para actuar en festivales o en fiestas privadas para amenizar las veladas de la aristocracia.

“A Isidora, bailarina con castañuelas, de Artemisia, de la villa de Philadelphia. Deseo contratarte con otras dos bailarinas con castañuelas para actuar en mi casa durante seis días desde el día 24 del mes Pauni, recibiendo como salario 26 dracmas por día y por los seis 4 artabas de cebada y veinte pares de hogazas, y cualquier prenda o adorno de oro que traigáis las guardaremos, y proporcionaremos dos asnos para que vengáis y también para que volváis.” (Papiro Cornell, 9)

Pieza textil copta. Kallos Gallery

Las mujeres que se dedicaban a la escena tampoco gozaban de buena consideración social, y solo consiguieron cierta fama algunas, ya que la mayoría desempeñaba su oficio con bastante precariedad y con salarios muy bajos.

“Para ella quien una vez ganó una fama extraordinaria en el escenario entre muchas gentes y ciudades por sus múltiples talentos en los mimos y también en los coros de bailarinas y cantantes, la actriz mima Bassilla, la décima musa, quien a menudo murió en el escenario, pero nunca de este modo, el actor y experto recitador, Heracleides, erigió esta estela. Es verdad que en la muerte ella recibió igual honor que en vida, ya que su cuerpo descansa en suelo consagrado a las Musas. Esto es lo que tenía que decir. Tus compañeros dicen: Ten valor, Bassilla, nadie es inmortal.” (IG 14, 2342, Aquilea, Italia)

Figura de Tanagra

Las mujeres dedicadas a la escena solían tener orígenes muy humildes, siendo esclavas, libertas o extranjeras en su mayor parte. Con frecuencia, los amos invertían su dinero en la formación artística de sus siervas con el fin de obtener beneficios económicos gracias a su trabajo a largo plazo, pues estas empezaban su formación y su oficio a muy temprana edad.

“Éucaris, liberta de Licinia, docta doncella, instruida en todas las artes, vivió 14 años. Detén tu paso, tú que con mirada errante observas las mansiones de la muerte, y lee entero mi epitafio, que el afecto de un padre dedicó a su hija, para que se depositaran allí los restos de su cuerpo. Cuando aquí mi juventud florecía abundantemente con las artes y, con el paso del tiempo, ascendía hacia la gloria, la triste hora de mi destino llegó hasta mí e impidió que el aliento de la vida avanzase más allá. Culta, educada casi por la mano de las musas, yo que hasta hace poco adorné con mi baile los espectáculos de los nobles y aparecí como la más distinguida ante el público en la escena griega, he aquí que las hostiles Parcas han depositado mis cenizas en este túmulo con un poema. La dedicación, cuidado y amor de mi patrona, mis glorias y mi éxito se desvanecen, incinerado mi cuerpo, y guardan silencio en la muerte. He dejado lágrimas para mi padre, a quien he precedido en la muerte, a pesar de haber nacido después. Ahora mis catorce años están retenidos conmigo en la oscuridad eterna de la morada de Dis.” (CIL VI.1214)

Figura de Tanagra. Museo Metropolitan,
 Nueva York

Algunas artistas y actrices parecen haberse mantenido en la profesión durante largo tiempo llegando incluso a estar activas en su ancianidad.

"Durante el consulado de Cayo Popeo y Quinto Sulpicio, en los juegos votivos por la salud del divino Augusto, la actriz de intermedios (emboliaria) Galería Copiola fue llevada de nuevo a la escena cuando tenía ciento cuatro años; había sido presentada como principiante por el edil de la plebe Marco Pomponio noventa y un años antes, durante el consulado de Cayo Mario y Cneo Carbón; fue llevada de nuevo por Pompeyo Magno en la dedicación del gran teatro, siendo ya anciana, como algo extraordinario." (Plinio, Historia Natural, VII, 158)

Figura de Tanagra. Walters Art Museum,
Baltimore, Estados, Unidos

Algunas mujeres se especializaron en tocar instrumentos musicales y actuaban tanto en celebraciones privadas, como en eventos sociales, por ejemplo, pompas triunfales, juegos y espectáculos.

“Enterrada en piedra yace mi fiel y querida esposa, Sabina. Erudita en todas las artes, ella sola sobrepasó a su esposo. Su voz era agradable, punteaba las cuerdas con su pulgar, pero arrebatada repentinamente, ahora permanece en silencio. Vivió veinticinco años, tres meses y catorce días. Mientras vivió, actuó como organista favorita, respetada por la gente. Quienquiera que seas y leas esto, se feliz. Que los dioses te protejan y canten con voz suave: Adiós, Aelia Sabina. Titus Aelius Justus, organista asalariado de la legión II Adiutrix, lo encargó para su esposa.” (CIL 3, 10501, Aquincum, Panonia Inferior)

Mosaico de Maryamin, Museo de Hama, Siria

La mujer podía dedicarse al comercio de productos alimentarios y ser propietaria de negocios comerciales a gran o mediana escala destinados bien a la venta, producción, fabricación o transporte de los productos. El término negotiatrix parece indicar tanto a la propietaria como a la encargada del negocio.

En los mercados muchos puestos de artículos de alimentación estuvieron regentados por mujeres.

“A los dioses Manes de Abudia Megiste, la muy leal liberta de Marcus. Marcus Abudius Luminaris, su patrón y también marido lo erigió para su esposa que bien lo merecía, comerciante de grano y verduras en la Escala Mediana, y para él, sus libertos y libertas y sus descendientes. También para Marcus Abudius Saturninus, su hijo, de la tribu Esquilina, que vivió ocho años.” (CIL 6, 9683 = ILS 7488, Rome)

Relieve de Ostia

La venta ambulante de comida, especialmente frutas y verduras, era una forma atractiva para las mujeres de generar unos ingresos con los que poder mantener a su familia, sin requerir una gran inversión de capital, puesto que los productos perecederos podían comprarse para su venta según las necesidades diarias y además el desempeño del oficio no exigía ningún entrenamiento práctico, ni conocimiento técnico. Las horas flexibles de tal trabajo permitirían a muchas mujeres poder cuidar de sus hijos sin depender de nadie más.

“Pero no recordaba exactamente el camino ni sabía dónde estaba nuestra hospedería. En consecuencia, no hacía más que ir y venir sobre mis propios pasos hasta que, harto de correr y bañado de sudor, me dirijo a cierta anciana que vendía legumbres silvestres y le pregunto: «Por favor, abuela, ¿sabrías acaso decirme dónde está mi casa?” (Petronio, Satiricón, 6-7)

Pintura de John William Godward

El transporte de mercancías podía incluir a las mujeres, incluso como propietarias de animales de carga para trasladar cualquier producto de un lugar a otro.

“A los encargados de los pagos de la división de Themistos, de Taouetis, hija de Totes, camellera, de la villa de Soknopaiou Nesos en la división de Herakleides, con Tesenouphis, hijo de Tesenouphis, como mi tutor. Afirmo que he recibido del granero de la villa de Dionysias, y que han sido medidas, las artabas de trigo que Dion, estratego de mi propia división informó que su predecesor como estratego había dejado escrito que se me debían como salario por el transporte del grano público que yo llevé desde los graneros de la división de Themistos…” (Papiro Aberdeen, Soknopaiou Nesos, c. 139 d.C.)

Museo de Israel, Jerusalem

No solo en el campo de la alimentación pueden encontrarse ejemplos de mujeres propietarias de negocios que alcanzaron una cierta prosperidad económica. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se cita a una purpuraria (vendedora de púrpura) que ofrece su casa a Pablo y sus seguidores como hospedaje.

“Nos hicimos a la mar en Tróade y pusimos rumbo hacia Samotracia; al día siguiente salimos para Neápolis y de allí para Filipos, primera ciudad del distrito de Macedonia y colonia romana. Allí nos detuvimos unos días. El sábado salimos de la ciudad y fuimos a un sitio junto al río, donde pensábamos que había un lugar de oración; nos sentamos y trabamos conversación con las mujeres que habían acudido. Una de ellas, que se llamaba Lidia, natural de Tiatira, vendedora de púrpura, que adoraba al verdadero Dios, estaba escuchando; y el Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo. Se bautizó con toda su familia y nos invitó: «Si estáis convencidos de que creo en el Señor, venid a hospedaros en mi casa». Y nos obligó a aceptar.” (Hechos de los Apóstoles, 16, 14)

Pintura de John William Waterhouse

Las ciudades romanas tenían numerosas tiendas y talleres donde artesanos y artesanas fabricaban y vendían sus productos. La mayoría de negocios los atendían familias en las que todos sus miembros trabajaban en ellos, a veces con sus esclavos.

Algunas inscripciones funerarias mencionan a mujeres que trabajaban solas o junto a sus maridos para realizar diversos objetos cotidianos o de lujo que eran demandados por la sociedad. La mención de su oficio destaca el orgullo por su desempeño y el estatus social que les otorgaba.

“Cornelia Venusta, liberta de Lucius, una fabricante de clavos (clavaria), lo hizo mientras vivía para ella y su esposo Publius Aebutius, hijo de Marcus, de la tribu Stellantina, fabricante de clavos y Augustal, y para la liberta Crescens y para Muro, su delicia.” (CIL 5, 7023 = ILS 7636)

Relieve romano. Virginia Fine Arts Museum, Estados Unidos

Existen documentos y textos legales que muestran a mujeres como propietarias de negocios con potestad de legar sus propiedades, los bienes muebles y las herramientas con las se trabaja en ellos.

Una mujer de Oxirrinco dona su negocio de lavandería (fullonica) a sus hijos a partes iguales en vida a condición de seguir al frente de ello hasta su muerte cuando pasará a manos de ambos.

“Aurelia Ammonia también conocida como Zois, hija de Hermon, de la muy gloriosa ciudad de Oxirrinco, actuando en virtud del derecho de los hijos, saludo a mis hijos Aurelius Paulus y Dionysios, hijos ambos de mi fallecido marido Aurelius Her[ ].
Dado que tú, Dionysios, desde la muerte de tu padre has permanecido a mi lado, tu madre, y has trabajado en la fullonica y no me has abandonado, sino que has tratado a tu madre con amabilidad, reconozco que he cedido a mis dos hijos a partes iguales, todo el negocio de la lavandería y sus instalaciones, que yo he levantado y cuidado con mi trabajo, y todo lo demás concerniente a dicho negocio a condición de que yo lo dirija hasta el momento de mi muerte, cuando vosotros dos, Paulos y Dionysios, tomareis posesión de ello con vuestros hijos y descendientes, y que yo tendré el poder de usarlo, controlarlo y administrarlo sin ningún impedimento.”
(Papiro Coll. Youtie II 83. Oxirrinco)

Fullonica de Veranius Hypsaeus, Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles.
Foto Wolfgang Rieger

Los propietarios de tierras con depósitos de arcilla o de alfarerías atendían a la fabricación de piezas cerámicas y eran dueños de los productos elaborados, como ladrillos, tejas y vasijas cerámicas. A raíz del incremento de la construcción, las áreas cercanas a Roma que eran ricas en arcilla para producir ladrillos se convirtieron en posesiones muy rentables para sus propietarios. El trabajo se realizaba en talleres dirigidos por gerentes, tanto hombres como mujeres (officinatores y officinatrices) que se encargaban de controlar y organizar la producción. Podían ser esclavos, libertos o libres, pero se incluía su nombre, junto con el de los propietarios en los sellos con los que se marcaban los ladrillos.

Reconstrucción de los alfares y talleres de Walbrook, Londres.
Foto London Museum of Archaeology

Se han encontrado varios ladrillos que se identifican como provenientes de los terrenos de arcilla propiedad de Emilia Severa y que apuntan a dos mujeres Junia Antonia y Junia Sabina como encargadas de la gestión del negocio cerámico.

“Ladrillo de los depósitos de arcilla Publilianos de la hacienda de Emilia Severa. Bajo la dirección de Junia Sabina." (CIL 15, 431. Roma, siglo II d.C.)

Sello de Emilia Severa.
Museo Británico, Londres

En los sellos que cerraban las ánforas que contenían aceite, vino o garum hay pruebas de que los propietarios y comerciantes de tales productos eran tanto hombres como mujeres.

“Coelia Mascellina hizo esta tumba para sus padres, para su madre […], una mujer de incomparable castidad, una comerciante de aceite y vino de la provincia de la Bética y para su muy devoto padre, Cneo Coelio Masculus.” (AE 1973, 71)

Bodega vinaria, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Un entorno laboral en el que las mujeres tuvieron alguna opción de entrar fue el de la salud y cuidados de los demás. En Roma las medicae y las obstetrices fueron mujeres dedicadas principalmente a atender las enfermedades típicas de las mujeres y los embarazos y partos. Las primeras ocupaban un espacio social más elevado que el de las segundas, y no demasiado diferente del que ocupaban los médicos varones. Las médicas no solo se dedicaron a las dolencias femeninas, sino que también trataron afecciones oculares y de otro tipo.

“Consagrado a los dioses Manes. Para Julia Saturnina, de cuarenta y cinco años, una esposa incomparable, médica excelente y mujer muy venerable. Cassius Philippus, su esposo, lo erigió por sus méritos. Aquí yace. Que la tierra te sea leve.” (CIL II, 497 = ILS 7802, Mérida, España)

Estela funeraria de Julia Saturnina, Mérida

Las medicae en general, podían ejercer su oficio solas o en compañía de su marido, o junto a su patrón en caso de las libertas. La posibilidad de aprender el oficio se daba yendo a una academia de medicina o como acompañante y aprendiz de un médico en ejercicio. En el primer caso, solo una mujer con dinero y de una familia pudiente podría haber asistido, pero dichas mujeres no formaban parte del mundo laboral habitual por las costumbres y moralidad de la época. En el segundo caso, lo más probable es que una medica acabase aprendiendo su oficio al ejercer junto a su patrón o su marido.

El médico Glicón recuerda a su esposa Panthia en una estela que honra sus virtudes y reconoce su fama junto a la de él en el arte de curar. La mención de que su capacidad como médicos son iguales a pesar de que Panthia sea mujer indica que no era habitual que una mujer destacara en el arte de la medicina.

“Adiós, Panthia, de tu esposo. Tras tu muerte, me queda la pena por tu cruel muerte. Hera, la diosa del matrimonio, nunca conoció una esposa igual: tu belleza, tu sabiduría, tu castidad. Tú me diste hijos completamente iguales a mí; tú cuidaste de tu esposo y de tus hijos; tú guiaste recto el timón de nuestro hogar y elevaste nuestra fama común en la curación – aunque eras mujer no ibas detrás de mí en habilidad. En reconocimiento tu esposo Glicón erigió esta tumba para ti. También enterré aquí el cuerpo de [mi padre] el inmortal Filadelfo, y yo mismo yaceré aquí cuando muera, dado que solo contigo compartí mi lecho cuando estaba vivo, así pueda yo cubrirme en la tierra que compartimos.” (Pérgamo, s. II d.C. IGRRIV.507)

Estela funeraria de una médica galorromana.
Museo de Cour d´Or, Metz, Francia

Del siglo I d. C. existe una lápida dedicada por Restituta a su patrón y maestro, Tiberio Claudio Alcimo, médico de la casa imperial de Claudio.

“Para Tiberio Claudio Alcimo. Doctor del César. Hecha por Restituta, para su patrón y profesor, bueno y digno, que vivió 82 años.” (IG XIV.1751 Roma)


Ello prueba que había mujeres a las que se educaba en los estudios médicos por parte de renombrados médicos que traspasaban a sus pupilos, ya fueran hombres o mujeres, su saber.

Las comadronas (obstetrices) asistían a las mujeres en los partos, cuidaban de los recién nacidos y trataban a las pacientes femeninas de sus enfermedades ginecológicas. La mayoría de ellas eran esclavas o libertas que habían aprendido en las casas de las familias de las élites, pero había algunas que eran nacidas libres.

“Poblicia Aphe, liberta de una mujer, comadrona (obstetrix). Que tus huesos descansen en paz. Vivió veintiun años. (CIL 6, 9723 Rome)

Relieve con parto y obstetrix, Ostia, Italia

La iatromea (de la palabra griega iatros, médico, y de maia, comadrona) podía definir a la mujer que ejercía tanto como médica como comadrona y por tanto ayudaba en partos y trataba afecciones ginecológicas y otras más generales.

“A los dioses Manes. Yo, Julia Primigenia, comadrona (maia) que salvé a muchas mujeres, no escapé al destino. Después de una buena vida, partí a la casa de los difuntos, donde había un lugar reservado para mí entre los piadosos. Su amante esposo Tiberius Julius Hierax lo mandó inscribir para su esposa como grato recuerdo.” (IGUR 1240, Roma)

“A los dioses Manes de Valia Callista, médica y comadrona (iatromea). Caecilius Lysimachus lo hizo para su esposa.” (CIL VI, 9478, Roma)

Relieve de Scribonia Attice, Museo Ostiense, Ostia, Italia

Aunque la tradición romana favorecía la lactancia materna, la utilización de una nodriza para alimentar a los recién nacidos empieza a ser común en Roma a finales de la República y en tiempos del Imperio, cuando se comienza a contratar a un ama de leche (nutrix) que amamante a los hijos de las familias nobles, e incluso, a los hijos de esclavos a los que sus propias madres no pueden alimentar.

“A Protarchus, de Isidora, hija de …, teniendo como guardián a su hermano Eutychides, hijo de … y de Ddyma, hija de Apollonius, persa, teniendo como guardián a su hermano Ischyrion, hijo de Apollonius, persa, Didyma accede a amamantar, en su casa, con su propia leche pura, por un periodo de 16 meses desde Phamouthi del año actual, al bebé eslavo llamado … que Isidora le ha entregado, recibiendo de esta, como salario por la leche y cuidados diez dracmas y dos cotylas de aceite cada mes, siempre que se le pague, ella cuidará tanto de ella como del niño, sin estropear su leche, ni acostarse con ningún hombre, ni quedando embarazada, ni amamantando otro niño, y cualquier cosa de la criatura la guardará y la devolverá cuando se le requiera o compensará su valor excepto en caso de manifiesta pérdida. Diduyma ha recibido el aceite de Isidora por los tres primeros meses. Ella no dejará de amamantar antes de ese tiempo, y si rompe el acuerdo tendrá que devolver lo cobrado, incrementado en una mitad, con daños y perjuicios, y pagará además 500 dracmas y la multa establecida, … Didyma visitará Isidora cada mes en cuatro días separados con el niño para que Isidora pueda examinarlo.” (BGU 1107)


Las razones para confiar un niño a una nodriza podían deberse al fallecimiento de la madre o a que esta se encontrase enferma o muy débil para cuidarlo. Otras razones habría que buscarlas en que el ideal de belleza de la época era incompatible con amamantar un bebé; en que se consideraba poco aristocrático realizar cualquier ejercicio físico y que encomendar el cuidado del hijo a una nodriza evitaba el sentimiento de proximidad y cariño ante la alta probabilidad de muerte del recién nacido en la época.

“Las nodrizas son las primeras personas a las que oirá el niño, a ellas tratará de imitar en sus palabras y no hay que olvidar que somos muy tenaces por naturaleza en retener lo que recibimos en los primeros años, como las vasijas conservan el sabor del primer líquido que reciben.” (Quintiliano, Institución Oratoria, I, 1, 4-5)

Dea Matrona. Museo Arqueológico Nacional,
Saint Germain-en-Laye, Francia. Foto PHGCOM
 
En algunos casos a la nodriza se le atribuía la misma autoridad moral que al pater familias por lo que se le encargaba la misión de criar a los hijos de la familia durante su infancia. Ser la nodriza de los hijos de una familia importante suponía, en cierta medida, un reconocimiento social.

“Consagrado a los dioses Manes. Para Crispina, esposa divina, nodriza (nutrix) de dos senadores. Albus, su esposo con el que vivió diecisiete años, lo mandó hacer para su esposa que lo merecía. Vivió treinta años y dos meses. (CIL 6, 16592 = ILS 8531 Roma)

Wellcome Collection, Science Museum,
Londres

Algunas nutrices llevadas por el cariño a sus lactantes dedicaron epitafios a los niños que habían amamantado y criado durante años.

“A los dioses Manes. Flavia Euphrosyne, nodriza y niñera lo hizo para Publius Flavius Crescens, hijo de Publius Flavius Amarantus, que vivió siete años, un día y diez horas.” (CIL 6, 18032 Roma)

Figura de Tanagra, Museo de Antigüedades, Munich

Muchas nodrizas se hacían acreedoras del cariño de sus antiguos lactantes que las recordaban durante su vida y las recompensaban con la libertad, o con bienes materiales, como en el caso de Plinio el joven que regaló un terreno a su nodriza.

“Te doy las gracias por haberte encargado de cultivar el pequeño campo que había regalado a mi nodriza. Valía, cuando se lo regalé, 100.000 sestercios; después, al disminuir su rentabilidad, bajó también su precio, que ahora con tu cuidado se recuperará. Recuerda solo que te encomendé no ya los árboles y la tierra, aunque estos también, sino un pequeño presente mío, que, a mi nodriza, que lo ha recibido, no le interesa que dé el mayor fruto posible más que a mí, que lo hice. Adiós.” (Plinio, Epístolas, VI, 3)

Figura de Tanagra, Museo Británico, Londres

También las conmemoraban en su muerte erigiendo una tumba y una lápida funeraria en la que se inscribía el nombre de ambos.

“A los dioses Manes de Servia Cornelia Sabina, liberta de Servio. Servio Cornelio Dolabella Metiliano (cónsul en el año 113 d.C.) lo hizo para su nodriza y niñera que bien lo merecía.” (CIL 6, 16450 = ILS 8532, Roma)

Estela de la nutrix Severina. Museo Romano-Germánico,
Colonia, Alemania. Foto Pilar Torres

Entre los oficios desempeñados por mujeres se encuentran los relativos al cuidado del cuerpo y la belleza, como peluqueras (ornatrices), depiladoras (resinarias), maquilladoras (cosmetae), masajistas o las perfumistas y vendedoras de ungüentos.

“A los dioses Manes de Licinia Primigenia, ungüentaria. Licinius Amomus lo hizo para su madre que lo merecía. Vivió setenta y un años.” (CIL 10, 1965)

Fresco de la Villa Farnesina, Museo Nacional Palazzo Massimo,
Roma


Bibliografía



La mujer y el trabajo en la Hispania prerromana y romana: Actividades domésticas y profesionales; Carmen Alfaro Giner
Feminae frente al negotium: mujer y comercio en la Roma altoimperial; Sonia Pardo Torrentes
Obreras y empresarias en el Periodo Romano Alto Imperial; Pilar Fernández Uriel 
Mujeres y economía en la Hispania romana. Oficios, riqueza y promoción social. Silvia Medina Quintana
Mujer, comercio y empresa en algunas fuentes jurídicas, literarias y epigráficas; Carmen Lázaro Guillamón
Mujeres infames en la sociedad romana del alto imperio; Francisco Cidoncha Redondo
Extranjeras en Roma y en cualquier lugar: mujeres mimas y pantomimas, el teatro en la calle y la fiesta de Flora, Sabino Perea Yébenes
Mujeres en la escena romana a través de la epigrafía, Helena Lorenzo Ferragut
Wet-nursing in the Roman Empire: Indifference, efficiency and affection; Anna Sparreboom
Lower Class Women in the Roman Economy; Susan Treggiari
Women and Society in Greek and Roman World: a Sourcebook, (ed.) Jane Rowlandson
Women-and-society-in-the-roman-world-a-sourcebook-of-inscriptions-from-the-roman-west; Emily A. Hemelrijk
Women´s Letters from Ancient Egypt, 300 BC- 800 AD; Roger S. Bagnall and Raffaella Cribiore

 


Spolia, arte expoliado en la antigua Roma

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Pintura de Alma-Tadema

“Hemos señalado, pues, tres razones para explicar la opinión que los hombres tienen de la divinidad: la naturaleza, los poetas y los legisladores. Ahora podemos añadir como cuarta razón las artes plásticas y artesanales en la elaboración de estatuas e imágenes de los dioses. Me refiero a los pintores, escultores, talladores de piedras y, en suma, a todo aquel que demuestra ser capaz de imitar con el arte la naturaleza de la divinidad. Unas veces se trata de un ligerísimo esbozo que fácilmente engaña a la vista. Otras veces es una mezcla de colores y un trazado de líneas que refleja casi con exactitud lo que se pretende. A veces, con el trabajo de tallar la piedra o labrar la madera, va quitando el artista lo que sobra hasta dejar la imagen que aparece al final. Otro sistema consiste en fundir el bronce y otros materiales preciosos por el estilo y verterlos en moldes. Otras veces, en fin, se moldea la cera que es lo que más fácilmente se acomoda al arte y mejor admite rectificaciones. Así trabajaban Fidias, Alcámenes y Policleto. Así también Aglaofonte, Polignoto y Zeuxis y el primero de todos, Dédalo.” (Dión Crisóstomo, Discurso Olímpico, 44)

Desde los últimos siglos de la República los ciudadanos más acaudalados exhibían elementos arquitectónicos y esculturas de procedencia griega con la idea de ser considerados personas refinadas que pertenecían a la élite cultural. Desde ese momento muchos romanos contemplaban a Grecia y sus colonias con admiración por la monumentalidad de sus ciudades y la riqueza de sus tradiciones artísticas y literarias.

"Fidias no sólo sabía modelar de marfil sus estatuas, las modelaba también de bronce. Si le hubieses suministrado mármol u otra materia aún más vil, hubiese modelado con ella una obra de la calidad más perfecta posible." (Séneca, Epístolas, 85)

Taller de Fidias, Pintura de Raffaelo Sorbi

En ocasiones, la existencia de una mayoría de estatuas griegas respondía al convencimiento de que Roma había asumido la herencia cultural de los helenos y entendido que se podía alcanzar esa forma de vida al mismo tiempo que se conquistaba y gobernaba.

Es por ello que los romanos heredaron de los griegos la afición por acaparar obras de arte, aunque en tiempos de Roma se hizo más relevante el coleccionismo como un medio para expresar ostentación, victorias bélicas y poder. La posesión de piezas artísticas otorgaba al coleccionista el prestigio y reconocimiento necesarios para manifestar su posición social.

La masiva afluencia de valiosos objetos artísticos aumentó debido a los continuos pillajes y saqueos cometidos por el ejército romano en los territorios conquistados. El expolio de obras de arte proporcionó a las arcas romanas infinidad de piezas que aportaron financiación para sus campañas bélicas y que fueron expuestas en la ciudad.

“Así que cualquiera de nosotros, que no somos tan afortunados como ése ni podemos ser tan refinados, si alguna vez quiere ver algo de tal categoría, que vaya al templo de Felicidad, al monumento de Cátulo, al pórtico de Metelo, que procure ser admitido en la villa tusculana de alguno de ésos, que contemple el foro adornado, si ése presta a los ediles algo de lo que retiene.” (Cicerón, Contra Verres, II, IV, 57)

Baños de Caracalla, Pintura de Virgilio Mattoni de la Fuente

Los botines de guerra procedentes de Grecia y Oriente se exhibían en los desfiles triunfales, y posteriormente se destinaban a los templos, aunque el triunfador conservaba su parte.

Han pasado a la historia, entre otros, los saqueos de la ciudad siciliana de Siracusa en el 211 a.C. tras la victoria de Marco Claudio Marcelo, quien recibió una ovación (inferior al triunfo) a su llegada a Roma, que él se encargó que pareciera un triunfo por la cantidad de objetos mostrados en el desfile.

“La víspera de su entrada en Roma celebró el triunfo en el monte Albano. Después, durante la ovación, entró en la ciudad precedido por un botín considerable. Junto con una representación de la toma de Siracusa, con catapultas, ballestas y todas las restantes máquinas de guerra, iban los objetos con que una realeza opulenta había decorado una larga paz, gran cantidad de bronce y plata labrada y otros objetos y telas preciosas, así como muchas estatuas famosas con las que se había engalanado Siracusa como las principales ciudades de Grecia.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXVI, 21, 6)

Triunfo romano, Pintura de Vincenzo Camuccini

Parece ser que a partir de ese momento se desató en Roma la pasión por las obras de arte griegas, ya que por primera les fue posible a los habitantes de Roma y sus visitantes contemplarlas con facilidad al ser muchas de ellas depositadas en los templos a los que se tenía acceso y derecho de visita.

“Trasladó a Roma las obras de arte de la ciudad, las esculturas y cuadros, que abundaban en Siracusa, que evidentemente eran un botín quitado al enemigo, conseguido por derecho de guerra. A partir de ahí, por otra parte, nació la admiración por las obras de arte griegas, y a raíz de esto, el abuso del expolio indiscriminado de todo lo sagrado y lo profano que últimamente se ha vuelto contra los dioses romanos, empezando por el propio templo que Marcelo decoró espléndidamente. Los extranjeros, en efecto, solían visitar los templos dedicados por Marco Marcelo atraídos por las magníficas obras de ese género, de las que queda sólo una pequeñísima parte.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXV, 40, 1-3)

Recreación del Templo de Venus y Roma, en Roma

En el año 209 a.C. Fabius Maximus expolió una cantidad de estatuas y pinturas de la ciudad de Tarento igual a las tomadas en Siracusa, aunque los romanos más conservadores le alabaron por dejar la mayoría de las imágenes de los dioses tarentinos intactas.

“A la matanza siguió el saqueo de la ciudad. Dicen que fueron cogidos treinta mil esclavos, una enorme cantidad de plata labrada o acuñada, tres mil ochenta libras de oro, y casi tantas estatuas y cuadros como los que adornaban Siracusa. Pero Fabio fue más magnánimo que Marcelo a la hora de respetar esa clase de botín; cuando un escriba le preguntó qué quería que se hiciera con unas estatuas de gran tamaño —se trataba de dioses representados en actitud de combate, cada uno con sus atributos—, ordenó dejarles a los tarentinos sus dioses, airados con ellos.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXVII.16.7)

El triunfo de Flaminius en el 194 a.C. tras la derrota de Filipo de Macedonia duró tres días e incluyó la exhibición de estatuas de mármol y bronce expoliadas no solo de las ciudades griegas conquistadas, sino de las colecciones privadas de los reyes macedonios

“Una vez llegados a Roma, el senado se reunió fuera de la ciudad para escuchar un informe pormenorizado de Quincio sobre las operaciones desarrolladas, y de buen grado decretó un triunfo bien ganado: La ceremonia triunfal duró tres días. El primero hizo desfilar las armas ofensivas y defensivas y las estatuas de bronce y de mármol, siendo más las que había arrebatado a Filipo que las conquistadas en las ciudades. El segundo día hizo desfilar el oro y la plata, labrada, sin labrar, y acuñada. Había dieciocho mil doscientas setenta libras de plata sin labrar, y de plata labrada numerosos vasos de todas clases, en su mayoría cincelados, algunos de notable valor artístico; había también muchos objetos manufacturados en bronce, además de diez escudos de plata. De plata acuñada había ochenta y cuatro mil monedas áticas, llamadas tetracmas, que pesan casi tres denarios cada una. En oro había tres mil setecientas catorce libras, un escudo macizo, y catorce mil quinientos catorce filipos.” (Tito Livio Ab Urbe Condita, XXXIV.52.4- 5)

Piezas de oro de Macedonia

Tras la derrota del rey Antíoco en la batalla de Magnesia en el año 190 a.C., Lucio Cornelio Escipión Asiático celebró un triunfo en Roma que permitió a sus habitantes conocer el lujo con el que se vivía en el Asia Menor e hizo desear a muchos entrar en posesión de aquellos objetos tan suntuosos y valiosos.

“Fue la Conquista de Asia lo que introdujo por primera vez el lujo en Italia; porque Lucio Escipión, en su desfile triunfal, exhibió mil cuatrocientos libras de plata cincelada, con vasijas de oro cuyo peso alcanzaba mil quinientas libras. Esto tuvo lugar el año 565 de la fundación de Roma.” (Plinio, Historia Natural, XXXIII, 148)

Piezas de oro del periodo Aqueménida

En esta época empezaron las críticas del sector más conservador y tradicionalista de la sociedad con respecto a la llegada de objetos artísticos y de lujo del extranjero, porque creía que suponía el deterioro de las costumbres y la moralidad que hasta el momento había imperado en Roma y una ofensa a los dioses de sus antepasados, como se puede ver en el discurso de Catón contra la derogación de la Ley Opia que restringía el lujo a las mujeres.

“Cuanto mejor y más boyante es cada día que pasa la situación del país, cuanto más se ensancha nuestro imperio —y ya hemos penetrado en Grecia y en Asia, llenas de todos los atractivos del placer, e incluso ponemos nuestras manos sobre los tesoros de los reyes—, más me estremezco por temor a que todo esto nos esclavice en lugar de hacernos nosotros sus dueños. Las estatuas procedentes de Siracusa, creedme, fueron enseñas enemigas introducidas en nuestra ciudad. Son ya demasiadas las personas a las que oigo ponderar en tono admirativo las obras de arte de Corinto y Atenas y reírse de las antefijas de arcilla de los dioses romanos. Yo prefiero que nos sean propicios estos dioses, y confío en que seguirán siéndolo si permitimos que permanezcan en sus moradas.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXXIV, 4)

Antefija de arcilla romana, Museo Metropolitan, Nueva York

Pero la llegada de obras artísticas desde zonas conquistadas por Roma siguió produciéndose como en el caso del triunfo de Marcus Fulvius Nobilior en el 187 a.C., tras su victoria sobre los etolios, donde Tito Livio incluye en su inventario de piezas exhibidas una enorme cantidad de estatuas de bronce y de mármol.

“El veintitrés de diciembre celebró su triunfo sobre los etolios y Cefalonia. Desfilaron ante su carro coronas de oro con un peso total de ciento doce libras, mil ochenta y tres libras de plata, doscientas cuarenta y tres libras de oro, ciento dieciocho mil tetracmas áticos y doce mil cuatrocientos veintidós filipos, setecientas ochenta estatuas de bronce y doscientas treinta de mármol.” (Tito Livio Ab Urbe Condita, XXXIX, 5.13-16)

Izda. Doríforo, Museo Británico, Londres. Centro: Venus, Museo Británico, Londres. Drcha. Apoxyomenos Croata, Museo del Louvre, París. 

Las obras que llegaban como botín de guerra también se utilizaban para decorar los conjuntos monumentales de la ciudad y muchos de ellos se entregaban como exvotos a los templos, así, después de la toma de Ambracia en 189 a.C., el mismo cónsul Marco Fulvio Nobilior confiscó unas esculturas de las Musas que, tras su desfile triunfal, pasaron a decorar un templo de Hércules que él mismo financió en el Campo de Marte.

“Aquel, que con los etolios guerreó, siendo compañero suyo Ennio, Fulvio, no dudó en consagrar a las Musas el botín de Marte.” (Cicerón, Arquias, XI, 27)

El desfile del triunfo de Emilio Paulo tras la batalla de Pidna en el 168 a.C. contenía tantas estatuas y pinturas que se necesitaron 200 carros para transportarlas y un solo día no fue suficiente para verlas.

“La ceremonia toda se repartió en tres días, de los cuales en el primero, que apenas alcanzó para el botín de las estatuas, de las pinturas y de los colosos, tirado todo por doscientas yuntas.” (Plutarco, Emilio Paulo, 32)

El Triunfo de Emilio Paulo, Pintura de Carle Vernet. Museo Metropolitan, Nueva York

En 146 a.C., la conquista de Corinto por el cónsul Mumio se saldó con un saqueo de la ciudad. Entre las piezas expoliadas había una pintura de Dionisos que Mumio instaló en el templo de Ceres y que pudo haber sido la primera pintura foránea en convertirse en propiedad pública en Roma.

“La alta estima en que se tuvo a las pinturas de extranjeros en Roma comenzó con Lucius Mummius, quien obtuvo el nombre de Achaicus por sus victorias, porque con ocasión de la venta del expolio, habiendo comprado el rey Atalo una pintura del Padre Líber pintada por Arístides por seis mil denarios, Mummius se sorprendió por el precio, y, sospechando que podía tener un mérito que él desconocía, y a pesar de las quejas de Atalo, deshizo la compra, e hizo que colocaran el cuadro en el Templo de Ceres; el primer ejemplo, creo, de una pintura extranjera en ser expuesta en Roma.” (Plinio, Historia Natural, XXXV, 8)

Pintura del Dios Baco, Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles

Con el tiempo fue tal la acumulación de objetos artísticos en los santuarios que los sacerdotes se vieron obligados a habilitar espacios específicos para su exposición, que se convertirían en verdaderos museos de arte. Muchos templos, sin detrimento del carácter privado del culto y sacrificios, además de estatuaria, exhibieron valiosos conjuntos de vasos, ánforas, camafeos de respetable tamaño y otras piezas preciosas. Los templos que gozaban de escasa relevancia arquitectónica en cuanto a su decoración pudieron basar su atractivo en la acumulación de dichos objetos artísticos expuestos en su interior.

“Después de festejar el triunfo y de consolidar con firmeza el Imperio romano, Vespasiano decidió levantar un templo a la Paz. En muy poco tiempo se terminó esta construcción, que presentaba un aspecto por encima de lo que podía concebir la mente humana. Utilizó en él las extraordinarias riquezas de su propiedad y, además, lo embelleció con las obras más destacadas de la Antigüedad en pintura y escultura. En efecto, en aquel templo fueron reunidos y expuestos todos los objetos que antes los hombres para verlos tenían que recorrer todo el orbe habitado, porque deseaban contemplar estas piezas, que estaban unas en un país y otras en otro. También colocó allí como ofrenda los vasos de oro del Templo de los judíos, de los que estaba orgulloso. Ordenó guardar en su palacio la Ley hebrea y los velos de púrpura del santuario.” (Flavio Josefo, Guerra de los Judios, VII, 158-162)

Ilustración Foro de Roma con Templo de Vespasiano y otros

Los jefes militares podían destinar una parte de los trofeos de guerra a su propio disfrute, decorando con ellos sus residencias. El historiador y ensayista griego Plutarco dejó escrito que uno de los más notables coleccionistas fue Lucio Licinio Lúculo, general romano del siglo I antes de Cristo que combatió a las órdenes de Sila para acabar alcanzando el consulado en el 74 antes de Cristo. Lúculo hizo gala de una sensibilidad por las artes inusual en alguien de su rango, que le llevó a amasar una valiosa colección de estatuas y pinturas, sobre todo tras sus campañas militares por el Mediterráneo Oriental en la primera mitad del siglo I antes de Cristo.

“Sucede con la vida de Lúculo lo que con la comedia antigua, donde lo primero que se lee es de gobierno y de milicia, y a la postre, de beber, de comer, y casi de francachelas, de banquetes prolongados por la noche y de todo género de frivolidad, porque yo cuento entre las frivolidades los edificios suntuosos, los grandes preparativos de paseos y baños, y todavía más las pinturas y estatuas y el demasiado lujo en las obras de las artes, de las que hizo colecciones a precio de cuantiosas sumas, consumiendo profusamente en estos objetos la inmensa riqueza que adquirió en la guerra.” (Plutarco, Lúculo, 39)

En casa de Lúculo, Pintura de Gustave Boulanger

Otro nombre asociado a las grandes colecciones del período republicano es el de Crisógono, un liberto de Sila que llegó a acaparar, gracias a su colaboración en las proscripciones de Sila, metales preciosos, valiosos cuadros, estatuas, mármoles y una impresionante colección de vasos de Corinto y de la isla de Delos.

“El otro baja de su mansión del Palatino; posee para recreo del espíritu una amena finca en los suburbios de Roma, además de innumerables predios, todos ellos espléndidos y cercanos; su casa está repleta de vasos de Corinto y de Delos, entre los que se encuentra la famosa autepsa (calentador de agua) comprada hace poco a un precio tan elevado que los transeúntes, al oírselo anunciar al pregonero, pensaban que lo que se vendía era una finca. Además de eso, ¿cuántos objetos cincelados en plata, cuántos tapices, cuántos cuadros pintados, cuántas estatuas, cuántos mármoles diríais que hay en su casa? Ni más ni menos todos los que, en medio de la confusión y la rapiña, pudieron reunirse de muchas y ricas familias en una sola casa.” (Cicerón, Pro Roscio, 133)

Mansión pompeyana, pintura de Gustave Boulanger

Se puede decir que los generales fueron los primeros grandes coleccionistas de Roma durante el periodo republicano. Pompeyo o César practicaron un tipo de coleccionismo ligado al poder que emanaba de su condición consular en el siglo I antes de Cristo. Sus victorias militares incrementaron sus colecciones, expuestas frecuentemente con un objetivo propagandístico en las vías sacras de la capital. Como ejemplo, la compra de dos cuadros del pintor griego Timomachus por parte de Julio César - una Medea y un Ayax – por una suma de 80 talentos de plata, con la intención de exponerlos en el templo de Venus Genetrix.

“Fue el dictador César quien primero introdujo la exhibición pública de pinturas en tan alta estima consagrando un Ayax y una Medea en el templo de Venux Genetrix.” (Plinio, Historia Natural, XXXV, 9)

Desfile triunfal por el foro. Ilustración J. Hoffbauer, Biblioteca de Artes Decorativas, París

No solo templos sino otros edificios públicos fueron utilizados como museos o espacios expositivos ya a partir del siglo II a.C. cuando los generales victoriosos empezaron a hacer accesible al público los botines de guerra y sus colecciones personales. Cayo Asinio Polión obtuvo permiso para reconstruir el Atrium Libertatis junto al foro de César tras su victoria militar en Iliria en el año 39 a.C. El edificio guardaba los archivos del censo aparte de otras estancias administrativas, pero Asinio lo convirtió también en biblioteca y galería de arte donde exponer su colección formada por las piezas expoliadas en sus batallas, piezas obtenidas por otros medios o encargadas exprofeso para ser exhibidas en dicho lugar.

“Asinio Polión, un hombre de ardiente temperamento, decidió que los edificios que erigió en su propia conmemoración deberían ser lo más atractivos posible; por lo que se pueden ver grupos que representan a las ninfas tomadas por los centauros, una obra de Arquesilao; las Tespiades de Cleomenes; Océano y Júpiter de Heniochus; Las Appiades de Stephanus; Hermerotes de Tauriscus, un nativo de Tralles, no el cincelador de plata; Un Júpiter Hospitalis de Papylus, un discípulo de Praxiteles; Zethus y Amphion, con Dirce y el toro, todo esculpido en un solo bloque de Mármol, obra de Apollonius y Tauriscus, y traído a Roma desde Rodas.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 4)

El último grupo escultórico citado representa la muerte de Dirce arrastrada por un toro al que la atan Zethus y Amphion para vengar a su madre Antíope. La obra, expuesta en el Atrium Libertatis, sería apreciada por su propietario y otros conocedores de arte por su procedencia griega, su elaborada técnica y por el drama mitológico que representa.

Toro Farnese, Museo Arqueológico de Nápoles

Con la llegada de Augusto al poder la exposición de obras de arte en edificios públicos sirvió como propaganda política para impulsar la imagen del emperador ante el pueblo.

“¿Me preguntas por qué vengo a ti tan tarde? El poderoso César ha inaugurado el dorado Pórtico de Febo. Todo él en línea recta ha sido construido de columnas púnicas, entre las que destaca el tropel femenino del anciano Dánao. El Febo de mármol, más bello que el mismo Febo, me pareció como si estuviera entonando versos al son de callada lira. Y en torno al altar estaba de pie el ganado de Mirón: cuatro artísticos bueyes, estatuas llenas de vida. Después, en el centro, se levantaba el templo de mármol brillante,
más querido por Febo que su patria Ortigia; en lo alto de la cubierta estaba el carro del Sol, y sus puertas eran obra insigne de marfil de Libia; una hoja lloraba la expulsión de los galos de la cumbre del Parnaso, la otra la muerte de la hija de Tántalo. Y luego, entre su madre y su hermana, el mismo dios Pítico entona cantos al son de la lira vestido de larga túnica.”
(Propercio, Elegías, II, 31)

Apolo Citaredo, Museo Arqueológico de Nápoles, foto Jebulon

Marco Vipsanio Agripa, yerno del emperador Augusto, además de su consejero, vivió de cerca la transición entre la etapa final de la República y el nacimiento del Imperio Romano y propuso una política socio-cultural dirigida a transmitir a los ciudadanos su identificación con los valores artísticos y culturales del estado romano. Se le atribuye a él uno de los primeros intentos de la historia de fundar un museo público, al exponer en el Panteón que lleva su nombre las obras requisadas y expoliadas en los territorios recién anexionados.

“Decorado por Diógenes de Atenas, se consideran obras maestras las cariátides que se ven en los intercolumnios del templo, así como las estatuas colocadas en su tejado, insuficientemente admiradas a causa de la altura del emplazamiento.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 4)

Panteón de Roma, Ilustración de Jean-Claude Golvin

El coleccionismo practicado por Agripa fue más allá de la simple exhibición imperialista de sus éxitos militares, como cuando compró por 1.200.000 sestercios dos cuadros a los habitantes de la ciudad de Cyzicus. Quería inculcar en las masas un sentimiento de nación a partir de su patrimonio, que este fuera un elemento que aglutinara los valores que consolidaban la identidad de Roma como estado.

“Tenemos un discurso suyo (de Agripa), y muy digno del más importante de nuestros ciudadanos, sobre la ventaja de exhibir en público todas las pinturas y estatuas; una práctica que habría sido más preferible que ocultarlas en nuestras villas. Austero como era en sus gustos, pagó al pueblo de Cyzicus 1.200.000 sestercios por dos pinturas, un Ayax y una Venus. También mandó que unos cuadros pequeños se encastraran en mármol en el vaporarium de sus Termas; donde permanecieron hasta que se quitaron para reparar el edificio.” (Plinio, Historia Natural, XXXV, 9)

Pintura de Venus, Pompeya. Casa de Marcus Fabius Rufus

Cuando la época de expolios sistemáticos pasó, los generales y emperadores siguieron con la costumbre de apoderarse de las obras artísticas de los pueblos conquistados, si bien bajo la fórmula de cobrar los impuestos establecidos a los perdedores con la cesión de sus valiosas piezas de arte a Roma.

“También estaba allí (en Cos) la Afrodita Anadiomene, pero ahora está dedicada en Roma al César divinizado, pues se la dedicó Augusto a su padre (Julio César) como fundadora de su estirpe, y afirman que a los de Cos se les eximió de cien talentos del tributo establecido en compensación por la pintura.” (Estrabón, Geografía, XIV, 19)

Venus Anadiomene, Pompeya.
Casa del Príncipe de Nápoles

En época tardo-republicana se enmarca la consolidación de las subastas, como escenario de compra-venta de piezas artísticas, aunque ya se conocían subastas en el mundo griego y en el Egipto ptolemaico. Los botines de guerra se exponían en una plaza y se adjudicarían al mejor postor. Con el tiempo la subasta se convertiría en un medio habitual de las élites para vender y comprar piezas artísticas de gran valor. La caída en desgracia de importantes y adinerados personajes supuso poner a disposición de los interesados las valiosas propiedades que habían sido arrebatadas a sus dueños, especialmente por las proscripciones llevadas a cabo durante las distintas guerras civiles acontecidas durante la República. Así, por ejemplo, critica Cicerón la adquisición por parte de Marco Antonio de las posesiones de Pompeyo mediante subasta, para luego echarlas a perder por su despilfarro.

"¿Tanta ceguedad te dominó, o, mejor dicho, tanto furor, que desconocieses que ten hombre de tu nacimiento no debía ser adjudicatario de bienes confiscados, y sobre todo de los bienes dé Pompeyo, sin atraerse el aborrecimiento y la execración del pueblo romano, la enemistad y la venganza de todos los dioses y de todos los hombres? ¡Con cuánta insolencia se apoderó inmediatamente este codicioso expoliador de los bienes de aquel varón por cuyo valor el pueblo romano era tan temido y por cuya justicia tan amado de las demás naciones! Cuando se quedó con las riquezas de este gran hombre, saltaba de gozo: parecía uno de esos personajes de comedia que de repente pasan de la pobreza a la opulencia. Pero como dice, no recuerdo qué poeta, lo mal adquirido mal acaba, siendo increíble y verdaderamente prodigioso cómo pudo disipar tan inmensas riquezas, no en pocos meses, sino en pocos días. Había allí vinos de todas clases, gran cantidad de plata excelente, ricos vestidos, multitud de muebles preciosos y magníficos en varios aposentos, menaje propio del que vive, si no con lujo, en la abundancia. En muy pocos días, todo desapareció." (Cicerón, Filípicas, II, 26-27 [64-66])

Pintura de Alma-Tadema

Los romanos no siempre aceptaban la legitimidad de los saqueos artísticos. En 70 a.C., los sicilianos presentaron en Roma una denuncia contra Verres por los actos de rapiña que cometió en la isla siendo pretor y Cicerón se encargó de la acusación.

“Declaro que en toda Sicilia, una provincia tan rica, de tanta tradición, con tantas ciudades, con tantas familias tan opulentas, no hubo ningún vaso de plata, de Corinto o de Délos, ninguna joya o perla, ningún objeto de oro o marfil, ninguna estatua de bronce, mármol o marfil, afirmo que no hubo ninguna pintura, ni en tabla ni en tapiz, que no haya buscado, examinado y robado, cuando le pareció bien.” (Cicerón, Contra Verres, II, IV, 19)

Cicerón distingue spolia, botín de guerra arrebatado a los enemigos y spoliatio, apropiación ilegal de decoración artística y arquitectónica. Según el orador, las imágenes u objetos religiosos que se encuentran santuarios, templos y lararios privados no deberían ser nunca quitados a sus dueños.

“Pero sólo has deshonrado este monumento del Africano... ¿Qué dices? ¿No sustrajiste a los tindaritanos una efigie de Mercurio de bellísima factura, erigida por merced del mismo Escipión? ¡Y de qué modo, dioses inmortales! ¡Con qué audacia, con qué arbitrariedad, con qué descaro! Oísteis declarar anteriormente a los embajadores tindaritanos, los hombres más honorables y principales de la ciudad, que el Mercurio que era venerado por ellos con ceremonias anuales y con profunda religiosidad, que Publio Africano, tras la toma de Cartago, había entregado a los tindaritanos como monumento y señal de su victoria y también de la lealtad y alianza de aquéllos, había desaparecido por la violencia, el delito y el abuso de autoridad de éste, quien, tan pronto como llegó a aquella ciudad, al instante, como si no sólo debiera llevarse a cabo, sino que fuera inevitable, como si el Senado se lo hubiera encomendado y el pueblo romano ordenado, exigió inmediatamente que desmontasen la estatua y la transportaran a Mesina.” (Cicerón, Contra Verres, II, IV, 39, 84)

Hermes, Museo Chiaramonti, Vaticano.
Foto Jastrow

Verres es acusado de atesorar todos los objetos de arte que excitan su interés sin importarle su propiedad o procedencia. Para ello se vale principalmente de dos hermanos artistas que se acogieron al servicio de Verres porque tuvieron que huir de su tierra por motivos legales y a los que este envía por todo Sicilia a buscar las obras de arte de las que pueda apoderarse sin tener en cuenta lo que sus propietarios tengan que decir.

“Ahora vale la pena, jueces, conocer cómo se habituó a encontrar y escudriñar todos estos objetos. Hay unos hermanos naturales de Cíbira, Tlepólemo y Hierón, de los que uno, según creo, tenía por ocupación modelar la cera y el otro era pintor. Tengo entendido que éstos, habiendo incurrido ante sus conciudadanos en la sospecha de haber expoliado en Cíbira un templo de Apolo, huyeron de su tierra, por temor a la pena resultante de un proceso y de la ley. Como sabían que Verres era un apasionado de su arte, con ocasión de que ése, cosa que supisteis por los testigos, había ido a Cíbira con unos pagarés sin valor, al huir de su ciudad se acogieron a él como exiliados, cuando ése estaba en Asia. Los tuvo consigo en aquella época y en los saqueos y robos de su legación utilizó mucho la colaboración y el consejo de aquéllos… Se los llevó consigo a Sicilia, una vez bien conocidos y demostrada su capacidad. Cuando llegaron allí, lo olfateaban y lo rastreaban todo de una manera tan admirable (diríais que eran perros de caza) que lo encontraban por cualquier medio dondequiera que estuviera. Amenazando una cosa, mediante promesas otra, una valiéndose de esclavos, otra de hombres libres, unas por medio de un amigo, otras por medio de un enemigo, las encontraban Todo lo que llegaba a gustarles había que darlo por perdido. Ninguna otra cosa deseaban aquellos a quienes se les reclamaban objetos de plata, sino que no fueran del agrado de Hierón y Tlepólemo.” (Cicerón, Contra Verres, II, IV, 13, 30)

Tesoro de Mildenhall, Museo Británico, Londres

Una de las razones aducidas para acusar a Verres es que se dedicó a expoliar las obras de arte de Sicilia, no siendo un conquistador, sino siendo un gobernador enviado por Roma como su representante, y por tanto era indigno de tal cargo por no respetar las características religiosas e históricas de la gente bajo su mandato. Su falta de respeto a los dioses y a los habitantes que gobierna supone una amenaza al estado.

Su manera de actuar suele seguir la misma fórmula casi siempre. Cuando llega a una ciudad, manda que todos sus habitantes traigan sus valiosas posesiones y bien él mismo o sus protegidos revisan las piezas que más les gustan, objetos de plata con incrustaciones que son arrancadas y entonces devueltos a sus dueños. Todo lo arrancado es posteriormente incrustado en sus propias vasijas que guarda en su propia casa o reparte entre sus amigos.

“Cuando llegó a Haluncio nuestro celoso y diligente pretor, no quiso entrar en la ciudad, porque tenía una subida difícil y empinada. Mandó que acudiera a él el haluntino Arcágato, uno de los hombres más notables, no sólo en su localidad, sino en toda Sicilia. Le encarga que haga transportar al instante desde la ciudad al puerto todos los objetos de plata cincelada que hubiera en Haluncio y también los vasos de Corinto. Sube a la ciudad Arcágato. Hombre famoso, que quería ser apreciado y considerado por sus conciudadanos, llevaba con gran disgusto aquella misión que ése le había encomendado y no sabía qué hacer. Comunica lo que se le había ordenado. Recomienda que aporten todos lo que tuvieran. Reinaba un gran temor, pues el tirano en persona no se encontraba muy lejos. Esperaba a Arcágato y la plata, reclinado en su litera a la orilla del mar, al pie de la ciudad. Imaginad qué carreras se produjeron en la ciudad, qué griterío, qué llantos femeninos incluso. Quien lo viera, diría que se había introducido el caballo de Troya, que se había tomado la plaza: se sacaban las vasijas sin sus fundas, se arrancaban otras de las manos de las mujeres, se rompían las puertas de muchas casas, se descuajaban las cerraduras... ¿Qué pensáis en realidad? Si se requisan a los particulares, ocasionalmente, sus escudos en época de guerra y desórdenes, ellos los entregan contra su voluntad, aunque se dan cuenta de que lo hacen por el bien común; no penséis que nadie aportó, sin profundo dolor, la plata cincelada que tenía en casa, para que otro se la arrebatase.
Se saca todo. Se llama a los hermanos cibiratas. Poco es lo que desechan. A los que habían dado su aprobación se les arrancaban las incrustaciones y las placas. Así es como los haluntinos regresan a sus casas con sus objetos de plata desguarnecidos, con sus atractivos ornamentos quitados.”
(Cicerón, Contra Verres, II, IV, 23, 51)

Izda, tesoro de Hildesheim, Altes Museum, Berlín. Drcha, tesoro de Boscoreale,
Museo del Louvre, París

En otros casos obliga a los poseedores de antiguos objetos de arte a venderle piezas por debajo del precio de mercado, lo que ellos aceptan por el temor al cargo que ostenta.

“Había en casa de Heyo un sagrario que gozaba de gran respeto, herencia de sus antepasados, muy antiguo, en el que había cuatro estatuas muy bellas, de gran valor artístico y fama, que podían hacer las delicias, no sólo de ese hombre sensible y entendido, sino las de cualquiera de nosotros a los que llama profanos; una de Cupido, en mármol, de Praxiteles…; el mismo artífice hizo, según creo, aquel Cupido de la misma factura que está en Tespias, a causa del cual se visita Tespias, pues no hay ningún otro motivo para visitarla. Y aquel Lucio Mumio, aunque se llevó las Tespíadas, que están en el templo de Felicidad, y las demás estatuas profanas de aquella urbe, no tocó este Cupido de mármol, porque estaba consagrado. Pero volvamos a aquel sagrario: la estatua a la que me refería era un Cupido de mármol. Enfrente se encontraba un Hércules de bronce magníficamente realizado. Se decía que era de Mirón, según creo, y sin duda lo es. Asimismo, delante de estos dioses había dos altarcitos, que podían dar a entender a cualquiera la santidad del sagrario. Había, además, dos estatuas de bronce, no muy grandes, pero de singular encanto, con aspecto y vestimenta de muchachas, que, con las manos en alto, a la manera de las doncellas atenienses, sostenían, apoyados en sus cabezas, ciertos objetos sagrados; se llamaban ellas Canéforas; pero su autor, ¿quién es? ¿Quién? Me lo recuerdas bien. Decían que era Policleto. Cuando alguno de nosotros llegaba a Mesina, solía visitarlas…
Todas estas estatuas que he citado, jueces, se las quitó Verres a Heyo de su sagrario. No dejó ni una de ellas, o, mejor dicho, no dejó ninguna salvo una muy antigua de madera, la Buena Fortuna, según tengo entendido. No quiso ése tenerla en casa…
Veamos cuánto fue ese dinero que pudo alejar del decoro, de los deberes hacia su familia y de los sentimientos religiosos a Heyo, un hombre altamente rico y mínimamente codicioso. Tal como mandaste, pienso, ha anotado con su propia mano que todas estas estatuas de Praxiteles, Mirón y Policleto han sido vendidas a Verres por seis mil quinientos sestercios. Así lo consignó… Me agrada que estos nombres ilustres de artistas, que ésos elevan hasta el cielo, hayan caído de esa manera gracias a la valoración de Verres. ¡El Cupido de Praxiteles en mil seiscientos sestercios! De aquí proviene, sin duda, el -prefiero comprar a pedir-." 
(Cicerón, Contra Verres, II, IV, 2-6)

Hércules en bronce. Museos Vaticanos

El continuo contacto entre los helenos, egipcios y pueblos de Asia menor explica la expansión del uso de gemas como joyas, amuletos y medicinas por todo el Mediterráneo durante la antigüedad. Artistas especializados se encargaban de pulirlas y grabarlas con imágenes o inscripciones para introducirlas en el mercado.

Se podían encontrar gemas en todo tipo de joyas y, especialmente en los anillos que los hombres utilizaban como sellos. Los generales conquistadores se hicieron con magníficas colecciones de gemas, algunas de las cuales depositaron en los templos en gratitud por sus victorias.

“El primer romano en poseer una colección de gemas (para las que normalmente usamos el término extranjero dactyliotheca, o colección de anillos) fue el hijastro de Sila, Escauro. Durante muchos años no hubo otro hasta que Pompeyo Magno dedicó en el Capitolio entre sus ofrendas una colección de anillos que había pertenecido al rey Mitrídates. Esto, como Varrón y otros autores de la época confirman, era inferior a la de Escauro. El ejemplo de Pompeyo fue seguido por Julio César, quien durante su dictadura consagró seis colecciones de gemas en el templo de Venus Genetrix, y por Marcelo, el hijo de Octavia, que dedicó una en el templo de Apolo en el Palatino.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 11)


Aunque antes de la conquista de Egipto por Augusto ya se veían en Roma obras de arte que imitaban imágenes y paisajes relacionados con el país del Nilo, la llegada de monumentos y objetos tomados tras la caída de Marco Antonio y Cleopatra hizo surgir un deseo de poseer piezas egipcias que recordaban la sumisión del pueblo egipcio al poder romano.

“Al segundo día se celebró el triunfo por la victoria naval de Accio y al tercero, por la captura de Egipto. Los desfiles fueron magníficos gracias al botín de Egipto -pues tanto se había conseguido reunir que hubiera bastado para todas las celebraciones-, pero el desfile por el triunfo egipcio fue el más caro y majestuoso. Entre otras cosas se hizo desfilar a una representación de Cleopatra, tumbada en el triclinio como si estuviera muerta, de tal modo que incluso Cleopatra, en cierta forma, acompañada por los demás prisioneros y por sus hijos, Alejandro Helios y Cleopatra Selene, pudo ser vista como parte de la procesión. Y finalmente, detrás de todos, entró César.” (Dión Casio, Historia romana, LI, 21, 6)

Desfile triunfal en Roma. Ilustración de Heinrich Leutemann

El arte egipcio debe a varias causas la admiración que despertaba en la sociedad romana, como podía ser el lujo exótico de las élites. También por su evocación del triunfo de Roma sobre Egipto y de la enorme amplitud que iba consiguiendo el imperio romano sobre sus provincias conquistadas.

“Quita, camarero, las copas y los vasos cincelados del tibio Nilo y dame sin que te tiemble el pulso las copas desgastadas por los labios de mis abuelos y lavadas por un sirviente con el pelo cortado. Restitúyase a las mesas su antiguo honor. Beber en una joya dice bien en ti, Sardanápalo, que rompes un Mentor para orinal para tu querida.” (Marcial, Epigramas, XI, 11)

Skyphos con tema egipcio de la Villa de San Marco, Stabia.
Museo Arqueológico de Nápoles




Bibliografía


The Impact of Greek Art on Rome; Jerome J. Pollitt
Collecting the Past, Creating the Future: Art Displays in the Hellenistic Mediterranean; Margaret M. Miles
Engraved Gems and Propaganda in the Roman Republic and under Augustus; Paweł Gołyźniak
Cicero's Prosecution of Gaius Verres: A Roman View of the Ethics of Acquisition of Art; Margaret M. Miles
Plundered art in the galleries of Augustan Rome; Tomasz Polański
Preparing for Triumph. Graecae Artes as Roman Booty in L. Mummius’ Campaign (146 BC); Matteo Cadario
Ancient Roman Spaces that Served as Museums; Reagan Smith
Gems in Ancient Rome: Pliny's Vision; Jordi Pérez González
Stagging Power and Authority at Roman Auctions; Marta García Morcillo
The Triumph and Trade of Egyptian Objects in Rome; Stephanie Pearson
Gaius Verres and the Roman Art Market: Consumption and Connoisseurship in Verrine II, 4; H. Anne Weis
Pasión, locura y bandidaje; Pedro Navascués Palacio

 


Philòkaloi, coleccionismo en la antigua Roma

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Un amante del arte romano. Pintura de Alma-Tadema

El coleccionismo de obras de arte y otros objetos valiosos traídos de fuera fue un importante elemento de elitismo cultural a finales de la República y durante el período imperial, cuando aumentó la demanda de piezas artísticas por parte de personas de alto poder adquisitivo que acumulaban lujosas obras de arte y objetos valiosos procedentes sobre todo de Grecia con las que adornaban sus casas y villas. Juvenal describe cómo se podían ver estas piezas artísticas en casas y villas de los ricos.

“Entonces, todas las casas estaban hasta arriba y había un enorme montón de monedas, clámides espartanas, vestidos de púrpura de Cos, y amén de las pinturas de Parrasio y las estatuas de Mirón, el marfil de Fidias cobraba vida, así como también en todas partes había trabajos abundantes de Policleto, y rara era la mesa sin una obra de Méntor.” (Juvenal, Sátiras, VIII, 100)

El malabarista egipcio. Pintura de Alma-Tadema

Para una parte de los ricos ciudadanos romano, el arte era una mera forma de presumir de riqueza. El personaje de Trimalción, que Petronio inmortaliza en su relato Satiricón, retrata a la perfección el comportamiento de aquellos nuevos ricos romanos, que se rodeaban de objetos lujosos por pura vanidad en su afán de imitar la vida y conducta de la tradicional nobleza romana.

“Siento verdadera pasión por la plata. Andan por el centenar las copas que tengo de ese metal con una urna de cabida ...
En ellas se ve cómo Casandra mató a sus hijos; los tiernos cadáveres yacen por el suelo como palpitantes todavía de vida. Tengo un jarro con asas que me dejó uno de mis patronos; en él aparece Dédalo encerrando a Níobe en el caballo de Troya. En unas copas tengo grabados los combates entre Hermerote y Petraites. Todo ello en plata maciza. Mi conocimiento en esas materias no lo vendería por toda la plata del mundo.”
(Petronio, Satiricón, 52, 1-3)

Tesoro de Berthouville, Gabinete de Medallas y Antiguedades, Biblioteca Nacional de Francia

Otros, en cambio, eran coleccionistas cultos, capaces de valorar las obras por su belleza estética o perfección técnica. Eran los llamados philókaloi,«amantes de lo bello», hombres que llegaban a invertir grandes sumas de dinero en todo tipo de objetos artísticos.

“Era un 'amante de la belleza', hasta el punto de ser criticado por su manía de comprar. En los mismos lugares poseía varias villas, pero una vez que se encaprichaba con las nuevas, se despreocupaba de las antiguas. En todas tenía muchos libros, muchas estatuas, muchos bustos, y no se limitaba a tenerlos, sino que los veneraba, sobre todo el de Virgilio, cuyo cumpleaños celebraba con mayor devoción incluso que el suyo propio, especialmente en Nápoles, donde solía visitar su tumba como si fuese un templo.” (Plinio, Epístolas, III, 7, 8 Silio Itálico)

Una galería de pintura. Pintura de Alma-Tadema

Algunos ricos propietarios combinaban su amor por las obras artísticas con su dedicación a la literatura o filosofía con la instalación de bustos en mármol o bronce de sus autores favoritos en sus bibliotecas privadas.

“Hay una nueva tendencia también, que no debemos olvidar. No solo consagramos en nuestras bibliotecas, en oro o plata, o en cualquier caso en bronce, a aquellos cuyos espíritus inmortales conversan con nosotros en esos lugares, sino que incluso vamos tan lejos como reproducir sus rasgos ideales, aunque su recuerdo se haya extinguido, y nuestro lamento da existencia a parecidos que no se nos han transmitido, como en el caso de Homero.” (Plinio, Historia Natural, XXXV, 2, 9)

Busto de Homero. Museo Británico, Londres

No solo era posible encontrar piezas escultóricas en las bibliotecas, sino también pinturas hechas en tablas por encargo a pintores locales o renombrados en distintas partes del Imperio.

“Herenio Severo, hombre muy erudito, tiene grandes deseos de colgar en su biblioteca unos retratos de tus conciudadanos Cornelio Nepote y Tito Cacio y me ha pedido que, si hay alguno ahí en vuestra localidad, como es muy probable, que le encargue copias pintadas. Te transmito esta petición antes que a ningún otro, en primer lugar, porque has atendido siempre todos mis deseos con la mayor deferencia; luego, porque sientes una grandísima admiración por la literatura, y un profundo respeto por sus estudiosos, y por último, porque veneras y estimas en gran medida a tu patria, y a todos los que han contribuido a acrecentar su renombre, como a la propia patria. Te pido, pues, que encuentres un pintor lo mejor posible. Pues, si es muy difícil lograr del modelo una semejanza ideal, aún resulta mucho más penoso hacer un retrato de otro retrato. Te ruego que no permitas al artista que hayas seleccionado que se aparte del original, ni siquiera para embellecerlo. Adiós.” (Plinio, Epístolas, IV, 28)

Un artista romano. Pintura de Alma-Tadema

El coleccionista en la antigua Roma interesado en la escultura creaba su colección de acuerdo a su educación cultural, su forma de ser y su riqueza. El concepto griego de paideia, como transmisión de conocimientos y valores jugó un papel importante a la hora de apreciar todo lo antiguo como parte de la educación de las élites romanas, las cuales tendían a ganar prestigio, reconocimiento y poder de cualquier manera posible. Coleccionar obras antiguas suponía un nexo de unión entre miembros de las clases sociales más adineradas y cultas que podía interrelacionarse con otros semejantes a ellos en cualquier parte del imperio, independientemente de su situación geográfica, sus tradiciones o su religión.

“Aquí tienes todos los chismorreos de la ciudad, pues Tulo es el centro de todos los chismorreos. Se espera con gran expectación la venta pública de sus bienes, pues fue tan rico que había adornado unos jardines enormes el mismo día en el que los había comprado con innumerables estatuas antiquísimas; tan gran cantidad de obras de artes bellísimas tenía guardadas en sus almacenes que yacían olvidadas.” (Plinio, Epístolas, VIII, 18)

Jardines romanos. Pintura de Alma-Tadema


El coleccionista elegía un tema para su colección escultórica dependiendo de sus gustos culturales y por la rareza, ejecución o valor económico de las obras. Con su elección el propietario mostraba su erudición, su riqueza y su prestigio social ante los demás. Cuanto más difícil era obtener una pieza más aumentaba la valoración social del coleccionista.

Existió la tradición de reutilizar esculturas antiguas tanto en el entorno público como privado, quizás porque otorgaba más prestigio y para los particulares podía indicar que la familia era importante y adinerada desde hacía mucho tiempo.

“La naturaleza ambiciona poco, la opinión no tiene medida. Acumúlese en ti cuanto muchos ricos hayan poseído, elévete la fortuna a una riqueza que supere la medida concedida a un particular, cúbrate de oro, revístate de púrpura, condúzcate a tal suerte de delicias y opulencia que cubras la tierra con el mármol, séate concedido no sólo poseer, sino hollar las riquezas; añádanse estatuas y pinturas y cuanto las diversas artes produjeron al servicio del lujo; no aprenderás sino a codiciar bienes mayores que éstos.” (Séneca, Epístolas a Lucilio, 16)

Los romanos de la decadencia. Thomas Couture. Museo d´Orsay, París.

Cabe la posibilidad de que las esculturas reutilizadas a finales del Imperio fueran una forma barata para los coleccionistas de hacerse con piezas deseadas, pudiendo aprovecharse de la abundancia de esculturas disponibles al clausurarse templos o al caer en desuso edificios e incluso cementerios de donde se podían extraer las obras antiguas, algunas de las cuales simplemente yacían tiradas por el suelo.

La reutilización de las obras escultóricas podía también responder a una moda estética de mezclar piezas que eran muy diferentes en material, color o estilo y exhibirlas todas juntas, creando una sensación distinta tanto en el coleccionista como en el observador.

“De allí teníamos el gusto de ir a los baños, no a los de Nerón ni a los que regaló Agripa o aquel cuya estatua ven en Salona de Dalmacia (Diocleciano), sino a termas bien provistas para el pudor personal.
Después de lo cual, tus copas y un lecho en medio de tus musas nos acogían, así como estatuas y cuadros como no produjeron ni Mentor, Praxiteles, o Escopas con el bronce, el mármol o los colores, ni esculpió el mismo Policleto, ni es capaz de dibujar el pincel de Fidias.”
(Sidonio Apolinar, Poemas, 23, 495)

Después del baño. Pintura de Alma-Tadema

Conservar las estatuas antiguas en zonas públicas podía ayudar a preservar la historia pasada con sus recuerdos y tradiciones referentes a sucesos victoriosos y personajes gloriosos e indicaba continuidad. Para el coleccionista privado reutilizar esculturas antiguas en vez de adquirir unas nuevas era mantener un signo de romanitas y un vínculo con el pasado que le permitía formar parte de la grandiosa historia de Roma. Para algunos la excesiva exhibición de bustos en las casas era un signo de alarde intelectual que no se correspondía con la realidad.

“Conque en casa de los más perezosos verás todo lo que existe de oratoria e historia, lejas levantadas hasta el techo; pues ya además de los baños y las termas también se decoran una biblioteca, como adorno imprescindible de su casa. Yo los disculparía del todo, si su extravío fuera por culpa de un deseo excesivo de erudición: en realidad, esas obras acaparadas de venerables talentos, clasificadas con sus bustos, se disponen para embellecimiento y adorno de las paredes.” (Séneca el joven, Sobre la tranquilidad del espíritu, 9, 6)

Pintura de Guglielmo Zocchi

Ni siquiera la llegada del cristianismo como religión oficial del imperio terminó con la idea de mantener las obras escultóricas de temática pagana en lugares públicos y privados como símbolo de la educación y tradición romanas. Todas las ciudades y residencias privadas de la parte oriental del imperio fueron embellecidas con estatuas de la época clásica a partir de la época de Constantino. Solo las esculturas dedicadas al culto de dioses paganos fueron consideradas demonios que debían ser sometidas a procesos de purificación, lo que llevó a muchos fanáticos cristianos a unirse para encontrar las obras malditas en posesión de los idólatras y destruirlas.

“Después se inició la búsqueda por las casas también (pues había muchos ídolos en la mayoría de los patios), y de los que se encontraron algunos fueron quemados y otros arrojados a las letrinas.” (Vida de Porfirio, Marco el Diácono, 71)

Cornelio, el centurión. Menologion de Basilio II. Biblioteca Vaticana

Una de las colecciones más importantes que se podían encontrar en una domus o villa romana era la de retratos de hombres ilustres, como filósofos, literatos o militares, que podían inspirar a los coleccionistas o sus visitantes por sus obras y su grandeza.

“Llamaba a Virgilio el Platón de los poetas y tenía su busto junto con el de Cicerón en su segundo larario, donde tenía también los bustos de Aquiles y de otros ilustres personajes. En cambio, deificó a Alejandro colocándole en un larario mayor entre los más eximios y los «divinos».” (Historia Augusta, Alejandro Severo, 31)


Los retratos de emperadores o miembros de la familia imperial abundaban en la mayoría de las residencias de los ciudadanos ricos romanos, bien por demostrar su lealtad política a la casa imperial actual o por mantener el recuerdo de los ya difuntos para testimoniar la importancia política de la familia a lo largo de los años o siglos.

Además, la utilización de los retratos imperiales antiguos, algunos de los cuales podían reconvertirse en emperadores más actuales, podía servir para indicar la dignidad imperial y la grandeza de Roma que motivaba al coleccionista a sentirse orgulloso de su pertenencia a la sociedad tradicional que representaban.

En algunas residencias particulares se podían encontrar retratos de personajes y emperadores que abarcaban varios siglos, lo que permitía exhibir al propietario, ya fuera verdad o no, el favor otorgado por la casa imperial a la familia durante generaciones y la lealtad de la misma hacia la institución por el mismo periodo de tiempo.

Bustos de emperadores de la villa de Chiragan. Arriba: izda Octavio Augusto, centro Trajano, drcha Antonino Pio. Abajo: izda Cómodo, centro Septimio Severo, drcha Maximino Hercúleo. Museo Saint Raymond, Toulouse, Francia

En Roma todos los interesados en el arte conocían los nombres de los artistas considerados maestros, tanto los antiguos como los contemporáneos y los viajeros que visitaban otras ciudades buscaban las atracciones artísticas que podían verse en ellas. Cada ciudad consideraba sus obras artísticas como auténticos tesoros y todos sus habitantes se deleitaban en su contemplación, independientemente de su capacidad de interpretar su significado o simbología. Muchos miembros de la élite romana desarrollaron tal conocimiento artístico que llegó a convertirse en parte de su ocio y tema de conversación. Incluso se esperaba que los más famosos oradores fueran entendidos en el arte de la escultura y pintura y supieran el nombre de los más famosos artistas.

“¿Quién no conoce que las estatuas de Canaco son demasiado rígidas, y no imitan con verdad? Las de Calamis son todavía duras, pero menos que las de Canaco: las de Miron se acercan más a la verdad, y casi pueden llamarse bellas: las de Polícleto son todavía más hermosas y casi pueden decirse perfectas. Lo mismo sucede en la pintura, donde aplaudimos las formas y las líneas de Ceusis, de Polígnoto, de Timantes y de todos los demás que sólo usaron cuatro colores. Pero en Aecio, Nicómaco, Protógenes y Apeles, es ya todo perfecto.” (Cicerón, Bruto, 70)

Pintura de Alma-Tadema

El aparente conocimiento que algunos ciudadanos tenían sobre las obras de arte que les pertenecían o incluso de las de otros y sobre las que daban su parecer y hacían girar algunos de sus comentarios en las cenas con sus invitados podía dar lugar al respeto por su erudición cultural o a la crítica más cruda por su alarde de sabiduría o por su reconocida ignorancia.

“Cuando te quedas absorto ante un cuadrito de Pausias, ¿hasta qué punto yerras menos que yo, cuando de puntillas admiro los combates de Fulvio, de Rútuba o de Pacideyano, pintados con minio y carbón (carteles de gladiadores de la época), y tal como si aquellos hombres lucharan de veras, y dieran tajos y los esquivaran blandiendo sus armas? Davo (el esclavo que habla) es un sinvergüenza y un vago; en cambio tú eres tenido por juez agudo y sutil en materia de antigüedades.” (Horacio, Sátiras, II, 7, 95)

Pintura de Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles

Aunque el interés de la sociedad romana por el arte había surgido en un principio con respecto a la exposición pública de las obras, con el tiempo fueron varios los romanos ilustres que intentaron concebir una colección artística como un bien del patrimonio cultural público defendiendo la idea de que las obras artísticas debían ser expuestas en público y no ubicarlas en las casas y villas privadas para el recreo de la vista solo de sus dueños.

En el caso de Plinio el joven, que se declara poco conocedor del arte, su intención al comprar una valiosa pieza es la de exponerla en un lugar público, como un templo, buscando quizás el reconocimiento de la gente por su contribución a la decoración de dicho lugar y su generosidad.

“Con el dinero que he recibido de una herencia, me acabo de comprar una estatua de bronce corintio, pequeña, pero encantadora y bien terminada, al menos según puedo juzgar yo, que tengo en todas las materias en general, y en ésta en particular un conocimiento limitado. Sin embargo, esta estatua creo que puedo apreciarla. Se trata de una figura desnuda, que no puede ocultar sus defectos, si es que hay algunos, ni disimular sus virtudes. Representa un anciano de pie, sus huesos, tendones, nervios, venas, arrugas se ven como si se tratase de un ser vivo; los cabellos escasos y en retirada, la frente ancha, el rostro anguloso, el cuello delgado; los músculos flácidos, el pecho caído, el vientre hundido; por la espalda, según se puede deducir, aparenta la misma edad. El bronce en sí, según revela su genuino color, es viejo y antiguo; en definitiva, todas estas características, del mismo modo que pueden atraer la atención de los artistas, pueden deleitar a los profanos. Esto fue lo que me convenció para comprarla, aunque sea un novato. Pero no la compré para tenerla en casa (pues no tengo todavía ningún bronce corintio en casa), sino para colocarla en un lugar concurrido en mi ciudad natal, probablemente en el templo de Júpiter; me parece que es un regalo digno de un templo y de un dios. Así, pues, cumple este encargo, como sueles realizar todas las tareas relacionadas conmigo, y ordena ya en este momento que se haga un pedestal, del tipo de mármol que quieras, que lleve mi nombre y mis títulos, si piensas que deben añadirse.” (Plinio, Epístolas, III, 6)

Estatua de un artisano.
Museo Metropolitan, Nueva York

El comercio artístico privado siguió floreciendo y para atender la demanda de obras de arte solicitada por los más ilustres miembros de la sociedad romana surgieron comerciantes especializados o marchantes, expertos en arte griego, que ejercían de intermediarios en las transacciones. Se encargaban de buscar las piezas, hacer tratos con los comerciantes, pagar las piezas y mandarlas a su lugar de destino. Así ocurre en el caso de Cicerón, quien llegó a contraer grandes deudas debido a la gran inversión que hizo en estatuaria griega para decorar sus distintas villas y jardines, con su amigo Ático que vive en Grecia, al que escribe numerosas cartas en relación a la compra de estatuas y otros detalles decorativos.

“He pagado a Lucio Cincio, de acuerdo con tu carta, los veinte mil cuatrocientos sestercios por las estatuas de Mégara. Tus Hermes pentélicos con cabezas de bronce, acerca de los cuales me hablas en la carta, me agradan plenamente ya desde ahora; por eso quisiera que los mandes junto con las estatuas y demás objetos que te parezcan apropiados a ese lugar, a mis preferencias y a tu buen gusto, en la mayor cantidad y con la mayor rapidez posible; pero sobre todo los que te parezcan apropiados para el gimnasio y el pórtico: pues tengo tanto interés en esta cuestión que he de recibir tu ayuda, aun cuando también poco menos que la censura de otros. Si no está el barco de Léntulo, flétamelas donde te parezca.” (Cicerón, Cartas a Ático, I, 8)

Herma de Dionisos,
Museo Getty, Los Ángeles

A menudo había familias con miembros destacados en los lugares donde el mercado era más floreciente, o con libertos repartidos por Atenas y el Egeo encargados de comprar obras. Es el caso de la que quizá sea la familia que más se enriqueció con el negocio del arte: los Cossutii, cuyos libertos dejaron su firma en varias esculturas, réplicas de originales, halladas en distintos puntos de Italia. Estos comerciantes, o sus legados en Grecia, enviaban las obras a Italia por mar y disponían de almacenes en los puertos de origen para depositarlas hasta el viaje.

Estatua de un sátiro firmada por Cossutii,
Museo Británico, Londres

Durante el siglo I a.C., las antigüedades se coleccionaban más que nunca por su valor económico. En estas fechas comerciantes de todo el imperio se reunían en Roma y los marchantes ocupaban manzanas enteras de la ciudad. Se agrupaban a lo largo de la Via Sacra y en la Saepta Julia donde se podían encontrar tiendas de todo tipo bajo los soportales.

“Después de un largo y prolongado paseo al azar por los Saepta, aquí donde la Roma de oro malgasta sus riquezas, Mamurra examinó unos apetecibles esclavos y los devoró con los ojos; no esos que se prostituyen a la entrada de los tugurios, sino los que guardan los tablados de un escondido expositor y a los que nunca ve el pueblo ni la gente de mi condición. Después, una vez harto, hizo que le sacaran las mesas y los veladores que no estaban a la vista y pidió ver el rico marfil expuesto en lo alto y, después de haber medido cuatro veces un lecho de seis plazas de concha de tortuga, se lamentó de que no fuera lo bastante grande para su mesa de cidro. Consultó con sus narices si los bronces olían a Corinto y encontró defectuosas las estatuas, hasta las tuyas, Policleto, y, después de quejarse de que las copas de cristal estaban estropeadas por pequeñas motas del vidrio, señaló diez copas de múrrina y las apartó. Sopesó unas viejas copas dedaleras y, si es que había alguna, las copas ennoblecidas por la mano de Méntor, y contó las esmeraldas engastadas en oro cincelado y todo cuanto tintinea más que orgullosamente desde una oreja blanca como la nieve. Las sardónicas, en cambio, las buscó por todas las mesas y puso precio a unos jaspes grandes. Cuando a la hora undécima, cansado, ya se marchaba, compró dos cálices por un as, y se los llevó él mismo.” (Marcial, Epigramas, IX, 59)

En el anticuario, Pintura de Ettore Forti

En Grecia y Asia no solo se compraban y enviaban a Roma estatuas y vasijas, sino columnas enteras. Algunas colecciones de arte podían contener objetos naturales curiosos, como los que cita Suetonio que tenía Augusto en una villa donde se retiraba a descansar, huesos de animales enormes.

“Detestaba las casas de campo grandes y suntuosas, e incluso hizo demoler hasta los cimientos las que su nieta Julia había levantado con grandes gastos; en cuanto a las suyas, aunque modestas, las embelleció no tanto adornándolas con estatuas y cuadros como dotándolas de paseos y de bosques, así como de objetos notables por su antigüedad o por su rareza, como los restos colosales de enormes monstruos y animales salvajes que se conservan en Capri y que se conocen con el nombre de huesos de los gigantes y armas de los héroes.” (Suetonio, Augusto, 72, 3)

El deseo de poseer obras artísticas de prestigio permitió que se desarrollase un importante comercio de obras de arte, por el cual muchos artistas griegos llegaron a tierras itálicas con el fin de ofrecer sus servicios a los adinerados coleccionistas.

“Damophilus y Gorgasus fueron escultores muy alabados, además de pintores; habían decorado el santuario de Ceres en el Circo Máximo en Roma con esculturas y pinturas, y hay una inscripción en el edificio en versos griegos en los que se indicaban que las decoraciones de la derecha las había realizado Damophilus y las de la izquierda eran de Gorgasus.” (Plinio, Historia Natural, XXXV, 154)

Cornalina. Museo Metropolitan, Nueva York

Algunos artistas podían estar al servicio de un rico patrono y trabajar solo para él, o bien aceptar trabajos encargados por otros por los cuales cobraban un alto precio, sobre todo, si estaban bien considerados y sobresalían por su labor y por su fama.

"Este artista (Arquesilao) hizo la estatua de Venus Genetrix en el foro de César, que fue erigida antes de su finalización porque había gran prisa para dedicarla; y ese mismo artista había sido contratado por Lúculo para hacer la estatua de Felicidad por 1.000.000 de sestercios, lo cual no se llevó a cabo por la muerte de ambas partes." (Plinio, Historia Natural, XXXV, 156)

Estatua de Venus Genetrix,
Museo del Louvre, París

Cuando a finales de la república fue reduciéndose la llegada de obras de arte, sobre todo de Grecia, a Roma en la misma medida que iba creciendo la demanda de piezas hechas por artistas griegos de renombre comenzó el comercio de copias que imitaban dichas obras famosas. Muchos clientes pertenecían a una clase social adinerada, que podía viajar y entrar en contacto con otras culturas y, por lo tanto, tener cierto conocimiento del mercado del arte.

“Allí conocí entonces mil figuras de bronce y de marfil vetusto y cuadros que, con su mentido cuerpo, parecían a punto de hablar. Pues, ¿quién en parte alguna podría competir con la visión de Vindex para reconocer los rasgos venerables de los artífices y a las obras sin firma devolverles su autor? Él te mostrará qué bronces se deben a los largos insomnios del maestro Mirón, qué mármoles viven gracias al cincel laborioso de Praxíteles, qué marfil ha pulido el pulgar del escultor de Pisa, qué obra ha cobrado vida en la fundición de Policleto, qué rasgo revela desde lejos al viejo Apeles; porque siempre que deja reposar su lira, es esto lo que sirve a su descanso, y este el amor que bebe de las grutas de Aonia.” (Estacio, Silvas, IV, 6)

El vendedor de estatuas, pintura de Ettore Forti

Algunos falsos eruditos intelectuales se hacían los entendidos en arte, pero otros no tendrían un conocimiento tan profundo y se harían con piezas que pasaban por ser famosas y que ellos enseñarían con el mayor orgullo de poseerlas, a pesar de ser meras imitaciones.

“¿Qué historia es esa de la estatua, dije yo?
-¿No has visto -dijo-, al entrar, una estatua preciosa levantada en el patio, obra de Demetrio el realizador de retratos?
¿Te refieres, dije yo, al lanzador de disco, el que está ligeramente inclinado en posición de lanzamiento, vuelto hacia la parte en que lleva el disco, mientras se apoya suavemente en la otra, con aspecto de pegar un salto y salir él también hacia adelante en el momento del lanzamiento?
No es eso, replicó; esa de que hablas es una de las obras de Mirón, el discóbolo, precisamente. Tampoco me refiero a la que está al lado, el que se está ciñendo la cabeza con una cinta, hermoso él, obra de Policleto. Deja de lado a los que se hallan a la derecha, según se entra, entre los que están los tiranicidas ", obra de Critias y Nesio. A ver si ves cerca de la fuente la figura de un hombre, con una cierta barriga, calvo, con el vestido cubriéndole medio cuerpo, con algunos pelos de su barba movidos por el viento, las venas bien señaladas, que parece un hombre de carne y hueso, a esa estatua me refiero. Parece que es Pelico el general corintio.”
(Luciano, El aficionado a la mentira, 18)

Estatuas del Discóbolo y del Diadumeno, Museo Británico, Londres

Otros muchos clientes se conformaban con las piezas que sabían eran imitaciones, bien por la imposibilidad de conseguir los originales por su alto precio, por haber desaparecido o estar en otras manos, o bien porque les bastaba la belleza y el verismo de las copias para satisfacer su deseo de poseer obras artísticas valiosas.

“Cuando él (Zenodorus) estaba esculpiendo la estatua para los Arverni, siendo gobernador de la provincia Dubius avitus, hizo copias de dos copas cinceladas, obra manufactura de Calamis, que Germánico César había apreciado y regalado a su tutor Cassius Salanus, el tío de Avitus, las copias estaban hechas con tanta habilidad que apenas había diferencia en maestría entre estas y las originales. Cuanta mayor era la eminencia de Zenodorus, más nos damos cuenta de como se ha deteriorado el arte de trabajar el bronce.” (Plinio, Historia Natural, XXXIV, 47)

Dos skyphos de plata. Museo Metropolitan de Nueva York

Otra razón para el incremento de copias de figuras escultóricas fue que debido a la expansión de la civilización romana surgió la tradición durante el Principado de decorar con estatuas y relieves edificios públicos como termas, teatros y anfiteatros en todas las provincias. Además de que la ideología imperial creó una amplia demanda de retratos del emperador y su familia.

Era habitual que las obras con las que se comerciaba fueran réplicas realizadas expresamente para la clientela romana. Diferentes talleres, instalados no sólo en Grecia, sino en la propia Italia, se especializaron en la realización de copias de la más famosa estatuaria griega. Para ello, las tiendas-talleres contaban con moldes de las piezas originales, a partir de los cuales se hacían réplicas a diferentes tamaños. Éstas constituían un variado catálogo que se ofrecía a los clientes para que eligieran las más apropiadas. Algunos moldes de arcilla o escayola llegaron a ser tan valiosos como las propias obras terminadas en bronce o mármol.

“Varrón habla muy bien de Arquesilao, quien se llevaba bien con Lucio Lúculo, y dice que sus modelos en arcilla solían venderse más, incluso entre los artistas, que las obras terminadas de otros." (Plinio, Historia Natural, XXXV, 155)

Pintura de Jean-Leon Jerome

Las piezas hechas en bronce y mármol podían dañarse fácilmente por lo que era probable que para el proceso de copia se utilizara un molde de escayola.

El uso de escayola como material para modelar tenía varias ventajas, como el hecho de que los moldes se podían dividir en piezas y eran más fácil de transportar a los talleres, lo que era especialmente útil para satisfacer la demanda de copias que se necesitaban en las más remotas partes del Imperio, como, por ejemplo, las destinadas al culto del emperador.

Una galería de escultura. Pintura de Alma-Tadema

Bustos de escayola adornados con pintura que representaban a dioses, emperadores, filósofos y otros personajes eran sustituciones baratas para aquellos que no podían permitirse estatuas en bronce o mármol. Algunos coleccionistas sin recursos coleccionarían estos bustos y los emplearían como decoración en sus casas.

“Los que viven en Creusis no tienen ningún monumento público, pero en casa de un particular hay una imagen de Dioniso hecha de yeso y adornada con pintura.” (Pausanias, Descripción de Grecia, IX, 32, 1)



Al mismo tiempo surgió un mercado paralelo de falsificaciones, gracias a las cuales muchos se enriquecieron. La práctica de firmar las obras entre los griegos solo se dio entre algunos artistas como muestra de su orgullo personal y deseo de reconocimiento por sus trabajos. Era sabido que muchos artistas de segunda fila firmaban sus obras con los nombres de celebrados escultores, pintores, grabadores u orfebres, para obtener un precio más elevado por las piezas que realizaban. Por ejemplo, unas cuantas gemas de época helenística y romana llevan los nombres de artistas que es sabido que nunca las trabajaron, como Fidias, Escopas o Policleto. Otras llevan el nombre de un conocido cortador de gemas, como en el caso de Apolónides, inscrito en latín, por lo que no podía ser un trabajo hecho por un artista del siglo IV a.C.

“Ciertos artistas actualmente obtienen mayores precios por sus producciones si han inscrito el nombre de Praxíteles en sus mármoles, Mys en su plata pulida, y Zeuxis en sus pinturas. Tanto mayor es el favor que la envidia otorga a las antigüedades falsas que a las auténticas obras nuevas.” (Fedro, Fábulas, V, prefacio)

Pintura de Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles

El nombre del más afamado falsificador de época romana, Damasippus, aparece también vinculado a la de la especulación de obras de arte y a lucrativas transacciones inmobiliarias. Su talento parecer ser que consistía en hacer pasar obras de arte modernas por verdaderas antigüedades y en inventar una historia sobre el origen de las piezas para que el coleccionista estuviese más interesado en ella y pagase un precio más alto. Según Horacio, Damasippus desarrolló una habilidad especial para revalorizar el precio de una obra de arte, atribuyéndole una falsa procedencia mítica.

"Damasippus.—- Desde que toda mi hacienda quebró en mitad del pasaje de Jano, excluido de los negocios propios me ocupo de los ajenos. Pues antes gustaba de averiguar en qué bronce se había lavado los pies, aquel astuto de Sísifo, cuál estaba esculpido con poco arte y cuál fundido con demasiada dureza. Como un experto, tasaba en cien mil tal o cual escultura, sabía comerciar como nadie con jardines y casas egregias sacando buenas ganancias; de ahí que en los mentideros de las esquinas me pusieran «Mercurial» por apodo."(Horacio, Sátiras, II, 3, 20)

Pintura de Alma-Tadema

La imposición de las modas ejerció también una importante influencia en el desarrollo y evolución del comercio artístico. Caso paradigmático, según señalan algunas fuentes de época romana, es el de los bronces de Corinto, arrebatados a la ciudad griega con motivo de su incendio y saqueo en el 146 a.C. Se subastaron por un precio desorbitado debido quizás al efecto que tuvo sobre los romanos el haber conquistado Grecia.

“Corinto permaneció desierta durante mucho tiempo, hasta que fue reconstruida de nuevo por el divino César, que, en atención a las excelentes condiciones naturales del lugar, decidió el envío de colonos, en su mayor parte libertos. Éstos, removiendo los restos y excavando las tumbas, encontraron una gran cantidad de relieves de terracota y muchos vasos de bronce. Maravillados por estas obras de arte, no dejaron ninguna tumba sin examinar, de modo que hicieron buen acopio de estos objetos y los vendieron a alto precio; llenaron Roma de nekrokorínthia; así se llamaba a los objetos sacados de las tumbas, y especialmente a las terracotas. Al principio estas terracotas tenían un precio muy alto, semejante al de los bronces de fabricación corintia; después cesó el interés, dado que empezaron a faltar y fueron en su mayor parte de una calidad inferior.” (Estrabón, Geografía, VIII, 6, 23)

Cerámica de Corinto

El afamado bronce corintio (aes Corinthium) es una aleación especial de cobre, enriquecida con oro, plata o arsénico en una determinada proporción, que, tras un complejo tratamiento con soluciones de sales de cobre, adquiere una pátina de color violeta intenso a casi negro. Los objetos solían refinarse mediante la antigua técnica de decoración metal sobre metal de incrustación con oro y plata. Ya en la antigüedad, la gente estaba fascinada por este material, que era más precioso que la plata y casi más valioso que el oro. En Grecia y Roma, por tanto, sólo se fabricaban artículos de lujo con este misterioso material. En el Antiguo Egipto, el material ya se conocía en el tercer milenio a.C. y se denominaba "cobre negro", que sólo se utilizaba para la producción de preciosos objetos de culto y figuras de los dioses.

"¿Llamas tú desocupado al que restaura con ansiosa delicadeza bronces de Corinto, vueltos valiosos por la locura de unos pocos, y gasta la mayor parte de sus jornadas entre chapas enmohecidas?" (Séneca, De la brevedad de la vida, XII, 2)

Bronce corintio con motivos egipcios. Museo Nacional de Hungría

Algunos objetos de arte eran más apreciados por el valor histórico que tenían que incluso por su valor material. Las evidencias literarias muestran cómo una pieza podía ser valorada por la relevancia que habían tenido sus anteriores dueños. Así sucede en el caso citado por Marcial y Estacio de la figura en bronce de Hércules epitrapezios (Hércules sentado en una roca con una copa en una mano y una maza en la otra), obra original de Lisipo (siglo IV a. C.) para Alejandro Magno, quien contaba a Heracles como uno de sus antepasados. La pieza estuvo luego en manos de Aníbal y del dictador Sila, para terminar en la colección de Novius Vindex, donde ambos escritores la vieron. La pieza era de pequeño tamaño para ser expuesta en un mueble y ser transportada con facilidad.

“Éste que, sentado, ablanda la dureza de las rocas tendiendo una piel de león —un dios grande en un diminuto bronce— y que, echando su cabeza hacia atrás, mira las estrellas que sostuvo, cuya izquierda se entretiene con una clava de encina y la derecha con una copa de vino puro, no es una fama ni una gloria reciente de nuestros cinceles; estás viendo un noble obsequio y una obra de Lisipo. A esta divinidad la tuvo la mesa del monarca peleo, que, victorioso sobre el mundo tan rápidamente subyugado, está muerto. Por éste había jurado Aníbal, siendo un niño, ante los altares líbicos; éste había ordenado al feroz Sila que depusiera su tiranía. Ofendido por los terrores inflados de orgullo de las cortes inconstantes, ahora se goza en habitar en un hogar privado y, como antaño fue convidado del tranquilo Molorco, así ha querido ser el dios del docto Víndice.” (Marcial, Epigramas, IX, 43)

Hércules epitrapezios,
Fuji Art Museum, Tokio

Entre los objetos domésticos que eran más apreciados entre las clases nobles y los nuevos ricos estaban las vajillas de plata cincelada o con incrustaciones. Estas se exponían a la vista de todos en mesas o armarios diseñados para tal uso y eran un signo de riqueza y prestigio para su propietario quien se sentiría orgulloso de poseer piezas tan lujosas y dignas de admiración. Aparte de por su decoración artística y su valor material, una vajilla de plata se valoraría al utilizarse para agasajar a invitados ilustres.

“Al caballero romano Gneo Calidio le fue permitido durante la pretura de todos los demás poseer servicios de plata bien trabajados, se le permitió adornar y disponer un banquete con todos los recursos de su casa cada vez que invitaba a un magistrado o a alguna autoridad. Muchos que ostentaban la suprema autoridad civil y militar estuvieron en casa de Gneo Calidio; no se ha encontrado a nadie tan demente que le quitase aquella plata tan excelente y tan famosa; nadie tan audaz que se la pidiese; nadie tan descarado que le solicitase que se la vendiera.” (Cicerón, Contra Verres, II, IV, 20, 44)

Tesoro de Sveso, Museo de Bellas Artes de Budapest, Hungría

Las piedras preciosas llegaron a Roma con las conquistas de Asia Menor, Grecia y Egipto y fueron símbolos de la prosperidad y lujo de la sociedad romana. Las familias más nobles y ricas se vanagloriaban de poseer gemas de bellos colores y excelente elaboración. Su funcionalidad se debía a que su posesión indicaba la riqueza y status social de su propietario. En ellas se grababan muy diversos motivos según la idea que se quería transmitir. Para los emperadores grabar su efigie en valiosas gemas era un elemento más de la propaganda política que se hacía sobre sus personas. Las piedras podían distribuirse entre servidores leales o militares como agradecimiento a su servicio. En algunos casos ciertas representaciones servían para vincular al retratado con un hecho victorioso o con un linaje glorioso. Julio César tuvo un anillo de sello grabado con Venus Genetrix, supuestamente antecesora de su familia.

“Se consagraba en todo por completo al culto de Afrodita y quería convencer a todo el mundo de que había recibido de ella una flor de juventud; por eso llevaba una imagen de Afrodita armada en el anillo y en los mayores peligros puso su nombre como contraseña.” (Dión Casio, Historia romana, XLIII, 43)

Venus Genetrix, Museo de Historia del Arte,
Viena, Austria

Los retratos de emperadores y miembros de la familia imperial permitían mostrar la adhesión del poseedor al régimen establecido, su vinculación política y su fidelidad al retratado o su familia. Si las figuras grabadas eran las de los dioses, su propietario exponía su relación personal con el culto a la deidad mostrada, bien como agradecimiento por deseos concedidos o como súplica por su favor. Algunas piedras estaban grabadas con figuras relacionadas con la protección de la salud o contra el mal de ojo.

Gemas encontradas en el muro de Adriano, Reino Unido. Foto National Geographic

Las piedras preciosas se engastaban en joyas como anillos, brazaletes, collares o broches que se convertían en las más apreciadas posesiones de sus dueños. En los anillos masculinos las gemas podían servir como sellos para firmar documentos o proteger objetos como cajas de caudales.

“Para sellar los certificados, los escritos de petición y su propia correspondencia, utilizó primero la figura de una esfinge, luego la efigie (de Alejandro Magno y, por último, la suya propia, grabada por Dioscúrides, con la que continuaron también firmando los emperadores siguientes.” (Suetonio, Augusto, 50)

Anillos con efigies: izda esfinge, centro Alejandro Magno, drcha Augusto

Los principales artistas que trabajaban las piedras preciosas eran de origen griego y algunos firmaron sus propias obras. Muchos de ellos eran esclavos o ciudadanos que estaban al servicio de un patrón que encargaba la elaboración de una pieza según sus propios gustos, por lo que los cortadores de gemas se adaptaban a los deseos y necesidades de los ricos clientes a los que servían. El tallador de gemas griego Solón (70-20 a.C.) trabajó en círculos imperiales romanos, modelando retratos idealizados del emperador Augusto y su hermana, junto a imágenes de figuras mitológicas. Dioscúrides (65-30 a.C.) fue un maestro tallador de Aigeai en Asia Menor y es uno de los pocos tallistas mencionados en la literatura.

“Próximos a él en fama fueron Apolónides, Cronius y el hombre que talló la excelente imagen del divino Augusto que sus sucesores han usado como sello, es decir Dioscúrides.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 8)

Gemas talladas por Dioscúrides

Surgió en Roma también el interés por coleccionar libros o bibliofilia. Se produjo un aumento de nuevos propietarios de bibliotecas y buscadores de volúmenes nuevos, especialmente entre las clases no tan acomodadas. Se acusaba a los nuevos ricos de acumular, simulando cierta intelectualidad, libros de los que se desconocía la temática y contenido, en un intento de contrarrestar la idea de falta de cultura que acompañaba tradicionalmente a las clases adineradas. Algunos autores se lamentaban de que el libro se hubiera convertido en un preciado bien susceptible de ser vendido en subastas, lo que podía privar a los pobres de dinero y ricos en inquietudes culturales del acceso a los libros.

“Y, desde luego, lo que estás haciendo ahora es lo contrario de lo que tú deseas hacer. Crees que vas a parecer ser alguien en el mundo de la cultura, porque te afanas en comprarte los mejores libros. Los tiros, sin embargo, van por otro lado, y eso, en cierto modo, es una prueba de tu incultura. Y, sobre todo, no compras los mejores, sino que te fías del primero que te los pondera y eres toda una presa fácil de quienes andan soltando mentiras en asuntos de libros, y un tesoro bien a punto para sus vendedores.” (Luciano, Contra un ignorante que compraba muchos libros, 31)

Biblioteca de la Antigüedad

Las obras de arte importadas de Egipto hallaban una nueva ubicación en los hogares romanos, y los artistas y arquitectos que trabajaban para una gran variedad de patrones producían arte y edificios en Roma que se parecían o recordaban la cultura visual de esta tierra. Sin embargo, las obras artísticas conservarían los rasgos típicos del conservador arte egipcio, sin adquirir las características propias del arte romano.

Los viajes a Egipto propiciaron el conocimiento de su religión, paisajes, arquitectura, obras de arte lo que animó a muchos romanos a adornar las estancias y jardines de sus casas con elementos decorativos o pinturas que recordaban figuras míticas o animales que vivían en el Nilo como las esfinges o los cocodrilos o elementos de culto a los dioses de procedencia egipcia.

“Después de esto se dirigió a Alejandría tras haber distribuido entre los soldados un sueldo muy sustancioso. El propio Severo indicó siempre posteriormente que este viaje le había resultado agradable por las ceremonias del culto del dios Serapis, por el conocimiento que había adquirido de los monumentos de la antigüedad y por la novedad de los animales y de los paisajes que había visto; porque visitó con mucha atención la ciudad de Menfis, la estatua de Memnón, las pirámides y el laberinto.” (Historia Augusta, Severo, 16-17)

Esfinge de la csa de Octavio Quartio, Pompeya

La posesión y exhibición de colecciones artísticas proporcionaría, sin duda, grandes alegrías a los dichosos propietarios que habían invertido grandes sumas en su adquisición, pero, al mismo tiempo, supondría un motivo de preocupación por el temor de que sus queridas propiedades pudieran ser robadas o dañadas en incendios o catástrofes naturales, por lo que se echaría mano de los esclavos de confianza para su cuidado y vigilancia. En el caso de las colecciones de perlas, por ejemplo, estas se ponían bajo la atención de unos esclavos a los que se designaba con el cargo de “ad margarita” que eran responsable de su protección.

“Lo que se consigue a costa de tan grandes males se conserva con cuitas y temores mayores.
¡Qué desgraciada es la custodia de un gran capital! Lícino, el multimillonario, ordena a su cuadrilla de esclavos vigilar toda la noche con una batería de cubos contra el fuego, obnubilado con la protección del ámbar, las estatuas y las columnas frigias, el marfil y la enorme concha de carey.”
(Juvenal, Sátiras, XIV, 303)

Pintura de Henryk Siemiradzki

Las críticas a coleccionar pinturas, esculturas y otros objetos de lujo se dieron entre algunos autores cristianos que acusaban a algunos de sentir adoración por el realismo de sus colecciones, como si fueran un verdadero dios.

“La actividad de los artistas no descansa, pero no es capaz de engañar al hombre «lógico» ni a los que han vivido según el Logos: pues los pichones volaron hasta los cuadros por la semejanza que había con la paloma pintada y los caballos relincharon a los caballos artísticamente pintados.
Dicen que una mujer se enamoró de un cuadro y un hermoso joven de la estatua de Cnido, pero los ojos de los espectadores fueron engañados por el arte.
Pues ningún hombre sensato se unió a una diosa, ni se enterró con una muerta, ni se enamoró de un demonio o de una piedra. En cambio, a vosotros os engaña el arte con otro encantamiento, conduciéndoos, aunque no sea a enamoraros, sí a honrar y a adorar las estatuas y pinturas.”
(Clemente de Alejandría, Protréptico, IV, 57, 5)

Estudio de pintor, Pintura de Alma-Tadema

A finales del Imperio la influencia de la religión cristiana hizo que las tendencias del coleccionismo se inclinaran por atesorar piezas relativas al culto como forma de acercamiento a Dios y a la jerarquía eclesiástica, tan unida al poder político. Desde los inicios del cristianismo se dio a las imágenes y los iconos un sentido didáctico, con el objetivo de hacer entender a los fieles el significado de la doctrina cristiana. Todos los elementos litúrgicos, presentes durante la celebración de los ritos, tenían un alto valor simbólico para entender el culto eucarístico; y eran verdaderos tesoros de la Iglesia.

“Seguro que algunos habréis estado en esta ciudad el día que tuvo lugar lo del ladrón que, con su corazón acosado por ilícitos aguijones, puso sus avarientas manos sobre los dones sagrados y, desvergonzado y loco, de entre todas las insignias de la venerable iglesia, eligió para su rapiña una sola representación de la cruz, sin saber que iba a servir para su acusación, en vez de para su ganancia, aquella cruz que él tragó como un pez voraz traga el anzuelo para ser apresado por el cebo apresado… Había en aquel lugar, como sabéis, otros muchos adornos que arrebatar y así perdonar el oro de la cruz; de hecho, estaban guardados allí dentro los vasos del culto, esos que se emplean para acoger los sacramentos. Además, en el espacio de la propia iglesia se habían colocado, como era costumbre, las insignes ofrendas de variadas formas que contempláis allí todos los días, dispuestas al alcance de la mano o bien suspendidas simétricamente en círculo por todas las columnas como si fueran candelabros 
que llevan cirios de colores en su elevada cúspide para que sus papiros interiores devuelvan perfumadas luces… Así pues, aunque el ladrón vio que esto estaba claramente a su disposición y sin ningún riesgo para robarlo, como era menos delito y de menos valor robar una lámpara que colgaba bastante lejos de la zona del altar y era además de liviano peso por ser de plata, por eso precisamente el ladrón desgraciado, ambicioso y arrogante en el mismo robo, la hizo muy de menos, como si fuera un sacrilegio insignificante robar algo de plata y echó su osada mano sobre el oro que había visto lucir en el arte de su talla, adornado de infinitas piedras que le habían encendido el corazón de un ansia enorme por gozar por igual de aquel caudal de oro y de pedrería.”
(Paulino de Nola, Poemas, 19, 390)

Cruz de Justino II, Basílica de San Pedro, Vaticano

Se inició un nuevo tipo de colección, la posesión de reliquias relacionadas con la muerte de Cristo o con la vida y muerte de los primeros santos de la Iglesia. Una vez que los ricos coleccionistas entraban en posesión de las reliquias, para las que había un importante mercado de compra-venta, ya fueran verdaderas o falsas, las guardaban en valiosos y elaborados relicarios, recipientes hechos a menudo con maderas exóticas, metales preciosos y adornados con gemas de variados colores o con decoración en relieve. Según creían muchos las reliquias podían traer fortuna o salud a los que entraban en contacto con ellas.

“Pero dado que hice mención de esta iglesia de Irene, no estará fuera de lugar que yo deje escrito, en este punto, lo que aconteció allí. Aquí estaban enterrados desde hacía tiempo restos de santos varones en un número no inferior a cuarenta. Se daba la circunstancia de que eran soldados romanos pertenecientes a la legión duodécima, que antaño había estado de guarnición en la ciudad de Melitene, en Armenia. Pues bien, cuando los operarios estaban excavando, donde hace poco mencioné, encontraron un cofre que indicaba, por medio de una inscripción, que contenía precisamente los restos de aquellos hombres. Y Dios lo sacó a la luz, siendo así que hasta entonces había permanecido oculto adrede, por asegurar a todos, por un lado, que había aceptado los regalos del emperador con mucha satisfacción y, por otro, por pretender compensar la buena acción de un humano con un agradecimiento mucho mayor. Porque daba la casualidad de que el emperador Justiniano sufría una grave dolencia física, ya que una fuerte afección de reuma, que le había afectado a la rodilla, motivaba que se resintiera de dolores… En efecto, los sacerdotes colocaron el relicario sobre la rodilla del emperador e inmediatamente el dolor desapareció, obligado por los cuerpos de los hombres que habían servido a Dios. Y Éste no admitiendo que aquello fuera un hecho sujeto a disputa, dejaba como muestra una gran prueba de lo realizado. Pues el aceite que repentinamente manaba de aquellos restos sagrados, rebosó el cofre y se derramó sobre los pies y por todo el vestido del emperador, que era de púrpura.” (Procopio, Los Edificios, VII)

Relicario de Brescia, Museo de Santa Giulia, Brescia, Italia


Bibliografía

 

Roman Collecting, Decorating, and Eclectic Practice in the Textual Sources; Francesca C. Tronchin
Carpe Spolia: the Reuse of Public Sculpture in the Late Roman Collection; Christina Videbech
"Aes Corinthium": Fact, Fiction, and Fake; D. Emanuele
The Impact of Greek Art on Rome; Jerome J. Pollitt
Religious Conflict in Late Antique Alexandria: Christian Responses to “Pagan” Statues in the Fourth and Fifth Centuries CE, Troels Myrup Kristensen
Moulding and Casting Techniques in Classical Antiquity; F.T.J. Godin
Hellenism and the Roman Taste for Greek Art: Changing art concepts; F.T.J. Godin
Were the ancient Romans art forgers?; William Casement
"Ut Sculptura Poesis:" Statius, Martial, and the Hercules "Epitrapezios" of Novius Vindex; Charles McNelis
Architecture and Sculpture: The Activities of the Cossutii; Elizabeth Rawson
Aegyptiaca in Rome: Adventus and Romanitas; Penelope J.E. Davies
Cicero's Appreciation of Greek Art; Grant Showerman
Collecting and the Creation of History; Sarah Bassett
El coleccionismo desde la Prehistoria hasta el siglo XVI: Entre la motivación religiosa, el deleite artístico, los códigos de exhibición y el negocio; Daniel Casado Rigalt
Engraved Gems and Propaganda in the Roman Republic and under Augustus; Paweł Gołyźniak
Gems in Ancient Rome: Pliny's Vision; Jordi Pérez González



Columbarium, urnas en columbario en la antigua Roma

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Tumba de Pomponio Hylas, Roma


“Y no tengo pudor en decir la verdad y en confesar los
tedios nacidos de mi vida, sufridora de tantos males. Pues
cuando vaya a convertirme en tenue sombra y la negra
pavesa cubra por encima mis blancos huesos, que Neera
venga ante mí mesados sus largos cabellos y llore, afligida,
ante mi pira. Pero que venga acompañada por el dolor de
su querida madre: que ésta lamente a su yerno, aquélla a
su marido. Invocando a mis Manes y pidiendo por mi
alma y mojando antes sus piadosas manos con un brebaje,
que, vestidas con una túnica negra, recojan mis blancos
huesos, única parte de mi cuerpo que sobrevivirá. Y,
primero, que rocíen lo cogido con añoso Lieo, luego
también dispongan rociarlos con nívea leche, y después
de esto quitarles la humedad con telas de lino y ponerlos,
ya secos, en una urna de mármol. Derrámense allí, sobre
el mismo sitio, los ungüentos que envían la rica Pancaya,
los árabes orientales y la rica Siria, y lágrimas que me
evoquen: así querría yo ser enterrado cuando me
convierta en huesos. Pero que una inscripción aclare la
triste circunstancia de mi muerte y deje ver este epitafio
en la solemne lápida: «Aquí yace Lígdamo: su dolor y su
desazón por Neera, esposa arrebatada, fueron la causa
de su muerte».”
(Tibulo, Elegías, III, 2)

En el ritual funerario del mundo romano, pervivieron dos formas de enterramiento: la incineración y la inhumación. En la Roma arcaica los enterramientos se realizaban por inhumación, sepultando el cuerpo para mantenerlo vinculado con la tierra, considerada la fuente original de vida. Por el contacto con el mundo etrusco, que desarrolló la cremación y el enterramiento en las urnas, Roma conoció la incineración y empezó a practicarla, aunque conviviendo con la inhumación, siendo esta la que habitualmente elegían las familias nobles que conservaban las costumbres con mayor rigor. A finales de la República la cremación acabó convirtiéndose en el ritual más usado.

Pira funeraria, ilustración de Jean-Claude Golvin

Como ejemplo puede escogerse el funeral del dictador Sila, que fue el primero de los Cornelios en ser incinerado.

"El hecho mismo de la incineración no es institución antigua entre los romanos: eran cubiertos con tierra; pero fue establecida en el momento en que se enteraron de que, en las guerras en lugares remotos, desenterraban a los que habían sido enterrados. Y, sin embargo, muchas familias conservaron los ritos antiguos, como la Cornelia, en la que se dice que nadie fue incinerado antes del dictador Sila, y que lo había querido temiendo el talión, cuando desenterraron el cadáver de Mario." (Plinio, Historia Natural, VII, 187)

Tácito, al contar el embalsamamiento e inhumación de Popea, la mujer de Nerón, habla de la cremación como el “romanus mos” (costumbre romana) y de la inhumación como la costumbre propia de reyes extranjeros:

“Su cuerpo no fue consumido por el fuego, como es la tradición romana, sino que, según la costumbre de los reyes extranjeros, fue embalsamado con perfumes y colocado en el túmulo de los Julios." (Tácito, Anales, XVI, 6, 2)

Cortejo fúnebre, Ilustración Jean-Claude Golvin

A partir del reinado de Adriano, la inhumación fue haciéndose cada vez más presente debido a la idea defendida por el cristianismo y otros cultos de que era necesario garantizar la integridad del cuerpo para una supuesta vida en el más allá o para la resurrección.

En cuanto a la cremación denominada bustum, el individuo se enterraba en el mismo lugar en el que se había incinerado; en estos casos se hacía una fosa en el suelo, se quemaba el cadáver y luego se cubría. El ustrinum era un tipo de cremación por el cual el cuerpo era incinerado en un lugar adecuado para tal uso y luego sus cenizas se trasladaban a su tumba, donde se disponían en una urna que posteriormente se depositaba en un lugar de enterramiento individual o colectivo donde se sepultaban los restos de toda una familia o un gremio profesional.

“Riega mis cenizas con vino y perfume de nardo oloroso,
caminante, y échale bálsamos a las rosas de púrpura.
Una eterna primavera me procura esta urna jamás llorada
y he cambiado de vida, no he muerto. Para mí no se ha
acabado ninguna de las alegrías de la vida antigua y puedes
pensar que o bien las recuerdo todas o bien ninguna.”
(Ausonio, Epitafios, 31)

Columbarium de Scribonius Menophilus, Roma

El columbario se caracteriza por ser un monumento o tumba subterránea completamente o en parte, cuya cámara principal la constituye un espacio cubierto, grandes salas por lo general rectangulares, mitad subterránea, mitad elevadas por encima del suelo, en cuyos muros se han abierto numerosos nichos o loculi (semicirculares, rectangulares), dispuestos muy próximos los unos de los otros, regularmente separados y alineados en filas. Los nichos (loculi) en un columbario solían tener un hueco (olla ossuaria) donde se depositaban las cenizas. Era costumbre colocar una inscripción con el nombre y los títulos del difunto debajo del nicho o también tapar el nicho con una lápida inscrita.



En Roma, este modo de sepultura fue adoptado por las grandes familias, sobre todo por libertos y esclavos, para que sus restos pudieran colocarse lo más cerca posible de la tumba de los miembros de la gens a la cual pertenecían.

“La familia del pater T. Statilius Taurus dio como regalo la olla a la liberta Antonia Chryse, en honor de los Estatilios Storacis´.” (CIL VI 6213)

La gens Statilia era una importantísima familia aristocrática de rango senatorial cuyo miembro Tito Estatilio Tauro fue un alto cargo militar del círculo de Augusto.

Estos edificios empezaron a construirse, bien por especuladores que vendían espacios para los más humildes que deseaban tener su propia tumba, o bien por sociedades que se organizaban como los collegia profesionales para correr con los gastos de forma conjunta. Los asociados constituirían un fondo común y pagarían una contribución mensual para sumar los fondos con los que costear los futuros funerales y especialmente para el alto gasto que debía resultar la construcción del edificio.

Columbarium junto a la tumba de los Escipiones, Roma

La siguiente inscripción describe como el propietario de una tumba dona urnas en una tumba de su propiedad a la asociación de carpinteros

“L. Cincius Martialis, quinqueviro, propietario de la tumba por testamento donó A L. Mamilius Felicis de la decuria X de la asociación de carpinteros 32 ollae (urnas) en la pared a la derecha de la entrada para ellos, las cuales tienen inscripción debajo, una cada una.” (CIL VI 9405)

Dentro de este tipo de sociedades las plazas eran repartidas mediante sorteos, y por orden, primero las filas de los osarios se suceden de abajo hacia arriba, y después cada fila de manera horizontal, de manera que nadie pudiera quejarse del lugar que le había tocado.

"L. Abuccius Phileros para sí y para su liberta Heroini, y sus descendientes, desde la olla (urna) 6 debajo de la escalera en línea continua hasta la olla 16 arriba." (CIL VI 8123)

Ciertos nichos y especialmente los de las filas inferiores, se preferían especialmente al resto porque quedaban obviamente más a la vista, más accesibles, y sobre todo más cómodos para la celebración de las ceremonias de culto, relacionadas directamente con los habituales bancos donde se colocarían las ofrendas. Los lotes y las plazas asignadas a cada uno estaban marcados, según el azar en el sorteo, por una inscripción trazada sobre el muro o marcada sobre una tabilla, y que era remplazada más tarde por el epitafio definitivo.

Columbarium de Pomponio Hylas, Roma

Los nichos podían venderse, como evidencia el caso de la tumba 94 de Isola Sacra, donde una tal Valeria Trophima vende parte de la tumba a un cierto Euhodus, siervo del emperador, otra parte a otro siervo imperial, Trophimus, y otra parte a un tal C. Galgestius Helius, quien hace constar que ha comprado un locus purus, aún no ocupado por ningún enterramiento, condición jurídica necesaria para que se pudiese vender esta parte de la tumba.

“A los dioses Manes. Gaius Galgestius Helius, tras haber comprado una parte desocupada de la tumba de Valeria Trophima, construyó una edícula en el lado derecho de esta tumba para él y para los suyos en la que hay catorce nichos, con la excepción del nicho que Trophima le dio a Galgestius Vitalis. Él le dio un nicho a Pomponius Chrysopolis.” (Isola Sacra, tumba 94)

Tumba 94, Isola Sacra, Ostia, Italia


También existía la posibilidad de donar los huecos para las urnas cinerarias, posiblemente entre patronos y libertos.

Inscripción de dos libertos. Johns Hopkins Archaeological Museum, Baltimore, USA

"Dos ollae (huecos para urna). Flavia Salvia, liberta de Decimus. Decimus Flavius Barnaeus, liberto de Decimus, dona una olla y una inscripción a su patrón de su propio dinero."

Los primeros columbarios de la mitad del siglo I a.C. no destinaban ningún espacio a la decoración por necesitar todo el espacio para ocuparlo con filas de nichos por lo que es difícil encontrar frescos pintados o relieves, aunque si parece que en los nichos bien pudiera ponerse un busto o retrato del difunto, o una urna hecha según el gusto del difunto

“La tierra, más ligera que la propia tumba, también ligera para que no recaiga mucho peso sobre tus huesos, sostiene la otra tumba, colocada encima a la manera de los pobres. Junia, digna de ser recordada entre las jóvenes más hermosas, Junia, tú que eres un motivo de orgullo en este mundo entre las más virtuosas mujeres. Te has convertido en cenizas y estás encerrada en la tumba de la cigarra. Se dirá de ti que has sido la única esposa de tu marido.” (Pintada en el estuco de un columbario en la Puerta Esquilina, en Roma)

Columbario de Vigna Codini, Roma

Sin embargo, aunque en Roma el columbario aparece como un modo práctico de enterramiento, de aspecto austero y funcional, con el cambio de era, empezó a mostrar un gusto por una ornamentación sobrecargada, con pinturas en paredes, techos y en los espacios entre loculi, debido principalmente al poder económico de los difuntos que se refleja también en la excesiva y lujosa decoración de los nichos y de las urnas en que iban a ser depositados.

“Vive, piadoso, morirás; frecuenta devoto los altares, la muerte implacable te arrancará del templo para hundirte en la tumba. Confía en tus excelentes versos; mirad cómo yace Tibulo: de su grandeza apenas, quedan los restos que caben en la urna cineraria.” (Ovidio, Amores, IX)

Tumba comunal de la via Portuense, Museo Nacional Romano, Termas de Diocleciano, Roma

La ubicación de las cenizas en un área más visible, en un nicho más bellamente decorado o exhibir un retrato se debería seguramente a tener un mayor status social y mayor riqueza. Es posible que las asociaciones pudieran usar los columbaria para defender su identidad como colectividad negociando los puestos a ocupar según la jerarquía social.

“Epaphroditos, hijo de Hapalos, hijo de Perigones, ha construido para la asociación de trabajadores del lino una bóveda en el lado derecho según se llega a la tumba. Todo el que haya sido aceptado en cualquier momento será ubicado ahí por la asociación.” (CIL VI 9405)

Algunos tipos de enterramientos unifamiliares se semejaban en cierto modo a los columbarios por la inclusión de nichos, algo más grandes de lo habitual, en los que se depositaba las urnas generalmente con una cuidada decoración, que se convertían en el contenedor de las cenizas de los más importantes miembros de la familia propietaria, cuyos bustos también se colocaban en la tumba conjunta.

Tumba familiar con el retrato de Minatia Pola. Palacio Massimo alle Terme, Roma

En otras tumbas familiares se podía llegar a fusionar el rito de la incineración con el de la inhumación al exhibir tanto urnas como sarcófagos, seguramente por la convivencia de los dos rituales durante cierto tiempo.


Cámara funeraria romana, Colonia, Alemania

La urna es un tipo de contenedor funerario en el que se recogen las cenizas del difunto al finalizar la cremación. En época romana, las urnas tienen diversas formas y se realizan con diferentes materiales, destacando la cerámica, el mármol y el vidrio, aunque también se pueden encontrar de plomo o bronce, o metales preciosos, ya que dependían de los recursos económicos del fallecido y sus allegados.

“Además, hizo que le trajeran a Heleno, el hijo de Pirro, a quien tenían como prisionero, y ordenó que le dieran el trato propio de un rey, le entregó una urna de oro con los restos de su padre para que los llevara al Epiro, su patria, junto a su hermano Alejandro.” (Valerio Máximo, Hechos y dichos memorables, V, 4)

Las primeras urnas serían los recipientes de arcilla que podían encontrarse en cualquier hogar, pero con el tiempo el fácil acceso y el abaratamiento del vidrio permitió la difusión de su uso como urna cineraria, incluso entre los más humildes.

Las urnas cinerarias de vidrio solían colocarse dentro de un recipiente de plomo, adaptado a su forma con el fin de proteger tan delicado material.

Urna de vidrio con funda de plomo

Como las familias se reunirían en los columbaria para celebrar fiestas conmemorativas, a sus miembros les interesaría que las urnas fueran lo más vistosas y suntuosas para poder exhibirse delante de los familiares y conocidos asistentes como reflejo de la riqueza y status de los parientes vivos.

“Él, por su parte, procuraba también granjearse las simpatías de la gente haciendo cuanto podía por agradarla. Después de haber pronunciado ante la asamblea el elogio fúnebre de Tiberio vertiendo abundantes lágrimas y de haberle hecho unos funerales magníficos, se dirigió a toda prisa a Pandataria y a las Poncias para traer las cenizas de su madre y de su hermano; a pesar de que hacía muy mal tiempo, para que su piedad filial quedara más de manifiesto; se acercó a ellas con el máximo respeto y las guardó en unas urnas con sus propias manos.” (Suetonio, Calígula, 15)

Urna de Telegenius Azmenus

Es muy posible que los individuos que adquirían las urnas no encargasen ningún modelo en particular, sino que, a la hora de acomodar los restos de sus difuntos, comprarían los modelos ofrecidos por los talleres que tenían sus propios repertorios de imágenes y motivos diversos.

“Fue deificado y tuvo el privilegio de ser el único de todos los emperadores sepultado dentro de la ciudad. Sus huesos, guardados en una urna de oro en el foro que él construyó, fueron colocados bajo una columna de ciento cuarenta y cuatro pies de altura.” (Eutropio, Breviario, VIII, 5)

La elección de una urna con determinados motivos (animales, vegetales, mitológicos) y retratos sugiere que el propio difunto cuando aún vivía o sus familiares ponían especial interés, bien en demostrar un elevado nivel social, o bien en obtener un monumento funerario acorde a sus gustos.

Las formas de las urnas en piedra o mármol iban desde las cuadradas, rectangulares, redondas y semi-circulares, con formas adaptadas a la amplitud y capacidad del lugar en el que se iban a ubicar. Algunas podían tener un doble contenedor cinerario.

Urna cineraria. Museo del Prado, Madrid

La urna de tipo arquitectónico imitaba las características de un templo con el propósito de transmitir las antiguas ideas romanas que pensaban en el sepulcro como el nuevo hogar del difunto que al morir se convertía en un dios al que había que rendir culto en su tumba, convertida en un lugar sagrado. Los elementos decorativos incluían arcos, columnas u otros elementos que hacían asimilar la urna a un templo o una casa, como hermas y oscilla, adornos propios de los jardines romanos.

Urna doble con hermae y oscilla

Las urnas con forma de altar o ara recuerdan a los altares funerarios, que conmemoran al difunto. En las provincias, el altar, ya sea votivo o funerario, se consideraba un símbolo de romanidad. Por ello, ante la tumba se solía situar un altar donde ofrecer sacrificios o bien la propia tumba adquiría esta forma, lo que quizás podría explicar la aparición de estas urnas que  recuerdan a los lugares de culto. Dentro de este tipo de urnas, se repiten mucho los motivos de la puerta cerrada del Hades, la dextrarum iunctio, y las escenas que representan banquetes y al difunto dormido.

“Encárgate, sin embargo, de que mis huesos sean recogidos en una pequeña urna: de esta manera, una vez muerto, no seguiré siendo un desterrado. Esto no lo prohíbe nadie: una hermana tebana, a pesar de la prohibición del rey, dio sepultura a su hermano muerto. Mezcla mis huesos con hojas y con polvo de amomo y entiérralos a las puertas de Roma y haz grabar con grandes caracteres sobre el mármol del epitafio unos versos que pueda leer el caminante con un rápido golpe de vista: «Aquí yazgo yo, el poeta Nasón, cantor de tiernos amores, que sucumbí a causa de mi propio talento poético. Por tu parte, a ti, caminante, quienquiera que seas, si estuviste enamorado, que no te resulte molesto decir: ‘¡que los huesos de Nasón reposen apaciblemente!’». En el epitafio con esto basta, pues mis libritos son mi mayor y más duradero monumento, y yo confío en que ellos, a pesar de que le han perjudicado, proporcionarán a su autor renombre e inmortalidad.” (Ovidio, Tristes, III, 3)

El motivo que representa una puerta cerrada es uno de los símbolos funerarios más usado en el Mediterráneo. Además de ser un elemento decorativo puede tener un significado simbólico como interpretación de las puertas del Hades, puertas cerradas que suponen la separación del mundo de los vivos del de los muertos. Con ello, además, se quiere recordar que la urna debe interpretarse como el templo o el santuario donde reside el difunto deificado, quedando separado de los vivos gracias a la puerta que se mantiene cerrada.

Izda, urna de Hostilius Nestor, Museo de Bellas Artes de Lyon, Francia. 

La dextrarum iunctio es parte de una ceremonia nupcial consistente en un acto donde los contrayentes se entrelazan las manos derechas. Es una decoración común en muchas urnas cinerarias donde se interpreta como la unión de quienes están realizando dicho gesto y como símbolo de que la fidelidad y armonía de la pareja puede continuar después de la muerte.



(Izquierda)“Vitalis, liberto y secretario privado del emperador dedicó este monumento a Vernasia Cyclas, la más excelente esposa, que vivió veintisiete años. A su más fiel, amante y dedicada mujer.” (Museo Británico, Londres)

(Derecha)"Para Helius Afinianus, esclavo público de los augures. Sextia Psyche a su esposo que lo merecía. (Museo Arqueológico de Berlín)

En el mundo romano la escena del banquete funerario tiene su origen en las antiguas culturas del Mediterráneo, como la etrusca y la griega. En el mundo griego, el symposion (banquete) es un tema muy repetido dentro del contexto funerario, que representa, de forma simbólica, la unión entre el mundo cotidiano de los vivos con el banquete funerario del Hades, el cual expresa la hospitalidad de los dioses del mundo inferior. Su representación también permite recordar que el banquete llegó a suponer una actividad social preponderante en la vida cotidiana de los ciudadanos romanos más notables. Por último, la imagen del banquete puede evocar el silicernium o banquete funerario con el que culminaba la conmemoración del difunto y que aseguraba la prosperidad de este en su vida tras la muerte. Al difunto se le puede encontrar recostado en un lecho, rodeado de elementos relativos a una comida ceremonial, participando en un último banquete con los vivos mediante su imagen en la urna.

Urna de Domitius Primigenius, Museo Metropolitan, Nueva York

La idea de considerar la muerte como un sueño eterno puede haber llevado a algunos difuntos a querer ser representados en su monumento funerario recostados en un lecho y durmiendo el sueño del que no se despertarán.

“Adiós por última vez, anciano, el más dulce de los padres, por última vez adiós a ti, que nunca, mientras tu hijo viva, sufrirás el lúgubre infierno o el olvido de un triste sepulcro. Siempre tu altar exhalará perfume de flores, siempre también tu feliz urna se embeberá de esencias asirias y de lágrimas, que es un honor mayor. Este hijo tuyo hará sacrificios a tus Manes y aligerará el peso del túmulo que se alza sobre terreno propio. También mi canto, que ha merecido por su actitud ejemplar, te lo dedica, contento por ofrendar también este monumento sepulcral a tu ceniza.” (Estacio, Silvas, III, 3)

Izda, urna de Lorania Cypare, museo del Louvre. Drcha, urna de Titus Titulenius,
Museo Británico, Londres

Algunas de las urnas con morfología de ara o altar presentan un doble contenedor para guardar las cenizas de dos personas y los retratos de los difuntos que suelen a veces ser un matrimonio.



Las urnas con formas circulares pueden derivar de las formas redondeadas de las cerámicas y muchas recuerdan a los objetos de tocador u objetos relativos a las labores femeninas, como las labores de hilado y costura. Así, por ejemplo, muchas urnas femeninas se asemejan a cajas de cosméticos (píxides) o cestos de mimbre, aunque algunas se destinaban a contener las cenizas de difuntos varones.

Izda, Urna de Bovia Procula, Museo Británico, Londres. Drcha, urna en forma de cesta,
Museo Metropolitan, Nueva York

Las urnas tipo vaso se parecen a las cráteras y cántaros de origen griego y se caracterizan por una recargada decoración de tipo vegetal y floral.

Urna en forma de vaso griego

Las urnas rectangulares son parecidas a las de ara, aunque difieren en que su forma no es por tanto cuadrada y sí más parecida a la de los posteriores sarcófagos.

Urna de Plautia Hesperis, Instituto de Arte de Chicago

En el ámbito funerario romano el interés de ciertos grupos sociales por mostrar visibilidad y mantener su recuerdo en la memoria de los demás se hace muy evidente, por lo que el uso de materiales caros, lujosos y exóticos se impuso como medio de exhibir riqueza y estatus.

A partir de la época de Augusto se incrementó el uso del mármol y otras piedras para fabricar los lujosos contenedores funerarios que permitían a los ricos y poderosos ciudadanos romanos demostrar su poder y prestigio porque tenían los medios para adquirir los materiales y pagar a los artesanos que participarían en su elaboración.

“Entonces se recogen las cenizas de los sagrados cuerpos y los huesos, rociados con vino puro, reliquias que a porfía cada cual reclamaba para sí: tan grande era el deseo de sus hermanos de llevarse a casa los dones consagrados de sus santas cenizas o portarlos en su regazo como prenda de fe. Mas con el fin de que su emplazamiento en distintas urnas no disperse los restos que han de resucitar y estar luego juntos al lado del Señor, se dejan ver tocados de níveas estolas; encargan que el polvo sagrado sea devuelto y guardado todo junto en hueca urna de mármol.” (Prudencio, Libro de las Coronas, 130)


Urna de mármol de Caesennia Grapte

Materiales como el pórfido rojo o el alabastro podían evocar lugares exóticos accesibles para los mas acaudalados y ser elegidos para contener sus restos como muestra de su riqueza y poder. Algunas de estas piedras también eran consideradas beneficiosas por sus propiedades mágicas y curativas, aunque la elección de dichos materiales dependería en última instancia del poder adquisitivo y de las preferencias del comitente, de la disponibilidad de estos y de los talleres profesionales accesibles que pudieran encargarse de la obra.

“Más tarde, sus huesos se colocaron en una urna de piedra púrpura, fueron llevados a Roma y depositados en la tumba de los Antoninos [el Mausoleo de Adriano]. Se dice que Severo mandó buscar la urna poco antes de su muerte, y tras tocarla con la mano, dijo: "Habrás de contener a un hombre que toda la Tierra no bastó a contener" (Dión Casio, LXXVII, 15, 4)

Urna de pórfido rojo, Museo Metropolitan, Nueva York

Las modas también tenían su lugar en la elección de la urna funerario y la fascinación de las clases sociales más altas de la Roma de Augusto por Egipto se puede apreciar en la urna del cuestor, pretor y augur Publius Claudius Pulcher, cuyos restos parecen haber sido depositados en una vasija egipcia de alabastro del siglo VIII a.C. en la que se puede leer en jeroglífico el nombre de un sacerdote del reino del faraón Osorkon III. Su reutilización se remonta al final del siglo I a.C. cuando el arte y culto egipcios se hicieron muy populares entre la nobleza romana.

Urna de Publius Claudius Pulcher, Museo del Louvre

La elección de ciertos materiales que fueron elegidos por algunos miembros de las élites romanas pudo deberse a los cambios sociales que se dieron a raíz de las guerras civiles y la posterior llegada al poder de Augusto, que pudo provocar el deseo de algunos de diferenciarse de sus iguales o inferiores, incluso en la hora de la muerte. El mármol fue el material que empezaron a utilizar los libertos enriquecidos para elaborar los monumentos funerarios que contendrían sus restos para toda la eternidad, por lo que algunos privilegiados ciudadanos romanos elegirían materiales como el alabastro, ya citado, para sus urnas funerarias en las que el material, exótico y caro, era más importante que la decoración.

“La hoguera que consumió tus restos cuando nos fuiste arrebatado
no fue la propia de un esclavo: las llamas abrasaron perfumes de
Saba, especias de Cilicia, canela hurtada al pájaro de Faros
Y los jugos que manan de las plantas asirías y las lágrimas de
Tu dueño: sólo aquellas lágrimas bebieron tus cenizas
Y consumió tu pira hasta agotarlas; ni el vino de Secia que
Extinguió tus blancas cenizas ni el ónice bruñido que
encerró tus huesos en su seno fueron más gratos a tu pobre
sombra que aquellas lágrimas.”
(Estacio, Silvas, II, 6)

Izda, urna de mármol, Museo Nacional Romano, Roma. Drcha, urna de alabastro egypcio.

Los motivos temáticos que aparecen en las urnas funerarias son de lo más variado y se abren a muy diversas interpretaciones. Existen algunos temas que se repiten asiduamente, pero es difícil su interpretación y la razón por la que eran frecuentemente utilizados.

Los elementos vegetales como guirnaldas y coronas funerarias pueden estar relacionadas con las ofrendas que se hacían a los difuntos para honrar su memoria, así como con la decoración de los monumentos funerarios. La continua regeneración de la vida vegetal podría indicar la esperanza en la inmortalidad del alma. Las plantas y flores tenían a su vez el propósito de enmascarar el olor de la descomposición del cuerpo y por ello se hallaban siempre en el entorno funerario.

“¡Tú, por tu parte, ofrece siempre al difunto presentes fúnebres y guirnaldas humedecidas con tus lágrimas. Aunque el fuego haya convertido mi cuerpo en cenizas, mis tristes restos serán sensibles a tu piadoso servicio.” (Ovidio, Tristes, III, 3)

Izda. Urna de Sextus Lollius Albanus, John Hopkins Archeological Museum, Baltimore, USA. Drcha, urna de Memno, Museo Británico, Londres

Otro tema decorativo y simbólico es la cabeza de carnero que podía representar la ayuda del dios Mercurio, uno de cuyos símbolos es el carnero, como acompañante del alma del difunto en su viaje hacia el mundo de ultratumba, o bien podía ser un ejemplo de sincretismo religioso, al representar al dios Júpiter Amón, unión de los dioses Júpiter y Amón, divinidades superiores en la religión romana el primero y en la egipcia el segundo.



El águila, animal representativo de Júpiter, refleja la apoteosis del difunto, su momento de unión con los dioses en el momento de la incineración, a la manera de la consecratio (consagración) de algunos emperadores que fueron divinizados, por lo que su imagen fue asimilada por la tradición popular y aparece en numerosos monumentos funerarios. Otro animal, en este caso mitológico, el grifo, mantenía el carácter de psicopompo, o conductor de almas entre los etruscos y en Roma, además de ser emblema del dios Apolo, simbolizaba la inmortalidad. Solía aparecer en contextos funerarios en la figura de dos grifos, cada uno al lado de un edificio o retrato, como recuerdo de la idea etrusca de protección del alma en su viaje al Más Allá.

Izda, urna de Vipsania Thalassa, Museo Británico. Drcha, Urna de Marcus Antonius Gemellus

En el mundo griego, la cabeza de Medusa en el escudo de Atenea servía como protección frente a los enemigos, y en el mundo funerario romano parece tener la doble función de proteger el alma del difunto y alejar a los que intentan disturbar su descanso, además de convertirse en un guardián de la tumba.

“Nenia, atenta siempre a las lamentaciones de los funerales, no olvides con tu silencio el regalo anual que Numa ofrece solemnemente a las sombras de los parientes, al tiempo que pide una aproximación entre los difuntos y su estirpe. Esto es suficiente para las tumbas y también para los que carecen de tierra: evocar con la voz de sus almas a modo de homenaje fúnebre. Las cenizas, ya tranquilas, se alegran al oír sus nombres; eso es lo que ruegan las lápidas con sus frentes escritas. Incluso aquel a quien le faltó la urna de un triste sepulcro, casi estará sepultado con que su nombre se diga tres veces.” (Ausonio, Parentalia, Prefacio en verso)

Izda, urna de Decimus Aemilius Chius y Hortensia Phoebe, Minneapolis Institute of Art.
Drcha, urna de Gellia Aphia. 

El deseo de trascender animaba a incluir los retratos de los difuntos en las urnas cinerarias. La visión del retrato haría recordar su paso por la vida terrenal y mantener su memoria. 

Izda, urna de Tiberio Claudio Victor, Biblioteca Nacional de Francia, París. Drcha, urna de Pilia Philtata, Museo Británico, Londres

En las distintas provincias del imperio las tumbas comunes mantendrían sus propias características, como se puede ver en la antigua ciudad de Palmira, donde los nichos se cierran con relieves en los que se esculpen los rostros de los difuntos junto a sus adornos personales.

“Antistio Rústico ha muerto en las crueles tierras de los capadocios. ¡Oh tierra culpable de un crimen detestable! Nigrina ha repatriado en su regazo las cenizas de su amado y se ha quejado de que los caminos no hayan sido lo bastante largos, y mientras depositaba la urna sagrada en la tumba —de la que siente envidia—, tras haberle arrebatado a su marido, le parece que ha enviudado dos veces.” (Marcial, Epigramas, IX, 30)

Tumba comunal de Palmira, Museo Arqueológico de Estambul, Foto de Giovanni Dall´Orto



Bibliografía

Las urnas cinerarias romanas: aproximación iconográfica a su estudio en la ciudad de Roma y en Hispania, Lucía Avial Chicharro
Contenedores funerarios. La concepción de la muerte en la Hispania romana. Laura Blanco-Torrejón y Lucía Avial-Chicharro
Columbaria: el MNAR como paradigma de un problema conceptual y museográfico, Rafael Sabio González
The colours of death. Roman cinerary urns in coloured stone, Simona Perna
The Social Value of Funerary Art: Burial Practices and Tomb Owners in the Provinces of the Roman Empire, Simona Perna
The Aesthetics of Assimilation: Non-Elite Roman Funerary Monuments, 100 B.C.E. –200 C.E., Devon A. Stewart
‘Vox tua nempe mea est’: Dialogues with the dead in Roman funerary commemoration, Maureen Carroll
Reviving Tradition in Hadrianic Rome: From Incineration to Inhumation; Roman Tombs and the Art of Commemoration; Barbara E. Borg
Roman Cemeteries and Tombs, Barbara E. Borg
From Columbaria to Catacombs: Collective Burial in Pagan and Christian Rome, Commemorating the Dead: Text and Artifacts in Context; John Bodel







Flumen, los ríos en la antigua Roma

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Fresco con el río Sarno y dos ninfas. Casa de las Vestales, Roma.
Museo del Louvre, Foto Carole Raddato


“Las fuentes de los grandes ríos las veneramos. A la súbita aparición de un inmenso caudal de las entrañas de la tierra se le dedican altares; se veneran los manantiales de aguas termales, y a ciertos estanques la obscuridad o inmensa profundidad de sus aguas los hizo sagrados.” (Séneca, Epístolas, 41, 3)

Entre los romanos el río (flumen) era fundamental para la economía, especialmente, la agricultura y ganadería. Además de proporcionar alimento (pesca) y surtir a a la industria y comercio con metales preciosos, servía como medio de transporte para personas y mercancías. Es por su utilidad y beneficio para el ser humano por lo que los ríos fueron divinizados en la antigüedad.

Dios-río Ana (Guadiana), Museo Nacional Romano, Mérida. Foto Samuel López

Fuentes, ríos y lagos recibieron culto en las antiguas civilizaciones porque sus aguas se consideraban sagradas. Debido a su dependencia del agua, los hombres otorgaron a sus manantiales y a sus cursos de agua un cierto grado de personificación hasta convertirlos en deidades proveedoras de fertilidad y prosperidad o causantes de perjuicio y destrucción. Los hombres veneraban las fuentes de agua por su fuerza y relevancia en la naturaleza y las consideraban además un medio para acceder al otro mundo, por lo que les hacían ofrendas y sacrificios.

“Los frigios que habitan en la región de Celenas honran a dos ríos, el Marsias y el Meandro. Yo he visto los ríos: manan de una sola fuente, la cual, tras avanzar monte abajo, desaparece a espaldas de la ciudad para reaparecer de nuevo al otro lado de ésta, dividiendo entre los ríos tanto el agua como los nombres. Uno, el Meandro, fluye por Lidia, mientras que el otro se agota allí mismo, en las llanuras. A los ríos ofrecen sacrificios los frigios -unos a los dos, otros al Meandro y otros al Marsias- arrojando los huesos de los muslos en las fuentes y pronunciando el nombre del río al que hayan tributado la ofrenda; de allí son arrastrados hacia el monte y se sumergen con las aguas, y no cabe que las ofrendas del Meandro vayan a parar al Marsias ni al Meandro las del Marsias; si es para ambos, dividen en dos el regalo.” (Máximo de Tiro, Disertaciones Filosóficas, II, 8)

Antioquía sobre el río Orontes, Siria. Ilustración Jean-Claude Golvin

Las ninfas se consideraban en el mundo griego como la personificación de las fuerzas naturales del crecimiento y la fecundidad del reino animal y vegetal. Sus santuarios se asociaban a fuentes de cristalinas aguas, a la vegetación más exuberante, y a los ambientes que resultaran más placenteros para los sentidos. 

Las náyades eran ninfas de agua dulce, dotadas de gran longevidad, pero mortales. La esencia de una náyade estaba vinculada a su masa de agua, de forma que, si ésta se secaba, ella moría. Todas las fuentes y manantiales célebres tenían su náyade o su grupo de náyades, llamadas habitualmente Creneas, normalmente consideradas hermanas, hijas del dios-rio de la región en la que habitaban, y con su leyenda propia.

“El espectáculo de esos lugares no sólo alegra a los hombres: no me cuesta creer que los Sátiros montaraces y las Náyades de ojos verdes, acuden aquí, a estas apartadas orillas, cuando la alegre audacia incita a los Panes de patas de cabra y saltan por los vados y asustan a sus miedosas hermanas en el río, golpeando el agua con movimientos desordenados. Además, con frecuencia, la fluvial Panope, que ha robado de la ladera de las colinas unas uvas, huye entre sus amigas, las Oréades, de los lascivos Faunos, divinidades campestres. Y se dice que, cuando el ardiente Sol se detiene en el centro de la bóveda celeste, los Sátiros y sus cristalinas hermanas celebran en las aguas comunes bailes fraternales, al tiempo que la calina ardorosa ha ofrecido unas horas de reposo, que no propician el encuentro de la gente: entonces, jugando entre burlas a lo largo de sus aguas, las Ninfas sumergen a los Sátiros en los vados y escapan a las manos de esos nadadores inexpertos que buscan, con engaño, sus escurridizos miembros y abrazan en vez de cuerpos las líquidas aguas.” (Ausonio, Mosela, 5)

Mosaico de Hilas y las ninfas, villa romana de Carranque, Toledo. Foto Samuel López

Las ninfas romanas surgieron por la asimilación de las ninfas griegas con todas las divinidades indígenas de la naturaleza y se asociaron con todas las deidades relacionadas con la vegetación, como Hércules, o asociadas a la agricultura, como Tellus, Ceres, o Flora.

“Perdonad, ninfas, que el chapoteo de las pezuñas haya ensuciado las aguas. Tú, diosa, propicia en nuestro nombre las fuentes y los dioses de las fuentes, propicia los dioses desperdigados por todo el bosque.” (Ovidio, Fastos, IV, 758)

Mosaico con ninfa del río Éufrates. Zeugma, Museo de Gaziantep, Turquía

Todos los cursos de agua eran susceptibles de originar prodigios ya fueran favorables o adversos para los que los observaban. Un prodigio considerado favorable podía dar lugar a la fundación de una ciudad.

La fundación de Marcianópolis en Bulgaria por Trajano tiene su origen en un prodigio ocurrido junto al río sobre el que se asienta la ciudad.

“Y puesto que hemos mencionado Marcianópolis, nos parece conveniente ofrecer algunos breves detalles de su situación. Según parece, esta ciudad la mandó construir el emperador Trajano, porque cuando su hermana Marcia, que era entonces una niña, se bañaba en un río de aguas muy cristalinas y de exquisito sabor que se llama Pótamo y que nace en el centro de la ciudad, queriendo sacar agua de este río, se dejó caer por casualidad un recipiente de oro que llevaba. Éste se hundió, impulsado por el peso del metal, en el fondo del río, pero surgió de nuevo de las profundidades mucho tiempo después. No era ciertamente nada habitual que un recipiente vacío se sumergiera así y menos que una vez hundido en las aguas emergiera de nuevo expulsado por la corriente. Así que cuando Trajano se enteró de lo sucedido, notablemente impresionado y creyendo que todo era obra de alguna divinidad que habitaba en esta fuente, llamó a la ciudad que había fundado Marcianópolis, por el nombre de su hermana.” (Jordanes, Historia de los godos, 93)

El Ródano a su paso por Arlés, Francia. Ilustración Jean-Claude Golvin

En la antigüedad las fuentes de agua, y, por tanto, los ríos, servían como oráculos para muchas civilizaciones, basándose en la claridad del agua, las corrientes o las crecidas. Así, por ejemplo, las mujeres germanas hacían predicciones observando los remolinos de las aguas de los ríos.

“Hubo ya en esta marcha una cosa que debilitó y quebrantó la osadía de Ariovisto: porque ir los romanos en busca de los germanos, que estaban en la inteligencia de que si ellos se presentasen ni siquiera aguardarían aquellos por lo inesperado, le hizo admirar la resolución de César, y vio a su ejército sobresaltado. Todavía los descontentaron más los vaticinios de sus mujeres, las cuales, mirando a los remolinos de los ríos, y formando conjeturas por las vueltas y ruido de los arroyos, predecían lo futuro; y éstas no los dejaban que dieran la batalla hasta que apareciera la Luna nueva.” (Plutarco, César, 19)

Sacerdotisas de la Galia. Mary Evans Picture Gallery

La transparencia y pureza de las aguas eran también motivo para considerar las aguas de los ríos sagradas.

¿Has visto alguna vez la fuente del Clitumno? Si no las has visto aún (y pienso que aún no, de otro modo me lo hubieses comentado), hazlo; yo las he visto hace muy poco, y lamento profundamente la tardanza.
Se levanta una pequeña colina, cubierta con un umbroso bosque de viejos cipreses. Al pie de ésta, brota una fuente que se expande en diversos brazos de diferente tamaño, y una vez superado el remolino que forma, se abre en un amplio estanque, tan transparente y cristalino, que podrías contar las monedas que han sido arrojadas y los cantos rodados que brillan en el fondo.
(Plinio, Epístolas, VIII, 7)

Fuentes del río Clitunno, Italia. Foto de Aracuano

En su forma humana los dioses-río en época romana se representan generalmente en posición recostada (o en sus variantes apoyada o sentada), ataviados con un manto que les cubre la cadera y las piernas dejando el torso al descubierto, y coronados normalmente con hojas lacustres y cañas. A su vez, estos pueden portar como atributos una cornucopia -símbolo de la abundancia-, o bien una rama de junco o un remo, alusión a su posible navegabilidad. Finalmente, suelen apoyar un brazo en un cántaro del que mana agua, reflejo de su caudal.

“El mismo padre Tíber se estremeció de espanto en sus rojizas ondas, y levantó en medio, de la corriente su cabeza que anublaba el dolor. Con vigorosa mano descubre el cerúleo rostro, recogiendo sus cabellos entrelazados de musgos, cañas y ramas de sauce, y desata tal torrente de lágrimas por sus ojos, que apenas el profundo cauce del río pudo contener las aguas que rebasaban las riberas…” (Consolación a Livia)

Mosaico con el río Éufrates, Zeugma. Museo de Gaziantep, Turquía

En la literatura clásica se reflejaba el enfrentamiento entre el hombre y el río convertido en un dios, que encolerizado, era capaz de influir en el proceso y resultado de una batalla. Silio Itálico en su obra sobre las guerras púnicas, muestra al cónsul Escipión encarado con el río Trebia por su disposición a ayudar a los cartagineses y amenazando al dios-río con variar su cauce en castigo por su ayuda al enemigo. El propio río Trebia responde acusando al romano de profanar sus aguas con la sangre de los muertos.

“El Trebia se desbordó y desde sus profundidades se elevó, proyectando con ímpetu las aguas de su cauce y liberando toda su fuerza. Las olas se enfurecieron en forma de sonoros torbellinos seguidos de un estrepitoso torrente nunca visto. Tan pronto como el jefe (Escipión) lo ve, su cólera se acrecienta con mayor violencia aún: «Un gran castigo -dice- has de sufrir, pérfido Trebia, y yo te lo haré pagar. Destrozaré tu corriente desperdigándola en pequeñas acequias por los campos galos; te arrebataré tu condición de río. Atajaré la fuente de la que naces, y no permitiré que toques tus márgenes ni que desemboques en el Po. Pero ¿qué locura es ésta, infeliz, que te ha convertido de repente en un río sidonio?».
Mientras esto decía, se elevó una masa de agua que lo empujó golpeándole los hombros con sus arqueadas olas. El jefe, erguido, plantó su descomunal corpulencia frente a las aguas que se le venían encima y, con su escudo, detuvo la acometida del río. Por detrás, sin embargo, la estridente tempestad de espumoso oleaje le salpicó mojando lo alto de su penacho. El río, retirando su fondo, le impidió vadearlo y clavar pie firme. De lejos se oyó el ronco sonido de las rocas golpeadas por la corriente. Las olas levantadas se unieron al combate de su padre, el río perdió sus orillas. En ese instante alzó su cabeza de mojadas crines coronadas de glaucas hojas y dijo: «¿Es que encima me amenazas con castigarme y destruir el buen nombre del Trebia, arrogante enemigo de mis dominios? ¡Cuántos cuerpos llevo, abatidos por tu propia mano! Los escudos y los cascos de los guerreros que has sacrificado han estrechado mi cauce y han hecho que pierda mi curso. Mis aguas, tú lo ves, están enrojecidas hasta el fondo con tantos muertos y retroceden. Modera tu brazo o dirígete a las llanuras próximas».”
(Silio Itálico, Púnica, IV, 640)

Ilustración Angus McBride

La simple construcción de un puente era considerada en el mundo antiguo clásico como un sacrilegio contra la sacralidad de las aguas. En Roma también la construcción de un puente sobre el río se consideró siempre una grave falta religiosa contra la divinidad fluvial. Un puente de madera que se sustentaba sobre pilares implicaba clavar estacas en el lecho del rio y afirmar el puente en ambas orillas, lo que significaba abrir una profunda herida en su cauce que lo exponía al contacto con el mundo subterráneo, y suponía una ofensa a la sacralidad de las aguas.

“Los guerreros se lanzan animosos a un río que difícilmente tolera los puentes. Algunos protegen sus armas colocándolas en lo alto de su cabeza y su nuca, otros intentan luchar contra la corriente con sus poderosos brazos. Los caballos, atados, pasaron el río en balsas, y el temor de las bestias libias no demoró el cruce del río: determinaron cubrir- el agua con maderos atados sobre los que echaron una capa de tierra para luego conducir a los elefantes hasta la mitad del río, soltando poco a poco las cuerdas situadas en el dique de la orilla. Pero el Ródano, sobresaltado ante la irrupción entre bramidos de la manada y temiendo su imponente volumen, lanzó gritos amenazadores removiendo sus aguas desde las arenosas profundidades.” (Silio Itálico, Púnica, IV, 455)

Arco del Ródano, Arlés, Francia. Ilustración Jean-Claude Golvin

Sin embargo, los gobernantes y los militares emprendieron la tarea de construir puentes como medio para avanzar en sus conquistas o mejorar las comunicaciones. Julio César, por ejemplo, prefirió cruzar los ríos mediante puentes de barca o puentes de obra, pues tanto unos como otros se levantaban con frecuencia según las necesidades del ejército. En general, todos los dirigentes buscaban ante todo la seguridad de sus tropas y que corrieran los menores riesgos posibles, por lo que favorecían el paso de los ríos mediante puentes, especialmente si la corriente era violenta, evitando que se hiciera a pie, a caballo o en pequeñas embarcaciones.

Con este tipo de construcciones se pretendía además destacar la dignidad del ejército y el pueblo romanos tratando de impresionar a los bárbaros y a la misma Roma. Construir un puente sobre un río de gran envergadura, como el Rin, se convertía en un objetivo con motivos políticos.

“César, por los motivos que dejo expuestos, había determinado pasar el Rin; pero atravesarlo en naves ni le parecía bastante seguro, ni lo juzgaba propio de su dignidad ni de la del pueblo romano. Así, pues, aunque la construcción de un puente ofrecía grandísima dificultad a causa de la anchura, rapidez y profundidad del río, creía, sin embargo, que debía cometer esta empresa o, de otro modo, no pasar el ejército.” (Julio César, La guerra de las Galias, IV 17, 1)

Puente de César sobre el Rin, Ilustración John Soane

Estacio provee de personalidad propia al río Volturno, el cual agradece a Domiciano que lo haya encauzado para permitir una navegación segura por sus aguas (era navegable hasta Capua) y para no seguir inundando y echando a perder las tierras de su ribera. El Volturno también agradece que se haya construido sobre él un puente de obra, por el que pasan los viandantes, y no un puente flotante de madera. El río afirma que el nombre del emperador será conocido para siempre como vencedor de sus orillas y árbitro supremo, gracias a la inscripción grabada en piedra que será visible en el puente que lo atraviesa, y que mostrará la construcción de esa obra pública como mérito del emperador.

“Amable bienhechor de mis campiñas, que, cuando discurría por valles descarriados sin saber habitar en mis orillas, me sujetaste al orden de un lecho regular, y ahora yo, antaño turbulento y peligroso, aquel que a duras penas soportaba las barreras inseguras, aguanto un puente ya y me dejo pisar de orilla a orilla; yo que solía arrebatar las tierras y hacer rodar los bosques ―me avergüenzo por ello― he comenzado a ser una corriente mansa; pero te doy las gracias y merece la pena mi esclavitud, porque es bajo tu mando y obediente a tus órdenes como he cedido; porque tu nombre se leerá por siempre como árbitro supremo y como vencedor de mis orillas.” (Estacio, Silvas, IV, 3, 71)

Puente sobre el río Charente, Saintes, Francia. Ilustración Jean-Claude Golvin

La construcción de canales para desviar cursos de agua o rebajar su caudal, derivando sus aguas para un uso no religioso, se consideraba en el mundo griego clásico como un grave acto de impiedad. Las supersticiones y creencias locales fueron comúnmente impedimentos para el desarrollo de las obras hidráulicas y la administración romana se vio a veces obligada a abandonar la construcción de canales especialmente en cursos de agua divinizados, con el fin de no enfrentarse a las poblaciones indígenas que, con el apoyo de los sacerdotes locales, seguían rindiendo culto a las divinidades acuáticas. Sin embargo, algunos emperadores romanos, desafiando los riesgos técnicos y, sobre todo, las consecuencias en el ámbito religioso, emprendieron obras para desviar los ríos, unir unos a otros o evitar los tramos más peligrosos.

En la primavera del año 98 d. C., Trajano realizó una visita de inspección en la frontera danubiana, donde a partir del 101 d. C. se produciría la primera guerra contra los dacios y mandó construir un canal para rodear las llamadas Puertas de Hierro del Danubio, según consta en una lápida de mármol, datada en el año 101 d. C., en la que puede leerse:

"El emperador César Nerva Trajano Augusto Germánico, hijo del divino Nerva, pontífice máximo, investido con la potestad tribunicia por quinta vez, padre de la patria, cónsul por cuarta vez, habiendo desviado el curso del río a causa del peligro de las cascadas, hizo segura la navegación del Danubio." (AE 1973, 475)

Ejército romano y el dios-río Danubio, Columna Trajana, Roma

El río, en este caso el Danubio, era un excelente motor de la vida económica de las provincias, y facilitaba las comunicaciones civiles y militares de la frontera. Por ello era necesario que el emperador tomase las medidas necesarias para garantizar en todo momento la navegabilidad del río.

Los romanos, como la mayor parte de los pueblos antiguos, recurrieron a los ríos para situar sus fronteras, principalmente debido a su mejor visibilidad y a que, al separar el cauce las dos orillas, ofrecían mayor neutralidad, lo que era una ventaja para reunirse entre enemigos y negociar o establecer acuerdos.

“Ante esto, Perseo dejó Dión y volvió al interior de Macedonia, animado por un soplo de esperanza al haber oído que Marcio había dicho que había aceptado la embajada por consideración a él. Se encontraron en el lugar señalado pocos días después. El rey acudió acompañado por un gran séquito compuesto por sus amigos personales y sus escoltas; los romanos comparecieron con una escolta no menos numerosa, a la que seguían muchas personas de Larisa y delegaciones de varias ciudades, que deseaban tener información fidedigna de lo que oyeran. Las gentes, naturalmente, sentían la curiosidad propia de todos los mortales por presenciar la entrevista entre un famoso monarca y los representantes del principal pueblo del mundo. Cuando se detuvieron, a la vista unos de otros, separados por el río, hubo un momento de indecisión mientras se intercambiaban mensajes sobre quiénes pasaban al otro lado. Estimaban unos que se debía cierta consideración a la majestad del rey y los otros al nombre del pueblo romano, sobre todo si se tenía en cuenta que la entrevista la había solicitado Perseo.” (Tito Livio, Historia de Roma, XLII 39, 4)

Puente sobre el Danubio. Ilustración de Radu Oltean

Para los romanos, no solo los ríos de Italia constituían límites, sino también todos los que encontraban en el transcurso de sus conquistas. Durante el imperio, los ríos de la parte occidental dejaron de establecerse como frontera, pues todo el territorio estaba ya dividido en provincias romanas, pero los situados al norte y el este de su territorio, como el Rin y el Danubio, el Tigris y el Éufrates, no solo eran grandes ríos, sino también los límites naturales de la expansión romana.

“Vitelio, al huir Artábano e inclinarse los ánimos del pueblo en favor de un nuevo rey, invita a Tiridates a hacerse cargo de la situación y conduce a lo más selecto de las legiones y de las tropas aliadas hasta la orilla del Éufrates. Cuando estaban haciendo sacrificios (el uno realizaba una suovetarilia - sacrificio de un toro, un cordero y un cerdo- a la manera romana, y el otro ofrecía un caballo para aplacar al río), los habitantes del lugar les anunciaron que el Éufrates, sin haber habido lluvias, había crecido de manera espontánea y desorbitada, al tiempo que de sus blancas espumas se habían formado círculos a modo de una diadema, como auspicio de una travesía favorable. Algunos más perspicaces lo interpretaban diciendo que los comienzos del proyecto serían favorables, pero poco duraderos, ya que, según ellos, era más segura la garantía de los prodigios que proceden de la tierra o del cielo, mientras que la naturaleza inestable de los ríos tan pronto presentaba presagios como los hacía desaparecer.” (Tácito, Anales, VI, 37)

Mosaico con el dios-río Éufrates. Colección particular

En 374, el emperador Valente fue obligado a negociar la paz con el rey de los alamanes sobre un barco en medio del río (compromiso simbólico entre dos potencias que hacían frecuentes reivindicaciones territoriales). El emperador fue convencido por su corte de que firmara un tratado de paz con Macriano, rey de los alamanes con un solemne ritual.

“Se detuvo en la orilla del Rin, con la cabeza muy erguida, mientras a su alrededor resonaba el sonido de los escudos de sus hombres. Por su parte, el Augusto subió a unas barcas del río y, rodeado también por una muchedumbre de soldados, avanzó muy seguro hasta la orilla, deslumbrante por el brillo de las insignias. Una vez que disminuyeron los gestos desmedidos y los gritos bárbaros, después de un largo intercambio de palabras, se confirma el tratado de amistad con un juramento sagrado.” (Amiano Marcelino, Historia Romana, XXX, 3, 4-5)

Encuentro de Valente y Atanarico. Ilustración Eduard Bendemann

Estos acuerdos pactados por Roma con el enemigo a orilla de los ríos requerían reconocer la neutralidad no solo del río como accidente geográfico, sino como divinidad y Roma optó mucho más frecuentemente por reconocerlos bien como enemigos, bien como aliados. No obstante, este reconocimiento de la divinidad fluvial como testigo y garante de los pactos, acuerdos o tratados –común a todos los pueblos antiguos– debió de facilitar extraordinariamente el entendimiento e incluso el acercamiento y la paz entre los pueblos, hasta el punto de negociarlos a sus orillas.

Como además de su función geográfica y política los ríos fueron considerados siempre como divinidades, los emperadores romanos se mostraron interesados públicamente por las divinidades fluviales como demuestran los arcos, columnas, monedas o panegíricos presentes por todo el imperio, que explican la dependencia que el Imperio tenía del caudal de los ríos, no solo para favorecer la riqueza agrícola o proteger la salud de los habitantes, sino para permitir el transporte de mercancías y el aprovisionamiento de las tropas. Por ejemplo, un descenso del caudal del Rin, en periodo de sequía, hacía difícil el transporte provocando el descontento de los soldados inclinados siempre a rebelarse.

“Pero muchas circunstancias adversas contribuían a revolucionar los ánimos: las pocas pagas y la escasez de alimentos, el negarse las Galias a hacer nuevas levas y cobrar nuevos tributos; el que, debido a una pertinaz sequía desconocida en aquellas latitudes, el Riin apenas podía mantener a flote las naves; la menor frecuencia de transportes de vituallas, los destacamentos dispuestos a lo largo de toda la ribera para impedir el paso a los germanos por los vados; todo lo cual tenía por resultado la menor cantidad de ración de grano y el mayor número de bocas que llenar. La escasez de agua era considerada por los ignorantes como un signo de mal agüero como si los propios ríos que antiguamente hacían de baluarte del imperio, nos hubieran abandonado. Lo que en tiempo de paz se hubiera considerado como un hecho fortuito, o se hubiera atribuido a la naturaleza, en aquellas circunstancias se veía como un triste sino, o como muestra de la ira de los dioses.” (Tácito, Historias, IV, 26, 1)

El Rin a su paso por Colonia, Alemania. Ilustración Jean-Claude Golvin

Entre los pueblos de Italia se extendió muy pronto la idea de que los ríos podían actuar como protectores y, en cierta forma, como aliados frente a los enemigos. En la historia de Roma pueden encontrarse multitud de episodios en los que los ríos parecen intervenir —y a veces de forma decisiva— en auxilio del pueblo romano.

En el 193 d.C. el ejército de Severo, después de atravesar Bitinia y Galacia, entró en Capadocia y, ocupando las posiciones, inició el asedio de la fortificación de Níger en los desfiladeros del Tauro, empresa difícil debido a lo estrecho del camino que, por un lado, estaba protegido por una elevada montaña y, por otro, por un profundo barranco, el cual servía de cauce de las aguas que fluían desde los montes. Con la fortificación, Níger había obstruido este camino por completo para evitar que el ejército de Severo pudiera pasar de ninguna manera. Cuando los soldados de Septimio Severo ya habían perdido toda esperanza porque la defensa del enemigo parecía inexpugnable y estaba bien protegida, un hecho inesperado cambió la situación de repente.

“Cuando las tropas de Severo ya estaban agotadas y sus enemigos pensaban que no tenían que preocuparse por la defensa de su posición, de noche, súbitamente, cayeron violentos aguaceros acompañados de una intensa nevada […] Un torrente caudaloso e impetuoso bajó precipitadamente y, al encontrar obstruido su cauce natural por cerrar la fortificación el paso de la enorme y violenta torrentada, la naturaleza venció a la técnica; la muralla no pudo resistir la fuerza de la corriente y, poco a poco, la acción del agua desunió sus junturas; los cimientos, por haber sido construidos con precipitación y sin demasiado cuidado, cedieron a la corriente; todo quedó al descubierto y el torrente desobstruyó el lugar y abrió el camino.” (Herodiano, Historia del Imperio romano, III 3, 7)

La cascada, pintura de Edmund Marriner

Cuando las tropas que defendían la fortificación vieron esto, abandonaron su puesto y huyeron por temor a quedar cercados por los enemigos, y, aunque, el suceso podía explicarse como resultado de la providencia, los soldados de Severo bien pudieron pensar que se debía a la intervención de la divinidad fluvial.

Muchos de los ríos de territorios conquistados, como el Nilo, el Rin, el Danubio, el Tigris y el Éufrates, fueron considerados, al menos en los primeros siglos del Imperio, como enemigos de Roma dada la resistencia que sus aguas opusieron durante las operaciones militares a la incursión del ejército romano en el territorio enemigo y, en definitiva, a la ampliación de las fronteras romanas. Se trataba de enemigos, pero también de divinidades, en una idea compartida, por ejemplo, por los germanos que también creían en la naturaleza sagrada de sus ríos.

Para animar a sus soldados al combate, el jefe bátavo Civilis les recuerda que están —entre otras divinidades tutelares— bajo la protección del Rin, divinizado:

"El Rin y los dioses de Germania estaban ante sus ojos; con su ayuda debían iniciar el combate, acordándose de sus esposas, padres y de su patria." (Tácito, Historias, V, 17, 2)


Mosaico con el dios-río Tigris, Antioquía. Detroit Institute of Arts, EEUU

A esos ríos enemigos se oponían, naturalmente, los ríos nacionales. El primer enfrentamiento claro entre dos ríos, en representación de dos pueblos o dos civilizaciones, aparece en la poesía de la época de Augusto. Con motivo de la batalla de Actium que en el año 31 a.C. enfrentó a Augusto con Marco Antonio, ayudado por la flota de la reina Cleopatra, el poeta Propercio escribe:

“Sabido es que la reina del incestuoso Canopo, la más marcada a fuego en la estirpe de Filipo, se atrevió a enfrentar a nuestro Júpiter con los ladridos de Anubis, y a obligar al Tíber a soportar las amenazas del Nilo.” (Propercio, Elegías, III, 11, 39-42)

Izda. Río Nilo, Museos Vaticanos. Drcha. Río Tíber, Museo del Louvre

Marcial, el poeta de Bílbilis, menciona el paso de los carros de los guerreros germanos que atraviesan el Rin helado durante el invierno y pide el regreso a Roma de Trajano que lucha a orillas del río. También introduce la sumisión del Rin, río germano, al Tíber, río romano.

“Rin, padre de las ninfas y de todos los ríos que beben las escarchas de Odrisia, ojalá disfrutes siempre de límpidas aguas y no te machaque, hollándote, la rueda bárbara de un conductor de bueyes insolente; ojalá después de haber recuperado tus cuernos de oro, fluyas romano en una y otra orilla. El Tíber, tu dueño, te ruega que, a cambio, devuelvas a Trajano a sus pueblos y a su ciudad.” (Marcial, Epigramas, X, 7)

Río Tíber. Colección particular

La exhibición de imágenes de los ríos en el triunfo romano pudo haber comenzado hacia el siglo II a.C. al producirse la expansión de Roma por nuevos territorios durante la República, aunque se incrementaría a partir de las conquistas de Julio César. Diversas fuentes recuerdan el cuádruple triunfo del año 46 a.C. de César por las victorias que había alcanzado en la Galia, Egipto, el reino del Ponto en el Mar Negro y África.

“César entró en su patria vencedor, celebrando primero el triunfo sobre la Galia: éste incluía el Rin y el Ródano y el Océano, representado como cautivo de oro; su segundo laurel fue el egipcio: en esa ocasión desfilaba el Nilo en una litera, Arsinoe y Faro que ardía en un simulacro de sus llamas.” (Floro, Epítome, II, 13)

Río Nilo, Museos Vaticanos

Mostrando el sometimiento de los ríos al poder de Roma, sus gobernantes pretendían que los ciudadanos asistentes al desfile triunfal conocieran los límites del Imperio, además de mostrar el poder del triunfador sobre las aguas, a la hora de vadear un rio o construir un puente para cruzarlo; así como la victoria sobre las divinidades protectoras de dichos ríos, vencidas y sujetas ahora al dominio de Roma.

Ovidio alude a un imaginado, aunque previsible triunfo que obtendrá Cayo César, nieto de Augusto, tras su campaña sobre los partos en el año 1 a.C. La ocasión recomienda que sea aprovechada por los jóvenes para acercarse y mantener conversación con las muchachas. El pasaje ilustra el hecho de que las imágenes y las estatuas iban especialmente dirigidas al público asistente.

“De modo que llegará el día en que tú, el más hermoso del mundo, irás vestido de oro en un carro tirado por cuatro caballos blancos como la nieve. Irán delante de ti los reyezuelos llevando en su cuello el peso de las cadenas para que no puedan ya, como antes, ponerse a salvo con la huida. Contemplarán con alegría el desfile los jóvenes y, uniéndose a ellos, las muchachas, y ese día les ensanchará el espíritu a todos. Y si alguna de ellas pregunta el nombre de los reyes, qué lugares, qué montes o qué ríos se ofrecen a la vista, respóndele a todo; e incluso aunque no te lo pregunte, y lo que no sepas, explícaselo como si lo conocieras con todo detalle. Ése es el Éufrates con la frente adornada de cañas; aquel al que le cuelgue una azulada cabellera, será el Tigris; dirás que ésos son los armenios, que ésa es Persia, la danaea; tal otra fue una ciudad que existió en los valles aquemenios…” (Ovidio, Arte de Amar, I, 215-228)

Izda. Río Éufrates. Drcha. Río Tigris. Mosaicos de Qsar, Libia

Las imágenes de los ríos —encadenados, abatidos, con los cuernos rotos— en el triunfo romano dejaron de exhibirse a medida que la ceremonia, monopolizada por el emperador, declina a lo largo del Alto Imperio, y Roma llega ya a los límites orientales y septentrionales y los tiene bajo control. 


"Yo, el Danubio, dueño de las aguas ilíricas, inferior sólo a ti, Nilo, saco mi alegre cabeza fuera de mi fuente.
Mando saludar a los Augustos, hijo y padre, a quienes crié entre los belicosos panonios. Ahora ya quiero correr, mensajero, al Ponto Euxino, a que Valente, mi preocupación segunda, conozca las hazañas de aguas arriba: los suevos han caído, derribados por la matanza, la huida, las llamas, y el Rin no es ya la frontera de las Galias. Y si, por ley del mar, mi corriente pudiera regresar a sus fuentes, aquí podría anunciar que los godos han sido vencidos."
 (Ausonio, Epigramas, 28)

Dios-río Danubio. Museo Carnuntinum, Austria

Pero el poder romano recurre a otro método propagandístico para mostrar el dominio de Roma sobre los ríos. Desde comienzos del siglo II d.C. comienzan a emitirse monedas en cuyos reversos aparecen, por ejemplo, las figuras del Éufrates y del Tigris —a veces a los pies del emperador o de Tyche (diosa griega de la fortuna) — coincidiendo con campañas militares victoriosas.

Moneda de Augusto y Tyche con su pie sobre el río

No obstante, el recuerdo de aquellas exhibiciones triunfales nunca llegó a extinguirse. Todavía a finales del siglo IV el poeta Claudiano escribe un panegírico para celebrar el consulado de Estilicón (400 d.C.) en el que trata de mostrar, siguiendo la tradición, las hazañas de su héroe y la cantidad de pueblos que ha sometido; es decir, imagina la entrada triunfal de Estilicón en Roma a la vuelta de sus campañas:

“Él mismo sería llevado por un tiro de caballos blancos y el ejército, siguiendo su carro adornado de laurel, resonaría con sus festivos cantos. Unos arrastrarían a los reyes cautivos, otros llevarían labrada en bronce la imagen de las ciudades o los montes o los ríos conquistados. Por un lado, llorarían los ríos de Libia con sus cuernos destrozados, por otro, gemiría Germania con el Rin encadenado.” (Consulado de Estilicón III, 20-26)

Río Arno, Museos Vaticanos

Los ríos proporcionaban agua para beber y para mantener unas medidas higiénicas con las que conservar la salud. Los baños en los ríos eran aconsejados por los médicos para aliviar ciertas dolencias, pero también aportaban placer al disfrutar del baño en las aguas frescas durante los meses calurosos.

“Nadarás en las tranquilas badinas del tibio Congedo y en las agradables balsas de las ninfas, y tu cuerpo, relajado en ellas, lo vigorizarás en el escaso caudal del Jalón, que templa el hierro. Allí cerca, la propia Voberca pondrá a tu disposición su salvajina para que caces y comas. Los veranos sin nubes los suavizarás en el aurífero Tajo tupido por la sombra de los árboles; tu sed ardiente la aplacará la helada agua del Dercenna y del Nuta, más fría que la nieve.” (Marcial, Epigramas, I, 49)

Río Jalón bajo la ciudad de Bílbilis (Calatayud), Zaragoza. Ilustración Jean-Claude Golvin

Los agricultores tenían derecho a usar las riberas de los ríos públicos, siendo preciso garantizarles dicha utilización contra todo tipo de abusos. Por ejemplo, en la ley de Urso (Osuna) estaba claramente expresada la prohibición de tapar o atascar las zanjas situadas entre los fundos, bajo multa de 1000 sestercios.

Las actividades ganaderas también necesitaban la provisión de agua abundante. Los animales se conducían a los ríos o arroyos para abrevar y para bañarlos.

"Luego, cuando la hora cuarta del día haga ganas de beber y las chicharras quejumbrosas revienten con su cantinela los matorrales, ordenaré que los rebaños beban el agua que corre por canales de madera de encina junto a pozos y albercas." (Virgilio, Geórgicas, III, 327)

Pintura de Henryk Siemiradzki

La fertilidad de las tierras dependía de las lluvias y del caudal de agua de los ríos y manantiales, por lo que tanto las sequías prolongadas, y las crecidas extraordinarias de los ríos podían perjudicar las vidas de los habitantes de las riberas y las cosechas que resultaban improductivas o dañadas.

En su panegírico a Trajano; Plinio relata como una inesperada sequía deja a los habitantes de las orillas del río Nilo esperando inútilmente la ansiada crecida que hacía fértiles sus campos, por lo que tienen que recurrir al emperador Trajano para que les ayude.

“Mucho se había preciado Egipto de hacer crecer y prosperar las semillas, llegando incluso a decir que nada debía ni a las lluvias ni al cielo. En efecto, regado permanentemente por su propio río y acostumbrado a no ser fecundado por ningún otro género de aguas más que las que él mismo había vertido sobre sí, se veía cubierto por tantas cosechas que rivalizaba con las tierras más feraces como si nunca hubiese de ceder en fertilidad ante ellas. Pero de repente, por una inesperada sequía tanto se resecó que su suelo se volvió estéril, pues el perezoso Nilo había salido de su lecho con cierta indecisión y desgana. Sin duda, incluso entonces era digno de ser comparado con los ríos más caudalosos, no obstante, no era ya más que un río que podía ser comparado con otros. Como consecuencia de ello, la mayor parte de las tierras de esa región, acostumbradas a verse inundadas y vivificadas por el río, ardían bajo una espesa capa de polvo.” (30, 1-3)

Mosaico del dios-río Nilo, Qsar, Libia

Los pueblos de la antigüedad, y entre ellos los romanos, consideraban que los ríos obedecían a la naturaleza y que su fluir era tranquilo, si ningún elemento externo lo alteraba, pero creían que la intervención humana podía influir de forma negativa y hacer que el río pudiera convertirse en un perjuicio, en vez de un beneficio para los que habitaban en sus alrededores.

“Mientras que tranquilamente lleva sus aguas cuando nada obstruye su cauce. Pero si la mano del hombre o el acaso ha arrojado a su paso peñascos que lo estrechan, retrasa su curso para lanzarse con más violencia, y cuanto mayores son los obstáculos que se le oponen, más fuerza despliega para destruirlos. En efecto, todas aquellas aguas que llegan por detrás y que se aglomeran sobre sí mismas, ceden al fin a su propio peso, convirtiéndose en masa destructora que se precipita arrastrando lo que se le oponía.” (Séneca, Cuestiones Naturales, VI, 17)

Las lluvias torrenciales podían provocar tales crecidas de los ríos que al desbordarse causaban grandes catástrofes, como la que relata el propio Plinio en una carta a Macrino, en la que cuenta las consecuencias de la inundación del río Tíber en los primeros años del siglo II.

“Aquí, las tormentas son continuas y las inundaciones frecuentes. El Tíber se ha salido de su cauce y se extiende por las tierras más bajas de su ribera, donde sus aguas alcanzan una gran profundidad… Además, saliendo, por así decirlo, al paso de aquellos otros río cuyas aguas acostumbra a recibir y a llevar mezcladas con las suyas, obliga a éstos a retirarse en sentido contrario, y de ese modo inunda con las aguas de otros ríos las tierras que él mismo no baña… Aquellos que se encontraban en terrenos más elevados cuando sobrevino la catástrofe han podido ver flotando al azar sobre una gran extensión de las tierras inundadas en algunos sitios los muebles y la lujosa vajilla de los ricos habitantes del lugar, en otros, todo tipo de instrumentos agrícolas, aquí bueyes, arados y los campesinos que los guiaban, allí rebaños dispersados y abandonados a su suerte, y en medio de todo ello, troncos de árboles y vigas de las villas.”(Epístolas, VIII, 17)

Río Tíber. Ilustración Jean-Claude Golvin

Tanto los griegos como los romanos representaron a las divinidades fluviales con forma de toro y forma humana. El toro se asimilaba al río en cuanto que compartía con las corrientes de agua las características de fuerza y fertilidad.

“Nosotros comprendemos la naturaleza de los ríos y de sus corrientes. No obstante, de quienes los veneran y les hacen estatuas, unos las levantan con forma de hombre, mientras que otros les atribuyen el aspecto de bueyes. Con forma de buey representan los habitantes de Estínfalo al Erasino y al Metope; los lacedemonios, al Eurotas; los habitantes de Sición y Fliunte, al Asopo, y los argivos, al Cefiso. Bajo el aspecto de hombre representan los habitantes de Psófide al Erimanto; los hereos, al Alfeo, río que los habitantes del Quersoneso de Cnido representan de la misma manera. Los atenienses representan al Cefiso como un busto humano provisto de cuernos.” (Claudio Eliano, Historias Curiosas, II, 33)

Izda. Río Rin, Landesmuseum Bonn, Alemania. Foto de JürgenVogel. Drcha. Río Alfeo, Museo Arqueológico de Hatay, Antakya, Turquía

Las antiguas poblaciones humanas buscaron asentarse junto a los ríos que eran su fuente más directa para conseguir agua, no solo para beber, sino también para cultivar sus campos, para fundar industrias, como las cerámicas, y como medio de comunicación y transporte de sus mercancías. La navegabilidad de los ríos fue una parte fundamental del desarrollo de las ciudades establecidas en sus orillas y los gobernantes romanos legislaron para procurar tramos navegables y proteger las riberas de los ríos más importantes del vasto territorio del imperio romano.

No todas las naves podían navegar por los ríos que permitían la navegación, por los que existieron embarcaciones diseñadas especialmente para el transporte de personas y mercancías en los ríos.

“El Betis, a lo largo de sus orillas, está densamente poblado y es navegable corriente arriba casi mil doscientos estadios desde el mar hasta Corduba y lugares situados un poco más al interior y la verdad es que están cultivados con esmero tanto la zona ribereña como los islotes del río. Además ofrecen una agradable vista, porque sus tierras están hermoseadas con bosques y otros cultivos. Así pues, hasta Hispalis la navegación se efectúa en embarcaciones de tamaño considerable, a lo largo de un trecho no muy inferior a quinientos estadios; hasta las ciudades de más arriba hasta Ilipa en barcos más pequeños, y hasta Corduba en lanchas fluviales hechas hoy día con maderos ensamblados, pero que antiguamente se confeccionaban a partir de un solo tronco.” (Estrabón, Geografía, III, 2, 3)

Puerto de Vulci. Ilustración Inklink

En algunos tramos de los ríos solo las embarcaciones a remo podían navegar y cuando las barcas no podían avanzar por sí mismas en el cauce del río había que recurrir a su arrastre desde los caminos de sirga, desde los cuales animales u hombres tiraban de las barcas con una cuerda desde la orilla.

“Canta también, apoyándose en la limosa arena y con el cuerpo inclinado hacia adelante, aquel que arrastra contra corriente la lenta balsa; y aquel que lleva y trae al pecho los flexibles remos, a la vez que los demás remeros, bate el agua con el impulso rítmico de sus brazos.” (Ovidio, Tristes, IV, 1, 5)

Camino de sirga, Arlés. Ilustración Jean-Claude Golvin

Para cruzar los ríos a falta de puentes su utilizarían las pequeñas barcas (lintres) o bien un servicio de ferry para ir de una orilla a otra, que cargaría una tarifa por su uso.

“¡Que la suerte sea propicia! Se ha decretado por el consejo municipal y la gente, a propuesta de los magistrados que a causa de no poder obtener una oferta aceptable para los derechos del ferry en el rio Limyra los ingresos han disminuido, nadie más puede encargarse del transporte en ferry bien desde el Thicket, o bien de la boca del puerto o desde Andriace, o tendrá que pagar al municipio 1,300 denarios por cada viaje, y el concesionario del ferry tendrá el derecho de una reclamación contra el barco y su equipamiento. Solo los barcos registrados y aquellos a los que el concesionario otorgue permiso cruzarán el rio, y este recibirá un cuarto de cada tarifa y carga.” (Concesión para ferry, Myra, Lycia siglo II ó III)

Mosaico de Pompeya. Museo Nacional de Gales, Reino Unido

Los ríos, junto a una climatología favorable, proporcionaban tierras productivas que permitían a los habitantes de sus riberas cultivarlas, comerciar con los productos obtenidos y prosperar en sus negocios. El poeta galorromano Ausonio ensalza el río Mosela por las viñas que crecen en sus orillas, la pesca que proporciona y las nobles villas que pueden apreciarse en su recorrido, surgidas por la riqueza que el río proporciona.

“¡Salve, río, renombrado por tus campos, renombrado por tus habitantes, a quien deben los belgas que sus murallas sean dignas del Imperio; río de vinosas colinas sembradas de Baco perfumado, de riberas herbosas sembradas, verdegueante río! Navegable como el mar, cual caudal de ondas que van descendiendo, semejante a un lago de profundo cristal, puedes igualarte a los arroyos con tu curso alegre, e incluso superar las fuentes heladas con tu líquida bebida: eres, tú sólo, fuente y arroyo y río y lago y mar que refluye en vaivén incesante… Ve ahora y une pulidos suelos de incrustaciones frigias, levantando un campo de mármol en los atrios artesonados: yo, por mi parte, desprecio lo que bienes y riquezas regalaron y admiro la obra de la naturaleza, donde la preocupación de los herederos y la pobreza bien llevada no se excede en despilfarros… No de otro modo, en los alegres vados del tranquilo Mosela, la hierba de variados colores descubre las piedrecillas mezcladas. Sin embargo, los peces juguetones, cual escurridizo enjambre, cansan con su incesante movimiento los ojos que les miran. Mas no han permitido conocer tantas clases de peces y su deslizar de costado (todos esos ejércitos remontan el río contra corriente), sus nombres, ni los vástagos todos del múltiple linaje, ni la ley divina ni aquel a quien tocaron en suerte el cuidado del lote segundo y la custodia del tridente marino.” (Ausonio, Mosela)

Río Mosela en Metz. Ilustración Jean-Claude Golvin

Cruzar el río podía ser una acción peligrosa que pusiese en riesgo la vida de los que se atrevían a hacerlo, especialmente cuando el río era excesivamente caudaloso, por causa de deshielos o tormentas imprevistas.

“Julia, hija de César [Augusto] y esposa de Agripa había llegado a Ilión de noche, en un momento en que el río Escamandro, se había desbordado por violentas tormentas; ella estuvo a punto de morir al tratar de cruzarlo con su séquito, pero los habitantes de Ilión no tuvieron noticia de esto. Agripa, furioso de ver que los habitantes de Ilión no se habían preocupado de salvarla, les impuso una multa de cien mil dracmas de plata. Ellos no sabían qué hacer, pues no habían previsto ni la tormenta ni la llegada de la hija de Augusto. Al no saber en qué términos hablarle a Agripa, se dirigieron a Nicolás, que se encontraba allí, rogándole que pidiera a Herodes que actuara como su defensor y protector. Nicolás demostró que era un hombre de gran corazón, y por el bien de esta gloriosa ciudad, presentó la petición al rey exponiéndole el caso de la siguiente manera: la cólera de Agripa contra los habitantes de Ilión no estaba justificada, ya que, por su lado, no se les había avisado de la llegada de su esposa a su ciudad y, por otro lado, de ningún modo podían haber visto su llegada por causa de la oscuridad de la noche. Por acabar: Herodes aceptó ser su protector, consiguió que se quitara la multa, indicándolo mediante una carta. Como entretanto los habitantes de Ilión estaban temerosos entre ellos y desesperados por que la causa se resolviera a su favor, Herodes confió la carta a Nicolás, que tomó un barco rumbo a Quíos y a Rodas, donde se encontraban sus hijos [de Herodes], pendiente de que, a su lado, acompañara a Agripa a Paflagonia. Nicolás hizo la travesía desde Amisos a Bizancio, desde donde alcanzó Ilión pasando por la Tróade, y transmitió la carta que perdonaba la deuda a los habitantes de Ilión; éstos le rindieron, a él mismo y todavía más al rey, los honores más altos.” (Autobiografía de Nicolás de Damasco, Jacoby §90 Fragmento 134)

Moisés salvado de las aguas, Pintura de Alma-Tadema

En la batalla del puente Milvio, por la que Constantino consiguió el poder para convertirse en emperador de Occidente, murió el emperador Majencio, posiblemente ahogado en el río Tíber, cuando el puente colapsó al no soportar el peso de los que huían a caballo.

“Constantino, al ver aquello, ordenó a los suyos que formasen. Cuando ambos ejércitos estuvieron uno frente a otro, flanco contra flanco, Constantino lanzó su caballería, que atacó imponiéndose a la caballería enemiga. Dada seguidamente la señal a la infantería, esta avanzó también en orden contra el enemigo. Se trabó enconada batalla en la que los mismos habitantes de Roma y los aliados de Italia, deseosos de hallar escapatoria a una amarga tiranía, vacilaron en exponerse, mientras que de los demás soldados un incontable número caía, pateados por los jinetes y liquidados por la infantería. En tanto que resistió la caballería, pudo subsistir alguna esperanza para Majencio. Pero cuando los jinetes cedieron, se dio a la fuga con los que quedaron, precipitándose por el puente tendido sobre el río hacia la ciudad. Y como las maderas no pudieron soportar el peso y se quebraron, el mismo Majencio fue arrastrado por el río junto a muchos otros.” (Zósimo, Nueva Historia, II, 16)

Batalla sobre un puente. Ilustración Peter Conelly

Algunos pueblos de la antigüedad mantuvieron la costumbre de enterrar a su rey de forma ritual en el lecho del río junto a su tesoro, como debió ocurrir en el caso del visigodo Alarico.

“Es [Alarico] muy llorado por los suyos que le tributan un gran afecto. Desvían el curso del río Busento, junto a la ciudad de Cosenza (pues este río corre desde el pie del monte hasta la ciudad con sus saludables aguas) y reúnen un grupo de prisioneros para que caven una tumba en medio del cauce del río. En el interior de este hoyo entierran a Alarico con muchas riquezas, vuelven a conducir de nuevo las aguas a su cauce y matan a todos los enterradores para que nadie pueda encontrar nunca el lugar.” (Jordanes, Gestas de los godos, 158)

Entierro de Alarico, Ilustración de Heinrich Leutemann



Bibliografía

El viaje de Julia Augusta a Ilión el año 14 a. C., según la Autobiografía de Nicolás de Damasco (Jacoby §90 fr 134), Sabino Perea Yébenes
Augusto y los puentes: Ingeniería y Religión, Santiago Montero Herrero
César y la sacralidad de las aguas, Santiago Montero Herrero
El encuentro en el río: religión y diplomacia en Roma, Santiago Montero Herrero
Ingeniería hidráulica y religión en el Imperio Romano: Trajano y la construcción de canales, Santiago Montero Herrero
La exhibición de los ríos en la ceremonia del triunfo romano, Santiago Montero Herrero
El tráfico en el Guadalquivir y el transporte de las ánforas, Genaro Chic García
Iconografía de las personificaciones fluviales en la musivaria romana: el caso del Eurotas, Andrea Gómez Mayordomo
Los dioses soberanos y los ríos en la religión indígena de la Hispania indoeuropea, Juan Carlos Olivares Pedreño
River battles in Greek and Roman epic, Thomas Biggs
Fluid Identities: Poetry and the Navigation of Mixed Ethnicities in Late Antique Gaul, Ellen F. Arnold
A Roman River and a Roman poet, A. Tattersall
Rivers and the geography of power, Nicholas Purcell



Ad thermas, gestión de las termas en la antigua Roma

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Termas de Pompeya, ilustración de Marc Henniquiau

Durante la República eran los ediles los encargados de la supervisión de la gestión de las termas públicas (thermae publicae), la cual recaía sobre un gerente (conductor), que se encargaba de la gestión económica y administrativa, de la limpieza, de controlar la temperatura y mantener el orden, por lo que recibía un salario público.

"Pero, oh dioses, ¿cuánto ayudaría entrar en aquellos baños oscuros, decorados con estucos vulgares, si supieras que te había calentado el agua con su propia mano Catón, o Fabio Máximo, o alguno de los Cornelios cuando eran ediles? Pues estos nobilísimos ediles cumplían con su obligación de entrar en estos lugares que acogían al pueblo, y exigían limpieza y una temperatura del agua y del ambiente útil y saludable, no como la de ahora que es semejante a un incendio, de tal forma que parece la más apropiada para lavar vivo a un esclavo convicto de algún delito. Me parece que ya no se ve la diferencia entre un baño ardiente o caliente." (Séneca, Epístolas, 86)

El conductor tenía a su cargo varios trabajadores, generalmente siervos especializados en ciertas labores, como el balneator, jefe responsable del baño, el fornacator que controlaba la temperatura de los hornos para el calentamiento correcto del agua, el tractator que era el encargado de los masajes corporales, el unctor que aplicaba aceites y perfumes, el destrictarius que lavaba y frotaba a los clientes, el alipius que depilaba a los bañistas, el capsarius que custodiaba las ropas en el interior de las termas, además del exercitator o entrenador en la palestra y el medicus que asistía a los enfermos o accidentados.

"Siempre que se trata de algún bañista indolente, al que le basta la fricción ordinaria, oigo el chasquido de la mano al sacudir la espalda, de un tono diferente conforme se aplique a superficies planas o cóncavas." (Séneca, Epístolas, 56)


Ilustración Castleford Museum, Wakefield, Inglaterra

Las termas públicas abrían normalmente por la mañana con la primera luz diurna, aunque hasta casi al mediodía las estancias no estarían bien caldeadas, y cerraban al anochecer. El baño como rito social ocupaba gran parte de la tarde y la hora octava (a partir de las 2) parece haber sido el momento ideal para su inicio.

"Le anuncian sus devotos a la ternera de Faros la hora octava y la cohorte de lanceros ya se retira y recibe el relevo. Esta hora templa las termas, la anterior exhala excesivos vapores y la sexta da calor en las desmesuradas termas de Nerón."(Marcial, Epigramas, X, 48)

Como el día romano se dividía en 12 horas desde el amanecer hasta el anochecer, siendo la hora sexta el mediodía, la longitud de las horas y el tiempo para bañarse variaba de una estación a otra. Como los bañistas podían pasar horas en las termas, en los días cortos de invierno se necesitaría luz artificial, que aportarían las lámparas de aceite.

"Hizo además una donación de aceite para iluminar las termas, siendo así que hasta entonces no se abrían antes de la aurora y se cerraban antes de la puesta del sol."(Historia Augusta, Alejandro Severo, 24)

Termas de Caracalla, Ilustración de Ken Broeders

Cuando el número de baños públicos creció y la gestión de cada uno de ellos se hizo más complicada, el Estado podía optar por arrendar la instalación a un empresario encargado de su explotación, quien debía responsabilizarse del personal, encargarse de suministros y mantenimiento, pero también de la moral y la higiene. Al finalizar el contrato debía devolver el equipamiento, limpiar la caldera y justificar el empleo de la leña para el calentamiento de la instalación y del agua.

"El arrendatario de los baños, o su socio, debe calentar los baños cada día enteramente a su costa, de acuerdo a su contrato de arrendamiento, hasta el día antes de las primeras calendas de Julio, y tenerlos listos para el uso de las mujeres desde el amanecer hasta la hora séptima y de los hombres desde la hora octava hasta la segunda hora de la noche, de acuerdo con la decisión del procurator de las minas. Debe proporcionar agua en contenedores calentados desde abajo hasta arriba del todo y verterla apropiadamente en las piletas, tanto de los hombres como de las mujeres. El arrendatario debe cobrar medio as de bronce a cada hombre y un as de bronce a cada mujer." (CIL 2, 5181= ILS 6891, Vipasca, Hispania Lusitania, II d. C.)

Ilustración de la casa romana y termas de Billinsgate, Inglaterra

A continuación se puede ver un contrato para el arrendamiento por tres años de un edificio termal y un contenedor de paja anexo en una propiedad de dos caballeros romanos en las cercanías de Theogonis (Egipto); el arrendador, Herakleides, hijo de Isidoros, el administrador de la finca, asume el pago de los impuestos de los baños, por otro lado, los arrendatarios, Diodoros, hijo de Euphranor, y Patynis, el joven, hijo de Philon, deben pagar una renta de 265 artabas de trigo, además de los gastos de mantenimiento de los baños.

"Herakleides … ha arrendado a Diodoros … y Patynis …, los baños que pertenecen a la finca en el pueblo de Theogonis, en los que hay tres recipientes de bronce, y el contenedor de paja que hay junto al baño, que tiene paja. Este alquiler es por tres años desde el año veintiuno de Tiberio César Augusto, con la condición de que dichos arrendatarios harán funcionar los baños cada mes en días alternos y durante los festivales, suministrarán suficiente paja y trabajadores, además de otros requisitos, pagando una renta de 265 artabas de trigo nuevo y limpio…." (Papiro Michigan. 312)



Las pequeñas poblaciones tendrían uno o varios establecimientos termales en los que la gestión sería privada (balnea meritoria), que proporcionarían servicio a sus propios habitantes y a los residentes de las villas de su entorno.

"Las necesidades de un hombre sencillo pueden ser igualmente satisfechas por una pequeña aldea de la que tan solo nos separa una villa. En ella hay tres baños de pago, que suponen una gran comodidad, si una súbita llegada o una estancia demasiado breve te disuade de calentar el baño en tu casa." (Plinio, Epístolas, II, 17, 26)

Ilustración de un laconicum, Bath, Inglaterra

La construcción de unas termas nuevas podía ser costeada por un particular, algún ciudadano notable o con cargo municipal que desease ser recordado u honrado por sus conciudadanos o promocionarse socialmente gracias a su riqueza y liberalidad. En tal caso el evergeta recurriría a los servicios de un arquitecto y escogería el modelo constructivo que más se asemejara a sus deseos.

"Recuerdo que en cierta ocasión Celsino Julio el númida y yo fuimos a visitar a Comelio Frontón, que padecía un doloroso ataque de gota. Y, nada más ser introducidos, lo encontramos recostado en una tumbona griega y a su alrededor, sentados, muchos hombres célebres por su sabiduría, por su linaje o por su fortuna. Estaban presentes numerosos obreros contratados para la construcción de unos nuevos baños que mostraban diferentes bocetos diseñados en pergaminos. Tras elegir uno de los modelos diseñados, preguntó cuánto dinero costaría la realización de la obra completa, y, al decirle el arquitecto que le parecían necesarios unos trescientos mil sestercios, uno de los amigos de Frontón comentó: `Y otros cincuenta mil, poco más o menos´." (Aulo Gelio, Noches Áticas, XIX, 10, 1-4)



Los baños públicos municipales podían obtener ingresos de cuatro maneras distintas: el cobro de una entrada, donaciones privadas, subvenciones públicas y por el uso de tierras públicas.

En los baños normalmente se pagaba una tarifa de entrada, llamada balneaticum en algunos sitios. Algunos grupos de personas, en ocasiones, estaban exentos de pagar, y algunos individuos podían ser recompensados con baños gratis. Proporcionar baños gratis para ciertos grupos de la sociedad durante cierto tiempo, como periodos electorales o festivales, se convirtió en una forma popular de donación por parte de algunos ricos benefactores, que incluían ciudadanos particulares, administraciones públicas y el propio emperador.

Otra fuente de ingresos era el arrendamiento de puestos de comida u otras mercancías como atestigua el ejemplo del complejo termal de Zeuxippos en Constantinopla, en el que el emperador da instrucciones para que los pórticos se alquilen con el fin de obtener ingresos adicionales.

"El emperador Teodosio Augusto a Severino, prefecto de la ciudad,
Como se ha informado que muchas casas con sus tiendas están en los pórticos de Zeuxippus, ordenamos que los ingresos de dichos lugares, en la cantidad fijada oportunamente, se dedicará sin exención a la instalación de alumbrado y reparación del edificio y cubiertas de estos baños de esta ciudad imperial."
[9 de enero de 424](Código Teodosiano, XV, 1, 52)

Edificio termal en la Galia, Ilustración Jean-Claude Golvin

Entre las donaciones que se hacían a los baños podían especificarse sumas de dinero, provisiones de aceite, agua o combustible. En una inscripción de Miseno, hecha por un antiguo duunviro, se indica su donación de 400 cargas de carreta con madera con destino a los baños.

"A Tito Flavio Avito,
Forense duunviro quinquenal, que desempeñó en dos ocasiones y de nuevo todos los cargos, que proveyó carros en número de cuatrocientos con madera dura para aseo de los baños públicos con la consideración de privilegio perpetuo, (y que lo hizo) de forma que los magistrados, por su parte, en los años sucesivos, se lo transfiriesen al hijo de Tito Flavio Avito, varón egregio y patrono de la colonia. Los senadores y el pueblo de Miseno."

Termas en la Galia, Ilustración Jean-Claude Golvin

Otra forma de compensar los gastos de mantenimiento de los baños era con la contribución de lo que en parte occidental del imperio se llamó 
munus y en la oriental liturgia, que consistía en un sistema de deber social por el que se esperaba que los individuos contribuyesen con labores físicas o económicas en su municipio, dependiendo de su estatus.

“Supimos entonces de un tal Kriseros, un banquero dueño de una gran fortuna, quien con grandes artimañas ocultaba sus riquezas por miedo a los deberes y a los munera públicos.” (Apuleyo, El asno de oro, IV, 9)

La compra de combustible para los baños municipales como 
munus estaba reservada a las élites locales. Se esperaba que los ciudadanos también ayudasen a su ciudad, pero no siempre debía ser con dinero, sino con trabajo (munus personale), como podía ser ayudar a calentar los baños.

"Después, en un momento en que le estaba hablando con la intención de socorrer la orfandad, la pobreza y la juventud de un discípulo mío; que tenía la obligación de mantener los fuegos en los baños públicos, le descubrió su ira y, revolviendo los ojos y frotándose la nariz con la mano, prorrumpió en grandes gritos y me dijo: ¡Déjame gobernar!, cosa que ahora, desde luego, no haces." (Libanio, Autobiografía, 272)

Horno galorromano. Sciencephoto Library

Como las solicitudes de exoneración de estos deberes públicos eran una práctica habitual, muchos de los consejeros municipales podían acumular varias tareas al mismo tiempo.

"Incluso hay ciudades en las que la misma persona tiene el cometido de recaudar los impuestos, se hace cargo de los baños y, al mismo tiempo, los atiende. ¿Qué significa este enigma? Se ocupa de los baños porque ejerce la prestación de la leña y, a la vez, cogiendo la hidria, el encargado de la liturgia se transforma en bañero. Y si uno le pide agua caliente y otro fría, él, como no se puede dividir en dos, tiene que soportar la ira de ambos." (Libanio, Discursos, II, 34)

Interior de unos baños. Sciencephoto Library

Igual de importante que la construcción de unas nuevas termas era asegurarse su viabilidad a largo plazo. El mantenimiento de los baños, especialmente los erigidos por los emperadores, supuso un reto significativo debido a su tamaño y su dependencia de gran cantidad de agua y combustible. Por ello, al llegar el siglo IV d.C. muchos habían sido abandonados debido a la crisis social y económica del siglo III d.C., que provocó su reducción de tamaño a causa de la incertidumbre sobre el suministro de combustible, los desorbitados costes para calentarlos y las restricciones sobre el uso del agua por el deterioro de los acueductos que no siempre eran rehabilitados, lo que hizo que muchas ciudades no pudieran mantenerlos para su uso original y algunos acabaran transformándose en edificios dedicados a otros usos, como iglesias o industrias.

"Y aunque veían que el acueducto de la ciudad se había roto y que sólo conducía a la ciudad una pequeña cantidad de agua, no prestaban atención al problema y no estaban dispuestos a gastar en él ni la más pequeña suma, pese a que constantemente se formaban grandes aglomeraciones de gente junto a las fuentes y todos los baños se habían cerrado." (Procopio, Historia secreta, XXVI, 23)

Acueducto de Tarragona, foto Samuel López

Mientras que los baños públicos que habían sido construidos por orden de los emperadores y que mostraban grandiosidad y lujo fueron cayendo en desuso durante el bajo Imperio, algunos ciudadanos particulares invirtieron en baños privados, más pequeños y no tan suntuosos, aprovechando la abundancia de agua en ciertas ciudades.

"Cada uno de los baños públicos vierte el caudal de un río y, entre los privados, unos dispensan cantidades análogas a los anteriores y otros no muy inferiores. Todo aquel que tiene posibles para construir un baño al lado de los ya existentes, lo levanta confiadamente gracias a los manantiales que hay, y no teme que la obra sea llevada hasta su terminación más perfecta y, por culpa de su carencia de ninfas, reciba el apodo de «la muy sedienta». Muy al contrario, tanto dista de renunciar a su empresa por escasez de agua que la misma abundancia hace cambiar de opinión hasta a quien no tiene mucha iniciativa. Por ese motivo, cualquier barrio de la ciudad se vanagloria de construcciones privadas de baños que son demasiado numerosas como para poderlas nombrar. Éstos son tanto más hermosos que los públicos, cuanto más pequeños que aquéllos. Y grande es la contienda que sostienen los habitantes de cada barrio sobre la cuestión de en cuál se encuentra el más bello." (Libanio, Discurso, 11, 244-5)

En las termas, pintura de Emilio Vasarri

Sin embargo, algunas termas ya existentes desde el alto Imperio se transformaron entre los siglos IV y VI en unas instalaciones conocidas como baños de verano, solo utilizadas durante los meses más cálidos del año, pero que representaban varios aspectos de resistencia, en cuanto a la arquitectura, porque a pesar de su decadencia, estaban suficientemente intactos como para ser restaurados y mantener su sostenibilidad ahorrando energía, y por lo que respecta a la práctica del baño permitió su continuidad como costumbre inherente a la cultura romana hasta los primeros siglos del imperio bizantino.

Para acometer esta empresa sería necesario recurrir a los recursos que podían aportar cada una de las ciudades que se proponían recuperar los baños, siendo necesario destinar parte de los impuestos recaudados.

"Deben tenerse en cuenta los tributos públicos y hay que confrontar la renovación de los baños de verano con los recursos de la comunidad, para que si algo sobra de los demás desembolsos se consagre a los gastos de la obra; también debe darse un plazo más largo a la renovación, para que una reparación precipitada no le quite algo de solidez." (Símaco, Cartas, IX, 136)

Termas romanas de Fordongiano, Cerdeña. Foto Samuel López

Los nuevos complejos termales se situaron cercanos al centro de la ciudad y se buscó la mejor orientación para aprovechar la buena climatología. Se realizó una nueva configuración espacial para maximizar su eficiencia y asegurar su uso a largo plazo. Mantener estos baños cerrados en los meses más fríos permitió a las ciudades ahorrar en recursos naturales y asegurar la viabilidad de su uso en los meses con temperaturas suaves. Baños de invierno continuaron también en uso, pero reduciendo su tamaño y espacios a calentar y con menor afluencia de bañistas.

"Y, ¿a quién no agradarían los baños? Algunos adaptados al invierno, otros para el verano, algunos protegidos de la violencia del viento, otros como si estuvieran colgados en el aire y sin tocar la tierra…" (Libanio, Discurso 11)

Baños romanos de Cheapside, Londres

Además de una adecuada planificación arquitectónica para aprovechar los recursos de manera más eficiente la restauración y reconversión de las termas necesitó una cuantiosa inversión por patronazgo por la que los notables de la ciudad con suficientes medios, que habían salidos de una difícil etapa con hambrunas, plagas, catástrofes naturales y revueltas sociales, estaban deseando emular a los patrones del Alto Imperio que costearon la construcción de baños para sus conciudadanos o al menos contribuyeron a su mantenimiento y esplendor, mostrando su apoyo a la sostenibilidad de los baños. Al igual que ellos deseaban reconocimiento y prestigio social como también la continuidad de la tradición del baño como manifestación de su romanidad.

"A la buena Fortuna. El muy excelente Rhodopaios, amante de su patria y defensor de la gente, que propició el generoso regalo de los baños olímpicos de verano, que proporcionó trigo, que renovó los placeres que se habían olvidado, el benefactor que nunca debería ser olvidado, ha sido honrado de forma pública y privada por la ciudad con una estatua por tercera vez." (Baños de Adriano, Afrodisias, 542 d.C.)

Baños de Adriano, Afrodisias, Turquía. Foto  Samuel López

Algunas inscripciones de agradecimiento muestran las reparaciones llevadas a cabo, y mencionan la inversión hecha en decoración, lo que indica que el patrocinio no tenía solo un objetivo funcional y utilitario, sino que buscaba continuar la tradición imperial de emplear el lujo para que los disfrutasen los residentes de la ciudad.

"[?], funcionario de la ciudad, entre sus otras donaciones con las que ha favorecido a la ciudad junto a los otros funcionarios y todo el pueblo, restauró y dedicó la piscina y la cella soliaris, que estaban deterioradas con muchos agujeros, por lo que se veían los pavimentos por debajo y, también evitaban la retención del calor; y, llevado por su escrupulosa consideración por lo sagrado por el confort de los ciudadanos romanos, introdujo mármoles de diferentes tipos." [(ILAlg 1 2102) Grandes Baños de Madauros, 366/7]

Sala de las Termas del Foro, Ostia, Italia. Foto Samuel López

Algunos propietarios de una 
domus o villa que estuviera dotada de baños privados podían conceder acceso a estos a determinados grupos de personas con las que el dueño tuviera afinidad, por ejemplo, por pertenecer a la misma asociación, o por tener una relación de patrono-cliente. Si además se abrían los baños a un entorno más amplio como podían ser los habitantes de la población donde se ubicaban, no siendo en este caso la motivación económica, la intención sería obtener prestigio social y establecer relaciones políticas o comerciales que podían ser de utilidad en el futuro. A finales del imperio, había gran competencia entre ciudadanos adinerados por obtener un cargo público, y convertir sus propios baños en semi-públicos, podía ayudar en la carrera política del propietario. Cuanto más ostentosos y mejor equipados estuvieran dichos baños, más respetable aparecería su dueño ante los ojos de sus conciudadanos.

En el Digesto aparece la siguiente provisión en un codicilo:

"Que se permita que los baños Julianos, que están anejos a mi casa, sean de uso gratuito para los ciudadanos de Tibur y Scitis, a los que estoy muy unido, de tal manera que puedan bañarse ahí públicamente, a costa y bajo la supervisión de mis herederos, durante seis meses al año."(Digesto, XXXII, 35, 3)

Termas de la villa de Lullingston, Inglaterra. Ilustración de Peter Dunn

Aunque los baños eran lugares destinados al disfrute, había que tomar medidas para la seguridad de los bañistas, porque existían peligros a tener en cuenta, como los robos de pertenencias personales, riesgo de resbalar y caer en el suelo mojado, derrumbe de paredes o techos, quemaduras por agua caliente, transmisión de enfermedades, e incluso riego de morir ahogado.

"Al rey Ptolomeo, saludos de Philista, hija de Lysias, residente en Tricomia.

He sido perjudicada por Petechon, porque mientras me bañaba en los baños de dicha villa el día 7 del mes Tubi del año 1, salí a enjabonarme, y él que estaba en la rotonda de las mujeres trajo las jarras de agua caliente y cuando vació una sobre mí, me escaldó en el vientre y en el muslo izquierdo hasta la rodilla, de forma que mi vida estuvo en peligro. Al encontrarlo lo puse bajo la custodia de Nechthosiris , el jefe de policía de la villa en presencia de Simón el epistates. Te ruego, rey, si te place, como suplicante de tu favor, que ordenes a Diophanes el estratego que escriba a Nechthosiris y Simón para que traigan a Petechon ante él y que pueda investigar el caso … y yo pueda obtener justicia."
(Papiro Enteuxis, 82, año 220 a.C.)

Izda. Pintura de Alma-Tadema. Drcha. Pintura de Willem Geets



Bibliografía

Some Aspects of Public Baths in Ptolemaic and Roman Egypt, Hussein M. A. Youssef
Public and Private Bathing in Late Antique North Africa. Changing Habits in a Changing Society?, Sadi Maréchal
Thermal Sustainability: Renovation of Imperial Thermae in Late Antiquity, Allyson McDavid
The Fuel Economy of Public Bathhouses in the Roman Empire, Michael Mietz
Baths and Bathing in Late Antiquity; Michal Zytka
Los baños en Bizancio: Arquitectura, medicina y literatura. Penélope Stavrianopulu Boyatzi
Las termas romanas, establecimientos precursores de los actuales centros acuáticos de ocio, Concepción E. Tuero del Prado

Divina musica, música y cultos en la antigua Roma

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Mosaico de Dioniso, Museo Romano-Germánico, Colonia. Fotos Carole Raddato

 “Reuniéronse las gentes entonando cánticos de celebración nocturna en honor de Baco. Los tambores retumbaron con el baile de inspiración divina, repicaron los tirsos y relucieron las antorchas. Los ciudadanos reunidos ungieron sus mejillas con el blanco yeso de los misterios. Los címbalos retumbaron y bramó el sordo fragor del doble bronce al ser golpeado. Tiñéronse de rojo los altares a causa de hileras de toros sacrificados uno tras otro e innumerables ovejas fueron inmoladas. Los hombres aplacaron a Baco en el altar ardiente y las mujeres le suplicaron. Resonó la voz femenina en una melodía que volaba por los aires alternando una procesión revivificante. Y las mujeres ináquidas y las ménades arrojaron a los vientos la locura que roba el sentido.” (Nono, Dionisiacas, XLVII)

La estimulación de los sentidos era una parte fundamental en los actos celebrados por las religiones en el mundo antiguo. Las percepciones sensoriales contribuían a establecer y reforzar la comunicación de los creyentes con los dioses, construyendo un puente entre el mundo tangible de los humanos y la esfera invisible de lo divino. Los estímulos sensoriales creaban además un vínculo afectivo entre los creyentes que participaban en las ceremonias religiosas al participar de una experiencia común que los unía a pesar de sus diferencias en género, edad, estatus social o función en la práctica religiosa.

Fresco del Teatro de Herculano, Italia. Foto Carole Raddato

A todas las divinidades creadoras se les pueden atribuir algún instrumento musical, puesto que todas las vibraciones, incluyendo el sonido, son poderosas fuerzas creadoras. Los creyentes de distintas religiones usaban los instrumentos musicales con el propósito de agradar a sus dioses e invocar su favor para que les ayudaran en su vida diaria. Los filósofos griegos atribuían ciertas cualidades a los instrumentos musicales y a la música que producían, que los conectaban a los dioses. Consideraban que la música de instrumentos de cuerda era armoniosa y elevaba el alma a las esferas celestiales, mientras que la de los instrumentos de viento y percusión creaban un ritmo frenético que llevaba al éxtasis, e incluso a la locura, liberando los más bajos instintos, conduciendo el alma a las esferas inferiores.

“Las gentes que veneran la región sublunar —que está repleta de vientos y es de constitución húmeda, pero que obtiene su energía de la vida etérea— utilizan para hacerla propicia ambos tipos de instrumentos, de viento y de cuerda; pero los que han honrado la región pura y etérea han rechazado todo instrumento de viento por contaminar el alma y arrastrarla hacia abajo, hacia las cosas de este mundo, y han cantado sus himnos y celebrado sus cultos solamente con la lira y la cítara, en tanto que instrumentos más puros.” (Arístides Quitiliano, Sobre la Música, II, 92)

Fresco de Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles

Los instrumentos de percusión sonaban en rituales o festivales dedicadas a divinidades asociadas con la vegetación, la fertilidad, la maternidad y también con las de carácter ctónico, deidades del inframundo que garantizaban los ciclos anuales de la naturaleza.

AFRODITA.— Eros, hijo mío; fíjate bien qué clase de faenas estás haciendo. Y no me refiero a las que induces a hacer a los hombres contra sí mismos o unos a otros, sino a las del cielo, que nos muestras a Zeus de mil formas diferentes, transformándolo en lo que se te antoja, según la ocasión; y a Selene la haces bajar del cielo y a Helios le obligas en ocasiones a racanear en casa de Clímene olvidándose de sus labores de auriga.
Y tan campante actúas cuando te atreves a tomarme el pelo a mí, tu madre. Pero tú, caradura redomado, lograste convencer a la propia Rea, anciana y madre de dioses tan importantes, de que se enamorara de muchachos y de desear al jovencito frigio aquel.
Y ahora, enloquecida por ti, ha uncido al carro los leones, y ha tomado como compañeros a los coribantes, que están locos también, y van deambulando por el Ida arriba y abajo, la una dando alaridos por Atis y los coribantes, el uno se corta el codo con un puñal, el otro se suelta la melena y se lanza enloquecido por las montañas; el tercero toca un cuerno a modo de flauta; el cuarto golpea el tambor o toca los platillos; en resumen, todo es alboroto y locura en el Ida. Conque temo, yo que te engendré a ti, semejante calamidad, temo, digo, no sea que Rea en un ataque de locura o, más bien aún, en sus propios cabales, ordene a los coribantes que te apresen y te descuarticen o te echen a los leones; eso es justamente lo que temo al verte expuesto a riesgos de esa índole.”
(Luciano, Diálogo de dioses, 20)

Procesión de Cibeles, Pompeya

La música jugaba un papel esencial en las procesiones y rituales en honor de Cibeles (Magna Mater), ya que proporcionaba un marco sonoro para los actos y generaba un lazo de identidad entre los participantes mediante la reproducción de ciertos acordes ya conocidos, que ayudaba a hacer posible la experiencia individual y colectiva de un encuentro místico con los dioses.

Entre los elementos que describen la llegada de Cibeles a Roma destaca la importancia que se da a los instrumentos musicales en el cortejo que acompañaba a la diosa cuando esta entró ceremoniosamente en Roma y desfiló por sus calles.

“Tras recibir, de rodillas y con las manos alzadas, a la divinidad, después de su larga travesía por mar, se puso en pie y trajo la nave hacia la rumorosa desembocadura del toscano Tiber; acudieron luego manos de mujeres para arrastrar con maromas la elevada nave por el río. Resonaba por los alrededores el hondo tintineo del bronce, con el que competían al unísono los roncos golpes de ruidosos tambores y el coro de eunucos que habitan en las dos cimas del casto Díndimo, que danzan presos del furor báquico en la cueva de Dicté y conocen a la perfección las cumbres del Ida y sus silenciosos bosques.” (Silio Itálico, Púnica, XVII, 15)

Las representaciones de la diosa en la Grecia clásica aportan información de la presencia del componente musical en la celebración de su culto y ritos. Desde el origen de su culto la estimulación del sentido auditivo a través de la música era una forma de generar un encuentro entre el creyente y la diosa por la cual los participantes de los ritos alcanzaban un estado alterado de conciencia, necesario para intensificar dicha experiencia.

Procesión de Cibeles, Escuela Francesa. Colección privada

Hacia el año 500 a.C., la iconografía de la diosa la mostraba sentada y sosteniendo un pandero en sus manos y acompañada por uno o dos leones. Este instrumento de percusión, junto a la flauta frigia y los címbalos no eran un mero acompañamiento festivo de los actos religiosos, sino más bien un medio para transmitir ciertas emociones.

"Sobre el Díndimo monte de Cibeles
y por su tierno Atis
los frigios lanzan frenético lamento
y por las laderas del Tmolo
al son del corno frigio
los lidios gritan su canto festivo;
y golpeando con furia al ritmo cretense
sus panderos, a gritos entonan
un canto ritual los Coribantes.”
(Luciano, Podagra)

Estela de Cibeles con pandero. 

El efecto del sonido producido por el pandero usado en el culto a Cibeles puede interpretarse como la evocación de los sonidos que proceden de dentro de la tierra, a la que la diosa está íntimamente vinculada, mientras que los címbalos y las flautas permitían disfrutar del éxtasis a aquellos que alababan a la diosa.

“Deja que el cielo de tres vueltas sobre su eje incesante, deja que Titán unza tres veces y tres veces desunza los caballos: al instante sonará la flauta berecintia de tubos retorcidos y será el Festival de la Madre del Ida. Se echarán a caminar unos afeminados y golpearán los huecos tambores, y los bronces, golpeados por bronces, emitirán su timbre. La diosa será llevada a horcajadas sobre el blando cuello de la comitiva por las calles del centro de la ciudad, recibiendo hurras. Resuena la escena y los juegos nos llaman. Mirad el espectáculo, quirites, y que los foros litigantes se hallen libres de sus contiendas. Me gustaría informarme de muchas cosas, pero el sonido del agudo bronce me aterra, y el loto encorvado con su sonido escalofriante. «Dame, diosa, a quien preguntar». Cibeles vio a sus instruidas nietas y les encargó dispensarme esta atención. «Acordaos del encargo y reveladme, criaturas del Helicón, por qué la gran diosa se regocija con el persistente sonido».” (Ovidio, Fastos, IV, 180)

Museo Metropolitan, Nueva York

La importancia de los instrumentos musicales en las ceremonias relacionadas con la diosa puede verse en que había devotos del culto especializados en tocar un instrumento en particular, especialmente entre libertos y mujeres.

"Gaius Julius Spiculus, sacerdote de la Gran Madre de los dioses y de Esculapio lo mandó hacer para él y para su esposa Ulpia Metropolis, instrumentista pública de los panderos (tympanistria publica), y para sus hijos y nietos." (IPOstie-A, 142, Portus, Italia)

Estatuilla de Tanagra

Las fuentes iconográficas y epigráficas muestran que en el rito del taurobolium, sacrificio del toro, junto a los instrumentos necesarios para su ejecución, como cuchillos o patera, aparecen los instrumentos musicales mencionados en relación con la diosa.

“Por la salud del emperador Septimio Severo y Antonino César, y de Julia Augusta, madre de los campamentos y de toda su divina casa y por el bienestar de la ciudad de Lugdunum (Lyon), Septicia Valeriana y Optatia Siora realizaron un taurobolium por la promesa de su voto, siendo sacerdote Aelius Anthus, sacerdotisa Aemilia Secundilla, Flavius Restitutus, el flautista y Vireius Hermetio el asistente para el sacrificio.” (CIL 13, 1754)

Altar de taurobolium, Museo de Die, Francia

En los monumentos funerarios que conmemoran a los sacerdotes encargados del culto a la diosa, los archigalli, de nuevo pueden verse los tres instrumentos musicales junto a otros objetos propios de su función.

"Rea, mi madre, que crías los frigios leones,
cuyo monte Díndimo pisa tanto iniciado,
a ti, renunciando del bronce al delirio y al ruido,
el eunuco Alexis de su éxtasis ofrenda
los estímulos, címbalo agudo y clamor de las graves
flautas que encorva el cuerno sinuoso de un novillo,
tamboriles sonoros, cuchillos de sangre manchados
y los rubios cabellos que antaño sacudía.
Benigna, señora, al que fuera frenético mozo
acoge y haz que, hoy viejo, cese en su ardor de entonces." 
(Antología Palatina, Anónimo, 733)

Relieve de sacerdote de Cibeles, Museos Capitolinos. Foto Daderot

Se sabe por las fuentes iconográficas y literarias de la Antigüedad que los panderos eran utilizados principalmente por mujeres en el antiguo Mediterráneo y el Oriente Próximo para acompañar la música de rituales interpretados para asegurar la fertilidad y la regeneración. El pandero (tympanum) es un instrumento rústico formado por uno o dos aros superpuestos hechos de madera o cerámica, cuyo vano está cubierto por uno de sus cantos o por los dos con piel muy lisa y estirada. Podía tener diferentes tamaños y sonajas o cascabeles a lo largo del aro. Se toca haciendo resbalar uno o más dedos por ella o golpeándola con ellos o con toda la mano.

“Resuenan tirantes panderos a las palmadas y rotundos platillos en derredor, amenaza el corno con su ronca melodía y la hueca flauta excita los ánimos con sus compases frigios, blanden como insignias de su violento arrebato armas capaces acaso de aterrorizar a las almas desconsideradas y a los corazones irreligiosos con el miedo ante el poder sagrado de la diosa." (Lucrecio, De Rerum Natura, II, 620)

Estela de Cibeles, Éfeso. Foto DHA

Los címbalos eran unos platillos de bronce con una concavidad interior y planos en los bordes, cuyos centros están perforados y atravesados por unas correas de cuero o unas cuerdas que sirven para sostenerlos. Podían ser címbalos o platillos sostenidos cada uno con una mano y que son a menudo representados en la iconografía relativa al culto a Dioniso en manos de las ménades.

"Címbalos" son ciertos platillos que, al ser golpeados, se tocan unos a otros y dan sonidos; estos címbalos se tocan en bailes y saltos y así los griegos les llaman címbalos balemáticos, porque acompañan a los bailes.” (Isidoro de Sevilla, Etimologías, II, 22, 11)

Ménade con címbalos, Villa de Cicerón. Pompeya.
Museo Arqueológico de Nápoles. Foto ArchaiOptix

Otros címbalos eran de menor tamaño y consistían en dos pares que se ajustaban cada uno a dos dedos de cada mano, el pulgar y el índice y producían el sonido al entrechocar entre sí a semejanza de las castañuelas españolas actuales. Un tercer tipo era el formado por dos platillos, cada uno unido a un mango de madera o metálico que se unían en un extremo en forma de pinza, y que parecen haber sido empleados tanto en ceremonias báquicas como en eventos sociales y civiles.

Mosaico de Stara Zagora, Bulgaria

Otra versión del uso de los címbalos es la de hacer sonar los platillos que llevaban en las manos con los que se portaban en los pies, por encima de los tobillos y que también se pueden ver en la iconografía dionisiaca.

“Los címbalos, al chocarse, dan sonido, lo da un tablado a los golpes de pies que saltan, los huecos tambores suenan con sus tensas espaldas; los sistros de Mareota provocan los ritos de Isis y no cesa el tintineo del bronce de Dodona, cuando los dóciles barreños, golpeados cadenciosamente por varas, responden con un sonido armonioso. Pero tú, como si habitaras mudo en Amidas de Ebalia o como si sellara tus labios Sigalión el egipcio, te callas, Paulino, obstinado.” (Ausonio, Epístolas, 26)

Ménade y sátiro. Museo de Madaba, Jordania

Los crótalos eran un instrumento procedente de Oriente y empleado en Egipto y Grecia que consistían en dos cañas hendidas o dos piezas ahuecadas de madera, hueso o metal, partidas por el medio, de modo que dando estos pedazos uno contra otro con diversos movimientos de los dedos, producían un ruido semejante al de una cigüeña con su pico. El sonido producido debía resultar estridente y en sus inicios podía tener un efecto ahuyentador del mal. Su uso parece constatarse en cultos de origen egipcio.

“Quienes se agitan al son de las flautas, de las arpas, de los coros, de las danzas, de los crótalos de los egipcios, o al son de las diversiones de este estilo, aturdidos al ritmo de címbalos y tambores, y ensordecidos por los instrumentos del error, se volverán totalmente insensatos, desordenados e ineptos. En efecto, una reunión de esta índole me parece, sin más, un teatro de embriaguez.” (Clemente, El Pedagogo, II, 4, 40)

Flautista tocando la tibia romana y joven haciendo sonar los crótalos griegos.
Museo de Bellas Artes, Boston, EEUU


En Roma los crótalos originarios parecen haber sido sustituidos con el tiempo por los mencionados címbalos en pinza.

La flauta doble (tibia) constaba de dos tubos de caña y se introdujo en Grecia desde las civilizaciones orientales de Mesopotamia, Siria y Egipto. Se tocaba en ocasiones como bodas, banquetes, funerales, competiciones deportivas, representaciones escénicas, batallas y celebraciones religiosas, por ejemplo, los festivales dedicados a los dioses. En Italia, los etruscos importaron el uso del aulos o flauta doble desde la región de Lidia y en Roma fue uno de los instrumentos de viento más utilizados en eventos religiosos y sacrificios.

“El poeta ofrece sacrificios: sean devotos los asistentes al sacrificio
y caiga herida una novilla ante mi altar.
Que la poesía de un romano rivalice con la hiedra de Filetas
y el ánfora proporcione agua de Cirene.
¡Dadme el suave costo y el honor de incienso embriagador
y dé tres vueltas alrededor del altar la cinta de lana!
Rociadme con agua clara y sobre el nuevo altar una flauta de marfil
libe un canto poético procedente de jarras frigias.”
(Propercio, Elegías, IV, 6)

Escena de sacrificio. Templo de Vespasiano, Pompeya

Una variante de origen frigio consistía en un tubo rectilíneo, mientras que el otro terminaba en una forma curva hacia arriba. En Roma se conocía como tibia Berecyntha y se empleaba principalmente en las ceremonias relacionadas con la diosa Cibeles, con Dioniso/Baco y en los ritos funerarios.

“Y todas las armas habrían sido suavizadas por el canto, pero un enorme griterío y la flauta berecintia de quebrado cuerno y los tímpanos y los aplausos y los alaridos báquicos interrumpieron con estruendo el sonido de la cítara.” (Ovidio, Metamorfosis, XI, 16)

Flauta berecintia. Museo Getty, Malibú, EEUU

Parte de las festividades llevadas a cabo en honor de la Magna Mater se asemejaban a las celebraciones hechas en honor de Baco o Dioniso, quien estaba vinculado a la diosa, porque según la mitología ésta le había introducido en los misterios durante su estancia en Frigia, tras curarle de la locura que la diosa Hera le había provocado.

“Dioniso, el hijo de Zeus y Sémele, que se hallaba en Cibelos de Frigia purificándose con Rea, iniciándose en las ceremonias religiosas y aprendiendo de la diosa todo lo que se necesitaba para ellas, recorrió toda la tierra y, hallando coros y honras, guiaba a todos los hombres.” (Eumelo, Fragmentos, 10)

Procesión de Dioniso, Museo de El Djem, Túnez

Tanto con la música como con el vino, el dios Dioniso ofrecía alegría y felicidad a los mortales. Su culto, posiblemente ya desde su organización en Frigia y Tracia, tuvo un carácter orgiástico, que se caracterizaba por el enthousiasmós -introducción del dios en la mente de sus adeptos— y la manifestación de este fenómeno sobrenatural a través de bailes frenéticos, al son de una música ensordecedora y de un ritmo excitante.

La tradición literaria y filosófica atribuye a la música dionisiaca la capacidad de perturbar las emociones humanas mediante ritmos convulsos y danzas desenfrenadas. Esta música causa tal estado de alteración psíquica que lleva a los devotos del dios a un estado de trance. El sonido de los instrumentos de cuerda ayudaba a alcanzar el éxtasis (la salida temporal de uno mismo), uno de los objetivos del rito báquico o dionisiaco, mientras que los instrumentos de percusión se relacionaban con el lado más salvaje de las celebraciones y facilitaban la liberación de los instintos más bajos.

“Éstas, entonces, alegres por doquier, con su mente borracha se enfurecían; evoé, gritaban las bacantes, evoé, sacudiendo sus cabezas. Unas agitaban sus tirsos de punta cubierta de hojas; otras arrojaban los miembros de un ternero descuartizado; otras se ceñían de serpientes enroscadas; otras veneraban sagrados objetos en cestos profundos, objetos que en vano desean conocer los profanos; otras con las palmas abiertas batían los tímpanos o sacaban del bronce redondeado agudos chirridos; muchas soplaban cuernos que producían roncos zumbidos y la bárbara flauta resonaba con terrible canto.” (Catulo, Poemas, 64, 251)

Ya desde el siglo VI la cerámica griega muestra a sus míticos seguidores, los sátiros y las ninfas bailando y tocando instrumentos musicales. Sus ritos se acompañaban de la música de la flauta doble, la flauta de Pan, los címbalos y el pandero o pandereta.

Detalle de mosaico, villa romana de Noheda, Cuenca, España

El culto a Isis constituye uno de tantos cultos orientales (no oficiales), también conocidos como cultos mistéricos o de salvación, que se implantaron entre los romanos y que gozaron de un éxito extraordinario entre la población. Los cultos orientales permitían a sus adeptos participar de forma activa: el fiel alcanzaba su unión personal con la divinidad mediante liturgias regulares, acompañadas de atractivos y exóticos rituales en los que la música y la danza adquirían una especial relevancia.

"Entre estas diversiones y algaradas populares de libre organización, ahora emprendía la marcha la verdadera procesión de la diosa protectora. Unas mujeres con vistosas vestiduras blancas, con alegres y variados atributos simbólicos, llenas de floridas coronas primaverales, iban caminando y sacando de su seno pétalos para cubrir el suelo que pisaba la sagrada comitiva. Otras llevaban a su espalda unos brillantes espejos vueltos hacia atrás: en ellos la diosa en marcha podía contemplar de frente la devota multitud que seguía sus pasos. Algunas llevaban peines de marfil y con gestos de sus brazos y de los dedos parecían arreglar y peinar a su reina. Entre ellas las había que, como si gota a gota perfumaran a la diosa con bálsamo y otras materias olorosas, inundaban de aromas las calles. Además, una gran multitud de ambos sexos llevaban lámparas, antorchas, cirios y toda clase de luces artificiales para atraerse las bendiciones de la madre de los astros que brillan en el cielo. Seguía, en deliciosa armonía, un conjunto de caramillos y flautas que tocaban las más dulces melodías. Detrás venía un coro encantador, integrado por la flor de la juventud con su traje de gala, tan blanco como la nieve: iban repitiendo un himno precioso, letra y música de un poeta mimado por las Musas: la letra contenía ya como una introducción a los votos más solemnes. Formaban en el cortejo los flautistas consagrados al gran Serapis, que con su instrumento lateralmente dispuesto y apuntando al oído derecho, repetían el himno propio del dios y de su templo. Independientemente estaba el nutrido grupo de quienes chillaban porque se dejase paso libre a la piadosa comitiva." (Apuleyo, El asno de oro, XI, 9)

Procesión de la diosa Isis, Pompeya. Escuela inglesa

 Los creyentes se emocionaban con los mitos relativos a estos dioses, los cuales relataban sus padecimientos, muerte y, finalmente, su resurrección. Las religiones orientales ofrecían a sus seguidores una importante promesa, de la que carecía la religión oficial romana: una vida atractiva después de la muerte.

El origen del sistro se localiza en Egipto, donde se fabricaba en metal (oro, plata o bronce), o en otros materiales como la fayenza o el alabastro, y donde estaba ligado, principalmente, al culto a diversas diosas: era empleado por sacerdotes y sacerdotisas en las ceremonias del culto a Hathor. Otra de las diosas a las que estuvo ligado el uso del sistro fue Isis hasta el punto de convertirse en uno de sus atributos iconográficos más destacados.

 “El viaje que con este objeto emprenden a Bubastis merece atención. Hombres y mujeres van allá navegando, en buena compañía, y es espectáculo singular ver la muchedumbre de ambos sexos que encierra cada nave. Algunas de las mujeres, armadas con sistros, no cesan de repicarlos; algunos de los hombres tañen sus flautas sin descanso, y la turba de estos y de aquellas, entretanto, no paran un instante de cantar y palmotear.” (Herodoto, Historias, II, 60)

Villa de Varano, Stabia, Italia. Museo Nacional de Nápoles

Pero su uso no se restringe en absoluto al territorio egipcio, sino que se extiende por el resto del Mediterráneo: Creta, Palestina, la Grecia continental y Roma. Se trata de un instrumento idiófono cuyo sonido se obtiene por la vibración y choque de su propio material. Consistía en un mango que sostenía una estructura rematada en forma de herradura atravesada por unas varillas las cuales al sacudir el sistro se movían y producían sonido.

"¡Luna, gloria del mundo, la parte mayor del cielo inmenso; Luna, yunta del Sol, esplendor errante, líquido y fuego; Luna, madre de los meses que en numerosa prole renace, tú en el polo estrellado gobiernas tu biga tras el Sol, al volver tú, el día recoge a las horas como a hermanas, a ti el padre Océano te contempla al renovarse el cielo, a ti te respiran las tierras, tú con cadenas ciñes al Tártaro, tú con el sistro renuevas el invierno, tú bates los címbalos, Isis, Luna, Ceres, Juno Celestial, Cibebe!" (Antología Latina, Claudio, 723, Invocación a la Luna)

Pintura de Frederick Arthur Bridgman

Ya en la época Ptolemaica (ss. IV – I a. C.), el sistro adquirió una serie de simbolismos, pues su agitación significa “que todos los seres deben agitarse”, dado que lo que se mueve está vivo, y, por lo tanto, se aleja de la corrupción y del mal. La forma del sistro Isiaco es la de un espacio sagrado en el que las cuatro barras horizontales suenan, representando la interrelación de los cuatro elementos, su rotación alquímica, y las fuerzas vibratorias que los organizan en el mundo conocido.

"También el sistro indica que lo que tiene existencia debe ser sacudido y jamás cesar de moverse, sino ser como despertado y agitado cuando entra en estado de somnolencia y de entorpecimiento. En efecto, dicen que con los sistros alejan y rechazan violentamente a Tifón, dando a entender que, cuando el principio corruptor sujeta y retiene el curso de la naturaleza, de nuevo el poder de creación lo libera y restablece por medio del movimiento. Al ser el sistro de forma redondeada por arriba, su bóveda abraza los cuatro elementos que son sacudidos. También la porción del mundo que está sujeta a la generación y a la destrucción está rodeada por la esfera lunar y dentro de ella toda está sujeto al movimiento y al cambio por la acción de los cuatro elementos: fuego, tierra, agua y aire." (Plutarco, De Isis y Osiris, 63)

Sistros. Izda, Museo Británico, Londres. Drcha. Museo Metropolitan, Nueva York

El sistro se introdujo, pues, en el mundo romano con todo un significado mistérico que se deduce de la restricción de su uso, ya que tan sólo podía ser utilizado por los iniciados en el culto a Isis.

"Entonces llega la riada masiva de los iniciados en los divinos misterios: hombres y mujeres de todas las clases sociales, de todas las edades, flamantes por la inmaculada blancura de sus vestiduras de lino. Ellas llevaban un velo transparente sobre sus cabellos profusamente perfumados. Ellos, con la cabeza completamente rapada, lucían la coronilla, como astros terrestres de gran veneración. Sus sistros de bronce, de plata y hasta de oro formaban una delicada orquesta." (Apuleyo, El asno de oro, XI, 10)

Templo de Isis, Pompeya. Museo Nacional de Nápoles,
 foto Carole Raddato

Otros instrumentos que acompañaban las festividades que celebraban los cultos egipcios eran la flauta doble, el pandero y los crótalos.

"Demophon a Ptolemaus, saludos. Envíanos en cuanto puedas al flautista Petoun con la flauta Frigia, además de las otras flautas. Si es necesario pagarle, hazlo y ya te lo reintegraremos. También envíanos al eunuco Zenobius con un pandero, címbalos y crótalos. Las mujeres los necesitan para su festival." (Papiro Hibeh, 54)

Villa de San Marco, Stabia, Italia. Foto Samuel López

Los primeros escritores cristianos criticaron con dureza la música de los cultos paganos, especialmente los procedentes de Grecia y Asia menor, por utilizar instrumentos de percusión que generaban un ruido excesivo y causaban desorden e inquietud y, según creían ellos perturbaban el alma de los que los escuchaban que solo debían dedicarse a oír las palabras del Señor.

“Es absolutamente necesario eliminar toda visión o audición innoble y, en una palabra, todo aquello que produzca una sensación vergonzosa de desorden, la cual, realmente, sea motivo de insensibilidad. Asimismo, debemos guardarnos de los placeres que cosquillean y afeminan la vista y el oído. Corrompen las costumbres las drogas engañosas de las melodías blandas y ritmos hechiceros de la música de Caria, arrastrando a la pasión con un género de música licenciosa y malsana.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, II, 41, 3)

Detalle de mosaico, Djemila, Argelia



Bibliografía


Dionysus and the Ambiguety of Orgiastic Music, Giorgo Ieranò
Musical Imagery in Clement of Alexandria and Origen, Francesco Pelosi
Musical Instruments of Greek and Roman Antiquity, Chrestos Terzes
Cymbals playing in a Roman mosaic from Mariamin in Syria, Audrey Cottet
Playing finger cymbals in the Roman Empire: an iconographic study, Audrey Cottet
Tympanum tuum Cybele: Pagan Use and Christian Transformation of a Cultic Greco-Roman Percussion Instrument, Mauricio Molina
Aulos and Crotals in Graeco-roman Egypt, Marwa Abd el-Maguid el-Kady
A Companion to Ancient Greek and Roman Music, Blackell Companions to the Ancient World
The History of Music (Art and Science), William Chappell
Sistro: Un instrumento egipcio en Roma, Museo Arqueológico Nacional, Madrid

 




Caliga, el calzado en la antigua Roma

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Calzado romano, Museos Capitolinos, foto Samuel López

“Sus pies resuenan con el purpúreo y brillante coturno; ató sus regias piernas con cintas escarlatas —obra del cuero persa, teñido con la púrpura campana— con las que suele el emperador romano en su victoria pisar a los tiranos sometidos y doblegar el cuello de los bárbaros. Eran apreciadas por su color rosado de sangre, alabadas por su tono púrpura y fueron escogidas por su tacto suavísimo para los sagrados pies. Sólo a los emperadores, bajo cuyas plantas hay sangre de reyes, es apropiado utilizar esta indumentaria.” (Coripo, Panegírico de Justino II, II, 100)

El calzado es una de las prendas de vestir que más ha variado desde que existe el hombre.  A pesar de ser un elemento funcional para proteger al pie, los artesanos zapateros han evidenciado, a lo largo de la historia, su destreza en la confección de artículos, no exentos de lujo y ornamento según los cambios en la moda.

“Porque el uso de zapatos es en parte para cubrir los pies, en parte como protección en caso de tropiezos, y para aislar la planta del pie de la dureza del camino.” (Clemente, El Pedagogo, II, 12)


Los romanos a diferencia de los griegos no encontraban agradable ir descalzos, ni siquiera en casa, a pesar de que en la época más antigua lo hicieron y posteriormente era símbolo de sencillez. 

“Es, realmente, un excelente ejercicio marchar con los pies descalzos, tanto para la salud, como para alcanzar un buen temple de alma y cuerpo, a excepción de cuando alguna necesidad lo impida.” (Clemente, El Pedagogo, II, 12)

Pescador, Museo Británico, Londres

Los ciudadanos pobres, esclavos, y los campesinos sí que solían  ir descalzos.  No hay prueba de si envolvían sus pies en paja u otras fibras para protegerlos del frío o del terreno. 

“El vehículo en el que me he acomodado es rústico; andando las mulas dan prueba de que viven; el mulero va descalzo, pero no a causa del calor”. (Séneca Epístolas, 87)

Esclavo de las termas, pintura de Alma-tadema


Desde el principio, el calzado romano de uso común se caracterizó por fijarse siempre al tobillo, pero dentro de esos rasgos generales hubo una gran variedad de tipos, desde botas y zapatos hasta sandalias de toda clase. La mayoría fueron adaptaciones de los calzados utilizados por etruscos y griegos, aunque los romanos terminaron por apropiárselos y convertirlos en una de sus señas de identidad.

“Sin embargo utilizó como pretexto el cuidado de la provincia; abriendo los silos alivió los precios del grano, y siguió una conducta muy del agrado del pueblo: iba sin escolta militar, calzado solamente con sandalias, y con un atuendo similar al de los griegos, imitando a Escipión, de quien se cuenta que hacía lo mismo en Sicilia en plena guerra púnica.” 

Sandalia y crépida griegas. Museo Británico, Londres

Pero ya durante el Imperio la moda de las sandalias griegas se difundió ampliamente; Tiberio, Germánico y Calígula se presentaban en público con sandalias, e incluso aparecían representados con ellas en las esculturas. Algunos de los patricios más elegantes hasta adornaban con joyas las correas de sus sandalias.

 “Llevaba gemas incluso en los zapatos, y además decoradas con grabados de artistas famosos,  lo que provocaba la hilaridad general.” (Historia Augusta, Heliogábalo, 23, 4)

Relicario en forma de pie con sandalia de Jacques le Majeur,
Musée des Arts anciens du Namurois, Bélgica

Algunos autores criticaron el uso del excesivo lujo en la decoración de los zapatos y defendieron su uso únicamente como protección  para el pie:

 “Pero si no se está de viaje, y no se puede aguantar ir descalzo, se puede usar zapatillas o sandalias; pies polvorientos las llamaron los áticos, por acercar los pies al polvo, creo yo.” (Clemente, El Pedagogo, II, 12)

Iglesia de los santos Lot y Procopio, Kirbat al Mukhayya,
Jordania

Los artistas solían representar las clases altas en la escultura, y muchas imágenes muestran los pies descalzos para indicar divinidad, santidad religiosa,  piedad o la categoría de héroe.  Ir descalzo también indicaba prisa, pena, distracción de mente, o cualquier emoción violenta. A los funerales se asistía a veces con los pies descalzos, como describe Suetonio en el funeral de Augusto:

“Los más distinguidos del orden ecuestre, descalzos y vistiendo sencillas túnicas, recogieron sus cenizas.” (Suetonio, Augusto, 100). 

Los adeptos a Isis y Cibeles asistían a los cultos también descalzos. En caso de sequía se celebraba una procesión, llamada Nudipedalia, en la que los participantes iban descalzos para pedir a los dioses.

Navigium Isidis, Ostia

Varias leyes suntuarias normalizaron el uso de determinados zapatos para diferentes ocasiones, según el rango, profesión e incluso edad de las personas. Se decía que un extranjero versado en la tradición romana podía averiguar el status social, económico y profesional de los ciudadanos por el calzado que llevaban. Los senadores, caballeros, sacerdotes, actores en escena, soldados, ciudadanos y no ciudadanos todos llevaban trajes y calzado distintivos, apropiados a sus papeles en la vida.

“Cota se queja de haber perdido dos veces las sandalias, por llevar a un esclavito “de pies” descuidado, el único que en su pobreza le asiste y le hace de acompañamiento. Ha tenido una idea, hombre sagaz y astuto, para que sea imposible causarle más veces semejante perjuicio: ha empezado a ir descalzo a las cenas.” (Marcial, Epigramas, XII, 87)

Ilustración de Sedeslav

La población civil dependía del cuero para el calzado, y el comercio de pieles era parte importante del comercio en la antigüedad. Las pieles de cabras, ovejas, vacas y bueyes se raspaban y curtían impregnándolas con un líquido hecho de corteza de árbol, agallas, sales minerales o alguna forma de tanino. La mayoría de la gente llevaba zapatos de color natural, pero los que podían permitírselo llevaban calzado hecho de caras pieles teñidas de negro, rojo u otros colores. El negro se producía usando atramentum sutorium, un tinte compuesto de sulfato de cobre.

“Las lengüetas de sus zapatos recién puestas se apoyan sobre el calzado con hebilla de media luna, y un cuero de escarlata pinta su pie sin lastimarlo.” (Marcial, Epigramas, II, 29)



El emperador Aureliano que se vanagloriaba de modales austeros “prohibió a todos los hombres el uso de los calcei rojos, amarillos y blancos o de un verde color de hiedra, pero los toleró para las mujeres” (Historia Augusta, Aureliano 49, 7) 

Otros colores – blanco, oro y púrpura – aparecen en el Edicto de Precios de Diocleciano, a principios del siglo IV d. C.

Llevar un buen calzado era al igual que lucir una toga impoluta un signo de distinción, pero dejarlo mal atado o flojo estaba mal visto.

"Es un hombre un tanto irritable, que no les cae bien a las agudas narices que tiene esta gente; podría mover a la risa porque se corta el pelo de modo un poco paleto, arrastra la toga, y su calzado (calceus) flojo se ajusta mal a su pie." (Horacio, Epístolas, I, 3, 30)


Exposición Lusitania, 2016, Madrid. Foto Samuel López

Un zapato roto o descosido indicaba pobreza o desaliño. Juvenal, por ejemplo, se refería en una sátira a cierto pobre hombre con sus atuendo desgastado:

“¿Qué decir  cuando este mismo a todos da motivo y temas para chistes si su túnica está sucia y rota, si su toga está asquerosilla y uno de sus zapatos se entreabre con el cuero rajado o en recosida llaga más de una cicatriz deja ver el lino entero y nuevo?” (Sátira, 3)

Zapato de niño, Dura-Europos, Siria, Yale University Art Gallery

Y Marcial dedica un epigrama a un caballero que de una posición de riqueza había caído en la pobreza:

"Después de ello tu toga está mucho más sucia, tu manto es peor, tu calzado es de cuero remendado tres o cuatro veces."(Epigramas, I, 103)

Los griegos y romanos que llevaban zapatos, incluyendo generalmente a todas las personas, excepto jóvenes, esclavos y ascéticos tenían inclinación por seguir la moda del calzado. Hay multitud de zapatos, cuyo nombre proviene de las personas  o los  lugares que  los pusieron de moda: zapatos de Alcibíades, de Persia, de Laconia, de Creta, Milesio y Ateniense.

"del mismo modo que, si me trajeses unos zapatos de Sición no los usaría, por más que fuesen cómodos y se adaptasen a mi pie, pues no los considero propios de un hombre", del mismo modo le manifestó que aquel discurso le parecía hábil y propio de un orador, mas ni vigoroso ni propio de un hombre.” (Cicerón, Del Orador, I, 54, 231)

Pintura de Alma-Tadema

Hay multitud de zapatos, cuyo nombre proviene de las personas o los lugares que los pusieron de moda: zapatos de Alcibíades, de Persia, de Laconia, de Creta, Milesio y Ateniense.

“Hay que mandar a paseo, pues, los vanos artificios cargados de oro y de piedras preciosas de las sandalias, así como los zapatos de Atenas o de Sición y los coturnos de Persia o de Tiro, y, proponiéndonos, como es costumbre nuestra, una justa meta, debemos elegir lo que es conforme a la naturaleza.” (Clemente, El Pedagogo, II)

Sandalias, Museo de Antigüedades, Munich. Foto Samuel López


Babilonica hypodemata eran sandalias elegantes procedentes de Babilonia de piel de excelente calidad. Se consideraban un lujo y la llevaban tanto los hombres como las mujeres. Las baucides eran un  caro calzado de color azafrán, especialmente popular entre las cortesanas. Algunas llevaban suelo de corcho para aumentar la altura.

Sandalia hecha en la Galia por Lucius Aebutius Thales. Vindolanda, Reino Unido

El phaecasium se hacía de cuero blanco, cubría todo el pie y podía ser usado por hombres y mujeres. En Atenas solía ser llevado por sacerdotes y en Alejandría por los magistrados, a los que Marco Antonio imitó durante su estancia allí.

 “Él invernó allí sin las insignias de su cargo, con la apariencia y el régimen de vida de un privado, ya fuera porque se encontraba en una jurisdicción extranjera y en una ciudad gobernada por un poder real, o porque hizo de su invernada una ocasión para la fiesta; puesto que incluso prescindió de los cuidados y de la escolta de un general, y usaba el manto cuadrangular griego en lugar del de su propio país, y calzaba el zapato blanco de Atenas que gastan los sacerdotes atenienses y alejandrinos, al cual llaman phaecasium.”(Apiano, Guerras Civiles, V, 11)

Phaecasium. Estatua de musa.
Galería de los Uffizi, Florencia

La denominación de zapatero y zapatera en la antigua Roma era sutor y sutrix respectivamente, pero el llamado remendón dedicado a arreglar el calzado estropeado se llamaba sutor veteramentarius. Además, los trabajadores especializados en distintos tipos de zapato tenían su propio nombre: calceolarius, solearius, crepidarius, gallicarius, caligarius.

Los zapateros podían ser esclavos, libertos o ciudadanos libres. 

“Peregrinus yace aquí, esclavo de Quintus Asinus, zapatero de caligas (sutor caligarius), de la Dacia, de 20 años.” (Carnuntum, AE 1929)

Museo de Nabeul, Túnez


“Lucius Vergilius Hilarus, liberto de Lucius, zapatero, yace aquí. Su esposa y sus libertos le hicieron este monumento.” (Cartago Nova, CIL, II 5125)

Algún fabricante de calzado llegaría a tener cierta solvencia económica lo que le permitió erigirse una estela funeraria con su retrato y con relieves que indicaban su profesión señalando en su epitafio quién tenía derecho a ser enterrado en su tumba.

“Caius Julius Helius, zapatero en la puerta Fontinal, construyó este monumento, mientras vivía, para él, para su hija, Julia Flacilla, para Caius Julius Onesimus, liberto, sus libertos y sus descendientes.” (CIL VI 33914)



Las mujeres también participaban en el negocio del calzado, bien como propietarias o como trabajadoras en los talleres profesionales, como es el caso de la sutrix Septimia Stratonice que es representada en una estela funeraria dedicada por Marcus Acilius a su carissima amica por sus buenos servicios. La mujer aparece con un molde de zapato en su mano, alrededor del cual se envolvía una pieza de cuero mojado como inicio para hacer un zapato.

Estela funeraria de Septimia Stratonice, Ostia, Italia


Los zapateros se agrupaban en corporaciones o collegia y en algunas ciudades tenían sus negocios juntos en el mismo barrio. Una referencia del siglo IV d. C. menciona un gremio de curtidores, un gremio de trescientos zapateros, y fabricantes de botas claveteadas (caligarii), además de fabricantes de crepidae (crepidarii).

“Una peluquera se sienta en la primera bocacalle de la Subura, por donde cuelgan los cruentos flagelos de los verdugos y numerosos remendones tienen sus puestos frente al Argileto.” (Marcial, Epigramas, II, 17)

Detalle del sarcófago de Titus Flavius Trophimas, Ostia. Termas de Diocleciano, Roma.
Foto de Carole Raddato

En líneas generales, en Roma existieron tres tipos de calzado: las sandalias, los zapatos y las botas. Las primeras fueron adoptadas por los romanos del mundo griego. Llamadas en latín soleae, consistían en una simple suela de cuero unida al pie por suaves lazos o cordones, también fabricados en cuero. La forma de estos cordones podía variar, pero como norma general la mayor parte del pie permanecía descubierta. El espesor de la sandalia variaba en función de las condiciones climáticas, siendo muy frecuentes las sandalias reforzadas y acolchadas en los ambientes más fríos. Las sandalias eran, sin duda, un calzado cómodo, pero informal, ideal para estar en casa y llevar más de puertas adentro, como demuestra la crítica de Cicerón a Verres:

“Ese gobernador romano permaneció allí en la playa, en sandalias (soleae), con un palio púrpura y una túnica hasta el tobillo, y apoyándose en su mujercita.”



Las sandalias eran, sin lugar a dudas, un calzado cómodo, ideal para estar en casa. Pero estaba mal visto llevarlas en público. Los romanos celosos de las tradiciones nacionales consideraban que era un ejemplo de la corruptora influencia griega, un signo de informalidad (como hoy lo sería salir a la calle con pantuflas) o de pérdida de estatus, pues llevar descubierto el empeine se parecía mucho a ir descalzo, algo que era propio de los esclavos. Otros decían que era un calzado propio de enfermos y viejos.

“De ocho a nueve paseé muy a gusto, en sandalias, por delante de mi habitación. Después, ya calzado, y con mi manto puesto (pues se nos había indicado que nos presentásemos así), me fui a saludar a mi señor.”
(Frontón, Epístolas, 60)

Estatua de camillus, Museo Metropolitan, Nueva York


Cada civilización de la cuenca mediterránea hacía sandalias con los materiales que se encontraban localmente. Por ejemplo, en Egipto se hacían con hoja de palma o incluso papiro, especial. Los sacerdotes no podían llevar indumentaria hecha con animales sacrificados por lo que su calzado se confeccionaba con fibras vegetales. 

“Pronunciadas estas palabras, presenta públicamente a un joven vestido con túnica de lino, calzado con sandalias de fibra de palmera; su cabeza estaba afeitada al rape.” (Apuleyo, El asno de oro, II, 28, 2)

Sandalias, Fréjus, Francia

Pinturas, mosaicos y esculturas representan las variedades de sandalias comunes en Italia, en todos los periodos de la república e imperio romanos.

“O ¿sabes esto, pero consideras que sería mejor que la planta del pie estuviera recubierta de una piel de textura laxa, que se pudiera desprender fácilmente? Si vas a decir que una piel así es mejor, pienso que también elegirás una sandalia suelta y que se escapa por todas partes antes que una que te encaja exactamente y atada por todos lados, para así extender tu sabiduría por doquier y proclamar sin vacilar lo que todo el mundo con claridad conoce. O ¿evidentemente estás de acuerdo en que la sandalia artificial, externa, se debe ajustar al pie por todas partes si quiere cumplir bien su función, y, en cambio, no lo estás en que la sandalia natural tiene mayor necesidad de estar ajustada y sujeta firmemente, y perfectamente unida a las partes bajo las que ha sido situada?” (Galeno Del uso de las partes, III, 236)



Desde el siglo I al III d.C. hubo primero una suela de sandalia con forma natural para hombres, mujeres y niños. En el siglo II aparecieron estilos masculinos y femeninos divergentes, haciéndose la de mujer más estrecha y apuntada, y la de hombre más ancha y chata.

“Nuestra mirada no se detuvo tanto en los efebos – aunque merecían la pena – cuanto en el paterfamilias, que calzaba sandalias (soleatus) y practicaba el juego con pelotas verdes.” (Petronio, Satiricón, 27)

Sandalias de hombre, Museo Arqueológico de Estambul, Turquía. Fotos Samuel López

Algunas suelas llevaban el sello del fabricante o del curtidor, y se decoraba la parte interior. Muchas se claveteaban, dado que los romanos pensaban que lo que era bueno para los soldados a la hora de conservar el zapato del uso también era bueno para los civiles.

A los banquetes privados sí se podía ir con sandalias, al menos si se iba en litera; antes de entrar en el comedor, el invitado hacía que sus esclavos le quitaran las soleae para reclinarse en el lecho y las pedía al marcharse. Por esto, la expresión soleas poscere, «pedir las sandalias», con la que se anunciaba al anfitrión la intención de marchar y que acabó significando «prepararse para partir».

Izda, Mosaico de Madaba, Jordania. Drcha, mosaico de Agias, Trias, Chipre

La sandalia (solea) era calzado típicamente femenino. A las mujeres respetables apenas se las veía con los pies desnudos en público.

“Allí mi radiante diosa entró con delicado
pie y detuvo en el gastado umbral su brillante planta
apoyada en la crujiente sandalia.”
(Catulo, Poemas, 68)



La variedad de la sandalia femenina permitía añadir sujeción con tiras en el talón. Plinio cuenta que había una estatua de Cornelia, madre de los Gracos, que la mostraba con sandalias sin tiras en el talón, al modo en que se representaba a las diosas griegas, para indicar su ilustre linaje.

 “Hay una estatua de Cornelia, la madre de los Gracos e hija de Escipión el Africano, que la representa sentada y es notable porque no hay tiras hacia los talones."(Plinio, Historia Natural, XXXIV, 31)

Pie con sandalia de Ariadna dormida, Museo del Prado, Madrid

Las sandalias femeninas podían tener una suela fina o gruesa con una plataforma hecha de un material como corcho o madera.

Detalles de estatuas, Casa de Pilatos, Sevilla. Fotos Samuel López

Clemente de Alejandría (s. II d.C.) al recomendar a las cristianas que huyan del calzado decorado, critica a las mujeres que usan sandalias lujosas o adornadas:

“Son verdaderamente vergonzosas «las sandalias en las que hay flores doradas», pero también las mujeres insisten en adherirse a su suela unos clavos formando espirales; son muchas las que aplican sellos con motivos eróticos, para que, al andar, quede impreso sobre la tierra el signo de sus sentimientos de hetera”. (Clemente de Alejandría, Paedagogus, 2, 12)

Museo de Vindolanda, Reino Unido

Algunos modelos de calzado grababan mensajes en las suelas dirigidos a sus dueños con dibujos incluidos. En la sandalia mostrada abajo se puede leer:

“Disfrútalo con salud, señora. Llévalo con belleza y felicidad.”

Portus Theodosiacus, Estambul

En Roma las sandalias con un complicado entramado de tiras superiores, cubriendo a veces los dedos y otras dejándolos al aire, se conocieron como crepidae, también de origen griego. El entramado consistía de tiras que formaban un calado, no entretejido, con diferentes diseños. A menudo cubrían el pie hasta el tobillo, o lo incluían, y, a veces cubrían los dedos. Se representan ya en las pinturas de las tumbas de Tarquinia del siglo V a. C. y en los frescos de Pompeya del siglo I. d.C.

“Estas y otras cosas por el estilo relativas a la austeridad romana son las que dijo Tito Castricio en mi presencia. Muchos de sus oyentes preguntaban por qué había dicho que iban en sandalias (soleati), si llevaban gálicos (gallicae), no sandalias (soleae). Pero Castricio se había expresado con verdadera sapiencia y corrección. En efecto, por lo general a todo tipo de calzado que protege únicamente las plantas de los pies, mientras el resto del pie, sujeto con correas redondeadas, queda casi desnudo, lo llamaron sandalias (soleae) y, a veces, con un término griego, crepidulae. Por lo que se refiere a las gallicae, creo que es una palabra nueva que empezó a ser usada no mucho antes de la época de M. [Tulio] Cicerón, y éste mismo lo utilizó en la Segunda Filípica contra Antonio: “Echaste a correr con gallicae y lacerna”. Esta palabra no la he visto con este significado en ningún otro escritor cuya autoridad tenga algún peso; pero, como he dicho, llamaban crepidae o crepidulae -abreviando la primera sílaba- al tipo de calzado que los griegos denominan κρηττιδαί, y ‘crepidarios’ a los zapateros que las fabrican.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, XIII, 22)

Detalles de pinturas, Pompeya

Se llevaban con el palio, pero no con la toga y eran características de los griegos. Los romanos las adoptaron, como describe Suetonio con respecto a Tiberio: “abandonó el traje romano y adoptó el palio y las crepidae griegas.” A Escipión el Africano se le criticó por vestirse con el manto griego (pallium) y calzar crepidae.

“… se discutía también el estilo de vida del propio general, impropio no ya de un romano sino incluso de un militar: que se pasease por el gimnasio con manto y sandalias griegas, que se dedicase a la lectura y los ejercicios atléticos, que todo su séquito disfrutase de los placeres siracusanos con igual abandono y molicie…” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXIX, 19, 12-13)

Crepidae, Museo de Estambul, Turquía. Foto Samuel López

Se hacían para ambos pies indiferentemente y las llevaban tantos los hombres como las mujeres.

“La planta de su pie calza una sandalia de una sola pieza, pero la parte superior se acaba en la parte inferior de los dedos, desde donde el pulgar, después de anudada la base, envía en ambas direcciones a dos presillas en el empeine, sendas cintas que sujetan la crépida y, entrelazando sus cabos, tejen una sinuosa cadena en tomo a las piernas.” (Sidonio Apolinar, Panegírico de Antemio)

Crépida, Villa de los Quintilios, Roma. Foto de Samuel López

Las trochades son similares a las crepidae y encima del empeine llevan una lengüeta de doble capa, además de amplias tiras de cuero que cubren lateralmente el pie y el y talón y dejan los dedos descubiertos. Tienen su origen en el mundo griego, pero los romanos añadieron recubrimiento para el pie y diseños más complejos. La doble lengüeta también es una innovación romana. La tela lateral tiene unas aberturas horizontales por la parte superior por los que se introducen los lazos para cruzarlos tres veces antes de meterlos por los agujeros del tobillo. Después se atan con una lazada por arriba.

Trochades. Izda. Estatua de Adriano, Museo de Estambul, Turquía. Drcha. Estatua de Marcelo, Museos Capitolinos, Roma, foto de Samuel López

Las sculponae eran sandalias cuya técnica de fabricación era sencilla: una suela de madera que presentaba un tacón y una banda en relieve a nivel de planta del pie, sobre la que se clavaba una cincha de cuero. Los tacones podían ser rectangulares o triangulares. La alta suela de madera protegía el pie de la humedad, por lo que solían llevarse en las termas, ya que no se desgastaba tan rápidamente como la de cuero. También los campesinos las empleaban en sus desplazamientos por terrenos embarrados.

“Mientras, lleno de actividad, trabajo el agro en la campiña, veo un Triptolemo con sculponeae seguir una yunta con dos bestias cornudas.” (Varrón, Saturae Menipaeae)




La gallica era un zapato copiado de los galos, hecho de piel basta con una suela gruesa de madera, que, a partir del siglo II a. C., se llevaba en el campo, especialmente en clima lluvioso. Siglos después vemos que la gallica queda como el calzado de los pastores, los campesinos, los viajeros y los correos; y, como el báculo, es uno de los atributos ordinarios de los primeros monjes, un indicio de su vida sencilla y rústica. Sin embargo, se había relajado mucho de la severidad de los primeros tiempos, y poco a poco era habitual ver a los ciudadanos romanos llevar la gallica en lugar del calceus, aunque Cicerón critica que Marco Antonio las llevase en público.

“De cuantas maldades pueden cometerse, no oí ni vi ninguna más deshonrosa que la de que, siendo tú, general de la caballería, recorrieses con galochas y túnica gala las colonias y los municipios de esa misma Galia…” (Cicerón, Filípicas, II, 76)

Par de sandalias de tipo ¿gallica? Detalle de estatuilla de actor,
Museo Metropolitan, Nueva York

Entraba dentro de la categoría de las sandalias, y consecuentemente, dejaba al descubierto, como mínimo en gran parte, la parte superior del pie; se fijaba con cordones o con correas de cuero delgadas y redondas. La semejanza entre estos dos calzados era tal que las mismas dos palabras se consideraban como sinónimos y se usaban indistintamente la una por la otra.

La baxa era una sandalia hecha de fibras vegetales, hojas o cortezas. Los egipcios las hacían de hoja de palma y papiro. 

“Sus divinos pies llevaban como calzado unas sandalias confeccionadas con hojas de palmera, el árbol de la victoria.”(Apuleyo, El asno de oro, XI, 4)

Sandalias de palma, Egipto. Museo Metropolitan, Nueva York

 Era un calzado ligero, tosco, económico, propio de los pobres y campesinos. Los filósofos la llevaban en tiempos de Tertuliano y Apuleyo, probablemente por simplicidad y economía.

“Si un filósofo se viste de púrpura, ¿por qué no en sandalias de fibras (baxae) también? Para un tirio calzarse en algo que no sea de oro, no está de ningún modo en consonancia con el estilo griego.” (Tertuliano, De Palio, 4)


Aunque los romanos no usaban habitualmente calcetines ni medias, las gentes humildes seguramente se resguardaban del frío con prendas de lino y de lana, especialmente en territorios de clima adverso.

“No las ha formado la lana, sino la barba de un macho mal oliente: la planta de tus pies podrá cobijarse en un seno del Cínife.” (Marcial, Epigramas, XIV, 140 Udones cilicii)

Calcetín infantil. Egipto. Museo Británico, Londres

El calzado por excelencia de los ciudadanos romanos fue el calceus (en plural, calcei). Los griegos utilizaban más las sandalias y las botas. Parecido a un moderno mocasín, estaba hecho de cuero, cubría todo el pie y la planta y se ataba con tiras de cuero que se enrollaban alrededor del tobillo y la pierna y se ataba con uno o dos nudos al frente.

Calcei romanos, Museo de Afrodisias, Turquía, foto de Samuel López

Los calcei eran un calzado no demasiado cómodo, pero su uso era obligatorio, como el de la toga, para todo ciudadano que salía al exterior, mientras que las sandalias se llevaban en casa con la túnica; en cambio, estaba totalmente prohibido llevar calcei a los esclavos.

“Siempre tenía preparados en el dormitorio el traje de calle (vestis forensia) y los zapatos (calcei) para casos imprevistos e inesperados.” (Suetonio, Augusto)

Se hacían modelos según el nivel social, y se distinguían por el material empleado, el trabajo artesano, el color y su coste.

Calcei patricii, estatua de Tiberio, Herculano, Museo Arqueológico de Nápoles.
Foto de Ilya Shurygin

Existían varios tipos de calceus según la categoría social de cada ciudadano, que se distinguían, entre otros aspectos, por su color.

Las personas que tenían derecho a llevar el calceus patricius eran los nacidos patricios y los plebeyos que hubiesen ganado un cargo curul, como premio por sus logros o para celebrar un triunfo. Este calzado estaba formado por un doble par de correas de cuero que, insertándose en la suela, se cruzaban en el empeine subían entre lazadas hasta la media pierna, donde remataban en dos nudos de los que colgaban los extremos. 

Calcei patricii, Museo de Antalya, Turquía. Foto Samuel López

Algunos llevan un singular adorno de marfil o plata, en forma de pequeña luna creciente, llamada lunula (lunita); indicaba que quien lo calzaba descendía de alguno de los cien linajes más antiguos de Roma, que integraron el Senado en tiempos de Rómulo. 

La recuperación de esta insignia arcaica y casi legendaria del viejo patriciado no fue, tal vez, en un primer momento un asunto de orgullo personal, sino más bien una moda generalmente impuesta por la etiqueta oficial.

“Las lengüetas de sus zapatos recién puestas se apoyan sobre el calzado con hebilla de media luna, y un cuero de escarlata pinta su pie sin lastimarlo, y numerosos lunares revisten su frente de estrellas. ¿No sabes qué es? Quita esos lunares y lo leerás.” (Marcial, Epigramas, II, 29)

El calceus senatorius era similar pero solo hacía una lazada con un nudo.

Calceus senatorius

El calceus equester era utilizado por los miembros de la clase de los caballeros (equites) y se diferenciaba de los anteriores porque la lazada se ocultaba con una pieza que sobresalía del calzado y se plegaba sobre el mismo.

Calceus equester, Museo de Perigord, Perigueux, Francia. Foto de Samuel López

El calceus se trataba con alumbre para suavizar la piel. Marcial critica a un cónsul por preocuparse más de su calzado que de su vestimenta.

“Llevando tú una toga más sucia que el estiércol y, en cambio, llevando tú un calzado más blanco, Cinna, que la nieve recién caída, ¿por qué, inepto, tapas completamente tus pies dejando caer el manto? Recógete, Cinna, la toga: mira, se te echa a perder el calzado.” (Marcial, Epigramas, VII, 33)

Se distinguían por su color rojo, los llamados mullei, por su parecido a las escamas del salmonete, y eran particularmente admirados. 

Zapatos decorados. Museo Bizantino, Atenas, Grecia

Pudo existir cierta confusión sobre el rojo como color del calceus patricio o senatorial por el hecho de que la mayoría de los senadores eran originalmente patricios con derecho a llevar botas rojas. Cuando muchos caballeros (equites que llevaban calceus negro) fueron hechos senadores, los patricios conservarían el color rojo como símbolo de distinción ante los nuevos senadores, considerados de rango inferior, que debían llevarlo de color negro.

“Usaba para mostrar a todos los hombres su soberbia, con ropa desatada y el calzado que usaría más tarde, a veces alto y de color rojo, después al estilo de los reyes que habían reinado en Alba, como había pedido que se hiciera Julo.” (Dión Casio, Historia de Roma, XLIII, 43, 2)

Es posible que en ciertas ocasiones se utilizara el color púrpura, como en ceremonias triunfales y el emperador podría haber recompensado los servicios de alguna persona concediéndole el privilegio de llevarlo.

Detalle de los tetrarcas en pórfido rojo. Plaza de San Marcos,  Venecia

También en ciertos actos sociales se llevaban los calcei, como en banquetes, aunque era más común llevar las sandalias.

¡Piensa cuántos hay que, cuando es introducido en el comedor un lector, un tañedor de lira o un cómico, piden que les traigan sus calceos o permanecen reclinados con un fastidio…! (Plinio, Epístolas, IX, 17)


Los calcei repandi son zapatos apuntados curvados hacia arriba en la parte que cubría los dedos, y que llevaban los etruscos en el siglo VI a. C.  

“Y bien, por tanto, ¿estimas que Apis, aquel buey sagrado de los egipcios, les parece a ellos un dios, o no? Tanto, por Hércules, como a ti aquella Sóspita vuestra, a la que tú nunca ves -ni siquiera en sueños- salvo con su piel de cabra, su lanza, su escudito y sus zapatitos en curva.” (Cicerón, De la naturaleza de los dioses, I, 82)

Estatua de Juno Sospita, Museos Vaticanos


El calceus parece siempre designar un modelo de calidad que se opone a los calzados de cueros bastos y los calceoli eran zapatos como media bota, para mujer.



La carbatina era un zapato hecho de un solo trozo de cuero del que se recortaban a la vez la suela y las tiras que la sujetaban envolviendo la parte superior del pie. Un cordón se enlazaba por los agujeros juntando los bordes. La carbatina protegía el talón y los dedos con tiras que se sujetaban en torno al tobillo. No tenía suela, pero en caso de añadir clavos, se le podía introducir una suela interior para proteger al pie de los clavos.

Detalle de estatua, Museos Capitolinos, Roma

Se podía hacer de cuero fresco de manera que el mayor o menor grado de humedad afectaba al material del que estaban hechas. En Germania y Britania la carbatina parece haber sido un popular tipo de zapato permitiendo gran variedad decorativa con la lazada. Se hacían para los niños, pues se podía ajustar según el crecimiento del pie.

El soccus o socculus era un zapato bajo, que se ajustaba al pie, y no se abrochaba con nudos y lo llevaban tanto los hombres como las mujeres en público, no en casa.

“Menedemo. — Al informarme de sus confidentes, vuelvo a casa triste, con el ánimo casi perturbado y perplejo ante el disgusto. Me siento; acuden mis esclavos, me quitan los zapatos (socci).” (Terencio, Heautontimorumenos, I, 1, v. 122)

Zapatos de Egipto. Museo Metropolitan, Nueva York

 El soccus era un calzado no tan formal como el calceus y se llevaba en situaciones que no requerían tanta etiqueta social. Así, por ejemplo, Cicerón cuenta que P. Rutilius Rufus, un cargo consular, calzaba socci con un manto (pallium) durante su exilio en Grecia (92 a.C.) para demostrar que ahora gozaba de una vida privada.

“Ese famoso P. Rutilius, que era un ejemplo de virtud, sabiduría y prudencia para nuestra gente, llevaba socci y pallium cuando era consular, y nadie pensó en reprochárselo, pues todos lo atribuían a la situación.” (Cicerón, En defensa de Rabirio, 27)

Para especificar si eran femeninos se añadía el adjetivo muliebris (soccus muliebris), y solían ser de un material más delicado o de distintos colores.  Suetonio menciona el hecho de que Calígula utilizaba distintos tipos de calzado, entre ellos los socci de mujer: 

“Por calzado usaba unas veces sandalias (crepidae) o coturno, y otras, caligas militares; algunas veces zueco de mujer.” (Calígula, 52)



Los de los hombres también se adornaban según el gusto del que lo llevaba. Calígula los adornaba con oro y piedras preciosas. C

"Caligula dio la vida a Pompeyo Peno, si darla es no quitarla. Al darle las gracias el absueltö, el emperador le alargó el pie izquierdo para que se lo besara. Los que excusan este acto y niegan que lo hiciera por insolencia, dicen que le quiso enseñar el zueco dorado, o mejor de oro bordado de perlas." (Séneca, De los Beneficios, II, 12) d

El soccus lo llevaban los actores cómicos en contraposición al cothurnus que llevaban los actores trágicos:

“Si, pertrechado de la sirma y el coturno, hubiera entrado
una vez en el teatro de Atenas, Sófocles y Eurípides le
hubieran cedido el puesto o si hubiera querido como comediante
hacer resonar el estrado con el zueco (soccus), tú, Menandro,
le habrías dado la palma levantando el dedo.”
(Sidonio, Poemas, A Consencio 125)

Actor, Myrina. Museo de Bellas Artes de Lyon, Francia.
Foto de Marie Lan Nguyen

El coturno (cothurnus) era una especie de bota cuya distinción especial era su altura; llegaba hasta por encima de la mitad de la pierna, para rodear la pantorrilla, y a veces alcanzaba hasta las rodillas. La llevaban principalmente los jinetes, cazadores y personas con cierto rango y autoridad. Las esculturas antiguas muestran que se adornaba con gusto y artísticamente.

Detalle de estatua, Diana/Artemisa. Villa Getty, Malibú, EEUU


Su suela tenía un grosor normal, pero a veces se incrementaba añadiendo capas de corcho, con lo que aumentaba la altura de mujeres que querían parecer más altas:

“Ya me dirás tú si le han caído en suerte pocos centímetros de estatura y parece más chica que una muchacha pigmea, a no ser que se ayude de zapatos de tacones, y se levanta ligera sobre la punta de los píes para que la besen” (Horacio, Sátiras, VI) y de actores de la tragedia ateniense que deseaban magnificar su apariencia: “… que no tenía ocasión para llevar la máscara, o los coturnos trágicos” (Horacio, Sátiras, I)

Actor de drama. Petit Palais, París,
 foto de Bibi Saint Pol

Los campesinos tenían un zapato o bota de cuero de color natural, que parece originalmente haberse llamado pero. Virgilio se refiere a él como el zapato rústico de los rudos hombres que vinieron a luchar con Eneas con un pie descalzo y el otro calzado en piel sin curtir.

Estatua de Antinoo, Museo del Louvre, París. Foto de Carole Raddato

Juvenal dice que los montañeses cuentan a sus hijos que un hombre auténtico no desdeña llevar “botas hasta la rodilla” cuando hace frío:

 “No querrá ser responsable de nada prohibido quien no tiene reparos en calzarse altas botas en medio de los hielos” (Sátira, 14).



Es difícil saber cómo eran realmente, dado que parece haber muchas formas del pero, representado por escultores y pintores. Durante la República el pero se reforzó con suela y se extendió su uso entre todos los ciudadanos.

Su uso puede proceder del tipo de bota griega conocida como endromis, característica de cazadores, guerreros y divinidades, que a su vez era propia de otros pueblos, como los tracios. 

Detalle de la figura de Paris, Crátera del Museo del Louvre

Un modelo mucho más elaborado, similar al campagus romano, pero con todo el pie cubierto se puede ver en las representaciones de altos cargos militares o dioses. 

Museo Arqueológico Nacional, Nápoles, foto Ilya Shurygin

Las caligae, similares en cierto modo a las sandalias, fueron utilizadas por los campesinos, por los jornaleros y, sobre todo, por los soldados; de ahí que a los militares se los conociera también como caligati. Excepto los oficiales de más alto rango, que para destacar entre sus hombres utilizaron los calcei, todos los soldados calzaron botas de cuero dotadas de anchos y firmes cordones que llegaban hasta los tobillos.


Cortada de una sola pieza de cuero, la parte de arriba consistía en un entramado de cuero calado o estrechas tiras de cuero entrelazadas, que cubrían el empeine y el tobillo, pero dejando los dedos al aire; se cosía por atrás y se hacía una lazada por encima o alrededor del tobillo.

Caligas militares, Museos Capitolinos, foto Carole Raddato

A menudo eran empleadas con calcetines, prenda que aseguraba una adecuada protección térmica, habiéndose señalado, no obstante, que el uso con los pies descalzos, favorecía su ventilación durante las largas marchas legionarias.

Para proporcionar a este tipo de calzado una mayor tracción y resistencia, se clavaban en la suela casi un centenar de tachuelas de hierro o de cobre, llamadas clavi caligarii.



Su número y distribución tenían que ver en primer lugar con la técnica del zapatero y con el tipo de piel empleado. La cantidad, en principio dependía del tamaño de la cabeza de las tachuelas, pero también dependía del dibujo de los clavos que se diseñaba para distribuir apoyo donde se necesitaba, y una suela interior protegía al portador del roce de los clavos. De gran agarre, les permitían marchar en extenuantes jornadas. Experimentos modernos han demostrado que con este sistema las botas podían aguantar hasta mil kilómetros de marcha. Con ellas a la vez que se protegía la suela de cuero del desgaste, se mejoraba el agarre al terreno, siempre que no fuese una superficie muy lisa, en la que el calzado resbalaba. Esto fue lo que le pasó a un centurión llamado Juliano, en el sitio de Jerusalén, que patinó sobre el suelo pulido del templo y cayó con gran estrépito, siendo rematado allí mismo por sus enemigos.

“Sin embargo, fue perseguido por el destino, del que al no ser nada más que un mortal, no pudo escapar; porque como llevaba caligas llenas de gruesos y afilados clavos como los demás soldados, cuando corrió por el pavimento del templo, resbaló y cayó de espaldas con gran estruendo causado por su equipamiento.” (Flavio Josefo, Guerra de los Judíos, VI, 1, 8)

Estela funeraria de Lucio Sertorio Firmo

Las caligae eran pieza fundamental del equipamiento de los legionarios romanos que les permitía mantenerse firmes en las tremendas batallas sobre terrenos resbaladizos de sangre y vísceras, e incluso se usaban como armas: las suelas claveteadas posibilitaban pisotear hasta la muerte a los enemigos caídos y pegar peligrosísimas patadas que dejaban marcas de por vida. Por esta misma razón, llevar este tipo de botas por la ciudad podía dar lugar a incidentes desagradables.

“Mis pies se hunden en el lodo, de pronto enormes zapatos me pisan por todas partes y la tachuela de un soldado se me clava en un dedo.” (Juvenal, Satira, 3, 239-248)

Caliga romana, Grand Palais, París

Un ejército de soldados marchando con tales zapatos claveteados hacía un ruido atronador que podía amedrentar al enemigo. Suetonio, por su parte, explica que la guardia pretoriana de los emperadores utilizó una modalidad de bota sin clavos en la suela, las caligae speculatores, mucho más cómodas y silenciosas.

Caliga romana, Museo de Mainz, Alemania

Los soldados recibían regularmente, como parte de su equipamiento, un cierto número de tachuelas para sus caligae. Tácito incluso nos habla de un donativo, el clavarium, que se daba a las tropas en campaña, cuyo nombre debe de derivar en origen de la necesidad de reponer las tachuelas que se perdían durante las incesantes marchas:

"Hallándose éstos (los generales) en una región gastada por la guerra y la carestía, les aterraban las voces sediciosas de los soldados, que exigían el clavarium (éste es el nombre de un donativo), sin haber hecho provisión de trigo ni de dinero, estorbándoles la impaciencia y la codicia de los que saqueaban lo que podrían haber recibido." (Tácito, Historiae, 3, 50)

Caliga también designa el servicio en el ejército como soldado. Así, de Mario se dijo que había llegado al consulado a caliga, es decir, habiendo sido en sus inicios soldado raso. Otro ejemplo es el de Publio Ventidio que, aunque llegó a ser cónsul y a celebrar un triunfo, «según Cicerón fue mulero de los panaderos castrenses y según la mayoría de los escritores pasó su juventud en la mayor pobreza y calzó las cáligas militares».

Estatua de Marco Aurelio, Museo de Estambul, Turquía. Foto de Samuel López

El emperador Calígula recibió ese apodo porque, cuando era un niño, su padre Germánico le vestía de soldadito para complacer a la tropa:

"…el niño, nacido en el ejército, criado entre las legiones, a quien llamaban Calígula (botitas) con vocablo militar, a causa de que muchas veces, por ganarse las simpatías del pueblo, le ponían ese calzado." (Tacito, Annales, 1, 41)

Detalle de la columna de Trajano, Roma

En la colección de cien adivinanzas del siglo IV o V d.C., Symphosii Scholastici Ænigmata, de las que se empleaban para hacer regalos divertidos en las Saturnalia, en donde el obsequio envuelto iba acompañado por un acertijo, hay una sobre el clavo de la caliga.

"Tachuela de cáliga (Clavus caligaris)

Marcho cabeza abajo, porque voy colgado de un solo pie;
con mi coronilla toco el suelo, dejo la huella de mi testa;
pero muchos camaradas pasan los mismos sufrimientos."



Clemente de Alejandría apunta que el calzado provisto de clavi caligarii se utilizaba para hacer viajes a pie:

"A las mujeres se les puede permitir llevar un zapato blanco, excepto cuando vayan de viaje, que debe usarse un zapato engrasado. Cuando vayan de viaje, necesitan zapatos claveteados."  (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, II, 12)

Vindolanda, Reino Unido

Es probable que también la población civil: agricultores, carreteros, muleros, mineros etc. usaran, si no las propias cáligas militares, sí un calzado cuya suela estuviera equipada con clavos, en función de las actividades que fuesen a desempeñar.

“Acudiré con mis caligas a esos fríos campos para oír tus Sátiras, si ellos de mí no se avergüenzan.” (Juvenal, Sátiras, III)

Caligas. Diosa Artemisa. Museo Metropolitan, Nueva York

Un esclavo capadocio de Trimalción, Massa, divierte a la audiencia imitando la vida de un mulero, y es recompensado con unas caligas. Los que desempeñaban los trabajos más humildes, sobre todo, en el campo solían ir descalzos.

“Poniéndose un capote y con un látigo en la mano, parodió la vida del mulero, hasta que Habinas lo llamó a su lado, le dio un beso y lo invitó a beber diciéndole: «Has estado como nunca, Massa; te regalo unas cáligas." (Petronio, Satyricon, 69, 4)



El campagus era un tipo de calzado utilizado por los patricios que iba sujeto en el talón y entre los dedos, pero dejaba los dedos al descubierto. En el empeine se insertaban dos correas de cuero que se cruzaban y ajustaban a media pierna mediante una lazada. Varías piezas se ensamblaban de forma esmerada y podría envolver al pie más confortablemente. Las correas del campagus podían formar una red que se adornaba con pedrería.

“Usaba un tahalí con brillantes y se ataba con correas, adornadas de gemas, unos zapatos a los que llamaba reticulados (campagus reticulatus)” (Historia Augusta, Galieno, 16)

Museos Capitolinos, Roma. Foto de Samuel López

En el Edicto de Precios de Diocleciano se menciona un zapato militar, el campagus (campagi militares) que costaba 75 denarios.

El emperador y los oficiales de alto rango también llevaban el campagus, una bota elegante con los dedos descubiertos, con la lazada en la parte anterior. Con frecuencia, la parte superior se decoraba con la cabeza o garras de un animal pequeño, bien de un animal real o modelada en oro o marfil. El campagus del emperador se teñía de púrpura y se adornaba con oro y joyas.

Museos Vaticanos, foto de Samuel López



Esta entrada sustituye y actualiza la entrada anterior Calceus, andar cómodamente y con estilo en la antigua Roma del año 2015







Bibliografía:

https://es.scribd.com/doc/141930088/Trabajo-Calceus El calzado y la representación del status en la sociedad romana. Joan Ribes Gallén
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/que-calzaban-los-romanos-de-la-bota-a-la-sandalia_6230/4
http://www.academia.edu/3727374/LOS_CLAVI_CALIGARII_O_TACHUELAS_DE_CÁLIGA. ELEMENTOS_IDENTIFICADORES_DE_LAS_CALZADAS_ROMANAS.  Los clavi caligarii o tachuelas de cáliga. Elementos identificadores de las calzadas romanas. Jesús Rodríguez Morales, José Luis Fernández Montoro, Jesús Sánchez Sánchez, Luis Benítez de Lugo Enrich.
 The Mode in Footwear: A Historical Survey with 53 Plates, R. Turner Wilcox
The World of Roman Costume, editado por Judith Lynn Sebesta y Larissa Bonfante
Roman Women´s dress, Jan Radicke
Vindolanda and the Dating of Roman Footwear, Carol van Driel-MurraySource


Matrimonium, el matrimonio en la antigua Roma

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Hércules y Ónfale, Museo Nacional de Nápoles. Foto Stephano Bolognini

En la sociedad romana, el matrimonio era la unión de dos personas de distinto sexo, con la intención de ser marido y mujer, de procrear y educar a sus hijos y mantener una vida en común. Para que el matrimonio existiese debía darse la convivencia del marido y la mujer y la intención de establecer una relación duradera ente ambos (lo que se denominaba affectio maritalis).

“Matrimonio es la unión de un hombre y una mujer, que forman una asociación durante toda su vida y se implican en el común disfrute de privilegios humanos y divinos.” (Digesto, XXIII, 2, 1)

 

Estela funeraria de un matrimonio. Museo de la Romanidad, Nimes, Francia

El derecho romano exigía varios requisitos para que el matrimonio fuera válido. Para que la unión tuviera el carácter de matrimonium legitimum, se requería que los cónyuges gozaran del ius connubii o aptitud legal para unirse en matrimonio. En los primeros tiempos sólo eran titulares de tal derecho los ciudadanos romanos, por lo cual quedaban excluidos de las nupcias los peregrinos, los latinos y los esclavos. Con la concesión de la ciudadanía a todos los súbditos del Imperio, por la célebre constitución de Caracalla del año 212, el connubium se extendió a los extranjeros y latinos.

Otro presupuesto fundamental del matrimonio era haber alcanzado la aptitud sexual para poder procrear, que el derecho romano estimaba que para la mujer era a los doce años y para el hombre a los catorce.

“Con aquella condescendencia de Licurgo para con las doncellas, guardaba conformidad lo relativo a los esponsales, casándolas ya crecidas y robustas, para que de una parte la unión hecha, cuando ya la naturaleza la echaba menos, fuese principio de cariño y amor, y no de odio y de miedo que contra la naturaleza las violentase; y de otra los cuerpos tuviesen bastante vigor para llevar el preñado y los dolores; como que el matrimonio no tenía otro objeto que la procreación de los hijos; pero los Romanos las casaban a los doce años, e, incluso, más jóvenes, porque así el cuerpo y las costumbres iban más sin vicio y sin siniestro alguno al poder del marido. Déjase conocer, que lo primero miraba más a lo físico por la procreación de los hijos, y lo segundo a las costumbres por haber de vivir juntos.” (Plutarco, Comparación de Licurgo y Numa Pompilio, 4)


Ilustración de Angelo Todaro

El consentimiento de los contrayentes era para la ley romana un elemento vital del matrimonio. También se necesitaba el consentimiento del paterfamilias cuando alguno de los futuros cónyuges fuera alieni iuris (cualquier persona sometida a la autoridad del pater familias), y con respecto al varón, de todos aquellos, padre o abuelos que, no teniendo la cualidad de pater en el momento de las nupcias, pudieran eventualmente ejercer potestad sobre él. En el caso de la mujer el consentimiento no era requerido a su padre, porque los hijos que nacieran de la unión matrimonial no iban a formar parte de su familia, sino de la del marido. El consentimiento, ya fuera expreso o tácito, podía ser negado por el pater, hasta que la lex Iulia autorizó la intervención del magistrado cuando la negativa no estuviera justificada. Para las mujeres sui iuris (no sometidas a la autoridad del pater familias), menores de veinticinco años, el derecho imperial autorizó el consentimiento de la madre a falta del paterno, y hasta llegó a admitir el de los parientes próximos en caso necesario.

“Por todo lo cual, ¿qué matrimonio, oh presentes, puede haber más concorde que el de un sacerdote con una sacerdotisa?

Todos acogieron con vítores su discurso y le desearon los mejores auspicios para su boda. Entonces volvió a tomar la palabra y dijo:

—Os agradezco vuestro favor; pero también sería conveniente preguntar a la muchacha su opinión en este asunto. Si hiciera uso del derecho que me da mi autoridad, sería del todo suficiente el quererlo yo; porque a quien le es posible obligar, preguntar le resulta superfluo. Ahora bien, en una boda es necesario el consentimiento de ambos. — Y dirigiéndose a ella, le preguntó expresamente— : ¿Cuál es, pues, tu opinión acerca de nuestra boda? —al tiempo que le pedía explicaciones sobre su identidad y su familia.”
(Heliodoro, Etiópicas, I, 21)


Vista de un sarcófago con una escena entre Aquiles y Polixena. Museo del Prado, Madrid

Para que las nupcias fueran legítimas había que evitar ciertas situaciones que provocaban obstáculos legales y que tenían origen ético, social, político o religioso.
Según el derecho romano no podían contraer matrimonio los castrados y los esterilizados, aunque sí podían los nacidos impotentes. Tampoco podían casarse los que estuvieran ya casados anteriormente.

“Helvio Cinna, tribuno de la plebe, confesó a muchas personas haber tenido escrita y preparada una ley, que Cesar le había mandado presentar en su ausencia, por la que se le permitía, a fin de procurarse descendencia, desposar a su libre elección a cuantas mujeres quisiera.” (Suetonio, Julio César, 52, 3)


Estela funeraria de Viria Phoebe y C. Virius Alcimus. Museo Británico, Londres

Entre otros impedimentos tenía especial importancia el parentesco. En el antiguo derecho la prohibición en línea recta -natural o adoptiva- se extendía hasta el infinito, en tanto que en la colateral llegaba hasta el sexto grado. Justiniano prohibió el matrimonio de padrino y ahijada, en razón del vínculo espiritual que existía.

“Las personas relacionadas como ascendientes y descendientes no pueden casarse legalmente entre sí. Por ejemplo, padre e hija, abuelo y nieta, madre e hijo, abuela y nieto, y así hasta el infinito, y tal unión es criminal e incestuosa. Y la ley es tan absoluta que las personas relacionadas como ascendentes y descendentes por adopción tienen prohibido el matrimonio entre ellos de tal forma que la disolución de la adopción no evita la prohibición y una hija o nieta adoptiva no puede ser tomada como esposa tras la emancipación.
Las relaciones colaterales también están sujetas a prohibiciones similares, aunque no tan severas. Está prohibido casarse entre hermanos, incluso si solo comparten un progenitor, pero, aunque una hermana adoptiva no puede convertirse en la esposa de un hombre mientras se mantenga su adopción, no habrá impedimento para casarse si la adopción de ella se disuelve con su emancipación, o si el hombre está emancipado. Por tanto, si un hombre desease adoptar a su yerno, primero debería emancipar a su hija, y si desease adoptar a su nuera debería primero emancipar a su hijo.”
(Justiniano, Instituciones, I, 10, 1-13)

Pintura de Alma-Tadema

La diferencia de clases sociales excluía también la posibilidad de matrimonio. Se sabe que por el derecho antiguo estaban prohibidas las nupcias entre patricios y plebeyos, prohibición que fue ratificada por las XII Tablas y que más adelante desapareció por la lex Canuleia del año 445 a. C. También estuvo vedado el matrimonio entre ingenuos y libertinos hasta la sanción de la lex Iulia et Papia Poppaea del tiempo de Augusto. Había impedimento para que las personas de dignidad senatorial y sus hijos contrajeran nupcias con quienes ejercían profesiones u oficios deshonrosos, como los actores, histriones, gladiadores, dueños de casas de prostitución, etcétera. El emperador Justino abolió esta disposición para posibilitar el matrimonio de su sobrino Justiniano con Teodora, mujer que había habitado el Embolum, famoso pórtico de la prostitución, donde ella después hizo levantar el templo de San Pantaleón. Justiniano dispuso con esta reforma que independientemente de la dignidad que ostentara el marido podía casarse con una mujer de cualquier clase o profesión.

“La constitución de Leo, de bendita memoria, estará vigente en todos los casos no mencionado aquí. Sin embargo, no queremos mantener la ley de Constantino, de bendita memoria, escrita para Gregorio, y de la interpretación hecha de ella por Marciano, de bendita memoria, por la que los matrimonios de mujeres, a las que la ley Constantiniana llama abyectas, con hombres honrados con las mayores dignidades, están prohibidos, sino que damos el derecho a aquellos de los más notables que lo deseen de contraer matrimonio con dichas mujeres con firma de documentos matrimoniales. Otros no honrados con alguno de estos méritos tendrá derecho a contraer matrimonio con la firma de documentos o simplemente por el afecto conyugal, siempre que las mujeres sean libres y también aquellos con los que ellas pudieran contraer matrimonio.” (Código de Justiniano, 117, 6)


Pintura de Louis Hector Leroux

Una vez realizado el matrimonio la mujer debía habitar la casa del marido, que constituía su domicilio legal. Los cónyuges se prometían fidelidad, aunque la infidelidad de la esposa se trataba con más severidad, pues la mujer adúltera cometía un delito público que se castigaba con dureza; en cambio, el adulterio del marido, siempre que no tuviera lugar en la ciudad del domicilio conyugal, no era causa de divorcio.
La esposa, además, estaba obligada a seguir al esposo siempre, a menos que él se hubiese convertido en reo de algún delito. La esposa adquiría el nombre y la dignidad de su cónyuge, los que conservaba, aunque quedara viuda, mientras no se casase de nuevo.


Estela funeraria de L. Antistius Sarculo y Antistia Plutia. Museo Británico, Londres

 El marido tenía que ofrecer protección a su mujer y representarla ante la justicia. Un cónyuge no podía ejercer acción alguna que trajera aparejada una pena infamante contra otro. En materia civil, la condena que obtuviera uno de los esposos en un juicio entre ambos, estaba limitada por un beneficio que impedía que se privara al vencido de lo necesario para subsistir de acuerdo con su condición social. Los cónyuges debían proporcionarse alimentos el uno al otro, por lo cual, en caso de necesidad, estaban obligados a suministrarse comida, vestido, habitación, etcétera. La cantidad se determinaba según las posibilidades económicas del que los debía prestar y de las necesidades del esposo que iba a recibirlos.

“A Protarchus de Thermion, hija de Apion, con su tutor Apollonius, hijo de Chaereas, y de Apollonius, hijo de Ptolemaus. Thermion y Apollonius, hijo de Ptolemaus afirman que han decidido compartir una vida en común, y el dicho Apollonius, hijo de Ptolemaus reconoce que ha recibido de Thermion en mano una dote de un par de pendientes de oro que pesan 3 cuartos y (…) dracmas de plata; y desde ahora Apollonius, hijo de Ptolemaus proporcionará a Thermion, como esposa suya, todo lo necesario y ropa en proporción a sus medios y no la maltratará o la echará, ni la insultará ni traerá otra esposa, o de lo contrario devolverá la dote incrementada en la mitad, y Thermion cumplirá sus deberes con su esposo y su vida en común y no se ausentará de la casa por una noche o un día sin el consentimiento de Apollonius, hijo de Ptolomeus, ni le deshonrará, ni dañará su casa común, ni se juntará con otro hombre, pues si es hallada culpable de alguna de estas acciones tras un juicio, se le despojará de la dote, y además a la parte transgresora se le impondrá la sanción correspondiente.” (Contrato matrimonial, BGU 1052 13 a.C.)

Museo Nacional Romano, Termas de Diocleciano

Desde el antiguo derecho de Roma las mujeres casadas solían entrar a formar parte de la familia del marido, colocándose bajo su potestad y dejando de estar bajo la autoridad del pater familias de su propia familia. Esto se producía mediante la fórmula del matrimonio cum manu.

Para que el marido adquiriera tal potestad se requería un acto legal que podía desarrollarse de tres formas:

“Antiguamente hubo tres formas de matrimonio cum manu.” (Gayo, Instituciones, I, 110)

La confarreatio era una solemne ceremonia religiosa en la que los desposados hacían unos votos ante diez ciudadanos romanos que actuaban como testigos y ante el gran pontífice y el flamen dialis (sacerdote de Júpiter). Los novios ofrecían un sacrificio y compartían un pan de trigo (panis farreus). La mujer desde entonces era admitida en la comunidad familiar del pater de su esposo, bajo la potestad del cual quedaba.


Ilustración de Angelo Todaro

Este rito era propio de los ciudadanos de la clase aristocrática de la sociedad romana y a partir de la promulgación de la ley Canuleya del año 445 a.C., que autorizaba matrimonios entre patricios y plebeyos, la confarreatio fue casi excepcional, y se reservó para los miembros de la clase senatorial.

Se exigía todavía a fines de la República para que los hijos del matrimonio pudieran ser sacerdotes mayores, hasta que el emperador Tiberio abolió los efectos civiles de la confarreatio.

“La confarreatio, otro modo en que se origina la manus, es un sacrificio ofrecido a Júpiter Farreus, en el que se usa una torta de trigo, de la cual se deriva el nombre de la ceremonia, y se hacen otros actos solemnizados con fórmulas orales, en presencia de diez testigos y esta ley está todavía en uso, porque las funciones de los sacerdotes mayores, es decir, los flamines de Júpiter, de Marte, de Quirinus, y los deberes del rey ritual, solo pueden ser realizados por personas nacidas de matrimonios con el rito de confarreatio. Tampoco puede ninguna persona ostentar un cargo sacerdotal si no está casada por confarreatio.” (Gayo, Instituciones, I, 112)


Ilustración de North Wind Picture Archives

La coemptio era una forma de adquirir la conventio in manum que recuerda a las más antiguas costumbres de la humanidad cuando el matrimonio se realizaba mediante una compra. En Roma consistía en una venta ficticia de la mujer al esposo, o a quien ejercía la potestad sobre él. Esta venta la realizaba el padre, o quien tuviera potestad sobre ella, si era alieni iuris; o la mujer misma, si era sui iuris, con la autorización de su tutor, de modo que por tal venta la mujer pasaba a ser propiedad del marido o de aquel bajo cuya potestad este viviera.

“Con la coemptio el derecho de la manus sobre una mujer corresponde a una persona a quien es llevada mediante una venta imaginaria. Porque el esposo compra a la esposa que queda bajo su poder en presencia de al menos cinco testigos, ciudadanos romanos por encima de la edad de la pubertad, además de un encargado de la balanza.” (Gayo, Instituciones, I, 113)

Tal venta se realizaba en presencia de cinco testigos por lo menos, ciudadanos púberes, y de otro ciudadano de la misma condición, encargado de pesar el metal con que se pagaba la compra. La coemptio va también haciéndose infrecuente ya en la época de Cicerón como consecuencia de la aversión que sienten las mujeres hacia el matrimonio cum manu.


Belerofonte y princesa Filonoe. Ilustración de suburbanbeatnik, DeviantArt

Cuando el matrimonio se celebraba sin las formalidades de la confarreatio o de la coemptio, el marido podía adquirir la manu por el usus, es decir, con la convivencia ininterrumpida de la pareja durante un año entero, con el consentimiento del padre o tutor de la mujer. Al cabo de ese tiempo el hombre adquiría el derecho de propiedad sobre la mujer, como si ésta fuera un objeto. La mujer, según la ley de las III Tablas, podía interrumpir esta propiedad ausentándose del hogar común todos los años, durante tres días con sus noches (trinoctium). Este modo arcaico de adquirir la potestad marital no sobrevivió al fin de la época republicana y fue el emperador Augusto quien lo abolió totalmente.

“El marido podía adquirir la manu por el usus tras un año entero de cohabitación ininterrumpida. Tal posesión anual implicaba un tipo de usucapión (derecho de adquisición por posesión temporal), e introducía a la mujer en la familia del marido, en la cual se le daba el estatus de una hija. Asimismo, la ley de las XII tablas decretaba que una esposa que deseaba evitar estar sujeta a la manus del esposo debería ausentarse tres noches al año de su casa para evitar la usucapión anual: pero el total de esta ley ha sido parcialmente abolida por estatuto, o parcialmente eliminada por falta de uso.” (Gayo, Instituciones, I, 111)


Pintura de Pompeya. Museo Británico, Londres

Los romanos conocieron junto al matrimonio cum manu, las iustae nuptiae sine manu, que fueron un medio para que el pater familias se procurase los hijos que deseara sin agregar a su familia la mujer que se prestaba a dárselos. Tras la decadencia de la manu maritalis, se hace frecuente la práctica del matrimonio sine manu, en el que, al no tener el marido poder alguno sobre la mujer, ésta quedaba en la misma situación familiar y patrimonial que tenía antes de las nupcias. En consecuencia, si era alieni iuris al tiempo de contraer matrimonio, continuaba sometida a la potestad de su padre, en tanto que, si tenía calidad de sui iuris, debía nombrársele un tutor. Su marido no era su tutor legítimo, y tampoco podía nombrar al tutor de la propia mujer.

La mujer casada podía tener patrimonio propio en función del tipo de matrimonio escogido. Si una mujer alieni iuris contraía matrimonio cum manu, ella no poseía ningún patrimonio, pero si lo contraía sine manu, el patrimonio adquirido tras el matrimonio revertía al de su padre por no haberse alterado la relación jurídica. Pero si la mujer era sui iuris, en un matrimonio cum manu sus bienes eran absorbidos, al pasar todo lo que tenía con anterioridad al matrimonio y lo que adquiriese en un futuro al marido o al padre de este. Por lo tanto, en este caso no tendría un patrimonio propio, sino que se produciría la constitución de una comunidad de bienes con su marido. Si el matrimonio era sine manu, la mujer conservaba todos sus bienes anteriores y posteriores al matrimonio, sin que el marido tuviese poder sobre su patrimonio.

“Pero, por otra parte, existe la grave injusticia cometida contra Andrón Sextilio y que es intolerable. Habiendo muerto su mujer Valeria sin testamento, Flaco se ocupó de todo, como si la herencia le perteneciera a él en persona. Me gustaría saber qué mal hay en eso. ¿Es que pretendía algo sin razón? ¿Cómo lo pruebas? «Era mujer», dice, «de condición libre». iVaya hombre entendido en derecho! ¿Qué? ¿No se pueden recibir legalmente herencias de mujeres de condición libre? (Había pasado a depender legalmente de su marido», responde él. Ahora comprendo; pero pregunto: ¿fue por cohabitación o por contrato? Por cohabitación no puede ser, porque nada se puede sustraer de la tutela legal sin el consentimiento de todos los tutores. ¿Por contrato? Luego con la aprobación de todos los tutores; entre los cuales, ciertamente, no dirás que se hallaba Flaco.” (Cicerón, En defensa de L. Flaco, 84)


Estela funeraria,Ostia, Italia

La regla básica del matrimonio romano consistía en que el marido (o, eventualmente su paterfamilias) tenía la obligación de encargarse en solitario de los gastos derivados del mantenimiento de la casa y los miembros de su familia directa con todo su patrimonio con independencia de que la esposa hubiera entrado en el seno de su familia mediante conventio in manum o no. No obstante, con la finalidad de que el cumplimiento de tal deber no resultase tan costoso, la costumbre imponía que la mujer (o una tercera persona en su nombre, que solía ser el paterfamilias) realizase aportaciones patrimoniales al marido (o a su paterfamilias) para fortalecer y mejorar la situación económica de la comunidad conyugal, así como colaborar a su sostenimiento.

“Aunque tú seas un hombre muy moderado en tus dispendios, y hayas educado a tu hija como convenía a una hija tuya, nieta de Tutilio, dado que se va a casar con una persona muy distinguida, Nonio Celere, a quien el desempeño de sus deberes públicos le impone una cierta necesidad de brillo personal, ella debe ser dotada de la ropa y la servidumbre adecuadas a la posición social de su esposo, cosas que, aunque ciertamente no aumenten la dignidad, sin embargo, la adornan y la completan. Se que eres una persona muy rica en bienes del espíritu, pero de recursos económicos limitados. Por ello, reclamo para mí una parte de tu carga, y como un segundo padre de nuestra muchacha le asigno una cantidad de cincuenta mil sestercios; y le asignaría una cantidad mayor, si no estuviese seguro de que solo con la modestia de mi pequeño regalo se puede conseguir de tu dignidad que no lo rechaces. Adiós.”
(Plinio, Epístolas, VI, 32)

Pintura de Alma-Tadema

La costumbre de la dote es probable que naciese con la formalización del matrimonio cum manu, para compensar a la mujer por la pérdida de derechos sucesorios que sufría (como consecuencia de la conventio in manum) al romper el vínculo agnaticio (relación familiar por línea paterna) con su familia de origen. Más tarde, al generalizarse el matrimonio sine manu (o matrimonio libre), la dote se extiende a este, teniendo como objetivo ayudar a sostener las cargas matrimoniales, o en contribuir a los gastos del hogar doméstico.

En las épocas antigua y clásica no había una obligación jurídica de constituir la dote, ya que el hecho de dotar era considerado como un deber moral y social, sobre todo para el padre de la mujer, hasta el punto de que no se concebía un matrimonio sin dote. De hecho, durante todo el periodo clásico no hubo obligación legal por parte de la mujer de constituir la dote, ni para el padre de la mujer, ni para la mujer misma si era sui iuris, ni para sus parientes más cercanos, pero, sin embargo, todos ellos estaban obligados por un compromiso moral y social.


Pintura de Giovanni Muzzioli

Es con una constitución de Caracalla y Septimio Severo cuando la dote pasa a ser una obligación jurídica para el padre de la mujer (ya que hasta entonces simplemente había sido una obligación moral), consistente en realizar una aportación patrimonial. Esta obligación jurídica acabó alcanzando a otras personas, como a la propia mujer, la madre o el hermano consanguíneo.

“A la buena Fortuna. Aurelia Thaesis, hija de Eudaemon y de Herais, de Oxirrinco, junto a Aurelius Theon también llamado Nepotianusy tal como se ha estipulado, ha dado su hija Aurelia Tausiris en matrimonio a Aurelius Arsinous, hijo de Tryphon y Demetria, de dicha ciudad, a quien se le entrega como dote de la novia, en oro común según la norma de Oxirrinco un collar del tipo maniaces con una piedra, que pesa sin la piedra trece cuartos, un broche con cinco piedras engastadas en oro, que pesa sin las piedras cuatro cuartos, un par de pendientes con diez perlas, que pesan sin las perlas tres cuartos, un anillo pequeño de medio cuarto, y de ropa, una capa dalmática plateada con un valor de 260 dracmas, una túnica blanca con rayas y borlas, con un valor de 160 dracmas, otra capa dalmática, blanca con borde púrpura, con un valor de 100 dracmas,…el novio Aurelius Arsinous reconoció que había recibido de Aurelia Thaesis, todo lo anteriormente mencionado en su justo peso y valor. Por tanto, que los esposos vivan juntos sin culpa, cumpliendo los deberes del matrimonio, y que el esposo provea a la esposa con todo lo necesario según sus posibilidades. Año 7 de los Emperadores Valeriano y Galieno.” (Papiro Oxirrinco 1273)

Detalle de mosaico de la villa de Noheda, Cuenca, España

En la época arcaica y en el periodo preclásico, la propiedad de la dote correspondía al marido, tanto en el matrimonio cum manu como en el sine manu, por su carácter funcional de ayudar a sostener las cargas del matrimonio. En el caso de que la mujer fuera sui iuris y el matrimonio cum manu, sus bienes pasaban de forma automática al patrimonio del marido, puesto que la mujer carecía de capacidad patrimonial. Si la mujer era alieni iuris, o el matrimonio era sine manu, era necesario un acto de entrega al marido de los bienes destinados a contribuir las cargas del matrimonio.

A finales de la época republicana la dote se considera un conjunto de bienes propio de la mujer, a la cual se tendrá que restituir en el caso de que se disuelva el matrimonio. Con la legislación de Justiniano se establecen claramente los derechos de la mujer y de su familia sobre la dote, tanto durante el matrimonio como en el caso de que se tenga que devolver por disolución del vínculo conyugal.

“Pero si, Dios no lo quiera, debido a desavenencias tiene lugar la separación del matrimonio, el esposo restituirá al que entregó a la novia, si todavía vive, o, si no, a la esposa, la mencionada dote íntegra en 60 días desde la fecha de la demanda, los objetos de oro de acuerdo a sus pesos, de la ropa se podrá elegir entre aceptar recuperarlas con la valoración que se haga entonces y recibir lo que reste en plata o aceptar la cantidad de la mencionada valoración, y el desgaste de estos objetos será adeudado al esposo. Si en el momento de la separación la esposa está embarazada, el esposo pagará por los gastos del parto 40 dracmas. Al exigir la devolución de la mencionada dote los representantes de la esposa tendrán el derecho de ejecución sobre el esposo y sobre su propiedad…” (Papiro Oxirrinco, 1273)


Pintura de Alma-Tadema

Con la llegada del cristianismo la Iglesia propuso un matrimonio que se fundaba en la igualdad de los cónyuges, de los que se requería a ambos su consentimiento, excluyendo el de los familiares, a la vez que fomentaba la familia matrimonial en vez de la patriarcal, basada en los antiguos lazos de parentesco. Otro pilar fundamental del matrimonio cristiano era su indisolubilidad; el vínculo matrimonial solo finalizaba con la muerte y el divorcio solo se daba en determinadas circunstancias.

Un nuevo matrimonio formaba parte de la comunidad cristiana a la que los cónyuges pertenecían y su unión respondía al cumplimiento de la voluntad de Dios. Por tanto, la validez de un matrimonio residía en la celebración de un acto jurídico, que solía ser la inscripción en unas tablas nupciales, y un acto religioso en la que un sacerdote bendecía la unión.

¿Por consiguiente debemos encontrar las palabras para expresar la felicidad de ese matrimonio que la Iglesia cimenta, y la ofrenda confirma, y la bendición firma y sella; de la que los ángeles llevan noticias al cielo, que el Padre da por ratificada? (Tertuliano, A su esposa, II, 8)


Estela funeraria de Nammonius Mussa y Kalandina, Graz, Austria

Sin embargo, aunque la Iglesia predicaba la igualdad de sexos ante el matrimonio, la realidad era que la sociedad y la cúpula eclesial consideraban a la mujer inferior al hombre y demandaban el sometimiento de la esposa a su marido.

“Debéis compartir todo, alegrías y penas por igual. El santo sacramento del matrimonio ha hecho que todo os pertenezca a partes iguales. Esto es especialmente importante en cuanto a los deberes y obligaciones en el hogar; solo así se construirá vuestro matrimonio sobre una sólida base. Dejad ambos que se sepan vuestros puntos de vista y opiniones, pero, al final, que tu marido tenga la última palabra.” (San Gregorio Nacianceno, Carta a su hija espiritual Olympiatha con ocasión de su matrimonio con Nevrithios, 384 d. C.)


Relieve con una escena de la boda entre Tetis y Peleo, Museo del Louvre

El matrimonio en Roma solía ir precedido de una promesa formal de celebrarlo, realizada por los futuros cónyuges o sus respectivos paterfamilias, que se llamaba esponsales (sponsalia), nombre que deriva de sponsio, contrato verbal y solemne que se usaba para completar la promesa. En un fragmento del Digesto se define a los esponsales como: "mención y promesa mutua de futuras nupcias" (Digesto, XXIII, 1, 1).

“iOh, que trágico y prematuro funeral! iOh, ese instante de la muerte más cruel que la propia muerte! Ya había sido prometida a un distinguido joven de buena familia, ya había sido señalado el día de los esponsales, y nosotros ya habíamos recibido las invitaciones para el acto.” (Plinio, Epístolas, V, 16)


Pintura de Alma-Tadema

En las primeras épocas el incumplimiento de los esponsales daba lugar a una acción de daños y perjuicios que se traducía en el pago de una suma de dinero, aunque su aceptación no duró mucho tiempo, ya que el incumplimiento de los esponsales era incompatible con la idea romana del matrimonio y cualquier convención en la que se prometiera una suma de dinero como pena resultaría ineficaz.

“En su libro titulado Las dotes, Servio Sulpicio escribió que en la región de Italia denominada Lacio los esponsales solían hacerse con arreglo a la siguiente costumbre y norma jurídica: “Quien iba a tomar esposa recibía, por parte de la familia de la que debía llevársela, garantías de que le sería entregada en matrimonio. A su vez, quien iba a llevársela formulaba también su compromiso [spondebat]. Este contrato de garantías [stipulatio] y promesas [spomio] se llamaba sponsalia [esponsales]. Entonces, la prometida se llamaba sponsa [esposa], y quien había prometido llevársela, sponsus [esposo]. Ahora bien, si después de tales garantías la sponsa no era entregada o el sponsus no quería casarse con ella, el firmante del contrato emprendía una acción legal en virtud de la promesa hecha [ex sponsu]. Los jueces intervenían. El juez preguntaba por qué motivo no había sido entregada o aceptada la sponsa. Si no apreciaba una causa justificada, calculaba una suma de dinero como fianza y, según los intereses afectados de quien debía entregar o recibir a aquella mujer, condenaba a pagar a quien había formulado la promesa de sponsio [spoponderat] o a quien había dado las garantías [,stipulatus erat]". Según Servio, esta ley de los esponsales fue observada hasta que fue concedida la ciudadanía a todo el Lacio en virtud de la ley Julia Esto mismo es lo que escribió Neracio en su libro Las nupcias.” (Aulo Gellio, Noches Áticas, IV, 4)

Pintura de Alma-Tadema

En el derecho clásico los esponsales tuvieron un carácter más ético-social que legal, especialmente por la imposibilidad de exigir su cumplimiento, aunque la promesa tenía efectos jurídicos, relacionados con la capacidad de los interesados para contraer esponsales y en el reconocimiento de relaciones personales entre las partes contrayentes.

En cuanto a la capacidad de los prometidos, se aplicaban los mismos requisitos e impedimentos que para el matrimonio, sin embargo, se permitió la celebración de esponsales antes de alcanzar la pubertad, aunque era necesario haber cumplido siete años. Se autorizó también que las viudas prometiesen nupcias antes de que hubiera transcurrido el año de luto.

“Para Aurelia María, una virgen, la más inocente y pura, que murió en paz con los justos y los elegidos, que vivió 16 años, 5 meses y 19 días; que había estado prometida con Aurelius Damatius por 25 días, Aurelius Ienisireus, un veterano y Sextilia , sus muy desgraciados padres hicieron esto para la hija más dulce y amada y en contra de sus oraciones sufrirán la pena más grande mientras vivan; santos mártires, cuidad de María.” (CIL 05, 01636)

En la tumba de Crepereia Tryphaena descubierta en Roma se encontró el cuerpo de una adolescente con su ajuar funerario que incluía un anillo de oro con una piedra en la que se puede leer el nombre de Filetus, muy probablemente su prometido, lo que indica que se habrían celebrado sus esponsales y el hallazgo de otro anillo con iconografía relativa al matrimonio y la aparición de una corona de mirto sobre su cabeza hace suponer que su casamiento estaría cercano.

Anillos de Creperia Tryphaena, Centrale Montemartini, Roma

En lo que respecta a las relaciones personales que los esponsales creaban entre los prometidos, el derecho romano otorgó consecuencias jurídicas que, en alguna medida, eran semejantes a las que se derivaban del matrimonio. De esta forma, los esponsales crearon un vínculo entre los parientes de los prometidos que constituyó un impedimento matrimonial; se prohibió realizar otra promesa de matrimonio, antes de disolver la anterior, bajo pena de infamia; se autorizó al prometido a perseguir por injurias a quien ofendiera a su futura esposa y se consideró adúltera a la prometida que no mantenía sus deberes de fidelidad.

En la época cristiana se impuso la costumbre de garantizar el cumplimiento de los esponsales, ya que el relajamiento de las costumbres hacía que los casos de ruptura injustificada de la promesa de matrimonio fueran muy frecuentes. A partir de entonces el ofrecimiento matrimonial se acompañaba con arras, que eran perdidas por la parte que las había entregado y no cumplía los esponsales, en tanto que la parte que las había recibido e incumplía el compromiso tenía que devolver, al principio el cuádruple y en el derecho de Justiniano la cantidad percibida, más otro tanto.

“Su prometida era Junia Fadila, bisnieta de Antonino, que más tarde se casó con Toxocio, un senador de la misma familia que pereció después de la pretura y del que aún se conservan obras en verso. Ella guardó las arras reales, que, según cuenta Junio Cordo —investigador de tales hechos—, dicen que fueron éstas: un collar de nueve perlas, una redecilla con once esmeraldas, un brazalete con un engarce de cuatro zafiros, además de los vestidos, todos regios y bordados en oro, y los demás adornos propios de los esponsales.” (Historia Augusta, Los dos Maximinos, 27, 6)


Detalle del mosaico de Cresis, Antioquía. Museo de Hatay,
Antakya, Turquía

Si las nupcias no se contraían las arras podían ser recuperadas, salvo que el prometido que había hecho los presentes hubiera roto el compromiso por su culpa. Cuando el matrimonio no se celebraba por muerte de uno de los contrayentes, debía restituirse la donación por entero al sobreviviente o sus herederos, a menos que hubiese mediado el beso esponsalicio (beso que el esposo da a la esposa en la confirmación de los esponsales que han contraído), en cuyo caso se recobraba la mitad.

En los tiempos más antiguos era costumbre por parte del novio prometido entregar al padre de la novia una joya, que podía ser un anillo, como promesa del futuro matrimonio. Ya en la república, se hizo costumbre entregarlo a la novia. El nombre dado a dicho anillo era annulus pronobus, el cual solía ser de hierro, que simbolizaba fuerza y duración. La aceptación de este anillo suponía el sometimiento de la futura esposa al esposo.

“Aquellos además que habían recibido anillos de oro porque iban en una embajada solo los llevaban en público, pero en sus casas los llevaban de hierro; esta es la razón por la que incluso ahora un anillo de hierro sin ninguna piedra se envía como regalo cuando se compromete.” (Plinio, Historia Natural, XXXIII, 4)

Es posible que ese anillo de hierro del que hablaba Plinio evolucionara con el
tiempo y fuera cada vez más elaborado, incluyendo metales como oro y plata, gemas y grabados.





Con el tiempo, las familias más pudientes entregaban anillos de oro como símbolo de su riqueza y estatus, aunque parece ser que solo se lucía en ocasiones especiales, cuando era preciso mostrarlo como símbolo de ostentación.

“Entre las mujeres incluso ha desaparecido aquella costumbre de nuestros antepasados que protegía la modestia y la sobriedad; cuando ninguna conocía el oro excepto en uno sólo de sus dedos, el que su esposo había ligado con el anillo nupcial.” (Tertuliano, Apologética, 6, 4)

En la propia ceremonia matrimonial era también posible hacer entrega de un anillo nupcial que podía llevar diversos símbolos relativos al matrimonio, como los rostros de los esposos, o bien unas manos derechas entrelazadas, e, incluso, mensajes deseando felicidad o salud o con los nombres de los contrayentes escritos.


Anillo de oro, siglo V,  Museo Británico, Londres

La representación de las manos derechas entrelazadas era considerada desde muy antiguo un símbolo de pacto y fidelidad y desde época de los Antoninos se tuvo como símbolo de la armonía conyugal.

“Querido Pánfilo, bien ves su hermosura y sus pocos años; y no ignoras que al presente ambas cualidades le resultan nocivas para custodiar su castidad y su fortuna. Debido a eso, yo, por esa tu diestra y por tu Genio, por tu fidelidad y por la soledad en que se va a encontrar esta, te conjuro que no la apartes de ti ni la abandones. Si yo te he amado como a un verdadero hermano, si esta siempre te ha apreciado como al que más y siempre se ha mostrado complaciente contigo en todas las cosas, yo te doy a ella como esposo, amigo, tutor y padre. Te lego los bienes que poseemos y los confío a tu lealtad”. Pone en la mía la mano de la muchacha; y expira en el acto. He recibido, pues, a Glicera como una prenda; y como la he recibido, así la guardaré.” (Terencio, Andria, I, 5)


Anillo de oro, siglo III

En referencia a esta armonía surgieron en la parte oriental del imperio unos anillos que llevaban inscrita la palabra omonoia, concordia en griego, acompañada habitualmente de otros motivos iconográficos relativos al cristianismo que imperaba en todo el territorio. Todo ello hacía referencia al hecho de que el matrimonio se realizaba por voluntad de Dios y debía seguir las directrices dadas por Cristo.


Anillo de matrimonio, siglo V-VI, foto Phoenix Ancient Art


Bibliografía

El matrimonio como estrategia en la carrera política durante el último tramo de la república, Santiago Castán Pérez-Gómez
Naturaleza jurídica del matrimonio: matrimonium y contractum como sinónimos durante siglos, Elisa Muñoz Catalán
Aspectos relativos al matrimonio en derecho romano y en derecho civil, Pablo Morales Solá
La dote en Roma, Miriam Sánchez Serrador
Análisis de la evolución del matrimonio a través del tiempo, Luis Pablo Angulo Vivanco y Anny Karina Carvajal Vivanco
La dextrarum iunctio y su evolución a los anillos de fede. Algunos ejemplos en gemas del Museo Arqueológico Nacional (Madrid), Elena Almirall Arnal
«His and Hers»: what degree of financial responsibility did husband and wife have for the matrimonial home and their life in common, in a Roman marriage?, John A. Crook
Roman Dowry and the Devolution of Property in the Principate, Richard P. Saller
The marriage alliance in the roman elite, Suzanne Dixon
To Have and to Hold: Marrying and Its Documentation in Western Christendom, 400–1600, Edited by Philip L. Reynolds and John Witte, Jr.

 



Iovis Pater, el culto a Júpiter en la antigua Roma

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Júpiter, Casa de los Dioscuros, Pompeya.
Museo Arqueológico Nacional, Nápoles. Foto Olivierw

El culto a Júpiter se implantó en Roma desde tiempos muy antiguos conformando junto a las diosas Juno Regina y Minerva la tríada capitolina, que recibió culto en la colina del Quirinal.

“La cuesta que sube muy cerca de Flora, tiene el nombre de Capitolium Vetus «Capitolio Viejo», porque allí hay una capilla de Júpiter, Juno y Minerva, y ésta es más antigua que el templo que fue construido en el Capitolio.” (Varrón, De la lengua latina, V, 158)

Tríada Capitolina. Museo Arqueológico de Palestrina, Italia. Foto Sailko

Júpiter fue el nombre latino que se dio al dios Zeus griego cuando este se asimiló a la religión romana. El nombre Iuppiter es contracción de Iovis Pater (Padre Jove); se nombraba como Iuppiter y como Iovis (Jove).

Desde muy antiguo se le veneró tanto en el pueblo latino, como entre muchas de las antiguas comunidades itálicas y se le consideró como la más potente divinidad del antiguo panteón romano.

En su iconografía se le representa habitualmente como un hombre barbado, de melena ondulada, vestido con un manto que no suele cubrir su torso, aunque a veces aparece totalmente desnudo. Suele presentarse acompañado de un cetro que le identifica como el rey de los dioses, un águila, un haz de rayos, y ocasionalmente con un globo terráqueo, este último como símbolo de su dominio sobre el mundo. El haz de rayos refleja su poder como dios de los fenómenos atmosféricos y su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza.

Símbolos de Júpiter. Casa del Efebo, Pompeya

Por último, el águila se consideró en la antigüedad un ave divina porque en su vuelo se acerca a los dioses que habitan en el cielo. Se la considera una mensajera de Júpiter y, como reina de las aves, representativa del don de la adivinación que se le atribuye al dios. Durante el imperio se creía que un águila era la encargada de transportar el alma del difunto emperador hasta su encuentro con los dioses. Todos los símbolos, tanto juntos como por separado, conllevaban la idea de la supremacía de Júpiter, sobre los demás dioses, sobre los hombres y sobre el universo.

“Tampoco creyeron que el Júpiter que adoramos en el Capitolio y en otros templos fuese el que lanza el rayo; sino que consideran a Júpiter como nosotros, guardador y moderador del universo, del que es alma y espíritu, señor y artífice de esta obra, y al que todos los nombres convienen. ¿Quieres llamarle Destino? no te equivocas; de él dependen todos los acontecimientos; en él están las causas de las causas. ¿Quieres llamarle Providencia? bien le llamas: su providencia vela por las necesidades del mundo, para que nada altere su marcha, y realice su ordenado fin. ¿Prefieres llamarle Naturaleza? no errarás: de él ha nacido todo; de su aliento vivimos. ¿Quieres llamarle Mundo? no te engañas: él es todo lo que ves, está todo entero en cada una de sus partes y se sostiene por su propio poder. De la misma manera que nosotros pensaron los Etruscos, y si dicen que el rayo procede de Júpiter, es porque nada se hace sin él.” (Séneca, Cuestiones Naturales, II, 45)

Júpiter con Cupido, Herculano. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Foto Luigi Spina

En un principio formó con Marte, dios de la guerra y Quirino, dios de la agricultura, la tríada arcaica o precapitolina, pero a finales del siglo VI a.C. Tarquinio el Soberbio terminó el templo dedicado a la tríada capitolina, que había iniciado Tarquinio Prisco, con el que se sentó las bases del culto que por siglos iba a ser tan relevante en la religión de Estado en Roma.

Moneda con el templo y la tríada capitolina.
Gabinete de monedas, Berlín

Sin embargo, el primer templo romano de Júpiter lo construyó Rómulo en el Capitolio con la advocación de Júpiter Feretrio, donde se consagraban los "spolia opima", es decir, las armas de cualquier jefe enemigo muerto en combate por el jefe romano.

“El espectáculo mayor, con mucho, del triunfo lo constituyó Coso portando los despojos opimos del rey muerto. Los soldados le cantaban versos libres comparándolo con Rómulo. Colgó los despojos como ofrenda, con una solemne dedicación, en el templo de Júpiter Feretrio al lado de los despojos de Rómulo, que fueron los primeros en recibir el nombre de opimos y eran los únicos hasta entonces.” (Tito Livio, IV, 20, 2)

Rómulo con los spolia de Acron, pintura de Jean Auguste Dominique Ingres.
Museo del Louvre. Foto Sailko

Este culto se remonta a los inicios de la historia romana y marca el paso de Roma desde una simple comunidad agrícola hacia una prominente comunidad entre los pueblos latinos. Dicho culto, desarrollado durante la época de animismo de la religión romana, retuvo su naturaleza animista, y la deidad nunca cambió del estado de numen al de dios, por lo que Júpiter Feretrius nunca se representó con forma humana.

Su aparición se produce tras la victoria de los romanos sobre los caeninenses, que habían llegado a vengar el rapto de las Sabinas, cuando Rómulo marcó en el Capitolio un espacio sagrado para un templo dedicado a Júpiter Feretrius y le dedicó las armas de Acron, el jefe enemigo al que había matado.

“Decretado por el Senado el triunfo solamente a Marcelo, apareció éste en la pompa, si se atiende a la brillantez, riqueza y copia de los despojos, y al número de los cautivos, magnífico y admirable como los que más; pero el espectáculo más agradable y nuevo era ver que él mismo conducía al templo de Júpiter la armadura del bárbaro, para lo cual había hecho cortar el tronco de una frondosa encina, y disponiéndolo como trofeo puso ligadas y pendientes de él todas las piezas, acomodándolas con cierto orden y gracia; y al marchar el acompañamiento púsose al hombro el tronco, subió a la carroza, y como estatua de sí mismo, adornada con el más vistoso de los trofeos, así atravesó la ciudad. Seguía el ejército con lucientes armas, entonando odas e himnos triunfales en loor del dios y del general. De esta manera continué la pompa, y, llegada al templo de Júpiter Feretrio, subió a él e hizo la consagración, siendo el tercero y el último hasta nuestra edad, porque Rómulo fue el primero que trajo iguales despojos, de Acrón, rey de los Ceninenses; el segundo Cornelio Coso, de Tolumio, Etrusco, y después de estos Marcelo, de Virdómaro, rey de los Galos, y después de Marcelo, nadie. Dase al dios a quien se hizo la ofrenda el nombre de Júpiter Feretrio, según unos, por habérsele llevado el trofeo en un féretro, como derivado de la lengua griega, muy mezclada entonces con la latina; según otros, ésta es denominación propia de Júpiter Fulminante, porque al herir o lisiar los Latinos le llaman ferire. Otros, finalmente, dicen que se tomó el nombre del mismo golpe o acto de herir en la guerra, porque en las batallas, cuando persiguen a los enemigos, repitiendo la palabra “hiere”, se excitan unos a otros.” (Plutarco, Marcelo, 8)

Denario de época de Trajano con el general Marcus Claudius Marcellus
y el templo de Júpiter Feretrius

Durante el reinado de Tarquinio el soberbio se instituyó la celebración de las Feriae Latinae en las que se debía ofrecer un sacrificio a Júpiter Latiaris. Según Dionisio de Halicarnaso, estas fiestas se celebraban aún en su época, siglo I a.C. y surgieron tras ganar a los Latinos y persuadirles de aceptar un acuerdo que reconocía la predominancia de Roma y celebrar un festival para conmemorar la paz entre los pueblos, al cual asistían muchos magistrados de Roma y delegados de las antiguas ciudades latinas que rodeaban Roma. El festival era dirigido por los cónsules y se sacrificaba un toro a Júpiter Latiaris y la carne se compartía entre los participantes de las ciudades que asistían al encuentro. La ceremonia estaba controlada por Roma como signo de su dominio sobre las demás ciudades. La documentación sobre el culto a Júpiter Latiaris parece indicar que existiría un templo o santuario dedicado a él en el monte Albano.

“Tarquinio, después de obtener la hegemonía sobre los latinos, envió embajadores a las naciones de los hérnicos y de los volscos, invitándolos también a un tratado de amistad. Los hérnicos votaron unánimamente a favor de la alianza, mientras que sólo dos poblaciones volscas, Ecetra y Ancio, aceptaron la propuesta. Con el propósito de que los tratados con las ciudades se mantuvieran perpetuamente, Tarquinio decidió establecer un templo común para los romanos, latinos, hémicos y para los volscos que habían entrado en la alianza, con el fin de que cada año se reunieran en el lugar fijado y allí celebraran una fiesta, comieran juntos y participaran en sacrificios comunitarios. Como todos aceptaron la resolución con satisfacción, fijó como lugar para celebrar la reunión un monte elevado situado aproximadamente en el centro de los pueblos, monte que se levanta sobre la ciudad de los albanos. Estableció por ley que allí, todos los años, se celebraran fiestas, hicieran una tregua, ofrecieran sacrificios comunitarios al llamado Júpiter Latiaris y celebraran banquetes en común. Fijó también lo que cada ciudad debía aportar para los sacrificios y la parte que cada una debería recibir. Las ciudades que tomaban parte en la fiesta y en los sacrificios eran cuarenta y siete. Los romanos han seguido celebrando estas fiestas y sacrificios hasta nuestros días con el nombre de Fiestas Latinas, y las ciudades participantes llevan, unas, corderos; otras, quesos; otras, una determinada cantidad de leche, y otras, alguna ofrenda del mismo tipo; y de un toro que todas sacrifican en común, cada ciudad toma la parte que le está fijada. Los sacrificios se realizan en nombre de todos, y son los romanos los que los dirigen.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia Antigua de Roma, IV, 49)

Estatuilla en bronce de Júpiter. Colección privada

Para los primeros romanos, Júpiter era el dios del cielo y de los fenómenos atmosféricos, pero también era considerado un rey con poder para proteger y hacer prosperar a la comunidad romana y a la que representa en sus relaciones con los pueblos extranjeros. De su aspecto benefactor procede el epíteto de Optimus, así como el de Maximus corresponde al ser considerado el más importante de los dioses. El culto a Júpiter Optimus Maximus establecido en la monarquía de los Tarquinios y su posterior adopción por la república romana creó una imagen divina de poder que reflejaba el bienestar de la sociedad romana y la misión a cumplir entre los demás pueblos.

"Pero al propio Júpiter, esto es, 'el padre que ayuda' -al que, en los casos oblicuos, llamamos Jove, de 'ayudar'- lo llaman los poetas 'padre de las deidades y de los hombres", mientras que nuestros mayores lo llaman 'Óptimo Máximo'. Y, desde luego, antes 'Óptimo' -esto es, sumo benefactor- que 'Máximo', ya que el hecho de aprovechar a todos resulta más grandioso y, a buen seguro, más de agradecer, que el de poseer grandes recursos." (Cicerón, De la naturaleza de los dioses, II, 64)

Júpiter entronizado. Museo Británico, Londres

De vuelta al culto de Júpiter Capitolino, en su templo había dos capillas dedicadas a Juno Regina y Minerva, y los tres eran invocados en momentos solemnes nombrando primero a Júpiter, seguido por Juno y Minerva, indicando en su orden la jerarquía que el pueblo romano les otorgaba. Júpiter llegó a convertirse en el genio tutelar de la ciudad y del pueblo romano, bajo cuya protección se acogían la justicia, la razón, y el destino del Estado. Con el paso del tiempo esta protección se extendió a todos los lugares del Imperio, siendo muy bien acogido entre los pueblos conquistados.

"Hannón.— ¡Oh, Júpiter, que velas por el género humano y le das sustento, tú que eres el sostén de nuestras vidas y en cuyas manos tienen puestas sus esperanzas todos los mortales, yo te ruego que me concedas que sea hoy el día feliz que me traiga el logro de mis afanes y devuelve la libertad a mis hijas, de las que he tenido que verme privado tan largo tiempo, después que me fueron arrebatadas de la patria en tan tierna edad! Así sabré que hay una recompensa para un amor paternal que no se da por vencido." (Plauto, Pseudolus, V, 4)

Cistóforo de Vespasiano acuñado con motivo de la restauración del Capitolio. 

Según algunos autores los romanos agradecían a Júpiter Optimus Maximus por los dones que les concedía, riqueza, honor, seguridad, aunque no por ser virtuosos o justos, sin embargo, tampoco le culpaban por los males que les acontecían.

“Porque, si Júpiter Óptimo Máximo, cuya voluntad y cuyo albedrío gobiernan el cielo, la tierra y los mares, suele a menudo, con fuertes vientos o con tempestades desenfrenadas, con calor excesivo o con frío insoportable, dañar a los mortales, arrasar las ciudades y malograr las cosechas -si pensamos que nada de esto ha ocurrido para ruina nuestra por decisión divina sino que se ha producido por la violencia y el poderío de la misma naturaleza y si, al contrario, vemos que él nos concede y nos reparte los beneficios de los que nos servimos, como son la luz de que gozamos y el aire que respiramos.” (Cicerón, Pro Roscio, 131)

Estatuillas de Júpiter en un lararium de Boscoreale, Italia.
The Walters Art Museum, Baltimore, Maryland, EE.UU.

Los romanos atribuían la expansión y la extensión de su imperio a la piedad que sentían por sus dioses, sobre todo, a Júpiter. Esta idea se reforzaba mediante los ritos que se llevaban a cabo en el Capitolio. Desde el punto de vista romano, el sacrificio que los pueblos extranjeros hacían a Júpiter confirmaba la preeminente posición de Roma en el mundo, ya que los que hacían las ofrendas, reyes y élites de Grecia, Asia menor, África del Norte, y el Oriente próximo dependían del favor romano. La asociación de Júpiter Optimus Maximus con la protección del estado hizo que su culto tuviese un relevante carácter oficial en las provincias del Imperio.

"Pero, después de su derrota en el Lago Regilo, los latinos se indignaron tanto contra quienes abogaban por la reanudación de la guerra que no sólo rechazaron a los legados volscos, sino que los detuvieron y los condujeron a Roma. Allí fueron entregados a los cónsules y se aportaron pruebas que demostraban que volscos y hernicios se estaban preparando para la guerra con Roma. Cuando el asunto fue llevado ante el Senado, éste quedó tan complacido por la acción de los latinos que liberó a seis mil prisioneros de guerra y puso a la consideración de los nuevos magistrados el asunto de un tratado que hasta entonces se habían negado persistentemente a considerar. Los latinos se felicitaron por la actitud que habían adoptado y los autores de la paz recibieron grandes honores. Enviaron una corona de oro como regalo a Júpiter Capitolino." (Tito Livio, Ab Urbe condita, II, 22)

Júpiter Capitolino. Museo Metropolitan, Nueva York

Un importante aspecto del papel de Júpiter como protector del estado era ser testigo de los tratados y alianzas llevados a cabo por Roma. Con la hegemonía de Roma sobre el Mediterráneo, las ciudades estado y los reyes buscaban en el senado romano alianzas y garantías para su propia autonomía. Copias de los acuerdos entre estados se depositaban en el templo de Júpiter tras hacer un juramento y un sacrificio. El acto requería un permiso del senado, pero el sacrificio era voluntario. Cuando los aliados regresaban a su hogar, confirmaban los acuerdos ofreciendo sacrificios a sus propios dioses.

Que el sacrificio de extranjeros a Júpiter era voluntario se puede constatar en el siguiente decreto del Senado que recoge un tratado de alianza entre Roma y Atypalaia, una isla del Egeo, en el año 105 a.C.

“Con el pueblo de Astypalaia paz, amistad y alianza serán renovadas; como un buen hombre de un pueblo bueno y amistoso su enviado será tenido y se le dará un trato amistoso. Se decreta que Publius Rutilius, cónsul, se encargue de que una placa de bronce de esta alianza se clave en el Capitolio como le parezca que convenga al interés de la Republica y su buena fe. Se decreta que Publius Rutilius, cónsul, ordene al cuestor según el procedimiento oficial entregar al enviado regalos y que al enviado se le permita hacer un sacrificio en el Capitolio, si así lo desea, y que según las leyes Rubria y Acilia se exponga una copia de esta alianza en un lugar público y visible y por donde la mayoría de ciudadanos pasen, y que cada año en la asamblea de Astypalaia se pueda leer en voz alta.” (IG XII 3.173)

Estatuilla de bronce. Museum of Fine Arts, Boston, EE.UU.

El emperador Octavio Augusto, a pesar de favorecer a sus propios dioses protectores, Marte y Apolo, acomete la reconstrucción del templo de Júpiter Capitolino haciéndolo más majestuoso, manifestando así la idea de que el prínceps es el elegido por la divinidad para congraciarse con los hombres, ya que la destrucción del templo en varias ocasiones durante el siglo I a.C. se habría debido a la ira de Júpiter por las guerras civiles que habían asolado a Roma a lo largo de los años. Con el Imperio inaugurado por Augusto no solo se termina el periodo convulso de la República, sino que se inicia un periodo de prosperidad que complace a los dioses y especialmente al dios principal de la ciudad de Roma.

Recreación del Templo Capitolino de Roma. Pintura de C.R. Cockerel.
Royal Academy of Arts, Londres

Sin embargo, el deseo de Augusto de romper el vínculo con la república y poner el foco político en su propia persona hace que el culto de Júpiter Capitolino vaya perdiendo relevancia en la religión oficial del estado en favor de los dioses tutelares del emperador Apolo y Marte.

“Consagré ofrendas, procedentes de botines, en el Capitolio y en el templo del divino Julio y en el templo de Apolo y en el templo de Vesta y en el templo de Marte Vengador: todo ello me supuso cerca de cien millones de sestercios.” (Augusto, Res Gestae, 21, 2)

Su más importante función en la ideología religiosa del recién creado imperio fue como recipiente de los votos por el emperador debido, motivada por la creencia de que la seguridad de la comunidad dependía totalmente en el bienestar del gobernante. Mientras que para Cicerón Júpiter intervenía directamente para proteger el bien común, en el principado de Augusto este papel se reservaba al propio emperador. Por lo tanto, el que había sido dios supremo en la república romana, en la religión oficial del periodo de Augusto queda relegado a escuchar las oraciones del pueblo romano para que proteja a su salvador.

“Si uno habla de las campañas que has hecho por tierra y por mar, y con estas palabras halaga tus oídos atentos: «Si más quiere el pueblo que tú estés a salvo, o tú que a salvo esté el pueblo, déjelo en la incertidumbre el que cuida de ti y de la urbe: Júpiter»— serás capaz de reconocer el elogio de Augusto.” (Horacio, Epístolas, I, 16, 27)

Augusto representado como Júpiter.
Museo del Hermitage, San Petersburgo

Las fiestas del vino o Vinalia se celebraban en honor de Júpiter y Venus, para pedir protección sobre las huertas, las viñas y la vendimia, pues Júpiter era el mayor representante del vino en el mundo romano y patrocinaba la obtención del vino sacrificial, además de controlar el aspecto sagrado del ritual. La Vinalia priora o urbana se celebraba el 23 de abril, cuando se abrían los odres de vino del año anterior para bendecirlo y degustarlo y también para pedir buen tiempo hasta la siguiente cosecha. La fecha de la Vinalia rustica era el 19 de agosto, cuando se sacrificaba un cordero al dios Júpiter para pedir protección contra las tormentas de verano que podían dañar las uvas antes de la vendimia. El sacerdote (flamen dialis) arrancaba un racimo de uvas de la viña y hasta que la ceremonia no se llevaba a cabo no se podía traer mosto nuevo a la ciudad.

“Las Vinalia recibieron su fiesta por el vino, este día es de Júpiter, no de Venus. La atención prestada a este asunto no es poca en el Lacio, pues en algunos lugares la vendimia la llevaban a cabo inicialmente sacerdotes en nombre del Estado, como aún ahora en Roma, pues el flamen dialis consulta los auspicios para la vendimia y, cuando ha ordenado recoger la uva, sacrifica una cordera a Júpiter, y el flamen es el primero que, entre la sección y el ofrecimiento de las entrañas de aquélla, recoge la uva. En las puertas de Túsculo está escrito: Que no se transporte el vino nuevo dentro de la ciudad antes de ser proclamadas las Vinalias.” (Varrón, De la lengua latina, VI, 16)

Festival de la vendimia, pintura de Alma-Tadema, Galería Nacional de Victoria,
Melbourne, Australia

El 11 de octubre tenía lugar la Meditrinalia cuando se bebía el primer mosto de la reciente vendimia y se rogaba a Júpiter por la salud.

“En el mes de octubre, el día de las Meditrinales (Meditrinalia) recibió su denominación a partir de mederi «curar», porque Flaco, flamen de Marte, decía que este día se solían hacer libaciones de vino nuevo y de viejo y probar éstos como medicina; y esto suelen hacer aún ahora muchos, cuando dicen: Bebo el vino nuevo, el viejo: me curo la enfermedad nueva, la vieja.” (Varrón, De la lengua latina, VI, 21)

La dedicación a Júpiter podría haberse originado en tiempos de Eneas cuando Mecencio, rey etrusco que reinaba en Cere, fue llamado por Turno para que le ayudara en su lucha contra Eneas y Latino. Para convencerlo Turno le prometió la mitad de la cosecha del vino del campo latino y de su propio territorio, mientras que Eneas le ofreció esto mismo a Júpiter. Turno y Mecencio murieron y la promesa a Júpiter se cumplió, dando así origen a las fiestas de los Vinalia, en las que se ofrecían a Júpiter las primicias de la cosecha vinícola.

“Turno se atrajo la ayuda de los etruscos. Mecencio era ilustre y, con las armas en las manos, feroz, y, si grande a caballo, a pie era más grande aun; Turno y los rútulos intentaron atraérselo a su partido. Frente a esos intentos, hablo de la siguiente manera el caudillo etrusco: «El valor que poseo me ha costado caro; pongo por testigos mis heridas y las armas que tantas veces manche con mi sangre. Tú, que pides mi auxilio, reparte conmigo una recompensa que no es grande: los próximos mostos de tus lagares. El asunto no requiere tardanza alguna: a vosotros os corresponde dar, a nosotros, vencer. jComo desearia Eneas que yo me hubiera negado a esto!». Los rútulos estuvieron de acuerdo. Mecencio se puso las armas; Eneas se las puso, y habló Júpiter: «El enemigo ha prometido su vendimia al rey tirreno; ¡Tú, Júpiter, te llevarás el mosto de la viña del Lacio! Prevalecieron los votos mejores. El soberbio Mecencio sucumbió y atronó la tierra con su pecho rabioso. Había llegado el otoño, manchado con las uvas prensadas: hicieron entrega del vino debido a Júpiter, su acreedor. Desde entonces el día se llamó de los Vinalia. Júpiter reclama ese día y disfruta participando en su fiesta.” (Ovidio, Fastos, IV)

Detalle de mosaico con la imagen de Júpiter de la casa del Planetario, Itálica, Sevilla, España

Catón recomendaba hacer un sacrificio anual a Júpiter para que bendijera a los bueyes en su tarea de arar los campos y procurar así una buena cosecha. El ritual descrito podía también realizarse a la hora de emprender una nueva empresa, como abrir un nuevo negocio o comprar una casa.

“Es necesario hacer el sacrificio sagrado de la siguiente manera: ofrécele a Júpiter Dapalis una copa de vino tan grande como quieras; ese día debe ser festivo para los bueyes, los boyeros y quienes participen del banquete sagrado. Cuando llegue el momento de presentar la ofrenda, lo harás de esta manera: «Júpiter Dapalis, puesto que se te debe ofrecer en mi casa ante mis esclavos un cáliz de vino para el banquete sacrificial, seas por ello glorificado con esta ofrenda sacrificial que se te va a presentar». Lávate entonces las manos, después coge el vino: «Júpiter Dapalis: te glorificamos con esta ofrenda sacrificial que se va a presentar, te glorificamos con el vino ofrecido». Si quieres, hazlo con Vesta. Banquete sacrificial a Júpiter: una pieza de carne y un ánfora de vino. Consagra la ofrenda a Júpiter estando puro mientras estés en contacto con ella: después, una vez hecho el banquete sacrificial, siembra mijo, panizo, ajo y lenteja.” (Catón, De Agricultura, 132)

Sacrificio a Júpiter. Pintura de Noël Coypel. Castillo de Versalles, Francia

Durante la celebración de los Ludi Romani (juegos romanos) en la noche del 13 de septiembre, día central de los ludi Romani y único antes de que se ampliasen hasta abarcar entre el 4 y el 19 de ese mismo mes, tenía lugar en el Capitolio un banquete, llamado epulum Iovis, en presencia de las estatuas de las tres divinidades que habitaban el gran santuario capitolino, Júpiter, Juno y Minerva. A Júpiter se le pintaba la cara de rojo y se le reclinaba en un lecho, y las diosas permanecían sentadas en una silla. El banquete lo organizaba el colegio de los epulones y asistían los senadores y posiblemente los magistrados. Se servía comida que se ofrecía incluso a los dioses como si estuvieran realmente presentes y se amenizaba con música y bailes. El epulum Iovis se celebraba también en los idus de noviembre, coincidiendo con los ludi plebeii.

“Las mujeres solían comer sentadas en compañía de los hombres, que lo hacían recostados. Esta costumbre del banquete de los hombres pasó también al de los dioses y así, en el banquete en honor de Júpiter, éste era invitado al festín en un lecho mientras que Juno y Minerva eran invitadas a sentarse en sillas. Nuestra época conserva esta rigurosa costumbre más cuidadosamente en el Capitolio que en las casas privadas, naturalmente, porque mantener las normas de conducta corresponde más a las diosas que a las mujeres.” (Valerio Máximo, Hechos y dichos memorables, II, 1, 2)

Estela con banquete de Hades y Perséfone. Museos Vaticanos. Foto Egisto Sani

El emperador Augusto parece haber sido bastante temeroso de las tormentas con rayos y truenos por lo que dedicó un templo a Júpiter Tonante con motivo de haber salvado su vida durante una tormenta durante su campaña en Hispania.

“Consagró un templo a Júpiter Tonante por haberle salvado del peligro cuando, durante una marcha nocturna en su expedición contra los cántabros, un rayo paso rozando su litera y mató al esclavo que le precedía para alumbrarle.” (Suetonio, Octavio, 29, 3)

Júpiter de Esmirna, Museo del Louvre, París

En el siglo I se vive otro momento de gran inestabilidad política y social que provoca un nuevo incendio del templo de Júpiter Óptimo Máximo durante las luchas entre los partidarios del emperador Vitelio y los Flavios. Los vitelianos atacan a los seguidores de Vespasiano y acaban incendiando el templo. El hijo de Vespasiano, Domiciano, se refugia en un aposento y huye disfrazado. La destrucción del templo aparece como signo de la ira de los dioses por el continuo ataque al trono imperial y se hace necesaria la presencia de un líder que traiga estabilidad y paz. El elegido será Vespasiano, quien se encargará de restaurar el mayor símbolo de la pax deorum, el templo de Júpiter Óptimo Máximo. Vespasiano también llevará a cabo una vinculación directa de la protección de su persona y la de la casa imperial con la figura de Júpiter a través de Iovis Custos (Júpiter Custodio)

Denario de plata con Vespasiano y Júpiter Custos

Construyó una capilla en el lugar donde su hijo Domiciano se había refugiado que sería posteriormente ampliado y convertido en templo bajo el reinado de este último.

“Domiciano, escondiéndose al primer ataque en el aposento de la guardia, vestido hábilmente por un liberto con una vestidura de lienzo, mezclado y pasando inadvertido entre la turba de los ayudantes de los sacrificios, se ocultó en casa de Cornelio Primo, cliente de su padre, situada junto al Velabro. Al hacerse cargo de los acontecimientos nuestro padre Vespasiano, derruido el aposento de la guardia del templo dedicó una capilla a Júpiter Conservador, en la que puso un altar y una lápida de mármol con la inscripción de sus avatares. Al alcanzar aquel después la dignidad imperial, edificó y consagró a Júpiter Custodio un grandioso templo, representándose a sí mismo en brazos del dios.” (Tácito, Historias, III, 74)

Marco Aurelio ofreciendo un sacrificio delante del templo de Júpiter Capitolino (izda)
y Júpiter Custos o Conservador (drcha). Foto Samuel López

La preferencia de Domiciano por esta divinidad, y por extensión por la familia imperial, se verá también reflejada en las monedas, siendo las acuñaciones de Iovis Custos una constante durante el periodo de reinado de la dinastía Flavia. La figura de Iovis Custos será primordial en la acuñación de moneda de Vespasiano, como protector, por un lado, de la figura imperial frente a los intentos de usurpación o magnicidio por parte de los oponentes políticos, y, en caso de Vespasiano, por la protección que dicha divinidad ejerció sobre su hijo Domiciano durante el ataque viteliano al Capitolio.

Júpiter también fue venerado por su capacidad sanadora y salvadora para lo que habría sido llamado Iuppiter Salutaris. Parece haber sido habitual solicitar a la divinidad principal del panteón romano su intervención para curar a alguien de una enfermedad.

‘Júpiter, tú que das y quitas los grandes dolores —dice la madre del niño que lleva ya cinco meses en cama—, si al niño se le va la fría cuartana, en la mañana del día en que tú prescribes ayunos se pondrá desnudo en el Tiber’. Pongamos que el azar o el médico salvan al enfermo del peligro de muerte: su delirante madre lo matará plantándolo en la gélida orilla y hará que le vuelva la fiebre. ¿De qué mal está aquejado su espíritu? Del miedo a los dioses."(Horacio, Sátiras, II, 3, 288 Júpiter Salutaris)

Júpiter sentado en su trono.
Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
Foto Samuel López

Con esta misma advocación Salutaris se solicitaba la protección del estado tras largas series de catástrofes y se hacían sacrificios.

"Siendo cónsules Galieno y Fausiano, entre tantas calamidades bélicas, se produjo además un gravísimo terremoto y hubo oscuridad durante muchos días. Se escuchó también un trueno que provenía del retumbar de la tierra, y no del tronar de Júpiter. A consecuencia del terremoto muchas construcciones se derrumbaron cuando sus habitantes se encontraban en el interior y muchos hombres murieron de miedo. Este desastre fue más funesto en las ciudades de Asia, pero también Roma y Libia se vieron afectadas por él. La tierra se abrió en muchos lugares y por las hendiduras brotó agua salada. El mar inundó muchas ciudades. Entonces se buscó el favor de los dioses; consultados los libros Sibilinos y de acuerdo con lo prescrito por ellos, se hicieron sacrificios a Júpiter Salvador." (Historia Augusta, Los dos Galienos, 5, 2 (Iovis Salutaris)

Altar votivo. Museo de Aquincum, Budapest. 

"A Júpiter Optimus Maximus Salutaris. Lucius Serenius Bassus, centurión de la legión II Adiutrix, liberado de una grave enfermedad, cumplió su voto de buen grado." 

A Júpiter Óptimo Máximo como protector del bienestar general se le otorgaba el poder de deshacer los conjuros maléficos que buscaban efectos negativos en personas o comunidades, como en el ejemplo siguiente, donde se agradece a Júpiter que haya eliminado los nombres de unos decuriones que habían sido grabados en una tablilla de conjuro por un esclavo público, posiblemente por venganza.

“A Júpiter Óptimo Máximo, guardián y protector del bienestar de la colonia y del Consejo Decurional de Tuder, ya que Júpiter, con su inmenso poder, retiró los nombres del Consejo Decurional que habían sido fijados en una tumba por la acción criminal de un esclavo público y porque Júpiter evitó y libró a la colonia y a los ciudadanos de caer en el peligro. Lucio Cancrio Primigenio, liberto de Clemente, seviro augustal y primer flavial, gracias al consejo decurional, hizo cumplir este voto.” (CIL XI 4639)

Estatua de Júpiter. Museo del Prado, Madrid

En las provincias romanas se produjo un fenómeno de sincretismo por el que se identificó a Júpiter con divinidades indígenas locales con las que compartía ciertos atributos. La vinculación de Júpiter con diversos ámbitos de la vida social y económica, como la agricultura o los fenómenos naturales, ayudó a que los pueblos que iban siendo romanizados adoptasen el culto oficial romano a la par que mantenían la veneración por sus propios dioses locales. Así puede verse en el caso de Júpiter Taranis. Taranis era una deidad celta venerada en la Galia, Britania, y otras regiones europeas, considerado un dios supremo de las fuerzas naturales y cuyo principal símbolo era la rueda. Cuando las provincias en las que Taranis recibía culto fueron romanizadas, fue asimilado al dios oficial romano Júpiter, apareciendo en algunas inscripciones con el nombre oficial de Júpiter Optimus Maximus Taranis y siendo representado como un hombre con barba sujetando un haz de rayos y una rueda.

"A Júpiter Óptimo Máximo Tanarus. Titus Elupius Praesens, de la tribu Galeria de Clunia, príncipe de la XX legión Valeria Victrix, en el consulado de Cómodo y Laterano, cumplió su voto por su propia voluntad y de buen grado."

Júpiter Taranis. Museo Arqueológico Nacional de Saint Germain en Laye, Francia

Así, por ejemplo, en Egipto, Júpiter, que era también el dios relacionado con la adivinación, fue asociado al dios egipcio Ammón, con el que compartía rasgos similares. Ammón, el dios carnero, fue el oráculo más famoso en la antigüedad, y alcanzó gran renombre en Egipto. Entre los romanos Júpiter Ammón inspiraba el Oráculo manifestándose a través de sus sacerdotes. La efigie de Júpiter Ammón responde al arquetipo fijado en época de Augusto: una máscara con abundante cabellera de pelo rizado en la que sobresalen dos cuernos de macho cabrío, que son los atributos de la divinidad.

Herma con la imagen de Júpiter Amón,
Museo del Prado, Madrid

El culto a Júpiter Optimus Maximus Dolichenus se originó en Comagene, cerca de Doliche, en Asia menor. Esta deidad era en realidad el dios local Baal, que había surgido del sincretismo de varios dioses de procedencia aramea, acadia y hurrita. El culto se hizo muy popular entre los soldados porque se creía que Júpiter Doliqueno era el protector de los campos de batalla, el hierro y las armas hechas con él. Era principalmente una deidad suprema del cielo. No obstante, tuvo muchos seguidores entre la población civil, comerciantes, artesanos y más. Tras la conquista romana de Siria en el año 64 a.C. y la anexión de Comagene en el 71 d.C., Doliqueno se hizo presente como deidad venerada en el Imperio, asimilado a Júpiter Optimus Maximus. Su iconografía mostraba un hombre barbado que llevaba un gorro frigio en su cabeza, de pie sobre un toro, con un hacha en su mano derecha, un haz de truenos en la izquierda, y una espada enfundada al hombro, todo como símbolo de su poder sobre la naturaleza y los hombres.

Estatuilla de Júpiter Doliqueno dedicada por Marrius Ursinus.
Museo de Arte de Viena, Austria

En la ciudad de Roma su culto tuvo un gran seguimiento y se ha encontrado testimonio de ello en el Monte Aventino. En las inscripciones realizadas en monumentos conmemorativos aparece Júpiter Doliqueno como la deidad que manda erigirlos y se puede observar que los fieles al culto se clasificaban en una ordenada jerarquía en la que sus miembros parecen ser todos varones.

"A la Buena Fortuna

Por orden de Júpiter Óptimo Máximo Doliqueno, el eterno custodio de todo el cielo y la superior deidad, conservada e invicta, L. Tettius Hermes, caballero romano y candidato y patrono de este lugar, ha donado para su propia bienaventuranza y de la de Aurelia Restituta, su esposa, y de la de Tettia Pannuchia, su hija y de los suyos y de Aurelius Lampadus, su hermano queridísimo, y para la bienaventuranza del sacerdote y candidato venerador de este lugar, una placa de mármol con podio y columnas. A estos ha elegido Júpiter Optimo Máximo Doliqueno para servirle: M. Aurelius Oenopio Onesimus, con el prenombre de Acacius, el notaro, y Septimius Antonius, con el prenombre Olympius, el padre de los candidatos, los patronos, queridísimos hermanos y los honorabilísimos colegas Aurelius Magnesius, Aurelius Serapiacus, Antonius Marianus, Marcus Iulius Florentinus, Erster de este lugar, y Aurelius Severus, el veterano y responsable del templo y Aurelius Antiochus, el sacerdote. Geminius Félix y Vibius Eutychianus los portadores del dios, Cornelius Crescentianus….."

Estela con Júpiter Doliqueno entre otras divinidades orientales. Museos Capitolinos, Roma

En Siria se inició un culto en la ciudad de Heliópolis a un dios que los romanos llamaron Júpiter Heliopolitano, al que parece que asimilaron al sol y que pudo proceder de Egipto.

"De donde resulta evidente que ambos dioses han de ser considerados una sola divinidad. Asimismo, los asirios, en la ciudad que llaman Heliópolis, adoran con grandiosos ceremoniales al sol, bajo el nombre de Júpiter, al que califican como Zeus Heliopolitano. La estatua de este dios fue adquirida de la ciudad egipcia llamada igualmente Heliópolis, cuando Senemur —o tal vez se llamaba Senepo— reinaba en Egipto." (Macrobio, Saturnales, 23, 10)

Júpiter Heliopolitanus.
Museo Metropolitan, Nueva York


Esta deidad posiblemente asociada a la agricultura se representaba sin barba, con una ajustada túnica en la que aparecían las imágenes posiblemente de otros dioses, una especie de sombrero semejante a un cesto o un modio (medida de capacidad), con un látigo en la mano derecha (según Macrobio) y un haz de trigo en la izquierda; se acompaña de un toro a cada lado. Su imagen se sacaría en procesión al igual que se hacía con la de muchos dioses en el ámbito mediterráneo. El Júpiter Heliopolitano parece haber sido venerado desde los tiempos de Augusto cuando se instalaron en Heliópolis (actual Baalbek, Líbano) algunos veteranos y pudo haber sido asimilado a un antiguo dios sirio.

"Ahora bien, apreciamos que Júpiter y el sol son uno mismo no sólo a partir del propio ritual de las ceremonias, sino también a partir de la representación del dios. En efecto, la estatua de este dios, de oro, le representa de pie e imberbe, la diestra alzada con un látigo a la manera de un auriga, la izquierda empuñando rayo y espigas, atributos todos estos que muestran el poder compartido de Júpiter y del sol. Además, el culto de este templo destaca por la adivinación, que se asocia a la esfera de poder de Apolo, dios que se identifica con el sol. De hecho, en Heliópolis, su estatua se lleva sobre unas andas, tal como se llevan las estatuas de los dioses en la procesión de los juegos del circo; y los porteadores son generalmente notables de la provincia, con la cabeza rasurada, purificados por una larga continencia, y son guiados por el espíritu del dios, portando la estatua no adonde ellos quieren, sino adonde les empuja el dios, como vemos que en Ancio las estatuas de las Fortunas se mueven para dar las respuestas oraculares." (Macrobio, Saturnales, I, 23, 12)

Júpiter Heliopolitano,
Museo del Louvre, París

Júpiter Serapis fue una divinidad nacida de la asimilación de Júpiter, dios supremo de la religión romana (el Zeus de los griegos), a Serapis, de origen greco-egipcio, el cual también fue considerado como dios supremo del Estado y una divinidad cósmica. Se acudía a él para conocer su oráculo y se le hacía invocaciones para pedir la sanación. El culto de Serapis, dios nacido del sincretismo entre Osiris y Apis, se inició bajo Ptolomeo I Soter tras consolidar su poder sobre tierras egipcias, pues la nueva capital, Alejandría, necesitaba una divinidad tutelar que aunara de igual manera elementos de la tradición egipcia y caracteres griegos aceptables para los habitantes helenos.

Júpiter Serapis. Foto Casa Christie´s

Siguiendo a Elio Arístides, quien dedicó un discurso a Zeus y otro a Serapis en el siglo II d.C. Zeus es el dios creador del Universo y responsable de su buen funcionamiento. Como dios omnipotente ejerce su poder sobre los demás dioses y los hombres a los que concede el don de la civilización y se presenta como un dios benévolo, sabio y justo.

"Zeus es el padre de todo, tanto del cielo como de la tierra, de los dioses y los hombres, de los animales y plantas. Gracias a él vemos y tenemos todo lo que tenemos. Él es el benefactor, el patrono y el supervisor de todo. Él es el presidente, el conductor y el administrador de todo lo que existe y de todo lo que está por existir. Él es el dispensador de todo. Él es su autor. Puesto que él es quien concede la victoria en las asambleas y los tribunales se le invoca como «Zeus del Agora». Porque la concede en las batallas, como «Dispensador de la Victoria». Puesto que presta auxilio en las enfermedades y en todas las circunstancias, «Salvador». Él es Libertador. Él atiende a quienes les invocan — naturalmente, puesto que es padre— . Él es Rey, Protector de la Ciudad, Accesible, Dios de la Lluvia, Celeste, Corifeo y todas las otras advocaciones que él nos descubrió, y que son grandes nombres y adecuados a su ser. Él es quien posee el principio, el fin, la medida y la oportunidad de todo. En todas partes él es igualmente poderoso sobre todos. Él es el único que podría decir lo que se debe sobre él, porque es el dios que ha recibido la mayor parte." (Elio Arístides, Discurso XLIII, 29)

Zeus o Júpiter Serapis.
Museo Metropolitan, Nueva York

En lo que respecta a Serapis, este dios tiene en su poder el cuidado del alma y el cuerpo de los hombres, así como de todo lo que rodea su vida, y comparte con Zeus la sabiduría, la justicia y la benevolencia, junto con la capacidad de traer la armonía al mundo. Es un dios poderoso, pero creado por Zeus y por tanto inferior a él. Sus seguidores participarían de unos ritos mistéricos, los cuales no se daban en el culto a Zeus o Júpiter.

"Además, también Serapis es el único que sin guerras, luchas ni peligros otorga la posesión de riquezas que, junto con la salud, es lo más importante para los hombres. Así pues, él se muestra propicio a lo largo de toda nuestra vida y ninguna parcela se descuida por este dios *** Él mismo todo lo examina e interviene en todos los asuntos, empezando por el alma y terminando por los bienes materiales. Él ha hecho de nuestra vida una suerte de armonía y la ha compuesto con sus dones, haciendo que se ame la sabiduría gracias a la salud, convirtiendo a la salud en un bien aún más agradable gracias a los bienes materiales, y uniendo y consolidando los extremos de la vida con un elemento central, como si fuera una traviesa, al sumar a los bienes del alma la salud y la posesión de riqueza. ¿Cómo no debemos invocarlo en los grandes festivales y durante todos los días como protector, salvador de todos los hombres y dios autosuficiente?"(Elio Arístides, Discurso XLV, 19)

Júpiter Serapis. Museo del Bardo, Túnez

El culto a Serapis se propagó por todo el Mediterráneo gracias al comercio y la navegación entre territorios. En Roma estaba ya instalado en la época de la república, aunque sufrió algunas persecuciones, lo mismo que durante los primeros años del imperio. Fue Calígula el emperador que permitió que los cultos egipcios recuperasen su lugar en Roma. El mayor apogeo del culto a Serapis fue durante los siglos II y III d.C. cuando los emperadores emitieron monedas con sus efigies y la figura de Serapis como dios protector, la cual había adoptado ya la iconografía del Zeus griego y el Júpiter romano, aunque añadiendo un rasgo característico suyo, el calathus o modio en la cabeza como símbolo de fertilidad.


Busto de Júpiter Serapis en alabastro.
Museo Arqueologico de Florencia, Italia




Bibliografía

Los Ludi en la Roma arcaica, Jorge Martínez.Pinna
Júpiter Óptimo Máximo en la propaganda de Augusto y Vespasiano: Justificación religiosa de dos fundadores dinásticos, Diego M. Escámez de Vera
Serapis: el dios sincrético, Verónica Reyes Barrios
Culto al servicio del poder: Serapis, dios sincrético del Mediterráneo, Sergio López Calero
La construcción del Dios Único: Zeus y Serapis a través de los Discursos de Elio Aristides, Elena Cerón Fernández
Optimus Maximus en la literatura latina antigua, Beatriz Antón y Cristina de la Rosa
Tito Flavio Vespasiano y Júpiter Óptimo Máximo: la justificación propagandístico-religiosa de una nueva dinastía imperial en Roma, Diego M. Escámez de Vera
The Cult and Temple of Jupiter Feretrius, Lawrence A. Springer
Capitoline Jupiter and the historiography of roman world rule, Alexander Thein
Ex Asia et Syria: Oriental Religions Oriental in the Roman Central Balkans, Nadežda Gavrilović Vitas
The Cult of Jupiter and Roman Imperial Ideology, J. Rufus Fears
The Same, but different: the temple of Jupiter Optimus Maximus through time, Ellen Perry
Jupiter Dolichenus, Charles S. Sanders
Jupiter Optimus Maximus Dolichenus and the Re-Imagination of the Empire: Religious Dynamics, Social Integration, and Imperial Narratives, Lorand Deszpa
Rome, Diplomacy, and the Rituals of Empire: Foreign Sacrifice to Jupiter Capitolinus, Larisa Masri
Jupiter, Venus and Mercury of Heliopolis (Baalbek): The images of the “triad” and its alleged syncretisms, Andreas J. M. Kropp
Jupiter's Legacy: The Symbol of the Eagle and Thunderbolt in Antiquity and Their Appropriation by Revolutionary America and Nazi Germany, Justin S. Hayes



Felix Dies Natalis, el cumpleaños en la antigua Roma

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Detalle de pintura de larario con genio ofreciendo un sacrificio. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles. Foto Samuel López

La sociedad romana de finales de la república celebraba dentro del ámbito privado los cumpleaños de los miembros de la familia y de los amigos con obsequios y banquetes. En cada celebración se realizaba el culto a la deidad personal de cada individuo con una ofrenda y votos de que la ofrenda se renovaría el año siguiente en caso de seguir contando con su protección. Existía la creencia de que cada persona tenía su propio espíritu divino que la acompañaba desde el momento de su nacimiento y la protegería durante toda su vida. Entre los romanos este guardián protector se llamaba genius y se le honraba principalmente con una libación de vino en el día del cumpleaños, además de ofrecer flores e incienso.

“El Genio es el dios bajo cuya tutela cada cual, según ha nacido, vive; él, bien porque cuida de que seamos engendrados, bien porque es engendrado a una con nosotros, bien, incluso, porque una vez engendrados nos levanta y nos guía como tutor, ciertamente se llama «Genio» a partir de «engendrar»….Al Genio, por tanto, principalmente a lo largo de toda la vida ofrecemos sacrificios cada año, aunque no sólo éste, sino que también existen además otros dioses en número considerable que apuntalan, cada cual en su propia porción, la vida de los hombres; a quien quiera conocerlos lo instruirán suficientemente los libros de los indigitamenta. Pero todos éstos hacen presente el efecto de sus poderes en cada hombre una única vez, razón por la cual no son requeridos con ritos anuales a lo largo de todo el espacio de la vida. El Genio, en cambio, hasta tal punto ha sido puesto a nuestro lado como observador asiduo, que ni siquiera un punto en el tiempo se aparta, sino que, desde el seno de nuestra madre, una vez acogidos, nos acompaña hasta el día extremo de la vida.” (Censorino, Sobre el día del nacimiento, 3)

Detalle de pintura del larario, thermopolium de Lucius Vetutius Placidus, Pompeya.
Foto Samuel López

El genius del pater familias era honrado en todas las casas, pero las mujeres podían hacer ofrendas a su Juno, que actuaba como el genio masculino.

“Juno natal, acepta los sagrados puñados de incienso, que te ofrece con tierna mano una joven diestra. Es toda tuya hoy, para ti se ha arreglado contentísima, para alzarse ante tu altar digna de verse.”
(Sulpicia, Elegias de Tibulo, III, 12)

Pintura de John William Waterhouse

Pasar por muchos cumpleaños era un motivo de orgullo y, por supuesto, de satisfacción porque era indicio de haber tenido una larga vida.

“Aquí estoy, en silencio, describiendo mi vida en verso. Gocé de una brillante reputación y de la mayor de las prosperidades. Yo, llamado Praecilio, natural de Cirta, fui un hábil banquero. Mi honradez fue maravillosa y siempre me atuve a la verdad; fui siempre educado con todos los hombres y ¿a qué afligido no socorrí? Siempre me mostré alegre y hospitalario con mis queridos amigos; mi vida sufrió un gran cambio con la muerte de la virtuosa Valeria. Durante todo el tiempo que me fue posible, disfruté de las mieles del sagrado matrimonio; celebré cien felices cumpleaños con virtud y felicidad; pero ha llegado el último día y el espíritu abandona mis agotados miembros. En vida me gané los títulos que estáis leyendo, pues la Fortuna así lo quiso. Nunca me abandonó. Seguidme de igual manera; ¡aquí os espero! Venid.” (CIL 87156, Constantina, Argelia)


Entre los romanos se daba la idea de que el cumpleaños de otros (familiares, amigos) podía tener tanta importancia como el de uno mismo o incluso más, expresando así los sentimientos que existían entre unos y otros.

“Si quieres creerme, Quinto Ovidio, porque te lo mereces, me gustan tus calendas natalicias de abril, como las mías de marzo. ¡Dichosos ambos días y fechas dignas de que yo las señale con piedrecillas más que buenas! El uno me dio la vida; el otro, un amigo. ¡Me dan más, Quinto, tus calendas! (Marcial, Epigramas, IX, 52)

Pintura de Alma-Tadema

Los familiares y amigos podían ser invitados a las celebraciones de cumpleaños incluso con invitación. Claudia Severa envió una invitación a la fiesta de su cumpleaños alrededor del año 100d.C. a Sulpicia Lepidina, esposa de Flavio Cerial, comandante de la Cohorte IX Batavorum milliaria en el castellum de Vindolanda.

“Claudia Severa envía saludos a su Lepidina.

Para el 11 de septiembre, hermana, el día que se celebra mi cumpleaños, te envío una cordial invitación para asegurarme de que vendrás con nosotros, para hacer más feliz el día con tu llegada, si vienes. Dale recuerdos a tu Cerial. Mi Elio y mi hijito te envían sus saludos.”
(Tablilla de Vindolanda, 291, Museo Británico)

Tablilla de Vindolanda, Museo Británico, Londres

Si un pariente o amigo no podía estar presente en la celebración de cumpleaños, se esperaba que honrara tal día de forma adecuada. Así lo desea el emperador Augusto con respecto a su nieto Cayo.

“Veintitrés de septiembre. Salud, mi querido Cayo, delicioso borriquito mío, a quien siempre echo de menos, ¡vive Dios!, cuando estás lejos de mí. Pero, especialmente en días como hoy, mis ojos buscan a mi querido Cayo, y espero que, dondequiera que hayas estado hoy, hayas celebrado contento y con buena salud mi sexagésimo cuarto cumpleaños. Porque, como ves, hemos pasado ya el año sexagésimo tercero, climaterio común de todos los ancianos. No obstante, ruego a los dioses que, todo el tiempo que me quede aún de vida, podamos disfrutarlo sanos y salvos en una república feliz, conduciéndonos como personas honradas y preparando mi sucesión”. (Aulo Gelio, Noches Áticas, XV, 7, 3)

Moneda con el rostro de Cayo César

La importancia que se daba a que los familiares y personas bajo su dependencia celebrasen el cumpleaños de uno se hace patente con la gran cantidad de inscripciones halladas en las que se establece un legado con el objeto de posibilitar que otros celebren el cumpleaños del benefactor.

Una inscripción de Ferentinum en el Lacio detalla la fundación establecida por un tal A. Quintilio Prisco, que había alcanzado un alto cargo municipal.

“… que en su cumpleaños a perpetuidad los ciudadanos, habitantes y mujeres casadas que estén presentes reciban una libra de pastas y una medida de vino mulso, y que a los decuriones de los triclinios se les de además diez sestercios, así como a los niños de status decurional, y que al consejo de Augustales y a los que cenan con ellos se les reparta pastas, mulso y ocho sestercios, y en mi comedor se le dará a cada persona un sestercio más… Los representantes municipales deberían ofrecer sin distinción entre libres y esclavos treinta modios de nueces y seis urnas de vino, como conviene a los jóvenes que están creciendo.” (CIL X 5853 = ILS 6271)

Hipogeo de los Aurelios, Roma. Foto David Macchi (Romapedia)

El natalicio era un día para recordar a los difuntos, por lo que los familiares solían visitar sus tumbas y dejar algunas ofrendas. También se establecían legados para hacer repartos de comida o dinero en el cumpleaños del difunto con el objeto de ser recordado en dicho día.

En el siglo II Fabio Hermógenes de Ostia, caballero público y sacerdote del divino Adriano, recibió a su muerte un funeral público y una estatua ecuestre en el foro. Su padre, reconfortado por los honores concedidos a su hijo, donó 50.000 sestercios a la ciudad. De los intereses de este regalo se debería repartir una sportula anual en el cumpleaños del difunto delante de su estatua a los que estuvieran presentes.

“La orden de los decuriones reunida en el templo de Roma y Augusto decidió, en presencia de su padre, añadir la promesa de que el dinero se distribuiría en el cumpleaños de Hermógenes, el hijo, en el foro, delante de su estatua, a los presentes.” (CIL XIV, 353)

Foro de Arlés, Francia.
Ilustración de Jean-Claude Golvin

Cuando uno celebraba su propio cumpleaños seguía un ritual que parece repetirse en cuanto a honrar al genio propio. Pronunciar votos por la salud y por la prosperidad del hogar, adornar con flores la figura del genio o el altar, ofrecer incienso, granos de trigo, libaciones de vino y derramar perfumes parecen haber formado parte de dicho ritual.

“Pronunciemos palabras de fiesta: el dios del cumpleaños
se acerca al altar. Todos los presentes, hombres y mujeres,
guarden silencio. Quémese piadoso incienso en la lumbre, quémense
los perfumes que el blando árabe envía de su rico país.
El propio Genio acuda a contemplar sus honras; flexibles guirnaldas
le adornen su sagrada cabellera. Sus sienes rezumen gotas
de nardo puro y quede saciado de torta y embriagado de
vino. Concédate, Cornuto, todo lo que pidas. Ea, ¿por qué vacilas?
Él lo consiente: pídele.

Desearás, me imagino, el amor fiel de tu esposa. Creo que
los propios dioses lo han decretado ya. Lo preferirás a todos
los campos que por el mundo entero un fuerte labrador pueda
arar con buey robusto y a todas las perlas que se crían en las
Indias felices, por donde enrojece la ola del mar de Oriente.
Tus deseos se cumplen. Ojalá vuele Amor con sus alas resonantes
y a vuestro matrimonio traiga cadenas de oro; cadenas
que duren siempre, hasta que la lenta vejez marque arrugas
y encanezca los cabellos. Que llegue ésta, dios del cumpleaños,
otórgueles a los abuelos nietos y juegue ante tus pies un
tropel de niños.”
(Tibulo, Elegías, II, 2)

Genio y Lar, villa de Terzigno, Italia. Museo Británico, Londres

Cuando los parientes, amigos o clientes celebraban el cumpleaños de un familiar o patrón, si eran realmente piadosos, seguían los mismos ritos que al celebrar el suyo propio.

“El cumpleaños de mi esposa requiere el honor acostumbrado:
id, manos mías, a los piadosos ritos. Así, en otro
tiempo, el heroico hijo de Laertes celebraría con toda
probabilidad, en el extremo del mundo, el día festivo de su
esposa. Que mi lengua, olvidándose de mis desventuras,
guarde un respetuoso silencio, ella que, según creo, se
olvidó ya de pronunciar palabras de buen augurio. Debo
ponerme el vestido blanco, que me pongo una sola vez en
todo el año y cuyo color contrasta con mi destino; que
se levante un verde altar, construido de gramíneo césped,
y que una corona entretejida cubra el tibio hogar. Dame,
mancebo, el incienso que produce espesas llamas y el vino
que crepite al verterlo en el fuego sagrado.”
(Ovidio, Tristes, V, 5)

Detalle de la pintura del lararium, Casa de las paredes rojas, Pompeya

En la relación social entre patrones y clientes se puede ver la dependencia y gratitud de los últimos con respecto a los primeros y que se demuestra con la celebración del cumpleaños del patrón por parte de los que dependían de su generosidad. Así, el poeta Horacio celebra el aniversario de su patrón Mecenas, con una pequeña fiesta en la que se hace el sacrificio de un cordero. La oda está escrita en forma de invitación a una tal Filis, a la que confiesa que da más importancia al cumpleaños de su patrón que al suyo propio, con el objeto de que llegue a Mecenas la noticia de que su patrocinado le ha honrado en el día de su natalicio y de que este siga concediéndole su favor.

“Tengo un cántaro de vino albano lleno, de más de nueve
años; hay apio en mi huerto, Filis, para trenzar coronas y copiosa
hiedra, que te hace brillar cuando con ella te ciñes los cabellos.
La plata llena la casa de sonrisas y el ara, revestida de
verbenas castas, ansia que la sangre del cordero inmolado la
rocíe. No hay cosa en que la servidumbre no se afane: de aquí
para allá corren mezclados los mozos y las mozas; las llamas se
agitan volteando en su cresta el negro humo.

Mas, para que sepas a qué alegrías se te invita, has de celebrar
los idus que el mes de abril dividen, el que a la marina Venus
se consagra; fecha que con razón es para mí solemne y casi
más sagrada que mi propio natalicio, pues mi querido Mecenas
desde ese día cuenta los años que le van llegando.”
(Horacio, Odas, IV, 11)

Ilustración Sedeslav

De la importancia que se daba al día del cumpleaños hay muestra entre los políticos y generales que intentaban que acontecimientos importantes de su vida o carrera coincidiesen, como fue el caso de Pompeyo el Grande quien esperó siete meses para volver de su campaña en Oriente y poder celebrar su triunfo en el día de su cumpleaños.

“Con ocasión de su tercer triunfo, sobre los piratas y sobre los reyes y naciones de Asia y el Ponto que ya se han enumerado en el libro VII, siendo cónsules M. Piso y M. Messala, en el día anterior a las calendas de octubre, el aniversario de su nacimiento, mostró en público, con sus piezas, un tablero de juego, hecho de dos piedras preciosas…" (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 6)

Pintura El triunfo de Pompeyo, Gabriel Saint-Aubin

Hacer entrega de obsequios el día del natalicio era algo habitual, sobre todo, en el caso de que alguien tuviera algo que agradecer a otro, para lo que se elegía tal día para mostrar su aprecio con un regalo.

“¡Ea! Que la piadosa Roma sea consciente de las
calendas de octubre del elocuente Restituto;
felicitadle con todas vuestras lenguas y votos.
Celebramos su natalicio, ¡callad pleitos! Váyase
lejos el cirio del cliente esquilmado y las
inútiles tablillas de tres hojas y las pequeñas
servilletas que esperen a los festejos del gélido
diciembre. Que compitan en sus regalos los
más ricos: que el engreído tendero de Agripa
le lleve mantos compatriotas de Cadmo; que el
acusado de una noche de riñas y borrachera le
envíe al abogado túnicas especiales para la cena;
una joven difamada le ha ganado el pleito al
marido, que le traiga, pero ella en persona, unas
sardónicas auténticas; que el anciano admirador
de sus viejos antepasados le regale obras del
cincel de Fidias; que el cazador le lleve una
liebre, el colono un cabrito, el pescador sus
botines de los mares. Si cada uno envía lo que es
lo suyo, ¿qué piensas, Restituto, que ha de
enviarte un poeta?” (Marcial, Epigramas, X, 87)

Pintura de Pompeya, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Foto Samuel López

Los regalos podían ser muy variados y tener un valor sentimental o ser objetos muy preciados o necesarios. Los poetas enviaban sus poemas y, generalmente los obsequios podían ser objetos cotidianos.

"Esta recientemente pulida pluma de plata con forma de lanza, Proclo, dividida en dos puntas fáciles de separar y que se desliza veloz sobre el papel, te la envía Crinágoras en el día de tu cumpleaños, 
un regalo pequeño, pero de un gran corazón, para que sea compañera de fatigas de tus nuevos trabajos." (Antología Palatina, 312)

Stilus romano de plata

Las celebraciones de los natalicios podían ir desde una simple ofrenda al genio del pater familias hasta una fastuosa recepción con invitados y grandes gastos en viandas, vinos y mobiliario lujoso. Aunque lo más normal sería una celebración privada con algunos invitados y moderación en el gasto.

“Cuatro días antes de que la primera aurora del tórrido mes de agosto traiga al mundo su cabeza llena de espigas, se celebrará en mi casa un décimo sexto cumpleaños que exige ser feliz gracias a tu presencia. No se te presentarán las viandas en mesas adornadas de pedrería ni la púrpura de Asiría cubrirá tu sigma. Tampoco desenfundaré piezas de una plata ennegrecida sacándolas a través de múltiples cajones de un aparador resplandeciente; ni se te presentará aquí una copa cuyos lados cincelados estén recogidos por un retorcido fuste de oro rojizo. Mi vajilla es mediocre y no ha sido elaborada de manera que un grado sumo de arte pueda suplir la pobreza de la materia. La mesa rústica de tu amigo galo no acogerá los panes que suelen dorarse en la Sirte líbica. Mis vinos no son de Gaza, de Quío o de Falemo y no te daré a beber productos de la viña de Sarepta. Aquí no tengo los líquidos que ha hecho famosos el nombre que un triunviro en persona puso a una villa en nuestros campos. Te pido sin embargo que vengas; todo lo proveerá Cristo, que me ha proporcionado aquí una patria gracias a tu afecto.” (Sidonio Apolinar, Poemas 17)

Ilustración villa romana de Lullingston, Gran Bretaña

Como es la costumbre actualmente, se esperaba que la celebración del cumpleaños reuniese a los familiares más cercanos y se lamentaba que estos no pudieran estar presentes en la ocasión.

“Es verdad que el hombre no puede obtener a un tiempo por medio de la suerte todo lo que desea. ¡Cuánto más espléndidamente hubiera pasado el día de mi cumpleaños si hubierais estado presentes! Por lo menos en lo que respecta al futuro, la Suerte realizará mis deseos en una larga sucesión de años.” (Símaco, Epístolas, VI, 67)

Con el paso del tiempo parece que las celebraciones privadas de los cumpleaños perdieron su carácter piadoso de honrar al genio y los dioses y se convirtió en una mera celebración festiva.

“Si uno celebra su cumpleaños, prepara adecuadamente una cena y una comida invitando a sus amigos a una lujosa mesa; en cambio, en su fiesta anual nadie trajo al dios aceite para su lámpara, ni una víctima, ni incienso. Yo, desde luego, no sé cómo podría aceptar ver este comportamiento vuestro un hombre de bien, pero yo al menos pienso que no les agrada a los dioses.” (Juliano, Discurso de Antioquía, 363b)

Pintura de Roberto Bompiani

Los romanos de la antigüedad no solo celebraban los natalicios del ámbito privado, sino también los que surgían del ámbito público, como eran los aniversarios de las fundaciones de cultos, templos o ciudades.

“Hay, pues, que evitar todos los espectáculos, no sólo para que no anide ningún vicio en nuestros corazones, los cuales deben ser tranquilos y pacíficos, sino también para que las costumbres pecaminosas de otros no nos debiliten, ni nos aparten de Dios y de las buenas costumbres. y es que las celebraciones de los juegos coinciden con las fiestas de los dioses, ya que se establecieron con motivo de sus cumpleaños o de la dedicatoria de nuevos templos. En principio, las cacerías, llamadas ofrendas, están destinadas a Saturno; los juegos escénicos, a Líber; y los circenses, a Neptuno. De todas formas, este mismo honor empezó a ser dado poco a poco a los demás dioses y cada uno de los juegos fue consagrado en honor de ellos, tal como enseña Sinnio Capitón en su libro Sobre los espectáculos. Así pues, si alguien asiste a unos espectáculos que se celebran por motivos religiosos, se aparta del culto de Dios y se acerca a los dioses, al celebrar su nacimiento y festividad.” (Lactancio, Instituciones Divinas, VI, 20, 33)

Genio de Domiciano, Museos Capitolinos, Roma.
Foto Marie Lan Nguyen


En el año 121 d.C. bajo el gobierno de Adriano se instituyó el día del aniversario de la fundación de Roma (Natalis Urbis), que se hizo coincidir con el antiguo festival agrícola conocido como Parilia, y que celebró a partir de entonces con carreras de carros en el circo.

“Pues bien, justo cuando se estaban comentando muchas cosas de este estilo, se dejó oír por toda la ciudad un estruendo de flautas, sonido de timbales y estrépito de tambores, surgidos junto con un canto. Resultó que se celebraba el festival de las antaño llamadas Parilias, y actualmente Romalias, desde que fue erigido un templo en honor a la Fortuna de la ciudad por obra del óptimo y cultísimo emperador Adriano. Ese día lo celebran cada año como una fecha señalada todos los habitantes de Roma, así como los extranjeros establecidos en la ciudad.” (Ateneo, Banquete de los eruditos, VIII, 361F)

Moneda de Adriano conmemorando la fundación de Roma. Museo Británico, Londres

Además de todas estas celebraciones, desde los tiempos del Principado, los romanos celebraban anualmente los cumpleaños de las emperadores actuales y anteriores y de los miembros de la familia imperial, e, incluso los aniversarios de los días que subieron al trono.

“Día aniversario del nacimiento de César más
sagrado que aquél en que Ida sabedora vio nacer a
Júpiter Dicteo, ven, te ruego, muchas veces, tantas
que superes la vida del pilio, presentándote
siempre con este aspecto, y si es posible más
brillante todavía. Pueda éste honrar frecuentemente
a la diosa del lago Tritón, con las hojas de oro de
Alba, y que por estas manos tan poderosas pasen
muchas coronas de encina. Celebre nuestro
emperador el retorno de los tiempos en un lustro
inmenso y las ceremonias del Tarento de
Rómulo. Muy grande es lo que pedimos, dioses
inmortales, pero debido a nuestra tierra: ¿qué
optaciones pueden ser excesivas en favor de un
dios tan grande?" 
(Marcial, Epigramas, IV, 1)

Desde que Augusto llegó al poder, fue consciente de la necesidad de otorgar un carácter público a su natalicio e implicar a toda la sociedad en su celebración. Para resaltar la importancia de ese día y regular su celebración permitió que los juegos circenses que se hacían por su cumpleaños entrasen en el calendario oficial como un festival permanente.

“El populacho, sin embargo, encontrando fácil escapar a la detección en las carreras y sintiéndose envalentonado por su número, elevó un gran griterío en las carreras con ocasión del cumpleaños de Diadumeniano, que caía el catorce de septiembre.” (Dion Casio, Historia Romana, LXXVIII, 20)

Pintura de Ettore Forti

En línea con la tradición de ofrecer al propio genio vino sin mezclar, flores e incienso, en un decreto del año 30 a.C. se sugería que todos los romanos deberían hacer una libación por el genio de Augusto en cada banquete público y privado. Sin embargo, con el desarrollo del culto imperial este ritual resultaba demasiado simple para un emperador que aspiraba a la divinidad, con lo que en muchas asociaciones religiosas y el ejército se empezó a sacrificar animales.

Escena de sacrificio, Templo de Vespasiano, Pompeya

En el documento hallado en la ciudad siria de Dura-Europos, se evidencia parte de lo que pudo ser un calendario con diferentes festividades que debían ser festejadas y que estaban relacionadas con la familia imperial, especialmente de la dinastía reinante en ese momento, la de los Severos. Otras fiestas guardaban relación con la religión tradicional romana o con festividades militares.

La estructura del documento se presenta en listas en las que primero se menciona una fecha, luego el motivo de la celebración, a continuación, los dioses que debían ser honrados y finalmente el ritual que debía realizarse.

“El día antes de las nonas de abril (4 de abril), con motivo del natalicio del divino Antonino Magno (Caracalla), al divino Antonino, un buey.” (Feriale Duranum)

Pintura con sacrificio de Julio Terencio, Dura-Europos, Siria

Los sacrificios, festejos y competiciones que se llevaban a cabo por el natalicio del emperador permitían reflejar la lealtad de los súbditos al emperador, además de que la intervención de ciertas autoridades civiles y religiosas en las ceremonias realizadas en las provincias jugaba un papel fundamental a la hora de cimentar las relaciones con la ciudad de Roma. En el año 9 a.C. se inauguró una nueva era en el calendario local de las ciudades de Asia menor, empezando en el cumpleaños de Augusto en el 23 de septiembre. La razón para esta reforma fue que el dies natalis del princeps, que era alabado como salvador y otorgador de paz y orden, marcó el principio de una nueva vida para todo el mundo. El dies natalis (nacimiento) y el dies imperii (día de ascensión al trono) del príncipe como parte integral del culto imperial tenían todos los elementos rituales necesarios, sacrificios, fiestas públicas, juegos, panegíricos, observancia de vacaciones, iguales a los de los festivales dedicados a los dioses. Como se creía que la prosperidad y seguridad del imperio dependía de la correcta realización de las ceremonias tradicionales, los cumpleaños imperiales se siguieron celebrando con gran fervor hasta finales del Imperio.

“En cambio, bajo el gobierno de Severo, una vez que Pertinax recibió la aprobación del pleno del senado, se organizó en su honor un funeral sin la presencia del difunto y similar al que se concede a los censores, y Severo le honró pronunciando su elogio fúnebre. Por su parte, el propio Severo aceptó del senado el nombre de Pértinax por amor a un buen príncipe. El hijo de Pértinax fue nombrado flamen de su padre. Los cofrades Marcianos que estaban encargados del culto de Marco Aurelio fueron llamados Helvianos, en honor de Helvio Pértinax. Se celebraron además unos juegos circenses festejando también el aniversario del día que asumió el poder, festejos que suprimió más tarde Severo, y otros juegos para celebrar el aniversario de su nacimiento, que aún subsisten.” (Historia Augusta, Pertinax, 15, 5)

Aureus del emperador Pertinax


Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del estado algunas cosas cambiaron se prohibieron los sacrificios con sangre y a partir del año 323 d.C. los cristianos estuvieron exentos de participar en los actos de celebración del cumpleaños del emperador. Sin embargo, los juegos y espectáculos teatrales en honor del natalicio del emperador (ludi circenses ob natales imperatorum) siguieron representándose hasta el final de la antigüedad, ya que eran los acontecimientos favoritos para todos los ciudadanos independientemente de su fe y su capacidad de reunir a la gente alrededor de la figura del emperador era vital para la vida pública de finales del Imperio.


“De los Emperadores Valentiniano, Teodosio y Arcadio Augustos a Albinus, prefecto de la ciudad

Es necesario que nuestros aniversarios reciban igual reverencia, es decir, tanto el día que produjo el auspicioso comienzo de nuestra vida como el día que produjo el inicio de nuestro poder imperial.” (7 de agosto de 389, Código Teodosiano, II, 8, 19)

“Los emperadores León y Antemio a Armasius, prefecto del pretorio

No permitimos que nadie que esté ocioso durante este día sagrado (domingo) se dedique a placeres obscenos; y nadie podrá asistir a exhibiciones teatrales, carreras de carros o espectáculos de fieras salvajes, y cuando nuestro cumpleaños caiga en domingo, se pospondrá su celebración.” (Constantinopla, 469, Código de Justiniano, III, 12,10)

Díptico del cónsul Aerobindo,
Museo de Cluny, París


El natalicio es un tema que aparece en la poesía lírica romana de finales de la república y principios del imperio. Propercio lo emplea como momento en torno al cual se puede desarrollar la relación amorosa con su amada.

“Me preguntaba por qué las Musas me habrían visitado de mañana
de pie frente a mi lecho cuando el sol enrojecía.
Me dieron la señal de que era el cumpleaños de mi amada
y por tres veces aplaudieron con sonidos favorables.
…………………………………………………………………………………………………..
Luego, cuando hayas purificado con incienso los altares adornados
y llamas favorables hayan brillado en toda la casa,
prepárese la mesa, transcurra la noche entre copas
y un ónice de mirra perfume el olfato del olor del azafrán.
Ríndase la ronca flauta a las danzas nocturnas
y que no se ponga freno a tus palabras licenciosas.
La dulzura del banquete nos prive del sueño molesto 
y resuene el aire cercano de la vía pública.
Echemos a suertes tirando los dados para averiguar
a quién castiga más con sus alas aquel niño.
Cuando las horas hayan pasado entre multitud de copas
y Venus asista para iniciar los ritos de la noche, 
cumplamos en nuestro tálamo o sus fiestas anuales
y acabemos así el día de tu cumpleaños.”
(Propercio, Elegías, III, 10)

Pintura de John William Waterhouse

Por otra parte, el día del cumpleaños podía tornarse un tema doloroso, como en el caso del poeta Ovidio que se lamenta de que el que debía ser un día de alegre celebración se convierta en un triste momento al estar en el destierro y no poder disfrutarlo como le hubiera gustado.

“He aquí que en vano (pues ¿de qué me ha servido el
haber nacido?) se acerca la fecha de mi cumpleaños. Cruel,
¿por qué venías a añadirte a los desgraciados años de un
exiliado? Deberías haberles puesto término.
Ni mi situación, ni mis circunstancias son tales como
para que pueda alegrarme de tu llegada. Lo que me conviene
es un altar funerario ceñido por fúnebre ciprés y la
llama preparada para piras ya levantadas. Ni me agrada
ofrecer incienso que en nada aplaca a los dioses, ni en medio
de tantas desgracias se me ocurren palabras agradables.
Con todo, si algo he de pedir en este día, te ruego que
no vuelvas nunca más a estos lugares, mientras me retenga
la región casi más remota de la tierra, el Ponto, mal llamado Euxino.”
(Ovidio, Tristes, III, 13)

Ovidio en el exilio. Pintura de Ion Theodorescu-Sion



Bibliografía

Birthday Rituals: Friends and Patrons in Roman Poetry and Cult, Kathryn Argetsinger
The Birthday Present: Censorinus’ De die natali, Anna Bonnell Freidin
Remembering Anniversaries at Roman Ostia: The dies natalis of Antinous, Hero and Divine Being, Christer Bruun
a. d. VIIII Kalendas Octobres, dies natalis Augusti. Some Considerations on the Astronomical Orientation of Roman Cologne and the Imperial Cult, David Espinosa Espinosa y A. César González García
Martial's Kalendae Nataliciae, Hans Lucas
El culto a los emperadores en el ejército romano: el caso del Feriale Duranum, Fernando Lozano Gómez
Mito y religión en el de die Natali de Censorino, María del Carmen Hoces Sánchez
El dies imperii: la “revolución” de Tito Flavio Vespasiano, Giuditta Cavalletti
Imperial Birthday Rituals in Late Antiquity, Maria Kantirea. Court Ceremonies and Rituals of Power in Byzantium and the Medieval Mediterranean, Brill

 


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