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Oecus, exedra, diaeta, salones de recepción en la domus romana

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Ulises devuelve Briseida a Aquiles, villa romana de Carranque, Toledo. Foto de Samuel López

Las dependencias de la domusromana que estaban pensadas para ensalzar el prestigio del dominus solían tener grandes proporciones, a veces terminadas en exedras semicirculares, rectangulares o pentagonales, y estaban lujosamente decoradas. En ellas se desarrollaban las ceremonias y actos sociales de los nobles y nuevos ricos romanos durante la época del Imperio, a los que los grandes potentados rurales de los siglos III-V imitaron en su forma de vida y en sus actos públicos trasladando el lujo y suntuosidad de las mansiones urbanas a las villas rústicas.

Villa romana de la Olmeda, Palencia. Foto de Samuel López


La decoración de las salas dedicadas a actos o ceremonias de representación reflejaba el deseo de los propietarios de que todos los que posasen la vista en dichas estancias quedasen impresionados por el lujo y la vistosidad de las paredes, suelos y elementos arquitectónicos, además de por su conocimiento del mundo clásico o por las referencias a sus aficiones. De ahí que hayan quedado representaciones de escenas mitológicas y literarias relativas al mundo griego, de escenas cinegéticas o motivos paisajísticos.

“A ellos los deleitan los guijarros lisos de variado color, hallados en la playa, a nosotros, en cambio, ingentes columnas jaspeadas, traídas de las arenas de Egipto o de los desiertos de África, que sostienen un pórtico o un comedor capaz de contener una multitud de invitados.” (Séneca, Epístolas a Lucilio, 115)

Pintura mural de villa Poppea, Oplontis, Italia. Foto de Samuel López

La palabra oecus de origen griegodesignaun salónde grandes proporciones utilizado para recibir a invitados o visitantes importantes, pero es un vocablo que apenas aparece en la literatura latina, aunque sí lo cita Vitrubio.


“Los griegos llaman andronas a las salas (oeci) donde se celebran banquetes exclusivamente para hombres, pues las mujeres tienen prohibido su acceso.” (Vitruvio, De Arquitectura, VI, 7)

Vitrubio describe cuatro tipos de oecus, el cual se diferenciaba de otras salas por contener columnas. Solían construirse con vistas a los jardines, para poder deleitarse la vista desde los lechos.

“La longitud de los triclinios deberá ser el doble de su propia anchura. La altura de las habitaciones que sean alargadas guardará la siguiente proporción: sumaremos su longitud y su anchura; tomando la mitad de la suma total, se la daremos a su altura. Pero si se trata de exedras o bien de salas cuadradas de reuniones, su altura medirá lo mismo que su anchura más la mitad.” (Vitruvio, VI, 3, 8)

El oecustetrástilo era una sala rectangular con una zona central que podía dedicarse a comedor, que se delimitaba por cuatro columnas, sobre un zócalo, y que sostenía una bóveda que se apoyaba sobre arquitrabes y cornisas, que podían ser de madera o yeso. Las columnas creaban un espacio entre las paredes laterales y la parte central, que podrían ser utilizados por los esclavos para atender tanto a sus amos mientras comían, como para presentar los platos que se iban a degustar.

Oecus tetrástilo, casa de las Bodas de Plata, Pompeya. Fotos pinterest

El oecus corintio era similar al tetrástilo, pero con la diferencia de que tres de los lados se delimitaban por una fila de columnas apoyadas en el suelo, aunque también se cubría con una bóveda rebajada.

“He aquí la diferencia entre las salas corintias y las salas egipcias: las corintias tienen una sola hilera de columnas, que se apoya en un podio, o bien directamente sobre el suelo; sobre las columnas, los arquitrabes y las cornisas de madera tallada o de estuco, y, encima de las cornisas, un artesonado abovedado semicircular (rebajado). En las salas egipcias, los arquitrabes están colocados sobre las columnas y desde los arquitrabes hasta las paredes, que rodean toda la sala, se tiende un entramado; sobre el entramado se coloca el pavimento al aire libre, ocupando todo su contorno. En perpendicular a las columnas inferiores y sobre el arquitrabe se levanta otra hilera de columnas, una cuarta parte más pequeñas. Encima de su arquitrabe y de los elementos ornamentales se tiende el artesonado y se dejan unas ventanas entre las columnas superiores; de esta forma, las salas egipcias se parecen más a las basílicas que a los triclinios corintios.” (Vitruvio, De arquitectura, VI, 3, 9)

Oeci corintios, Casa de Meleagro (izda), casa del Laberinto (drcha)

El oecus egipcio tenía la apariencia de una basílica. Las columnas sustentaban una galería con suelo pavimentado, que formaba un paseo alrededor de la sala; por encima había otra fila de columnas, de altura una cuarta parte menor que la inferior, que rodeaba el techo. En los espacios entre columnas se ubicaban las ventanas que dejaban pasar la luz.

Casa del mosaico en el atrio, Herculano

El oecus cyziceno, aunque poco utilizado en Italia, solían ser para el verano, por lo que miraba hacia el norte y se abría a los jardines con puertas plegables. El escritor Plinio tenía este tipo de sala en sus villas.

“También hay otro tipo de salas que no siguen el uso y la costumbre de Italia, que los griegos llaman cyzicenos. Estas salas están orientadas hacia el norte y, sobre todo, hacia zonas ajardinadas; en su parte central poseen unas puertas de dos hojas. Su longitud y su anchura deben permitir que se puedan ubicar dos triclinios, uno en frente de otro y un espacio suficientemente amplio a su alrededor; a derecha y a izquierda se abren unas ventanas de doble hoja, para poder contemplar los jardines desde los mismos lechos del triclinio. Su altura será equivalente a su propia anchura más la mitad.” (Vitruvio, De arquitectura, VI, 3, 10)

Casa del fauno, Pompeya, foto de Carole Raddato

En la casa griega y romana la exedra se define como una sala con asientos alrededor, que se destina a la conversación. Tenía una cuidada decoración y sus dimensiones variaban. La cultura, el arte y el ocio se unían en estas estancias aptas para la recepción de visitas. Se celebraban veladas de música o recitales de poesía. Cicerón hablaba de exedras (exedrae) destinadas al plácido reposo de la siesta, y sobre todo a la conversación. El mismo decoró una con cuadros.

“En los pórticos de mi casa de Túsculo me he construido unos rincones de lectura y quisiera adornarlos con pinturas: es más, si hay algo de este tipo de decoraciones que me guste es la pintura.” (Cicerón, Cartas a familiares, VII, 23)

Pintura de Edward John Poynter

Las exedrae, en plural, se identifican no con un gran salón pleno de exuberancia, sino con varios ámbitos más pequeños, salitas de estar que con frecuencia dan a dormitorios, creando a veces dentro de la casa pequeños departamentos en que sus moradores gozan de cierta independencia.

“Y así todo esto lo ordenan de este modo: el primer pensamiento o pasaje del discurso lo destinan en cierto modo a la entrada de la casa, el segundo al portal de ella, después dan vuelta a los patios, y no sólo ponen señales a todos los aposentos por su orden o salas llenas de sillas, sino también a los estrados y cosas semejantes.” (Quintiliano, XI, 2)

La diaeta parece que podía referirse a un pabellón pequeño, formado comúnmente por sala y dormitorio, accesible desde los pasillos o los deambulatorios de un patio.

"Al final de la terraza, después de la galería y del jardín, hay un pabellón que es mi favorito, verdaderamente mi favorito: yo mismo lo he construido; en él hay una habitación soleada que mira por un lado a la terraza, por otro al mar, y por ambos al sol; hay también un dormitorio que se asoma a la galería por una doble puerta, y al mar por una ventana. Hacia la mitad de la pared posterior hay un gabinete elegantemente diseñado, que se puede incluir en la habitación, si se abren sus puertas de cristales y sus cortinas, o independizarlo, si se cierran.
Caben en su interior un lecho y dos sillones; tiene el mar a sus pies, las villas próximas a su espalda, los bosques en frente; se pueden contemplar gran número de vistas panorámicas separada o simultáneamente por otras tantas ventanas. Unido a este gabinete hay un dormitorio para el descanso nocturno, que ni las voces de mis esclavos, ni el murmullo del mar, ni el estruendo de las tormentas ni el fulgor de los relámpagos, ni siquiera la luz del día, pueden penetrar, a no ser que las ventanas estén abiertas." (Plinio, Epístolas, II, 17)



Las diaetae amoenaeestaban dotadas de baños y eran unos pabellones atractivos que incitaban al deleite, por su elegancia y armonía constructiva, en muchos casos con ornamentación ostentosa, y, sobre todo, por el entorno ajardinado en el que solían ubicarse.

“Pero hay, sin embargo, una estancia, una que sobrepasa con mucho a todas las demás y que, en línea recta sobre el mar, te trae la vista de Parténope; en ella, los mármoles escogidos de lo hondo de las canteras griegas, la piedra que alumbran los filones de la oriental Siene, la que los picos frigios han arrancado de la afligida Sínada en los campos de Cíbele doliente, mármol coloreado en que brillan los círculos púrpureos  sobre su fondo cándido; aquí también el que ha sido cortado de la montaña del amicleo Licurgo, que verdea imitando las hierbas que se doblan sobre las rocas, y aquí brillan los amarillos mármoles de Numidia con los de Tasos, Quíos y Caristo, que al contemplar las olas se recrean; todos ellos, vueltos hacia las torres de Calcis, envían su saludo.” (Estacio, Silvas, II, 2)

Tenía la función de uso personal de un miembro de la familia para apartarse del bullicio generado por la actividad cotidiana en la casa; para recibir una visita de forma más privada o íntima, o para alojar invitados. En el Digesto se encuentra el caso de una novia que reside en casa de su prometido en un apartamento separado (diaeta).

“Una muchacha fue llevada a la hacienda de su prometido tres días antes de que tuviese lugar la ceremonia del matrimonio, residiendo en un apartamento separado de las habitaciones de su futuro esposo hasta el día en que ella pasase a depender de él, y antes de que fuese recibida con el rito del agua y el fuego, es decir, antes de que se celebrasen las nupcias…” (Digesto, XXIV, 1, 66)

Pintura de AlmaTadema

Al final del imperio la sala llamada diaeta podía destinarse a sala de estar o pequeño comedor, posiblemente un lugar más íntimo y privado para acoger visitantes y amigos más cercanos.

“Desde este comedor (triclinium) se pasa a un cuarto de estar o pequeño comedor (diaeta), que tiene una amplia vista al lago. En esta sala hay un lecho semi-circular (stibadium) y un reluciente aparador a los que se asciende desde el pórtico por unos escalones que ni son bajos ni estrechos. Reclinado en este lugar, te ves envuelto por el placer de la vista cuando no estás ocupado con la comida.” (Sidonio Apolinar, Epístolas, II, 2)

La adopción de estos nuevos espacios de recepción, oeci, exedrae y diaetae acabarán relegando al tradicional atrium y tablinum a un segundo plano a finales del siglo II a. C. El atrio quedará convertido en un simple vestíbulo, donde recibir a los clientes, y terminará por casi desaparecer cuando el peristilo se imponga como centro de la casa romana y el tablinumperderá su función de recepción para los amigos y relaciones de negocio para acabar dando paso al oecus como sala principal donde el señor recibiría la salutatiomatutina de los clientes más señalados y acogería a sus visitas más notables.  Algunos autores criticaron la ostentación y el lujo de las mansiones que algunos se construían para manifestar su poder económico y social en detrimento de la comodidad y habitabilidad de la vivienda para la familia y las visitas.

“Plantaciones de laureles, platanares, pinares que llegan al cielo y baños para más de uno los tienes tú solo, y para ti se alza un elevado pórtico de cien columnas, y pisado por tus pies reluce el ónice, y tu hipódromo polvoriento cascos veloces lo hacen resonar, y el flujo del agua al pasar canta por doquier; tus atrios se extienden a lo lejos. Pero ni para cenar ni para dormir hay sitio por ningún lado. ¡Qué bien malvives!” (Marcial, Epigramas, XII, 50)

Arriba: Pintura de atrio romano de Gustave Boulanger
Abajo: pintura con sala abierta al peristilo de Ettore Forti

Bibliografía:

La casa romana, Pedro Ángel Fernández Vega, Ed. Akal
Arte romano, Susan Walker, E. Akal


Mons Vesuvius, la destrucción de Pompeya, Herculano, Estabia y Oplontis durante la antigua Roma

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Destrucción de Pompeya y Herculano, pintura de John Martin

El día 24 de agosto del año 79 d.C. tuvo lugar la erupción más intensa del Vesubio causando la expulsión de una gran nube de gases, piedras, roca fundida y cenizas y alcanzando la lava una velocidad de unos 100 kilómetros por hora aproximadamente. Alrededor del volcán se asentaban varias poblaciones que aprovechaban la fertilidad del terreno y eran destino vacacional de muchos ciudadanos romanos, entre ellas, Pompeya, Herculano, Estabia y Oplontis. De la zona habló Estrabón indicando la riqueza de la tierra, excepto la cima del monte que daba muestras de anteriores erupciones.

“Pompeya sirve de puerto a Nola, Nuceria y Aquerras, localidad homónima de la que está cerca de Cremona, a través del río Sarno, por el que entran y salen las mercancías. Domina estos lugares el monte Vesubio que está colonizado en derredor por tierras de cultivo muy hermosas, salvo en su cima. Esta misma es plana en su mayor parte, pero totalmente improductiva, y por su aspecto parece ceniza y muestra unas grietas, que se abren como poros, de piedras ennegrecidas en su superficie, como si hubieran sido consumidas por el fuego. En cierta medida, se podría conjeturar que, en otro tiempo, este territorio fue pasto de las llamas, que albergaba cráteres de fuego y que éste acabó por extinguirse por falta de madera. Quizás ésta sea la causa de la fertilidad de su entorno.” (Estrabón, Geografía, V, 4, 8)


Vesuvius, ilustración de Jean-Claude Golvin

La erupción ocurrió en dos fases, en la primera el Vesubio expulsó una gigantesca columna de gas, ceniza y roca a la atmósfera. Piedra pómez cayó sobre las ciudades que rodeaban el volcán hiriendo a las personas que se encontraban en las calles y bloqueando puertas y caminos. Las rocas se amontonaron hasta llegar a una altura de dos metros y medio y su peso provocó el hundimiento de tejados atrapando a los habitantes en sus casas y negocios. Esta fase, llamada pliniana, duró un día entero.

La segunda fase, más destructiva incluso, se caracterizó por el flujo piroclástico, que consiste en una rapidísima corriente de gas y cenizas volcánicas avanzando por la ladera del volcán. Algunos gases que alcanzaron Pompeya y las otras poblaciones eran tóxicos y pudieron asfixiar a muchos residentes que no pudieron o no quisieron evacuar las ciudades durante la primera fase, aunque la mayoría probablemente murieron por las altas temperaturas alcanzadas. Las ciudades alrededor del volcán quedaron arrasadas y enterradas durante siglos.


"A mediados de agosto del año 79 d.C. se manifestaron los primeros indicios de una erupción del Vesubio, como ya había sucedido frecuentemente. En las primeras horas de la mañana del día 24, sin embargo, se vio claramente que se avecinaba una catástrofe jamás vivida.
Con un trueno terrible se desgarró la cima del monte. Una columna de humo, abriéndose como la copa de un gigantesco pino, se desplegó en la bóveda del cielo, y entre el fragor de truenos y relámpagos, cayó una lluvia de piedras y ceniza que oscureció la luz del sol. Los pájaros caían muertos del aire, las personas se refugiaban dando gritos, los animales se escondían. Las calles se veían inundadas por torrentes de agua, y no se sabía si tales cataratas caían del cielo o brotaban de la tierra.
Aquellas ciudades de reposo estival quedaron sepultadas en las primeras horas de actividad de un esplendoroso día de sol. De dos maneras les amenazaba el trágico final. Un alud de fango, mezcla de ceniza con lluvia y lava, caía sobre Herculano, inundaba sus calles y callejas, aumentaba, cubría los tejados, entraba por puertas y ventanas y anegaba la ciudad toda, como el agua empapa una esponja, envolviéndola con todo lo que en ella no se había puesto a salvo en huida rapidísima, casi milagrosa.
No sucedió así en Pompeya. Allí no cayó ese turbión de fango contra el cual no quedaba más salvación que la huida, sino que empezó el fenómeno con una fina lluvia de ceniza que uno podía sacudirse de encima, luego cayeron los lapilli, como si fuese pedrisco, y después cayeron trozos de piedra pómez de muchos kilogramos de peso. Lenta y fatalmente se manifestó la temible envergadura del peligro. Pero entonces era ya demasiado tarde. Pronto quedó la ciudad envuelta en vapores de azufre que penetraban por las rendijas y hendiduras y se filtraban por las telas que las personas, al respirar cada vez con más dificultad, se ponían para cubrirse el rostro. Y corriendo, huían al exterior para lograr así la libertad de respirar el aire; pero las piedras les daban con tanta frecuencia en la cabeza, que retrocedían, aterrorizados. 



Ilustración de Greg Ruhl

Apenas se habían refugiado de nuevo en sus casas, se derrumbaban los techos, dejándolos sepultados. Algunos, durante breve tiempo, conservaron la vida. Bajo los pilares de las escalinatas y las arcadas se quedaba acurrucados durante unos angustiosos minutos. Luego, volvían los vapores de azufre que los asfixiaban.
Al cabo de cuarenta y ocho horas el sol salió de nuevo. Pero ya Pompeya y Herculano habían dejado de existir. En un radio de dieciocho kilómetros, el paisaje quedó asolado. Y los campos antes fértiles, totalmente arrasados. Las partículas de ceniza se habían extendido hasta el norte de África, Siria y Egipto.
Del Vesubio sólo ascendía una débil columna de humo y de nuevo el cielo se tornaba azul."
(Dioses, tumbas y sabios, C. W. Ceram)


El único testimonio que se conserva del acontecimiento es de Plinio el Joven, quien vivió la tragedia en persona y describió en dos cartas al historiador Tácito la muerte de su tío, Plinio el Viejo, mientras observaba el acontecimiento, y su propia experiencia durante su estancia en Miseno.

Erupción del Vesubio y muerte de Plinio el Viejo.

“El 24 de agosto, como a la séptima hora, mi madre le hace notar que ha aparecido en el cielo una nube extraña por su aspecto y tamaño. Él había tomado su acostumbrado baño de sol, había tomado luego un baño de agua marina, había comido algo tumbado y en aquellos momentos estaba estudiando; pide el calzado, sube a un lugar desde el que podía contemplarse mejor aquel prodigio. La nube surgía sin que los que miraban desde lejos no pudieran averiguar con seguridad de que monte (luego se supo que había sido el Vesubio), mostrando un aspecto y una forma que recordaba más a un pino que a ningún otro árbol. Pues tras alzarse a gran altura como si fuese el tronco de un árbol larguísimo, se abría como en ramas; yo imagino que esto era porque había sido lanzada hacia arriba por la primera erupción; luego, cuando la fuerza de esta había decaído, debilitada o incluso vencida por su propio peso se disipaba a lo ancho, a veces de un color blanco, otras sucio y manchado a causa de la tierra o cenizas que transportaba…. Se dirige rápidamente al lugar del que todos los demás huyen despavoridos, mantiene el rumbo en línea recta, el timón directo hacia el peligro, hasta tal punto libre de temor que dictaba o él mismo anotaba todos los cambios, todas las formas de aquel desastre, tal como las había captado con los ojos. Ya las cenizas caían sobre los navíos, más compactas y ardientes, a medida que se acercaban; incluso ya caían piedra pómez y rocas ennegrecidas, quemadas y rotas por el fuego; ya un bajo fondo se había formado repentinamente y los desprendimientos de los montes dificultaban grandemente el acceso a la playa…. Luego se retiró a descansar y ciertamente durmió sin la menor sombra de duda, pues su respiración, que a causa de su corpulencia era más bien sonora y grave, podía ser escuchada por las personas que iban y venían delante de su puerta. Pero el patio desde el que se accedía a su habitación, repleto de cenizas y piedra pómez de tal manera había subido de nivel que, si hubiese permanecido más tiempo en el dormitorio, ya no habría podido salir…. Luego que fue despertado, salió fuera y se reúne con Pomponiano y los demás que habían pasado toda la noche en vela. Deliberan en común si deben permanecer bajo techo o salir al exterior, pues los frecuentes y fuertes temblores de tierra hacían temblar los edificios y, como si fuesen removidos de sus cimientos, parecía que se inclinaban ya hacia un lado, ya hacia el otro. Al aire libre, por el contrario, el temor era la caída de fragmentos de piedra pómez, aunque estos fuesen ligeros y porosos, pero la comparación de los peligros les llevó a elegir esta segunda posibilidad….

Ilustración de Peter V. Bianchi, National Geographic

Mi tío decidió bajar hasta la playa y ver sobre el lugar si era posible una salida por mar, pero este permanecía todavía violento y peligroso. Allí, recostándose sobre un lienzo extendido sobre el terreno, mi tío pidió repetidamente agua fría para beber. Luego, las llamas y el olor del azufre, anuncio de que el fuego se aproximaba, ponen en fuga a sus compañeros, a él en cambio le animan a seguir. Apoyándose en dos jóvenes esclavos pudo ponerse en pie, pero al punto se desplomó, porque, como yo supongo, la densa humareda le impidió respirar y le cerró la laringe, que tenía de nacimiento delicada y estrecha y que con frecuencia se le inflamaba. Cuando volvió el día (que era el tercero a contar desde el último que él había visto), su cuerpo fue encontrado intacto, en perfecto estado y cubierto con la vestimenta que llevaba: el aspecto de su cuerpo más parecía el de una persona descansando que el de un difunto.” (Plinio el Joven, Epístolas, VI, 16)




Plinio el Joven relata su vivencia durante la erupción del Vesuvio y su puesta a salvo.

“Había habido primero durante muchos días un temblor de tierra, que no causa un especial temor pues es frecuente en Campania; pero ciertamente aquella noche fue tan violento que se creería no que todo temblaba, sino que se daba la vuelta. Mi madre se precipitó en mi dormitorio, yo a mi vez ya me estaba levantando con la intención de despertarla, si estaba durmiendo. Nos sentamos en el patio de la casa, reducido espacio que separaba el mar de los edificios de la finca. Tengo dudas de si debo calificar mi comportamiento de firmeza de ánimo o de estupidez (iba a cumplir dieciocho años): pido un libro de Tito Livio, y me pongo a leerlo, como si no tuviese otra cosa mejor que hacer, e incluso continúo haciendo extractos, tal como había empezado. He aquí que llega a casa un amigo de mi tío materno que había venido hacia poco de Hispania para verle, y cuando nos ve a mi madre y a mi sentados, y a mí además leyendo un libro, nos reprende a ambos, a mí por mi indolencia y a ella por permitirla. 

Plinio el Joven y su madre en Miseno, pintura de Angelica Kauffman

No por ello sigo menos absorto en mi lectura. Ya había amanecido, pero la luz era todavía incierta y tenue. Ya los edificios de los alrededores amenazaban ruina y, aunque nos encontrábamos en un espacio abierto, pero estrecho, el miedo de un derrumbamiento era cierto y grande. Solo entonces nos pareció oportuno abandonar la ciudad; nos sigue una muchedumbre atemorizada, que, prefiriendo seguir el consejo ajeno que el propio (comportamiento que en el temor se asemeja a la prudencia), con su densa columna nos presiona y empuja en nuestra marcha.
Una vez que dejamos atrás nuestras casas, nos detuvimos. Entonces vivimos muchas experiencias extraordinarias, muchos temores. Pues los vehículos que habíamos mandado llevar con nosotros, aunque el campo era completamente llano, empezaron a moverse en direcciones opuestas, y ni siquiera calzados con piedras permanecían quietos sobre el mismo sitio. Además, veíamos que el mar se retiraba sobre sí mismo y se replegaba como empujado por los temblores de la tierra. Desde luego, la costa había avanzado y gran cantidad de animales marinos se encontraban varados sobre las arenas secas. Por el lado opuesto una nube negra y espantosa, desgarrada por ardientes vapores que se retorcían centelleantes, se abría en largas lenguas de fuego, semejantes a los relámpagos, pero de mayor tamaño…. Entonces mi madre empezó a rogarme, a suplicarme, a ordenarme que huyese del modo que fuese; diciéndome que un hombre joven podía hacerlo, pero que ella, entorpecida por la edad y su exceso de peso, no podía, y que moriría en paz, si no había sido la causa de mi muerte. Y le respondí que no me pondría a salvo, a no ser con ella; después, asiéndola de la mano, la obligo a acelerar el paso. Me obedece con dificultad, y se reprocha ser la causa de mi demora. Ya caía ceniza, pero todavía escasa. Volví la vista atrás: una densa nube negra se cernía sobre nosotros por la espalda, y nos seguía a la manera de un torrente que se esparcía sobre la tierra. «Salgamos del camino», le dije, «mientras podamos ver, para no ser derribados al suelo y pisoteados en la oscuridad por la muchedumbre que nos sigue». Apenas nos habíamos sentado un poco para descansar, cuando se hizo de noche, pero no como una noche nublada y sin luna, sino como la de una habitación cerrada en la que se hubiese apagado la lámpara… De pronto se produjo una tenue claridad, que nos pareció no el anuncio de la llegada del día, sino de la aproximación del fuego. Pero las llamas se habían detenido algo más lejos; luego las tinieblas vinieron de nuevo, las cenizas cayeron de nuevo, esta vez abundantes y densas. Poniéndonos de pie repetidamente la sacudíamos de nuestra ropa; de otro modo hubiésemos quedado enterrados e incluso aplastados por el peso…. Finalmente, aquella oscuridad se desvaneció y se dispersó a la manera de humo o de una nube; después se vio la luz del día, un día verdadero; el sol también brilló, amarillento, sin embargo, como suele brillar en los eclipses. Recorríamos con ojos todavía aterrorizados todos los objetos cambiados y sepultados en una profunda capa de ceniza como si se tratase de nieve. Regresamos a Miseno y luego de haber recuperado nuestras fuerzas lo mejor que pudimos, pasamos la noche en tensión, suspensos entre el temor y la esperanza. Se imponía el temor, pues los temblores de tierra continuaban, y muchos, que habían perdido la razón, con sus tétricos vaticinios convertían en objeto de burla las desgracias ajenas y las suyas propias. Nosotros, sin embargo, ni siquiera entonces, aunque hubiésemos sufrido los peligros y todavía esperásemos otros, no teníamos la in
tención de partir, hasta que no tuviésemos noticias de mi tío.” (Plinio el Joven, Epístolas, VI, 20)

Pintura de József Molnar


La erupción descrita era la segunda catástrofe que afectaba a Pompeya en pocos años, ya que diecisiete antes había sufrido un fuerte terremoto que sacudió toda la bahía de Nápoles, causando graves desperfectos en la ciudad, muchos de los cuales estaban siendo todavía reparados cuando fue sepultada por la lava y cenizas expulsadas por el Vesubio. En sus cartas Plinio declaró que la tierra tembló en varias ocasiones justo antes de la erupción, pero, sin embargo, no se le dio mucha importancia debido a que los terremotos eran habituales en la zona. El sur de Italia es lugar de movimientos tectónicos que provocan frecuentes sismos debido a que coincide con la unión de las placas euroasiática y africana.

“Pompeya, célebre ciudad de la Campania, rodeada de un lado por las playas de Sorrento y Stabia, y de otro por la de Herculano, entre las que el mar se abrió ameno golfo, quedó sepultada, como sabemos, por un terremoto que devastó todas las comarcas inmediatas, y esto, óptimo Lucilio, en invierno, estación exenta de estos peligros, según decían nuestros mayores. Este terremoto ocurrió el día de las nonas de febrero, siendo cónsules Régulo y Virginio. La Campania, que nunca había estado segura de estas catástrofes, aunque no había pagado al azote otro tributo que el del miedo, quedó ahora terriblemente asolada. Además de Pompeya, Herculano fue destruido en parte, y lo que queda de él no está muy seguro. La colonia de Nuceria, más respetada, tiene también de qué quejarse. En Nápoles muchos edificios particulares, aunque ninguno público, quedaron destruidos, alcanzándole, si bien ligeramente, el espantoso desastre. De las quintas que cubren la montaña, algunas se estremecieron, sin experimentar otro daño.” (Séneca, Cuestiones Naturales, VI, 1)

Relieve con terremoto en Pompeya en el año 62 d.C.

El terrible suceso que destruyó Pompeya y las otras ciudades aconteció durante el mandato del emperador Tito que tomó medidas para paliar las consecuencias de la tragedia y socorrer a los supervivientes.

“Tristes e imprevistos acontecimientos perturbaron su reinado: la erupción del Vesubio, en la Campania; un incendio en Roma, que duró tres días y tres noches, y una peste, en fin, cuyos estragos fueron espantosos. En estas calamidades demostró la vigilancia de un príncipe y el afecto de un padre, consolando a los pueblos con sus edictos y socorriéndolos con sus dádivas. Varones consulares, designados por suerte, quedaron encargados de reparar los desastres de la Campania; se emplearon en la reconstrucción de los pueblos destruidos los bienes de los que habían perecido en la erupción del Vesubio sin dejar herederos.” (Suetonio, Tito, VIII)

Pintura de Pierre- Henri de Valenciennes

En la zona de Campania tuvo gran importancia el desarrollo de Pompeya como centro vinícola gracias a la fertilidad proporcionada por la tierra volcánica y al clima de la zona. La ciudad se convirtió en productora y exportadora de los vinos que se producían allí mismo o en las fincas del entorno. La erupción del Vesubio en el año 79 d.C. terminó con su pujanza, como deja patente Marcial en uno de sus epigramas, y desplazó el cultivo de las viñas a otras zonas limítrofes.

“Éste es el Vesubio, verde hasta hace poco con la sombra de sus pámpanos, aquí su famosa uva hacía rebosar los bullentes trujales. Éstas son las cumbres que Baco prefirió a las colinas de Nisa, por este monte desplegaban hace poco sus danzas los sátiros, ésta es la morada de Venus, más grata para ella que Lacedemonia, aquí había un sitio famoso por el nombre de Hércules. Todo está asolado por las llamas y sumergido en lúgubre ceniza y los dioses no querrían que esto se les hubiera permitido.” (Marcial, Epigramas, IV, 44)

Pintura mural de Pompeya con el Vesubio y el dios Baco

Bibliografía:

https://www.researchgate.net/publication/281359457_Los_Plinios_el_Vesubio_Pompeya_y_el_Imperio_Romano_de_la_segunda_mitad_del_siglo_ILos Plinios, el Vesubio, Pompeya y el Imperio Romano de la segunda mitad del siglo I; Gerardo J. Soto
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5191037.pdf; Los Plinios, la Campania romana y las erupciones plinianas; Gerardo J. Soto Bonilla
https://clasicos.hypotheses.org/646; Plinio el Joven y el Vesubio: la épica de la destrucción; Francisco García-Jurado
https://www.nationalgeographic.org/thisday/aug24/vesuvius-erupts/



Saltator et saltatrix, bailes festivos y privados en la antigua Roma

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Mosaico de la danza de los cuatro genios danzando, Casa de la alfombra de piedra, Ravenna


En los primeros tiempos de la antigua Roma los ciudadanos romanos solo podían participar en danzas dentro de un contexto militar, cívico o religioso. En una sociedad donde el decorum (decencia) era la norma de comportamiento en la vida, la intervención en actos festivos donde primaba el entretenimiento no era bien vista e impedía a los ciudadanos más notables tomar parte en los bailes de forma espontánea por su falta de gravitas y utilitas, las cuales eran características del pragmatismo del pueblo romano. Sin embargo, contemplar a los bailarines y bailarinas que ejecutaban sus danzas en diversos festejos era algo habitualmente aceptado.

“- Cuando alguien me contaba estas cosas, no podía imaginar que hombres nobles se las enseñaran a sus hijos; pero cuando me llevaron a la escuela de baile, a fe mía que vi en ese lugar a más de cincuenta chicos y chicas y, entre ellos –esto es lo que más pena me hizo sentir por la República- a un niño con la bula, de no más de doce años, hijo de un candidato, bailar con los crótalos una danza que no habría podido bailar con decoro ni un esclavo impúdico-. Ves de qué modo el Africano se lamentaba porque veía al hijo de un candidato bailando con crótalos…” (Macrobio, Saturnales, III, 14, 6-7)


Pintura de la Tumba del triclinio, Museo Nacional Etrusco de Tarquinia, Italia

Según indica la cita de Macrobio existían escuelas de baile donde los bailarines profesionales adquirían habilidades con respecto a la expresión corporal, el sentido del ritmo o la capacidad de improvisación, cualidades que no se adquieren de forma espontánea habitualmente. Algunos ciudadanos particulares asistirían también con el fin de tener algunas nociones de danza que les permitieran demostrar su conocimiento artístico en rituales religiosos o privados.

“También Escipión movía con ritmo aquel cuerpo triunfal y militar, sin llegar a cometer mal alguno, aun cuando le veían sus enemigos: no se quebrantaba de forma amanerada, como hacen ahora los que se deslizan en su andar con un contoneo mayor, incluso, que el de las mujeres, sino como los antiguos, aquellos hombres que solían danzar el tripudio de manera viril en los juegos y tiempos de esta” (Séneca, Diálogos, IX, 17, 4)

Danzante, Chipre

Ya desde el siglo II a.C. hasta el siglo IV d. C. el baile era admitido siempre que se mantuviera dentro de las normas establecidas, por lo que la actitud de un bailarín profesional, el comportamiento de quienes solo miraban o la conducta del que bailaba para su propio placer eran censurables si sobrepasaban los límites que marcaba el decoro, llegando algunos autores a alabar las bondades de la danza.

“Licino: - Bueno, amigo mío, ¿estás dispuesto a dejar de lado tus insultos y a oírme lo que diga sobre la danza y sus bondades?, ¿cómo no solo es placentera sino también útil a los espectadores?, ¿cuánta cultura e instrucción imparte?, ¿cómo armoniza las almas de los asistentes, ejercitándolos en los más bellos espectáculos, entreteniéndoles con magníficas audiciones y mostrando una belleza común del alma y del cuerpo? Conseguir todo eso con música y ritmo no puede ser motivo de censura, sino de elogio.” (Luciano, Sobre la danza)

Danza romana, pintura de Alma-Tadema


Cuando en algún momento durante la República aprender a bailar dejó de considerarse algo indecoroso, entre las mujeres llegó a verse como una muestra de su buena educación, siempre que se practicara según las normas sociales. Durante el Imperio cada vez fueron más las mujeres que se consideraban buenas bailarinas y llegaban a presumir de ello. 

“Aquella me gusta por sus gestos: mueve los brazos acompasados y gira su blando costado siguiendo una depurada técnica -que no se diga nada de mí, que me excito por todo. ¡Pon ahí a Hipólito que se convertirá en Príamo!” (Ovidio, Amores, II, 4, 25-32)



Durante las ceremonias matrimoniales había unos momentos de la fiesta protagonizados por los amigos de la pareja, encargados de recitar epitalamios (canciones relativas al matrimonio) y versos fesceninos (de contenido sexual) que propiciaban danzas bailadas al son de los cánticos.

“Entonces, con mucho interés, las madres las conducen, entregadas, hasta la puerta; por su parte un grupo de edad similar, chicos y chicas solteras, bailan entre improvisados versos y cantan canciones.” (Ausonio, Centón nupcial)

La propia diosa Venus improvisa una danza para deleitar a sus invitados en el relato de Amor y Psiqué en El Asno de oro de Apuleyo.

“Apolo cantó al son de la cítara, Venus bailó, hermosa, adaptándose a la dulce música, en una escena tan armoniosa que las Musas cantaban a coro, Sátiro soplaba las flautas y Pansico recitaba acompañado de la siringa.” (Apuleyo, Metamorfosis, VI, 24)


Baile romano, pintura de Guglielmo Zocchi

Durante las celebraciones privadas en el hogar tenían lugar las danzas de familiares y amigos como parte integrante del ceremonial religioso que estaba siempre presente. Por ejemplo, la celebración del Genius natalis, que solía coincidir con el cumpleaños del padre constituía un momento de regocijo, en el que era habitual cantar y bailar al son de las flautas, beber y practicar juegos de azar. Propercio describe una escena así en el cumpleaños de su amada Cintia.

“Luego, después de purificar con incienso los altares llenos de guirnaldas y de que la llama brille favorable en toda la casa, que llegue la hora de ir a la mesa, que la noche transcurra entre copas y que el ónice perfumado con mirra impregne las narices de azafrán. Que por incesantes danzas caiga la flauta abatida y ronca, que haya para tu indolencia palabras libres y que los alegres banquetes eviten el inoportuno sueño.” (Propercio, III, 10,19-25)

Floralia, pintura de Hobbe Smith

Además de estas celebraciones de tipo privado, se desarrollaban a las afueras de la ciudad y en el campo algunas fiestas durante las cuales los participantes bailaban de forma espontánea como forma de entretenimiento y para olvidar sus problemas cotidianos.

“Durante las Floralia de abril la gente sale al atardecer, vestida de colores, para emborracharse o bailar entre risas y bromas a la luz de los farolillos, convencida de que la diosa Flora así lo desea.” (Ovidio, Fastos, V, 350-355)

En la fiesta de Anna Perenna se celebra un ceremonial lleno de canto y danza que simboliza, de algún modo, la ruptura del orden y las convenciones.

“Por aquí y por allá, cantan también lo que han aprendido en los teatros y, al ritmo de sus palabras, golpean las palmas, forman rudos corros tras dejar la crátera y baila la amiga engalanada con el pelo suelto”.(Ovidio, Fastos, III, 535)

El Baile, pintura de Federico Andreotti

En relación con la fiesta de la Bona Dea, Juvenal comenta la naturaleza obscena de las danzas que improvisan las mujeres a las que compara con verdaderas bacantes por su estado de exaltación.

“Los misterios de la Buena Diosa son famosos porque la flauta estimula caderas y, a la vez, estas Ménades de Príapo se dejan llevar por el cuerno y el vino, aullando y volteando, excitadas, sus cabellos.” (Juvenal, Sátira VI, 314-319)

Horacio concede gran relevancia a las devotas femeninas al afirmar que en el día de la fiesta todas ellas bailan y danzan en corro para honrar a Diana:

“La Musa quiso que yo cantara abiertamente dulces himnos para mi señora Licimnia, de ojos brillantes, y pecho leal a los amores correspondidos; a ella le favorece llevar el paso entre los coros, disputar en el juego y mover sus brazos bailando entre las jóvenes radiantes, en el día consagrado a la ilustre Diana.” (Horacio, Odas, II, 12, 13-20)

Horae Serenae, Edward Poynter, Bristol City Museum and Art Gallery

La danza se concebía a veces como un elemento religioso que simbolizaba, al mismo tiempo, la paz del estado, la alegría o el esplendor de la fiesta en tiempos pasados. En el siguiente pasaje de Calpurnio Sículo se insiste en la tranquilidad de los montes y en la libertad de los pastores expresada, precisamente, a través de sus danzas, alabando concretamente el reinado de Nerón y la felicidad de su época.

“Él concede a mis montes la paz: he aquí que, gracias a él, si yo quisiera cantar o herir tres veces con mi pie la hierba flexible, nadie me lo impediría. Se me permite cantar entre danzas y puedo esconder mi canto en la verdosa corteza: los furiosos toques de trompeta ya no ensordecen nuestras flautas.”(Calpurnio Sículo, Égloga 4,127-131)

La danza se convierte en una parte integrante de los rituales campestres como se puede ver en la siguiente descripción de Propercio, donde evoca las costumbres más extendidas de la vida del campo y hace partícipe a su amada de una típica danza que se desarrolla durante los sacrificios. Ella, Cintia, es una joven de ciudad que intenta imitar las danzas de los pastores:

“Allí verás, a menudo, los toros arar y cómo deja la vid su follaje a la docta hoz; allí también llevarás algo de incienso a un santuario descuidado, cuando caiga el cabrito ante los altares del campesino y, sin detenerte, imitarás sus danzas con desnuda pierna, a condición de que todo esté a salvo de un varón extraño.” (Propercio, II, 19, 11-16)

Fiesta de la cosecha, pintura de Alma-Tadema

Las danzas de la vendimia tenían lugar, seguramente, después de la prensa de la uva y se basaban en la imitación de escenas mitológicas o en la recreación de las actividades practicadas durante la propia vendimia (recolección de la uva y su carga en los cestos, pisado de la uva, bebida del mosto), de tal forma que el baile era una representación idealizada de todo el proceso.

En la novela Dafnis y Cloe, su autor Longo describe la llegada de un personaje a la fiesta de Dioniso, el viejo Driante, que baila una danza de lagar, en la que va imitando distintas acciones relativas a la vendimia.


“Pero Driante se alzó e, invitándolo a tocar un aire dionisíaco, les bailó una danza de la vendimia. Figuraba unas veces vendimiar, otras cargar con capachos, luego pisar los racimos, luego llenar las cubas y luego ya beber el mosto. Todas estas figuras las bailó Driante con gracia tal y tanta vida que creían estar viendo las vides, el lagar, las cubas y a Driante bebiendo de verdad. Éste fue el tercer viejo, pues, que así se ganó los aplausos con su danza y dio un beso a Cloe y a Dafnis.” (Longus, Dafnis y Cloe, II, 36-37)



El historiador Tácito narra cómo la emperatriz Mesalina se atrevió a representar en sus jardines una fiesta privada de la vendimia donde todos los invitados iban vestidos con atuendos basados en el cortejo báquico y bebían mientras danzaban, pisoteaban las uvas y simulaban el éxtasis de las bacantes. Esta fiesta hace referencia a los caprichos de la alta sociedad romana que, inspirándose en la poesía de su tiempo intentaba recrear sin moderación escenas bucólicas y campestres.

“En cuanto a Mesalina, nunca antes tan despreocupada en los excesos, celebró un simulacro de la vendimia en su casa cuando el otoño ya estaba avanzado. Se oprimían las prensas, rebosaban los lagares y las mujeres, ataviadas con pieles, bailaban como las bacantes en su sacrificio o en su locura; ella misma, con el cabello suelto y agitando el tirso junto a Silo, que ceñía la hiedra, llevaba coturnos y sacudía la cabeza en medio de un estrepitoso y procaz coro.” (Tácito, Anales, XI, 31, 10)

El cortejo báquico era un tópico poético asimilado habitualmente a la danza que contaba con unos elementos comunicativos y escénicos conocidos para la mayoría de la gente, que permitía, además, un comportamiento desenfrenado que animaba a liberarse de todas las restricciones morales. Se incluía la mítica danza de las Ninfas y los Sátiros y el baile descontrolado de las Ménades, las primeras mujeres que se contagiaron del furor báquico y formaron el tíaso o cortejo dionisíaco.

“Pero en otro lugar revoloteaba el dios Yaco, con su compañía de Sátiros y Silenos de Nisa, buscándote a ti, Ariadna, encendido por tu amor. A éste las Tíades seguían, enloquecidas, con la mente distraída, mientras bailaban locamente con el evoé, mientras arqueaban el cuello con el evoé. De entre todas, unas agitaban los tirsos, con la lanza forrada, otras lanzaban los miembros de un novillo descuartizado, otras se ceñían serpientes enroscadas, otras celebraban fiestas secretas con sus cóncavas cestas, fiestas que en vano desean conocer los profanos; otras chocaban sus timbales con palmas graves o sacaban agudos sonidos de redondos metales; para muchas los cuernos despedían sonidos graves y las bárbaras flautas chirriaban con una horrible melodía.” (Catulo, Poemas, LXIV, 251-264)

Bacanales, pintura de Henryk_Siemiradzki

Tras las famosas y largas cenas de algunos notables romanos llegaba el momento de la comissatio, tiempo para disfrutar de la bebida y los entretenimientos, durante la cual la música y el baile podían calmar los encendidos ánimos de algunos comensales que, habiéndose excedido con el vino, entraban en discusiones o peleas.

Uno de los principales entretenimientos de la comissatio era la danza exótica y seductora de las bailarinas extranjeras, esclavas o cortesanas habituales en los convivia o banquetes romanos. Ataviadas con finísimos trajes de seda -o, incluso, casi desnudas-, las instrumentistas sirias eran muy apreciadas entre los romanos, que las veían como artistas con diferente consideración a la de los músicos profesionales.

“La tabernera siria, coronada su cabeza con mitra griega, es experta en mover el costado sinuoso por debajo del crótalo y, ebria, baila lasciva en la humeante taberna, sacudiendo el codo al son de las graves flautas.”(Apéndice Virgiliano, Copa 1-4)

Danza, pintura de Henryk_Siemiradzki

Entre las artistas que se contoneaban al son de ritmos extranjeros con sedas y transparencias se encontraban las famosas puellae gaditanae, que alcanzaron un éxito arrollador en los banquetes del s. I d. C. Estas jóvenes, originalmente procedentes de Gades (Cádiz) proporcionaban al público un espectáculo sensual y sugerente que parecía primar la interacción con los espectadores.

“Experta en hacer gestos lascivos al son de las castañuelas béticas y bailar con ritmos gaditanos, ésta podría empalmar al tembloroso Pelias y excitar al marido de Hécuba junto a la pira de Héctor, Teletusa calienta y tortura a su antiguo dueño: la vendió como esclava y ahora la vuelve a comprar como dueña.” (Marcial, Epigramas, VI, 71)

Detalles de mosaico del Aventino, Museos Vaticanos

Así, mientras las bailarinas se balanceaban y tocaban las castañuelas (crusmatae) al ritmo de sus obscenos cánticos, los asistentes las acompañaban no sólo con sus aplausos, como apunta Juvenal, sino también con su propia excitación.

“A lo mejor esperas que las Gaditanas empiecen a excitarte con su armoniosa danza y que, animadas por el aplauso, las jóvenes bajen al suelo sus trémulas nalgas; junto al marido echado, las esposas ven un espectáculo que cualquiera se avergonzaría de describírselo a ellas." (Juvenal, sátira XI)

Las bailarinas gaditanas, formadas en el arte de la danza, y teniendo plena conciencia de sus cuerpos y de sus movimientos, sabían hasta dónde podían llegar con sus gestos y aprovechaban su potencial para provocar y alcanzar renombre en su profesión.

“Quincia, delicias del pueblo, conocidísima del Circo Magno, experta en menear sus vibrantes nalgas, deposita en ofrenda a Príapo los címbalos y crótalos, sus instrumentos de calentamiento, así como los tambores golpeados con firme mano. En compensación suplica ser siempre grata a los espectadores y que su público esté siempre tenso como el dios.” (Priapeos, I, 27)

En casa de Lúculo, Pintura de Gustave Boulanger

Los asistentes a una fiesta, entusiasmados y fascinados a la vez por la visión de una danza, podían dejarse llevar por el deseo de bailar para los demás comensales, atreviéndose a la exhibición de sus pretendidas habilidades, sobre todo en un ámbito privado. La exaltación provocada por el vino y los bailes llevaba al anfitrión y los comensales a creerse el centro de atención de la velada invitando a los demás a unirse al espectáculo. 


Pintura de Ulpiano Checa para Quo Vadis

Algunos bailes de los que se podía disfrutar durante los banquetes tenían antecedentes griegos, como la danza jonia, que habría tenido en un principio un significado religioso y que acabó como espectáculo de entretenimiento. Lo mismo bailaban hombres y mujeres y consistía en saber moverse haciendo subir la túnica cada vez más arriba del cuerpo, lo que acabó convirtiéndolo en una representación de tipo lascivo y provocativo, muy habitual en las actuaciones de los cinaedi, hombres afeminados que se dedicaban a hacer distintas actuaciones artísticas.

El personaje de Pseudolo hace una parodia de sí mismo al explicar cómo intentó realizar una danza jonia ante algunos comensales durante una cena estando demasiado borracho.

“Los dejé en sus lechos, bebiendo, besándose con sus rameras, y a mi ramera también; los dejé disfrutando con toda su alma. Pero cuando me puse en pie, todos me piden que baile. [Bailando ridículamente] Me adelanté de este modo para complacerlos con gracia, porque aprendí la danza jonia mejor que nadie y, cubierto con el manto, comencé así unos pasos como diversión. Me aplauden sin cesar y gritan «otra», para que lo vuelva a hacer. Empecé de nuevo, de esta manera: no quise repetir lo mismo; me acerqué a mi amiga para que me besase y, al volverme, me caigo: este fue el final de mi espectáculo.” (Plauto, Pseudolo, 1271-1278)


Danza Jonia, Edward Poynter

Los saltatores (bailarines) y saltatrices (bailarinas) se consideraban infames y artistas de segunda fila que, por su forma de vida, en cierta forma, itinerante y por los movimientos y gestos del cuerpo, considerados indecentes, es decir, en contra del decorum, no llegaban a tener la misma posición económica y social que otros artistas o actores profesionales. Incluso algunos recibían feroces críticas por su mal arte.

“Cuando bailas, Gátula, con cuerpo lamentable y a nadie da gusto lo que espantosa haces, más bien creo que eres una bailarina loca, pues con los meneos recargas tu mala facha y haces cada gracia desagradando siempre. ¿Crees que al público lo halagan los címbalos? Nadie mantiene en su ánimo un criterio tal que por ti no lo abandonen incluso los gozos.” (Antología Palatina, Epigrama 361)


Terracota griega, Sicilia

Bibliografía:

https://eprints.ucm.es/13975/1/T33425.pdf; La danza en época romana: una aproximación filológica y lingüística; Zoa Alonso Fernández
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/633339.pdf; Condición social y jurídica de la "puella gaditana"; José Manuel Colubi Falcó
Historia de la danza desde sus orígenes; Artemis Markessinis, Google Books

Tessellatum, mosaicos en la antigua Roma

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Mosaico de las Metamorfosis, Villa romana de Carranque, Toledo

Los mosaicos, llamados en la antigua Roma pavimenta tessellata, tenían la función de propiciar el aislamiento de los suelos y facilitar la limpieza, además de una finalidad ornamental. Su expansión en el mundo romano se produjo principalmente en el ámbito doméstico, tanto en oriente como en occidente, aunque se encuentran también en edificios públicos como termas, templos y palacios.

La decoración de pavimentos con mosaicos tiene su mayor apogeo en el mundo romano, pero tiene antecedentes en Mesopotamia, Egipto y Grecia.

“Los pavimentos son una invención de los griegos, que también practicaron el arte de pintarlos, hasta que fueron sustituidos por los mosaicos (lithostrota). (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 60)

Los lithostrotos, o pavimentos de mosaicos, tuvieron sus primeros referentes en los suelos realizados con guijarros o cantos rodados (opus lapilli) que disfrutaron de una gran difusión en la cultura griega. El área a pavimentar se excavaba a una profundidad de dos metros y se compactaba y sobre ella pequeños cantos rodados se extendían en tres capas: en la primera se colocaban cantos más grandes sobre tierra compacta, en la segunda piedras, grava, fragmentos machacados de terracota y polvo de lava de Santorini, y la capa superior era una mezcla de polvo de ladrillo y arena fina para fijar los guijarros. Característico de este tipo de mosaico era la utilización de cantos rodados de distintos colores y de finas láminas de plomo y terracota cocida que contorneaban las figuras y ayudaban a mostrar efectos más propios del arte pictórico.

En su máximo apogeo de riqueza plástica, la técnica musiva de pavimentos en Grecia alcanzó un gran desarrollo en los ejemplos de Pella, (siglo V a.C.), la antigua capital macedonia, donde se plasmaron espléndidas imágenes. 




Mosaico de la caza del león, Museo Arqueológico de Pella

Generalmente se componen en base a un panel central, emblemata, que contiene la escena más importante, rodeado de paneles secundarios. El repertorio decorativo recurre a motivos no figurados (de carácter geométrico o vegetal) o a representaciones figurativas (combates de animales, escenas marinas, seres mitológicos y escenas de la vida cotidiana o de tipo histórico).

El papiro Zenón del Cairo, de mitad del siglo III a. C. describe el plan para la decoración de dos estructuras circulares, (tholos) en un complejo termal en Filadelfia en el Fayum. Se dan especificaciones para el contratista sobre un mosaico de guijarros, típico del periodo clásico:

“… rellenará el área restante con sesenta contenedores de guijarros. El pavimento del tholos de las mujeres lo situará a una distancia de un codo y dos palmos desde la puerta, y lo rodeará con una cenefa negra teniendo una amplitud de dos dedos, y situará una banda decorativa con caracolas, con un ancho de diez dedos, y entonces una única cenefa en el centro en el que incluirá una amapola, de un codo de diámetro. Rellenará el espacio restante con sesenta contenedores de guijarros.”


Mosaico de piedras, Kourion, Chipre

A partir del siglo II a. C., los pequeños cantos rodados dejaron paso a las teselas, pequeños cubos de piedra, lo que dio origen al opus tessellatum, (denominación actual que no se utilizó en el mundo antiguo) por el que la aplicación de los materiales era más fácil y rápida y la gama de colores era más amplia.

“Gran excelencia alcanzó Sosus, que creó el Asarotos oecos, en Pérgamo, en el que representó en pequeños cubos de colores, los restos de un banquete sobre el suelo, y otras cosas que normalmente se barren con la escoba, pareciendo que se han dejado ahí por accidente. Hay también una paloma, muy admirada, en el momento de beber, y con la sombra de su cabeza en el agua, mientras se ve a otras aves en el borde de una crátera.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 60)

Izda: Museo Arqueológico de Aquileia; centro: Mueos Vaticanos, drcha: Museo del Bardo (Túnez)

Solo los más privilegiados podían permitirse la colocación de estos suelos decorados en sus casas.

“Habitó primero cerca del Foro antiguo, sobre la escalera anular, en una mansión que perteneció al orador Calvo. Ocupó después en el monte Palatino la
casa, no menos modesta, de Hortensio, que ni era espaciosa ni estaba adornada, pues sus galerías eran estrechas y de piedra común, no habiendo mármol ni
mosaicos en las habitaciones.”
(Suetonio, Augusto, LXXII)

El mosaico es un reflejo de la posición social y de la fortuna económica del cliente. El mosaico constituía un signo de riqueza y era indispensable en la casa de cualquiera que quisiera hacer ostentación de su poder.

“Y así, pensando que había tres tipos de asuntos campestres, que se constituyeron buscando un beneficio, uno la agricultura, otro la ganadería, el tercero de la cría en granja, proyecté tres libros, de los que escribí dos, el primero dedicado a mi esposa Fundania sobre el cultivo del campo, el segundo a Turranio Negro sobre ganadería; el tercero que falta trata de los rendimientos de la granja, y a ti te lo envío, porque me pareció que debía escribirlo especialmente para ti a causa de nuestra vecindad y afecto, pues teniendo tú una casa digna de verse por la obra de estuco y carpintería y con notables pavimentos con mosaicos y pensarás que era poco si las paredes no estaban adornadas con tus escritos, yo también, para que más adornada pudiera estar con beneficio económico en lo que yo pudiera hacer, te envié esta obra, recordando las conversaciones que habíamos tenido sobre la perfecta casa de campo.” (Varrón, De Re Rustica, III, 1, 9-10)

El opus signinum, típico de la época republicana y frecuente hasta el siglo I d. C., es un tipo de pavimento muy simple y económico, realizado con mortero y cal, mezclado con fragmentos de cerámica, lo que le proporcionaba un color rojizo. A veces se le insertaba, antes del fraguado, una serie de teselas blancas o negras que, originalmente sin alinear y posteriormente alineadas, formaban sencillos motivos geométricos o figurados, e incluso inscripciones, que contrastaban con el tono rojizo oscuro de la superficie. Este pavimento gozaba de gran impermeabilidad, por lo que fue utilizado en construcciones que estaban en contacto con agua, como termas, pórticos e impluvia, o como suelo para almacenes, habitaciones de servicio e incluso triclinia y cubicula.

Opus signinum. Izda: mosaico de Kerkouane (Túnez), drcha: mosaico de Celsa, Zaragoza

Las manifestaciones más antiguas se remontan al siglo III a.C. y proceden del entorno púnico del norte de África, Cerdeña y Sicilia. En Italia su producción comenzó en época de Sila (siglo I a.C.) y tuvo su época de esplendor tanto allí como en las provincias entre los siglos I-II d.C.

“¡Cómo nos sorprende la vida al usar incluso cerámicas trituradas, a fin que duren más, mezcladas con cal, que llamanos signina! Con este procedimiento se hicieron incluso pavimentos” (Plinio, Historia Natural, XXXV.46)

De cerámica era también originalmente el suelo de opus figlinum compuesto de fragmentos rectangulares de igual tamaño que se insertaban por el lado más pequeño y se combinaban en grupos de unos cuantos elementos. Los grupos se orientaban de forma alternativa de tal modo que su yuxtaposición creaba la impresión del tejido de una cesta. Otro diseño parecido, denominado pseudo-figlinum, se realizaba con piedras de diferentes colores y del mismo tamaño y daba la misma imagen que el anterior.
Opus figlinum. Izda: Neápolis (Nabeul), Túnez, foto de Rais67. Pseudo-figlinum. Drcha: Villa Adriana, Tívoli, foto de Samuel López
Un revestimiento de lujo era la incrustación de lastras de mármol u otros materiales de piedra cortadas con diseños geométricos que constituía el opus sectile, que parece haber sido una moda típicamente romana, aunque de inspiración helenística.

“En sus expediciones llevaba pavimentos de tessellatum y sectile para sus tiendas.” (Suetonio, Julio César, 46)

Los ejemplares más antiguos se realizaron en materiales de poca calidad, pero en época de Augusto empezó a usarse el mármol en Italia y seguidamente en las provincias. Los materiales, de distinta naturaleza (mármol, nácar, vidrio), se cortaban en piezas planas de muy poco grosor, cuya forma se determinaba por la imagen a representar, combinándose con las demás para rellenar todo el espacio y siguiendo modelos geométricos o figurativos.

“Ve ahora y une pulidos suelos de incrustaciones frigias, levantando un campo de mármol en los atrios artesonados: yo, por mi parte, desprecio lo que bienes y riquezas regalaron y admiro la obra de la naturaleza, donde la preocupación de los herederos y la pobreza bien llevada no se excede en despilfarros.” (Ausonio, Mosella, 48) 


A diferencia del opus tessellatum, que era la técnica habitual del mosaico, las piezas no son pequeñas y homogéneas, sino relativamente grandes y de distintas formas, según el panel que se deseaba crear. 

Opus sectile. Izda: Ostia, Italia, foto de Samuel López. Drcha: Ilustración de Jean-Claude Golvin

En tiempo de Nerón el sectile hecho con mármol tiene su mayor apogeo en las elaboradas composiciones vegetales y zoomórficas que utilizaban mármoles de importación como el pórfido rojo de Egipto, el serpentino de Grecia, el pavonazzetto de Turquía y el giallo antico de Túnez.

“…goce de frases obscenas y de todo el refinamiento del placer el que lubrica a escupitajos (tras probar el vino, según costumbre griega) las incrustaciones de mosaicos espartanos.” (Juvenal, Sátiras, XI)

Opus sectile, Palazzo Massimo, Roma, fotos de Samuel López

Durante el mandato de los Flavios, de Trajano y de Adriano los motivos se simplificaron, aunque alcanzaron un nuevo impulso figurativo entre los siglos II y V d.C.

Izda: Villa de los Quintilios, Roma. Drcha: Villa Adriana, Tivoli, fotos de Samuel López

En la época de Alejandro Severo la utilización de pórfido rojo y serpentino verde dio lugar al opus alexandrinum.

“Fue el primero que impuso la construcción en mármol llamada Alejandrina en la que se combinaban dos mármoles, el de Pórfido y el de Lacedemonia, ornamentando los patios de Palacio con incrustaciones de este tipo.” (Historia Augusta, Alejandro Severo, XXV, 7)

Opus Alexandrinum. Izda: Museo de Pennsylvania. Drcha: Curia, Foro de Roma,
 foto de Samuel López

El opus scutulatum consistía en combinar un fondo de teselas, frecuentemente monócromo, con pequeños fragmentos de piedra o mármol, en diferentes formas, colores y dimensiones.



El opus segmentatum hace referencia a la composición hecha con fragmentos de piedra, generalmente de mármol, de diferentes colores y cortados de forma irregular que se colocaban sin crear ningún motivo geométrico o figurativo.

Opus segmentatum. Izda: Baia, Italia,© Ra Boe / Wikipedia. Drcha: Herculano

El método más minucioso para la realización del mosaico era el opus vermiculatum, técnica surgida en el ámbito helenístico y difundida por Italia a partir del siglo II a.C., que consistía en poner la argamasa sobre una placa de mármol o sobre una teja plana y colocar encima las teselas. Los clientes escogerían en el taller del artesano su emblemata o imagen central y una vez acabada la composición, el panel se insertaría en el lugar que se le había reservado en el pavimento o pared, generalmente en el centro del mosaico.

Las teselas, polícromas, irregulares, de distintos materiales y de tan pequeño tamaño que podían encontrarse hasta sesenta y ocho en solo un centímetro cuadrado, se colocaban con gran precisión en hileras siguiendo el contorno del dibujo. La variedad de colores y la amplia gradación del tono ayudaban a lograr un espectacular efecto pictórico en las escenas figuradas.

Izda: Palazzo Massimo, foto Marie Lan Nguyen. Drcha: Museos Vaticanos, foto Samuel López

Sin embargo, esta técnica heredada por los romanos del mundo helenístico fue sustituida por otras más sencillas y de menor coste que permitieron el uso y disfrute de este tipo de decoración a ciudadanos de diferentes niveles sociales y su rápida expansión por todas las provincias del mundo romano.

“Mientras deambulaba contemplativo, recorriéndolo todo con mis ojos, pisaba, inadvertido, otro tesoro: la luz que se derrama de la altura y el reflejo en las tejas del aire luminoso me mostraron el suelo, donde se alegra el pavimento, que, decorado con artística fantasía, supera a todos los mosaicos por sus figuras nunca vistas: mis pasos se asombraron.” (Estacio, I, 3)

Según Vitrubio el primer nivel de preparación para la fabricación del mosaico era el statumen, formado por piedras gruesas; seguía el rudus, con fragmentos más pequeños de piedras mezcladas con un mortero de cal y grava. El nucleus se realizaba con un mortero de cal con productos muy finos, como ladrillo machacado, cerámica triturada o polvo de mármol. Sobre él se extendía una plantilla para hacer el dibujo y después se colocaban las teselas. Lo último del proceso era pulir la superficie con piedras areniscas. Los otros modelos de mosaico podían suponer una ejecución y proceso diferentes.

“Posteriormente se extenderá encima una capa de cascote del tamaño de un puño. Colocada la capa de cascotes, se extenderá otra capa de ripios; si se trata de ripios recientes de piedra o de ladrillo molido, se mezclará una parte de cal y tres de ripios; si se trata de ripios procedentes de ruinas o demoliciones, se mezclarán cinco partes de ripios con dos de cal. A continuación, se apisonará repetidamente la capa de cascotes utilizando mazos de madera, para que quede perfectamente firme; este trabajo se hará mediante cuadrillas de hombres que ocupen todo el ancho de la capa, hasta que quede con un grosor de al menos nueve pulgadas. Sobre la capa de cascotes se extenderá otra de «restos arcillosos», con la siguiente mezcla: tres partes de polvo de ladrillo con una parte de cal, que formará un lecho de no menos de seis dedos. Sobre este lecho se extenderá el pavimento perfectamente nivelado, bien sea de losetas de mármol, o bien de mosaico.

Una vez colocado, daremos al pavimento una adecuada inclinación y se pulirá hasta que —si se trata de losetas— no quede ninguna arista en las baldosas, bien tengan forma de rombo, de triángulo, de cuadrado o de hexágonos, sino que la unión de las junturas esté nivelada una con otra ofreciendo una superficie totalmente plana: sí se trata de pavimento de mosaicos, todos sus bordes deben quedar planos ya que si no fuera así su pulimento no habrá sido correcto. Los pavimentos de azulejos colocados «a espiga», como los que se usan en Tívolí, deben nivelarse con sumo cuidado, ajustándolos de modo que no haya huecos ni salientes, sino que queden perfectamente alisados y pulidos; sobre los azulejos pulidos se derramará polvo de mármol y se extenderá encima una capa de cal y de arena.”
(Vitrubio, De Arquitectura, VI, 8)

Tanto en los pavimentos de mosaico como en los murales, antes de aplicar las teselas, se hacían marcas sobre el enlucido (denominadas sinopia) para indicar las áreas que debían ser cubiertas con teselas de un mismo color.

La colocación de las teselas implicaba la preparación de un diseño previo (en griego, paradeigma) que se realizaba a tamaño natural sobre un cartoncillo y se pintaba con los colores que se iban a usar. Luego se procedía a insertar las teselas, mediante dos técnicas: la puesta directa y la indirecta. En la primera las teselas se colocaban directamente sobre la capa de mortero. En la segunda las teselas se pegaban sobre el cartoncillo del diseño – a su vez, enganchado sobre una tabla – por el lado que quedaría a la vista; luego, la tabla se presionaba sobre la capa de mortero, se dejaba secar y se despegaban las teselas del cartoncillo. Una vez puestas todas las teselas, a veces, el espacio entre ellas se rellenaba con mortero y se pulía con arena.

“Si son estancias de verano conviene que miren al este solsticial y a la parte norte, y que tengan un pavimento de ladrillo, como antes dijimos, o bien mármoles, o mosaicos que se igualan uniéndose por sus ángulos y lados. A falta de esto, tamícese por encima mármol machacado y púlase con arena mezclada con cal.” (Palladio, De Agricultura, I, 9, 5)

El mosaico de teselas regulares tuvo una notable expansión en el mundo helenístico, especialmente, en la Grecia continental, en Asia Menor y en Egipto. En Occidente se difundió ampliamente por todo el territorio bajo el gobierno de Roma, por lo que en un primer momento sería difundido por artistas itálicos y sólo a partir del siglo II d.C., comenzarían a desarrollarse escuelas regionales con talleres especializados en un estilo propio.

En Occidente destacan la escuela italiana y la africana. La primera desarrollada del siglo I al III d. C. tuvo a Ostia, como lugar representativo de las figuras negras sobre fondo blanco y su periodo de máxima calidad durante el mandato de Trajano y Adriano con diseños menos figurativos, pero de gran perfección.

Izda: Ostia, Italia. Drcha: Villa Adriana, Tívoli. Fotos Samuel López

Por otro lado, la "escuela africana" revela un estilo muy diferente con un tratamiento más polícromo, bien con simples dibujos geométricos o con motivos vegetales, aunque, no faltan los elementos figurativos con marcada preferencia por las escenas de caza, pesca, del anfiteatro, o de la vida cotidiana.

Izda: Museo de El Djem. Drcha: Museo de Cartago. Túnez
La escuela oriental, extendida principalmente por las actuales Turquía y Siria, destacaba por composiciones en color de tradición helenista, con temas mitológicos o dibujos figurativos y geométricos. La época de esplendor del mosaico sirio data del siglo III d. C., siendo la colección más importante la procedente de Antioquía. 

Tetis y Océano, Museo de Zeugma, Turquía

Los temas reflejados en los mosaicos también variaron según el destino de su ubicación o la época y contexto de su elaboración. En los edificios públicos primaban las representaciones que hacían referencias a sucesos históricos o actos de patronazgo, como podían ser los juegos del circo o del anfiteatro que eran pagados por cargos públicos o ricos hombres de negocios. En las termas solían incluirse imágenes relativas al dios Neptuno y su cortejo marino (delfines, tritones, nereidas…)

En los mosaicos domésticos se escogían generalmente escenas cotidianas, o elementos relativos a la prosperidad o protección del hogar.

Durante el Alto Imperio los motivos elegidos hacían referencia a la abundancia, al placer y al amor con especial complacencia en mostrar los amoríos entre dioses y personajes míticos. Un tema recurrente era el del dios del vino, Baco o Dionisos, y su thiaso (sátiros, ménades…) al que se consideraba protector de las actividades agrícolas y propiciador de riqueza. Sin embargo, no se hallan demasiado restos iconográficos en los mosaicos itálicos, aunque si en los de la península Ibérica y en las provincias de África. 

Mosaico de Baco, Complutum, Alcalá de Henares, foto de Samuel López

La visión de naturalezas muertas y xenia (regalos que se entregaban a los convidados) 
en los mosaicos de lujosos triclinia ayudaba a ensalzar la hospitalidad y opulencia de los anfitriones de los banquetes romanos.

Protegerse de la envidia y del mal de ojo era esencial para los supersticiosos habitantes del Imperio por lo que la aparición de imágenes que se creían que los mantenían alejados se hizo persistente en las casas romanas, como, por ejemplo, la cabeza de Medusa que solía presidir los vestíbulos y zonas de paso.

En el Bajo Imperio los cambios sociales y culturales provocan el desarrollo de una mentalidad más centrada en el individuo que en la comunidad y la relevancia que las villas suburbanas adquieren promociona diseños artísticos que pongan en valor la riqueza y las virtudes del propietario de la casa. Por tanto, los mosaicos van a plasmar escenas de caza donde el dueño exhiba su fuerza, escenas con exhibición de sus posesiones o personajes con los que se pueda comparado en fuerza y poder, como Hércules. 

Hércules enfurecido, Museo Arqueológico de Lisboa, foto de Samuel López

Los paralelismos en los temas y técnica de elaboración en los mosaicos de diferentes regiones del imperio pueden deberse a la exportación de diseños de los diversos talleres ubicados por todo el territorio del Imperio que alcanzaban cierto renombre o a la itinerancia de los expertos mosaiquistas y sus equipos que viajaban de un lugar a otro ofreciendo sus propias composiciones o copias diseñadas por otros artesanos. Llevarían cartones o catálogos de motivos y temas sobre los que los artistas habrían trabajado, no siempre copiándolos de manera directa, sino también creando a partir de ellos nuevas composiciones basados en su propia inspiración o bien en los encargos recibidos. Algunos de estos maestros musivarios, ya fueran itinerantes o no, acabarían instalándose definitivamente en ciudades ajenas a las de su preparación y allí crearían sus propios talleres y escuelas.

En general estos artesanos se limitarían a reproducir modelos, adaptándolos a los espacios que debían decorar, a las modas vigentes y a los deseos del cliente, no haciendo de su trabajo una labor de genuina creación artística. En ellos influirían los gustos imperantes en la propia Roma y los deseos personales del promotor que impondría sus concepciones ideológicas, religiosas, sociales y culturales para intentar mostrar la calidad y el lujo de su casa y su propia formación a los visitantes, siempre que pudiese permitirse el gasto.

“Ahora debo proclamar la elegancia de tu talento y la agudeza de tu inventiva. Efectivamente has descubierto un tipo de mosaico nuevo y sin ensayar con anterioridad, que a pesar de nuestra ignorancia intentaremos fijar para adornar unas bóvedas si recibimos de tu parte, en planchas o en tejas, una muestra de la obra que has ideado el primero. Que te vaya bien.” (Símaco, Cartas, VIII, 42)

Así es posible encontrar diseños figurativos muy parecidos en mosaicos que se encuadran en el mismo contexto temático, aunque referidos a distintos episodios mitológicos o cotidianos.

Por ejemplo, unas figuras semejantes con alguna variación aparecen en el mosaico de Adonis en la villa romana de Carranque en Toledo que representa el momento en que Adonis se enfrenta al jabalí que finalmente causará su muerte y también en el mosaico de la Megalopsychia encontrado en Antioquía, que muestra esa misma escena entre otras también referidas a la caza y personajes de la mitología. En África a pesar de los mosaicos hallados con contenido cinegético no aparece Adonis como cazador en ninguno. Sin embargo, casi la misma iconografía se puede encontrar en un mosaico de San Pedro del Arroyo en Ávila, pero referido al episodio de Meleagro y el jabalí de Calidón.

Izda: Mosaico de Adonis, villa romana de Carranque, Toledo, foto de Samuel López.
Drcha: detalle con Adonis, mosaico de la Megalopsychia, Antioquía.
Meleagro, San Pedro del Arroyo, Ávila

El precio del mosaico dependía de la complicación del diseño, de su policromía y de los materiales utilizados (piedras locales o mármoles de importación). Para la confección de pavimentos musivos se elegían sobre todo aquellos en cuyas características se equilibraban belleza y resistencia. 

En una inscripción de Salerno, Italia se refleja el legado de 50.000 sestercios que un cargo público hace para adornar un templo de Pomona en el que se detalla que debe completarse con una cúspide dorada, podio, suelo de mármol y revestimiento en opus tectorium.

“T(itus) Tettienus Felix, Augustalis, scriba librar(ius) aedl(ium) curull(ium), Viator aedil(ium) plebis, accensus consuli, ((sestertia)) L m(ilia) n(ummum) legavit ad exornandam aedem Pomonis; ex qua suma factum est fastigium inauratum, pódium, pavimenta marm(orea), opus tectorium”

Las teselas de piedra, cortadas en forma de cubo de 1 cm o apenas unos milímetros, eran normalmente fabricadas de materias primas locales, extraídas en la zona cercana al lugar en que se iba a desarrollar la obra musiva.

En la ciudad romana de Nora, Cerdeña todos los mosaicos visibles presentan la misma tonalidad en sus colores blanco, negro, ocre y rojo, debido a la utilización de piedra autóctona, ya que la importación de materiales extranjeros se vería dificultada por su situación geográfica al estar ubicada en una isla.

Mosaicos de Nora, Cerdeña, fotos Samuel López

En la península Ibérica se utilizaron como materiales destacados, fundamentalmente, las cuarcitas, mármoles y piedras semipreciosas, entre los elementos naturales, y las terracotas y las pastas de vidrio, entre los elaborados artesanalmente.

La variedad de materiales abarcaba desde mármoles de diferentes colores (basalto, granito, pórfido, serpentina) y piedras semipreciosas (malaquita, lapislázuli, cornalina) hasta pasta de vidrio, esmalte o cerámica. Una vez talladas, se pulían con polvos de mármol, arena o cal para hacerlas más lisas, compactas y brillantes.

“Aquí no ha tenido cabida el mármol de Tasos ni el de Caristo, que imita el oleaje; el ónice languidece en la lejanía y la serpertina se lamenta de haber sido excluida: sólo brillan los mármoles cortados en las rubias canteras de los númidas; sólo los que en la gruta profunda de la frigia Sínada salpicó el propio Atis con manchas relucientes de su sangre y las piedras níveas que engalanan a la púrpura de Tiro y de Sidón. Apenas hay lugar para el mármol del
Eurotas, que en prolongado zócalo ornamenta el de Sínada con su verdoso trazo. No son los pórticos menos suntuosos, fulgen las bóvedas, brillan las techumbres con sus mosaicos vítreos que reproducen formas animadas.”
(Estacio, Silvas, I, 5)

La pasta vítrea se hacía opaca con un compuesto de plomo y estaño y se coloreaba con óxidos metálicos. El nivel de oxidación varía dependiendo del color que se quiere producir: óxido de hierro para los tonos verde, azul, ámbar y amarillo; óxido de manganeso para el púrpura y marrón; el cobre para el turquesa y verde oscuro. Después se le daba forma de pequeñas láminas cortándolas a mano con un cincel, martellina o tenazas y se usaba para componer imágenes en paredes que se preparaban con varias capas de mortero.

Determinados colores eran difíciles conseguir en algunos lugares y, por tal motivo, o bien se traían de fuera, o bien se conseguía un sustituto. El color rojo, por ser escaso y para abaratar los costes finales era sustituido en muchas ocasiones por barro cocido, que permitía un cierto juego cromático dependiente de la calidad de los barros existentes en la zona, y lógicamente del grado de cocción. Se hacían teselas rojas de cerámicas rotas. Otros colores como amarillo, marrón u ocre se conseguían mediante distintos procesos de cocción a partir del barro.

“Si quieres saber los mármoles que se han empleado, ni el de Paros, ni el de Caristo, ni el de Proconeso, ni el de Frigia, ni el de Numidia, ni el de Esparta han contribuido a sus diversas incrustaciones. No se usaron piedras que simularan una superficie rota, con riscos etíopes y precipicios púrpuras tintado con auténtico múrice. Sin estar enriquecidas por el frío esplendor de mármoles extranjeros, a mis chozas y cabañas no les falta el frescor al que un ciudadano cualquiera puede aspirar.” (Sidonio Apolinar, Epístolas, II, 2)

En los mosaicos murales la pared se impermeabilizaba con una capa de betún, resina o alquitrán. A continuación, se aplicaba una capa de mortero espeso que contenía arena, mármol pulverizado, cal y cenizas volcánicas. La segunda capa tenía una consistencia fina y una menor cantidad de material agregado. La tercera estaba formada por una mezcla de cal y cerámica triturada y se iba aplicando por secciones, según fuera el tamaño de mosaico que podía colocarse en una jornada de trabajo. Cada capa se dejaba endurecer y se humedecía, antes de recibir la siguiente, para asegurarse una adhesión plena.

El mosaico de pared o mural es una contribución original de los romanos. Sus orígenes pueden hallarse en el deseo de adornar triclinia de verano, ninfeos, fuentes o estanques de las villas romanas imitando grutas naturales, y aunque originalmente la decoración se hacía con conchas marinas, con el tiempo la decoración se hizo más elaborada usando teselas de vidrio de variados colores (a lo que se llamó opus musivum) incluyendo motivos marinos, vegetales y mitológicos.

Neptuno y Anfítitre, Herculano
Los talleres musivarios se componían por trabajadores especializados que se desplazaban a los lugares donde se les encargaba el trabajo. Por el edicto de Diocleciano sabemos los oficios relacionados con los talleres. El pictor imaginarius era el creador de la composición decorativa; el musivarius se responsabilizaba de la obra en los mosaicos murales; el tessellarius se encargaba de la colocación de las teselas en los mosaicos de pavimentos; el calcis coctor preparaba la cal para la realización de los morteros, el lapidarius structor cortaba las teselas y los caementarius y tirocinum (albañiles y aprendices) preparaban el suelo.

“Se ha fijado mármol a los peldaños de la escalera para embellecerlos; los cuartos de arriba están recubiertos de un revestimiento de incrustaciones, ejecutado tan sutilmente que el conjunto ensamblado da la sensación de ser una sola pieza.” (Símaco, Cartas, I, 12)

Los salarios que recibían cada uno eran conforme al trabajo y responsabilidad que cada uno tenía. Según el Edicto de Precios de Diocleciano, el pictor imaginarius podía ganar 150 denarios, mientras que el tessellarius y el musivarius, 50 y 60 respectivamente.

Haciendo teselas, mosaico de Túnez, foto de Wooton

Los instrumentos utilizados por los artesanos del mosaico eran el yunque donde se golpeaban las piedras para convertirlas en teselas, tenazas, martillo de madera, raspador; clavos y cuerdas para delimitar los espacios; reglas, compás y plantillas en madera de formas o motivos geométricos para hacer los dibujos; brochas y pinceles y algunos utensilios más.

Los mosaicos romanos de los primeros tiempos no llevaban nunca la firma de los que intervenían en su elaboración, quizás debido a que la importancia se le daba a la persona que encargaba y pagaba el trabajo y que los que trabajaban eran la mayoría esclavos. Posteriormente hacia los últimos siglos del Imperio aparecen los nombres de algunos participantes, por ejemplo, el que lo diseña o el nombre del taller encargado de la obra, en lo que puede ser una forma de hacer valer su labor profesional y expresar su satisfacción por el resultado, además de dar publicidad al trabajo realizado para conseguir nuevos clientes, sobre todo si los mosaicos estaban ubicados en espacios públicos.

En un mosaico de la villa romana de Carranque podemos identificar quién encargó el trabajo, qué taller lo ejecutó y el dibujante que adaptó el cartón o modelo al lugar escogido para su emplazamiento.

"EX OFFICINA MAS... NI PINCIT HIRINIUS UTERE FELIX MATERNE HUNC CUBICULUM) (Del taller de Mas....ni , lo pintó Hirinio, usa felizmente Materno este cubículo).

Mosaico de Materno, villa romana de Carranque, foto Samuel López

En una inscripción funeraria encontrada en Perintos, Tracia, el difunto, un mosaiquista, habla sobre sí mismo.

“He triunfado en muchas ciudades sobre otros mosaiquistas gracias a mi habilidad artística, con la ayuda de los dones de Palas Atenea. Dejo un hijo, llamado Proclo, que es miembro del consejo municipal y cuya calidad artística iguala la mía. He muerto a los 85 años.”

En esta lápida, posiblemente comisionada por el hijo del difunto, éste manifiesta su orgullo por haber viajado a distintas ciudades para cumplir con los encargos hechos debido a su pericia artesanal, que, probablemente, ha permitido a la familia escalar socialmente, de ahí el cargo político del hijo. También es una evidencia de que en las actividades artesanales había adquirido relevancia durante esta época la organización familiar que permitía transmitir el oficio de padres a hijos.

Relieve de Ostia, Italia

La inclusión de algunos nombres propios en los mosaicos deja claro que los mosaiquistas se enorgullecían del trabajo hecho y al mismo tiempo hacían patente una jerarquización del trabajo en el que tomaban parte y colaboraban varias personas, aunque no todos recibieran el mismo reconocimiento.

En un mosaico de Tebas, Grecia datado entre los siglos IV y VI d. C. aparecen los nombres del que lo diseño, del que lo realizó y del que lo comisionó.

“Demetrio y Epifanes hicieron el mosaico. Demetrio lo diseñó, Epifanes lo ejecutó minuciosamente. Responsable de todo el trabajo artístico fue Paulo, sacerdote y maestro de la palabra divina.“

Mosaico de Tebas con inscripción de Demetrios, Epiphanes y Paulo

Completar un mosaico era una tarea intensa, repetitiva y minuciosa y según las necesidades para su ejecución podía llegar a ser mortal, como se expresa en una lápida procedente de Beneventum y fechada entre los siglos I y II d.C. según la cual un joven falleció mientras trabajaba en la terminación de un mosaico.

“Aquí yace Hermas que estaba en su primera juventud. Hermas cayó al suelo mientras estaban intentando colocar unas piezas de colores en el techo (de un edificio), y está ahora encerrado en este monumento de peso y ha dejado en lágrimas eternas a su padre Carpus. Vivió 21 años, 9 meses y 20 días. Erigido por su apenado padre Carpus, esclavo municipal.” 


El arte del mosaico se mantendrá a lo largo del Imperio, pero a partir del siglo IV d. C. empezará a decaer al haber escasez de materias primas. La simplificación de formas y la reducción de la policromía se irán imponiendo, hasta que el alto coste hizo imposible mantener su realización en el ámbito privado y su uso se restringió a las posesiones imperiales, edificios públicos y religiosos, donde se mantuvieron en uso costosos materiales como el mármol usado en el opus sectile y la pasta vítrea.

Sidonio Apolinar ensalza la decoración con mármoles de distintos colores en una iglesia recién inaugurada que ha sido pagada por un obispo.

“Mármoles coloreados por diversos tintes brillantes
impregnan la bóveda, el suelo, las ventanas
formando dibujos con colores variados,
incrustaciones tan verdes como la hierba presentan
sinuosas líneas de piedras con tonos zafiro sobre vidrio verde como el puerro.”
(Sidonio Apolinar Epístolas, II, 10)

Palazzo Massimo, Roma, fotos de Samuel López

El reconocimiento del cristianismo y la proliferación de temas con motivos alusivos al nuevo panorama religiosos y el apogeo de los mosaicos confeccionados en pasta vítrea y pan de oro (las teselas se hacen con una fina lámina de metal, sobre todo oro, pero también plata, bronce y otras aleaciones, que se fija en caliente entre dos capas de cristal) acabarán dando lugar al arte del mosaico bizantino que se traslada definitivamente a muros, bóvedas, arcos y cúpulas. 


(Esta entrada actualiza y reemplaza la anterior de Pavimenta tessellata, lujo y funcionalidad de los mosaico romanos)

Bibliografía:

http://revistas.uned.es/index.php/ETFII/article/view/4404; La musivaria romana en época de Trajano, Guadalupe López Monteagudo
http://revistas.um.es/apa/article/view/178061; El pavimento musivo como elemento en la construcción del espacio doméstico; Irene Mañas Romero
https://helvia.uco.es/xmlui/handle/10396/2696; Aspectos Técnicos, Económicos, Funcionales e Ideológicos del mosaico romano. Una reflexión; Manuel Fdo. Moreno González
https://es.scribd.com/document/64839741/La-Imagen-en-Los-Mosaicos-Romanos-Como-Fuente-Documental; La imagen en los mosaicos romanos como fuente documental acerca de las élites en el Imperio Romano. Claves para su interpretación; María Luz Neira Jiménez
https://ddd.uab.cat/pub/faventia/02107570v19n1/02107570v19n1p43.pdf; Sobre terminología clásica aplicada al sectile; Esther Pérez Olmedo
http://dergipark.gov.tr/download/article-file/294115; The Myth of Aphrodite and Adonis in Roman Mosaics of Jordan, Arabia, Antioch, Mauretania Tingitana and Hispania; José María Blázquez
Mosaics of the Greek and Roman World; Katherine M. D. Dunbabin; Cambridge University Press
HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL DEL MUNDO CLÁSICO; Mar Prieto Zarzalejos, Carmen Guiral Pelegrín, María Pilar San Nicolás Pedraz; Google Books
Classical Art and the Cultures of Greece and Rome; John Onians; Google Books
A Portrait of the Artist as a Mosaicist under the Roman Empire, Will Wooton; Beyond Boundaries: Connecting Visual Cultures in the Provinces of Ancient Rome; Susan E. Alcok, Mariana Egri, James F.D. Frakes editors; Google Books

Phantasma, historias de fantasmas en Roma antigua

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Ilustración de Jean-Claude Golvin

“Vivió Calígula veintinueve años y reinó tres años, diez meses y ocho días. Su cadáver fue llevado en secreto a los jardines Lamianos, lo quemaron en una pira improvisada, y lo enterraron luego cubriéndolo con un poco de césped. Más adelante sus hermanas, al volver del destierro, lo hicieron exhumar, lo incineraron y dieron sepultura a sus cenizas. Se asegura que hasta esta época aparecieron fantasmas a los guardias de aquellos jardines, y por la noche, en la casa donde le asesinaron resonaban espantosos ruidos.” (Suetonio, Calígula, LIX)

El temor a los muertos, a su presencia entre los vivos y a su relación con éstos, constituye uno de los temas más repetidos en infinidad de leyendas y tradiciones populares de numerosas y variadas culturas.

La literatura se ha encargado de reflejar la visita, siempre inesperada, de un espíritu procedente del reino de los muertos, que se presenta, ya sea de manera amistosa o terrorífica, para pedir cuentas a los vivos sobre algo ocurrido en el pasado o advertir sobre lo que sucederá en el futuro. Estas apariciones rompen con las leyes de la lógica y se alejan de toda explicación científica.

Los romanos, a pesar de ser un pueblo pragmático, tan apegado a disfrutar de todo lo vinculado al ámbito terrenal, como su familia, su hogar, su pueblo, concedían gran relevancia a la muerte y a las creencias que se derivaban de ella, y especialmente, a los espectros y seres maléficos, en cuanto que disturbaban la paz de los vivos.

Es por ello que existía un culto a los difuntos, público o privado, con el doble propósito de que los muertos sobrevivieran en la memoria de sus parientes y amigos y sus restos mortales tuvieran la atención de los vivos en la tumba. Se celebraban por tanto unos ritos exigidos por la tradición, controlados por el colegio pontifical, para asegurar que el muerto permaneciera en su tumba y no saliese a perjudicar a los vivos. En el caso de que durante las exequias se produjese un olvido, una irregularidad, o que el difunto no llegase a ser enterrado, éste podría convertirse en un fantasma sin descanso hasta el día en que sus allegados o parientes le hicieran justicia.


Estela funeraria de la familia de Publio Gessio, Museo de Bellas Artes, Boston

En la antigüedad se creía que el alma sin sepultura era una desgracia, que no tenía morada, quedaba errante y no podía aspirar a descansar de los sufrimientos de la vida terrenal, por lo que vagaba siempre en forma de sombra o de fantasma, sin disfrutar de las ofrendas necesarias para su descanso eterno. En su desgracia se dedicaba a atormentar a los vivos, y por eso la ceremonia fúnebre no era tanto para demostrar el dolor de los vivos cuanto para procurar el descanso y tranquilidad de los muertos.

Ovidio muestra lo que ocurre cuando no se celebran los ritos exigidos en el culto a los muertos:

“Mas hubo una época, mientras libraban largas guerras con las armas batalladoras, en la cual hicieron omisión de los días de los muertos. No quedó esto impune, pues dicen que, desde aquel mal agüero, Roma se calentó con las piras de sus suburbios. Apenas puedo creerlo; dicen que nuestros abuelos salieron de sus tumbas, quejándose en el transcurso de la noche silenciosa. Dicen que una masa vacía de almas desfiguradas recorrió aullando las calles de la ciudad y los campos extensos. Después de este suceso, se reanudaron los honores olvidados de las tumbas, y hubo coto para los prodigios y los funerales.” (Ovidio, Fastos, 546-556).


Funeral, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Se consideraba a los muertos seres sagrados, que merecían toda la veneración que el hombre puede profesar a una divinidad a quien ama o teme. Cada muerto era un dios y no había distinciones, ni privilegios por ser un personaje ilustre.

“Nuestros antepasados quisieron que a los que dejaban esta vida se les contase en el número de los dioses.” (Cicerón, De las Leyes, II, 22)

El hombre romano tenía la certeza de que al abandonar esta vida entraba en la comunidad deificada de los Manes, almas de los antepasados difuntos, que, aunque en principio no eran ni buenos ni malos debían ser venerados por sus descendientes, para asegurarse éstos su propia tranquilidad. Los Manes dependían de la piedad de sus parientes para que continuaran su culto y buscaran su descanso en un lugar inviolable.

“Dad a los dioses manes lo que le es debido –dice Cicerón-, pues son los hombres que han abandonado la vida, tenedlos, pues por seres divinos.” (Cicerón, De las Leyes, II, 9)

La cultura greco-romana distinguía claramente entre los dioses de arriba y los de abajo, los superi y los inferi. Los romanos oponían a los dioses de arriba los dioses subterráneos, los dioses que están bajo tierra, que están debajo, en lo inferior, los di inferi. En esta segunda categoría o di inferi, junto a Plutón, Hécate, Perséfone, etc, se incluyen los Di Manes.

Hades y Proserpina, Tuma de los Cecilios, Ostia

A las almas de aquellos difuntos que volvían para reclamar algo a los vivos porque consideraban que no habían sido sepultados siguiendo los ritos que exigía la tradición, o porque habían muerto de forma prematura o violenta, se les llamaba Lemures

Los días, 9, 11 y 13 de mayo, se celebraban las Lemuria, festividades en las que lemures, volvían a sus antiguas viviendas, y era necesario apaciguar las almas de estos difuntos y alejarlas lo más rápidamente posible. Tenían un carácter privado ya que eran celebradas por cada familia, dentro de cada hogar.


Fiesta de Lemuria

Estos Lemures son a veces confundidos con los espíritus llamados Larvae que según las épocas designarían, primero, a las almas de los difuntos que no habían conseguido la paz eterna, en contraposición a los Lares familiaris que si lo habían hecho (lo que dio lugar a que se considerase que el individuo que sufría cierta clase de locura fuera llamado larvatus, poseído por espíritus malignos. Posteriormente se empezó a denominar Larvae a los espíritus que vivían en el inframundo y que se dedicaban a hacer sufrir a las almas de aquellos que vivían allí y no habían conseguido volver, por lo que se convertían en seres maléficos a los que temían tanto los vivos como los muertos.

Estos seres terroríficos se invocaban por partes de los que se sentían agraviados contra los que consideraban que les habían ofendido o perjudicado para provocar su miedo durante la vida y la muerte.

“Ojalá, Emiliano, en pago de esta mentira, este dios, que se mueve constantemente entre el mundo celeste y el mundo infernal, te premie con la maldición de los dioses del cielo y del infierno y acumule sin pausa ante tus ojos los fantasmas de los muertos, todos los espectros que por doquier existen, todos los lémures, todos los manes, todas las larvas, todas las apariciones nocturnas, todas las figuras espantosas que surgen de las piras funerarias, todas las visiones terroríficas de los sepulcros, de las que, por cierto, no estás muy lejos tanto por tu edad como por tu conducta.” (Apuleyo, Apología, 64, 1)

Aqueronte, pintura de Hirschl

En su acepción de muertos malvados que venían a hostigar a los vivos las Larvae se confundirían con los Lemures y serían lo que actualmente llamamos fantasmas.

“También hay, según su significado, un tipo de demonio, si el alma humana abandona su cuerpo pidiendo recompensas debidas en vida. A éste, en lengua latina se solía llamar Lémur. De estos lémures aquel que ha sido aplacado por sus descendientes y preside el hogar es llamado Lar familiar. Pero el que, a causa de su vida no ha merecido ningún honor, vaga sin sede segura y, puesto que se le castiga con este exilio, horriblemente castiga a los hombres buenos y malos: a este tipo pertenecen las larvas. Cuando ciertamente es difícil distinguir si se trata de un Lar o de una Larva, se les denomina Manes.” (Apuleyo, De deo Socratis, 15)

La palabra Larva en singular llegó a significar esqueleto o representación grotesca de seres sobrenaturales que daría lugar a la máscara utilizada en representaciones teatrales o actos populares como sinónimo del mal o la muerte.

“Mientras los tracios luchen con el arco y los yáziges con la lanza, mientras sea templado el Ganges, frío el Danubio, mientras los montes tengan robles, suave pasto los campos, mientras tenga el etrusco Tíber aguas cristalinas, estaré yo en guerra contigo; ni siquiera la muerte pondrá fin a mis iras, sino que daré violentas armas a mi ánima para luchar contra la tuya. También entonces, cuando me disperse en el vacío de los aires, mi sombra exangüe odiará tu forma de ser. También entonces vendré, sombra que no olvida tus actos, y en forma de esqueleto perseguiré tu rostro.” (Ovidio, Ibis)





Los insepultos erraban sin encontrar reposo hasta el momento en el que se les rendían los ritos funerarios necesarios, siendo necesario recuperar los huesos, y que éstos no hubieran sido dispersados. Cuando se cumplían tales preceptos el muerto entraba en los Infiernos y cesaba de ser maléfico.

Si el difunto había llevado una vida reprobable y había sido ejecutado por sus crímenes, había tenido una muerte violenta y no había recibido una sepultura adecuada (ya que a los condenados a muerte no se permitía enterrarlos), pero podía traer muchos problemas a los vivos. Se convertía en un muerto viviente que alteraba la vida de los vivos por gozar de tal “corporeidad”, que no solo le permitía ser visto como un espectro aterrador, sino que tenía capacidad de emitir ruidos o de mover objetos inertes, incluso la de hacer señales o entablar diálogos con los vivos y responder a sus preguntas.

En muchos casos los muertos vivientes no actuaban de manera agresiva, sino que, ante todo, buscaban transmitir un mensaje, recibir los rituales funerarios, de los que hacían responsables a la sociedad del mundo de los vivos.

La Barca de Caronte

Plinio el joven recoge una famosa historia de fantasmas en la que define el espacio donde se producen los acontecimientos y los fenómenos paranormales que tienen lugar, comenzando por los sonidos espectrales y siguiendo por las visiones, para concluir con las funestas consecuencias que conlleva para los vecinos del inmueble encantado. Sin embargo, el relato demuestra que, aunque el espectro no es tan malo, causa verdadero pavor a los vecinos de la casa. El filósofo Atenodoro alquila el inmueble a un precio de ocasión beneficiándose de la ignorancia de la gente supersticiosa y con gran disposición de ánimo se prepara para trabajar por la noche de un modo habitual. Mantiene la actitud serena cuando primero escucha los sonidos de hierros y luego se encuentra con la visión espectral. Entonces comprende, perspicaz, que la espantosa aparición solo pretende llamar la atención de los vivos sobre alguna anomalía durante el proceso de la muerte y al día siguiente manda excavar donde el fantasma ha señalado y se encuentran los huesos de alguien, que había sido un criminal, como permiten deducir las cadenas, y que ha sido enterrado sin seguir los ritos adecuados. Para la vuelta a la normalidad ritual es imprescindible que los funerales del desconocido se hagan a costa del erario público.

“Había en Atenas una casa grande y espaciosa, pero de mala fama y maldita. En el silencio de la noche se oía el sonido de hierros y si escuchabas con atención, se oía un ruido de cadenas, primero de más lejos, luego más cercano. Enseguida aparecía la visión, un viejo esquelético con una larga barba y pelo desordenado; llevaba cadenas en sus manos y en sus pies y hacía ruido con ellas. Los pobres vecinos pasaban las noches en vela por el miedo; la vigilia forzada daba lugar a la enfermedad y el miedo creciente a la muerte. Pues incluso en pleno día, aunque la aparición no estuviera presente, la memoria del fantasma permanecía en sus ojos, y el temor perduraba por causa del terror. La casa fue abandonada a la más absoluta soledad y entregada por completo al monstruo; sin embargo, se siguió anunciando por si alguien, desconocedor de una desgracia tan grande, quería comprarla o alquilarla”.

“Llega a Atenas el filósofo Atenodoro, lee el anuncio y, asombrado de su bajo precio, se entera de todo el asunto y, a pesar de todo, la alquila. Cuando cae la tarde, ordena preparar un lecho en la parte delantera de la casa, dispone tablillas, cálamo, luz; envía a todo el servicio al interior y él mismo dispone su espíritu, ojos, mano para la escritura, de modo que su imaginación no se desmandase y se abriese al sonido de fantasmas y a miedos sin sentido”.


Atenodoro y el fantasma. Ilustración de Henry Justice Ford

Al principio, como en todas partes, el silencio de la noche; luego, comenzó el sonido de los hierros del movimiento de las cadenas; él no levantó los ojos, no dejó el cálamo, sino que concentraba su espíritu y cerraba sus oídos. Entonces, aumentó el fragor, se acercaba a la habitación y entraba dentro de ella; mira, ve y reconoce la aparición de la que se le había hablado”.

“Estaba de pie y le hacía una señal con el dedo, como quien está llamando la atención. Él, por el contrario, hace una señal con la mano de que se espere un poco y de nuevo vuelve con el cálamo y las tablillas enceradas. La aparición hacía sonar las cadenas sobre su cabeza mientras él escribía. Mira de nuevo y ve que le hace el mismo gesto y sin dudar coge la luz y le sigue. La aparición caminaba despacio, entorpecida por las cadenas. Después de girar hacia el patio de la casa, de repente se esfumó, dejando solo a su acompañante, quien marcó el lugar con hierbas y hojas”.
(Plinio, Epístolas, VII, 27)


El caso de este fantasma o muerto insepulto manifiesta un fenómeno social en el que una persona maltratada por la vida, a las que la sociedad ha castigado por sus crímenes, imponiéndole la pena adicional de privarle de unas exequias adecuadas, se convierte en un ser frustrado, para el que la marginación continúa en la muerte. Por ello es la misma sociedad que lo ha rechazado la que debe ocuparse de proporcionarle los ritos funerarios que le corresponden.

Mosaico de Phobos, dios griego del miedo

El mismo caso lo narra Luciano en su obra El Aficionado a la mentira donde encontramos de nuevo una casa deshabitada porque nadie quiere residir en ella por el temor a un fantasma que la habita. Difiere de la historia de Plinio en que el fantasma se comporta de forma violenta y el filósofo, Arignoto, debe reducirlo con magia. Al final los restos humanos son enterrados y la casa libre de fantasmas.

“Al día siguiente, se presenta ante el magistrado y le convence de que ordene excavar en aquel lugar. Encuentran unos huesos revueltos con cadenas que un cuerpo putrefacto después de largo tiempo en la tierra había dejado desnudos y corroídos por las cadenas. Tras recoger los huesos, se hicieron los funerales a expensas del erario público. Una vez cumplidos los ritos, la casa ya no tuvo más fantasmas”.
Pero, vamos a ver, replicó, si alguna vez vas a Corinto, pregunta dónde está la casa de Eubátidas, y una vez que te indiquen que junto al Cráneion, cuando estés ya allí, dile al portero Tibío que te gustaría ver el lugar de donde el pitagórico Arignoto excavó su espíritu y lo hizo salir y consiguió que, a partir de entonces, se pudiera vivir en la casa. 

- ¿Qué pasaba, Arignoto?, preguntó Éucrates.

- Por los miedos hacía mucho tiempo que era imposible vivir en ella. Y si alguien se instalaba allí, huía enseguida espantado, perseguido por una alucinación terrible y turbulenta. Se metía dentro y se desplomaba el tejado, de manera que nadie tenía el valor suficiente para entrar en ella. Después de oír eso, cogiendo los libros -tengo muchos, egipcios sobre todo, que tratan de esos temas- llegué a la casa al filo del primer sueño, pese a que mi anfitrión intentaba hacerme desistir y dejó de acompañarme en cuanto supo a dónde pretendía dirigirme, a un callejón sin salida. Yo, con la antorcha en la mano, voy y entro sólo y, tras dejar la luz en la habitación más grande. Me dediqué a leer tranquilamente sentado en el suelo. Se me pone al lado el 'demonio', creyendo que venía sobre uno cualquiera de tantos y esperando amedrentarme, como había hecho con los demás, polvoriento, melenudo y más negro que las tinieblas. Pegándose a mí, me tanteó acechándome por todas partes a ver por dónde podía dominarme, adoptando la forma unas veces de perro, otras de toro, otras de león. Yo, echando mano de la más terrible de las maldiciones, encantándolo en lengua egipcia, lo acorralé hacia una esquina de una tenebrosa habitación. Vi dónde lo metí y dormí el resto de la noche.
Al amanecer, cuando todos habían dado el tema por perdido y creían que me encontrarían muerto como a los demás, voy y sin que nadie se lo espere me acerco a Eubatidas con la buena noticia de que podrá vivir ya en su casa que ha quedado por fin limpia y libre de temores. Así que acompañándole a él y a otros muchos -que nos seguían más que nada por lo sensacional del suceso- les exhorté, Ilevándolos junto al lugar en donde había visto bajar al demonio, a excavar con palas y pico. Y así lo hicieron y apareció un cadáver amojamado, enterrado a una braza de profundidad, que sólo tenía los huesos en su forma normal. Tras sacarlo del hoyo lo enterramos, y a partir de aquel momento la casa dejó de ser molestada por los fantasmas."


Pintura romana

Implantado ya el cristianismo ampliamente y a pesar del rechazo de algunos autores cristianos, como San Agustín, de que las apariciones fantasmales fueran corpóreas, un escritor cristiano Constancio de Lyon recoge el mismo tema de la aparición que Plinio al contar la experiencia del santo Germán de Auxerre que hace desaparecer la amenaza de un fantasma en una casa deshabitada y que se equipara a un milagro del santo.

“En cierta ocasión, en la que (San Germán) viajaba en invierno y había pasado todo el día en ayuno y fatigas, se le rogó que, dado que se hacía tarde, se resguardase en algún lado. Había a la vista una casa deshabitada, con los tejados semiderruidos que, por incuria de los aldeanos, había sido invadida por la maleza, de modo que casi hubiera sido mejor pasar la noche bajo el rigor del cielo raso que resguardarse en aquel peligro y horror, en especial porque dos ancianos que vivían cerca habían advertido que dicha casa era inhabitable por una plaga terrible. Cuando se enteró de esto el santo varón, se dirigió a las horribles ruinas como si fueran un lugar idílico, y allí, entre las muchas habitaciones que un día existieron, con esfuerzo se encontró una que sirviera de refugio. En aquel lugar se colocan los livianos equipajes y los pocos acompañantes con los que había compartido una frugal cenita, aunque el obispo se había privado de casi todo. Luego, cuando ya era noche cerrada y uno de los clérigos había asumido la tarea de leer, agotado por el ayuno y la fatiga, San Germán fue vencido por el sueño. De repente, ante el rostro del que leía se presenta una sombra terrible y se alza poco a poco a la vista de los presentes y las paredes se caen en una lluvia de piedras. Entonces, el lector, aterrado, implora el auxilio del sacerdote. Este, levantándose al punto, ve el rostro de la terrible aparición e, invocando en primer lugar el nombre de Cristo, le ordena que declare quién es y qué hace allí. Abandonando su terrible apariencia, con la voz humilde de un suplicante, le dice que él y su compañero habían cometido muchos crímenes, yacían insepultos y por eso asustaban a los hombres, porque no podían tener descanso; le pide que ruegue por ellos al Señor para que merecieran alcanzar el reposo. Ante esto, el santo se condolió y le ordena que le muestre el lugar donde yacían. A la luz de una vela, la sombra les guía por entre las dificultades que ofrecían las ruinas y la oscuridad de la noche al lugar donde habían sido arrojados. Cuando la luz del día fue devuelta al mundo, invita a los habitantes de la zona y les exhorta, ayudando él mismo en la tarea. Limpian con rastrillos los escombros que el tiempo había acumulado; encuentran los cuerpos que habían sido abandonados de cualquier manera, los huesos aún atados con esposas de hierro. Se cava una fosa digna de ser una sepultura, se despoja a los huesos de sus cadenas, se les cubre con un sudario, se les echa tierra por encima, se cumple con la oración de intercesión; los muertos alcanzan el descanso, los vivos la tranquilidad y así, después de aquel día, la casa pudo ser habitada sin rastro de aquel espanto”. (Constancio, Vita Germanis)

Constancio mantiene la creencia de época clásica en la corporeidad de los muertos sin descanso, en los mensajes que transmiten a los vivos y en la necesidad de reparar la anomalía de los insepulti mediante un rito socializado. El texto deja traslucir que, todavía en época de Constancio y pese a la importancia de la doctrina de San Agustín, el remedio para calmar a un muerto inquieto era cumplir los ritos de sepultura. Tanto en época de Plinio como casi cuatro siglos más tarde, el problema de los muertos sin descanso se entendía como algo comunitario, por lo que los ritos debían de ser costeados por los ciudadanos, tal como cuenta explícitamente Plinio refiriéndose a la ciudad de Atenas, o bien participados por la comunidad en el marco de los ritos cristianos, como narra Constancio.



Los aparecidos podían presentarse durante un sueño para reclamar venganza por su muerte de la que debía encargarse el que había tenido el sueño. Cicerón cuenta un caso ocurrido en Grecia.

“Una vez, dos tipos de Arcadia que eran amigos íntimos hacían juntos un viaje y llegaron a Mégara; el uno se dirigió a la posada y el otro a casa de un anfitrión que él tenía. Cuando, ya cenados, estaban reposando, entrada la medianoche, al que estaba con su anfitrión le pareció en sueños que el otro le solicitaba que acudiese en su ayuda, porque el posadero se disponía a asesinarlo. Se levantó inmediatamente, aterrado por el sueño; después, al recapacitar y considerar que no había que conceder importancia alguna a esa visión, volvió a acostarse. Entonces le pareció, mientras dormía, que la misma persona le rogaba que, ya que no había acudido en su ayuda cuando aún estaba vivo, no consintiese que su muerte quedase impune; que, una vez asesinado, el posadero lo había arrojado a un carro y le había echado estiércol encima; le pedía que, por la mañana, se colocase junto a la puerta, antes de que el carro saliera de la población. Verdaderamente conmovido a causa de este sueño, se apostó por la mañana junto a la puerta, y, presentándose ante el boyero, le preguntó qué había en el carro; aquél huyó aterrado, y se desenterró el cadáver. Una vez revelado el asunto, se castigó al posadero.” (Cicerón, De Divinatione, 1, 27)

Fantasma de Samuel invocado por la bruja de Endor

Los muertos atormentaban a sus asesinos durante el sueño nocturno para que no pudiesen encontrar paz espiritual. Estas visiones eran consideradas fantasmas igualmente. Existen testimonios referidos a personajes relevantes como emperadores o generales a los que las consecuencias de sus crímenes persiguen durante la noche en forma de apariciones que reclamaban venganza.

“En ese tiempo, durante la tregua que la naturaleza le aportaba con el sueño, sus sentidos eran atormentados por el terror que le causaban los espectros que aullaban entorno a él, y las hordas de aquellos que él había hecho morir, conducidas por Domiciano y Montius, le aparecían en sueños, lo cogían y lo entregaban a los ganchos de las Furias. En efecto, el espíritu libre de las ataduras del cuerpo, siempre agitado por movimientos infatigables, crea los pensamientos subconscientes y las inquietudes que atormentan el alma humana, estas visiones nocturnas que nosotros llamamos, fantasmas.” (Sobre Constacio, Amiano Marcelino, Historia de Roma, XIV, 11, 17-18)

Mosaico con máscara, Museo Nacional de Roma

A veces un sueño era visto como presagio de un suceso futuro que vendría como consecuencia de una pasada mala acción. Es lo que aparentemente le ocurrió a Nerón, que había mandado matar a su madre Agripina para liberarse de la influencia que tenía sobre él y después de ello el emperador soñó que le arrancaban de la mano el timón de un navío que pilotaba (los dioses intervenían para arrebatarle el poder).

“Le tenían además amedrentado los claros pronósticos suministrados por sueños, augurios y presagios, tanto antiguos como recientes. Mientras que antes no solía soñar nunca, después de haber matado a su madre soñó que le arrancaban de la mano el timón de un navío que pilotaba, que su esposa Octavia lo arrastraba a las más densas tinieblas, y unas veces que se hallaba cubierto por una multitud de hormigas aladas, y otras que las estatuas de las naciones dedicadas junto al teatro de Pompeyo le rodeaban y le impedían avanzar…” (Suetonio, Nerón, 46)

Los romanos interpretaron que aquel prodigio significaba que Agripina venía a vengarse de su hijo haciéndole perder el imperio por haber ordenado que la asesinaran y privarla de unos funerales dignos.

“En esto convienen todos los autores. Mas que Nerón después consideró el cuerpo de su madre muerta y alabó su hermosura, habiendo algunos que lo afirman, hay otros que lo niegan. Fue quemado su cuerpo la misma noche en un diván donde se solía reclinar para comer y con viles exequias. Y mientras Nerón gobernó no se recogieron ni enterraron sus cenizas.” (Tácito, Anales, XIV, 9)

Nerón y el cadáver de Agripina

En una tragedia atribuida a Séneca, Octavia, se vuelve a mencionar las apariciones de los manes de Agripina, aunque en este caso no a su hijo Nerón, sino a su futura nuera Popea, con la que se casará el emperador tras repudiar a su esposa Octavia. El fantasma de Agripina reprocha a su hijo haberla matado y pronuncia una maldición contra él en venganza.

Sombra de Agripina

Rasgando la tierra, he dirigido mis pasos fuera del Tártaro,
encabezando el cortejo de esta boda criminal con una antorcha de la Éstige
en mi derecha ensangrentada: que se una en matrimonio Popea a mi hijo a
la luz de estas llamas que la mano vengadora y el resentimiento de una
madre convertida en fúnebres hogueras.
En medio de las sombras permanece en mí siempre el recuerdo de mi
impío asesinato, intolerable para mis Manes que aún están sin vengar.

La Erinis vengadora prepara para el impío tirano una muerte digna de
él, azotes y una vergonzosa huida; y castigos con los que supere a la sed de
Tántalo, al terrible trabajo de Sísifo, al ave de Titio y a la rueda que
arrastra los miembros de Ixión.

Vendrá el día y el momento en que ese culpable pague con la vida sus
crímenes y entregue el cuello a sus enemigos, abandonado, abatido, privado
de todo.”
(Séneca, Octavia)

La mutilación del cuerpo impedía la perfecta realización de los ritos fúnebres y la imposibilidad de descanso para el espíritu del fallecido. El fatal destino de Octavia, asesinada por orden de su esposo Nerón, permite deducir que su espíritu no podrá descansar en su tumba.

Y así, aquella muchacha, a los veinte años de edad, entre centuriones y soldados, arrancada ya a la vida por el presagio de sus males, no hallaba, sin embargo, todavía el descanso de la muerte. Pasados unos pocos días se le da la orden de morir, cuando ya se proclamaba viuda y simplemente hermana del príncipe, invocando la común estirpe de los Germánicos y, por fin, el nombre de Agripina; pues mientras aquélla había vivido, había tenido que soportar, es cierto, un matrimonio infeliz, pero que no suponía su perdición. La sujetan con grillos y le abren las venas de todos los miembros; y como la sangre, paralizada por el pavor, fluía demasiado lenta, la asfixian en el calor de un baño hirviendo. Y se añade una crueldad más atroz: su cabeza, cortada y llevada a la Ciudad, fue contemplada por Popea.” (Tácito, Annales, XIV, 63-64)

Por tanto, según la creencia imperante, es lógico pensar que su espíritu desearía vengarse de algún modo de su asesino intelectual.

“Murió a los treinta y dos años de edad, en el mismo día en que en otro tiempo había hecho perecer a Octavia.” (Suetonio, Nerón, LVII)
Modioli con esqueletos, Museo del Louvre

En otro caso conocido de fantasmas que vuelven de la muerte para hacer una advertencia durante el sueño su presencia parece ser benigna, como ocurre en la narración de Cicerón sobre el poeta griego Simónides. Según esta historia, el poeta se encontró con un hombre que no estaba enterrado y lo enterró. En ese tiempo Simónides iba a hacer un viaje por mar, pero el fantasma del hombre muerto se le apareció en un sueño y le advirtió que no navegara. Simónides hizo caso de la advertencia y –puesto que el barco se hundió– evitó una muerte en el agua.

Y bien, ¿quién puede, en fin, menospreciar aquellos dos sueños que tan frecuentemente recuerdan los estoicos? Uno de ellos se refiere a Simónides: vio tirado a un muerto desconocido y lo enterró; y se disponía a embarcarse, cuando le pareció que aquel a quien había dado sepultura le advertía de que no lo hiciese, pues, si se hacía a la mar, perecería en un naufragio; así es que Simónides se volvió atrás, y perecieron cuantos se habían hecho a la mar en esa ocasión.” (Cicerón, De Divinatione, I, 27)

Mosaico con el rostro del dios Phobos

El ejemplo más gráfico de la utilización de un fantasma para la realización de una maldición se encuentra en las Metamorfosis de Apuleyo, donde la esposa infiel de un molinero contrata a una bruja para deshacerse de su marido, y la bruja, en cambio, envía a un fantasma para hacer el trabajo, en un claro ejemplo de invocación necromántica.

“A eso del mediodía se presentó de pronto en el molino una mujer con el atuendo de los acusados y desfigurada por una indecible tristeza: vestida a medias con míseros andrajos, los pies desnudos por completo; su palidez igualaba la del boj; horriblemente demacrada; su cabellera canosa, alborotada y manchada de ceniza, le caía por delante tapándole casi totalmente el rostro. En estas condiciones pasa suavemente su brazo por la espalda del molinero, como si tuviera que contarle algún secreto; lo arrastra hacia su habitación, donde permaneció largas horas con la puerta cerrada. Pero, como entretanto se había terminado el trigo que los obreros estaban moliendo y había que pedir más, los esclavos de antecámara se pusieron a llamar al dueño y a reclamarle una tarea suplementaria. Después de llamar a voz en grito una y otra vez sin que el amo diera la menor respuesta, se ponen a golpear fuertemente la puerta y, como estaba muy bien sujeta por las barras, empezaron a temer lo peor; de un violento empujón, haciendo saltar el gozne o rompiéndolo, logran por fin abrirse paso. La mujer no aparece por parte ninguna, y se encuentran con el amo colgado de una viga, estrangulado y ya sin aliento. Le sueltan la soga que tenía al cuello y lo sacan de allí; entre los más angustiosos suspiros y los más vivos lamentos, le administran las últimas abluciones. Y, cumplidos esos deberes fúnebres, lo acompañan a la sepultura en nutrido cortejo.
Al día siguiente acudió su hija, que vivía casada en una aldea cercana. Llegó angustiada, dando tirones a su cabellera suelta y golpeándose el pecho con ambas manos. Nadie le había dado de la catástrofe familiar, pero estaba enterada de todo porque, en sueños, se le había aparecido su padre en lamentable estado -todavía llevaba el nudo atado al cuello- y le había revelado en detalle la conducta criminal de su madrastra, con sus infidelidades y sus maleficios; además también le explicó cómo había sido él mismo víctima de un fantasma y conducido a los infiernos.
(Apuleyo, El asno de oro, IX, 30-31)

Clitemnestra despertando a las Erinias, pintura de John Downman

Lo que resulta inquietante de este relato es saber si fue la propia mujer fantasma la que mató al molinero o fue él mismo quien, aterrorizado por la visión, puso fin a su vida. También de nuevo es el fantasma quien acusa al promotor de su muerte, la fiel esposa en este caso.

Antiguamente se asociaba la guerra con la presencia de fantasmas o con las sombras de vencidos o vencedores caídos en el campo de batalla. En el mundo romano las apariciones fantasmales implicaban un mensaje determinado a los vivos, anuncios y advertencias que podían cambiar el curso de los acontecimientos. Una aparición significativa ocurre en el poema Púnica cuando las matronas romanas, presas del pánico ante la llegada de las tropas de Aníbal a las orillas del Anio, sufren una suerte de delirio colectivo en el que se les aparecen los romanos de otros tiempos caídos en combate.

“Ante sus azorados ojos aparecen las sombras mutiladas de quienes encontraron la muerte junto al infausto Trebia y junto a las aguas del Tesino. Paulo y Graco, ensangrentados, y con ellos Flaminio, desfilan ante la vista de estas desdichadas.” (Silio Itálico, Punica, XII, 547)

Sin embargo, esta visión podría clasificarse como un prodigio sucedido ante la amenaza de una guerra y tratarse de una alucinación colectiva que altera el orden de la comunidad. En este caso las mujeres, enloquecidas, anticipan un desenlace funesto.

En muy pocas ocasiones un espectro se manifiesta en solitario en un contexto bélico. Plutarco transmite el suceso acontecido a Bruto cuando una horrenda figura se le aparece durante una vigilia antes del combate. En algunas fuentes se le identifica con César, quien como fantasma vengativo viene a reclamar su venganza ante uno de sus asesinos.

Aparición de César ante Bruto
“Cuando estaban a punto de regresar de Asia, se cuenta que Bruto tuvo un gran presagio. Era, por naturaleza, un hombre que dormía poco y había reducido el tiempo dedicado al sueño con la disciplina y la templanza, no durmiendo nada por el día y, en la noche, sólo el tiempo en el que no tenía nada que hacer ni nadie con quien hablar, mientras todos descansaban. En aquel momento, ya en guerra, como tenía entre manos los asuntos de los que todo dependía y la mente dirigida a lo que iba a ocurrir, daba alguna cabezada al atardecer tras la cena y ya pasaba el resto de la noche dedicado a los asuntos urgentes. Y si acababa pronto y terminaba con esas ocupaciones, leía un libro hasta la tercera guardia, momento en el que acostumbraban a reunirse con él los centuriones y tribunos. Estando, pues, a punto de hacer pasar el ejército desde Asia, era la noche muy profunda, su tienda la alumbraba una luz no muy clara y todo el campamento estaba en silencio. Él, envuelto en sus razonamientos y reflexiones, creyó sentir que alguien se acercaba. Girando la vista a la entrada, ve una imagen terrible y singular, de un cuerpo extraño y temible, colocado en silencio a su lado. Tomando ánimo, dijo:

«¿Quién, hombre o dios, eres?, ¿qué quieres de mí?».

El fantasma respondió con voz baja: «Bruto, soy tu mal daimon"'; volverás a verme en Filipos.

Bruto dijo, sin turbarse: «Te veré».

Desaparecido el fantasma, llamó a sus esclavos, que afirmaron que ni habían escuchado voz alguna ni visto ninguna imagen; entonces continuó su vigilia.”
(Plutarco, Vidas Paralelas, Bruto, 36, 3-4)


La obra de Plutarco recoge pasajes cuyo tema central es la realidad fantasmagórica y la inquietud que ésta provoca en los vivos, sin embargo, él se mostraba escéptico ante este tipo de manifestaciones sobrenaturales, entendiendo que las visiones de fantasmas son relatos inventados o errores de percepción, que responden a la debilidad o enfermedad de quien los observa, y, por tanto, no ofrecen ninguna credibilidad.

“Hay, sin embargo, quienes rechazan cosas tales, en la idea de que a nadie sensato le ha ocurrido ver el fantasma de una divinidad, ni su espectro, sino que los niños, las mujeres y aquellos a los que la enfermedad ha alienado, ya por algún desvarío del alma, ya por debilidad del cuerpo, son los que se imaginan estas historias vacías e inauditas porque está en ellos el genio maligno de la superstición. Pero si Dión y Bruto, hombres serios, filósofos, en absoluto vacilantes ni fáciles de seducir por las pasiones, hasta tal punto fueron impresionados por una aparición que se lo contaron a los demás, yo no sé si no deberíamos aceptar la opinión, ciertamente insólita, que tenían nuestros antepasados, de que vulgares y maliciosos demonios, sintiendo envidia de los hombres de bien y obstaculizando sus acciones, les infunden inquietudes y miedos, haciendo vacilar y extraviando su virtud, de modo que, no pudiendo mantenerse firmes ni puros en el bien, no alcancen un destino mejor que el suyo tras su muerte."(Plutarco, Dión, II, 4)


Boca de la verdad, Roma

Plutarco utiliza las historias de fantasmas con el fin de mostrar que los excesos de una mente perturbada por la superstición pueden traer funestas consecuencias para el hombre. Así, por ejemplo, en su obra hallamos la historia de Damón, quien, tras llevar una vida disoluta, interviniendo en una conjura contra el general romano de Queronea y dedicarse a cometer todo tipo de desmanes por las inmediaciones de la región es asesinado durante una estancia en las termas, siendo a partir de ese momento cuando se considera al lugar ocupado por su fantasma. En este caso, Plutarco habla de algo que se cuenta y que él no ha experimentado y su relato no desvela si el fantasma exigía un correcto ritual o venganza, decidiendo la comunidad evitar al espectro tapiando el lugar donde murió, sin proporcionar ninguna forma de resarcimiento.

“Damón, en tanto, infestaba la comarca con latrocinios y correrías, amenazando a la ciudad, y los ciudadanos procuraban con mensajes y decretos ambiguos atraerle a la población. Vuelto a ella, le hicieron prefecto del Gimnasio; y luego, cuando estaba siendo ungido, acabaron con él en el calidarium. Después de mucho tiempo se aparecían en aquel sitio diferentes fantasmas, y se oían gemidos, como nos lo refieren nuestros padres, y se tapió la puerta del calidarium; aunque ahora les parece a los vecinos que discurren por allí visiones y voces que causan miedo.” (Plutarco, Cimón, 1)

Flegón de Trales, liberto del emperador Adriano, recoge en su libro Sobre los hechos maravillosos (s. II) todo aquello que se quedara fuera de los parámetros de lo normal: cosas maravillosas (De Rebus Mirabilis). Uno de sus relatos corresponde a un suceso ocurrido en la Grecia antigua y tiene como protagonista a una no muerta, o lo que actualmente conocemos como novia cadáver. Este asunto tendrá repercusión en la literatura posterior que incluirá elementos de esta historia, como la palidez de la amante aparecida o el sepulcro vacío. Macates, un joven hospedado en un hostal en las cercanías de Anfípolis, recibe al caer el sol la visita en carne y hueso de Filonea, fallecida hace poco tras contraer contra su voluntad matrimonio, pero de cuya muerte Macates nada sabe. Con ella comparte lecho y sábanas durante tres días, gracias a la ayuda de los dioses del infierno. Cuando los padres de Filonea tienen noticia de estas visitas, una noche deciden esperarla.

“Una vez caída la noche y siendo la hora en la que Filonea acostumbraba presentarse con él, los ávidos familiares aguardaban ver su regreso. Ella llegó. De acuerdo con la costumbre se acostó en el lecho sin que fingiera nada Macates que quería comprobar el rumor pues en lo más mínimo creía que estaba teniendo relaciones con una muerta y menos si se había presentado con tanta cortesía a la misma hora incluso para comer y beber con él.

Tomó con desconfianza lo que aquéllos le habían dicho antes y comenzó a creer que unos profanadores de tumbas habían desenterrado el sepulcro y le habían vendido los vestidos y los bienes al padre del engendro. Luego, como quería saber las cosas con exactitud, envió a sus sirvientes, sin despertarla, para dar aviso. Al punto se presentaron Demóstrato y Caritó, la vieron y se quedaron primero sin habla e impresionados por lo ilógico de la aparición, después gritaron una y otra vez y se lanzaron hacia su hija. Entonces Filonea les dijo:

— ¡Ay, madre y padre! ¡Cómo pueden reprocharme por haber estado tres días con el huésped si no afectaba a nadie de la familia! Ahora verán las consecuencias de su entrometimiento: sufrirán un segundo duelo mientras yo regreso de nuevo a mi lugar destinado, pues no llegué hasta aquí sin el designio divino.

Aparición, Pintura de Sir John Everett-Millais

Tras hablar así al punto se convirtió en muerta y a la vista de todos extendió su cuerpo sobre el lecho. La madre la abrazó y el padre se puso también alrededor de ella; tanto alboroto, tanto lamento envolvió la casa por la desgracia ¡qué ocasión tan implacable y a la vez qué espectáculo tan increíble! A tal grado que con rapidez fue difundido el acontecimiento por la ciudad y así llegó hasta mí. Ciertamente contuve aquella noche a la multitud que estaba reunida en la casa, teniendo cuidado de que no hubiera alguna revuelta por haberse propalado tal rumor. Ya desde muy de mañana estaba la asamblea a reventar. Luego de que todos hablaron de cada uno de los detalles, se decidió primero que fuéramos a la tumba y la abriéramos para ver si estaba el cuerpo en el lecho o si encontrábamos el lugar vacío, pues no se cumplían ni seis meses de la muerte de la mujer. Abrimos la cámara donde se sepultaban a todos los habitantes fallecidos y aparecieron todos los cuerpos yacientes en sus aposentos y los restos de los que habían muerto hace mucho tiempo. Pero en el lecho aislado donde Filonea había sido colocada y sepultada encontramos puesto encima el anillo de hierro del huésped y la copa bañada en oro, justo la que recibió de Macates el primer día que se conocieron. Admirados e impresionados, al punto nos presentamos con Demóstrato en el hospicio para ver a la muerta, si en verdad podía verse. Después de comprobar que estaba en el piso nos reunimos en asamblea, pues los sucesos increíbles eran de envergadura. Con el murmullo empezó el pánico en la asamblea y ya nadie podía asimilar los hechos más que Hilo, no sólo el más distinguido adivino sino también el más perspicaz agorero, además de buen observador de estos prodigios. Se puso en pie y ordenó que sacaran a la muerta de la ciudad (pues ya no convenía enterrarla en el pueblo) y que procuraran a las Euménides y a Hermes para que alejaran a los muertos a los infiernos. Acto seguido todos debían purificarse al igual que los símbolos sagrados y todo cuanto convenía disponer para los dioses infernales. En especial me dijo a mí que llevara a cabo los sacrificios por el rey y el gobierno a Hermes, a Zeus hospitalario y a Ares, y que no escatimara esfuerzos. Nosotros realizamos lo conveniente tan pronto el adivino nos lo ordenó, pero el huésped Macates, a quien se le había presentado el fantasma, se quitó la vida por la desesperación. (Flegonte de Trales, De las cosas Maravillosas)



De que el tema de los aparecidos estaba desde antiguo en el imaginario de la gente es un ejemplo la introducción de un fantasma en una de las obras de Plauto, Mostellaria, esta vez con el punto cómico de ser parte de un ardiz para engañar al dueño de una casa y evitar que entre y averigüe lo que ha estado sucediendo en ella. Contiene elementos luego repetidos como la aparición en sueños, la causa de la muerte por asesinato, la falta de sepultura correcta y no poder habitar en el inframundo, el peligro para los habitantes de la casa…

TRANIÓN.— No toquéis la casa; tocad vosotros también la tierra.
TEOPRÓPIDES.— Diablos, por favor, ¿por qué no te explicas?
TR.— Es que hace ya siete meses que nadie ha puesto un pie en esta casa, después de que la desalojáramos.
TE.— Explícate, ¿por qué?
TR.— Echa una mirada, a ver si hay alguien que esté a la escucha de nuestra conversación.
TE.— No hay peligro alguno.
TR.— Mira otra vez.
TE.— No hay nadie, habla ya.
TR.— Se trata de un crimen.
TE.— ¿De qué? No te comprendo.
TR.— Un asesinato, digo, que ha sido cometido ya hace tiempo, un crimen viejísimo.
TE.— ¿Viejísimo?
TR.— Y nos acabamos de enterar ahora.
TE.— ¿Qué crimen es o quién lo ha cometido?
TR.— El dueño de la casa ha echado mano aquí a un amigo suyo y lo ha matado; [480] en mi opinión, el mismo que te vendió la casa.
TE.— ¿Que lo mató?
TR.— Lo mató y le robó su dinero y lo enterró aquí en la casa.
TE.— ¿Y cómo habéis llegado vosotros a esa conclusión?
TR.— Yo te lo diré, escucha: había cenado tu hijo fuera, y luego que volvió de la cena a casa, [485] nos vamos todos a la cama y nos dormimos; dio la casualidad de que se me había olvidado a mí apagar la lámpara, y de pronto va él y pega un grito enorme.
TE.— Pero ¿quién?, mi hijo, ¿no?
TR.— ¡Chsst! calla, tú escúchame: dice que es que se le había aparecido en sueños el difunto.
TE.— Pero en sueños, ¿no?
TR.— Síii, pero tú escúchame; dice que el muerto le habló como sigue...
TE.— ¿En sueños?
TR.— Milagro que se lo hubiera dicho despierto, si hacía sesenta años que había sido asesinado; a veces dices unas sandeces.
TE.— Me callo.
TR.— Pero verás (lo que le dijo) (con voz de ultratumba): «Soy un huésped venido aquí de ultramar, Diapontio, aquí habito, ésta es la morada que me ha sido concedida, que Orco no quiso acogerme en el Aqueronte por haber sido privado de la vida prematuramente. Fui objeto de una traición: mi amigo me dio muerte y me metió aquí bajo tierra clandestinamente sin darme debida sepultura el muy malvado, sólo por causa de mi oro. Ahora tú, sal de esta casa, que está maldita, es nefando el habitar en ella». Un año entero no me bastaría para contarte las cosas tan espantosas que ocurren aquí. ¡Chsst, chsst¡
TE.— ¿Qué es lo que sucede? por favor, yo te suplico.
TR.— Ha sonado la puerta, ¿será él quien ha dado esos golpes?
TE.— ¡No tengo una gota de sangre en mis venas, los muertos se me llevan en vida al Aqueronte!
(Plauto, Mostellaria, Acto II, Escena II)





El amor que trasciende a la muerte es el tema, con un matiz ciertamente macabro, de la elegía que el poeta Propercio dedica a su amada Cintia tras su muerte. Esta se aparece ante él tras su funeral con los vestigios de su incineración para reprocharle no haber dado genuinas muestras de dolor, ni cumplir con ciertos rituales funerarios (arrojar perfume y flores a su pira y lavar sus huesos con vino) y hacerle algunas recomendaciones sobre el cuidado de su tumba (dedicarle un epitafio) y sobre cómo ha de comportarse con sus allegados.

“Existen los Manes: la muerte no lo acaba todo,
y una pálida sombra se escapa de la pira extinguida.
Pues he visto inclinarse sobre mi cama a mi Cintia,
eco de la enterrada hace poco a un lado del camino,
cuando mi sueño estaba pendiente de las exequias de mi amor y me lamentaba en el frío dominio de mi lecho.
Tenía el mismo peinado con el que fue llevada a la tumba, los mismos ojos; el vestido estaba quemado por un lado, consumido estaba el berilo que solía llevar en el dedo y las aguas del Leteo habían marchitado la piel de su rostro.
Dejó escapar su voz y su vital aliento, pero en los pulgares le crujían sus débiles manos:


Mujer velada, Museo del Louvre

Y a mí nadie me gritó a los ojos cuando partía: un día hubiera conseguido de haberlo pedido tú.
Ningún guardián crujió a mi lado una caña rajada ni una teja rota me dañó la cabeza frente a mi casa.
Finalmente, ¿quién te vio hundido en mi funeral,
quién calentar con lágrimas tu toga de luto?
Si te comprometía acompañarme más allá de las puertas, haber mandado al menos que mi féretro fuera más despacio hasta allí.

¿Por qué, ingrato, no pediste tú mismo vientos para mi pira? ¿Por qué mis llamas no olían a nardos?
Incluso te resultaba enojoso arrojar jacintos que nada valían y purificar mi tumba apurando una cántara de vino.

Pero ahora te confío mis encargos, si es que te conmueves
y si no te dominan por completo los hechizos de Clóride: que mi nodriza Partenia no eche nada de menos en su vejez: pudo, pero no fue avara contigo.
Y que mi favorita Latris, llamada así por sus servicios, no sostenga el espejo a una nueva dueña.
Y todos los versos que escribiste con mi nombre, quémalos en mi honor: no conserves las poesías a mí dedicadas.
Planta sobre mi tumba hiedra, que con sus adhesivos
racimos atenace mis delicados huesos con su enredada cabellera.
Donde el pomífero Anio se extiende entre campos de árboles y el marfil nunca amarillea gracias al numen de Hércules, allí, en el centro de una columna, escribe una poesía digna de mí, pero breve y que pueda leerlo el caminante que sale de la ciudad:
AQUÍ YACE EN TIERRA DEL TÍBER LA DORADA CINTIA: GLORIA SE HA AÑADIDO, ANIO, A TUS RIBERAS.

Cuando terminó de hablar conmigo entre quejosos reproches, su sombra se desvaneció entre mis brazos.”
(Propercio, Elegías, IV, 7)



Pintura de Jan Styka


En el Apéndice Virgiliano, atribuido a Virgilio, está incluido un poema en tono de burla, cuyo tema principal es un mosquito que muere por salvar a un pastor de ser mordido por una serpiente mientras dormía y que, durante el sueño se presenta ante él para reprocharle el haberlo matado y, tras una extensa descripción del infierno que se ve obligado a recorrer, logra conmover al pastor, que le prepara una tumba y escribe en él un epitafio en su honor. Las escenas sobre el mundo de ultratumba permitir conocer la creencia del autor de que el castigo allí es real, pero que los héroes son recompensados en Los Campos Eliseos y que es necesario proceder de forma correcta con los ritos funerarios debidos a los muertos para poder gozar de tranquilidad espiritual sin que el espíritu del difunto se aparezca.

"Ya fustiga los caballos de su carro la noche, al surgir del infierno, y perezoso camina desde el Eta de oro el Véspero, en el momento en que el pastor marcha con el rebaño recogido, mientras se espesan las sombras y se dispone a entregar al descanso sus miembros fatigados. Cuando el sueño penetró muy ligero por su cuerpo y sus miembros descansaron con la lasitud propia del sopor que los había invadido, el espectro del mosquito se le presentó y triste le entonó reproches por su muerte:

iA qué extremos llevado -dijo- por mis servicios, yo que me veo forzado a afrontar una suerte cruel! Por serme más querida tu vida que la mía misma, soy arrastrado por los vientos a través de sitios vacíos. Tú, despreocupado, reparas tu cansancio en medio de una tranquilidad feliz, salvado de horrible muerte; en cambio, a mi corazón los Manes le fuerzan a pasar por las aguas leteas. Soy conducido como presa de Caronte. ¡Ves cómo todos los umbrales de los templos brillan con el resplandor crepitante de hostiles antorchas!


…..
¿Dónde está la recompensa a mi piedad, los honores a ella debidos? Se convirtieron en satisfacciones vanas. Se fue del campo la Justicia y aquella antigua Fidelidad. Vi el destino amenazado de otro, dejando sin miramientos el mío propio. A una suerte igual soy conducido: se me inflige un castigo por mis merecimientos. Sea este castigo la destrucción, con tal de que, por lo menos, se me muestre agradecida tu voluntad. Surja para ti un deber igual.
…..
Apéndice Virgiliano, Culex

¡Ay, mis fatigas no cambiarán nunca! Soy arrastrado a lugares diversos todavía más lejos, veo sombras famosas en la distancia. Me contemplo transportado para pasar a nado las aguas elisias.
….

Me voy para no volver jamás: tú ama las fuentes, los verdes árboles de los bosques, los pastos, contento, pero mis palabras piérdanse por los aires dilatados. Así habló y, triste, con las últimas palabras se retiró.


Cuando su indolencia le abandonó, preocupado y lamentándose seriamente en su interior, no soportó por más tiempo el dolor que había penetrado sus sentidos por la muerte del mosquito y, en todo lo que le permitieron sus fuerzas de anciano, con las que, no obstante, había derribado luchando a un peligroso enemigo, junto a un arroyo escondido bajo una verde fronda, diligente se dispuso a labrar el terreno. Lo trazó en forma circular y buscó para su servicio una mancera de hierro con objeto de apartar del verde césped la tierra con malas yerbas. Ya su preocupación siempre presente, que le hace terminar la labor emprendida, le llevó a acumular el montón de tierra reunido, y con un enorme terraplén hizo levantar un túmulo en el círculo que había trazado. Alrededor de él, ajustándolas, coloca piedras de fino mármol teniendo siempre presente su preocupación constante. Aquí el acanto, la rosa casta de rubor de púrpura y violetas de todas clases crecerán.… y de todas cuantas flores renuevan las primaveras, el túmulo está sembrado por completo. Luego, en el frente se encuentra un epitafio que la letra, con el silencio de su voz, hace perdurable: Pequeño mosquito, el pastor del rebaño a ti, merecedor de ello, este monumento, a cambio del regalo de su vida, te paga.”
(Apéndice Virgiliano, Culex)


Funeral en la obra Culex


Bibliografía:

http://emerita.revistas.csic.es/index.php/emerita/article/viewFile/1043/1088Demonios, fantasmas y máscaras en la Antigüedad: consideraciones sobre el término larua y sus significados; Alejandra Guzmán Almagro
https://www.researchgate.net/publication/286165776_Una_aproximacion_a_las_creencias_populares_de_los_romanos_las_Lemurias_respeto_o_temor; Una aproximación a las creencias populares de los romanos: las Lemurias, ¿respeto o temor?; Teresa Espinosa Martínez
 https://revistas.ucm.es/index.php/ASHF/article/viewFile/53601/49119; Goethe y Bürger: el comienzo del Romanticismo negro. Ana Carrasco Conde
http://www.relat.org/relat/index.php/relat/article/view/220/228; Umbra feralis exercitus: ejércitos fantasma en la historia de Roma; Alejandra Guzmán Almagro
https://www.academia.edu/31100521/El_fantasma_de_la_casa_de_Atenas_y_otros_espectros._De_Plinio_el_Joven_a_Constancio_de_Lyon; El fantasma de la casa de Atenas y otros espectros. De Plinio el Joven a Constancio de Lyon; Juan Antonio Álvarez-Pedrosa Núñez
Fantasmas, aparecidos y muertos sin descanso; Mercedes Aguirre Castro, Cristina Delgado Linacero,Ana González-Rivas (eds.), Abada editores
http://www.culturaspopulares.org/textos2/articulos/garciajurado.pdf; Los cuentos de fantasmas: entre la literatura antigua y el relato gótico; Francisco García Jurado
https://uvadoc.uva.es/bitstream/10324/18730/1/TFG_F_2016_145.pdf; Cuentos de licántropos, de brujas y de fantasmas en la literatura latina; Borja E. Torres Santiago
https://www.gutenberg.org/files/17190/17190-h/17190-h.htm; Greek and Roman Ghost Stories; Lacy Collison-Morley
https://helvia.uco.es/bitstream/handle/10396/12137/2010%20fantasmas_40.pdf?sequence=3&isAllowed=y; Ciencia y Religión en Conflicto: Fantasmas y Sucesos Paranormales en Plutarco; Israel Muñoz Gallarte

Fascinum, amuletos contra el mal de ojo en la antigua Roma

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Relieve de Leptis Magan, Libia, foto Association for Roman Archaeology on Twitter

Existía entre los romanos la superstición suscitada por el temor al mal de ojo que consistía en el funesto poder, que se atribuía a ciertas personas, de provocar daño a otros por medio de su mirada. El bien ajeno hacía surgir en algunos individuos, posiblemente ruines y desgraciados, un estado anímico que los llevaba a envidiar el destino, que ellos consideraban más favorable, de aquellos sobre los que ejercerían su propio fascinum o aojamiento.

“Habiendo recaído la conversación durante la cena sobre los que se dice que aojan y tienen una mirada que produce mal del ojo, los demás menospreciaban el hecho y se burlaban de él por completo, pero Mestrio Floro, que nos agasajaba, dijo que los hechos apoyaban admirablemente esta creencia y que, por la dificultad de encontrar su causa, se desconfiaba sin razón de estas historias, cuando de miles que tienen una entidad evidente la explicación de su causa se nos escapa.”
(Plutarco, Moralia, 680 C)

Cabeza de Medusa, ámbar, Museo Getty

Como se pensaba que la capacidad para desencadenar el mal de ojo la poseían además de seres míticos y animales, las propias personas, había la creencia de que familias completas nacían con esta aptitud, que se transmitía por herencia

“Asimismo, en África, según Isígono y Ninfodoro, hay algunas familias de hechiceros por cuyos elogios perece el ganado, se secan los árboles y mueren los niños. Añade Isígono que hay gente de la misma clase entre los tribalos y los ilirios, que hacen hechizos incluso con la mirada y matan a aquellos a los que contemplan largo tiempo, especialmente con los ojos encolerizados; su maleficio se deja sentir con más facilidad en los adultos, y lo más notable es que tienen dos pupilas en cada ojo.” (Plinio, Historia Natural, VII, 2, 16)

Es por ello que las desgracias podían atribuirse por ciertas personas al mal de ojo o mirada envidiosa de alguien que les deseaba el mal por no poseer lo que ellos sí tenían. Una de sus características principales es precisamente que podía producirse de manera involuntaria e inconsciente, y, aunque se considere una manifestación sobrenatural, ésta se produce sin intervención de los dioses y sin necesidad de recurrir a agentes externos para la invocación.

“C. Furio Crésimo, un liberto, era envidiado y había quien creía que se apropiaba de las cosechas de otros mediante magia, ya que en un terreno muy pequeño él obtenía mucha más producción que sus vecinos con mayores terrenos. Por ello fue acusado por el edil curul Sp. Albino. Temiendo una condena cuando se requirió la presencia de las tribus para votar, él hizo traer al foro todos sus enseres domésticos, junto a sus esclavos- que estaban, según dice Pisón, bien atendidos y vestidos- y sus herramientas de hierro, sus azadones y arados y sus grandes bueyes. Entonces dijo: Estos son mis mágicos hechizos, conciudadanos, pero no puedo mostraros o traeros al foro, mis tareas nocturnas, mis horas sin dormir, o mi sudor.” Fue absuelto por voto unánime.” (Plinio, Historia Natural, XVIII, 41)

En este caso el éxito que provoca la envidia era público pues todos podían ver que sus cosechas eran mejores, así como sus herramientas y esclavos. Crésimo fue acusado por usar magia, pero quienes provocaron la acusación actuaron movidos por la envidia. 

Cualquier ciudadano, con independencia de su status o condición social podía ser afectado por el mal de ojo, aunque los más vulnerables eran los recién nacidos, las madres recién paridas, los niños, y las personas dotadas de belleza o con el éxito. Este mal (oculus malignus, inuidus, fascinatio) podía ser provocado con el simple deseo, manifestado a través de la mirada y se rehuía especialmente a los que sufrían alguna deformidad física, los aquejados de problemas en la vista, los extranjeros y los pervertidos. 


Casa del Mal de ojo, Museo de Hatay, Antioquía, Turquía

En 197 d.C. un ciudadano romano de Antinopolis llamado Gemelo Horion, un propietario de tierras de Karanis, envió varias peticiones al estratego solicitando que se hiciera un informe oficial de un incidente que tenía que ver con la envidia y el mal de ojo para poder presentarlo en una audiencia con el epistratego. Según él sus vecinos Julio y Sotas habían llegado a su propiedad con la intención de tomar posesión de ella, ya que “ellos le despreciaban por su débil vista”. En respuesta a esta conducta Gemelo envió una petición al prefecto, Quinto Emilio Saturnino, quien autorizó a Gemelo a verse con el epistratego. Entretanto, Sotas murió, y Julio, junto a su esposa y un hombre llamado Zenas, vino a su tierra con un feto, para poder “rodear a su arrendatario con envidia maliciosa (phthonos)”. Después de atemorizar al arrendatario de Gemelo robaron las cosechas que había estado recogiendo. Cuando Gemelo y dos oficiales del pueblo inquirieron a Julio sobre el incidente, Julio arrojó el feto a Gemelo en presencia de los oficiales, dado que, según Gemelo, querían también rodearle con phthonos. Julio recuperó el feto y se llevó el resto de las cosechas.


Dios griego de la envidia, Phthonos, Chipre, Museo Británico

La consecuencia que se puede sacar es que Sotas y Julio creían que Gemelo podría provocar el mal de ojo debido a su defecto en la vista y que habría traído la desgracia a su comunidad, por lo que para contrarrestar su efecto adverso llevaban el feto cuando fueron a quedarse con sus tierras en compensación.

En Grecia la envidia tenía una divinidad propia el dios Phthonos que simbolizaba los celos y la envidia por la buena fortuna de los demás. Solía representarse como un hombre delgado de aspecto algo grotesco.

“La dirige un hombre pálido y feo, de mirada penetrante y aspecto análogo al de quienes consume una grave enfermedad: podría suponerse que es la Envidia.” (Luciano, De Calumnia, 5)

Además en la iconografía aparece agarrándose la garganta para estrangularse debido al insoportable dolor que siente por su envidia hacia lo que poseen los otros.

¡Qué ingente caterva de monstruos se aloja por estas salas y monta guardia, aterrando a los manes con sus gritos confusos! El Duelo voraz y la Delgadez compañera de las enfermedades malignas, la Tristeza que se alimenta del llanto, la exangüe Palidez, las Preocupaciones y las Insidias; de un lado la quejumbrosa Vejez, del otro la Envidia que se estrangula a sí misma con ambas manos; la Pobreza, abominable mal que empuja al crimen, el Error con su paso inseguro y la Discordia que disfruta enredando el mar y el cielo…” (Silio Itálico, La Guerra Púnica, XIII, 579)

En un mosaico en Cefalonia, Grecia aparece la figura de un envidioso (que podría ser el propio dios Phthonos) estrangulándose a sí mismo de la envidia que tiene al contemplar la hermosa domus que le rodea, pues no la puede soportar, y siendo atacado por leones. Es un aviso a los visitantes para que no traigan su envidia al interior describiendo lo que puede pasarles si no lo hacen. 



Mosaico de Cefalonia, Grecia, foto de Luz Neira

Todas las civilizaciones antiguas imaginaron todas las medidas posibles para librarse del mal de ojo, con el objetivo de obligar a la mirada fascinadora a desviarse, entre las que se encuentran los gestos o la utilización de objetos.

“Tenemos la costumbre de escupir, por ejemplo, para evitar la epilepsia, o en otras palabras, repeler el contagio, también así repelemos la fascinación y los malos presagios al encontrar una persona coja de la pierna derecha.” (Plinio, Historia Natural, XXVIII, 7)

El método más común de defenderse contra este mal fue, también en el mundo romano, el uso de amuletos, a los que se atribuían valores propiciatorios y apotropaicos.

“Por ello también creen que los llamados amuletos los ayudan contra la envidia, ya que por su rareza es atraída la vista, de suerte que se clava menos en los que la sufren.” (Plutarco, Moralia, 682)



Amuleto contra el mal de ojo,
Museo John Hopkins University

Entre los siglos II a.C y II d.C. se empleó la imagen del miembro viril en el mundo romano como elemento protector contra el mal de ojo (fascinum), bien porque al ser un símbolo de fertilidad contrarrestaba sus efectos nocivos, bien porque su representación grotesca e, incluso, obscena obligaría al aojador a apartar su mirada.

La veneración del falo fue algo común en toda la antigüedad, en Egipto, India, Asia Menor y Grecia, desde donde pasó a Roma. El falo, como símbolo fértil de la naturaleza creadora, protegía a quien lo llevase y lo defendía del atacante, por lo que era un símbolo sagrado y venerado. Se asimilaba al dios Fascinus. Su representación en lugares públicos era algo normal en la vida cotidiana romana y no se lo consideraba una imagen obscena, sino mágica que alejaba a los malos espíritus del lugar. Adquirió un valor erótico con la llegada del cristianismo, que convirtió al falo en símbolo de placer. Aparecía a modo de relieve y pintura en las fachadas de los edificios, en las esquinas de las calles, en las tiendas, en las termas, en los puentes y en las señales de los caminos con la intención de ser visto por todos.

“¿Debemos creer nosotros que es correcto que se haga a la llegada de un extraño o que, si mira a un bebé dormido, la nodriza escupa sobre él tres veces? Aunque a éstos los cuida Fascino, protector también de los generales, no sólo de los niños, divinidad cuyo culto entre los ritos religiosos romanos es atendido por las Vestales y que, médico del mal de ojo, ampara los carros de los triunfadores colgado debajo de éstos y, como remedio similar a una voz, les ordena mirar atrás para conseguir a su espalda la benevolencia de la Fortuna, verdugo de la gloria.” (Plinio, Historia Natural, XXVIII, 39)





Como la envidia era un poder maléfico que cualquiera podía sentir y realizar provocando la ruina de un hogar o una cosecha era habitual en la sociedad romana colocar en las entradas de las viviendas y de muchos edificios públicos mosaicos con escenas e inscripciones que pretendían evitar la entrada de la envidia en su interior y contrarrestar el efecto del mal de ojo.

En un mosaico de Beirut, Líbano se halla un mosaico con un inscripción que pretende evitar el mal de ojo a los habitantes de la casa:

"La envidia es un mal, sin embargo tiene algo de belleza, se come los ojos y el corazón de los envidiosos."


Mosaico con inscripción, Museo de Beirut, Líbano, foto de Emna Mizouni (retocada)

En un mosaico en Antioquía, por ejemplo, los animales que se lanzan contra el ojo son dos perros, una serpiente, un escorpión y un ciempiés. El ojo también está siendo amenazado por el miembro de un personaje itifálico y ha sido ya atravesado por un tridente y una espada. La inscripción KAICY sígnifica “y tú también” ( en griego) y responde a la idea de que el que entra en la casa obtenga lo mismo que él desea, ya sea algo bueno o malo. 


Casa del mal de ojo, Antioquía, Turquía

En un mosaico de Themetra (Túnez) fechado a finales del siglo II d.C., se aprecia un falo en el centro de la imagen apuntando hacia un ojo abierto; en los laterales del mosaico se puede leer INVIDIOSIBVS QVOD VIDETIS B(ONIS) B(ENE) M(ALIS) M(ALE)–“para los envidiosos lo que ves. El bien para los buenos. El mal para los malos”–, por lo que, sin duda alguna, se trata de un mosaico apotropaico.

En el vestíbulo de la actual basílica Hilariana (Roma), que en el siglo II d.C. era un santuario dedicado a Cibeles y Atis, se encontró un mosaico en blanco y negro en el que un ojo atravesado por una lanza es rodeado y atacado además por un conjunto de animales que simbolizan distintas divinidades del panteón romano: una serpiente (Saturno), un ciervo (Diana), un león (Cibeles), un toro (Neptuno), un escorpión (Mercurio), un lobo (Marte), una cabra (Júpiter), un cuervo (Apolo) y una paloma (Venus). Sobre el ojo se sostiene un ave que podía ser una lechuza, animal simbólico de la diosa Atenea o Minerva, muy relacionada en Roma con la magia y brujería y considerada ave de mal agüero, que por su capacidad para aojar ella misma podía atacar al propio ojo maligno para desviar su poder. En la inscripción se puede leer la dedicatoria con el deseo de que los dioses sean propicios a los que allí entran.



Basílica Hilariana, Roma

Similar al de Themetra es el mosaico que apareció en una villa romana en Mokhnine (Túnez), en donde se representa a un ojo sobre el que se abalanzan dos serpientes y un miembro viril.






El uso de colgantes con amuletos fálicos fue generalizado entre los romanos, y se llevaban colgados, normalmente, del cuello. Todos los medios para alejar el mal de ojo se inspiraban en la idea de obligar a cambiar la mirada a quien quería hacer el mal por lo que se hacían gestos profilácticos como cerrar la mano derecha colocando el pulgar entre los dedos índice y medio y extenderla hacia la persona que amenazaba, en un gesto que simulaba la unión de los órganos genitales de los dos sexos, los cuales se consideraban como portadores de una gran energía y por ello dotados de un alto valor apotropaico. La representación figurativa de ese gesto se llamaba mano impúdica o higa (mano fica). La unión del falo y la higa ayudaría a repeler con más fuerza a la mirada fascinadora.


Mano fica



Los tintinnabula eran campanillas de bronce que servían de adorno o de ayuda en algunos rituales religiosos romanos, ya fuesen realizados en templos o en las propias casas. En muchos casos su motivo principal era la representación de un falo, simple o múltiple, del que cuelgan una serie de campanillas. Se creía que servían de hechizo contra los demonios. Parece que el sonido metálico era especialmente efectivo para ahuyentar embrujos y toda clase de efectos perniciosos sobre el animal que los portaba o la estancia de la que pendían. Estos amuletos solían estar situados a la entrada de una tienda o de una casa o en los pórticos. En el primer caso, el sonido que producían al ser golpeadas por la puerta le indicaba al dueño, situado en la trastienda, la presencia de un nuevo cliente. Pendientes del techo y siempre junto a la puerta, intentaban alejar los malos espíritus y atraer la buena suerte gracias al sonido de las campanillas, símbolo del poder creador, sobre todo si eran de bronce.



Tintinnabula de bronce

La figura del dios Mercurio se podía representar con una bolsa de dinero para atraer la prosperidad a la tienda o a la casa, y al mismo tiempo se le representa con un enorme miembro viril para protegerlas de cualquier amenaza sobrenatural.



Representaciones itifálicas de Mercurio

Otro tipo de amuleto romano que se llevaba al cuello era la bulla, un colgante que podía adquirir diferentes formas y ser fabricado en distintos materiales como oro, bronce, hueso o cuero. 




La más representativa, similar a las encontradas en la cultura etrusca, consistía en la unión de dos placas metálicas, oro o bronce, de forma convexa, que se unían a punta de martillo o con una cadena o cordel y que en su interior contenía un amuleto que podía ser un manojito de hierbas, piedras mágicas, o escritos con conjuros para protección contra el mal de ojo. Se desprendían de ella cuando llegaban a la edad viril y la ofrecían a los dioses Lares o Hércules, mientras que las niñas lo hacían a la diosa Juno. Solo los hijos de ciudadanos romanos podían llevarla y únicamente los hijos de senadores y caballeros tenían el privilegio de la bulla de oro, mientras que los más humildes la llevaban de cuero.



Los niños, que eran los más vulnerables a ser afectados por el mal de ojo, llevaban desde su nacimiento anillos y bullae con todo tipo de sortilegios y materiales para su autoprotección, aunque los adultos no escapaban a esta tradicional superstición.

“Así; conocemos, en efecto, a personas que por mirar a los niños les causan muchísimo daño, al ser desviada y movida por ellos a lo peor su constitución a causa de su humedad y debilidad, en tanto que los caracteres firmes y ya compactos padecen esto menos.” (Plutarco, Moralia, 680D)





Las niñas y algunas mujeres cambiaban la bulla tradicional por una lúnula, colgante en forma de luna creciente

"Pero luego, Tarquinio Prisco, hijo del exiliado corintio Demarato, llamado también Lucumón, según algunos, tercer rey a partir de Hostilio, quinto a partir de Rómulo, celebra un triunfo sobre los sabinos. En esta guerra, elogió ante la asamblea a un hijo suyo, de catorce años de edad, porque había dado muerte con sus propias manos a un enemigo, y le recompensó con la bulla de oro y la pretexta, distinguiendo a un niño con un valor superior a sus años con galardones propios de la edad viril y de las magistraturas. En efecto, igual que la pretexta era la vestimenta de los magistrados, la bulla era el atributo de los triunfadores, quienes la portaban sobre el pecho, tras haber encerrado allí dentro los amuletos que creían más eficaces contra la envidia. De aquí se ha derivado la costumbre de que la pretexta y la bulla fueran empleadas por los niños nobles, a modo de presagio y deseo de llegar a adquirir un valor semejante al de aquel crío al que, en sus primeros años, correspondieron tales recompensas."(Macrobio, Saturnales, I, 6, 8-9)





Además de en la bulla las piedras y fórmulas mágicas escritas se guardaban en pequeños recipientes que a menudo se fabricaban como verdaderas joyas (colgantes, anillos, brazaletes) y que también, según creían sus poseedores, proporcionaban protección contra los diversos males que les podían perjudicar.

Algunos amuletos utilizaban como protección figuras de seres mitológicos de formas irreales y monstruosas, demonios, figuras grotescas u obscenas e incluso animales malignos, como la serpiente o el escorpión, en la creencia de que asustarían a los malos espíritus, protegiendo con ellos a las personas y las propiedades.




Uno de los numerosos seres míticos que se emplearon a menudo en la Antigüedad para proteger a los hombres con su figura, cuyos efectos benéficos contrastan evidentemente con la sensación que causa la visión directa de su figura monstruosa, es la Gorgona Medusa, cuya efigie (gorgoneion) se mantuvo con el mismo significado al menos desde la Grecia arcaica hasta el Bajo Imperio romano. Los antiguos, particularmente los militares, y sobre todo los emperadores romanos y sus soldados, estaban convencidos de que alejaba los peligros, por lo que sus representaciones formaban parte de los adornos habituales en las prendas militares.

Al parecer se creía que cuanto más terrible fuese la expresión de la máscara representada, más grande era la energía protectora que de ella derivaba. Se la puede encontrar pintada, dibujada, esculpida o cincelada en toda clase de objetos: rostros exentos para colocar en los edificios, tumbas, sarcófagos, vestidos, armas, vasos, copas, monedas, paramentos, placas. También se llevaba colgada al cuello como joya o amuleto y, aunque en las piezas griegas y etruscas se buscaba más la fealdad y el horror de la mueca, en las romanas se acentuaba más el patetismo de su destino que el valor apotropaico de la máscara horrorosa y fiera del monstruo mitológico.





La máscara de Gorgona era un signo mágico «triple» que unía tres elementos poderosos que se juntaban para formar una figura horrible que fascinaba con la mirada y dejaba petrificados a quienes la miraban de frente, pero que a la vez protegía por el poder de la magia de las serpientes que componían su cabellera y por el poder mágico del nudo que formaban los cabellos recogidos bajo su barbilla. La serpiente es, sobre todo, un ser benéfico, benévolo y protector, adorado por multitud de pueblos en todo el mundo. Los nudos simbolizaban un poder letal que encadenaba a las criaturas mortales y a los dioses, interfiriendo su voluntad e imponiendo sus deseos. El triple poder de la Gorgona Medusa dejaba a cualquier mortal petrificado por su mirada que fascina, espantado por las serpientes y atado o ligado por los nudos mágicos, impidiéndole influir a los demás cuando lanzaba su mal de ojo. 

"Cuenta la leyenda que, cuando Perseo se llevó la cabeza cortada de la Gorgona, su repugnante sangre cayó sobre Libia, y es por ello que la tierra se inundó de serpientes como las de Medusa." (Silio Itálico, la guerra púnica, III, 310)




Los amuletos se realizaban sobre diferentes soportes y muy especialmente las piedras semi-preciosas y otros materiales que por sus características se consideraban mágicos, como el coral que se petrifica al contacto con el aire.

“La apresadora de botín (Atenea) le otorgó fuerza ilimitada para proteger a los pueblos cuando van al combate que hiela el corazón, o si alguien emprende un largo camino llevándolo consigo, o surca el divino mar en una nave de sólido puente. Pues, escapar de la rápida lanza del belicoso Enialio (Ares), de la emboscada que tiende los piratas homicidas, y del blanco Nereo turbulento, son los preciosos beneficios que ofrece a los mortales la fuerza del coral.” (Lapidario Órfico, 578-584).




Así por ejemplo se han hallado falos tallados en coral, cabezas de medusa en azabache y ámbar, etc. Se creía que dichos materiales aparte de su poder apotropaico tenían la capacidad de curar o aliviar enfermedades, y de proporcionar el éxito en acciones emprendidas.

"Si graba un flamenco en la piedra llamada hefaistita, también llamada pirita, y bajo sus patas un escorpión, y si pone una raíz de una planta pequeña bajo la piedra, obtendrá buena protección contra todos los animales venenosos. También le guardará de todas las apariciones nocturnas. Es también eficaz para los que sufren el mal de la piedra. Aparta toda influencia maligna." (Kyranides, I. 7, 17-21)

Los soldados, los aurigas o gladiadores portaban durante sus actividades distintos tipos de amuletos para protegerse del mal de ojo, de lesiones o incluso de la muerte.

"Arabia obtiene también malaquita, de un verde más denso que la esmeralda. capaz de contrarrestar con su poder innato los peligros de la infancia." (Solino, Colección de hechos memorables, XXXIII, 20)



Casco de gladiador en ámbar,
encontrado en Inglaterra

Los caballos, cuya finalidad primordial en el mundo antiguo era la carrera o la guerra, tenían una fuerte vinculación con las divinidades y sus carreras en el circo se dedicaban a los cultos de diferentes dioses por lo que eran objeto de protección contra el mal de ojo, ya que se veían también expuestos a la envidia por sus triunfos y acostumbraban a llevar entre sus herrajes y adornos amuletos que les protegieran sobre los conjuros que se grababan en las tablas de execración y que pedían su fracaso e incluso su muerte, además de servir como talismán para su éxito.

"Te conjuro, demon, quienquiera que seas, tortura y mata, desde esta hora, este día y este momento, a los caballos de los equipos verde y blanco; mata y destroza a sus aurigas Claro, Félix, Prímulo y Romano. No dejes aliento en ellos. Te conjuro por el que te ha entregado, en cierto momento, el Dios del mar y el aire: láo, Iasdao...a e ¡a."



Adorno con lunula para caballerías

En el mundo antiguo tenía gran importancia la imagen del dios de tal forma que llevar un amuleto con un dios grabado potenciaba la eficacia de la piedra utilizada como soporte ya que la divinidad representada le transfería su poder. 

“Coge dicha piedra (el topacio) y graba en ella a Poseidón con un carro, con las bridas en la mano izquierda y unas espigas de trigo en la derecha. Que esté también Anfítrite sobre el carro. Consagrada y llevada como amuleto, da a su poseedor mucho amor y numerosos bienes. Preserva a aquel que la lleva de los peligros del mar y le asegura ganancias considerables en el comercio”. (Kerygma, 8)





Para reforzar el poder que tenían las piedras mágicas para rechazar el mal de ojo se añadían inscripciones con palabras dirigidas contra la envidia y los aojadores. En una gema con la imagen de una lechuza de Hadria (Túnez), se puede leer una advertencia contra la envidia

“Envidia envidiosa, no hay nada que puedas hacer contra un alma que es pura e inmaculada.”





En el ámbito doméstico aparecen varios elementos apotropaicos. En fachadas y dinteles se pueden encontrar relieves con falos exentos, en atrios y otras estancias, mosaicos con la cabeza de Medusa, acompañada a veces con una inscripción advirtiendo contra la envidia, y pinturas con la imagen de Príapo con un miembro viril enorme y entre los enseres domésticos se encuentran las representaciones del falo, la cabeza de medusa, el ojo maligno siendo atacado, las serpientes, en lucernas, figurillas y otros objetos.




La implantación del cristianismo por todo el imperio romano trajo la condena de los hombres de la Iglesia a la envidia y un aviso de sus consecuencias a los fieles. Basilio de Cesarea en el siglo IV d.C. enumera los perniciosos aspectos de la envidia y del mal de ojo.

“Ningún sentimiento más dañino está implantado en el alma humana que la envidia… Como el óxido estropea el hierro, la envidia corroe el alma que habita. Incluso, consume el alma que la alumbra, como las víboras que dicen nacen comiendo el vientre que las concibió. Ahora bien, la envidia es el dolor causado por la prosperidad del vecino. Una persona con el poder de aojar siempre tiene causa para la pena y el abatimiento. Si la tienda de su vecino es fértil, si la casa de su vecino tiene abundancia de todos los productos de esta vida, si, él, su señor, disfruta de una continua amabilidad de corazón- todas estas cosas agravan la debilidad y se añaden al dolor de aojador… ¿Qué podía ser más fatal que esta enfermedad? Esto arruina nuestra vida, pervierte nuestra naturaleza, levanta el odio por el bien concedido por Dios, y nos sitúa en una relación hostil con él.” (Basilio de Cesarea, Homilía contra la Envidia)

Los pensadores y predicadores cristianos en la Antigüedad Tardía tuvieron una postura inicial de condena radical de la costumbre pagana del uso de los amuletos o talismanes (llamados phylakteria) argumentando que los amuletos, por tratarse de objetos de naturaleza demoniaca que no podían ser eficaces para alcanzar los objetivos deseados y, que, por el contrario, dañaban tanto al cuerpo como al alma. Sin embargo, la Iglesia siguió la política de sustituir o combinar los signos o textos de origen pagano que, a veces, acompañaban los amuletos, por otros textos o signos de carácter cristiano, llegando a aceptar y recomendar su uso a los fieles bajo una forma que podría denominarse cristiana, lo que implicó que el término “filacteria” terminase por designar los objetos que contenían las reliquias de santos, los relicarios, desde los años finales del siglo IV d.C.

“¿No ves a las mujeres y a los niños pequeños colgar en su cuello libritos conteniendo los evangelios como protección poderosa y llevarlos allí donde van?” (Juan Crisóstomo, Homilías, 19, 4, Sobre las estatuas) 





El problema principal para combatir estas creencias radicaba en que eran compartidas por paganos, judíos y cristianos por lo que pronto se planteó la cuestión de cómo distinguir entre los amuletos cristianos o cristianizados y los de otro origen. Como las creencias en que se sustentaba el uso de amuletos estaban muy arraigadas, se optó por la sustitución de otros amuletos que pudiesen ser asumidos o interpretados como cristianos, como la cruz, el pez o el crismón.






El primero y el más utilizado fue la cruz. Fue Constantino el primero que dio una especie de carácter oficial a la cruz como amuleto o talismán al convertirla en el símbolo protector de todo el Imperio.

Es muy significativo de las transformaciones que se produjeron en la mente de algunos pensadores cristianos en lo referente a los amuletos, el caso de Juan Crisóstomo, pues, aunque condenaba el uso de textos evangélicos como phylakteria, defendió el uso de la cruz con tal fin, y dejó un antiguo testimonio de la rápida difusión de la costumbre de llevar colgados al cuello fragmentos de la Vera Cruz como reliquias protectoras:

“Después de recibir una astilla de este leño, tantas personas, tantos hombres y mujeres la encastran en oro y la cuelgan al cuello como ornamento” (Juan Crisóstomo, Contra los judíos, 9-10)





Otro testimonio del uso de la cruz como phylacterion es el proporcionado por Gregorio de Nisa hacia el año 380 en el elogio de su hermana Macrina. Cuando el obispo capadocio se dispuso a preparar el cuerpo de su hermana para la sepultura con la ayuda de su compañera Veciana, ésta le mostró una cruz de hierro y un anillo del mismo metal con una cruz grabada que Macrina había llevado siempre colgados de un cordón junto a su pecho como phylakteria. Ambos objetos llevados bajo la ropa suponen elementos de piedad y superstición al mismo tiempo. La mejor forma de protegerse contra el mal sería adoptar un objeto significativo de la religión practicada como amuleto.

“Veciana, arreglaba aquella santa cabeza con sus propias manos. Cuando pasó su mano por el cuello, dijo mirándome: `He aquí el adorno que pende en torno al cuello de la santa´. Y mientras decía esto, desatando el lazo por detrás, extendió la mano y me mostró una cruz de hierro y un anillo de la misma materia. Ambos, colgados de un ligero cordón, estaban siempre sobre el corazón.

Yo dije: `Que este bien nos sea común Coge tú la protección de la cruz; a mí me bastará el haber recibido en suerte el anillo´. También sobre el anillo estaba grabada una cruz. La mujer lo observó y me dijo de nuevo: `Has hecho la elección de este bien con buen sentido. El anillo está hueco en su engarce, y dentro está escondido un fragmento del árbol de la vida. Lo que está grabado en el exterior, con la propia figura, manifiesta lo que hay en el interior´.”
(Gregorio de Nisa, Vida de Macrina, 30, 1-2)






Bibliografía

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https://clbsj.org/resources/elliott-evil-eye.pdf; The Evil Eye, John H. Elliott
Beware the Evil Eye: The Evil Eye in the Bible and the Ancient World, Volumen 2 Greece and Rome, John H. Elliott, Google Books


Epula, banquetes públicos en la antigua Roma

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La realización de banquetes fue una costumbre social muy extendida en la Antigüedad, con fuertes connotaciones religiosas y funerarias. En la Grecia Arcaica los banquetes adquieren gran importancia como actos de carácter religioso, donde se reúne y participa la comunidad cívica. El banquete es el lugar donde se reparte y consume en común la carne procedente de los sacrificios realizados en honor de los dioses. También grandes acontecimientos como victorias bélicas o triunfos en los juegos eran ocasión para celebrar multitudinarios banquetes.

"Hízose muy célebre por los caballos que mantenía y por el número de sus carros; porque en los Juegos Olímpicos ni particular ni rey alguno presentó jamás siete, sino él sólo; y el haber sido a un tiempo vencedor en primero, segundo y cuarto lugar, según Tucídides, y aun en tercero, según Eurípides, excede en brillantez y en gloria a lo que puede conseguirse en este género de ambición. Eurípides en su canto dice así: A ti te cantaré, oh hijo de Clinias; bellísima cosa es la victoria; pero más bello lo que ninguno de los griegos alcanzó jamás: ganar con carroza el primero, segundo y tercer premio y marchar coronado de oliva dos veces sin trabajo alguno, pregonado vencedor por el heraldo.

A este brillante vencimiento lo hizo todavía más glorioso el empeño de los contendientes en honrarle, porque los de Éfeso le armaron una tienda guarnecida riquísimamente, la capital de Quíos dio la provisión para los caballos y gran número de víctimas, y los de Lesbos el vino y demás prevenciones para un suntuoso banquete de muchos convidados."
(Plutarco, Vidas Paralelas, Alcíbiades, XI-XII)




Detalle de cáliz con symposium, Berlín State Museum

Las ciudades griegas de época helenística continuaron realizando banquetes cívico-religiosos, pero cada vez fue más frecuente que miembros destacados de la comunidad realizasen banquetes de carácter funerario, o con el fin de festejar el acceso a una magistratura. El carácter colectivo de los banquetes los convirtió en uno de los medios más eficaces para mantener viva en la comunidad la memoria de los difuntos, así como, para marcar la preeminencia social de los evergetas (personas pertenecientes generalmente a la aristocracia local con suficientes recursos para realizar actos generosos con sus conciudadanos mejorando sus condiciones de vida).

La costumbre de celebrar epula, o banquetes públicos, con las connotaciones cívicas y sagradas que tenían en el mundo griego, se difundió por las ciudades del Occidente Romano, consiguiendo un fuerte arraigo en las provincias del Norte de Africa y en la Bética.


En Roma durante la época de la monarquía se celebraban banquetes comunales principalmente durante fiestas religiosas en las que se celebraban sacrificios para honrar a los dioses y parecen haber estado regulados desde muy antiguo.

“Tras establecer estas medidas acerca de los encargados de honrar a los dioses, (Rómulo) asignó a su vez, como dije, los sacrificios a las curias de la manera más adecuada, distribuyendo a cada una de ellas los dioses y genios que debían honrar siempre, y fijó los gastos para los sacrificios, que debían pagarse del fondo público. Los miembros de las curias concelebraban con los sacerdotes sus sacrificios correspondientes y en las fiestas comían juntos en las mesas curiales. Cada curia tenía construida una sala de banquetes y en ella estaba consagrada, como en los pritaneos griegos, una mesa común de los miembros de la curia. El nombre de estas salas era también curias, y hasta nuestros días se llaman así.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma, II, 23, 1)


Relieve con escena de banquete, Museos Vaticanos

Las fiestas públicas abundaban en la sociedad romana y eran ocasión para organizar banquetes comunales en los que participaban toda la población o parte de ella. Tenían lugar por diversos motivos: celebraciones sagradas, triunfos, aniversarios imperiales, toma de la toga virilis, etc. En época republicana tales ágapes estuvieron principalmente vinculados a fiestas religiosas, como las organizadas por algunos colegios (Pontífices, Lupercos, Arvales, Salios) en honor de los dioses o con motivo de elección de los nuevos oficiantes.

“Doy el relato de una comida pontifical, celebrada hace muchísimo tiempo, que se encuentra descrita en el cuarto registro de aquel Metelo que fue pontífice máximo, con estas palabras: «El día noveno antes de las calendas de septiembre, el día en que Léntulo fue consagrado flamen de Marte, la mansión fue engalanada, los salones se cubrieron de triclinios de marfil: en dos salones se acomodaron los pontífices Quinto Cátulo, Marco Emilio Lépido, Décimo Silano, Gayo César, rey de los sacrificios, Publio Escévola, Sexto [César flamen de Quirino], Quinto Cornelio, Publio Volumnio, Publio Albinovano y Lucio Julio César, augur que consagró a Léntulo; en el tercer salón, las vírgenes vestales Popilia, Perpennia, Licinia y Arrancia, y la esposa del nuevo flamen, Publicia, y Sempronia, suegra de Léntulo. He aquí el menú: como entrantes, erizos de mar, ostras crudas a voluntad, ostiones, cañadillas, tordo sobre fondo de espárragos, pollo cebado, pastel de ostiones, mejillones negros y blancos; de nuevo cañadillas, vieiras, ortiguillas de mar, becafigos, lomos de corzo y de jabalí, pollo cebado rebozado en harina, becafigos, múrices y pórfidos; como platos, ubres de cerda, sesos de jabalí, pastel de pescado, pastel de ubre de cerda, patos, cercetas hervidas, liebres, pollo asado, crema y pan del Piceno." (Macrobio, Saturnales)

Mosaico con banquete, Château de Boudry en Suiza
Los septemviri epulones formaban el último de los cuatro colegios sacerdotales de la Antigua Roma. Los epulones fueron originalmente ciertos magistrados atenienses que en determinadas fiestas públicas daban a sus expensas unos grandes convites a todos los ciudadanos de sus tribus. En el momento de su fundación contaba únicamente con tres miembros y en tiempo de Lucio Cornelio Sila creció el número hasta siete, y Julio César aumentó su número hasta los diez, siendo él mismo epulón en el 46 a. C., aunque a su muerte se redujeron de nuevo a siete.

“Pues como (Cesar) debía favores a muchos, se los devolvía con esa clase de nombramientos y también con sacerdocios de modo que añadió un hombre a los quince y a los llamados siete otros tres.” (Dion Casio, Historia Romana, LIII, 51)

Dirigían los epula o convites, de carácter público y ritual, y a expensas del estado, que se hacían para honrar a Júpiter capitolino y otras divinidades y eran los encargados de anunciar las fechas de celebración, recoger donativos y legados de particulares, obligar a los herederos a satisfacer los legados testamentarios y proveer lo necesario para los banquetes. Tenían cuidado de advertir los defectos o faltas ceremoniales que se cometían en los sacrificios y gozaban de ciertos privilegios como estar exentos del servicio militar o que sus hijas no fueran elegibles para convertirse en vestales. En algunas ocasiones las comidas estaban presididos por las estatuas de las divinidades, a las que se ofrecían alimentos y bebidas (lectisternium).

“Por último, y ya en el mes de diciembre, se ofreció en Roma un sacrificio en el templo de Saturno y se celebró un lectisternio —cuyos lechos además habilitaron los senadores— y un banquete público, y a través de la ciudad se dieron día y noche los gritos saturnales, y se invitó al pueblo a tener y mantener como festivo para siempre aquel día.” (Tito Livio, Ab urbe condita, XXII, 1, 19)

Triada Capitolina, Museo de la Civilización Romana

Las grandes festividades de la religión oficial romana no fueron la única ocasión para que las ciudades organizaran epula y cenae a expensas públicas. Las ciudades organizaban frecuentemente banquetes comunales sufragados con la pecunia publica (a cargo del presupuesto municipal) con ocasión de fiestas (feriae publicae), o actos culminantes de la vida cívica con fechas fijas en el calendario, que solían coincidir con otras ceremonias colectivas como sacra (ceremonias sagradas) y ludi (juegos).

Esas celebraciones formaban parte del calendario festivo local, que los duunviros (magistrados locales) debían actualizar periódicamente en los primeros días tras tomar posesión de su cargo.

Las instituciones municipales eran dos: un órgano colectivo o senado que actuaba como consejo de gobierno, cuyos miembros, denominados decuriones, discutían y adoptaban las principales decisiones que afectaban al interés de la ciudad y eran elegidos por los miembros del ordo; y un equipo de magistrados, dos cuestores, dos ediles y dos duunviros, encargados de ejecutar tales resoluciones, todos los cuales solían proceder de la aristocracia. Los duunviros constituían la máxima autoridad municipal, el cargo más apreciado al que un notable podía aspirar junto a los principales sacerdocios. Al igual que los magistrados inferiores tenían unas competencias definidas en el estatuto municipal y permanecían un año en el cargo. Los magistrados eran elegidos en unos comicios abiertos donde participaban todos los habitantes de la ciudad que gozaban de la ciudadanía local, al margen de diferencias sociales, económicas, culturales o de otra índole.

“En el año en que haya en este municipio menos de 63 decuriones y conscriptos como había por derecho y costumbre de este municipio antes de hacerse la presente ley, si no se ha hecho ya en ese año la elección de decuriones y conscriptos titulares y, suplentes, los duunviros que presidan la jurisdicción ese año, uno de ellos o los dos, tan pronto consideren conveniente hacerlo, propongan a los decuriones y conscriptos, estando estos presentes no menos de las dos terceras partes, que decidan en ese día elegir como titulares o suplentes y sustituir aquellos con cuya agregación al número de decuriones y conscriptos haya los 63 que había por derecho y costumbre de este municipio antes de hacerse la presente ley.” (Ley Irnitana 31)

Decuriones, Landesmuseum Württemberg, Stuttgart
Los calendarios incluirían fiestas en honor de deidades especialmente arraigadas en el sentimiento cívico local, como el culto al genio de la ciudad, o la conmemoración de hechos históricos relevantes para la vida de la comunidad, por ejemplo, la visita de personajes importantes, o la dedicación de estatuas imperiales.

La fundación de una urbe, por ejemplo, era una fecha histórica digna de ser celebrada, como se hacía en Roma con ocasión de las Parilia el 21 de abril.

«Mañana es día grande para esta ciudad, el aniversario ininterrumpidamente celebrado de su fundación. En este día, es típico y exclusivo de nuestro pueblo el invocar al augusto dios de la Risa con un ritual alegre y divertido.” (Apuleyo, Metamorfosis, II, 31)

La fecha elegida para la dedicación de una estatua se tenía muy en cuenta por los donantes y podía aprovechar varios acontecimientos que celebrar al mismo tiempo, como se puede ver en la inscripción de Eutychion al dedicar una estatuilla el día 4 de abril en la que coincidía el cumpleaños del emperador Caracalla con el inicio de los Ludi Megalenses que conmemoraban a la diosa Cibeles de la que el propio Eutychion era devoto.

“Al emperador M. Aurelio Antonino Pío Félix Augusto, hijo de Severo, C. Cesio Eutychion, immune (exento de pago) de los canóforos (portadores de cañas) de Ostia dio como regalo (una estatuilla) de una libra y ocho scripula de plata. Por la dedicación de este regalo repartió pan, vino y un denario. Dedicado el 4 de abril del año de los cónsules Aspri (212 d.C). (CIL XIV 119)

En los estatutos municipales se establecían partidas de gastos públicos destinados a la organización de sacra, ludi y cenae. Los duunviros debían presentar anualmente a los decuriones una propuesta sobre la cantidad de dinero a gastar en ceremonias religiosas, juegos y banquetes.

“Los duunviros que presidan la jurisdicción en ese municipio harán tan pronto sea posible, una propuesta a los decuriones y conscriptos sobre cuánto hay que destinar a los gastos de ceremonias religiosas, cuánto a las cenas que se den a munícipes y decuriones y conscriptos del municipio, y, lo que la mayoría de ellos hubieran decidido, tanto gasten ellos como consideren justo hacerlo.” (Ley Irnitana 77)

Magistrados togados, J. Paul Getty Museum, Los Ángeles

La organización de banquetes cívicos y la asignación de dinero de los fondos públicos para costearlos, eran competencia de los decuriones, que debían aprobar tales asuntos por decreto, evaluando con anterioridad las características de tales banquetes, como son la cantidad de invitados, calidad de los alimentos a consumir, mobiliario y ajuar necesarios, etc.

Una vez decidida por los decuriones la celebración de un epulum o cena a expensas públicas, su organización práctica pasaba a ser responsabilidad de los duunviros.

La cena era un banquete que solía estar restringido a los decuriones, aunque en determinadas ocasiones podían participar los Augustales.

“A la Loba Romana. Marco Valerio Febo, seviro augustal, a quien el ordo del municipio eporense concedió por sus méritos estar entre los decuriones en las cenas públicas y además decretó otros honores…”. (CIL II, 2156 = ILS 6913)

Que los decuriones pudieran celebrar cenae sufragadas con fondos comunales, y, exclusivamente, reservadas a ellos, no sería raro teniendo en cuenta cómo funcionaba la vida municipal romana. Durante la cena se podían tratar las cuestiones políticas o administrativas de forma más relajada que en las sesiones del senado municipal, contribuyendo además dichas reuniones a consolidar su espíritu corporativo y realzar su status. Reunirse periódicamente en tales cenae publicae sería uno de los privilegios de que disfrutaban.

Mosaico de Cartago, Museo del Bardo, Túnez, Photo by DeAgostini/Getty Images

En el capítulo 79 de la Ley irnitana, reservado a los gastos públicos del municipio, se recogen también como un concepto específico las cenae a las que debían ser convidados los decuriones o los munícipes.

“Sobre las cantidades que se deban gastar en ceremonial religiosas, fiestas y cenas en las que se diviertan los decuriones y conscriptos, así como los munícipes, sobre sueldos de los subalternos, embajadas, construcción y reparación de obras del municipio, vigilancia de los templos y sepulturas, alimentos y vestido de los esclavos (públicos), compra de los que han de servir a los munícipes, así como, sobre aquellas cosas que deben concederse a los duunviros, ediles y cuestores, en nombre de los munícipes, para la atención de las ceremonias religiosas, y también de los deberes que deben cumplirse, en razón del cargo que alguien hubiera recibido, o deben darse a causa de esa atención, sobre todo esto, si se hace propuesta a los decuriones y conscriptos, con tal de que no se haga la propuesta solo una minoría esté presente, pueden los decuriones y conscriptos gestionar esas cantidades en tales cosas, conforme a la presente ley, después de haberse dado esta, aunque lo hubieran decidido sin previo juramento y sin votación por tablilla.”

Otros convites públicos fueron los epula y cenae ofrecidos a sus expensas por los evergetas a los grupos sociales más destacados de la comunidad, como los decuriones y los seviros augustales, a quienes gozaban de la ciudadanía local (cives) o a toda la población. Los miembros de las aristocracias municipales costearon banquetes para realzar la inauguración de estatuas o construcciones que ellos mismos sufragaban, a fin de atraer más público a tales actos; para conmemorar festividades imperiales; o para que se les recordara en su dies natalis (cumpleaños), dejando legados para tal fin.

“Muy cerca de mi propiedad hay un pueblo cuyo nombre es Tifernio Tiberino, que me nombro patrono suyo cuando yo era poco más que un niño pequeño, con un afecto tanto mayor cuanto menor era la reflexión. La población celebra mis llegadas, se entristece con mis partidas, y se regocija con los honores que recibo. Por ello, al objeto de mostrarles mi agradecimiento (pues resulta muy torpe ser vencido en el afecto), he levantado a mis expensas un templo, cuya dedicación seria sacrílego demorar más tiempo, puesto que su construcción está ya terminada. Así, pues, permaneceremos alIí el día de la dedicación, que he decidido festejar con un banquete público.” (Plinio, Epístolas, IV, 1)



Quienes más sobresalieron a la hora de correr con los gastos de edificar construcciones para el beneficio de la comunidad, repartir cantidades de dinero y proporcionar un banquete fueron los decuriones, los magistrados municipales, los seviros augustales y los sacerdotes y sacerdotisas de los diferentes cultos extendidos por el imperio.

“Lucio Emilio Dafno, seviro, dio enteramente a su costa a los munícipes de Murgi unas termas y en el día de la inauguración donó sendos denarios a los ciudadanos y habitantes, obsequiándoles con un espléndido banquete; les prometió que mientras él viviese había de darles igual cantidad el mismo día y que para el cuidado o conservación de las propias termas donaría, también de por vida, ciento cincuenta denarios anuales.” (CIL 11, 5489, siglo I)

Personaje togado, Museo de Liverpool

Obsequiando así a la población los evergetas liberaban de ciertos gastos al presupuesto municipal, brindaban a sus conciudadanos ocasiones de disfrute, y a los menos pudientes un extra alimentario.

Los grandes convivia y cenae publicae de César, preludio de los fastuosos y multitudinarios que hubo durante el Principado, dejaron un memorable recuerdo en la sociedad romana.

“Prometió al pueblo espectáculos y un festín (epulum) en memoria de su hija, un hecho sin precedentes, y para crear mayor expectación, utilizó a sus esclavos domésticos en los preparativos de aquel banquete, aunque se lo había encomendado a los carniceros.” (Suetonio, César, 26)

“¿Y qué? El dictador César, ¿no repartió también en el banquete de su triunfo ánforas de vino de Falerno y cados de Quíos? Igualmente, por su triunfo de Hispania ofreció Quíos y Falerno, y en calidad de epulón, en su tercer consulado, Falerno, Quíos, Lesbos y Mamertino, momento en que consta que por primera vez se sirvieron cuatro variedades de vino.” (Plinio, Historia natural, XIV, 97)

La organización de epula permitía a los evergetas obtener de un modo rápido gran popularidad y por el gran efecto propagandístico que podían producir sobre la masa de ciudadanos con derecho a voto, se decidió por parte de algunas ciudades que los estatutos prohibiesen celebrar banquetes a aquellas personas que pensasen presentarse a una magistratura.


“De fecha posterior, la ley Antia, además de fijar la cantidad de dinero, prescribió que quien fuera magistrado, o candidato a una magistratura, no asistiese a banquete alguno, salvo en casa de determinadas personas.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, II, 13)



La sportula parece estar vinculada en sus orígenes a los epula publica organizados por particulares en la Roma republicana. La dificultad de organizar tales banquetes pudo llegar a imponer en determinadas ocasiones una simplificación de las costumbres, pasando a distribuir la comida en cestitas que se llevarían los invitados. Posteriormente, los alimentos fueron reemplazados por la distribución de una suma de dinero que permitiese a cada beneficiario comprarse su propia comida.

“Pudentila había gastado de su hacienda cincuenta mil sestercios en distribuciones al pueblo, el día que se casó Ponciano y este muchachito vistió por vez primera la toga viril.” (Apuleyo, Apología, 87, 10)

Las sportulae o distribuciones de dinero realizadas por particulares responden a las mismas motivaciones que los epula. Plinio el Joven señala que en Bitinia las distribuciones de dinero (uno o dos denarios), a los miembros de la curia y a buena parte de los ciudadanos, eran hechas regularmente en las bodas, al tomar la toga viril, al acceder a una magistratura y en la inauguración de edificios públicos.

“Los que toman la toga viril o se casan o toman posesión de una magistratura o dedican una obra pública tienen la costumbre de invitar a toda la curia e incluso a veces a un número no pequeño de personas de la plebe y de regalarles dos o un denario a cada uno. Te ruego que me indiques si piensas que estas invitaciones deben celebrarse y con qué límite.” (Plinio, Epístolas, X, 116)

Foro, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Las distribuciones se efectuaban en momentos concretos del día y sólo los presentes tenían derecho a ellas, lo cual no se hacía realmente para limitar el gasto, sino para que la población acudiese a ceremonias donde el donante y su familia adquirían prestigio (inauguraciones), o en las que se recordaba a miembros destacados de la comunidad. Banquetes ysportulae servían para destacar la posición social que ocupaban los evergetas y legitimar el orden social existente, permitiendo constituir un recuerdo colectivo en la comunidad que revertía política o socialmente en la familia del evergeta y contribuía a perpetuarla en el poder.

“Conviene anteponer los intereses públicos a los privados, las acciones inmortales a las perecederas, y tener más consideración del beneficio que uno pretende que de los propios bienes.” (Plinio, Epístolas, VII, 18)

En el siglo II Fabio Hermógenes de Ostia, caballero público y sacerdote del divino Adriano, recibió a su muerte un funeral público y una estatua ecuestre en el foro. Su padre, reconfortado por los honores concedidos a su hijo, donó 50.000 sestercios a la ciudad. De los intereses de este regalo se debería repartir una sportula anual en el cumpleaños del difunto delante de su estatua a los que estuvieran presentes.

“La orden de los decuriones reunida en el templo de Roma y Augusto decidió, en presencia de su padre, añadir la promesa de que el dinero se distribuiría en el cumpleaños de Hermógenes, el hijo, en el foro, delante de su estatua, a los presentes.” (CIL XIV, 353)

Magistrado joven, Central Montemartini, Roma

Los miembros del ordo decurionum aparecen recibiendo las cantidades de dinero más altas y participando en la mayoría de las sportulae. Los Augustales son el segundo grupo social más beneficiado en los repartos. Tras los decuriones ellos recibían cantidades superiores a las del resto de la población.

“Manius Megonius Leo, hijo de Manius, nieto de Manius y bisnieto de Manius de la tribu Cornelia, edil, cuatorviro de la ley Cornelia, cuestor de los fondos públicos, patrón de la municipalidad, cuatorviro quinquenal. Los decuriones, augustales y el pueblo erigieron esta estatua de bronce por sus méritos.” (Inscripción de estatua)

De su testamento: “Si una estatua mía de pie con cimiento de piedra y base de mármol, como la que los augustales me dedicaron, cerca de la que dedicaron mis conciudadanos, es erigida en el foro superior prometo dar 100.000 sestercios al municipio. A condición de que el interés se use como se indica abajo. Cada año en la fecha de mi cumpleaños, el 23 de marzo, se distribuirá 300 denarios para un banquete de los decuriones, lo que reste se dividirá entre los que estén presentes. En las mismas condiciones en la misma fecha cada año deseo dar 150 denarios a los augustales y un denario a los ciudadanos, …” (ILS 6468)

Relieve con banquete, Museos Vaticanos

Además de la participación en cenas oficiales, considerada un privilegio reservado a los miembros del orden decurional, los decuriones y algunas otras autoridades tenían como prerrogativa la comodidad de comer reclinados en los triclinia, mientras que otros ciudadanos debían contentarse con hacerlo sentados o de pie.

“… en el triclinio a cada decurión le será entregado vino mulso, bollos y 10 sestercios. Igualmente, a aquellos jóvenes que participarán en la curia y a los seviros augustales se les dará bollos, mulso y 8 sestercios y en mi triclinio además un sestercio a cada hombre…” (inscripción en la estatua pública de Aulo Quintilio Prisco CIL X 5853)


Los grupos que se marginaban de las sportulae variaban según los deseos e intereses de los evergetas. A veces se incluía tanto a los cives (ciudadanos romanos) como a los incolae (residentes sin ciudadanía local, pero con cargas cívicas), aunque estos no siempre eran invitados a las distribuciones.


“Lucio Elio Eliano, de la tribu Quirina, duunviro del municipio flavio nevense, junto con su esposa Egnacia Lupercilla, hija de Marco, lo concedió (al municipio) como un don, una vez añadidos specularis y toldos y después de dar un banquete a los munícipes e incolae de uno y otro sexo con motivo de la dedicación de todas las estatuas que fueron dadas por ellos en estos pórticos y colocadas al lado de la inscripción (que los homenajeaba) a ellos." (CILA-02-1, 0271 = AE 1958. 0039).


La carencia de derechos políticos de las mujeres no les impidió realizar actos evergéticos que mantuviesen y acrecentasen el status de sus familias, pues tales actos serían usufructuados en política por sus hijos, esposos o descendientes. Cualquiera que fuese su condición social las mujeres pagaban banquetes por la misma razón que los hombres, ayudar a sus conciudadanos, pero sobre todo destacar su rango entre ellos y mantener una exposición social, como resultado de su magnanimidad, que de otra forma no tendrían. El ascenso a un sacerdocio o la dedicación de una estatua o edificio serían motivos que llevarían a las mujeres a destinar un legado perpetuo para beneficio de su comunidad.

“Junia Rustica, hija de Decio, sacerdotisa vitalicia y la primera (en ser designada como tal) en la ciudad de Cartima, rehabilitó los pórticos públicos deteriorados por el tiempo, regaló una parcela de terreno para los baños, pagó los impuestos públicos de la ciudad, erigió una estatua de Marte en el foro, costeó los pórticos en los baños de su propiedad pagando un estanque de peces y una estatua de Cupido y corrió con los gastos de un festín público y juegos. Después de remitir su coste, también dedicó las estatuas que habían sido decretados por el consejo local para ella y su hijo C. Fabio Juniano, e hizo lo mismo con la estatua de su marido, C. Fabio Fabiano.” (CIL II 1956 = ILS 5512)



Banquete de vestales, Central Montemartini, Roma

En la época del Alto imperio la presencia femenina en los banquetes tanto públicos como privados era algo normal en Roma y en las ciudades italianas, bien compartiendo mesa con los varones o en comidas exclusivamente dedicadas a ellas.

“Las más devotas hermanas de Cesia Sabina, hija de Cn. Cesio Athicto, erigieron esta estatua. Ella sola dio un banquete a las madres de los centunviros y a sus hermanas e hijas y a las mujeres del municipio sin distinción de rango. Y en los días de los juegos y de la fiesta de su propio marido, ofreció un baño con aceite gratis.” (CIL XI 381)

La visceratio era simplemente una distribución pública de carne, que en Roma tenía lugar en diferentes ocasiones sociales, por ejemplo, funerales de personajes importantes o triunfos. Su origen puede encontrarse en el reparto de la carne de las víctimas inmoladas en los sacrificios rituales del que se beneficiaría parte de la población.

La primera distribución de carne de la que hay noticia data del 328 a. C, cuando M. Flavius distribuyó una ración de carne (visceratio) a todos aquellos que asistieron a la procesión del funeral de su madre. Tito Livio dice que este reparto de comida fue lo que hizo a Flavius ganar las elecciones para tribuno de la plebe.

“Vino a continuación un año no señalado por ningún acontecimiento en el exterior ni en el interior, …. si exceptuamos el reparto de carne al pueblo efectuado por Marco Flavio en los funerales de su madre. Había quien interpretaba que, con el pretexto de honrar a su madre, pagaba al pueblo una recompensa que se había ganado porque lo había absuelto del delito de violación de una madre de familia por el que los ediles habían presentado demanda contra él. La distribución de carne concedida como agradecimiento por el pasado favor del juicio fue incluso motivo de honor para él, y en las siguientes elecciones al tribunado de la plebe, aun estando ausente, fue preferido a los candidatos presentados.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, VIII, 22, 2-4)



Gran triclinio de Domiciano, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Los emperadores ofrecieron banquetes en diversos espacios públicos o en sus palacios, invitando a senadores y caballeros, incluso con sus esposas e hijos, y también a la plebe, convirtiéndose en los mayores evergetas de sus reinados.

“En la fiesta de las Siete Colinas hizo distribuir a los senadores y caballeros raciones de pan y al pueblo canastillos llenos de viandas, de las que empezó a comer el primero. Al siguiente día hizo arrojar entre los espectadores regalos de toda clase; como la mayor parte de aquellos obsequios cayeron en los bancos del pueblo, señaló otros cincuenta lotes para cada banco de senadores y caballeros.” (Suetonio, Domiciano, 4)

Durante los grandes juegos de la época imperial también se daban, como parte del espectáculo, grandes raciones de dulces, fruta y bebida. El poeta Estacio descubre la impresión causada por el reparto de golosinas durante una serie de juegos ofrecidos en el anfiteatro Flavio y presididos por Domiciano durante las Saturnalia:

"Apenas estaba rompiendo el nuevo día, cuando ya llovían los dulces, tal era el rocío que esparcía el viento del este. Cae con generosa profusión la famosa fruta de la nuez de los bosques del Ponto o de las fértiles laderas de Idume, todo lo que la devota Damasco cría en sus ramas o el sediento Catmus [tipo de viento] hace madurar. Desde invisibles palmeras llovían galletas y pastas dulces, fruta ameria en su punto, pasteles de fábula y dátiles rellenos.

El tormentoso Hyades no inunda la tierra con tales torrentes ni las pléyades con tales lluvias, como el granizo que desde un cielo soleado azota a la gente en los asientos de los espectáculos latinos ... contempla otra multitud, bien parecidos y bien vestidos, se abren camino entre las filas. Algunos llevan cestas de pan y servilletas blancas y comida más lujosa; otros sirven vino lánguido en abundante medida. Podría creerse que son otros tantos coperos del Ida. Vosotros saciáis por igual al círculo de los nobles y austeros, así como al pueblo que viste la toga y, desde que tú, ¡oh generoso señor!, alimentas a tantas multitudes, la alta Annona no sabe nada de este festival... una misma mesa sirve a todas las clases por igual: niños, mujeres, pueblo, equites y senadores; la libertad ha aflojado las ataduras de la separación reverencial. E incluso tú también viniste y participaste de nuestro banquete, ¿Qué dios podría ofrecer tanto lujo o prometer tanto? Y ahora cada cual, sea rico o pobre, se jacta de ser el invitado del emperador" ...

Después del banquete siguió un espectáculo que incluyó mujeres gladiadoras y que continuó hasta casi el anochecer, cuando tuvo lugar una segunda sparsio [lanzamiento de regalos]; de pronto, comenzaron a caer sobre las masas de espectadores densas nubes de flamencos, faisanes, pavos, que revoloteaban lentamente en su caída hasta llegar a las manos de la gente ... exultante por haber atrapado este botín". (Estacio, Silvas, I, 6)



Caracalla y Geta, Pintura de Alma-Tadema

La ubicación de las distintas capas sociales en las caveae (gradas) marcaba claramente las diferencias de estatus, aunque los manjares parecen ser los mismos para todos.

Dar comida mediante sparsiones era una manifestación muy antigua de la idea profundamente arraigada que tenían los romanos de en qué debía consistir la generosidad del líder del pueblo. El Emperador asumía el papel de padre, cuyo deber es alimentar a sus hijos.

Los miembros pertenecientes a las capas sociales urbanas con menos recursos tenían la posibilidad de organizarse en collegia o agrupaciones de diferente carácter que, controladas por el Estado o por la administración local, permitían a sus integrantes cumplir una serie de funciones o disfrutar de ciertos beneficios. Estas asociaciones, puestas bajo la advocación de una divinidad protectora, se regían por un estatuto o lex collegii establecido por sus miembros reunidos en asamblea plenaria teniendo siempre como punto de referencia las leyes vigentes que no podían ser contravenidas. 



Catacumbas de San Calixto

El colegio constituía para los asociados una gran familia o una especie de “familia de sustitución” que se reunía de forma periódica para rendir culto a sus divinidades tutelares, celebrar asambleas y disfrutar de banquetes. Algunos colegios contaban con sede propia (schola) donde desarrollar sus actividades.

En las normas del collegium de Diana y Antinoo en Lanuvium se especifica lo que cada asociado debe traer al entrar como miembro:

“Todo el que quiera entrar en este colegio proveerá 100 sestercios y un ánfora de buen vino, además de 5 ases por mes.
Cada esclavo liberado de este colegio deberá aportar un ánfora de buen vino.
Los maestros de ceremonias de las comidas deberán suministrar un ánfora de buen vino cada uno, y pan con valor de dos ases para cada miembro del colegio, cuatro sardinas, la preparación de los lechos, además de agua caliente y el servicio de mesa.”
(CIL XIV 2112)



Pan y pez eucarísticos, catacumbas de San Calixto

En una inscripción hallada en el colegio de Esculapio e Higia fundado en el 153 d.C. en Roma por Salvia Marcelina en memoria de su esposo y su patrono se detallan las distribuciones de comida, monetarias y los banquetes que han de celebrarse con los fondos, cuánto le corresponde a cada uno de los beneficiarios y las fechas en que deben realizarse.

“… se distribuirá el 19 de septiembre, el sagrado cumpleaños de nuestro santo Antonino Pío, padre de nuestro país en el templo de los divinos (emperadores) en el santuario del divino Tito, 12 sestercios para Cayo Ofilio Hermes, presidente del colegio, o para quien ostente el cargo en su momento, 12 sestercios para Elio Zeno, patrón del colegio (hermano del difunto esposo de Salvia Marcelina), 12 sestercios para Salvia Marceliana, patrona del colegio; ocho sestercios para los immunes (exentos de tasas), ocho sestercios para cada guardián, cuatro sestercios para cada miembro regular. Se decreta que el ocho de noviembre, fecha de la fundación del colegio se distribuya a los presentes del interés anteriormente mencionado en la colina de marte en nuestra sede 24 sestercios para el presidente, 24 para el patrón, 24 para la patrona, 16 para cada uno de los immunes, 16 para cada uno de los guardianes y bollos (crustulum) por valor de tres ases; nueve medidas de vino para el presidente, seis para los immunes… También se distribuirá el 9 de enero un aguinaldo como lo descrito para el 19 de septiembre. También el 22 de febrero, día de la Cara Cognatio, en la colina de Marte en el mismo lugar se distribuirá pan y vino como descrito para el 8 de noviembre. También el 14 de marzo en el mismo lugar una cena, que Ofilio Hermes, el presidente prometió que se daría cada año a los presentes, o una sportula, como él estaba acostumbrado a repartir. (Para el día de las Violaria y Rosalia se especifica una sportula de pan y vino)” (CIL VI 10214)

Los miembros adinerados de los collegia o sus patronos regalaban a las asociaciones objetos para embellecer sus sedes (scholae) o para disfrutar de los banquetes más cómodamente o, incluso, pagaban la construcción de templos, sedes y edificaciones anexas.



Colegio de los Augustales, Herculano, Foto de Peter and Michael Clements, Creative Commons

Salvia Marcelina donó "una capilla con pérgola y una estatua de mármol de Esculapio y una terraza cubierta anexa en la cual los miembros de la asociación puedan reunirse para comer en la vía Apia cerca del templo de Marte..." (CIL VI 10234 = ILS 7213)

Petronia Pelagia regaló una mesa redonda de mármol a los decuriones y miembros de la plebe de una asociación (desconocida). [CIL VI 10353]



Mesa de mármol, Museos Vaticanos

Cuando se trataba de grandes comidas públicas ofrecidas no sólo a los miembros de las élites, sino a la plebe romana en general, era preciso acondicionar amplios espacios al aire libre, donde poder acomodar una multitudinaria asistencia, por ejemplo, los foros, las vías y jardines públicos. El más grande banquete público nunca visto en Roma fue ofrecido por César con ocasión de los triunfos celebrados en septiembre del 46 a.C. En él se dispusieron 22 000 triclinia de tres lechos cada uno, para acoger un total de 198.000 personas.

“Él (Nerón), pues, para ganar crédito de que en ninguna parte estaba tan alegre y con tanto gusto como en Roma, hacía banquetes en los lugares públicos, y se servía de toda la ciudad como de su propia casa. Referiré aquí uno de sus más celebrados y espléndidos banquetes que hizo aparejar por Tigelino, lleno de mil viciosas superfluidades y abominables lujurias, el cual nos podrá servir de ejemplo para excusarnos de contar muchas veces semejantes prodigalidades. Hizo, pues, fabricar en el estanque de Agripa una balsa con gran capacidad de vigas, sobre cuya plaza se hiciese el banquete, y ella fuese remolcada por bajeles de remo. Eran estos bajeles barreados de oro y marfil, de encaje, y los remeros mozos deshonestos y lascivos, compuestos y repartidos según su edad y abominables cursos de lujuria. Había hecho traer aves y fieras de diferentes tierras, y peces hasta del mar Océano. A las orillas y puntas del estanque había burdeles llenos de mujeres ilustres, y por otra parte se veían públicas rameras desnudas que hacían gestos y movimientos deshonestos; y llegada la noche, el bosque, las casas y cuanto había alrededor del lago comenzó a resonar y a responder con ecos de infinitas músicas, y voces, resplandeciendo todo con hachas.” (Tácito, Anales, XXXVII)



Villa de los Pisones, ilustración de Jean-Claude Golvin

La desaparición de los actos evergéticos en el siglo III debido a los cambios de mentalidad que experimentaron las élites municipales desde finales del siglo II, así como la decadencia de la autonomía municipal en favor del Estado, pudieron suponer un endurecimiento de las condiciones de vida de la plebe urbana, que perdió una serie de ayudas o subvenciones para la alimentación y la higiene. El evergetismo no sólo financió buena parte de los costes de la vida municipal, sino que también se preocupó de hacer más agradable la vida en la ciudad organizando espectáculos, banquetes, repartos de dinero, comida y aceite, etc.

“Q. Avelius Priscus Severius Severus Annanus Rufus, hijo de Quintus, de la tribu Sergia, sacerdote del divino Augusto, patrón de la ciudad, primer cuestor de Corfinium, edil cuatorviro, cuatorviro para la administración de justicia, cuatorviro censor, pontífice de Laurentum y Lavinium. Al acceder al quinquenalato dedicó juegos gladiatorios y al ser nombrado cuatorviro dedicó juegos escénicos y al convertirse en edil dio juegos para la diosa Vetidina y para subvencionar el reparto de grano entregó 50.000 sestercios a la ciudad de Corfinium. También dio 30.000 sestercios para las termas Avelianas de mujeres. Corrió frecuentemente con los gastos de banquetes públicos y repartió sportulae monetarias a todos los ciudadanos de Corfinium, y ayudó con frecuencia a los gastos públicos con donaciones. El pueblo de Corfinium (erigió este monumento) con fondos públicos por su destacado afecto a la ciudad. Avelius Priscus, durante su cargo, remitió el coste (de este monumento).” (AE 1961.109)

Cuando las manifestaciones evergéticas decayeron, el municipio fue incapaz de mantener el sistema de bienestar, que anteriormente habían desarrollado los notables locales, y los estratos sociales inferiores fueron los más perjudicados, aunque la finalidad de las sportulae nunca fue mejorar las condiciones alimenticias de los más pobres, pues eran los grupos sociales inferiores los que recibían las menores cantidades de dinero.






Ya en época del Bajo Imperio los cristianos siguieron la costumbre de reunirse en un banquete con carácter fraternal (ágape) para compartir una cena frugal y adorar a Dios todos juntos cumpliendo ciertos ritos como leer las sagradas escrituras y cantar himnos religiosos. En principio las diferencias sociales y económicas se dejaban aparte y todos tenían los mismos derechos y obligaciones. 

"Nuestra cena da razón de sí por su nombre: se llama lo mismo que el amor entre los griegos. Sea cual fuere el gasto que produce, es una ganancia hacer un gasto por motivos de piedad, ya que los pobres y los que se benefician de este refrigerio no se asemejan a los parásitos de vuestra sociedad, que aspiran a la gloria de esclavizar su libertad a instancias del vientre, en medio de gracias groseras, sino porque ante Dios tiene más valor la consideración de los que tienen pocos medios. Si es honroso el motivo del banquete, valorad, ateniéndoos a la causa, el modo en que se desarrolla: lo que se hace por obligación religiosa no admite ni vileza ni inmoderación. No se sientan a la mesa antes de gustar previamente la oración a Dios; se come lo que toman los que tienen hambre; se bebe en la medida en que es beneficioso a los de buenas costumbres. Se sacian como quienes tienen presente que también a lo largo de la noche deben adorar a Dios; charlan como quienes saben que Dios oye. Después de lavarse las manos y encender las velas, cada cual según sus posibilidades, tomando inspiración en la Sagrada Escritura o en su propio talento, se pone en medio para cantar a Dios: de ahí puede deducirse de qué modo había bebido. Igualmente, la oración pone fin al banquete. Entonces se marchan agrupados, no en catervas de malhechores, ni en pandillas de libertinos, sino con tenor modesto e intachable, como es propio no de quienes han tomado un banquete, sino una enseñanza." (Tertuliano, Apologético, 39, 16)



Refrigerium, Honolulu Academy of Art

Las normas para integrarse en estas comunidades fraternales no seguían los modelos de los collegia o asociaciones profesionales del mundo romano pagano. No había cuotas obligatorias y los fondos se dedicaban prioritariamente a actos caritativos hacia los perseguidos por profesar su religión. Por esa persecución las reuniones y comidas se realizaban en la casa particular de un anfitrión con espacio suficiente y los participantes en algunos casos serían los proveedores de los alimentos y bebidas según sus recursos.

“Presiden ancianos que gozan de consideración, y que han conseguido ese honor no por dinero sino por su ejemplo, porque las cosas de Dios no tienen precio. E incluso si existe una especie de caja común, no se reúne ese dinero mediante el pago de una suma honoraria, como si la religión se comprara. Cada uno aporta una contribución en la medida de sus posibilidades: un día al mes, o cuando quiere, si es que quiere y si es que puede; porque a nadie se obliga, sino que se entrega voluntariamente. Estas cajas son como depósitos de misericordia, puesto que no se gasta en banquetes, ni en bebidas, ni en inútiles tabernas, sino en alimentar y enterrar a los necesitados, y ayudar a los niños y niñas huérfanos y sin hacienda, y también a los sirvientes ancianos, e igualmente a los náufragos, y a los que son maltratados en las minas, en las islas o en prisión, con tal de que eso ocurra por causa del seguimiento de Dios; se convierten en protegidos de la religión que confiesan.” (Tertuliano, Apologético, 39, 5)



Pintura de Constanza, Rumanía



Bibliografía:

http://revistas.uned.es/index.php/ETFII/article/viewFile/1771/1650; El ágape y los banquetes rituales en el cristianismo antiguo; RAÚL GONZÁLEZ SALINERO
https://www.academia.edu/1195899/Epigrafía_y_labor_colegial_de_la_Augustalidad_en_la_Peninsula_Ibérica; EPIGRAFÍA Y LABOR COLEGIAL DE LA AUGUSTALIDAD EN LA PENÍNSULA IBÉRICAÁngel A. Jordán
https://repositorio.unican.es/xmlui/handle/10902/1444; El sevirato augustal en la Bética romana: selección y estudio preliminar de las fuentes epigráficas; Alberto Barrón Ruiz de la Cuesta
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/134461.pdf; LA LEY FLAVIA MUNICIPAL;  A.O. Pérez-Peix
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=302879; SECTORES POPULARES Y VIDA MUNICIPAL EN LAS CIUDADES DE HISPANIA ROMANA; Juan Francisco Rodríguez Neila
https://www.persee.fr/doc/ccgg_1016-9008_2006_num_17_1_904; Epula y cenae públicos financiados por las ciudades romanas; Juan Francisco Rodríguez Neila
http://revistaseug.ugr.es/index.php/florentia/article/viewFile/4556/4448; Evergetismo y distribuciones en la Hispania romana; Enrique Melchor Gil
https://www.academia.edu/9928870/In_publicum_vescere._El_banquete_municipal_romano; IN PUBLICUM VESCERE. EL BANQUETE MUNICIPAL ROMANO; JUAN FRANCISCO RODRIGUEZ NEILA
http://sites.middlebury.edu/feastsandfestivals/files/2015/09/roman-public-feasting.pdf; TOWARD A TYPOLOGY OF ROMAN PUBLIC FEASTING; JOHN F. DONAHUE
https://www.academia.edu/8449979/_Un_aspecto_socioeconómico_de_la_Bética_los_epula; Un aspecto socioeconómico de la Bética: los epula; Javier del Hoyo
https://www.academia.edu/245390/_The_Economy_of_Endowments_the_case_of_Roman_associations_Studia_Hellenistica_44_2008; The Economy of Endowments: The case of the Roman collegia; Jinyu Liu
Food and Drink in Antiquity: A Sourcebook: Readings from the Graeco-Roman World; John F. Donahue; Google Books
Roman Portraits in Context; Jane Fejfer; Google Books
Illustrated Introduction to Latin Epigraphy; Arthur Ernest Gordon; Google Books
The Greco-Roman World of the New Testament Era: Exploring the Background of Early Christianity; James S,. Jeffers; Google Books

DIS MANIBUS, el descanso de los difuntos en la antigua Roma (I)

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Funeral romano. Foto Luis Montanya, Marta Montanya, sciencephotolibrary

Para la mentalidad romana, el alma individual de un difunto permanecía como tal mientras alguien lo recordase y practicase los ritos anuales establecidos. Las tumbas individuales, cuyo lugar sacro debía estar indicado de alguna forma, un simple amontonamiento de piedras, una estela de piedra o madera, un gran fragmento de ánfora o un gran monumento, corrían el riesgo de ser olvidadas prontamente, porque la pervivencia de descendientes directos del difunto era poco segura.

“Cuando fui a visitar a mi suegra en su villa de Alsio, que en un tiempo perteneció a Verginio Rufo, la simple contemplación del lugar renovó en mi alma, no sin dolor, la añoranza de aquel hombre tan noble y excelente. En efecto, en este lugar se había acostumbrado a pasar su retiro e incluso llamaba el nidito de su vejez. A donde quiera que yo dirigiese mis pasos, mi espíritu y mis ojos le buscaban.

Tuve también el deseo de contemplar su tumba, y luego me arrepentí de haberla visto. En efecto, está todavía sin terminar, pero la causa no es la dificultad de la obra, pues es modesta e incluso humilde, sino la pereza de la persona a la que se confió su ejecución. Me asaltó la indignación mezclada con la compasión, al ver como después de diez años yacían olvidados sin una inscripción, sin un nombre, los restos y las cenizas de un hombre cuya gloria inmortal recorre el mundo entero. Y eso que él había ordenado y dispuesto que aquella acción suya, inmortal y casi divina, fuese recordada en estos versos:

Aquí yace Rufo, que antaño, luego de haber vencido a Vindice,
no quiso el poder imperial para sí, sino para su patria.


Pues la lealtad es tan rara en la amistad, el olvido de los difuntos tan fácil, que nosotros mismos debemos construir con nuestras propias manos nuestras sepulturas y asumir por adelantado los deberes de nuestros herederos. Pues, ¿quién no ha de temer que hemos visto que le ha sucedido a Verginio? Su propia fama hace que la injusticia sufrida sea no solo menos merecida, sino más conocida. Adiós.”
(Plinio, Epístolas, VI, 10)



Altar funerario en mármol de Cominia Tyche, época Flavia,
Museo Metropolitan, Nueva York

La inscripción sobre una tumba con las indicaciones de hic situs est (aquí yace)o sit tibi terra levis (te sea la tierra leve) lleva implícito que el caminante al leer el nombre del difunto y las fórmulas que le acompañen evoque el recuerdo del difunto para que no quede olvidado entre los dioses del inframundo, los dii inferi.

Dis Manibus
Abascantus Caesar(is) n(ostri) ser(vus) vilic
Fortunatae coniugi bene merenti fecit vix(it) annis xxx
quisque meum tit
ulum stat
legerit et
dicit sit tibi terra levis


“A los dioses Manes. Abascanto, esclavo de nuestro emperador, capataz, lo erigió para su esposa Fortunata que lo merecía, quien vivió 30 años. Quienquiera que pare y lea mi inscripción, diga: `Que la tierra te sea leve´”. (CE 1463)

La fórmula más común durante el alto imperio romano de mantener vivo el culto familiar, naturalmente de aquellos que disponían de recursos, era conceder a sus libertos un trozo de tierra con la condición de que el predio fuera heredado siempre por alguien que llevara el mismo nomen (nombre de la familia)del testador, de modo que estuviera siempre obligado a celebrar los ritos en honor del mismo numen.

“(Mando también) que todos mi libertos y libertas, a los que he manumitido en vida y a los que manumito en este testamento, paguen cada año una cuota (como alquiler de las tierras que les he concedido y que sus sucesores sigan pagando, a perpetuidad, esta contribución), que a esta se sume la contribución de mi nieto y heredero Aquila y la de sus sucesores por un importe de[---], destinada a la adquisición de comida y bebida; que éstas sean distribuidas y consumidas delante de mi tumba, consagrada también a la diosa Lativis, y que permanezcan allí (y dure la fiesta) hasta que lo hayan consumido todo. Que para el mantenimiento de estos ritos se nombren, anualmente, unos encargados, que tengan autoridad para exigir la contribución (señalada, tanto a mis libertos y sucesores como a mi nieto y heredero y a los siguientes poseedores del fundo). Mando que sean (los primeros) encargados mis libertos Prisco, Foebo, Filadelfo y Vero. Que después de mi muerte estos curadores y los que les sucedan cumplan los ritos establecidos. Que estos ritos se celebren, anualmente, en las calendas (el primer día) de los meses de Abril, Mayo, Junio, Julio, Agosto (Septiembre) y Octubre.” (CIL XIH 5708)



Biclinium delante de tumba. http://www.ostia-antica.org

Como las leyes prohibían la construcción dentro de las ciudades de monumentos funerarios buscando, quizás, evitar la realización dentro del perímetro urbano de los sacrificios y prácticas fúnebres que solían tener lugar en memoria de los difuntos, los enterramientos se disponían, en todo el imperio, a lo largo de los caminos y en las vías de entrada y salida de las ciudades, lo cual facilitaba el acceso a las tumbas sin tener que atravesar para ello propiedades privadas.

“Aquel conocido liberto de Mélior, que murió entre el dolor de Roma entera, breve deleite de su querido patrón, Glaucias, yace inhumado bajo esta losa en un sepulcro junto a la vía Flaminia. Casto por sus costumbres, íntegro por su pudor, rápido de ingenio, afortunado por su hermosura. A sus doce mieses recién cumplidas, apenas añadía el muchacho un solo año. Caminante que lloras estas pérdidas, ojalá no llores nada.” (Marcial, Epigramas, VI, 28)

La ley permitía que un individuo o grupo familiar empleara un camino de acceso a la tumba a través de una propiedad ajena cuando fuera necesario.

“Que el camino (que desde la vía pública lleva a mi sepultura, se convierta en una servidumbre para el fundo que atraviesa, de modo que sea permitido el paso a todos) los que se ocupan de mantener la sepultura, vayan a pie o en vehículos (y a los que vayan a cumplir los ritos funerarios que he establecido).” (CIL XIH 5708)



Galia – Los dolientes – Escena funeraria. Ilustración Jean-Claude Golvin

La disposición de las sepulturas a ambos lados de los caminos permitía al viajero, cuando transitaba por ellos y pasaba ante las tumbas, detenerse y dedicar un recuerdo al difunto, ayudado por la lectura de las fórmulas funerarias, la dedicatoria y el nombre del difunto inscrito en las lápidas, en las que también solía incluirse saludos y buenos deseos para el caminante que no ignoraba las tumbas, invitación a detener sus pasos y a leer los distintos elementos que constituían su epitafio (datos biográficos, vida profesional, causa de la muerte…), advertencias en caso de daño a la tumba e incluso amenazas. Todo con la idea de que el difunto no cayera en el olvido.

“Esto es suficiente para las tumbas, y también para los que carecen de tierra: evocar con la voz de sus almas a modo de homenaje fúnebre. Las cenizas, ya tranquilas, se alegran al oír sus nombres: eso es lo que ruegan las lápidas con sus frentes escritas. Incluso aquel a quien le faltó la urna de un triste sepulcro, casi estará sepultado con que su nombre se diga tres veces. " Y tú, lector, seas quien seas, tú que te dignas a recordar mis hados en tristes elegías, ¡ojalá pases sin golpes el tiempo de tu vida y no tengas que llorar, más allá de lo justo, muerte ninguna!” (Ausonio, prefacio Conmemoración de los familiares)



Sarcófago de Tesalónica, Museo del Louvre

En Roma desde finales de la República hasta la época de Adriano existió una tendencia creciente a colocar el busto del difunto en el altar funerario, convirtiéndose este retrato en objeto de culto.

La colocación de una estatua, en la que se adaptaba el retrato del difunto, era la máxima expresión de inmortalidad y un medio seguro para atraer la mirada del viandante. 



"Aquí yace Vario, de nombre Frontoniano. Lo enterró su dulce esposa Cornelia Gala. Para evocar los dulces placeres de la vida pasada mandó grabar su rostro, sus ojos y su alma en mármol para que por mucho tiempo pudiera saciarse de su querida imagen. Su contemplación la aliviará, pues la garantía de su amor la lleva escondida en su pecho y en la dulzura que le proporciona su mente al recordarlo, y no podrá, con un olvido fácil, desaparecer de sus labios sino que mientras viva, su marido llenará todo su corazón."(CE 480)


 Publius Curtilius Agatho, Getty Museum

En el deseo de perpetuarse iba implícita una buena visibilidad de la sepultura desde el camino para que la lectura de la inscripción fuera casi inevitable, y, por eso los emplazamientos situados junto a las puertas de entrada eran muy codiciados y normalmente estaban ocupados por personajes notables en vida.

La tumba era un lugar religioso (locus religiosus) y bastaba enterrar un cadáver en un lugar para convertirlo automáticamente en sagrado, como se recoge en el Digesto.  


“Cualquiera puede, por testamento, convertir un lugar en religioso enterrando un cuerpo en su propiedad; y cuando una sepultura pertenece a varias personas, uno de los propietarios puede depositar un cuerpo ahí, aunque los demás no lo deseen. Un enterramiento puede también hacerse en la tierra de otro, si el dueño consiente; e incluso si ratifica después el lugar donde el cuerpo fue enterrado se convierte en religioso.” (
1.8.6.4)

Cicerón relata que los únicos que podían declarar una tumba como lugar sagrado eran los pontífices mediante los rituales apropiados.

"En efecto, antes de que se eche la tierra sobre los huesos, aquel lugar donde ha sido incinerado el cuerpo no tiene carácter religioso, una vez echada la tierra, entonces queda inhumado según derecho y el sepulcro recibe tal nombre y entonces adquiere finalmente muchas prerrogativas de carácter sagrado.” (Cicerón, Las Leyes, II, 57)



Museo de Urfa, Turquía, Pantheos.com

Aunque el derecho pontifical permitía a cualquiera convertir un lugar en sacro por el hecho de enterrar un cadáver, la organización social exigía que el enterramiento se produjese sólo en un lugar autorizado. La posibilidad de que alguien enterrase a un difunto en cualquier lugar convirtiéndolo automáticamente en lugar sacro podía crear más de un conflicto. Aquí intervenía el derecho civil, que lo que sí podía regular era el uso que se hiciese de un lugar sacro, siempre que, naturalmente, no afectase al derecho pontifical. Así, quien enterraba un cadáver en un lugar ajeno sin la autorización del dueño estaba obligado a desenterrarlo, sin embargo, el dueño del terreno no podía desenterrarlo si no era con la autorización de los pontífices o del Príncipe.

“Donde se han enterrado los huesos o un cuerpo por alguien que no es un familiar, se plantea la cuestión de si el propietario del terreno puede excavarlos, o trasladarlos sin un decreto de los pontífices o un mandato del Emperador, y Labeo dice que se debe obtener el permiso pontifical o una orden imperial, porque si no se lanzará una demanda por injurias contra la persona que trasladó los restos.” (Digesto, 11.7.8.0).

El traslado de los restos humanos por diversas circunstancias a otras sepulturas o cementerios y las reparaciones de los monumentos funerarios requerían igualmente el permiso de los pontífices.

“Pidiéndome algunas personas que les permitiese, según el ejemplo de los anteriores procónsules, trasladar a otro lugar los restos de los suyos por el daño sufrido en las tumbas por el paso del tiempo o por el desbordamiento de un rio u otras causas semejantes a estas, como sabía que en Roma en las causas de esta naturaleza las peticiones suelen dirigirse al colegio de los pontífices, pensé que debía consultarte, señor, como pontífice máximo, qué regla querías que yo siguiese.” (Plinio, Epístolas, X, 68)

El permiso para rehabilitar la sepultura o el recinto donde ésta se encontraba se podía incluir en el epitafio mismo con la idea, quizás, de que se supiera que todo se había hecho conforme a la ley. En el siguiente epitafio se describe la localización exacta del monumento con todo detalle.

“Aulus Sergius Heliodorus que pidió a los pontífices que le permitieran restaurar el techo caído de su monumento de acuerdo a la ley. Este está situado en la vía Flaminia entre el segundo y tercer miliario; cuando caminas por la derecha desde la ciudad, esta entre las tumbas vecinas de Heduleia Aphrodisia, hija de Gaius, y de Hermes, liberto y archivero de Augusto, y la de Trebia Albina.

[Aulus Sergius Heliodorus] construyó esta tumba para sí y su esposa Ulpia Heliada y para sus libertos y libertas y sus descendientes. Quede este monumento libre del mal.”



Tumbas romanas en la vía Flavia, cementerio de Isola Sacra

La tumba, según Ulpiano, se compone de dos conceptos diferentes el sepulcro, lugar donde los restos humanos, quemados o incinerados, son enterrados y el monumento, que implica cualquier edificación levantada en el suelo con el único propósito de conservar la memoria del difunto.

“Un sepulcro es donde se deposita el cuerpo humano o sus huesos” (Digesto, XI, 7, 2, 5); “Un monumento es lo que se erige con el propósito de mantener la memoria del fallecido” (Digesto, XI, 7, 2, 6)



Estela funeraria de Q Gesius Petilianus,
Museo del Louvre

Según Ulpiano si solo existe el monumento sin tumba, este se puede vender, si se trata de un cenotafio la venta debe indicarse en el testamento, para que también pueda venderse. Los emperadores Marco Aurelio y Lucio Vero proclamaron que este tipo de estructura no es religiosa. Por lo tanto, si hay restos humanos en el monumento funerario, este adquiere estatus religioso y queda protegido por la ley religiosa, en caso contrario, se convierte en un lugar no religioso y queda sujeto a la ley comercial. Son, entonces, los restos humanos los que garantizan la inviolabilidad e inmunidad de la tumba.

“En tanto que haya solo un monumento, cualquiera puede venderlo o cederlo, si, en cambio, se convierte en un cenotafio, debe registrarse que puede venderse; ya que los Hermanos Divinos (Marco Aurelio y Lucio Vero) emitieron un rescripto declarando que una estructura de esta clase no es religiosa.”(Digesto, XI, 7, 6, 1)

También en el Digesto se dice claramente que un lugar destinado a enterramiento no se convierte en res religiosa totalmente, sino solo la parte donde el cuerpo está enterrado. Igualmente, los monumentos funerarios, si estaban erigidos sobre los restos humanos con el único propósito de proteger la memoria del difunto se consideraban sagrados, es decir, los monumentos no ocupados eran susceptibles de ser vendidos o comprados.

"En general un monumento es algo que se trasmite para la posteridad como un memorial; y en caso de que el cuerpo o sus restos estén dentro se convierte en un sepulcro; pero si no hay nada depositado dentro, se convierte solo en un monumento erigido como un memorial al que los griegos llaman cenotafio, es decir, un sepulcro vacío.” (Florentius, Digesto, XI, 7, 42)



Cenotafio, Saint-Rémy-de-Provence, Francia

La ley prohibía la alienación por el comercio de los lugares sagrados o religiosos, pero se permitía la compra-venta si se mantenía la función funeraria.

“Es nuestra práctica que los propietarios de tierras con lugares para sepulturas tienen el derecho de acceso a los sepulcros, incluso tras vender la tierra. Las leyes relativas a la venta de propiedades establecen que se reserve derecho de paso a los sepulcros que allí se encuentran, además del derecho de aproximación y rodeo con el propósito de celebrar funerales.” (Digesto, XLVII, 12, 5)

Así pues, el primer problema en la vida cotidiana ante el hecho de la muerte era encontrar un lugar “legal” donde depositar el cuerpo una vez fallecido. En Roma se encontró una inscripción procedente de la vía Ostiense en la que se deja patente que un labrador había solicitado permiso para construirse una tumba y posteriormente se le concedió, por lo que se ve que en el mundo romano era importante asegurarse el lugar de sepultura antes de fallecer.



“Siendo el labrador de un huerto en la vía Ostiense que pertenece al collegium de la Divina Faustina la mayor, y pagando una renta anual de 26.000 sestercios, pagados regularmente durante varios años hasta la fecha, ruego por justicia de tu parte, Salvio, señor, puesto que tu excelente colega, Euphrata, presidenta de la asociación de Faustina la mayor, cuando se lo solicité, te permitió acceder a que yo construyera un monumento (memoriola) de 20 pies cuadrados debajo de la colina, agradeceré a tu Genio si mi monumento es a perpetuidad, con acceso a él y a su alrededor. (Petición) de Geminius Eutyches.”

“Euphrata y Salvius a Chrysopes, Pudentianus, Hyacinthus, (y) Sophron, cuestores, y a Basilius e Hypurgus, escribas, saludos: una copia de la petición enviada a nosotros por Geminius Eutyches, labrador, adjunta a nuestra carta, y, dado que implica (posible) permiso a otros labradores también, vigilareis que no se haga un monumento más grande de lo que él ha solicitado. Enviado el 25 de Julio, en el consulado de Albinus y Maximus.”
 (CIL VI, 33840- 227 d.C.)



Pilar del labrador, Museo Nacional de Historia del Arte de Luxemburgo

Quienes vivían en una ciudad y quería enterrarse en una de las necrópolis de la ciudad tenían que adquirir el terreno, pero las medidas de las tumbas variaban mucho de unas zonas a otras del Imperio, y guardaban relación con el precio del suelo. En general en Italia eran más reducidas que en el resto del Occidente debido a la escasez de suelo disponible, pues ya desde las leyes de las XII Tablas se exigía que los enterramientos no inutilizaran tierras de buenos rendimientos agrícolas, aunque esta medida debía ignorarse con frecuencia.

“Estos huertos próximos a tu casa, Faustino, el pequeño campo y los húmedos prados son de Fenio Telesforo. Aquí enterró las cenizas de su hija y consagró el nombre que lees de Antula, más que digno él mismo de ser leído. Lo natural habría sido que el padre hubiera bajado [antes] a las sombras Estigias; pero ya que no pudo ser, que viva, para que honre los huesos [de su hija].” (Marcial, Epigramas, I, 114)

La legislación romana contenía también algunas disposiciones sobre delimitación de tumbas y herencia de las mismas. La organización del espacio funerario corría a cargo de los magistrados locales, de tal manera que las distintas actividades de carácter legal relacionadas con estas propiedades (compra, venta y especificación de las medidas de cada parcela) quedaban registradas en el
tabularium de cada ciudad, donde se guardaba la forma o mapa de su territorio. La disposición definitiva de una necrópolis podía verse modificada por las características del terreno. 

“Lucius Lucilius, que fue conocido como hijo de Quintus, nieto de Cneo, de la tribu Claudia; Caius Lucilius Statius. Liberto de Caius. Esta sepultura se extiende en un cuadrado de un octavo de acre romano; el sepulcro está en medio.” (CIL 1.2137)



Sarcófago de Afrodisias, Turquía, foto de Bernard Gagnon

Los diferentes miembros de las élites de Roma eligieron alguna de sus posesiones rústicas para erigir sus monumentos funerarios y los de sus familiares más queridos. Los motivos pudieron ser muy variados, como los vínculos afectivos generados con determinadas propiedades heredadas de sus ancestros; la belleza de algunas de estas posesiones rurales; los deseos de escapar de los altos precios exigidos por la compra de parcelas funerarias suburbanas; el intentar evitar la imposición de sanciones pecuniarias por desarrollar programas constructivos monumentales que pudiesen superar la limitación en los gastos funerarios que imponían las leyes suntuarias.

“Este pequeño bosque y estas hermosas yugadas de tierra de cultivo los ha consagrado Fenio al eterno homenaje de unas cenizas. Este sepulcro cubre a Antula, tempranamente arrebatada a sus seres queridos, y en él se mezclarán con Antula sus dos progenitores. Si alguien pretende este campo, se lo aviso, que no lo espere: éste permanecerá perpetuamente al servicio de sus dueños.” (Marcial, Epigramas, I, 116)



Estela funeraria de Onesimus, su mujer e hija. Museo de Tesalónica, Grecia

Frente al emplazamiento de las estatuas decretadas por los decuriones en espacios urbanos, las tumbas de los honrados pudieron ubicarse en necrópolis urbanas o en sus posesiones rústicas, independientemente de que sus ciudades les hubieran adjudicado 
loca sepulturae. La concesión de una parcela para situar la tumba en la necrópolis de una determinada ciudad no obligaba ni condicionaba al honrado a ser enterrado en ella.

Entre los motivos que pudieron condicionar la decisión de emplazar la tumba en un 
fundus privado debía encontrarse la necesidad que se tenía en el mundo romano de ser enterrado en un lugar donde se contase con familiares o dependientes que se encargasen de mantener el sepulcro y de realizar, periódicamente, los rituales funerarios establecidos en recuerdo del difunto. No obstante, el enterrarse en una propiedad rústica no siempre garantizaba el mantenimiento de la tumba ni la realización periódica de ceremonias conmemorativas en memoria de los fallecidos.




Torre-mausoleo en Dougga, Túnez. Ilustración de Jean-Claude Golvin

Cicerón temía levantar la tumba de su hija Tulia en el interior de un fundus por temor a que un futuro cambio de propietario dejase la tumba desatendida. 

“Es un santuario lo que yo quiero hacer y no es posible disuadirme de ello. Mi interés en evitar la semejanza con un sepulcro no es tanto por la indemnización legal como por conseguir al máximo una 'divinización'. Sería posible si lo hiciera en la propia finca, pero, como hemos comentado con frecuencia, me echan para atrás los cambios de dueños. En el campo, dondequiera que lo haga, me parece que podré conseguir que la posteridad le tenga veneración.” (Cicerón, Cartas a Ático, XII, 36)

En el Testamento del Lingón (CIL XIII, 5708) se aporta una solución que parece haberse seguido habitualmente y que consistía en el establecimiento, mediante un fideicomiso, de una fundación sepulcral destinada al mantenimiento de determinada sepultura por la que en una parcela de tierra autónoma, separada del resto de las propiedades del difunto, se situaba la tumba, asignándose unos lotes de tierra a los libertos de la familia, a cambio de que éstos y sus herederos cuidasen a perpetuidad del sepulcro y abonasen una renta que se destinaría al mantenimiento del culto funerario.

"(Mando también) que todos mi libertos y libertas, a los que he manumitido en vida y a los que manumito en este testamento, paguen cada año una cuota (como alquiler de las tierras que les he concedido y que sus sucesores sigan pagando, a perpetuidad, esta contribución), … 



Urna cineraria de Aquileia, Museo de la Civilización romana, Roma

Otro motivo por el que un significativo número de miembros de las aristocracias locales optaron por recibir sepultura en sus 
fundi pudo haber sido el deseo de no ser enterrados en necrópolis urbanas que, a lo largo de los siglos I y II d.C., se fueron convirtiendo en espacios para la autorrepresentación de “nuevos ricos” y se llenaron de tumbas pertenecientes a los libertos, los cuales las utilizaban para hacer ostentación del éxito obtenido en vida. Estos grupos de población, entre los que destacaron los libertos enriquecidos por el desarrollo de actividades comerciales o artesanales, aprovecharon la ausencia de una legislación que regulase el uso de los espacios privados dentro de las necrópolis para construir tumbas monumentales, ricamente ornamentadas con inscripciones, relieves, estatuas y pinturas murales, que sirvieron para su autoconmemoración. Muchas de las personas que eligieron los sepulcros como lugares para levantar estatuas de ellos mismos y de otros miembros de sus familias carecerían del prestigio o de los méritos necesarios para obtener de las autoridades locales la concesión de homenajes estatuarios en espacios públicos de sus ciudades, por lo que debieron conformarse con erigirlos en sus monumentos funerarios, dado que, en las áreas de enterramiento, los dueños de los loca sepulturae tuvieron plena libertad para emplazar en ellos grupos escultóricos sin necesitar permiso alguno de los senados locales. Por tanto, muchos notables locales optarían por ser enterrados fuera de las áreas de sepultura suburbanas, en tumbas construidas en sus propiedades rústicas, evitando tener que mantener o adquirir una sepultura vecina a tumbas de antiguos esclavos que, además, eran proclives a hacer continua ostentación, en ellas, de la buena posición económica que lograron tras su manumisión, de los honores recibidos o de los actos de evergetismo realizados durante su vida.

“Te vas a reír, luego te vas a indignar, por último, te vas a reír otra vez, si llegas a leer lo que, a no ser que lo leas con tus propios ojos, no podrás creerlo. En la carretera a Tibur, a menos de una milla de Roma (lo he visto recientemente) se encuentra el monumento funerario de Palante con la siguiente inscripción: «A este el senado por su fidelidad y afecto para con sus patronos le decretó las insignias de pretor y la suma de quince millones de sestercios, pero se contentó solo con el honor. En verdad que nunca me he preocupado en exceso por esos honores, cuya concesión a menudo depende más de la fortuna que de una decisión justa; sin embargo, esta inscripción especialmente me hizo comprender cuan inapropiados y cómicos eran los honores que a veces se arrojaban en cenagales y basureros de esta naturaleza, y que, en fin, aquel sinvergüenza se había atrevido a aceptar y luego a rechazar, e incluso transmitir a la posteridad como un ejemplo de moderación. Pero, ¿Por qué me indigno? Es mejor reírse, para que tales personajes no crean que han conseguido algo notable, cuando su fortuna los ha llevado tan solo a ser objeto de burla general. Adiós.” (Plinio, Epístolas, VII, 29)



Tumbas de Munatius Faustus y Naevoleia Tyche, Pompeya

En la foto de la izquierda está la tumba original de Caius Munatius Faustus. En el centro está la tumba que su viuda, Naevoleia Tyche, hizo posteriormente con más decoración e indicando el honor que había sido concedido a su esposo (o a ella misma) por el municipio (un 
bisellium), el cual está resaltado en su monumento (foto derecha)

“Naevoleia Tyche, liberta de Lucius, para ella y Caius Munatius Faustus, augustal y hombre del campo, a quien (él o ella) el municipio, con el consentimiento del pueblo, decretó un bisellium por sus méritos. Este monumento Naevoleia Tyche lo hizo para sus libertos y libertas y para los de Caius Munatius Faustus mientras ella vivía.” (ILS 6373, siglo I d.C. Pompeya)

Pese a la preferencia de un importante número de notables locales por ser enterrados en sus 
fundi, que les pudo llevar hasta rechazar la concesión de loca sepulturae públicos, éstos se preocuparon de dejar constancia, en los tituli (inscripciones) colocados en las fachadas de sus tumbas, de los cargos que desempeñaron en las ciudades y de los honores fúnebres que las órdenes decurionales les decretaron, mostrando de esta forma su deseo de hacer ostentación de los éxitos alcanzados en la esfera pública ante los dependientes y amigos que tuviesen en las zonas rurales. Los notables enterrados en sus propiedades no renunciaron, pues, a exponer públicamente sus méritos en los monumentos funerarios ni a mostrar en ellos el poder y el prestigio alcanzado en la vida pública, como también lo prueba la construcción de tumbas monumentales emplazadas en lugares prominentes de las villas o situadas junto a caminos públicos. A lo que sí renunciaron fue a mostrarlos junto con los libertos en las necrópolis urbanas, evitando entrar en una competición.

Muchas inscripciones enseñan el relato de la vida del difunto, a veces desde su nacimiento hasta su muerte, indicando sus logros o fracasos y los honores recibidos por sus méritos.

INSCRIPCIÓN DEL SEGADOR DE MACTAR (TÚNEZ)

Nací en una familia pobre con un padre de pocos recursos Que no poseía riqueza municipal ni su propia casa.
Con este comienzo viví cultivando la tierra ni para la cual, ni para mí había descanso cuando se recogían las cosechas yo era el primer recolector en cortar los tallos.
Cuando nuestras cuadrillas marchaban a los campos
Para buscar las llanuras nómadas de Cirta o las de Júpiter antes que nadie yo era el primero en los campos dejando atrás el campo lleno de gavillas
Yo recolecté doce cosechas bajo el abrasador fuego del sol entonces abandoné el trabajo manual y me convertí en capataz.
Durante once años dirigí las cuadrillas de cosechadores y cortamos los campos de Numidia.
Este trabajo y vida eran buenos para un hombre de pocos medios.
…………………………………………………………………………………….
Me hizo dueño de una casa y proporcionó una granja
-a la casa no le falta ningún lujo.
Y mi vida ha recogido una cosecha de honores:
fui inscrito entre los senadores municipales, elegido por ellos y me senté también en el consejo.
De ser un pobre campesino, llegué a censor municipal.
Fui padre y viví para ver a mis hijos y mis queridos nietos. 
………………………………………………………………………………………
He pasado los años brillantes de mi vida como merecí. Años que ninguna lengua indomable puede mancillar.
Aprended, mortales, a vivir una vida libre del mal.
Mereció morir así, quien vivió una vida sin engaño.

(CIL VIII 11824 = CLE 1238 = ILS 07457)



Reichnisches Landesmuseum Trier, Alemania

Las tumbas se concebían como espacios individuales o familiares, pero, se podía prohibir su uso a los herederos añadiendo la expresión "hoc monumentum (sive sepulcrum) heredes non sequetur", con la posible intención de evitar que los mismos pudieran disponer del terreno o sus construcciones funerarias para venderlos y así impedir los ritos debidos al propietario original. La fórmula “hoc monumentum heredem exterum non sequitur” era una variante para referirse posiblemente a los herederos que no llevaban el mismo nomen del difunto (familia y libertos) de forma que la tumba no cayera en manos de personas que, aunque con derecho a heredar, no se sentirían obligados a cuidar del monumento o dedicarse al culto del dicho difunto, el cual también solía reservarse el derecho de prohibir que otro cuerpo fuera introducido en esa misma tumba.

“Caius Atilius Euhodus, liberto de Serranus, un comerciante de perlas de la vía Sacra, está aquí enterrado. Caminante, adiós.
Últimas voluntades; no se permite enterrar en este memorial a nadie que no sea aquellos libertos a los que he otorgado ese derecho por testamento.” (CIL I, 1212)



Estela funeraria de los libertos Publius Licinius Philonicus y Publius Licinius Demetrius.
Museo Británico, Londres 

Los herederos tenían la obligación de mantener la propiedad, de cuidar y atender la sepultura, y sólo si ésta era pequeña y la parcela en que se ubicaba muy grande, podían vender una parte de la misma. La tumba quedaba siempre bajo control familiar, y cualquier venta que fuera en contra de esta disposición se consideraba nula.

Entre los cuidados que se debían dedicar a las sepulturas estaba la obligación de llevar flores en días determinados, generalmente especificados en el calendario festivo romano, como los días de los Parentalia, Rosalia o Violaria, o en días establecidos por los difuntos, que lo dejaban escrito en sus monumentos funerarios.

“A los Dioses Manes. A Lucius Caesernius Primitivus, quinquenal y jefe de la decuria del colegio de los artesanos (collegium fabrum) y a su esposa Ollia Primilla. En sus testamentos dejaron 200 denarios a las cuatro decurias del colegium fabrum para que traigan rosas (a su tumba) en el día del festival de Carna. Lucius Caesernius Primitivus (hizo erigir esta lápida) a sus padres.” (CIL III, 3893)





Las familias más pudientes podían elegir ubicación y reservar terreno de sobra, y, siempre que se lo pudieron permitir, los rodearon de huertos y jardines funerarios, destinados a hacer más placentero el discurrir cotidiano de los fallecidos en la otra vida, y también a la producción de rentas asociadas al mantenimiento de las tumbas.

“A la memoria eterna. Marcus Rufius Catullus, curator de los navegantes del Ródano, para sí mismo, vivo, para su hijo Rufus Rufianus, su hija Rufia Pupa y su hija Rufia Sacirata, fallecida a los 22 años, lega (…) denarios a perpetuidad para la finalización y mantenimiento de esta edícula con su viña y sus muros, así como para costear un banquete todos los meses de treinta (días), de forma que se consuma el decimocuarto. Esta tumba se dedica bajo el ascia. El monumento y su dominio no pasará a los herederos.” (CIL XIII, 2494)

Este epígrafe corresponde a una tumba construida por M. Rufius Catullus a la muerte de su hija Sacirata para albergar las cenizas del resto de los miembros de la familia, aunque no se menciona a la esposa. La tumba de M. Rufius Catullus constituye un auténtico cepotaphium, e incluye una viña funeraria rodeada de un recinto mural como espacio aislado en el que llevar a cabo los banquetes de aniversario en memoria del difunto. El texto contiene la prescripción de una fundación funeraria con un doble objetivo: el mantenimiento y acabado del conjunto y el banquete que debe ofrecerse a perpetuidad todos los decimocuartos días de los meses de treinta (es decir, seis veces al año), para lo que se destina una suma de denarios cuyo montante no conocemos por no haberse conservado esta parte del epígrafe. La protección de la tumba –cuyo carácter religioso viene reconocido por la expresión memoria aeterna– a través de la fórmula sub ascia, que la somete a un régimen jurídico particular, y de la cláusula de exclusividad que la protege jurídicamente (haec opera sive locus heredem non sequetur) eliminando a los herederos testamentarios extraños y asegurando el uso exclusivo a familiares directos o libertos.



Tumba 29 Isola Sacra. Necrópolis de Portus. https:// www.flickr.com/photos/ manolo_ramirez/ 

El cepotaphium era habitualmente una tumba con un jardín alrededor o adyacente en el que se plantaban un huerto vegetal o de flores o ambos que podían utilizarse para adorno de la sepultura proporcionando un lugar agradable en el que reposar al difunto, o bien aprovechando el beneficio de su venta para mantenimiento del recinto. Los legados testamentarios podían incluir el pago de un guarda para proteger tanto la tumba como el jardín.


"Quiero, además, que el terreno para mi sepulcro tenga cien pies sobre la vía pública y doscientos sobre el campo, porque deseo que alrededor de mi tumba se planten toda clase de árboles frutales y, sobre todo, mucha viña. Nada me parece tan absurdo como el que cuidemos tanto las casas en que vivimos unos cuantos años y descuidemos en absoluto las tumbas, casas en las cuales debemos de permanecer eternamente. Pero, ante todo, quiero que se grabe en la mía esto: Mi heredero no tiene derecho alguno sobre este monumento. Por lo demás, ya tratare por mi testamento de que no puedan recibir mis restos injuria alguna, pues uno de mis libertos será nombrado custodio de mi tumba para impedir que la profanen los paseantes."(Petronio, Satiricón, LXXI)

La más viva descripción de lo que los romanos tenían en mente a la hora de describir los jardines anexos a sus tumbas es la proporcionada por un residente en Roma durante la época de Augusto, de origen griego, llamado Patrón, que decoró la suya, en la vía Latina, con frescos que mostraban un paisaje de jardín y un epitafio de mármol en versos hexámetros que describía la propiedad:

“Ni las zarzas, ni los espinosos abrojos bordean mi tumba, ningún chirriante murciélago vuela alrededor, sino que todo tipo de agradables árboles rodean mi sarcófago, vanagloriándose de sus ramas cubiertas de frutos. El ruiseñor de claro trino revolotea, y la cigarra emite su melodía con labios de miel, y la golondrina cecea sutilmente, y el gorgojeante grillo saca de su pecho su dulce son. Cualquier cosa que le es placentera a los mortales, yo, Patro, la he conseguido para poder tener un lugar agradable en el Hades.” 



Acuarela. Tumba de Patrón

En una placa con inscripción perteneciente al complejo funerario de Claudia Peloris, liberta de Octavia, hija del emperador Claudio, y de Tiberius Claudius Eutychus, liberto imperial, legado a sus hermanas y libertas y sus descendientes se muestra un plano con un monumento funerario, edificios para su mantenimiento y un jardín funerario.



Plano y tumba de Tiberius Claudius Eutyches, Isola Sacra, Italia

En el entorno de las tumbas también se edificarían instalaciones dedicadas a celebrar los banquetes funerarios que se llevaban a cabo tras los funerales o durante las diversas fiestas anuales para recordar a los difuntos como la de Parentalia. Estas construcciones se asemejarían a los comedores (triclinia) de las grandes mansiones romanas en un intento de asimilar el mundo de los muertos al mundo de los vivos.


“Túmulos, pirámides, lápidas, y epigramas, muy poco duraderos, ¿cómo no van a ser absurdos y apropiados para juegos? Algunos instituyeron certámenes y pronunciaron discursos fúnebres ante las tumbas, como si estuvieran ejerciendo de abogados o testigos del muerto ante los jueces del mundo subterráneo. Para colmo de todo eso, llega el banquete ritual. Asisten los parientes y se dedican a consolar a los padres del difunto; los persuaden para que prueben la comida, y la toman no sin apetito, por Zeus, ni porque los fuercen ellos, sino porque están desfallecidos después de tres días ininterrumpidos sin probar bocado. 

Y van diciendo: «¿Hasta cuándo, oye tú, nos lamentaremos? Deja ya descansar a los espíritus del bienaventurado difunto. Y si has decidido llorar y llorar, por eso precisamente te conviene no estar sin comer, para que tengas fuerzas para hacer frente a un dolor tan fuerte.”
(Luciano, Sobre el luto, 22-24)



Triclinium, Catacumba de Kom el Shoqafa, Alejandría, Egipto

El triclinium podía erigirse también dentro del cepotaphium en el que se podría encontrar todo tipo de utensilios destinados a servir la comida para los familiares del difunto.

“Un triclinium con un enrejado y un pavimento, mesa de piedra con base, una mesa de mármol, el tanque de agua del acueducto con sus tuberías y tres grifos de bronce, la fuente en forma de lirio de bronce, tres asientos, tres bancos, dos mesas cuadradas, una mesa de madera de arce, escalones de mármol travertino hacia el osario, las viñas, el jardín.” (AE 1986)

Las alusiones a los alimentos en las sepulturas bien podían deberse a las ofrendas que se debían a los dioses o las viandas que los muertos necesitaban en su viaje al mundo de ultratumba. Algunos difuntos dejaron en sus testamentos e indicaron en sus epitafios legados para que sus herederos ofrecieran comida o vino durante sus funerales y posteriormente en sus tumbas.

“A los espíritus de los difuntos hijos y esposa de Publicius Calistus, que consagró para sí una viña de dos tercios de la mitad de un acre, de cuya producción desea libaciones de no menos de 15 medidas de vino para sea vertido por él cada año.” (CIL XII, 1657)



Estela de Maternus, Römisch-Germanisches Museum, Colonia, Alemania

Parece evidente que los que disfrutaban de dichos alimentos eran los parientes vivos y las sobras las recogían los indigentes que se cobijaban entre las tumbas.

“A ti en cambio se te sirve en una escudilla minúscula un langostino encerrado dentro de medio huevo, una comida de ofrenda fúnebre.” (Juvenal, Sátiras, V)

La violatio sepulcri, o violatio funebris, fue el tipo de delito funerario más temido por el romano, y que más se castigó, pues una tumba podía ser profanada de muy diversas maneras, incluso de forma involuntaria. Para protegerla, además de las frecuentes consignaciones epigráficas destinadas a evitar la venta, reutilización o traspaso por parte de los herederos del difunto o de cualquier otro individuo, que no siempre se respetaba, existía una legislación cuyo fin último era garantizar el valor sagrado del espacio funerario, el respeto del sepulcro y la memoria de los Manes, íntimamente ligada a los orígenes de la familia y también a la tierra.

La pena podía consistir en la condena a las minas para los más humildes y en la deportación para los de elevada condición social. En la época de Septimio Severo llegó a instituirse la pena capital.

“Los gobernantes están acostumbrados a proceder más severamente contra aquellos que ultrajan los cuerpos, especialmente si van armados; porque si cometen el delito armados como ladrones, serán castigados con la pena capital, como proclamó el divino Severo en un rescripto, pero si lo cometen desarmados, cualquier condena puede imponerse incluso la sentencia a trabajo en las minas.” (Digesto, XLVII, 12, 3, 7)



Sarcófago romano, Seleucia Pieria, Turquía, foto de Htkava

Pero esta legislación no impidió que la violación de las tumbas, el robo de objetos de valor o la simple profanación -incluso haciendo sus necesidades encima o al lado de las tumbas- fuera una práctica extendida en la antigua sociedad romana. Prueba de ello es la gran cantidad de epitafios hallados en distintas partes del Imperio en los que aún podemos leer súplicas para que no se lleve a cabo la profanación, advertencias sobre el mal que les puede venir a los transgresores, e incluso los deseos de venganza contra los infractores.

“¿Por qué lloras? Así ha ocurrido, buen esposo, vive tú, adiós. Pero a ti, envidioso, que miras con malos ojos que mis huesecillos estén aquí enterrados, te deseo que -retrasándose tu muerte- vivas enfermo y sin recursos” (CLE 1299).

Los deportados debían ser enterrados en el lugar de la deportación, condenándolos también a que su tumba, lejos de su familia fuese también olvidada. Las inscripciones demuestran que el difunto protegía su monumento indicando en su epitafio que el profanador sería castigado con una multa, habitualmente pecuniarias. Estas disposiciones funerarias particulares correspondían a leyes privadas, que al no ir en contra de la legislación general y estar fundamentadas desde la Ley de las Doce Tablas tenían validez jurídica. Los beneficiarios de las cantidades que podían recabarse de las multas impuestas por los delitos en relación a la violación de una sepultura en cualquiera de sus formas podían ser: el pueblo romano a través del tesoro, instituciones públicas, el fisco imperial, colegios sacerdotales como el de los pontífices de diferentes comunidades o el de las Vestales en Roma, asociaciones profesionales (
collegia) y, especialmente desde el siglo IV, la Iglesia. A veces se ofrecía una parte de la multa a la persona que delataba el crimen.

“Yo, Aurelia Rhodous, hija de Hermaios, hijo de Dionysidoros, de Olympos, erigí la tumba para mí misma, mi marido Demetrios y nuestros hijos y nuestros descendientes, y para la más dulce nodriza Olympias, ya fallecida, y para Hermaios, hijo de Dionysidoros, mi padre, y mi madre Chrysogonia and mi segundo marido marido Makarios, ecónomo (oikonomos) del pueblo de Lycia. No se permite enterrar a nadie aquí, la persona que ilegalmente entierre a alguien pagara a la polis de Olympos 1.500 denarios, llevándose la persona que traiga la acusación un tercio. Yo también atendí el entierro de mi hermano de leche Euprepes, de Olympos, y su esposa Aurelia, también de Olympos.” (TAM II 1163)



Estela funeraria de Tesalónica de Aelius Julianus y su familia, Museo Arqueológico de Estambul

En las campañas de propaganda electoral que tenían lugar cada año en los municipios romanos, a veces se escribía donde no se debía. Se hacían pintadas, sobre las tumbas, con los nombres de aquellos candidatos que deseaban presentarse en las campañas electorales para magistrados, lo que puede ser prueba de que los ciudadanos solían leer las inscripciones funerarias. Por ello se aprovecha a veces el mismo epitafio para recordar al infractor que debía respetar aquel lugar.

“Ésta es a la que enterraron su esposo y su padre. Respeta esta obra, tú que andas escribiendo, pues los epitafios con su duelo urgen a ello, y que tu mano se lleve a casa los nombres de los candidatos.” (CLE 1466).



Graffiti electoral, Pompeya

Ver entrada: Funus romanorum, ritos funerarios de la antigua Roma
Ver entrada: Parentalia, días de los difuntos en Roma



Bibliografía:

http://mikroarkeologi.se/publications/ch5_Regina.pdf; From Corpse to Ancestor: The Role of Tombside Dining in the Transformation of the Body in Ancient Rome; Regina Gee
https://www.academia.edu/3990773/De_la_agonía_al_luto._Muerte_y_funus_en_la_Hispania_romana; DE LA AGONÍA AL LUTO. MUERTE Y FUNUS EN LA HISPANIA ROMANA; Desiderio Vaquerizo Gil
https://www.academia.edu/8235909/Ne_velis_violare._Imprecaciones_contra_los_profanadores_de_tumbas; Ne velis violare. Imprecaciones contra los profanadores de tumbas; Javier DEL HOYO
https://www.academia.edu/7022789/_Funerary_Monuments_and_Collective_Identity_From_Roman_Family_to_Christian_Community_Art_Bulletin_87_3_September_2005_433-57; Funerary Monuments and Collective Identity: From Roman Family to Christian Community; Ann Marie Yasin
https://www.academia.edu/33764523/ROMAN_LAW_CONCERNING_FUNERARY_MONUMENTS._CASE_STUDY_BASED_ON_SOME_FUNERARY_EPIGRAPHS_BELONGING_TO_MILITARY_PERSONNEL_ON_BOTH_SIDES_OF_THE_MIDDLE_AND_LOWER_DANUBE; ROMAN LAW CONCERNING FUNERARY MONUMENTS. CASE STUDY BASED ON SOME FUNERARY EPIGRAPHS BELONGING TO MILITARY PERSONNEL ON BOTH SIDES OF THE MIDDLE AND LOWER DANUBE; Lucian‑Mircea Mureșan, Ioana Mureșan
https://www.academia.edu/36083492/Roman_tomb_gardens_-_2018; Roman Tomb Gardens; John Bodel
https://www.academia.edu/1164331/The_Festival_of_Carna_at_Emona; The Festival of Carna at Emona; Marjeta Šašel Kos
Tricontis petrudecameto, Un banquete funerario en memoria de un nauta galorromano; Francisco Marco; Miscelánea de estudios en homenaje a Guillermo Fatás Cabeza
https://www.researchgate.net/publication/324220106_Entre_la_urbs_y_el_fundus_conmemoracion_funeraria_y_honorifica_de_las_elites_locales_hispano-romanas_en_sus_propiedades_rusticas; ENTRE LA VRBS Y EL FVNDVS: CONMEMORACIÓN FUNERARIA Y HONORÍFICA DE LAS ÉLITES LOCALES HISPANO-ROMANAS EN SUS PROPIEDADES RÚSTICAS; ENRIQUE MELCHOR GIL
https://www.academia.edu/2555736/_Aspectos_legales_del_mundo_funerario_romano_en_D._Vaquerizo_Ed._._Espacios_y_usos_funerarios_en_el_Occidente_Romano._Córdoba_pp._369-378; ASPECTOS LEGALES DEL MUNDO FUNERARIO ROMANO; José REMESAL RODRÍGUEZ
https://www.academia.edu/30890896/VIOLATIO_SEPULCHRI_BETWEEN_THE_LEGAL_CONCEPT_AND_ROMAN_FUNERARY_PRACTICE_IN_THE_BALKANS; VIOLATIO SEPULCHRI – BETWEEN THE LEGAL CONCEPT AND ROMAN FUNERARY PRACTICE IN THE BALKANS; Lucian-Mircea Muresan 
http://www.thamyris.uma.es/epitafios.pdf; Halagos, piropos y delicadezas en los epitafios romanos; MARÍA DOLORES VERDEJO SÁNCHEZ
http://philipharland.com/greco-roman-associations/310-regulations-of-the-worshippers-of-diana-and-antinous/
https://thepetrifiedmuse.blog/; Peter Kruschwitz
Illustrated Introduction to Latin Epigraphy; Arthur Ernest Gordon; Google Books
Death and Burial in the Roman World; J. M. C. Toynbee; Google Books
Spirits of the Dead, Roman Funerary Commemoration in Western Europe; Maureen Carroll; Oxford University Press


Sit tibi terra levis, el descanso de los difuntos en la antigua Roma (II)

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Estatua funeraria de un poeta

Las autoridades municipales podían decretar la adjudicación de un locus sepulturae escogido para algún miembro de la comunidad que hubiese merecido tal honor por haber prestado un gran servicio a sus ciudadanos, como, por ejemplo, costeando alguna infraestructura básica u ornamental para la ciudad. A veces se incluía los gastos del funeral y colocación de estatuas también, aunque, en la mayoría de los casos, la familia del difunto, por el honor recibido, acababa asumiendo el gasto.

En determinados casos eran varios municipios a la vez los que honraban al mismo ciudadano incluyendo los mismos obsequios o parte de ellos, aunque, obviamente este solo pudiera ser enterrado en un único lugar.

“El municipio Flavio Besuccitano en memoria y para celebridad de tan ilustre patricio, le decretó y ordenó que se le tributasen honras con panegírico, lugar de sepultura, coste del funeral, exequias y retrato al natural en estatua. El municipio Flavio Laminitano (¿Alhambra?), por decreto "de sus decuriones, panegírico y estatua; el municipio Flavio Tugiense (Toya, cerca de Cazorla), por igual decreto, panegírico, coste del funeral, estatua;' el municipio Flavio Vivaciense (Baeza) por semejante decreto, panegírico; coste del funeral, lugar de sepultura; los ciudadanos y los advenedizos Besuccitanos, estatuas. Cayo Sempronio Céler su padre, y Sempronia Auge su madre, satisfechos con el honor, tomaron sobre sí las expensas. Lugar es este, que se les dio por decreto de los decuriones Besuccitanos." (CIL 3251)

Como proveerse en vida de una sepultura para tener un acceso apropiado al mundo de los muertos era algo que no estaba al alcance de toda la población, los que no tenían suficientes recursos económicos, se apuntaban a collegia tenuiorum, asociaciones privadas, a veces de carácter profesional, que reunían a hombres libres y esclavos de escaso poder adquisitivo. 

Un entierro apropiado era de enorme importancia en la sociedad romana y la pertenencia a un collegium (asociación corporativa) ayudaba a asegurar que se llevaban a cabo los ritos correctos. Estas asociaciones se documentan desde mediados del siglo I d.C., pero fueron más frecuentes a partir de que el emperador Claudio autorizara y regulara su funcionamiento. Algunos colegios disponían de espacios propios en las necrópolis para enterrar a sus miembros.

"Propiedad del collegium de actores y cantantes griegos, y construida de su fondo común. Aprobado pr Maecenas Mal(…), hijo de Decimus, maestro de ceremonias fúnebres y patrón del collegium. Marcus Vaccius Theophilus, liberto de Marcus, y Quintus Vibius Simus, liberto de Quintus, presidente de la congragación de Decumini, supervisó la compra de una sepultura y la construcción de la misma. 

Añadido posteriormente
Lucius aurelius Philo, liberto de Lucius, presidente por séptima vez del collegium de actores y cantantes griegos supervisó la restauración de esta obra con su propio dinero."
(CIL I. 2519, Vía Labicana)

Mosaico con banquete, Château de Boudry en Suiza

Los miembros de estos collegia pagaban una cuota por su pertenencia la cual les permitía cubrir los gastos del entierro, funeral y ritos posteriores en su recuerdo. Si no mantenían el pago al día o cometían suicidio perdían esos derechos. En Tebtunis, Egipto, se encontró un papiro del siglo I d.C. concerniente a una corporación de comerciantes de sal con normas relativas a la implicación de los miembros en los banquetes funerarios realizados en conmemoración de sus compañeros difuntos. 

“Que prevalezca la salud, pero si uno de los miembros muere, que se afeiten todos y celebren un banquete durante un día, y traiga cada uno un dracma y dos panes, y en caso de otros duelos, que celebren un banquete durante un día. Al que no se afeite en caso de una muerte se le multe con 4 dracmas. Al que no haya tomado parte en el funeral y no haya depositado una corona en la tumba se le multará con 4 dracmas.”

Una inscripción de Lanuvium, en Italia, del año 136 d.C. lista las normas que se votaron con respecto a los pagos de los miembros de un collegium y los derechos adquiridos con respecto a su entierro y funerales.

“Se votó unánimemente que cualquiera que desee entrar en la asociación deberá pagar una cuota de entrada de 100 sestercios y un ánfora de buen vino y una cuota mensual de 5 ases. Se votó también que, si alguien no ha pagado sus cuotas durante 6 meses seguidos y se muere, no se cubrirá su entierro, aunque así lo haya dispuesto en su testamento. Se votó además que en el caso de muerte de un miembro de la asociación que haya pagado sus cuotas con regularidad, se le concederá 300 sestercios de la tesorería. De esta cantidad 50 sestercios se deducirán como pago del funeral que se distribuirá junto a la pira (entre las plañideras); el funeral se hará a pie. Se voto también que, si un miembro muere a más de 20 millas de esta ciudad y se sabe, tres hombres elegidos de la asociación irán a ese lugar y harán los preparativos para su funeral. Se les pedirá que presenten una cuenta (de gastos) honesta a los miembros y si se les encontrara culpables de fraude pagarán una multa cuádruple. Se les dará dinero para los gastos del funeral del difunto, y se dará a cada uno 20 sestercios para gastos del viaje … Se votó además que, si un miembro esclavo de esta asociación muere, y su dueño o dueña rehúsan injustamente entregar su cuerpo para el entierro, y no ha dejado instrucciones escritas, se celebrará un funeral con su retrato. También se votó que, si un miembro se suicida por cualquier razón, no se considerará su derecho a entierro. Se votó además que, si un miembro de la asociación es liberado, deberá donar un ánfora de buen vino.” (CIL XIV 2112)



La falta de fondos por el incumplimiento de los deberes de los miembros podía llevar a la disolución del collegium y la suspensión de entierros, funerales y otros actos rituales.

“Artemidoro, hijo de Apolonio, presidente del collegium de Júpiter Cernenus, y Valerio, hijo de Nico y Offas, hijo de Menófilo, tesoreros de la misma asociación, con la publicación de esta nota certifican públicamente: que de los 54 miembros que solían constituir dicha asociación, solo quedan en Alburnus unos 17, que incluso julio, hijo de Julio, el co-presidente, no ha venido a Alburnus o a la asociación desde el día de su elección como co-presidente; que Artemidoro ha presentado un registro a aquellos que estaban presentes de lo que había suyo y de lo que se iba a devolver por lo que se había gastado en funerales; que no había más fondos para más funerales, ni tenía un solo ataúd; que nadie había querido asistir a las reuniones en los días requeridos por los estatutos del collegium, o contribuir para los servicios funerarios o cuotas; y que todos (los cargos restantes) publican unánimemente que ningún miembro suponga que, en caso de fallecimiento, pertenece a una asociación o que pueda exigir un funeral.” (AGRW 69 = ILS 7215ª, 167 d.C. Dacia)


Tumbas de Isola Sacra, Ostia, Italia

Algunos evergetas podían incluir entre sus actos para beneficiar a su comunidad la cesión de un terreno con sepulturas en el que se delimitaba el espacio para cada una y se podía establecer restricciones sobre ciertos individuos que no podrían ser enterrados ahí.

“Horatius Balbus, hijo de …. Dona a los miembros de esta ciudad y otros residentes, sepulturas, excepto para aquellos que se hubieran contratado como gladiadores por su propia voluntad, para los que se hubieran ahorcado ellos mismos o se hubieran dedicado a una profesión desacreditada para beneficio propio a cada persona un espacio de 10 pies en el frente y 10 pies de profundidad, entre el puente sobre el (rio) Sapis y el monumento que está en el límite de la finca Fangoniana. En los sitios donde no se haya enterrado a nadie, se podrá hacer el que lo desee una tumba antes de morir. En sitios donde se haya enterrado a alguien se permitirá construir un memorial para el que está allí sepultado y para sus descendientes.” (CIL 12123)

Con toda probabilidad Horatius se vería como un protector de los valores tradicionales romanos, ya que además de proporcionar un cementerio, confirmó su intención de mantener un cierto equilibrio social al negarse a que determinados individuos, a los que por sus circunstancias no consideraba merecedores de su generosidad, fueran enterrados en él.
En las inscripciones funerarias se podían detallar además de los actos evergéticos realizados durante la vida del difunto el coste de su monumento funerario en un gesto más que indicaba su poder económico.

“Lucius Papius Polio de la tribu Teretina, hijo de Lucius, duunviro, repartió mulsum y pasteles en honor de su padre Lucius Papius de la tribu Falernia, hijo de Lucius, a todos los miembros de las colonias de Sinuesa y Caedex, además de un espectáculo con gladiadores y una cena a los residentes de Sinuesa y a los Papios. El levantó un memorial que costó 12.000 sestercios. Por testamento y última voluntad, y con la aprobación de Lucius Novercinius Polio, hijo de Lucius, de la tribu Pupinia.” (CIL XII.1578)

La gente más humilde proclamaba en sus epitafios que, a pesar de su pobreza, habían reunido el dinero necesario para poder enterrar a sus seres queridos y dedicarles un monumento funerario.

“Quintus Egnatius Blandus, liberto de Quintus, estando aún con vida, construyó esto para sí y para su esposa Minucia Urbana. En tanto que mi pobreza me lo permitió, te di, esposa mía, cuando llegó la hora, este regalo demasiado pequeño, porque lo merecías.
Ella vivió sin mácula durante 28 años.”
(CIL V 4593 = CLE 1042, Brescia)


Estela funeraria de la necrópolis galo-romana de Autun, Francia

Según la ley Aelia Sentia del año 4 d.C. los esclavos no podían ser formalmente manumitidos antes de los treinta años, aunque un amo podía decidir su manumisión siempre que existiese un motivo de interés o de afecto y que se hiciese delante de un magistrado. Este acto de la liberación, tan relevante para la vida de un liberto, podía ser digno de mencionarse en un epitafio. 

“Lucius Vafrius Epaphroditus, liberado a la edad de treinta de acuerdo al testamento de Lucius Vafrius Tiro, centurión de la Legión XXII Primigenia, en el décimo día de las calendas de abril cuando Domiciano fue cónsul por decimosegunda vez. Vivió treinta y un años y diez días.” (ILS 1985)

Para un patrono comportaba un gran prestigio llevar un gran número de libertos en su procesión funeraria, y la ley Fuffia del tiempo de Augusto se proclamó para evitar la exagerada y competitiva demostración de riqueza y generosidad que se había impuesto no solo entre los aristócratas, sino entre los que los emulaban.
Los libertos que habían sido liberados solían honrar a sus patrones proporcionándoles un lugar de sepultura, pues era una de las obligaciones y responsabilidades que un liberto respetable tenía hacía la persona que le había concedido la libertad. Además, la ley funeraria romana permitía la inclusión de terceras partes, como amigos, socios o patrones en la tumba de un particular siempre que existiese un acuerdo de venta o donación por escrito.

“Lucius Antistius Sarculo, hijo de Cneo, de la tribu Horatia, sacerdote salió de Alba, y maestro de los sacerdotes. Antistia Plutia, liberta de Lucius. El liberto Rufus y el liberto Anthus mandaron construir estos retratos con su propio dinero para su patrón y su patrona por sus méritos.” (CIL VI. 2170)

La mención de que se hizo con su propio dinero implica que no había obligación legal, pero si una moral que mostraba gran magnanimidad.

Estela funeraria de Lucius Antistius Sarculo y Antistia Plutia, Museo Británico, Londres

Otra inscripción (CIL VI 2171) recoge la información de que los libertos Rufus y Anthus fueron enterrados juntos con sus patronos y otros libertos de la familia en la misma tumba.

Para cumplir las voluntades testamentarias era costumbre nombrar un curator, encargado de la realización de las obras, que debía ser preferentemente el propio heres (heredero) del testador, o en ocasiones alguno de sus libertos o un familiar muy próximo, como un hijo o el cónyuge. En algunos epitafios se señala que el liberto se encarga de la ejecución del monumento funerario según lo dispuesto en el testamento.

“Melpómene de 65 años. Iulia Talia, liberta, se encargó de hacerlo por voluntad de testamento.” (EE IX 182 = ERBC 127 = HEp 7, 1997, 105)

No siempre la familia y los herederos cumplían la voluntad expresada por el difunto en su testamento, sobre todo, si había expresado por escrito que en su tumba se depositasen objetos de valor o joyas de su propiedad, cláusula que sus parientes no aceptarían ni cumplirían en algunos casos como el recogido por el jurista del Digesto a continuación.

“Una mujer, a la hora de su muerte, hizo el siguiente legado de sus adornos `Deseo que todos mis adornos sean entregados a mi amiga Seia.´ También añadió en el mismo testamento: Deseo que mi funeral se celebre conforme a los deseos de mi esposo, y cualquiera que sean las ceremonias, deseo que me entierren con mis dos collares de perlas y mis pulseras de esmeraldas.”

Cuando fue enterrada, ni su marido ni sus herederos la enterraron con las joyas que ella había especificado. La cuestión que surgió es si los mencionados objetos pertenecerían a la mujer a quien había dejado sus adornos, o a sus herederos. La respuesta fue que no pertenecerían a los herederos, sino a la legataria.”
(Digesto, 34.2.40.2)

Fresco del palacio de Constantino en Tréveris. Siglo IV d.C.
Museo Episcopal, Tréveris (Trier), Alemania, foto: DEA / Album

Algunos amos de esclavos podrían haber considerado a los esclavos nacidos en su casa (vernae) como un medio conveniente de incrementar su cantidad de esclavos. Una vez que los niños esclavos alcanzaban los cinco años, adquirían valor monetario, lo que significaba que podían contarse entre los valores de su dueño y ser vendidos. Sin embargo, algunos amos compartían un vínculo muy especial con los pequeños esclavos que veían crecer en su hogar.

"A los manes. Para Lucius Annaius Firm(ius?), que vivió 5 años, 2 meses, 6 días, 6 horas, que nació el 7 de Julio y murió el 10 de Septiembre. Annaia Ferusa erigió este (monumento) para su querido esclavo (verna).” (Ashmolean Museum)

Q. Artulus, CIL II, 3258, Jaén,
Museo Arqueológico Nacional, Madrid

Los que parecen haber encargado y pagado por las tumbas de los esclavos son sus compañeros de esclavitud o sus parejas (contubernales) con más probabilidad que sus amos. Los esclavos compartían lazos de lealtad y afecto dentro de una misma familia doméstica, debido a un sentimiento de solidaridad y servidumbre compartida que les proporcionaba apoyo espiritual cuando su calidad de vida dependía del capricho de sus amos. Es por ello que, aunque de forma anónima, serían ellos los que atenderían las obligaciones funerarias de sus compañeros de esclavitud.

Un esclavo liberado de Roma, Aulus Memmius Urbanus, recuerda afectuosamente el fuerte vínculo emocional que existía entre los esclavos domésticos del hogar al que pertenecían en el epitafio que erigió para Aulus Memmius Clarus.

“No puedo recordar, mi muy respetado conliberto, que hubiera jamás ninguna riña entre tú y yo. Con este epitafio invoco a los dioses del cielo y del inframundo como testigos de que nos conocimos en la plataforma del tratante de esclavos, de que fuimos manumitidos juntos en la misma casa, y de que nada nunca nos separó excepto de día de tu muerte.” (CIL VI. 22355a/ ILS 8432)

Los libertos hicieron patente su intención de manifestar en sus lápidas funerarias su nuevo status y los logros y honores a los que se hicieron acreedores tras su emancipación.

“[en honor de] C. Cuspius Cyrus, liberto de Cayo, magister del pagus Augustus Felix Suburbanus (y) su esposa Vesuia Iucunda, (y) C. Cuspius Salvius, liberto de Cayo, magister del pagus Augustus Felix Suburbanus].” (Tanto Cyrus como Salvius ostentaron el cargo de magister en el pagus) (RBU 0524. 2012)


Tumba de C. Cuspius Cyrus, Porta Nocera, Pompeya, foto de Roger Ulrich


También tendían a destacar su posición como nuevos ciudadanos romanos una vez liberados y su derecho a contraer matrimonio legítimo. En la estela funeraria de Aurelius Hermia y Aurelia Philematio con una inscripción escrita en verso se declaran su amor y alaban sus cualidades mutuamente.

“Aurelius Hermia, liberto de Lucius, carnicero de la colina Viminal. La que me precedió en la muerte era casta y amable de espíritu. Fue mi única esposa, y vivió con fidelidad a un fiel esposo. Nunca falló en sus deberes por egoísmo o avaricia. Aurelia, liberta de Lucius.
Aurelia Philematio, liberta de Lucius. En vida me llamaron Aurelia Philematium (Besito) y llevé una vida casta, modesta y recogida, fiel a mi esposo. Aurelius, mi esposo, a quien echo de menos con tristeza, fue un conliberto. Fue, de hecho, mucho más para mí que un padre, incluso. Me acogió a la edad de siete años. Ahora a los cuarenta, caigo en las manos de la muerte. Él floreció a los ojos de otros debido a mi constante y cercano apoyo.”
(CIL 06, 09499 = CIL 01, 01221 = CLE 00959)


Estela funeraria de Lucius Aurelius Hermia y su esposa Aurelia Philematium,
Museo Británico, Londres

Los esclavos de familias importantes y sobre todo de la familia imperial se esforzaban en reflejar su relación con sus dueños para intentar resaltar un estatus relevante dentro de su entorno servil:

“A Paezusa, peluquera de Octavia, hija de César Augusto (Claudius), que vivió dieciocho años. Philetus, esclavo de la plata de Octavia, hija de César Augusto, lo hizo para su querida esposa y para él mismo.”

El estigma de haber pertenecido a un estamento servil era compensado a la hora de la muerte por la elección de un selecto lenguaje, incluso poético, que evidenciase el progreso social y el éxito profesional o artístico conseguido por el difunto, que quedaba reflejado en su epitafio.

"Hemos consagrado un altar a Fusco, del equipo azul, de nuestros recursos, aficionados como éramos y devotos suyos, con tal de que todos lo reconozcan como un recuerdo suyo y prenda de amor. La fama la mantienes completa, por tus carreras has merecido alabanza, has competido con muchos sin temor, aunque pobre, a pesar de sufrir envidias, siempre has callado, íntegro, has vivido honradamente, pero como un mortal has muerto cuando te ha encontrado el destino. Cualquiera que seas y leas esto, intenta ser como él. Detente caminante, lee con calma, si recuerdas quién era, si has conocido cómo era este hombre. Teman todos a Fortuna; tú, sin embargo, dirás sólo esto: "Fusco tiene ya las letras de la muerte, tiene una tumba. La piedra cubre los huesos, ¡ya está bien! Fortuna, ya puedes marchar" Hemos vertido lágrimas por este inocente, y ahora verteremos vino. Rogamos que reposes plácidamente. ¡Ninguno comparable a ti! Por siempre jamás se hablará de tus carreras" (CIL II 4315, Tarraco)

Retrato de auriga, Princeton University Art Museum, EE.UU.

En el propio epitafio se podía mencionar la exclusión de personas que el dueño no deseaba que fueran enterrados en su misma sepultura, por lo que se enumeraba a todos los miembros de la familia, incluidos los libertos, que tenían derecho a ser incluidos y se señalaba con su nombre a los individuos a los que no se concedía descansar en dicha tumba.

“Marcus Aemilius Artema construyó esta tumba para Marcus Licinius Successus, benemérito hermano, para su propia esposa, Caecilia Modesta, y para sí mismo y sus libertos y libertas y sus descendientes. Excepto para el liberto Hermes, a quien prohíbo, por sus crímenes, acercarse a la tumba, caminar a su alrededor, o tener acceso a ella en absoluto.” (CIL 6.11027)

Las profesiones de los propietarios de las sepulturas quedaban recogidas con la representación en relieve de herramientas relativas a la ocupación del difunto o con escenas de él mismo realizando su actividad laboral, lo que indica el alto concepto que tenían de su carrera laboral, tanto como para que todo el que pasase junto a la tumba tuviera información de ello. El orgullo que sentían al desempeñar un trabajo o cargo se refleja también en los objetos junto a los que eran enterrados. Es posible que dentro de sus creencias pensasen que sus útiles de trabajo o las insignias por los servicios prestados a la comunidad serían necesarios en el más allá.

En la inscripción de la tumba de Scribonia Attice no se escribe cuál es su profesión ni la de su marido, pero los relieves conservados en la fachada permiten averiguar que posiblemente sus trabajos sean el de partera o comadrona y médico respectivamente.

“Quede este monumento protegido de todo mal intencionado. 

Scribonia Attice ha erigido (este monumento) para ella y para Marcus Ulpius Amerimnus, su esposo, para Scribonia Callityche, su madre, para Diocles y para sus libertos y sus descendientes, con la excepción de de Panaratus y Prosdocia. El monumento no puede ser heredado por nadie fuera de la familia.” (Tumba 100, Isola Sacra)

Relieves de la tumba de Scribonia Attice y su esposo, Isola Sacra, Ostia, Italia

Por lo tanto, la iconografía de los monumentos funerarios revela mensajes acerca de la posición social, la riqueza o la profesión de sus dueños. Marcus Caelius es retratado como un centurión legionario luciendo phalerae (medallas) en su pecho y torques (condecoración que se conservaba tras su retiro).

"A Marcus Caelius, hijo de Titus, de la tribu Lemonia, de Bononia Triarius de la legión XVIII, de 53 años. Murió en la Guerra de los Varios. Los huesos de sus libertos pueden enterrarse aquí. Publius Caelius, hijo de Titus, de la tribu Lemonia, su hermano, erigió (este monumento)." (CIL XIII 8648 = AE 1952, 181)

Sus libertos Privatus y Thiaminus están retratados con él y serían enterrados en el mismo monumento cuando murieron. Su hermano se aseguró de que el nombre y la memoria de este centurión se conservaran, aun cuando sus restos mortales quedaran anónimos entre otros en el campo de batalla.

Cenotafio de Marcus Caelius y sus libertos, Reinisches Landesmuseum,
Bonn, Alemania, foto de Agnete

Las inscripciones funerarias que revelaban los lugares de nacimiento y muerte pueden ser muy melancólicas, como si hubiera gran pena por no ser enterrado en la región o tierra de origen.

“Observa mientras pasas, viajero, las ofrendas hechas por la devoción de un primo.
Con lagrimas erigí lo que aquí ves como una ofrenda.
Panonia lo engendró, Italia lo entierra a los 26 años. Para lograr con su propio esfuerzo el honor de servir en el ejército, soportó gran sufrimiento durante mucho tiempo. Después, cuando esperaba haber escapado de ese indescriptible dolor, Plutón lo lanzó al inframundo antes de que hubiera llegado su hora.
Si los Hados le hubieran permitido ver la luz, él mismo, lleno de tristeza, me habría precedido en tal deber- pero, uno sin recompensa- de erigir tal (memorial). Ahora en esta tierra se han esparcido sus huesos.
Viajero, deséale, con dedicación, que la tierra sobre él le sea leve, y a nosotros un destino venturoso, para que puedas dejar a tu descendencia con seguridad cuando tú mueras.

Valerius Antoninus y Aurelius Victorinus, los herederos lo levantaron para Ulpius Quintianus, guardia imperial, que bien lo merecía.” (CIL VI 32808 = CLE 474)

A pesar de la extensión del proceso de romanización por los territorios conquistados en muchos epitafios se ve el orgullo que muchos difuntos sentían por su lugar de origen y por ello se representaban en sus monumentos funerarios con las vestimentas típicas de su lugar de nacimiento. Mientras que generalmente los hombres elegían el vestido tradicional romano, en las estelas de parejas, a la mujer se la veía frecuentemente vestir los atavíos típicos de su lugar de procedencia, además de lucir joyas y adornos como signo de su influencia y riqueza. Así ocurría con mujeres originarias y residentes en las provincias de Panonia, Noricum y Germania.

Tumba de una mujer de Noricum, en Lendorf, Klagenfurt, Carinthia, Austria, 

foto de Johann Jaritz 
Cuando se producía la muerte en un lugar alejado del hogar del fallecido se planteaba la cuestión del traslado del cuerpo a su lugar de origen. En la época en que era más habitual la cremación, era más fácil porque las cenizas se guardaban en una urna y se trasladaban hasta el sitio elegido para ser depositadas. Pero cuando la inhumación del cuerpo era la fórmula elegida surgía la dificultad de cómo transportar el cadáver, sobre todo, si la defunción se había producido bien lejos del lugar de residencia del fallecido. Por tanto, era común dar sepultura al difunto en el entorno del lugar donde se había producido la muerte y que sus herederos se encargaran de levantar un monumento allí mismo.

“Sextus Valerius Genialis, soldado de caballería del ala Tracia, ciudadano de los Frisiavones (Galia Belga), de la turma de Genialis, de cuarenta años y veinte de servicio, yace aquí. Su heredero se encargó de su construcción.” (RIB, 109, Cirencester, Inglaterra)

Estela funeraria de Sextus Valerius Genialis,
Corinium Museum, Cirencester, Inglaterra

La inscripción y la estela muestran un soldado que murió lejos de su patria (Bélgica) mientras estaba de servicio en Inglaterra y su heredero mandó construir el monumento en su memoria en el lugar de su muerte.

Podía darse el caso de que el cuerpo fuera enterrado donde se había producido el fallecimiento y se hubiera construido un monumento funerario in situ, mientras que es su lugar de origen sus familiares cercanos edificaran un cenotaphium, que, sin poder albergar sus restos, conmemorara su recuerdo. Existe en Mainz (Maguncia), Alemania, el monumento funerario de Tiberius Claudius Zosimus, liberto imperial, jefe de los praegustatores (probadores de alimentos), de Domiciano con su inscripción:

Dis Manibus Ti(berio) Claudio / Aug(usti) L(iberto) Zosimo Proc(uratori) / Praegustatorum Imp(eratoris) / Domitiani C(a)esaris / Aug(usti) Germanici H(oc) M(onumentum) H(eredem) N(on) S(equetur).

Al mismo tiempo existe una inscripción epigráfica en Roma dedicada por la esposa e hija de Zósimus en su recuerdo sin mención a su monumento funerario porque estaría claramente en Mainz. Es posible que se realizara también, en Roma, un funeral con ausencia de cadáver, funus imaginarium, lo cual estaba permitido.

Epitafio de Tiberius Claudius Zosimus, Mogontiacum (Mainz),
Rheinisches Landesmuseum,Mainz, Alemania, foto Tom Ljevar en Twitter

Es evidente que en algunos casos la recuperación del cuerpo era imposible, como en los casos de naufragios o guerras donde los soldados perdían la vida en el campo de batalla y no eran encontrados. En tales casos los herederos designados en el testamento del difunto se encargaban de erigir un cenotafio en su recuerdo. Así ocurre en la siguiente inscripción:

D(is) [M(anibus)] / Liberalinio Vitali eq(uiti)
/ l(egionis) I M(inerviae) Maturinia Galet[a] /
coniugi inconpara[bili] / qui bel(l)o desiderat[us
est mo]/ n(i)mentum f(aciendum) [c(uravit)]
CIL XIII, 8070.


La esposa del jinete de la legión I Minervia, Liberalinius Vitalis, Maturinia Galeta encargó que se hiciese su monumento funerario al haber desaparecido éste en la batalla (in bello desideratus).

En el caso de los naufragios la preocupación por la muerte era mayor ya que no se llevaba a cabo el entierro y las honras fúnebres si el mar se quedaba con el cuerpo y la tumba se convertía en un objeto irrelevante con un nombre o sin él grabado en ella.

“Ahora está él en el mar como cadáver helado
la tumba vacía pregona aquí su grave viaje.”
(Antología Palatina, VII, Epigrama 496)

Rheinisches Landesmuseum, Mainz, Alemania, foto de Carole Raddato

El dolor por la muerte era más soportable cuando el cuerpo del ahogado se recuperaba y podía ser enterrado.

“Sin embargo, el destino no le fue enteramente malo 
pues en la tierra patria tuvo tumba y funerales
en manos de los suyos, cuando la mar encrespada
colocó su cadáver en las costas abiertas.”
(Antología Palatina, VII, Epigrama 665)

Debido a la alta mortalidad en la época por la incapacidad de curar enfermedades para las que no se conocían remedios, en gran cantidad de epitafios romanos se encuentran referencias a la muerte de personas de todas las edades, señalando que los médicos no supieron tratar al enfermo.

“A los dioses Manes
A Eutyches, auriga de 22 años
Flavio Rufino y Sempronio Diofano rindieron tributo
a esta memoria a sus servicios beneméritos.
En este sepulcro descansan los huesos de un fuerte auriga
nada ignorante en coger las riendas
aunque fueran de dos caballerías
sujetaba o dirigía los caballos
la cruel fatalidad tuvo envidia de mis años
fatalidad a la que hubiera querido oponerme.
No me fue concedido morir con gloria en el circo
y la turba o multitud no piadosa vertería lágrimas por mí.
Las enfermedades ardientes en el interior de mis entrañas me hicieron morir
a las que no pudieron poner remedios las manos de los médicos
viajero esparce tiernas flores sobre mi busto.
Que quizás estando yo vivo hubieras hecho.”
(CIL II 4314, CLE 1279; ILS 5299)

Estela del auriga Eutyches, Museo Diocesano de Tarragona

En otras inscripciones menos compasivas se acusa directamente a los médicos como culpables de haber causado la muerte del difunto al que se honra, quizá debido a su inexperiencia o negligencia.

“A los Manes
Para Euhelpistus, liberto. Él junto a su espíritu vivió 27 años, 4 meses, 11 días.
Una repentina muerte se lo llevó en la flor de la vida: ¡un alma de lo más inocente! Los médicos lo cortaron y mataron.”
Publius Aelius Peculiaris, liberto del emperador, para su hijo adoptivo.
(CIL VI 37337 = CLE 2140 = ILS 9441)

La muerte en el parto era una de las mayores causas de fallecimiento entre las mujeres. Se producía por las prolongadas labores de alumbramiento, por la falta de higiene o por las infecciones posteriores. Algunas lápidas reflejan las conmovedoras palabras que los afligidos esposos o compañeros dedican a las difuntas al mismo tiempo que proporcionan información sobre su preocupación por los recién nacidos que sobreviven a las madres o por los hijos anteriores que se quedan huérfanos.

En el epitafio de Rubria Festa de Mauritania Cesariana se destaca que pertenecía a una familia de decuriones y que recibió grandes honres siendo sacerdotisa del culto imperial y murió en su décimo alumbramiento.

“Iulius Secundus erigió este altar para su amada esposa, que permanecerá eternamente en este edificio.
Ella vivió treinta y seis años y cuarenta días. Era su décimo alumbramiento. Al tercer día murió.

Recibió por sus méritos el más alto bien de los dioses. Como madre dejó cinco hijos que le sobreviven con buena salud. Los amamantó con su propia leche y así vio sus deseos cumplidos.”
(AE 1995, 1793)

Estela funeraria griega, Museo Británico, Londres

A veces es la propia fallecida la que se lamenta sobre la situación de sus pequeños. En el epitafio de Daphnis ésta, además de mencionar que es liberada en el momento de su muerte (manumissio in morte) se pregunta qué será del hijo que la sobrevive (entendiendo que la verdadera preocupación es la del esposo que se queda solo para cuidarlo, sabiendo además que el amo no quería que el niño naciera).

“Yo, Daphnis, esposa de Hermes, he sido liberada. Aunque el amo tenía intención de liberar a Hermes primero, el destino me ha liberado primero y me ha llevado primero.
Yo, que he tenido una vida piadosa ahora dejo a mi esposo con muchos problemas.
Contra el deseo de mi amo, he alumbrado un niño. ¿Quién lo alimentará ahora? ¿Quién le proporcionará una vida larga? La Estigia, después de todo, me ha llevado demasiado pronto; me ha arrancando del mundo de los vivos.”
(CIL VIII 24734- CLE 2115, Cartago)

Las muertes violentas tienen su reflejo en los monumentos funerarias de la antigua Roma. Los asesinatos son a menudo descritos por el propio difunto que parece hallar cierto consuelo en describir el destino de su asesino, suicidio ante el castigo al que se enfrentaba o ajusticiamento por el delito cometido.

“Iucundus, liberto de Marcus Terentius, pastor. Tú que pasas, para y lee cómo lamento mi innoble final. No pude vivir mas de treinta años. Un esclavo me quitó la vida y después se arrojó al río. El Meno (rio alemán Main) tomó de él lo que él tomó de su amo. El patrón (de Iucundus) erigió esta lápida de su dinero.” (CIL XIII 7070)

Mujer griega y esclava, Museo Villa Getty, Malibú, EE.UU.
 foto de Mary Harrsch

Un accidente une a un ama y su esclavo que son recordados en una inscripción tras morir en una desafortunada circunstancia, fueron atrapados en una turba de gente en el monte Capitolino.

“Esta tumba protege el espíritu de Ummidia, y también el espíritu del esclavo nacido en la casa Primigenius, quienes fallecieron el mismo día, porque juntos encontraron su día final aplastados por la muchedumbre en el Capitolino. Publius Ummidius Anoptes, liberto, erigió esto para Ummidia Agathe y Publius Ummidius Primigenius, que vivió 13 años.” (CIL VI 294369)

Entre los romanos que eran tan supersticiosos no podían faltar las acusaciones a la magia o lo sobrenatural como causa de la muerte de seres queridos.

“Aquí yace Ennia Fructuosa, la más amada esposa, de modestia sin tacha, una matrona digna de ser albada por su lealtad. Se convirtió en esposa a los quince años, pero no pudo vivir con tal nombre por más de trece años. Ella no recibió la muerte que merecía- estaba encantada con hechizos, yació muda de forma que su vida fue arrancada con violencia más que devuelta a la naturaleza. O los dioses infernales o los celestiales castigarán este malvado crimen que se ha perpetrado.
Aelius Proculinus, su esposo, tribuno de la Legión III Augusta, erigió este monumento.”
(CIL 8. 2756, Lambaesis, Numidia)


En otros casos son los propios muertos o sus familiares los que pronuncian maldiciones contra los que ellos creen culpables de algún delito, la muerte del difunto que se honra con el monumento o como en el caso de Euphrosynus que utiliza la tumba de su hija para maldecir a la madre de la niña, supuestamente su esposa, por haberlo engañado y abandonado junto a otros esclavos y culpándola de adulterio. Su maldición se extiende a todos los que han arruinado su vida. En la inscripción dedicada a la hija borra su nombre para relegarla al olvido, pero en la inscripción añadida se menciona su nombre, elemento necesario para que se cumpla la maldición.

“A los dioses Manes; para Iunia Procula, hija de Marcus, que vivió 8 años, 11 meses, 5 días; dejó a su padre triste y a su madre en duelo; Marcus Iunius Euphrosynus lo hizo para él y (Acte); permite que los huesos de la hija y sus padres descansen; hayas hecho lo que hayas hecho por nosotros, espera lo mismo para ti; créeme que serás tu propio testigo. 

Se ha escrito aquí una maldición para la liberta Acte, envenenadora, traidora, mentirosa y de cruel corazón; daré un gancho y una cuerda para que se cuelgue de su propio cuello, y alquitrán hirviendo para consumir su pérfido corazón. Manumitida sin coste, siguió a un adúltero, engañó a su patrón mientras dormía, y se llevó a sus criados, una chica y un chico esclavos. Un hombre anciano, abandonado, destrozado y solo que perdió su deseo de vivir; para Hymnus la misma maldición, y para los que sigan a Zosimus.” (CIL VI 20905 = CLE 95)

Altar funerio de Iunia Procula, Galería de los Uffizi, Florencia,
fotos tomadas de http://losfuegosdevesta.blogspot.com/2016/11/la-maldicion-tras-el-epitafio.html


Ver también:


Dis Manibus, el descanso de los difuntos (I)
Funus romanorum, ritos funerarios de la antigua Roma
Parentalia, días de los difuntos en Roma



Bibliografía:

Death in Ancient Rome; Valerie M. Hope; Ed. Routledge
Spirits of the Dead; Maureen Carroll; Oxford University Press
https://thepetrifiedmuse.blog/
https://www.academia.edu/801562/_267_...in_bello_desideratis._Estética_y_percepción_de_la_muerte_del_soldado_romano_caído_en_combate_En_F._Marco_F._Pina_y_J._Remesal_eds._Formae_mortis_el_tránsito_de_la_vida_a_la_muerte_en_las_sociedades_antiguas_Barcelona_2009_pp._39-88; ...in bello desideratis. Estética y percepción de la muerte del soldado romano caído en combate; Sabino Perea Yébenes
http://philipharland.com/greco-roman-associations/310-regulations-of-the-worshippers-of-diana-and-antinous/
https://alj.uni-graz.at/index.php/alj/article/view/71; Women and Civic Identity in Roman Antiquity; Leo Peppe
http://www.ehu.eus/ojs/index.php/Veleia/article/view/11212; Peregre defvncti: Observaciones sobre la repatriación de restos mortales y la dedicación de cenotafios en la Hispania romana (siglos I-III); Alicia Ruiz Gutiérrez
https://www.academia.edu/2574930/Vox_tua_nempe_mea_est._Dialogues_with_the_dead_in_Roman_funerary_commemoration._Accordia_Research_Papers_11_2007_2008_37-80; Vox tua nempe mea est. Dialogues with the dead in Roman funerary commemoration, Accordia Research Papers 11, 2007/2008, 37-80; Maureen Carroll
http://revistas.uned.es/index.php/ETFII/article/view/10298; Collegia through their funeral activities: new light on sociability in the early Roman Empire; Mitsuyoshi Sano
Children in the Roman Empire: Outsiders Within; Christian Laes; Google Books
Women's Religions in the Greco-Roman World: A Sourcebook; editado por Ross Shepard Kraemer; Google Books

Servus romanus, comercio de esclavos en la antigua Roma

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Detalle de mosaico, Coimbriga, Portugal

La esclavitud fue considerada en la antigua Roma una institución social plenamente aceptada que se entendía como la relación que unía a esclavos (servi) y dueños (domini), basada en una serie de vínculos en los que primaba la autoridad del propietario sobre el esclavo, de forma que éste se encontraba en todo momento a disposición del amo, sin posibilidad de desobedecer y sin compensaciones estipuladas de antemano. El señor esperaba del esclavo sumisión y lealtad, de lo contrario sería coaccionado y forzado a obedecer de la forma que el señor considerara más apropiada. No había entre ellos ningún acuerdo o fórmula de reciprocidad en derechos y deberes, sino una relación impuesta por el propietario para ejercer un derecho, que consistía en la exigencia y satisfacción de servicios de diversa índole que el esclavo debía prestar sin protestar ni reclamar nada.

Menecmo.— A comer y a callar, no sea que te la ganes; no me importunes, que las cosas no se van a hacer a tu aire. 
Mesenio.— ¡Ahí tienes! Más clarito y con más brevedad no has podido darme a entender que soy un esclavo. (Plauto Los dos Menecmos, 250)

Roma dependía del trabajo realizado por la mano de obra esclava, lo que permitió que se desarrollase tanto social como económicamente y que pudiese mantener su hegemonía política y geográfica. 



Construcción del anfiteatro del El Djem, Túnez,
ilustración Jean-Claude Golvin

El pensamiento romano consideró la esclavitud como una fatalidad del destino, y en líneas generales, no se cuestionó su legitimidad, ya que siempre había estado presente, como tampoco su posible derogación, llegando muchos amos incluso a negarse a considerar la manumisión de sus esclavos.

“La distinción primaria en la ley de las personas es esta, que todos los hombres son o libres o esclavos. También, los hombres libres son bien ingenui (nacidos libres) o libertos (manumitidos por un propietario de esclavos legal).” (Gayo, Instituciones, 1, 9)

Antes del siglo III a.C. la esclavitud era un fenómeno escaso en Roma y únicamente los más acaudalados propietarios podrían disponer de mano de obra esclava, aunque no en abundancia. Sin embargo, todo cambió cuando Roma inició su proceso de expansión territorial, porque debido a las diversas contiendas emprendidas por los romanos, el número de esclavos y la importancia de la esclavitud aumentaron vertiginosamente.

“A la vista de esto, Pompeyo marchó contra una pequeña ciudad llamada Malia, que custodiaban los numantinos, y sus habitantes mataron con una emboscada a la guarnición y entregaron la ciudad a Pompeyo. Éste, después de exigirles sus armas, así como rehenes, se trasladó a Sedetania que era devastada por un capitán de bandoleros llamado Tangino. Pompeyo lo venció y tomó muchos prisioneros. Sin embargo, la arrogancia de estos bandidos era tan grande, que ninguno soportó la esclavitud, sino que unos se dieron muerte a sí mismos, otros mataron a sus compradores y otros perforaron las naves durante la travesía.” (Apiano, Iberia, 77)



Prisioneros encadenados. Ashmolean Museum, Oxford, Inglaterra. Photo Jun

Con el aumento del número de esclavos disponibles, también lo hicieron las actividades en las cuales fueron utilizados, y aunque en un primer momento se había utilizado la mano de obra esclava casi exclusivamente como sirvientes o asistentes domésticos, con el paso del tiempo acabarían estando presentes en la práctica totalidad de los distintos ámbitos de la vida romana.

Con el paso del tiempo la posesión de esclavos no se limitó sólo a las élites de la política y de la sociedad romana, sino que también se convirtieron en propietarios los miembros de las clases sociales más bajas e incluso los mismos libertos. El número de esclavos que se podía llegar a poseer era muy variable, y dependía de la fortuna del señor. Los más favorecidos hacían gala de una ostentación competitiva y se jactaban de la cantidad de esclavos que poseían como signo de su estatus socioeconómico. En una sociedad profundamente jerarquizada como la romana, donde dominaba la conciencia de clase y la autoridad que los estratos superiores ejercían, la posesión de esclavos era señal indiscutible del poder y del prestigio del propietario.

“Pero dejemos de tratar de estos amos del imperio, y hablamos de Cayo Cecilio Claudio Isidoro, que en virtud del Consulado de Gayo Asinius Gallo y Gayo Marco Censorino (8 dc.), el 6 de la Calendas de febrero ( 27 de Enero), escribió su testamento, donde dice que, a pesar de haber perdido gran parte por la guerra civil, sin embargo le quedaban 4.116 esclavos, 3.600 parejas de bueyes, 257.000 cabezas de otros tipos de ganado, y dinero en efectivo: 60 millones de sestercios. Ordenó que 1.100.000 sestercios fueran gastados en su funeral.” (Plinio, Historia Natural, XXXIII, 135)



Cautivos en Roma. Pintura de Charles William Bartlett

Roma se abastecía de esclavos, principalmente, de los prisioneros hechos en sus guerras de conquista. Tras la conclusión de un conflicto armado, era costumbre que los vencedores tomasen a los vencidos como prisioneros para venderlos como esclavos. Un ejemplo de ello es cuando tras la finalización de la Tercera Guerra Púnica (149-146 a.C.) y la definitiva derrota de Cartago a manos romanas, Publio Cornelio Escipión vendió a toda la población de la capital cartaginesa como esclavos.

“Escipión se apodero del campamento enemigo y cedió a la tropa todo el botín a excepción de los hombres libres; al hacer el recuento de los prisioneros se encontró con diez mil soldados de a pie y dos mil de a caballo. De éstos, a los hispanos los envió a todos a sus casas sin rescate, y en cuanto a los africanos le dio orden al cuestor de que los vendiera.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXVII, 19)



Africanos. Izda. Museo del Louvre. Drcha. Museo Metropolitan, Nueva York

Otra manera de poder llegar a formar parte de la masa esclava era mediante el secuestro. En tiempos de Augusto el secuestro de personas nacidas libres para ser vendidas como esclavos alcanzó tal nivel que el propio emperador tomó cartas en el asunto mediante la promulgación de una serie de leyes para lograr dar fin al problema. Entre las medidas adoptadas, se puede mencionar el establecimiento y despliegue de cuerpos del ejército en aquellas zonas en donde el fenómeno se manifestaba con mayor incidencia, inspecciones rutinarias de talleres y de otros lugares de trabajo en busca de ciudadanos libres que hubiesen sido privados de su libertad por la fuerza, o bien mediante la ilegalización de gremios y cofradías susceptibles de beneficiarse de mano de obra gracias a esta actividad delictiva. Pese a sus esfuerzos, Augusto fue incapaz de acabar con el problema, y muchas de sus medidas se prolongarían junto a otras nuevas de la misma naturaleza durante el reinado de su sucesor, Tiberio.

Terapontígono.— ¿Cómo puedo dar crédito a tus palabras? Dime, si es verdad lo que afirmas, quién fue tu madre.
Planesio.— Cleobula.

Te.— ¿Y tu nodriza?
Planesio.— Arquéstrata. Ella me había llevado en brazos a ver las fiestas de Dioniso. Cuando llegamos y me sienta, se levanta de pronto un huracán tal, que se vienen abajo los graderíos, me entra un miedo espantoso y entonces viene quien sea y me coge, yo toda asustada y temblando, ni muerta ni viva, y se me lleva sin que yo sepa cómo.

Te.— Sí, me acuerdo yo de aquel siniestro. Pero dime ¿dónde está el que te raptó?
Pl.— No lo sé. Pero he guardado conmigo siempre este anillo; lo llevaba puesto el día de mi perdición.
Te.— Trae que lo vea.
Gorgojo.— ¿Estás loca de entregárselo a ése?

Pl.— Déjame.
Te.— ¡Oh, Júpiter, éste es el anillo que yo te regalé un día de tu cumpleaños! Lo conozco tan bien como a mí mismo. ¡Salud, hermana!

Pl.— ¡Hermano, salud! (Plauto, Curculio (El Gorgojo), Acto V, escena 2)


Mercado de esclavos en la antigua Roma, Jean-Léon Gérôme,
Museo del Hermitage, San Petersburgo

En algunos momentos, la actividad pirática en el Mediterráneo convirtió el viaje por sus aguas en algo extremadamente peligroso, siendo frecuente que muchos individuos de libre condición fuesen apresados para ser posteriormente vendidos al mejor postor. Un ejemplo de es el célebre episodio ocurrido al propio César en su juventud, cuando fue secuestrado por piratas cilicios en el año 75 a.C. para ser vendido como esclavo, pero al percatarse de quien era su distinguido prisionero, los piratas decidieron, con el fin de obtener mayor beneficio, pedir un rescate de cincuenta talentos por la libertad de César, lo cual acabaría siendo un error, ya que tan pronto fue liberado, César emprendió una incesante campaña para acabar con todos ellos.

“Habiendo llegado esta expresión a los oídos de César, se ocultó por largo tiempo, andando errante en el país de los Sabinos, y después, en ocasión en que por hallarse enfermo lo conducían de una casa en otra, dio de noche en mano de los soldados de Sila que recorrían el país para recoger a los refugiados. Del caudillo que los mandaba, que era Cornelio, recabó por dos talentos que lo dejase, y bajando en seguida al mar se dirigió a la Bitinia, cerca del rey Nicodemes, a cuyo lado se mantuvo largo tiempo, y cuando regresaba fue apresado junto a la isla Farmacusa por los piratas, que ya entonces infestaban el mar con grandes escuadras e inmenso número de buques.” (Plutarco, Vidas Paralelas, César, I)

Los esclavos también podían proceder de la propia Roma gracias a los nacimientos ocurridos dentro de la población esclava. Según la legislación romana toda la descendencia de una esclava era también esclava, sin importar la identidad o posición social del padre. Indudablemente, la descendencia de los esclavos, reportaba importantes beneficios a los propietarios, por lo que la potenciaban y la recompensaban con la promesa de la manumisión a partir de un cierto número de hijos o liberando parcialmente a la madre de sus tareas.



Lanternario, Museo Nacional de Roma, Termas de Diocleciano

Aunque no constituyó ninguna ilegalidad hasta los últimos momentos del Bajo Imperio, el abandono de recién nacidos, debido, principalmente, a la pobreza, o bien, para evitar una excesiva partición del patrimonio con demasiados herederos, fue una práctica bastante habitual para conseguir nuevos esclavos, pues aunque con la exposición de los recién nacidos lo que se esperaba es que acabasen muriendo, en ocasiones estos eran recogidos por traficantes de esclavos, que los vendían a comerciantes que los intercambiaban por mercancías más allá de la frontera romana.

“Con estas medidas Rómulo dejó a la ciudad regulada y ordenada útilmente para la paz y preparada para la guerra; y la hizo grande y populosa de la siguiente manera: en primer término, estableció la obligación de que sus habitantes criaran a todo vástago varón y a las hijas primogénitas; que no mataran a ningún niño menor de tres años, a no ser que fuera lisiado o monstruoso desde su nacimiento. Sin embargo, no impidió que sus padres los expusieran tras mostrarlos antes a cinco hombres, sus vecinos más cercanos, si también ellos estaban de acuerdo. Contra quienes incumplieran la ley fijó entre otras penas la confiscación de la mitad de sus bienes.” (Diodoro de Halicarnaso, Antigüedades Romanas, II, 15)

La esclavitud también fue empleada por la legislación romana como elemento punitivo contra determinadas conductas y actos delictivos. La mayor parte de los condenados a la esclavitud llevaron a cabo sus labores en minas o canteras en condiciones de vida de gran dureza, aunque algunos otros también fueron destinados a la arena como gladiadores.

“Para continuar con las minas, los esclavos que están destinados a trabajar en ellas producen para sus dueños beneficios en sumas que desafían toda creencia, pero ellos mismos agotan sus cuerpos día y noche cavando bajo tierra, muriendo muchos a causa de los sufrimientos que soportan. Porque no se les concede respiro ni pausa en sus tareas, sino que son obligados por los golpes de los capataces a resistir la severidad de su situación, pierden sus vidas en esta desgraciada manera, aunque algunos que pueden soportarlo, por su fuerza física y sus almas perseverantes, sufren tal dureza durante mucho tiempo, incluso la muerte para sus ojos es más deseable que la vida, por la magnitud del sufrimiento que deben soportar.” (Diodoro Sículo, Biblioteca Histórica, V, 38)



Trabajo en las minas. Ilustración de Granger

Se pensaba que infligir dolor físico era un método efectivo de obtener productividad entre los esclavos que se empleaban en la agricultura, minería y construcción, donde se requería más fuerza que técnica.

En algunos casos extremos, no fue infrecuente que sujetos de libre condición, pero sumidos en la pobreza, optasen por venderse a sí mismos como esclavos con la esperanza de encontrar un buen amo que les procurase sustento y un lugar en donde cobijarse. Otros, movidos por la ambición, lo harían para alcanzar una buena posición social, como, por ejemplo, como administradores de amos acaudalados o en la administración imperial. Un ejemplo de lo mencionado fue el caso de Marco Antonio Palas, que pese a pertenecer a una noble familia arcadia, fue esclavo de Antonia la menor, madre de Claudio, y una vez manumitido y muerta Antonia se convirtió en cliente de su hijo el emperador Claudio, logrando llegar a estar al frente de la gestión de las finanzas imperiales y amasar una inmensa fortuna.

“Barea Sorano, nombrado para cónsul, propuso que se diesen a Palas las insignias pretorias y quince millones de sestercios; añadiendo Escipión Cornelio que debían dársele públicas gracias, porque descendiendo de los reyes de Arcadia, anteponía el servicio a su antiquísima nobleza, y se contentaba con sólo tener lugar entre los ministros del príncipe.” (Tácito, Anales, XII, 53)





Por muy horrible que parezca la ley romana permitía a los padres ligar por contrato a sus hijos en una servidumbre durante un número de años hasta un máximo de 25. Esta medida pudo haber sido tomada por los emperadores cristianos con la esperanza de que se evitase el infanticidio, aunque estos niños acababan siendo tratados como esclavos y era difícil que recuperaran su estatus de libertad. Todavía en el siglo VI d.C. Casiodoro recoge en su obra Variae una carta escrita en nombre del rey ostrogodo Atalarico en la que se describe la feria de San Cipriano en Lucania y el mercado donde jóvenes de ambos sexos son vendidos por sus padres, que ven una mejora pasar de las labores del campo a la servidumbre en la ciudad.

“Allí se exhibe a chicos y chicas diferenciados por edad y sexo, traídos al mercado no como cautivos, sino libres. Son vendidos con razón por sus padres, porque se benefician con su esclavitud. No hay duda de que mejorarán con su paso de las faenas del campo al servicio en la ciudad.” (Casiodoro, Variae, VIII, 33)

En el Bajo Imperio proliferaron, debido a la difícil situación social, política y económica, las bandas organizadas de comerciantes de esclavos que se dedicaban a llevarse a personas, e incluso familias enteras, nacidas libres, de sus tierras y a venderlos en otros lugares del Imperio. Agustín de Hipona escribe en sus cartas denunciando tal situación.

“Hay muchos de esos en África que se llaman comúnmente tratantes de esclavos (
mangones), que parecen estar exprimiendo a áfrica de mucha de su población humana y llevándola como mercancía a las provincias al otro lado del mar. Casi todos son personas libres. Solo unos pocos son vendidos por sus padres y los que los compran, no como permite la ley romana, como siervos ligados por contrato por un periodo de 25 años, sino que los compran como esclavos y los venden al otro lado del mar como esclavos. Los verdaderos esclavos son vendidos por sus dueños muy raramente. De este grupo de mercaderes ha surgido una multitud de tratantes corruptos que, en manadas, gritando, con temibles atuendos militares o bárbaros invaden las áreas rurales remotas y dispersas y se llevan a aquellos que venderán a dichos mercaderes.” (Agustín de Hipona, Carta 10 a Alipio)


Mercado de Esclavos, pintura de Gustav Boulanger

Asimismo, el hecho de haber contraído una gran cantidad de deudas podría ser un camino para acabar convirtiéndose en esclavo. Si se conseguía demostrar la incapacidad del deudor de saldar todas sus deudas el acreedor podía entonces pedir a los tribunales autorización para vender a su deudor como esclavo.


“Dirigió entonces Lúculo su atención a las ciudades de Asia, para hacer, mientras se hallaba desocupado de los negocios militares, que participasen de la justicia y de las leyes; beneficios de los que los increíbles e inexplicables infortunios pasados habían privado por largo tiempo a la provincia, saqueada y esclavizada por los recaudadores de impuestos y prestamistas, que reducían a los naturales al extremo de vender en particular a los hijos de buena presencia y a las hijas vírgenes, y a las ciudades, las ofrendas votivas, las pinturas y las estatuas sagradas, y ellos, al fin, venían a sufrir la suerte de ser entregados por esclavos a los acreedores. Y lo que a esto precedía, la tortura de las cuerdas, los encierros, el potro, las estancias a las inclemencias del tiempo, en el verano al sol y en el invierno al frío, entre el barro y el hielo, era todavía más duro e insoportable; de manera que la esclavitud, en su comparación, era paz y alivio de miserias.” (Plutarco, Vidas Paralelas, Lúculo, XX) 


Esclavos portando una litera, pintura de Ettore Forti

La diversidad de procedencias y destinos de los esclavos contribuyeron a que el conjunto de la población esclava dentro del Imperio fuese muy heterogéneo, factor decisivo junto con la variedad de ocupaciones que desempeñaban, para que entre ellos no se creara una conciencia o solidaridad de clase que los motivara para rebelarse en conjunto contra el orden establecido. Aunque sí se produjeron revueltas, como la liderada por Espartaco en el año 73 a. C., o, a menor escala, la conspiración del 24 d. C. en el sur de la península itálica, no fueron muy habituales. 

“Como parte del mandato de Mario contra los Cimbrios, el senado le había comisionado para reclutar hombres de los países más allá de los mares; para lo que Mario envió emisarios al rey Nicomedes de Bitinia, pidiéndole que enviara algunos hombres como auxiliares; pero Nicomedes respondió que la mayoría de Bitinios había sido tomados como esclavos por los recaudadores de impuestos, y dispersados por las provincias. Al saber esto, el senado decretó que ningún hombre libre que perteneciese a los aliados de Roma fuera forzado a ser esclavo en ninguna provincia, y que los pretores deberían ocuparse de que todos fueran liberados. Para cumplir esta orden Licinius Nerva, entonces pretor en Sicilia, convocó audiencias y liberó a tantos esclavos que en pocos días más de ochocientos ganaron su libertad; así que todos los esclavos en Sicilia se sintieron alentados y se sintieron esperanzados de su libertad. Los más eminentes sicilianos, por tanto, recurrieron al pretor, y le pidieron que desistiera de hacer a ninguno más libre. A partir de entonces él (o bien sobornado, o por ganarse su favor) retiró su apoyo a las audiencias, y si otros venían a él con la esperanza de ser liberados, los despedía con duras palabras y los enviaba de vuelta con sus dueños. Por ello los esclavos se juntaron en una conspiración; dejaron Siracusa, y se reunieron en el bosque de los Palicios, donde discutieron sobre su intencionada rebelión. La audacia de los esclavos se hizo evidente en muchos lugares por toda la isla. Entre otros, treinta esclavos de dos hermanos ricos en la región de Halicyae fueron los primeros en asegurarse su libertad; su líder fue un tal Varius. Estos, primero mataron a sus dueños mientras dormían en sus camas: después se marcharon a las residencias vecinas, y apremiaron a todos los esclavos a que les siguieran hacia la libertad; y más de ciento veinte se unieron en esa misma noche.” (Diodoro Sículo, Biblioteca Histórica, XXXVI, 3)



Espartaco, ilustración de Sanesi

Los amos romanos preferían escoger a los esclavos por su origen de acuerdo a la actividad a la que iban a destinarlos. Por ejemplo, para el servicio doméstico prefirieron africanos y asiáticos, mientras que los esclavos de origen heleno, debido a su mayor cultura, desempeñaron su labor en el campo educativo o de las artes.

“Aquella mano otrora confidente de mis trabajos, fecunda para su dueño y conocida de los Césares, el joven Demetrio, falleció en la primavera de su vida: había cumplido tres lustros y cuatro veranos. No obstante, para que no bajara a las lagunas Estigias siendo esclavo, cuando el pernicioso mal abrasaba a su presa, tuve la precaución de resignar en el enfermo todos mis derechos de señor. Merecía haberse puesto bueno con mi regalo. Expirando, se dio cuenta de su premio y me llamó “patrón”, a punto de emprender, como libre, el viaje hacia las aguas infernales.” (Marcial, Epigramas, I, 101)



Esclavo doméstico africano, Museo del Louvre


Dentro de la clase esclava también existieron varias categorías. Los esclavos rurales constituían el escalón más bajo de los esclavos y no gozaban de tantos privilegios como los siervos urbanos. No disfrutaban de la misma libertad de movimientos, pero al menos, y en contraste con muchos individuos libres, pero extremadamente pobres, fueron dotados de vestimenta y manutención por sus amos, cosa que los libres tenían que procurarse por sí mismos. 

“Así pues, el dueño diligente es el que se entera, por los esclavos encadenados, pero también por los que no lo están- con los que la confianza es mayor-, si reciben lo que les corresponde de acuerdo con lo dispuesto por él, y comprueba él mismo en su propio paladar la buena calidad del pan y la bebida, y examina el vestido y la protección de manos y pies.” (Columela, De Agricultura, I, 8, 18)

Las condiciones de trabajo de los esclavos rurales fueron mucho más duras que en la ciudad, especialmente porque sus propietarios estuvieron más interesados en obtener el máximo beneficio posible de su trabajo que en dispensarles un buen trato. Sin embargo, algunos lograron mejorar sus condiciones de vida gracias a sus conocimientos agrícolas y contacto más frecuente con sus amos, llegando a ocupar puestos de responsabilidad, como, por ejemplo, la gestión de las tierras de cultivo.

“Ni ha de darse maña solo en el trabajo del campo, sino que debe también estar instruido- hasta donde lo permite su condición servil- en las cualidades del espíritu, a fin de no ejercer su autoridad ni débil ni cruelmente, premiando siempre con un trato especial la excelencia de algunos sin dejar por ello de perdonar a la vez a los menos buenos, procurando hacerse temer por severo antes que ser odiado por su crueldad.” (Columela, De Agricultura, VIII, 10)

No solo el trabajo en las labores del campo se consideraba duro y extenuante, sino que trabajos de tipo más industrial, como el desempeñado en los molinos, necesitaba un gran esfuerzo y era causa de desgaste corporal.

“¡Qué desechos humanos había allí! Aquella gente tenía la piel marcada de arriba abajo por las moraduras del látigo; su espalda cicatrizada, más que cubierta parecía sombreada por andrajos entrecosidos; algunos tan sólo cubrían su bajo vientre con un paño reducido a la mínima expresión; desde luego, todos iban vestidos como para lucir su cuerpo a través de los harapos: tenían letras grabadas en la frente, la cabeza medio rapada, los pies con anillas; desfigurados ya por su color lívido, el humo de los hornos y el vapor del fuego les ha chamuscado los párpados hasta dejarlos medio ciegos. Y así como los atletas se salpican de arena fina antes del combate, esta gente lleva una sucia máscara blanca que es mezcla de ceniza y harina.” (Apuleyo, Metamorfosis, IX, 12)



Trapeto oleario. Ilustración: Inklink Musei - Sovrintendenza Archeologica di Firenze

En una posición intermedia se encontraron los esclavos urbanos y domésticos, que, gracias a la proximidad y la convivencia con sus amos, llegaron a gozar de algunos privilegios impensables para los esclavos rurales. Algunos por su posición dentro de la casa gozaban de ciertas prerrogativas que les permitían obtener prebendas y mantener cierta dignidad o, incluso, autoridad. Por ejemplo, el 
janitor, en las casas acomodadas, que en los primeros tiempos solía estar encadenado, para que no abandonase la vigilancia de la puerta, y, que, posteriormente, ya sin cadenas, cumplía la función de anunciar a los visitantes, era representado a veces como insolente y antipático en su función de custodio de la intimidad del hogar y consciente de su poder a la hora de admitir la entrada a determinados personajes no deseados. Si estos se presentaban con algún obsequio, eran mejor recibidos.

“¿No ha de llegar el sabio a las puertas guardadas por un áspero y desabrido portero? Si se ve obligado por una necesidad, probará llegar a ellas, amansando primero con algún regalo al que las guarda como perro mordedor, sin reparar en hacer algún gasto, para que le dejen llegar a los umbrales; y considerando que hay muchos puentes donde se paga el tránsito, no se indignará por pagar algo, y perdonará al que se lo cobra, sea quien sea, pues vende lo que está expuesto a venderse. De corto ánimo es el que se ufana porque habló con libertad al portero y porque rompió la vara y entrando le pidió al dueño que lo castigara.” (Séneca, De la Constancia del Sabio, 14)



Pintura de Roberto Bompiani. Galería Nacional de Arte Moderno y Contemporáneo, Roma

Los esclavos que atendían las necesidades particulares y domésticas de las familias romanas formaban verdaderas cuadrillas de sirvientes los cuales ejercían labores especificas o cualificadas y gozaban de distinta consideración por parte de sus dueños. 

“Cuando estamos recostados para la cena, uno limpia los esputos, otro agazapado bajo el lecho recoge las sobras de los comensales ya embriagados. Otro trincha aves de gran precio: haciendo pasar su mano experta por las pechugas y la rabadilla con movimientos precisos, separa las porciones. Desgraciado de él, que vive para este solo cometido: descuartizar con habilidad aves cebadas; a no ser que sea aún más desgraciado el que enseña este oficio por placer, que quien lo aprende por necesidad. Otro, el escanciador, engalanado como una mujer, está en conflicto con su edad: no puede salir de la infancia, se le retiene en ella; y, a pesar de su constitución propia ya de soldado, depilado, con el vello afeitado o arrancado de raíz, pasa en vela toda la noche, que reparte entre la embriaguez y el desenfreno de su dueño para ser hombre en la alcoba y mozo en el convite. Otro a quien está encomendada la selección de los comensales, desdichado, permanece de pie y espera a quienes el espíritu servil o la intemperancia en el comer o en el hablar les permitirá volver al día siguiente. Añade a éstos los encargados de la compra que tienen un conocimiento minucioso del paladar de su dueño, que saben cuál es el manjar cuyo sabor le estimula, cuyo aspecto le deleita, cuya novedad, aun teniendo náuseas, puede reanimarle, cuál el que, por estar ya saciado, le repugna, cuál el que le apetece aquel día.” (Séneca, Epístolas, 47)



Pinturas de sirvientes de la tumba de Silistra, Bulgaria

Otros esclavos se hicieron esenciales para sus dueños por su capacidad de administrar los bienes de la casa (dispensatores) y gestionar los asuntos económicos de la familia (procuratores). A estos los asistían tesoreros, contables y secretarios. Los propietarios de estos siervos de confianza los trataban con mucho más respeto que a los esclavos menos cualificados.

Los esclavos públicos que trabajaban para el Estado eran empleados en la construcción de obras públicas como carreteras y acueductos y también se dedicaban a su mantenimiento. 





Muchos condenados por delitos eran destinados a las minas, pero los servi publici más preparados trabajaban como funcionarios al servicio de la familia imperial, desempeñando cargos de confianza y teniendo a su cargo a otros esclavos (vicarii).

Musicus Scurranus, esclavo de Tiberio y administrador del Tesoro de la Galia fue conmemorado cunado murió en Roma por sus vicarii, dieciséis en total (un agente de negocios, un contable, tres secretarios, un médico, dos mayordomos, dos ayudantes, dos cocineros, un encargado del guardarropa, uno a cargo del oro y otro de la plata. Y una mujer de la que no se cita su oficio. Como la ley no permitía a los esclavos tener propiedades, en realidad los vicarii pertenecerían al dueño de Scurranus, el César Tiberio. Sin embargo, el puesto de Scurranus era de tanta confianza y requería tal preparación que permitiría al propio Scurranus obtener importantes beneficios económicos.

Los esclavos que eran trasladados desde su lugar de origen a Roma o a otros centros de comercio de esclavos, viajaban hacia lo desconocido sufriendo todo tipo de vejaciones y violencias durante el trayecto, y sufrían un fuerte impacto psicológico, lingüístico y cultural al dejar su propia sociedad y tener que adaptarse a la de su lugar de destino. Aquí eran llevados al mercado de esclavos, donde la venta de éstos tenía la misma consideración que si de ganado o animales de carga se tratara, no había diferencias jurídicas en estos tipos de transacciones, se regulaban por un edicto de los ediles, magistrados que supervisaban el mercado y cuya labor principal era evitar que el vendedor engañara al comprador.

“Los ediles dicen: Aquellos que venden esclavos deberían notificar a los compradores si tienen enfermedades o defectos, si tienen la costumbre de huir, deambular, o no han sido liberados de la responsabilidad por el daño que han cometido. Todo esto debe difundirse públicamente a la hora de venderse los esclavos. Si se vendiese un esclavo violando esta provisión, o en contra de lo que se ha dicho y prometido cuando tuvo lugar la venta, se indemnizará al comprador y a todas las partes interesadas, se concederá una acción para obligar al vendedor a aceptar al esclavo de vuelta. Sin embargo, si tras la venta y entrega, el valor de dicho esclavo hubiera disminuido por la actuación de los esclavos del comprador, o de su agente, o si la esclava hubiera tenido un hijo tras la venta; o, si cualquier acceso se hubiera hecho a la propiedad procedente de la venta; o si el comprador hubiera obtenido algún beneficio de dicha propiedad, deberá restaurar el total de ello. Además, si él mismo hizo alguna adición a la propiedad, puede recuperar lo mismo del vendedor. Si el esclavo hubiera cometido un acto ilegal punible con muerte, si es culpable de cualquier acto contra la vida de alguien, o si ha sido llevado a la arena para luchar contra las fieras, todas estas cosas deben indicarse en el momento de la venta, porque en estos casos concederemos una acción para la vuelta del esclavo. También concederemos una acción cuando una parte haya vendido, a sabiendas y con mala fe, un esclavo violando estas provisiones.” (Ulpiano, Digesto, Edicto de los ediles curules, I)



Esclava romana. Pintura de Óscar Pereira da Silva,
Pinacoteca del Estado de Sao Paulo

El vendedor, por ley, debía informar de los defectos físicos, enfermedades, carácter, reputación... de la mercancía expuesta y los detalles quedaban reflejados en los documentos de compraventa, los cuales podían ser utilizados como prueba en caso de dolo o engaño. Para asegurarse de que no adquirirá un esclavo defectuoso o demasiado problemático –el esclavo era considerado como una propiedad problemática– el comprador podía examinarlo como si de un objeto o animal se tratara, totalmente despojado de su dignidad humana. Sin embargo, los trucos debían ser variados entre los tratantes de esclavos para ocultar los defectos de los esclavos expuestos y poder así convencer (y engañar) a los incautos compradores.

“Cuando vas a comprar un caballo ordenas que le saquen la albarda; a los esclavos en venta les quitas los vestidos para que no oculten defecto alguno corporal; al hombre, ¿le pondrás precio estando embozado? Los traficantes de esclavos disimulan con algún postizo todo cuanto pueda desagradar; por ello los mismos aderezos despiertan las sospechas de los compradores. Si advirtieses que la pierna o el brazo están sujetos con vendas, mandarías que los descubriesen y que se te mostrase el cuerpo desnudo.” (Séneca, Epístolas, 80)

En la ciudad costera de Side (Turquía) en el verano del año 142 d.C. fue vendida una niña de 10 años, llamada Abaskantis, por un cierto Artemidorus a un nuevo propietario, Pamphilos, según la ley romana.

“En el consulado de l. Cuspius Rufinus y L. Statius Quadratus, en Side, ante l. Claudius Auspicatus, demiurgo y los sacerdotes de la diosa Roima, en el 26 de Loos. Pamphilos, también conocido como Kanopos, hijo de Aigyptos, de Alejandría, ha comprado de Artemidoros, hijo de Aristokles, en el mercado la niña esclava Abaskantis, o de cualquier otro nombre, una gálata de 10 años, por la suma de 280 denarios de plata. M. Aelius Gavianus garantiza la venta. La niña está sana, de acuerdo con el Edicto de los Ediles... está libre de responsabilidad en todos los aspectos, no tiene tendencia a deambular ni escaparse, y está libre de epilepsia…” (Contrato de venta de una esclava, Papiro Turner 22)



Compra de una esclava, Pintura de Jean-Léon Gérôme


Era habitual señalar que los esclavos no sufrían de enfermedades frecuentes en la época como epilepsia, lepra, etc.

El poeta Horacio imita de una forma algo irónica lo que podía ser el anuncio de las cualidades o posibles defectos de un esclavo dirigidas por el tratante de esclavos al público desde la plataforma de venta.

“Floro, amigo leal del buen e ilustre Nerón si alguien quiere venderte un esclavo nacido en Tíbur o en Gabios, y trata contigo de esta manera: Este buen mozo, y guapo de pies a cabeza, por ocho mil sestercios se hará y será tuyo. Es nacido en la casa, y dispuesto para el trabajo tan pronto el amo le haga una seña. Tiene un barniz de letras griegas y sirve para el oficio que quieras, pues la arcilla mojada podrás modelarla a tu gusto. Incluso te puede cantar mientras cenes y, aunque no es un experto, lo hará de manera agradable. Quien mucho promete, su crédito mengua; pues se excede los elogios quien quiere quitarse de encima las cosas que pone a la venta. A mí nada me apremia: soy pobre, pero con mi dinero. Ningún vendedor te haría este precio, ni yo se lo haría sin más a cualquiera. Faltó al trabajo una vez y, como suele ocurrir, se ocultó bajo la escalera por miedo al zurriago colgado del muro..."(Horacio, Epístolas, II, 2)

El esclavo se compraba, vendía, alquilaba, prestaba, regalaba, castigaba, premiaba, le cambiaban el trabajo, le separaban de su familia, incluso lo podían liberar; vivía en un estado de completa inseguridad, totalmente ajeno al control de su propia existencia. Esclavitud y violencia estaban íntimamente ligadas lo cual se ponía de manifiesto principalmente a través de la explotación sexual y el maltrato físico. Una esclava estaba siempre expuesta a agresiones sexuales por parte de cualquier hombre libre e incluso por un esclavo de rango superior. La prostitución era un negocio donde iban a parar multitud de mujeres y niños esclavos. Era perfectamente normal que un propietario pretendiera satisfacer sus deseos sexuales o los de sus amigos con esclavos-as, muchos de éstos eran elegidos para ese fin.

“¡Oh, mi grato descanso! ¡Oh, mi dulce tormento, Telesforo, cual no lo hubo nunca entre mis brazos! Dame besos, mi niño, húmedos de añejo falerno, dame copas aminoradas por tus labios. Si sobre esto añadieras los verdaderos goces de Venus, negaría que a Júpiter le vaya mejor con Ganímedes.” (Marcial, Epigramas, XI, 26)



Detalle de mosaico, Villa del Tellaro, Sicilia

Si alguna vez se cuestionaba este “uso” no era por el reconocimiento de cierto derecho a los esclavos, pues la opinión de éstos no contaba, sino por proteger la propiedad de agresiones que les pudiera causar daños, o bien, por la moralidad de los que cometían los abusos sexuales. En cuanto al maltrato físico, éste no era en absoluto reprobable, por lo que si el amo lo consideraba oportuno el esclavo sería azotado, golpeado, lesionado, torturado e incluso mutilado, aunque esto último era contraproducente pues iba en contra de la productividad del esclavo y por tanto de su rentabilidad.

“Cuando volvía a casa desde Roma, viajaba con un amigo mío de Gortyna, en Creta. Era este, en otros aspectos una persona agradable, porque era simple, amigable, bueno y para nada avaro. Pero tenía tendencia a la ira y pegaba a sus esclavos con las manos y a veces con los pies, pero frecuentemente con un látigo o cualquier pieza de madera que estuviera a mano. Cuando estábamos en Corinto, decidimos enviar todo nuestro equipaje y todos los esclavos, excepto a dos, de Cenchreae a Atenas en barco, mientras que nosotros alquilamos un carro para nuestro viaje por tierra por Megara. Cuando ya habíamos pasado Eleusis y llegábamos a la llanura Thriasian, pidió a los esclavos (que seguían al carro) un bulto del equipaje, pero no sabían dónde estaba. Él se encolerizó y como no tenía nada más para golpear a los jóvenes, cogió un espada grande con su vaina y la descargó en la cabeza de ambos. No golpeó con la parte roma (con la que no habría causado gran daño), sino con el filo. La hoja cortó a través de la vaina e infligió dos heridas considerables en ambas cabezas, porque les golpeó dos veces. Cuando vio la sangre saliendo a borbotones, se marchó rápidamente andando hacia Atenas por temor a que alguno de los esclavos pudiera morir mientras él estuviera allí. Conseguimos llevar a los heridos a Atenas.” (Galeno, Tratado de las pasiones del alma y sus errores, IV)


Maltrato a un esclavo, detalle de mosaico, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Por otra parte, la gran mayoría de los esclavos, por costumbre, cultura o instinto de supervivencia, aceptaban su condición y trabajaban en la medida de sus posibilidades para hacer su vida lo más tolerable posible y soportaban los males que padecían como algo inherente a su estado servil.

“MESENIO.— La piedra de toque para un buen esclavo, es el ver si se ocupa de los intereses de su amo, mira y vela por ellos y se esfuerza en su ausencia por atenderlos con tanto celo como si el amo estuviera presente o aún mayor. Para un sujeto de cordura deben ser las propias costillas más importantes que las tragaderas, y las piernas más que el estómago. Debe tener presente el pago que reciben de sus amos los malos siervos, los que son haraganes y desleales: látigos, grillos, piedras de molino, fatiga, hambre, duro frío; eso es la recompensa de su mal comportamiento. Yo tengo un miedo muy grande de esos castigos, por eso he resuelto portarme bien y no mal, porque es que yo aguanto bien las órdenes, pero los látigos, los odio y prefiero cien veces comer el trigo molido que no tener yo que molerlo para los demás. Por eso yo obedezco las órdenes de mi amo y las pongo por obra con exactitud y sumisión. Y me va bien así; los demás pueden ser como ellos tengan por conveniente, pero lo que es yo, no me saldré de lo que es mi deber; yo quiero vivir en ese temor y evitar toda culpa, de modo que esté siempre y en todo lugar a la disposición de mi amo; los esclavos que, aun estando libres de culpa, son temerosos, ésos son provechosos a sus dueños. Porque los que no conocen ninguna clase de temor, tienen al fin que temer, si es que se han portado mal. Además, yo no tendré que sentir temor mucho tiempo: no está lejos el momento en el que mi amo me recompense mis servicios. Yo sirvo de la forma que creo que es en interés de mis espaldas.” (Plauto, Los dos Menecmos, V, 6)



Plauto, el molinero. Camilo Miola. Museo Civico de Castel Nuovo, Nápoles

Bibliografía:



https://www.academia.edu/31402253/ALGUNAS_CONSIDERACIONES_SOBRE_LA_ESCLAVITUD_EN_ROMA_LOS_ESCLAVOS_Y_SUS_DERECHOS; ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA ESCLAVITUD EN ROMA: LOS ESCLAVOS Y SUS DERECHOS; Mario Martín Merino
https://www.persee.fr/doc/dha_0755-7256_2015_num_41_1_4133; The Bitter Chain of Slavery; Keith R. Bradley
SLAVERY AND SOCIETY AT ROME; KEITH BRADLEY; CAMBRIDGE UNIVERSITY PRESS
https://www.academia.edu/4063270/_Slavery_and_the_Roman_Family_; SLAVERY AND THE ROMAN FAMILY; Jonathan Edmondson
https://www.degruyter.com/view/j/klio.2016.98.issue-1/klio-2016-0006/klio-2016-0006.xml; The Role of Slave Markets in Migration from the Near East to Rome; Morris Silver
https://www.academia.edu/9610135/Oxford_Handbook_of_Roman_Epigraphy_CH._28._Slaves_and_Freed_Slaves; SLAVES AND FREED SLAVES; CHRISTER BRUUN
https://oaktrust.library.tamu.edu/handle/1969.1/157697; A JOURNEY IN CHAINS: A STUDY OF THE ANCIENT ROMAN SLAVE; VICTORIA HODGES
https://www.classics.upenn.edu/sites/www.classics.upenn.edu/files/Divjak%20Augustine%2010%20Trans.pdf; LETTER 10
https://www.academia.edu/2389347/Slave_Labour_and_Roman_Society_-_2011; SLAVE LABOUR AND ROMAN SOCIETY; John Bodel

http://mural.uv.es/juasajua/esclavitud.htm; La esclavitud en Roma, Juana Sáez Juárez
Ancient Greek and Roman Slavery; Peter Hunt; Google Books
Slavery in the Late Roman World, AD 275–425; Kyle Harper; Google Books
Plautus and Roman Slavery; Roberta Stewart; Google Books

Macellum, el mercado en la antigua Roma

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Reconstrucción idealizada del mercado de Pompeya, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Durante la época republicana en Roma, el foro se convirtió en el lugar donde se llevaban a cabo todas las actividades políticas, jurídicas, administrativas, financieras y religiosas de la ciudad. Allí también se hacía la compra y la venta de mercancías. Sin embargo, en el siglo III a.C. se produjo una especialización importante de las actividades públicas que implicó la necesidad de contar con un edificio específico para la venta de alimentos que estuviera situado fuera del foro. Los diferentes mercados que habían ido surgiendo por toda la ciudad, como el forum suarium, en el Quirinal, o el forum vinarium, al pie del Aventino, fueron reemplazados por un gran mercado de alimentación, o macellum, que sería habitual en las ciudades de Italia y las provincias.

"Después que todo esto que correspondía a la alimentación, fue reunido en un único lugar y fue edificado un lugar para ello, éste se denominó Macellum«Mercado»: según escriben ciertos autores, porque allí hubo un jardín; según otros, porque allí estuvo la casa de un ladrón, que tuvo por sobrenombre Macellus «Macelo», casa que fue allí demolida por orden del Estado y a partir de la que se edificó esto que por aquél se llama Macellum." (Varrón, De Lingua Latina, V, 147)

Moneda con Macellum Magnum, construido en Roma por orden de Nerón

El macellum romano era por tanto un edificio independiente, que pertenecía a la ciudad y estaba destinado, fundamentalmente, a la venta de productos alimenticios, principalmente carne, aves de corral, caza, pescado y productos hortifrutícolas. En algún caso, se han documentado tiendas en las que no se vendían productos alimenticios como en el mercado de Viroconium Cornoviorum (Wroxeter, Gran Bretaña) donde hubo un vendedor de cerámica.

EUCLIÓN: Quise darme un empujoncillo hoy al fin para regalarme un poco por las bodas de mi hija: voy al mercado, pregunto por el pescado: está caro; caro el borrego, cara la vaca, la ternera, el atún, el cerdo: todo caro; caro, sobre todo, por falta de pasta, así que me marcho de mal humor, porque no puedo comprar nada; con tres palmos de narices les he dejado a todos esos sinvergüenzas. (Plauto, Aulularia, 374)

Pintura de Enrico Salfi, Galería de Arte Moderno, Milán


El aumento del lujo en la sociedad romano conllevó la diversificación de los productos que se podían encontrar en los mercados. Ya en época imperial se demandaban productos alimenticios exóticos o costosos, objetos decorativos procedentes de lugares lejanos y adornos o esencias para deleite personal por los que se llegarían a pagar precios desorbitados.

"Después de un largo y prolongado paseo al azar por los Saepta, aquí donde la Roma de oro malgasta sus riquezas, Mamurra examinó unos apetecibles esclavos y los devoró con los ojos; no esos que se prostituyen a la entrada de los tugurios, sino los que guardan los tablados de un escondido expositor y a los que nunca ve el pueblo ni la gente de mi condición. Después, una vez harto, hizo que le sacaran las mesas y los veladores que no estaban a la vista y pidió ver el rico marfil expuesto en lo alto y, después de haber medido cuatro veces un lecho de seis plazas de concha de tortuga, se lamentó de que no fuera lo bastante grande para su mesa de cidro. Consultó con sus narices si los bronces olían a Corinto y encontró defectuosas las estatuas, hasta las tuyas, Policleto, y, después de quejarse de que las copas de cristal estaban estropeadas por pequeñas motas del vidrio, señaló diez copas de murrina y las apartó. Sopesó unas viejas copas dedaleras y, si es que había alguna, las copas ennoblecidas por la mano de Méntor, y contó las esmeraldas engastadas en oro cincelado y todo cuanto tintinea más que orgullosamente desde una oreja blanca como la nieve. Las sardónicas, en cambio, las buscó por todas las mesas y puso precio a unos jaspes grandes. Cuando a la hora undécima, cansado, ya se marchaba, compró dos cálices por un as, y se los llevó él mismo. (Marcial, Epigramas, IX, 59)

Pintura de Vitorio Capobianchi

Los decuriones eran los cargos municipales que tomaban la decisión sobre la construcción de un nuevo mercado, pues el Senado local debía decidir sobre la construcción, mantenimiento o demolición de cualquier edificio. El suelo sobre el que se ubicaría el mercado podía ser público, así como el dinero destinado a su construcción, pero el suelo podía ser donado por el municipio para que un mecenas con deseos de hacer carrera política o ser reconocido socialmente, aportara la financiación necesaria. También podía darse el caso de que el evergeta donase el terreno y las arcas municipales aportaran la cantidad necesaria para construir el edificio.


Quintius Hispanus, evergeta de Castulo y magistrado municipal que desempeñó cargos ecuestres de importancia, pagó la construcción de tiendas y de un almacén de grano en suelo público municipal.


[Quintiu]s(?) Q(uinti) f(ilius) Q(uinti) n(epos) Q(uinti) pron(epos) Q(uinti) abn(epos) Gal(eria) Hispan[us / - - -]tus aedil(is) flamen IIvir pontif(ex) municipi P[ontif(iciensis) / - - -]curator Baetis praef(ectus) cohortis PI[- - - / - - -]rum equitatae comes et adsessor legati ad / [- - -]s et adsessor proco(n)s(ulis) provinciae Galliae / [Narbon(ensis)] compluribus immunitatibus et beneficiis INTER DIFFVSE / [- - - p]rincipib(us) honoratus tabernas / [- - -] et post horreum solo empto ab re publica d(e) s(ua) p(ecunia) d(ono) d(edit). (CIL. II, 2129, Porcuna, Jaén)

Estela del mercado de Sertius (Marcus Plotius Faustus), 
quien construyó un nuevo mercado para agradecer la fortuna que había conseguido en la ciudad. 
Timgad, Argelia 

Las razones que impulsaban al evergeta a realizar donaciones en dinero y en especie eran muy variadas y, generalmente, se entremezclaban: su orgullo por la ciudad de su nacimiento, deseo de honores y prestigio social; por querer ser recordado la muerte; para promocionarse políticamente, mediante el desempeño de magistraturas y sacerdocios municipales; o para agradecer los favores otorgados por una comunidad. Los donantes podían aducir cualquiera de estas razones a la hora de pagar con su dinero la construcción de un macellum, su restauración o la compra de equipamiento.

Dos inscripciones de época de Antonino Pío fueron dedicadas a Lucius Cosinius Primus, edil, cuestor, duoviro quincenal, pontífice, flamen perpetuo y prefecto del emperador, tras donar 30.000 sestercios por su flaminado perpetuo para erigir el macellum de Cuicul (actual Djemila, Argelia), con columnata, estatuas, oficina pública de pesas y medidas y tholos, siendo inaugurado por él y los trabajos supervisados por su hermano Gaius Cosinius Maximus:

"L(ucius) [Cosinius L(uci) f(ilius) Arn(ensi) Primus aed(ilis) q(uaestor) IIvir] quinq(ennalis) [pon]t(ifex) f[l(amen) p(er)p(etuus) mac]ellum cum columnis et statuis et ponderario et thol[o] quod pro honore fl(amonii) p(er)p(etui) e[x] HS XXX m(ilibus) n(ummum) taxaverat multiplicata p[ecu]nia a fundamentis fecit idemq(ue) dedica[vit curante C(aio) Cosinio Ma]ximo fratr[e]" (AE 1916, 0036)


Tholos y mesa ponderaria, mercado de Cosinius, Cuicul (Djemila, Argelia), foto de Yelles

La construcción de un mercado en ciudades con poca población y pocos recursos económicos dependía en muchos casos de la generosidad de las élites que eran los principales clientes ya que podían permitirse los alimentos exóticos y objetos lujosos que allí solían venderse.

En cuanto a su estructura, el macellum era un edificio independiente con un patio central al aire libre (area) rodeado de pórticos, y en el que se repartían las tiendas, o tabernae. El mercado se distribuía en una o varias plantas y exhibía por lo general una fachada monumental, cuya decoración era muy elaborada, así como la del interior que podía mostrar esculturas, pinturas y mosaicos. 



Puerta del mercado de Mileto, Museo de Pérgamo, Berlín

En una parte principal de la instalación se podía encontrar una estancia, que podía ser en forma de exedra, que se destinaría al culto de algunas divinidades protectoras o al culto del emperador o de la Familia o Casa Imperial.

“… sabes que,en todas las mesas de banqueros, en las galerías, en las tiendas, en los techos, vestíbulos, ventanas, por todas partes y en cualquier lugar, sea donde sea, está expuesto públicamente tu retrato, la verdad es que mal pintado y, la mayor parte de ellos, modelados y esculpidos con un estilo tosco. A pesar de ello, nunca tu imagen se me ha presentado al pasar tan distinta que mi boca no haya lanzado un ligero beso." (Frontón, Epistolario 5, Ad M. Caesare, IV, 12, 4)

Mercado de Pompeya, foto de Mentnafunangann

En el centro del patio se hallaba la tholos con forma habitualmente circular, cuya función era sobre todo decorativa, albergando una fuente o escultura, aunque podía ser también religiosa en ciertos casos, por ejemplo, cuando contenía la estatua del genius macelli, protector del mercado.

Genio / macelli / Flavius / Urbicio / ex voto / posuit / sacrum (C.I.L. II, 2413)

En la tholos se encontraría un podium en el cual los vendedores subirían para llamar la atención de los compradores sobre sus mercancías y, con total seguridad, serviría a los subastadores que desde allí ofrecerían sus productos en voz alta.

Tholos, mercado de Leptis Magna, Libia. Foto de Adrian Lazar

Los pórticos protegerían a los clientes del sol y de la lluvia y cuando no los había el patio recibiría la sombra de los pisos superiores si los había.

Tiendas bajo pórtico. Ilustración Jean-Claude Golvin

El pavimento del patio o area solía ser impermeable, dado que, al estar al aire libre, entraba el agua de lluvia y sobre él, además, se derramarían accidentalmente diversos líquidos, como vino, aceite o el agua de la fuente o pozo que en ocasiones se encuentra en su centro. Igualmente, los restos de carne o pescado que quedaban tras su preparación sobre los mostradores o el pavimento se eliminarían por los desagües al verte agua por ellos. Una red de canales se encargaría de recoger el agua de lluvia y facilitar su evacuación hacia las alcantarillas de la ciudad.

Alrededor del patio se disponían las tiendas, tabernae, o tabernulae, cuya extensión dependía del tamaño del edificio. Su superficie estaba ocupada en gran parte por una actividad artesanal y contaban normalmente con un mostrador para enseñar la mercancía, que podía ser de madera, ladrillo o, incluso, mármol.

Taberna de los pescaderos, Ostia, Italia. Foto de Samuel López

Los vendedores alquilaban o compraban un puesto en el mercado, aunque cuando el espacio era público, no podía venderse, sino sólo el derecho a su explotación por parte de individuos privados.

"Cuando alguien vende una tienda que se emplea para asuntos bancarios, las que están en suelo público, no vende el terreno, solo el derecho; porque al ser tiendas públicas, solo su uso pertenece a individuos privados." (Ulpiano, Digesto, XVIII, I, 32)

Tabernae, Mercado de Timgad, Batna, Argelia, foto de LBM 148

Los pequeños comerciantes del macellum y de las tabernae de las ciudades pagaban un vectigal o impuesto ciudadano en concepto de arrendamiento de su puesto. En Pompeya se ha encontrado una tablilla en la que se puede leer que, alrededor del año 57 d.C., Caecilius Jucundus (prestamista) paga 2.520 sestercios en nombre de M. Fabius Agathimus, adjudicatario de la tasa del mercado, a Privatus, esclavo de la colonia y trabajador de las arcas municipales.

[L.C. ...] o [11i. C[laudio]
[V]ero [d.]i.d.
[III (¿) idus lanu]ari[as]
[Privatus] colon[iae] Pompeian (orum)
s[er(vus)] scripsi me accepisse
ah [L. Cae]cilio lucundo
sestertia duo millia
quingentos viginti numm(os)
nomine M. Fabi Agathini
mancipis merca[t]uus.
Act(um) Pom(peis)
P. Mario P.f L. Afinio co[s.]
(Tablilla quirógrafo CLI)


Mercado de Lugdunum, Ilustración de Jean-Claude Golvin


En el macellum existirían estancias destinadas a depósito o almacén, a letrinas, y estanques o piscinae en las que el pescado pudiera conservarse vivo para su venta, ya que, en las ciudades, el pescado se vendía exclusivamente en el macellum. Podía contener también un horologium o reloj de sol, que indicaría a vendedores y clientes que vivían alejados la hora de volver a casa.

En el macellum no podían faltar las dependencias en las que se guardasen las básculas públicas (staterae), los pesos oficiales, las medidas de capacidad, incluso para líquidos, y las de longitud, denominada sala de la mensa ponderaria, que parece poder diferenciarse del ponderarium, estancia en la que se guardaba el equipo para la comprobación de los pesos y medidas líquidas. La mesa ponderaria era un bloque de piedra o mármol rectangular, con varias cavidades en forma de semiesfera, donde se encajaban contenedores metálicos, en los que se vertían los productos cuya capacidad necesitaba ser medida. A veces se situaba en el borde una regleta para tomar medidas de longitud. En la mesa ponderaria de Cuicul se indicaba mediante inscripciones el uso de cada una de las oquedades: la primera para los líquidos (vino o aceite), la segunda para la cebada y la tercera para el trigo.

Mesa ponderaria. Pompeya. Foto de Samuel López. Inscripción: Aulus Clodius Flaccus,
hijo de Aulus, Numerius Arcaeus Arelianus, hijo de Numerius,
duoviros con mando de ley, lo entregaron por decreto de los decuriones para igualar las medidas.

Las mercancías perecederas serían posiblemente llevadas desde su llegada a las puertas de la ciudad o los puestos de la costa directamente a los puestos de los mercados, pero las mercancías imperecederas o que podían ser almacenadas hasta su venta se trasladarían hasta los almacenes (horrea) que podían ser privados o públicos donde los tenderos o propietarios de cauponae o thermopolia podrían aprovisionarse de productos que ellos venderían al por menor como aceite o vino.

 Horrea Epagathiana et Epaphroditiana, Ostia, Italia. Izda: Foto de Samuel López.
Drcha: Ilustración de Jean-Claude Golvin


Los ediles eran los magistrados encargados de tipificar los pesos en Roma. Las muestras originales se custodiaban seguramente en el Capitolio en Roma, y debían servir como modelo para todo el Imperio romano, bien de manera directa o a través de copias custodiadas en otras comunidades provinciales a las que las instalaciones más pequeñas podían acceder más fácilmente sin necesidad de trasladarse a la gran urbe. La falsificación de los pesos y medidas oficiales en el mundo romano impulsaba continuos intentos por parte de la administración central de mantener un sistema estandarizado y vigilar el uso de sistemas de medición de acuerdo a lo que marcaba la ley.

Amiano Marcelino señala que en el año 367 o 368 d.C. el praefectus urbi Vettius Agorius Praetextatus restableció los pesos y medidas existentes en Roma.


"Por ejemplo, entre otras, podemos mencionar que eliminó todas las construcciones maenianas, prohibidas ya en Roma por las antiguas leyes, y separó de los edificios sagrados las casas de los particulares, considerando que no era apropiado que estuvieran unidas. Además, ajustó las balanzas de cada una de las zonas de la ciudad, porque de otro modo no podía atajarse la ambición de muchos que utilizaban las medidas a su antojo." (Amiano Marcelino, 27, 9, 10)

Statera (balanza romana). Foto de christies.com


La libra (dos platillos) y la statera (la balanza que denominamos hoy en día como “romana”) fueron las dos formas comunes del sistema de pesos que empleó el mercado romano. Se fabricaban en bronce. La segunda era más fácil de manejar y más práctica, aunque menos precisa que la libra, pero era la favorita de los comerciantes, pues empleaba un solo platillo y era fácil de transportar.



Relieves romanos. Izda pesando con statera. Drcha pesando con libra

Hasta el siglo II d.C. el término macellarius designaba cualquier vendedor del mercado, pero a partir de entonces, comenzó a utilizarse con el significado específico de “carnicero” en lugar de la palabra lanius. Los vendedores se distinguían según la mercancía que ofrecían en el mercado, por ejemplo, los piscatores eran los pescaderos, el butularius era el salchichero y el pullarius vendía aves.


Relieve romano, Museo de Ostia

El mercator era definido en época romana como un comerciante, que se dedicaba a la compra-venta de mercancías, no para su uso personal sino para la obtención de beneficios. Durante la República, se consideraba el oficio de mercator como de baja extracción social, desempeñado habitualmente por un ciudadano romano de origen itálico, aunque no se descartaba a extranjeros, el cual movería cantidades reducidas de mercancías, siendo por consiguiente asimilado tanto con el comerciante que recorría distancias más o menos cortas, por tierra y por mar, transportando pequeñas cantidades de determinados productos, como con el simple tendero urbano.

“Asimismo se ha de tener por oficio bajo el comercio de los que compran a otros para volver a vender; pues no pueden tener algún lucro sin mentir mucho, y no hay vicio más feo que la mentira… Tampoco son de nuestra aprobación aquellos oficios que suministran los deleites, los pescaderos, carniceros, cocineros, mondongueros, como dice Terencio… El comercio, si es corto, se ha de reputar por oficio ruin; y si es mucho y rico, que conduce mercadurías de todas partes, y las distribuye sinengañar a nadie, no se ha de condenar enteramente". (Cicerón, De los Oficios, I, 42)


Relieve de Tiberius Julius Vitalis. Colección Villa Albani

En época imperial su importancia económica parece haber aumentado, y se incluye como mercator, tanto al propietario de una tienda, que probablemente sería designado con el nombre de la mercancía con la que trataría [L(ucius) Au]relius L(uci) l(ibertus) / [H]ermia / [la]nius de colle / Viminale (Lucius Aurelius Hermia, liberto de Lucius, carnicero de la colina Viminal) (CIL_1.1221), como al comerciante que se dedicaba a la importación y exportación a gran escala de todo tipo de artículos incluyendo a los territorios de ultramar: L. Marius Phoebus, mercator olearius ex Baetica (CIL VI. 1935)

Al mercator durante la República y los primeros siglos del Imperio se le tenía como un individuo turbio, plagado de todos los defectos y bajos instintos imaginables; un personaje deshonesto que se valía del engaño y la mentira para aprovecharse de la gente. Movido por su avaricia y ambición su única prioridad era el dinero.

“Véndeme uno cantidad de trigo, sin el cual no pudiera yo vivir; no por eso le soy deudor de la vida, ni hago aprecio de la necesidad que tuve del trigo sin el cual no pudiera vivir; sólo miro en que no se me dio de balde, pues no lo hubiera conseguido si no lo hubiera comprado, y el mercader cuando lo vendió no puso el pensamiento en el socorro que me había de hacer, sino en la ganancia que había de conseguir, y así no le soy deudor de aquello que me costó mi dinero.” (Séneca, De los Beneficios, VI, 14)

Escenas de venta callejera. Pintura de la casa de Julia Felix, Pompeya

Sus viajes de un lado a otro con las mercancías lo convierten en un ser errante y desarraigado, desconectado de la sociedad, a la que corrompe importando productos y costumbres que destruyen las conductas tradicionales y, ademas, su falta de dedicación a la república le inhabilitaba para desempeñar un cargo público. Esta visión tan negativa venía del hecho de que la actividad comercial era una ocupación muy competitiva en la que los beneficios en cierta manera dependían de anticiparse al resto de comerciantes a la hora de aprovechar las oportunidades, siendo necesario tejer una compleja red de colaboradores, situados en posiciones estratégicas que les permitiera estar permanentemente informados de la mejor situación comercial en los posibles lugares de venta. Además, la estrategia de retener el producto en los almacenes permitía a los comerciantes manipular los precios del mercado haciéndolos subir de forma fraudulenta, para así obtener mayores ganancias.

"Los que acostumbran a aprovechar cualquier oportunidad para aumentar el precio de los alimentos se llaman dardanarii, y se han tomado medidas por medio de decretos imperiales para reprimir su avaricia: Se debe vigilar que no haya dardanarii con respecto a ningún producto, y que no tomen medidas para almacenar y retener mercancías que hayan comprado; o, que los más ricos no quieran disponer de sus productos a precios razonables con la expectativa de una temporada improductiva, para que el precio de los alimentos no se incrementen. Los castigos impuestos a tales personas, sin embargo, varían enormemente, porque generalmente, si son mercatores, solo se les prohíbe implicarse en el comercio, y a veces son deportados, pero aquellos que son de baja extracción son condenados a trabajos públicos." (Digesto, XLVII, 11, 6)

Horrea en la Galia, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Desde el gobierno de los severos los comerciantes dejaron de ser despreciados para ocupar un puesto en los consejos, debido quizás a que la falta de individuos con aptitudes para ejercer el cargo de decurión tras las cruentas guerras que habían asolado el Imperio y la crítica situación económica implicarían la aceptación para los cargos municipales a todo aquél que tuviese la cantidad mínima de fortuna exigida, independientemente de cuál fuera su ocupación profesional.

El término negotiator, y el de negotians, se referían, entre los romanos, al que se dedicaba, no sólo a actividades comerciales por lo general marítimas y a gran escala, aunque sin descartar operaciones de menor tamaño, como la explotación de tabernae mediante el uso de terceros; sino también a las finanzas, a la gestión de empresas de transportes, tanto terrestres como marítimos, a la industria, a la construcción y negocios inmobiliarios, a la explotación agrícola, o a unas cuantas ocupaciones más, o incluso a varias de ellas de forma simultánea, pero siempre teniendo en cuenta que todas estas operaciones serían, por lo general, de gran envergadura. Sería principalmente un inversor. A principios del siglo II d.C., se estableció en Ostia un 
forum vinarium que sirvió como sede para dos corporaciones de comerciantes de vino el de los negotiatores fori vinarii y el corpus splendidissimum importantium et negotiantium vinariorum.

Relieve romano en World Museum de Liverpool

Durante la República se recalcaba más su faceta financiera, en cambio, durante el Imperio, el vocablo negotiator englobaría todo tipo de prácticas económicas, desde las finanzas al comercio, en especial el marítimo a gran escala. Como las élites sociales consideraban un desprestigio dedicarse al comercio, encargaban la dirección de sus negocios a personajes socialmente inferiores, incluso libertos o esclavos.

"Eran muchas las minas de plata que tenía, posesiones de gran precio en sí y por las muchas manos que las cultivaban; a pesar de eso, todo era nada en comparación del valor de sus esclavos: ¡tantos y tales eran los que tenía! Lectores, amanuenses, plateros, administradores y mayordomos, y él era como el ayo de los que algo aprendían, cuidando de ellos y enseñándoles, porque llevaba la regla de que al amo era a quien le estaba mejor la vigilancia sobre los esclavos, como órganos animados del gobierno de la casa. Excelente pensamiento, si Craso juzgaba, como lo decía, que las demás cosas debían administrarse por los esclavos, y él gobernar a éstos; porque vemos que la economía en las cosas inanimadas no pasa de lucrosa y en los hombres tiene que participar de la política." (Plutarco, Vidas Paralelas, Craso, II)

Relieve romano. Galería de los Uffizi, Florencia

Con la instauración del Principado de Augusto se produjo una vuelta a los valores tradicionales que obligó a los miembros de las clases elevadas a distanciarse de cualquier manifestación pública que los relacionase directamente con el mundo de los negocios, llegando incluso el término negotiator a adquirir cierta connotación negativa, mientras que el de mercator lograría una imagen más positiva. 

Puede ser que el mercator solucionara su habitual falta de capital por medio de préstamos y asociaciones con miembros de las clases elevadas, lo que le obligaría a dedicarse de forma exclusiva a esta ocupación, condicionando además el volumen de mercancías que podría mover, siempre más reducido que el de los negotiatores. Sin embargo, no siempre existiría desigualdad económica entre el mercator y el negotiator y ambas funciones terminarían en muchos casos siendo asumidas por el mismo comerciante, como es el caso de Herunnuleius Cestus (
CIL IX, 4680), que aparece en una misma inscripción, como negotiator vinarius, negociante en vinos, y como mercator omnis generis mercium transmarinarum, mercader de todo tipo de géneros ultramarinos. 

Ilustración de Jean-Claude Golvin

El magistrado responsable del mercado, o inspector, era un edil denominado procurator macelli, entre cuyas funciones estaba vigilar el correcto abastecimiento de productos primera necesidad, la frescura de los alimentos, los precios y la adecuación de los pesos y medidas oficiales, para lo cual contaba con la mensa ponderaria.

¿No veis la forma en que los buenos inspectores de los mercados tasan las mercancías?: a las buenas les ponen el precio por el que merecen ser vendidas con arreglo a su calidad, y asimismo tasan las malas de forma que causen pérdidas a los que las ofrecen. (El militar fanfarrón, 725)

Si había irregularidades o se cometían abusos se ponían las correspondientes multas, los pesos y medidas equivocados se cambiaban por otros correctos o se confiscaban aquellos productos con precios desorbitados.


"Si un vendedor o un comprador cambian las medidas usadas para el vino, grano, o cualquier producto similar que hayan sido públicamente aprobadas, o, con mala intención, comete algún acto fraudulento, será condenado a pagar el doble del valor de la propiedad; y el decreto del divino Adriano señala que aquellos que usasen falsos pesos o medidas deberían ser enviados a una isla." (Digesto, XLVIII, 10, 32, 1)

Mesa Ponderaria, Museum of Fine Arts, Boston, 

Dichos magistrados contaban con personal subalterno para administrar determinadas competencias relacionadas con los mercados, como por ejemplo guardias que confiscaban los alimentos cuya venta estaba prohibida por las leyes suntuarias.

"Cuidó principalmente de la observación de las leyes suntuarias; mandaba a los mercados guardias que confiscaban los artículos prohibidos y los trasladaban a su casa, y algunas veces, lictores y soldados iban a recoger en los comedores lo que había escapado a la vigilancia de los guardias." (Suetonio, Julio César, 43).

Los obsonatores eran los encargados de realizar las compras en el macellum. Eran generalmente los hombres, incluidos los dueños de casas donde se ofrecieran banquetes. El hombre prefería acudir él mismo al macellum a elegir los productos, sobre todo si había de invertir bastante dinero para una comida y no deseaba entregar esta suma a ninguna otra persona de su servicio.

"Quiero acoger a lo grande hoy en mi casa a personas de mucho rango, para que tengan la impresión de que nado en la abundancia. Entrad y daos prisa, que no haya que andar esperando cuando llegue el cocinero; yo me voy ahora al mercado, para comprar todo el pescado que haya al precio que sea." (Plauto, Pseudolus, 169)

Foto izda: Metropolitan Museum, Nueva York. Foto drcha: Museo del Louvre, Paris

El paseo por el mercado podía servirle para relacionarse con sus conocidos o establecer nuevas amistades. Las mujeres de clases altas no acudirían normalmente a los mercados y enviarían a sus esclavos. En ocasiones era el propio tendero el que acudía a la casa de sus mejores clientes para recibir sus encargos o realizar entregas.

"Uno, nada más recibir una herencia de mil talentos, dio anuncio público para que el pescadero, el frutero, el pajarero, el perfumero y la turba impía del barrio toscano, el charcutero con todo el Velabro y los gorrones fueran a su casa por la mañana. (Horacio, Sátiras, II, 3)



Pintura de Ettore Forti

En las ciudades romanas existían vendedores ambulantes, que ofrecían bebidas, dulces, galletas y salchichas en las calles y en las termas, lo que permitía alimentarse a muchos habitantes de las ciudades que no tenían la posibilidad de prepararse ellos mismos la comida.

"Luego al vendedor de bebidas con sus matizados sones, al salchichero, al pastelero y a todos los vendedores ambulantes que en las tabernas pregonan su mercancía con una peculiar y característica modulación." (Séneca, Epístolas, VI, 56, 2)

La vendedora de flores,
pintura de John William Godward

Los mercados temporales o las ferias periódicas tenían lugar frecuentemente en época romana. El término habitual para designar este tipo de actividad comercial, independientemente de si se realizaba en un emplazamiento urbano o rural, era nundinae. Se celebraban cada ocho o nueve días y se evitaba que coincidieran las jornadas de mercado de localidades vecinas. Se facilitaban así los desplazamientos tanto de los comerciantes itinerantes, como de los habitantes residentes en el entorno rural que durante esos días paraban sus faenas en el campo para asistir a esos mercados y realizar sus ventas o compras.


"Es también contante que se solían tener las asambleas en los días de mercado, para no ocuparse de los negocios de la ciudad mas que un día de cada nueve, y destinar los demás a los del campo: pues allí vivían entonces, como hemos dicho, los primeros hombres de la ciudad; y cuando se necesitaba tener consejo para los negocios públicos, se les hacía venir de las casas de campo, para reunirse en el senado." (Columela, De Re Rustica, Prefacio)

Mosaico del Líbano con escena de mercado. Foto de Phoenix Ancient Art

En estos mercados temporales se vendían todo tipo de productos, como animales, tejidos, esclavos, etc. y solían ubicarse en el centro de regiones prósperas, y a ser posible con una fuente de agua en las proximidades.

"Esta feria, que de acuerdo a la antigua superstición se llamó Leucotea (por la ninfa), debido a la extrema pureza de la fuente junto a la que se celebra, es la más grande de los alrededores. Todo lo que la laboriosa Campania, o los opulentos Brucios, o la Calabria ganadera, o la fuerte Apulia produce, está allí para que se encuentre allí expuesto a la venta, en términos tan razonables que ningún comprador se va insatisfecho. Es encantador ver los extensos llanos repletos de casas recién hechas de ramas con hojas entrelazadas: toda la belleza de la ciudad construida más ociosamente, sin ver ni siquiera un muro… ¿Qué puedo decir de las ropas de variados y brillantes colores? ¿Qué decir del ganado pulcro y bien alimentado que se ofrece a tal precio que puede tentar a cualquier comprador?" (Casiodoro, Varia, VIII, 33)


La periodicidad con la que se llevaban a cabo estos mercados variaba desde una semana hasta un año y su duración iba desde un día a varios días.

"La ciudad de Batne, fundada en Antemusia por los macedonios hace mucho tiempo y a escasa distancia del río Eufrates, rebosa siempre de ricos mercaderes, y todos los años, hacia el inicio de septiembre, acude a ella una gran multitud de gentes de diversa fortuna para la celebración de una feria, en la que se ponen a la venta mercancías enviadas por los indos y los chinos, así como otros muchos productos que suelen transportarse por tierra y por mar." (Amiano Marcelino, Historia, XIV, 3, 3)

Ilustración de Jean-Claude Golvin

Los propietarios de los fundi podían ceder sus tierras para que allí tuviera lugar un mercado con el aliciente quizás de conseguir beneficios de las actividades comerciales y dar salida a los excedentes de sus cosechas, además de proveerse de las mercancías que no podían encontrarse en el entorno rural o de los lujosos objetos procedentes de lugares remotos con los que decorarían sus fastuosas villas.

"Las que tienen en su vecindad medios de transporte apropiados que permitan vender en otro lugar lo que se genera e importar de allí las cosas convenientes para lo que se necesita en la finca, por todo ello son provechosas. Pues muchos tienen predios a los que hay que traer cereal o vino o cualquier otra cosa que les falte; en contraposición, de no pocas hay algo que exportar.
Y así, alrededor de la ciudad es provechoso cultivar huertos en gran escala, por ejemplo, con violetas o rosaledas, y asimismo muchas otras cosas que la ciudad demanda; no aprovechará cultivar esas mismas cosas en un predio lejano en el que no haya donde se puedan llevar en venta. Del mismo modo, si hay en las cercanías ciudades o aldeas o incluso fincas y alquerías bien provistas de bienes en donde puedas comprar a buen precio lo necesario para la finca y en donde pueda venderse lo sobrante, como algunos rodrigones, pértigas o cañas, la finca será más provechosa que si hay que traerlo de lejos e incluso a veces pudiéndolo producir cultivándolo en tu finca." (Varrón, De Rerum Rusticarum, I, 6, 2-3)

Pintura de Ettore Forti

Para ello debían ofrecer una buena ubicación y cercanía a vías de comunicación terrestres o fluviales para el transporte de las mercancías y accesos adecuados para los pobladores del entorno. Además, se debía pedir un permiso a las autoridades competentes que podían acceder o denegar la solicitud.

"Solerte (Lucio Belicio Solerte, natural de Verona), un senador de rango pretorio, solicitó del senado que le permitiesen crear un mercado en sus tierras. Los legados de la ciudad de Vicencia se opusieron; habló en su favor Tuscilio Nominato." (Plinio, Epístolas, V, 4)

Los campesinos acudían a tales mercados o ferias con la intención de obtener enseres para sus tareas o para vender los productos conseguidos de su trabajo, como las verduras cultivadas en sus huertos, o para aprovisionarse de alimentos que supusieran una variedad a su limitada alimentación.

"Pero no del dueño (¿pues quién más parco que él?), sino del pueblo era esta cosecha y cada nueve días llevaba al hombro hasta la ciudad manojos para vender, de allí volvía a casa ligero de cuello, pesado de monedas, casi nunca acompañado de compra del mercado de la ciudad. Una rojiza cebolla y el puerro que se arranca de su plantación sacian el hambre, y lo mismo, el mastuerzo que hace contraer el rostro al morderlo, la endibia y la oruga que reanima a Venus Perezosa." (Apéndice Virgiliano, Moretum)



Ilustración de Jean-Claude Golvin

El periodo de gran estabilidad y prosperidad para el imperio romano que supuso el gobierno de Trajano impulsó la construcción de grandes obras civiles  como la de los llamados Foros Imperiales en Roma a cargo del arquitecto Apolodoro de Damasco entre los años 107 y 110 d.C.. Para aprovechar el desmonte realizado en el monte Quirinal con su construcción, se edificó lo que actualmente conocemos como Mercado de Trajano, un complejo comercial y administrativo, que albergaría en sus pisos inferiores tiendas y en los superiores oficinas públicas y dependencias civiles. 


Mercado de Trajano. Roma. Fotos de Samuel Lopez

La construcción de mercados en diferentes ciudades del territorio romano puede considerarse una muestra de su romanización al imitar el modelo de ciudad diseñado por el estado romano, a la vez que expresa la consecución de una cohesión social que, adoptando el bagaje cultural e ideológico de la gran urbe, les permite demostrar su autonomía y vitalidad económica.

Bibliografía:

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https://idus.us.es/xmlui/handle/11441/30731; El comercio de la Bética altoimperial, Genaro Chic García
https://helvia.uco.es/handle/10396/2583; Construcciones cívicas y evergetismo en Hispania romana; Enrique Melchor Gil
http://ceipac.ub.edu/biblio/Data/A/0217.pdf; MERCATORES Y NEGOTIATORES: ¿SIMPLES COMERCIANTES?; Gloria García Brosa
https://revistas.ucm.es/index.php/GERI/article/view/39048; Control y administración de pesos y medidas en las ciudades del Imperio romano (Pars Occidentalis); Antonio D. Pérez Zurita
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http://ceipac.ub.edu/biblio/Data/L/0900.pdf; LA BÉTICA EN EL CONCIERTO DEL IMPERIO ROMANO; JOSÉ REMESAL RODRÍGUEZ
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https://www.academia.edu/11771706/Macellum_and_Imperium._The_relationship_between_the_Roman_State_and_the_market-building_constructionMacellum and Imperium. The relationship between the Roman State and the market-building construction; Armando Cristilli
Shopping in Ancient Rome: The Retail Trade in the Late Republic and the Principate; Claire Holleran, Google Books

Alea, los juegos de azar en la antigua Roma

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Niña jugando a las tabas, Gliptoteca de Munich,
foto de Matthias Kabel


“Odio penetrar en tan pequeños detalles, pero quiero que mi alumna sepa echar los dados con soltura y calcular el impulso que debe darles al lanzarlos sobre la mesa, y que, o bien sepa sacar el número tres, o bien adivinar el lado que se ha de evitar, y el que se les demanda.”(Ovidio, Ars Amatoria, III, 355)

Todos los romanos coincidían en su pasión por el juego y en todas las épocas habían estado poseídos por ella. Entre los adultos, los juegos por excelencia eran los de azar, a los que prácticamente todos eran muy aficionados y cuyos peligros cantan numerosos poetas. Hasta tal punto eran considerados peligrosos, que la legislación protegía a aquellos que no eran dueños plenos de sus vidas, como los jóvenes que aún estaban bajo la autoridad del pater familias o los esclavos, y la ley no les obligaba a pagar las deudas contraídas en el juego; incluso llegaron a promulgarse leyes restrictivas en contra del juego (leges aleariae), prohibiendo las apuestas de dinero, tanto en época republicana como imperial.



“Y, además, para que no se salten la ley esa en contra del juego de las tabas, ya sabéis, les hacéis migas las propias y veréis como no vuelven a ponerse a la mesa con ellas.”(Plauto, Miles Gloriosus, II, 2)

Jugando a las tabas, Edward John Poynter

Exceptuando el periodo de las Saturnales, los juegos de azar estaban prohibidos en Roma bajo multa fijada en el cuádruple de la cantidad apostada.

Cicerón reprocha a Marco Antonio el haber liberado a un tal Licinio Denticula del castigo impuesto por una ley contra el juego de azar, para poder seguir jugando con él.

“Repatrió a Licinio Dentículo, condenado por tahúr y compañero suyo en el juego; no porque creyera ilícito jugar con un condenado, sino para resarcirse en el precio de este favor de lo que había perdido en el juego. ¿Qué motivo alegaste ante el pueblo romano para la conveniencia de levantar este destierro? ¿Dijiste, acaso, que fue acusado estando ausente, o que se le juzgó sin oírle, que no había tribunal legalmente establecido para juzgar los juegos de azar, o que se le oprimió con la fuerza de las armas, o que se le condenó, como se decía de tu tío, corrompiendo con dinero a sus jueces? Nada de esto, sino que era un hombre de bien, un digno ciudadano de la república. Razón inoportuna. Si fuera así te excusaría, puesto que para ti no tiene importancia alguna una condena. Pero quien repatrió a un hombre tan perverso que no se avergonzaba de jugar a los dados en el mismo foro y por cuyo delito había sido ya condenado, ¿no confesaba claramente su infame afición al juego?” (Cicerón, Filípicas, II, 23 [56])

Jugando a los dados, Museo del Bardo, Túnez

El jugador (aleator) era considerado socialmente como alguien deshonesto y la pasión por el juego se contemplaba como un defecto del carácter de una persona.

“No sabe el joven de linaje libre
montar sobre un corcel; la caza teme;
y en cambio juega bien al troco griego
o a los dados, proscritos por las leyes.”
(Horacio, Odas, III, 24)

Séneca en su obra Apocolocynthosis hace una crítica del emperador Claudio, que era un jugador empedernido, al que castiga a jugar en el infierno una partida de dados en el que el cubilete no tiene fondo, por lo que la partida es infinita.

“Pues siempre que iba a lanzarlos del sonoro cubilete,ambos dados escapaban por la base sin fondo. Y cuando osaba lanzar los dados ya recogidos,
siempre en trance de jugar y en trance siempre de coger, su ilusión se frustraba. Huye y entre sus dedos
se escurre el dado engañoso con la misma trampa.”

Pintura de la caupona de la vía de Mercurio, Pompeya

El emperador Augusto, a pesar de las leyes restrictivas sobre las apuestas, solía jugar frecuentemente y con dinero con su familia y amigos.


“En cuanto a su fama de jugador, no le preocupó en lo más mínimo, y jugó siempre sin recato, considerándolo un solaz, sobre todo en la vejez; jugaba, por esto, tanto en diciembre como en cualquier otro mes, fuese o no día festivo. De esto no puede caber duda, pues aunque se conserva de él una carta que reza así: He cenado, mi querido Tiberio, con los que sabes. Vinicio y Lilio, el padre, han venido a aumentar el número de convidados. Los viejos hemos jugado a los dados, durante la cena, ayer y hoy. As y seis perdían, y pasaban al juego un dinero por dado, pero Venus se lo llevaba todo. En otra carta dice: Mi querido Tiberio; hemos pasado agradablemente las fiestas de Minerva, habiendo jugado sin descanso todos los días. Tu hermano se quejaba; pero, a fin de cuentas, sus pérdidas no han sido graves, y al fin cambió la suerte y se repuso de sus desastres. En cuanto a mí he perdido veinte mil sestercios, por culpa de mis liberalidades ordinarias, porque si hubiese querido hacerme pagar los golpes malos de mis adversarios o no dar nada a los que perdían, habría ganado más de cincuenta mil.” (Suetonio, Octavio Augusto, LXXI)

Singular forma de dado romano. Museo Británico, Londres

Las mujeres también se dedicaban a pasar el rato con este tipo de juegos. Plinio el Joven cuenta en una de sus cartas cómo Ummidia Cuadratila, una matrona notable “acostumbraba a distraerse jugando al juego de los peones o viendo representar pantomimas”(Epístolas, VII, 24)

Terracota, siglo IV a.C. Museo Británico, Londres

Ovidio aconseja al hombre sobre lo que debe hacer cuando se dedica a los juegos de azar junto a la amada.


“O si juega y tira con su mano los dados de marfil, tira tú a perder y dáselos después de haberlos tirado mal. O si tiras las tabas, para que no tenga que sufrir el castigo por haber perdido, haz que te salgan más de una vez los ruinosos perros. O si el peón se mueve en el juego de los soldados, procura que tu soldado sea muerto por su enemigo de vidrio.” (Ovidio, Ars Amatoria, II, 205)

Pintura de Jean-Jacques-FranÇois Le Barbier

Plinio menciona a la diosa Fortuna como una de las veneradas por los romanos desde los primeros tiempos. Esta diosa fue en Roma la personificación del destino caprichoso e incierto. A veces funesta, a veces favorable, Fortuna gobernaba la vida de los hombres y las naciones, a los que concedía el éxito o condenaba al fracaso.

“La humanidad cree que la Fortuna, que es voluble, es ciega, inconstante e incierta, la protectora de lo injusto. Atribuimos todas nuestras pérdidas y todas nuestras ganancias a ella, porque ella sola lleva la responsabilidad de decidir sobre la adversidad y la prosperidad.” (Historia Natural, II, 6)

Diosa Fortuna, Museo Británico, Londres

Los primeros padres de la Iglesia condenaron las apuestas entre los cristianos. Dos de las leyes eclesiásticas más antiguas amenazaban con la excomunión a clérigos y laicos si apostaban. El Concilio de Elvira (306 d. C. aprox.) decretó que el excomulgado por apostar podía retornar al seno de la Iglesia después de un año. Clemente de Alejandría, Tertuliano y otros escritores cristianos condenaron la afición al juego y las apuestas por reflejar un interés en lo material en vez de perseguir la recompensa en una vida celestial. 

“También debe prohibirse el juego de dados y el afán de ganar con los astrágalos, juego que les gusta practicar. Tal es el pago que la falta de control cobra a quienes pueden malgastar su tiempo en el libertinaje.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, III, 75, 2)

Detalle del museo de los caballos, Cartago, Túnez

Sin embargo, esto no impidió que los romanos continuaran jugándose su patrimonio en partidas de capita aut navim (cara o cruz), tesserae (dados) o tali (tabas). El juego “capita aut navim” provenía de echar a suertes una moneda de un as, en el que el anverso mostraba dos cabezas con la efigie de Jano, el dios de las dos caras, y en el reverso se veía la proa de una nave, supuestamente la que lo trajo a Italia. 

Moneda con el dios Jano y nave

Un juego más inocente era el de las nueces, apropiado para niños, pero al que los adultos dedicaban tiempo, sobre todo, durante las fiestas de las Saturnales.

"Nunca has preferido los dados a las simples
tabas, sino que tus únicos juegos de azar han sido
unas sobrias nueces."
(Marcial, Epigramas, IV, 66)

El emperador Claudio viajaba con un tablero (alveus) en su carruaje y llegó a escribir un libro ahora perdido sobre el juego de la tabula.

“Fue muy aficionado al juego, escribiendo incluso un libro sobre este arte; jugaba hasta en viaje, pues había hecho construir los carruajes y mesas de manera que el movimiento no pudiese interrumpir el juego.” (Suetonio, Claudio, 33)

Tablero de juego, Corbridge collection

Tanto en el juego de dados como en el de las tabas, se comparaban las combinaciones obtenidas de los diversos jugadores para comprobar el ganador. La mejor tirada era la de Venus (iactus Veneris) en la que cada uno de los dados mostraba una cara diferente. Con la tirada de Buitre todos los dados sacaban el mismo resultado, y si todos tenían unos se llamaba la tirada de Perro. En la tirada Senio, en un solo dado se obtenía un seis y cualquier otro resultado en los restantes. 

“Mis dados no luchan a muerte con las tabas generosas ni un seis tumba mi marfil con un can. Este papel es para mí las nueces, este papel es para mí el cubilete: este juego no produce ni pérdidas ni ganancias.” (Marcial, Xenia,)

Tabas, Tracia, siglo III a.C

Los juegos de dados (alea) estaban permitidos solamente cuando no se apostaba dinero. Pero algunos, a pesar de la prohibición, gastaban verdaderas fortunas en las apuestas. 

“Mi querido Tiberio: hemos pasado agradablemente las fiestas de Minerva, habiendo jugado sin descanso todos los días. Tu hermano se quejaba; pero, a fin de cuentas, sus pérdidas no han sido graves, y al fin cambió la suerte y se repuso de sus desastres. En cuanto a mí, he perdido 20.000 sestercios, por culpa de mis liberalidades ordinarias, porque si hubiese querido hacerme pagar los golpes malos de mis adversarios o no dar nada a los que perdían, habría ganado más de 50.000. Más prefiero esto, porque mi bondad me valdrá eterna gloria.” (Suetonio, Augusto, 71)

El emperador Nerón también apostaba grandes cantidades de dinero en el juego de los dados: 


“Jugaba a los dados a cuatrocientos sestercios dobles el punto”(Suetonio, Nerón, XXX)

Dados romanos de hueso. Foto de ancientresource.

En cualquiera de los juegos, a pesar de la prohibición, los participantes hacían apuestas, bien de dinero, bien de efectos personales.

“Luego que cenamos y bebimos, va y pide las tabas y me propone que echemos una partida; yo me juego mi capa, él, su sello; él invoca a Planesio. 
Fédromo.— ¿A mi amor? 
Gorgojo.— Calla un momento. Tira, y le salen los cuatro buitres. Cojo yo las tabas, invoco a mi bendita nodriza Hércules y me sale la jugada real (equivale aquí a la tirada de Venus): entonces le ofrezco un vaso al militar, se lo echa al coleto, deja caer la cabeza y se queda dormido.
Yo le cojo el anillo, me echo abajo del diván con mucho cuidado para que el otro no lo note. Me preguntan los esclavos que adonde voy; les digo que a donde se suele ir cuando se está harto. Veo la puerta, cojo y sin perder un momento, salgo pitando de allí.” 
(Plauto, Curculio, 354)

Entre los juegos de estrategia se pueden citar los siguientes:

Esta es una descripción de un juego, que posiblemente es el ludus latrunculorum, que aparece en el Laus Pisonis.

“Tu línea de batalla lucha de diferentes formas: este huye de un agresor que él sin embargo roba; este otro, que estaba alerta, regresa en lucha y engaña al enemigo que avanza con esperanza de botín; éste está en una posición peligrosa y mientras parece como si estuviera bloqueado, realmente bloquea a dos enemigos. ¿Tiene éste objetivos mayores, rápidamente romper por el campo, avanzar a través de las líneas enemigas y destruir los muros ahora sin defensa?

Mientras, con ardientes batallas todavía en marcha, los soldados se dispersan, pero tu falange está todavía completa o quizás uno o dos de tus guerreros faltan aún; tú ganas y tus dos manos sujetan el grupo capturado.”

Tablero romano de juego. Museo do Castro de Viladonga

Roma, en un principio, era conocido como el juego de los soldados puesto que los términos latro o latrunculi se utilizaban en el latín antiguo para designar a los milites mercenarios. Sin embargo, ya en época de Cicerón pasaron a denominar a los vagabundos y ladrones, puesto que los soldados mercenarios no eran considerados como los individuos más honestos de la sociedad romana. Entonces los peones empezaron a ser llamados milites o bellatores, términos más amables.

Este juego de estrategia tenía lugar sobre una tabula lusoria rectangular o cuadrada (compartimentada mediante una trama ajedrezada —tabula latruncularia—) que simbolizaba un campo de batalla en el cual se enfrentaban dos contendientes. El tablero se divide en 8 líneas formadas por 8 casillas, cuadradas o rectangulares, de tal manera que configuran un diseño de 64 casillas en total por las que se movían los 16 peones de cada contrincante.

“… que juegue con precaución y talento al juego de los soldados, un peón cae vencido al encontrarse con dos enemigos; el rey, cogido por sorpresa, pelea sin su compañera, y tratando de mantenerse, desanda muchas veces el camino emprendido. Deposítense también en una retícula extendida las bolitas, no debiendo moverse ninguna de ellas sino la que retiras.” (Ovidio, Ars Amatoria, III, 355)

Tablero de juego romano

El equipo o acies de cada uno de los dos contendientes está formado por dos tipos de piezas: calculi ordinarii, pedones o pedites, que serían los equivalentes a los peones y, por tanto, tendrían un único movimiento, en línea recta; y calculi vagi, formados por dos centuriones, dos elefantes, dos caballeros y dos satélites, que se moverían en todas las direcciones. La diferencia entre los calculi ordinarii y los vagi se apreciaba en el mayor tamaño de los últimos frente a los primeros.

La partida comenzaba con los calculi vagi de cada contrincante alineados en las hileras de las casillas exteriores y, junto a ellos, en la línea inmediatamente más próxima se disponían los ordinarii. La estrategia consistía en avanzar con las fichas hacia el campo contrario, comiendo o expulsando todas las fichas del contrario que se pusieran en su camino, siempre y cuando hubiera una casilla libre tras ella. De esta manera, mediante los diversos movimientos se lograba expulsar fichas del rival —calculi capti—, apresarlas —calculi ligari— o inmovilizarlas —calculi inciti—. La victoria era para el contendiente que lograse dejar en alguna de las situaciones mencionadas todas las piezas del adversario, tras lo cual era proclamado imperator.

Los hombres (latrones) eran piezas (calculi) de cristal, marfil o metal.

“Si juegas a la guerra de los ladrones emboscados, estas fichas de piedras preciosas serán tus soldados y tus enemigos.” (Marcial, Epigramas, XIV, 18)

El ludus duodecim scriptorum se jugaba sobre un tablero dividido en veinticuatro partes por medio de doce líneas paralelas y una línea transversal. Cada movimiento de los quince hombres, de color negro y blanco, se determinaba por una tirada previa de dados.

“Escévola en el juego de las doce líneas, habiendo él primero movido la pieza y perdido el juego, recorriendo en la memoria todo el orden con que había jugado mientras iba a la aldea, acordándose de la jugada que había errado, volvió a aquél con quien había jugado y declaró que así había sucedido.” (Quintiliano, Instituciones Oratorias, XI)

Tablero de duodecim scripta del Museo Británico, Londres


El juego del duodecim scripta estaba prohibido porque el movimiento de las fichas (calculi) dependía de los números que salieran en los dados y las tablas.

El latrunculi estaba permitido, ya que el movimiento de sus peones sólo dependía de la capacidad de observación y habilidad de cada jugador.

Terni lapilli era el antecedente de las tres en raya, que se jugaba en cualquier sitio en el que se pudiera dibujar un tablero. Este se dividía en nueve casillas y se jugaba con 6 fichas en grupos de tres, que debían diferenciarse claramente. El jugador capaz de colocar sus tres fichas en línea era el ganador. Se intentaba bloquear las fichas del contrario para que no pudiera conseguir la formación de una línea.

“Hay otro tipo de juego: una estrecha línea lo divide en tantas casillas como meses tiene el año fugaz; en un pequeño tablero se colocan tres fichas por cada una de ambas partes y la victoria consiste en poner en línea las fichas propias.” (Ovidio, Ars Amatoria, III, 360)


Juego y fichas. Museo de Zamora, foto de Samuel López

Duplum molendinum: este juego consistía en alinear cuatro fichas seguidas por parte del ganador. Un objetivo era dejar al adversario con menos de tres fichas. Se jugaba con veinticuatro fichas, doce de cada color. 

La micatio se podía jugar a plena luz en la Roma de los Antoninos, y se hizo tan popular que no se pudo erradicar del foro hasta el siglo IV d.C. Dos jugadores levantan al mismo tiempo la mano derecha y muestran un número de dedos, mientras dicen al mismo tiempo una cifra en voz alta, hasta que uno acierta con el número exacto de dedos que han enseñado entre los dos. 

El juego de par impar es el de pares y nones, que se juega entre dos personas. Por turnos, en cada partida, un jugador elige bien par, bien impar y la dice en alto, mientras que al otro jugador se le deja la opción no elegida por el primero. Después se inicia el juego enseñando cada uno de los jugadores, al mismo tiempo, el número de dedos que desee. Gana el jugador cuya opción, pares o nones, coincida con la paridad de la suma de los dedos.

“Te he enviado 250 denarios; he dado otro tanto a cada convidado, para que jueguen a los dados o a pares y nones (par impar) durante la cena.” (Suetonio, Augusto a su hija, LXXI)

Las fichas de juego se hacían de distintos materiales, desde piedra y arcilla hasta cristal y piedras preciosas.

Tabas de cristal, Museo Metropolitan, Nueva York

La lápida de Lucilio Vitorino, (CIL VI, 9927), fabricante de fichas de juego (artifex artis tessalariae lusorie), hace pensar en la importancia que tenía el negocio del juego.

“Trimalción: Me permitiréis, sin embargo, que termine mi partida.

Le seguía un esclavo con un tablero de madera de terebinto y dados de cristal. Y advertí un detalle que rayaba en el colmo del refinamiento; denarios de oro y plata hacían las veces de peones blancos y negros.”
(Petronio, Satiricón, 33)

El cubilete (fritillus, pyrgus, turricula) servía para echar los dados y las tabas y tenía en su interior una grada que hacía sonar los dados al sacudirlos.

“La mano tramposa que sabe arrojar las tabas amañadas, si las tira conmigo, se quedará solo con las ganas.”(Marcial, Epigramas, XIV, 16)

Cubilete Vettweiss-Froitzheim, Landesmuseum, Bonn

Se han encontrado tableros (tabulae lusoriae) de piedra u otros materiales, como la arcilla, en los que las dos caras del mismo tablero (tabula) servían respectivamente para cada uno de los dos juegos, aunque muchos restos encontrados son de dibujos improvisados en los suelos de lugares públicos donde se concentraba la gente.

“Por esta cara, los dados se me cuentan con una puntuación de doble seis; por la otra, la ficha de distinto color se la come una pareja enemiga.” (Marcial, Epigramas, XIV, 17)

Tablero de Latrunclui, Basilica Julia, Foro romano,
foto Eric-Livak-Dahl 

Ovidio en su obra Tristias describe varios de estos juegos al mismo tiempo que los critica como una pérdida de tiempo.

“Algunos escribieron libros sobre los juegos de azar, que no fue vicio menor de nuestros antepasados – como echar las tabas, qué tirada saca la mejor puntuación, y como evitar el funesto Perro; qué número señalan los dados y cómo arrojarlos para obtener los números deseados; cómo atacan las piezas multicolor en línea recta, y por qué se pierde una pieza entre dos enemigas, cómo mover una ficha y proteger su retirada siempre acompañada. En un reducido tablero se disponen dos líneas de piedrecitas. (Tristias, 475) 


Relieve sirio, Museo Fine Arts, Boston

El propio Ovidio recuerda que el juego puede exacerbar los ánimos y hacer que la excitación y la tensión por ganar desate la cólera del perdedor y se inicien riñas o peleas.

“Pero es poco esfuerzo aprender a tirar los dados como es debido; lo verdaderamente difícil es contener los propios ímpetus. En esos momentos nos despreocupamos; en el mismo apasionamiento manifestamos cómo somos y nuestro carácter aparece desnudo a través del juego. Surge la ira, vicio horrible, el deseo de ganar, las disputas, las peleas y la angustiosa inquietud. Se lanzan acusaciones, resuena el aire con las voces y cada uno invoca en su favor la ira de los dioses. Ante la mesa de juego no hay que fiarse de nadie.”(Ovidio, Ars Amatoria, 370)

Las partidas en las tabernas debieron ser habituales, así como los enfrentamientos entre jugadores e, incluso, el robo entre ellos, acto que era perseguido por ley. Los propietarios de las casas de juego (susceptores) no gozaban de tutela procesal, de tal modo que no podían hacer nada frente a aquellos que causaran, durante las partidas, destrozos en sus bienes, daños físicos e incluso, aunque hubiesen sido robados por terceros no jugadores. Esto explica las escenas de los frescos hallados en la caupona de Salvius (Pompeya), donde se representa una riña ente jugadores y los rótulos de lo que dicen. En la primera imagen aparecen dos jugadores sosteniendo un tablero portátil con las rodillas; uno dice, Exsi(“¡Sale!” – dando a entender que el dado marca el número que necesitaba para ganar), mientras que el otro le contesta Non tria, duas est (“No es un tres, sino un dos”). En la siguiente imagen, aunque muy deteriorada, aparecen de pie y en posición aparentemente violenta. El perdedor grita Noxsi a me tria eco fui (“¡Tramposo! ¡He sacado un tres! ¡He ganado yo!”), mientras que el otro hombre se defiende Or(o) te fellator eco fui (“¡Mamón! ¡He ganado yo!”) y el tabernero, que no desea peleas en su local, grita mientras les empuja: Itis foras rixsatis(“¡Id fuera a reñir!”). [CIL IV, 3494e-i].

Caupona de Salvius, Pompeya

(Esta entrada actualiza y reemplaza la anterior de Otium II. Capita aut navim, juegos de azar en Roma)



Bibliografía:

www.rcumariacristina.net › Inicio › No 42 (2009) › Quintana Orive, D. 11.5 (De aleatoribus) y C. 3.43 (De aleae lusu et aleatoribus): Precedentes romanos del contrato de juego1, Elena Quintana Orive
https://www.ucm.es/data/cont/docs/106-2016-03-17-11.Jim%C3%A9nez.pdf; ESTUDIO PELIMINAR SOBRE LOS JUEGOS DE MESA EN HISPANIA; Cristina JIMÉNEZ CANO
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=67618; EL LUDUS LATRUNCULORUM, UN JUEGO DE ESTRATEGIA PRACTICADO POR LOS EQUITES DEL ALA II FLAVIA; SANTIAGO CARRETERO VAQUERO
https://idus.us.es/xmlui/handle/11441/72811; Tabulae lusoriae en Hispalis; Fernando Amores Carredano y Cristina Jiménez Cano
La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio, Jerome Carcopino, Temas de Hoy

Fortuna, la diosa de la suerte en la antigua Roma

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Fortuna, foto Christie´s

Fortuna era la diosa romana de la suerte, asociada con todos los acontecimientos afortunados en la vida de los mortales y los dioses, como la fertilidad, la maternidad, la prosperidad.


“Ella es, cuando hay guerra, victoria; cuando hay paz, concordia; entre los casados, benevolencia; entre los enamorados, placer; en una palabra, es el buen éxito en todos los acontecimientos.” (Dión de Prusa, Sobre la Fortuna {I})

Sin embargo, también era causante de sucesos desgraciados o imprevistos, y se le recriminaba que distribuía ciegamente sus dones, favoreciendo no a los que de verdad lo merecían, sino a los que apuntaba por casualidad.


“Pero como es lógico, éste, siendo un mortal, tampoco podía ser afortunado en todo, sino que iba a sufrir los efectos de la envidiosa deidad que, en poco tiempo, de un hombre insignificante le había hecho notable y lo había elevado a una inesperada y admirable distinción, para después abatirle en el mismo día llevándolo a la desgraciada situación del fratricida.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma, III, 21, 1)

Fortuna, Museo Thorvaldsen, Copenhague

Según la antigua creencia, el fatum (destino) romano estaba garantizado por los dioses, quienes guardaban los dones y los males para los hombres, pero Fortuna era quien los administraba.

“La riqueza es frágil si no la acompaña la Fortuna, la amistad es insegura si la Fortuna no la ayuda. Ella es la que salva al enfermo que está en las últimas, al que está nadando en el mar, a Agamenón en sus mil naves, a Odiseo arrastrado sobre la balsa. ¿Qué temes, cobarde? ¿Tienes miedo de la extensión del mar? Poseidón te verá, convocará a los vientos, tomará el tridente y agitará todos los huracanes; pero no te matará, pues la Fortuna no quiere.Así, tras padecer muchos males, vaga ahora por el ponto, hasta que te reúnas con los hombres, nutridos por Zeus. 
¡Palabra de un dios vencido por la Fortuna!” (Dión de Prusa, Sobre la Fortuna, {II})

Fortuna, Museo Arqueológico de Milán

Aunque su culto era muy antiguo y se remontaba a la época de la monarquía, cuando se produciría un sincretismo entre lo etrusco y lo latino, se extendió por todo el Imperio Romano cuando se produjo la búsqueda de nuevos valores filosóficos y religiosos que dudaba de la responsabilidad de los dioses en los actos humanos y atribuía al capricho del azar los éxitos y fracasos humanos. Si la diosa Fortuna personificaba dicho azar había que intervenir para que fuera favorable mediante la extensión de su culto. Por lo tanto, su adoración se hizo bajo múltiples advocaciones y se la invocaba tanto en actos públicos como privados.

“...pues en todo el Universo, en todas partes y a todas horas sólo se nombra y se invoca a la Fortuna. Es la única a la que se acusa, la única a la que se considera culpable, la única en la que se piensa. Sólo a ella se dan alabanzas, sólo a ella se hacen reproches, y aun con insultos se le rinde se le rinde culto a ella que es voluble y... (hay una laguna), pero, además considerada generalmente ciega, mudable, inconstante, insegura y, a veces, cómplice de seres indignos. A ella se le asignan todas las pérdidas y a ella todas las ganancias: en el cómputo total de los mortales ella sola cubre la doble página, y hasta tal punto estamos a merced de la suerte que simplemente es ella la que existe en lugar de Dios, con lo que se demuestra que Dios es hipotético...” (Plinio, Historia natural, II, 22)

El poder que Fortuna puede ejercer sobre el ser humano se puede presentar bajo dos aspectos fundamentales: como numen o genio tutelar y como diosa, tanto pública como privada.

Fortuna. Foto Christie´s

El culto a la diosa como Fortuna individual que pertenece a cada hombre queda constituido como un acto privado y los beneficios otorgados son de carácter particular. Esta Fortuna actúa como un genio tutelar que nace con cada hombre y lo guía a lo largo de su vida. Y se comporta como una fuerza móvil e inestable que se mueve elevando o hundiendo a los hombres caprichosamente. Se concibe como «buena» «mala» fortuna, siendo propicia y favorable al individuo, o causando su infortunio.

“Por la Fortuna, por el Genio de cada uno de vosotros, socorred a este anciano en su abandono, arrancad del Infierno a un inocente y devolvedlo a mis canas; ojalá, en pago de ello, alcancéis llenos de salud y alegría edad tan avanzada como la mía.” (Apuleyo, El asno de oro, VIII, 20)

Según la leyenda su culto fue introducido por el rey Servio Tulio, el cual le agradecía de esta forma su acceso al trono y su largo y próspero reinado.

“Servio Tulio, el rey que más aumentó el poder del pueblo, que introdujo un gobierno ordenado, que impuso orden tanto en las elecciones como en la disciplina militar; el primer censor e inspector de las vidas y del decoro de sus ciudadanos y que gozaba de una elevada reputación por su valentía y sensatez, se adhirió personalmente a la Fortuna y se ciñó a su soberanía, de forma que parecía que la Fortuna convivía con él y descendía a su habitación a través de aquella ventana que ahora llaman Porta Fenestella. Éste, en efecto, erigió un templo de la Fortuna en el Capitolio, el llamado Templo de la Fortuna Primigenia que podría traducirse como la Primer-Nacida, y el Templo de la Fortuna Obsequens, que unos consideran que significa «obediente» y otros propicia.” (Plutarco, La fortuna de los romanos, 10)

Fortuna Augusta de Pompeya, Museo Arqueológico de Nápoles

En su advocación como Fortuna Primigenia era considerada como una diosa-madre cuya protección se extendía a las parturientas y a las matronas por lo que su culto fue especialmente seguido por mujeres. En la ciudad de Preneste, de la que se convirtió en su protectora, adquirió carácter oracular.

La consulta del oráculo, cuyo origen es incierto, se hacía por medio de la extracción de las sortes escritas. La sors consistía en una tablilla de características muy especiales, cuya extracción era utilizada en los santuarios para comunicar al consultante la respuesta a lo que deseaba saber. Las sortes se mezclaban y un niño se encargaba de sacar una sors, inspirado por la diosa. 

“Veamos cómo se produjo, según se cuenta, la invención de las tablillas más famosas. Los testimonios de los de Preneste proclaman que Numerio Sufustio, persona noble y honorable, como se le ordenaba con frecuencia durante el sueño — de manera incluso amenazadora, al final— que hendiese el pedernal que se hallaba en un determinado lugar, se dispuso a hacerlo, aterrado por las visiones y entre las burlas de sus conciudadanos; una vez fraccionada así la roca, saltaron aquellas tablillas esculpidas en roble, con la marca de unas letras primitivas. Este lugar se encuentra hoy cercado, de acuerdo con la prescripción religiosa, Dicen que, en ese lugar, donde ahora se encuentra situado el santuario de Fortuna, fluyó miel de un olivo, por aquella misma época, y que los arúspices dijeron que esas tablillas gozarían de suma reputación; y que, por mandato de éstos, se construyó un arca con aquel olivo y se metieron en ella las tablillas que hoy se sacan a instancias de Fortuna. Por tanto, ¿qué infalibilidad puede haber en ellas, las cuales se mezclan y extraen, a instancias de Fortuna, a través de la mano de un niño?” (Cicerón, Adivinación, II, 41, 85-86)

Mosaico de los peces, Cueva de las Suertes, Preneste. Foto Camelia.boban

Este culto era rechazado por la
nobilitas o grupos sociales romanos más prestigiosos, debido a su relación con la adivinación natural, que estaba mal vista e incluso perseguida por la sociedad romana, pero era muy practicada por los grupos marginados socialmente como los esclavos. La extracción de sortes por parte de este grupo social era altamente solicitada e incluso practicada en ambientes domésticos. Sin embargo, el Estado romano, que obviamente no podía frenar el culto popular, solía poner trabas a la consulta oficial del oráculo, considerándolo poco recomendable por ser ajeno, debido a su origen etrusco con influencias orientales, a la costumbre romana. Así, cuando el año 241 a.C., con ocasión de la Primera Guerra Púnica, el cónsul Lutacio Cerco quiso consultar oficialmente las suertes de Preneste, se lo impidió una decisión del Senado. 

“El senado prohibió a Lutacio Cercón, que había puesto fin a la Primera Guerra Púnica, consultar los designios de Fortuna de Preneste. El motivo era que, en opinión de senadores, los asuntos romanos debían atenerse a los auspicios de la patria y no a los extranjeros.” (Valerio Máximo, Epítomes, 1, 3, 2)

Durante la Segunda Guerra Púnica el Senado juzgó prudente no enfrentarse a una Fortuna que ya había dado muestras de proteger a sus fieles, y desde entonces los magistrados y príncipes extranjeros fueron a Praeneste a rogar por la salud del pueblo romano o hacer consultas particulares.

“Cuando Heliogábalo maquinaba contra él, le salió el siguiente oráculo en el templo de la Fortuna de Preneste: «Si vences algunos hados crueles, tú serás un Marcelo” (Historia Augusta, Alejandro Severo, 4)

Templo de Fortuna Primigenia, ilustración de Pietro da Cortona

En la ciudad de Roma se impuso el culto a Fortuna Primigenia ya despojada de su carácter oracular, debido quizás a la oposición des senado que temía los oráculos como origen de una política anti-romana.

¿Por qué honran los romanos a Fortuna Primigenia, a la que podría llamarse Primogénita?
¿Acaso porque por Fortuna, según dicen, le sucedió a Servio, nacido de una esclava, ser ilustre rey de Roma? Así, en efecto, la mayoría de los romanos lo ha entendido.
¿O más bien, porque Fortuna promovió el nacimiento y principio de Roma? ¿O tiene el asunto una explicación más natural y filosófica en el sentido de que la fortuna es principio de todo y la naturaleza se compone de lo que es de acuerdo con la fortuna cuando en algunos elementos subyacentes se presenta un orden como al azar?
(Plutarco, Cuestiones griegas, 106)

Faustina menor como Fortuna. Fundación Medinaceli

A partir de esos momentos en Roma fue llamada Fortuna Publica Populi Romani Quiritium y su culto, despojado de su carácter adivinatorio, tuvo un carácter público y colectivo, estableciéndose un culto oficial que tendría su reflejo en la dedicación de estatuas y la producción de monedas.

“Angustia más mi espíritu el hecho de que tras repetirse muchas veces numerosos sacrificios a cargo de cada dignatario, aún no se expía oficialmente el prodigio de Espoleto. En efecto, la octava inmolación ha aplacado a duras penas a Júpiter, y se han celebrado inútilmente once ceremonias con muchas víctimas en honor de la Fortuna pública.” (Símaco, Epístolas, I, 49)

A partir de esos momentos en Roma fue llamada Fortuna Publica Populi Romani Quiritium y su culto, despojado de su carácter adivinatorio, tuvo un carácter público y colectivo, estableciéndose un culto oficial que tendría su reflejo en la dedicación de estatuas y la producción de monedas.


“Angustia más mi espíritu el hecho de que tras repetirse muchas veces numerosos sacrificios a cargo de cada dignatario, aún no se expía oficialmente el prodigio de Espoleto. En efecto, la octava inmolación ha aplacado a duras penas a Júpiter, y se han celebrado inútilmente once ceremonias con muchas víctimas en honor de la Fortuna pública.” (Símaco, Epístolas, I, 49)

Fortuna. Ostia

El culto de las Fortunas de Antium es menos conocido, pero comparte los atributos oraculares con la de Prenestre. Las Fortunas de Ancio presidían el comienzo de la vida y anunciaban los destinos. Tutelaban la comunidad humana de su ciudad a la cual aseguraban la reproducción y protegían su existencia cotidiana, a la vez que eran diosas protectoras de su ciudad.

“Siendo cónsules Memmio Régulo y Virginia Rufo, tuvo Nerón una alegría extraordinaria, por causa de una hija que le nació de Popea, a quien llamó Augusta, dando también a su madre el mismo sobrenombre. Fue el parto en la colonia de Ancio, donde él también había nacido. Ya de antes había el Senado encomendado a los dioses la preñez de Popea, y hecho públicos votos, que se cumplieron y multiplicaron con el parto, añadiendo procesiones y rogativas, y por decreto un templo a la Fecundidad, y un torneo a ejemplo de la religión de Atenas; que se pusiesen en el trono de Júpiter Capitalino las estatuas de oro de las Fortunas.” (Tácito, Anales, XV, 23)

A finales de la República el templo de Ancio podía parangonarse en riquezas con el templo de Júpiter Capitolino en Roma y con el de Juno de Lanuvio. Parte de esas riquezas fueron entregadas, por grado o por fuerza, en el año 41 a.C. al joven Octaviano, futuro Augusto, para sufragar su campaña de guerra. Eso valió a las diosas de Ancio la piedad hereditaria de la dinastía Julio-Claudia. Fueron consideradas protectoras de la familia imperial y ocuparon un puesto de honor en sus devociones públicas y privadas.

“¡Oh diosa que reinas en tu amada Anzio, que acudes ya
para levantar al cuerpo mortal desde el escalón más bajo, ya para
tomar en funerales los triunfos altaneros!: a ti te halaga con
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preces angustiadas el pobre labrador; a ti, señora del mar, cuantos
en nave de Bitinia desafían al piélago de Cárpatos; a ti el
arisco dacio y los escitas huidizos, y las ciudades y pueblos y 10
el Lacio valeroso. Y temen las madres de los reyes bárbaros y
los tiranos de púrpura vestidos que con avieso pie su enhiesta
columna eches por tierra; y que el pueblo, juntándose para tomar
las armas, a las armas incite a los menos decididos y acabe con su imperio.” (Horacio, Odas, I, 35) 


Fortunas de Ancio

Fors-Fortuna o simplemente Fortuna es una diosa muy antigua en Roma y en el Lacio que representaba la personificación del «puro azar», que cumplía cometidos protectores sobre individuos y lugares, y cuyos orígenes siguen siendo imprecisos. Según algunas teorías Fors Fortuna fue una diosa indígena que se remonta a la más antigua civilización del Lacio. Fue en un principio una diosa rural, que vivía en contacto con la naturaleza y próxima a los elementos primordiales, la tierra, las aguas fluviales y el fuego solar. 

Su culto era seguido mayoritariamente por mujeres, esclavos y sectores pasivos e irrelevantes de la sociedad romana, aunque también participaban en este culto ciertos colectivos profesionales, libertos o plebeyos. Su fiesta se celebraba el 24 de junio, día del solsticio de verano.

El tiempo se desliza y  envejecemos silenciosamente con los años; los días huyen sin que haya freno que los detenga. jQué pronto han llegado los honores de Fors Fortuna!; dentro de siete días junio habrá pasado. Venid, Quirites, celebrad contentos a la diosa Fors; en la ribera del Tiber tiene sus regalos de rey. Bajad corriendo, los unos a pie, los otros también en rápida barca, y no os avergüence volver de ahí borrachos a casa. Llevad, barcas adornadas con guirnaldas, a jóvenes y sus francachelas, y que en medio de las aguas beban abundante vino. La plebe venera a esta diosa porque quien fundó su templo era de la plebe, según se dice, y de humilde origen llego a detentar el cetro. También a los esclavos les va bien, porque Tulio, que levantó el templo vecino de la ambigua diosa, nació de una esclava.” (Ovidio, Fastos, VI, 770)

Fortuna. Museo Británico.

Fortuna, en un principio, se constituyó como divinidad individual y protectora de todos los elementos sociales, especialmente de mujeres, libertos, esclavos y las asociaciones o collegia más humildes de la población, que se convertirían en los mayores defensores de esta deidad.

En el caso de las niñas, Fortuna Virgo o Virginalis era la encargada de proteger la pubertad y virginidad de la joven antes del matrimonio. Las novias romanas, antes del matrimonio, dedicaban a la diosa sus juguetes y ropas de la niñez, antes del gran cambio vital que iban a llevar a cabo y que las llevaría a la etapa madura. Las ofrendas infantiles femeninas previas al matrimonio se efectuaban en el Templo del Foro Boario de Fortuna Virgo en Roma. 

A la Fortuna Barbata ofrendarían los adolescentes la primera barba, que se cortaba durante un acto solemne.

“Si la Fortuna Barbada vistiera con más gracia y vistosidad las mejillas de sus servidores y a los que la desprecian los viéramos lampiños o con mala barba, aun así diríamos, con toda razón, que el poder de estos dioses singulares se extendía hasta aquí, limitados en cierto modo a sus oficios. Y por esto ni sería conveniente pedir a Juventas la vida eterna, puesto que no da la barba, ni se debía esperar de la Fortuna Barbada algo después de esta vida, dado que no tiene poder alguno en esta vida ni sobre la edad que ella cubre de barba. Al presente su culto no es necesario ni aun por estas mismas cosas que se juzgan sometidas a ella. Muchos que adoraban a la diosa Juventas no lozanearon en esa edad, y muchos que no la adoraban gozaron del vigor de la juventud. Asimismo, muchos devotos de la Fortuna Barbada no pudieron llegar a tener barba o la tuvieron fea, y si algunos le rinden culto para pedir la barba, se burlan de ellos los menospreciadores que la tienen.” (Agustín, La Ciudad de Dios, VI, 1)

Fortuna. Museo Británico, Londres

En origen, la Fortuna Virilis tendría las mismas funciones o complementaría a la Fortuna Barbata. Es decir, sería una advocación masculina, protectora del paso de la juventud a la madurez del hombre, y quedaría ligada al culto individual o doméstico. En época arcaica quizás recibió la consagración de la toga praetexta —que el muchacho abandonaba al asumir la toga viril—, vigilaba sobre la pubertad del joven romano y sobre su paso a otra edad. Sin embargo, en época posterior parece haberse convertido en una advocación seguida por mujeres que le rendían culto el 1 de abril junto a la figura de Venus Verticordia y en relación con los baños. 

“Aprended ahora por qué ofrecéis incienso a la Fortuna Viril en el sitio que rezuma agua caliente. Sin ropa están todas las mujeres en tal sitio y ve cualquier defecto de sus cuerpos desnudos. La Fortuna Viril proporciona cómo ocultar el defecto y esconderlo ante los hombres, y esto hace si se le pide con un poco de incienso.” (Ovidio, Fastos, IV, 145)

Fresco de Pompeya, Foto Amedeo Benestante

Fortuna Muliebris gobernaba los distintos aspectos físicos, morales y sociales de la matrona romana (fecundidad, parto, cuidado de los hijos, mantenimiento del grupo y castidad matrimonial), pero carecía de carácter popular, pues quedaban excluidas no sólo las mujeres casadas en segundas nupcias o viudas, sino también las mujeres de procedencia plebeya. De esta forma el culto quedaba principalmente constituido para las clases sociales privilegiadas, y como culto oficial romano. Dentro del culto, las mujeres de las grandes familias, las más distinguidas univirae, jugarían un papel más destacado, siendo la emperatriz considerada como la primera univira, modelo de materfamilias

“Los hombres de Roma no escatimaron el mérito que les correspondía a las mujeres —tan al margen se vivía de la envidia de la gloria ajena-—: incluso para perpetuar su memoria, se erigió y dedicó un templo a la Fortuna de la Mujer.” (Tito Livio, Historia de Roma, II, 40, 11)

Desde tiempos muy tempranos, Fortuna representaba para el individuo o para ciertos grupos, como los collegia, una oportunidad para mejorar socialmente, esperando ‘un golpe de suerte’. La divinidad alcanza todos los campos de la vida; la victoria, la fama, la riqueza, la prosperidad, la virtud, la salud o el poder, que distribuye entre los hombres según es su voluntad. La diosa permite que las personas alcancen el éxito o fracaso de sus acciones reportándoles beneficios o desgracias. Algunos individuos creían estar especialmente favorecidos por la fortuna y confiaban el éxito de su vida personal o profesional al beneficio otorgado por la diosa.

Fortuna, Museo del Prado, Madrid


C(AIO) APPVLEIO DIOCLI
AGITATORI PRIMO FACT(IONE)
RVSSAT(O) NATIONE HISPANO
FORTVNAE PRIMIGENIAE
D(onVm) D(edit)
C(aius) APPVLEIVS NYMPHIDIANVS 
ET NYMPHIDIA FILII

"Los hijos del célebre auriga Cayo Apuleyo Diocles encargaron una estatua en honor a su padre bajo la cual se hizo la presente inscripción en la estela de la basa. Ofrecido a Fortuna Primigenia por Cayo Apuleyo Diocles, el primer auriga del equipo rojo, de nacionalidad hispana. Sus hijos Cayo Apuleyo Nimfidiano y Nimfidia."

La popularización del culto trajo la proliferación de figurillas utilizadas como exvotos que depositadas en el lararium familiar tenían como función proporcionar a su propietario el favor de la diosa en su vida particular y profesional. 

“De este modo son regidos los asuntos humanos, no por decisión de los hombres, sino por esa influencia de Dios a la que los hombres suelen llamar Fortuna porque desconocen por qué motivo les sobrevienen los acontecimientos de la forma en que se les manifiestan, pues a lo que no parece ser lógico se acostumbra a darle el nombre de Fortuna. Pero en estas cuestiones que piense cada cual de la manera que le plazca.” (Procopio, Historia Secreta, IV, 44)

Dentro de los colectivos profesionales o collegia, el que más veneró a esta deidad fue el ejército. El culto y seguimiento de la diosa Fortuna supone la protección ante cualquier adversidad, ya que la misma es dueña del Destino y puede llevar a buen término cualquier acción militar o de otra índole. Así pues, esta gran participación en el culto a Fortuna por parte del ejército, tiene sobre todo un componente psicológico.

“Y es verdad que en los hechos de armas el valor de los soldados, la ventaja de la posición, los apoyos de los aliados, las flotas, los aprovisionamientos, ayudan mucho; pero la parte principal la reclama para sí Fortuna como en el ejercicio de su derecho, y cualquier cosa que se ha llevado a cabo con éxito la considera casi toda suya.” (Cicerón Pro Marcelo, 6)

La epigrafía nos muestra que estos cultos tuvieron más importancia en las provincias limítrofes del Imperio, tales como Germania, Britania, Panonia y Dacia. Estas zonas eran las más expuestas al peligro exterior y donde la población militar era más importante. La participación de la milicia dentro de los diferentes cultos a Fortuna Dea podía ser realizada tanto a título individual como colectivo.

FORTVNAE VEXILLATIONES LEG II AVG LEG VI VIC P S P L L

"A Fortuna destacamentos de la segunda legión Augusta y de la sexta legión Victrix Pia Fidelis lo erigieron gustosamente y voluntariamente."

Estela procedente del fuerte de Castlecary,
 Hunterian Museum, Glasgow, Escocia

Relacionado con el ejército es el culto de Fortuna Salutaris, con función sanadora, protectora de la salud y el bienestar físico. La representación de Fortuna Salutaris suele ir acompañada de la representación de dioses de la medicina como Esculapio.
Era importante la advocación de Fortuna Balnearis que se refiere a la higiene, aseo personal y recreo del soldado. Sólo mantiene una relación con métodos curativos o de la salud en cuanto a que esta higiene personal cure alguna enfermedad del soldado. Además, la Fortuna Balnearis se relaciona con lugares de aguas medicinales con un carácter salutífero. El culto a Fortuna Balnearis adquirió una gran importancia durante el alto imperio estableciéndose el primero de abril como festividad dedicada a la divinidad, siendo un hecho frecuente las peregrinaciones a sus santuarios y la erección de exvotos y epígrafes de gratitud.

Fortunae/ Balneari/ sac(rum) Q(uintus) Vale/ rius Tuc/ co miles/ leg(ionis) II Adiu/tricis p(iae) f(elicis)/ c(enturia) Aemili(i) S/ ecundini. 

"Consagrado a la Fortuna de los baños. Quinto Valerio Tucco, soldado de la legión II Adiutrix pía feliz, de la centuria de Emilio Secundino". (CIL II.2763 

Fortuna, Hunterian Museum. Foto Dan Diffendale

También es muy conocida la institución del culto a la Fortuna Redux que fue hecho oficial tras la vuelta del emperador Augusto a Roma después de su viaje por Sicilia, Grecia, Asia y Siria, y que, a partir de este momento, fue considerada la divinidad protectora del emperador durante sus viajes y expediciones. El primer altar documentado de la Fortuna Redux fue ofrecido el 12 de octubre y consagrada el 5 de diciembre del año 19 a.C. (siendo cónsules Lucrecio Vespillón y Marco Vinicio). Desde entonces cada año se le ofrecía un sacrificio oficiado por un pontífice y vírgenes vestales. A partir del 11 a.C. al sacrificio se añadieron unos ludi que se celebraban el 30 de julio.

“Si nuestros antepasados consagraron a la Fortuna Retornadora áureos templos por el regreso de sus caudillos, nunca esta diosa exigiría espléndidos santuarios por sus favores con más razón que cuando se restaura igualmente para la trabea y para Roma la majestad que les es propia.” (Claudiano, Panegírico al sexto consulado del emperador Honorio, 28)

Moneda de Fortuna Redux

Domiciano mandó construir un templo dedicado a la Fortuna Redux para conmemorar una de sus expediciones, que fue terminado y embellecido a la vuelta de la campaña suevo-sármata, en el año 93.

“Aquí, donde el templo de la Fortuna Redux
brilla refulgente en un amplio espacio, había hace
poco una explanada afortunada. Aquí hizo su
parada el César, hermoso con el polvo de la
guerra ártica, expandiendo de su rostro un fulgor
purpúreo; aquí Roma, ceñida de laurel su
cabellera y resplandeciente de blanca por su toga,
saludó a su caudillo con sus aclamaciones y sus aplausos.”
(Marcial, Epigramas, VIII, 65)

Moneda de Domiciano y Fortuna Redux

La diosa Fortuna era invocada bajo toda clase de nombres (según lo que el que invocaba necesitase) haciendo que su culto se volviese más cotidiano y atractivo a todas las capas de la población. La aceptación de distintas advocaciones permitía a la diosa ser cada vez más popular y cercana.

“Porque si han de inventarse nombres, más bien deben ser los de Vicepota, diosa del vencer y del beber, Stata, del permanecer, y los sobrenombres de Júpiter Stator e Invicto, y los nombres de las cosas que se deben apetecer, de la Salud, del Honor, del Socorro, de la Victoria. Y, puesto que el ánimo se levanta con la expectación de las cosas buenas, rectamente también ha sido consagrada la Esperanza por Calatino. Y que lo haya sido la Fortuna; ya la de este día (fortuna huiusce diei), porque vale para todos los días; ya la que mira con piedad, para llevar auxilio; ya la del azar, en lo cual se significan más los casos inciertos; ya la primigenia, de engendrar…” (Cicerón, Las Leyes, II, 28)

Templo de Fortuna Huiusce Diei, Largo Argentina, Roma. Foto Wknight94

Las diferentes advocaciones de Fortuna Dea contribuyeron en gran medida a la romanización de los territorios más aislados del poder central. Las poblaciones indígenas encuentran en Fortuna a una diosa con características afines a sus dioses y en ocasiones, son ellos mismos, o las poblaciones romanas asentadas en esos territorios, quienes sincretizan a ambas divinidades, pasando Fortuna a tomar las cualidades de la anterior divinidad indígena y confundiéndose con ella. Durante los siglos II y III el culto a Fortuna tuvo su mayor auge, popularizándose entre todas las capas sociales, pero sobre todo en las más humildes. Las dinastías antonina y severa fueron las que propiciaron su mayor difusión e hicieron gran uso de este culto a lo largo del imperio, junto con el de las restantes virtudes divinizadas.

“¿Quién no sabe que la razón es el término que indica la capacidad de discernir del ser humano y, en cambio, Fortuna es una diosa, la primera de ellas? ¿Quién no sabe que hay templos, santuarios, capillas, por todas partes, dedicados a la diosa Fortuna y, en cambio, a la Razón no le ha sido dedicado ni una estatua, ni un altar?” (Frontón, Epístolas, 26, 7)

Diosa Fortuna, Museo Arqueológico de Tarragona,
 Foto Samuel López

Al final de la época republicana y en época imperial, Fortuna se constituirá en una diosa importante e influyente para gobernantes y generales. Como Sila o César que la tomarán como su divinidad principal, protección personal ante todas las adversidades.

“Respecto a Cayo César, yo tendría reparos en afirmar que alcanzó la más elevada posición por buena fortuna, si él mismo no lo hubiera testimoniado. Pues cuando el día 4 de enero (un día antes de las nonas de enero) salió de Brindisi persiguiendo a Pompeyo, a pesar de estar en el solsticio de invierno, atravesó el mar sin percances por haber pospuesto Fortuna la estación. Pero al encontrarse que Pompeyo tenía un compacto y numeroso ejército en tierra y una gran flota en el mar y que había acampado con todas sus fuerzas mientras que él estaba en condiciones muy inferiores y, dado que el ejército con Antonio y Sabino venía despacio, osó embarcarse en un pequeño esquife y pasando desapercibido al capitán y al piloto, se hizo a la mar cual si se tratara de un sirviente. Se produjo una violenta corriente en sentido contrario al curso del río y un agitado oleaje, y César, al ver que el piloto cambiaba de rumbo, se quitó el manto de la cabeza y revelando su personalidad le dijo:

Venga. buen hombre, ten valor y nada temas; confía tus velas a la Fortuna, recibe su soplo y ten confianza puesto que llevas a César y la Fortuna de César.” (Plutarco, Fortuna de los romanos, 6)


Otra advocación ligada al culto imperial será Fortuna Augusta que se constituirá en la fuerza protectora y propiciatoria que acompañaba al emperador. Las decisiones de esta diosa no solo afectaban a Roma sino a todo el Estado y el emperador querría proclamar su responsabilidad al llevar el timón del imperio, al igual que Fortuna, indicando la entrega que el príncipe dedicaba a su gobierno.

“Por lo tanto, eduquemos nuestra alma para que comprenda y acepte la propia suerte y sepa que nada existe que la fortuna no haya intentado: ella posee el mismo derecho sobre los imperios que sobre los emperadores y el mismo poder sobre las ciudades que sobre sus habitantes. Por nada de esto debemos indignarnos: hemos entrado en un mundo que se rige por estas leyes. ¿Te agrada? Obedece. ¿No te agrada? Sal por el camino que quieras. Indígnate si alguna norma injusta ha sido establecida directamente contra ti; pero si estas leyes de la necesidad encadenan a los más encumbrados y a los más humildes, reconcíliate con el hado que todo lo disuelve.” (Séneca, Epístolas a Lucilio, XIV, 91, 15)

Fortuna de Tomis, Museo de Constanza, Rumanía,
Foto ChristianChirita

No solo los gobernantes, sino otros cargos y ciudadanos particulares dedicaban monumentos a la diosa Augusta en agradecimiento de su buena suerte o prosperidad en vida profesional. 

FORTVNAE AVG[USTAE] / SACR[UM] / ANNIVS PRIMITIVVS / OB HONOREM / IIIIIIVIR[ATUS] SVI / EDITO BARCARVM / CERTAMINE ET/ PVGILVM SPORTVLIS / ETIAM CIVIBVS / DATIS / D[E] S[UA] P[ECUNIA] D[EDIT] D[EDICAVIT].

‘Consagrado a Fortuna Augusta, Annius Primitivus, por el honor de su sevirato, habiendo promovido con competición naval y un combate de púgiles, habiendo ofrecido dádivas a los ciudadanos. Lo dio y dedicó a sus expensas’.

Moneda de Fortuna Augusta

En la ciudad de Pompeya un cargo municipal destinó parte de su fortuna a la construcción de un templo dedicado a Fortuna Augusta.

M(arcus) Tullius M(arci) f(ilius) d(uum)v(ir) i(ure) d(icundo) ter(tium) quinq(uennalis) augur tr(ibunus) mil(itum) a pop(ulo) aedem Fortunae August(ae) solo et peq(unia) sua. [CIL X 820]

Marco Tulio, hijo de Marco. Duumviro con poderes judiciales tres veces, quinquenial, augur, tribuno militar por aclamación popular, (construyó) el templo de Fortuna Augusta en su propio terreno y a sus expensas.

Templo de Fortuna Augusta en Pompeya, acuarela de Luigi Bazzani, Foto Carlo Raso

A la advocación de la Fortuna Augusta también se le dedicaban ofrendas de igual manera que a la Fortuna Redux, por el retorno del emperador y su familia. 

“A la Fortuna de los Augustos, Antonio, liberto y secretario imperial para las peticiones, dedica esta ara, por un voto hecho, por el bienestar y el retorno de nuestros emperadores Severo Pío (Septimio Severo) y Antonino Pío (Caracalla) [borrado: y el príncipe Geta] y la emperatriz Julia (Domna), madre de los emperadores [borrado: y emperatriz Plautilla]”

Estela dedicada a Fortuna Augusta por Antonio
con
damnatio memoriae. Museo Británico, Londres

En la época del Imperio uno de los cultos más importantes era el que le tributaban los propios emperadores, quienes tenían cerca una representación de la diosa, a la que asociaban su imagen en sus monedas o monumentos, sobre todo en el Próximo Oriente, como parte de su propaganda política.

“Había encargado después que se hicieran dos estatuas de la Fortuna real que suele acompañar a los emperadores y que suele colocarse en las estancias de éstos, con el fin de dejar a cada uno de sus hijos la imagen de una divinidad tan venerable; pero, viendo que le apremiaba la hora de la muerte, ordenó, según dicen, que colocaran dicha Fortuna alternativamente en la habitación de los dos emperadores. Basiano despreció esta orden incluso antes de cometer el fratricidio.” (Historia Augusta, Severo, 23)

Moneda de oro con Vespasiano y Fortuna Augusta

La representación de la diosa venía acompañada de objetos que simbolizaban el poder que ejercía sobre la humanidad, ya sea protegiéndola, ya sea sometiéndola a su voluntad.

Los atributos principales de la Fortuna romana, aunque en ocasiones carece de alguno de ellos en sus representaciones, son el gorro sacral, el 
modius o celemín, signo de la abundancia, el cuerno de Amaltea o de la abundancia, el timón o la rueda que dirigen el rumbo de la vida y los acontecimientos humanos.

Fortuna con cornucopia, timón y modius. Museo Británico, Londres

El Cuerno de la Abundancia como símbolo de prosperidad y repleto de frutas, símbolos de fertilidad. 

“Tiene en su mano aquel celebrado cuerno de la abundancia lleno no de frutos siempre lozanos sino de cuantos produce la tierra entera, todo el mar, ríos, minas y puertos, y los derrama generosamente y en abundancia.” (Plutarco, Sobre la fortuna de los romanos, 4)

Otros atributos destacados en las representaciones de Fortuna son el timón, la proa de barco o la rueda, los tres de origen romano. Con ellos se confirma que la diosa rige o gobierna los destinos humanos, divinos y naturales, así como la dirección de los Estados o el destino de la historia. Ella maneja el timón según su voluntad y se convierte además en protectora de los navegantes. La rueda indica su carácter inestable y de cambio constante.

“En primer lugar, da la impresión de que los artistas han puesto de manifiesto el poder de la Fortuna en la forma en que está representada. En primer lugar, está como dispuesta para su tarea; luego, con su mano derecha sujeta un timón y, como cualquiera podría confirmarlo, está viajando por mar. ¿Qué quiere decir esto? ¿Acaso porque los navegantes necesitan más que nadie de la Fortuna, o porque dirige nuestra vida como una gran nave y protege a todos los que van a bordo?” (Dion de Prusa, Sobre la fortuna {2}, 5)

Detalle de fresco con diosa Fortuna, Pompeya.
Museo Arqueologico, Nápoles. Foto Sailko

Bajo el timón a veces suele representarse un pequeño globo, que simboliza la influencia de la diosa en todo el Universo y su dominio del mundo. Algunas veces Fortuna lleva el globo en una mano. 

El modius, recipiente que se utilizaba como medida para cuantificar los cereales, relacionaba a la diosa con la fecundidad y la abundancia. Su evolución hacia una diadema alta como representación de una muralla para proteger las ciudades derivará en la advocación de Fortuna como Tutela, que a semejanza de Tyché será a veces representada con una patera en la mano.

Diosa Tutela en plata. Museo Británico, Londres

El culto de Fortuna tuvo en Italia gran complejidad pues era evidente que se había producido un sincretismo entre diferentes divinidades, cultos locales o foráneos, que se desarrollaba paralelamente a la evolución de la historia de Roma. 

“Entonces también la portadora de todas las lamentaciones y que siempre fluye a contra corriente, daba brincos, ágil, con la ligereza de un acróbata; algunos la llaman Sors, y otros Némesis, y la mayoría Tyqué o Norcia.” (Marciano Capela, De Nuptiis, I, 88)

Desde la antigüedad tuvo mucho predicamento la idea de que la diosa Fortuna de Roma procedía de Etruria y que derivaba de la diosa Nortia de la ciudad etrusca de Volsena, encarnación del Destino. Por influencia etrusca Fortuna se convirtió poco a poco en la divinidad concreta que confiere el destino a los humanos. Los soberanos de origen etrusco le construyeron templos en Roma, adoptaron su culto y lo propagaron, explotando en su provecho los valores políticos y sociales que tenía, pues Fortuna donadora de fecundidad al pueblo y a su jefe y donadora de soberanía. 

“Norcia, yo te venero, residente en Roma, que por dos veces he desempeñado el cargo de procónsul, creador de muchos poemas, de vida intachable, de perfecta salud, feliz por mi matrimonio con Plácida, y por la abundancia de hijos gozoso: ¡Larga vida para ellos! Todo lo demás se desarrollará según la ley fijada de los hados.” (Avieno, C.I.L., VI 537) 

La diosa romana, con el transcurrir del tiempo, sufrió ciertas transformaciones, y fue asumiendo funciones que le llegaban de oriente, aunque siguió estando relacionada con el poder para controlar el devenir de los acontecimientos y el futuro.

Amatista con diosa con atributos
propios de distintas divinidades. 

Con la llegada de nuevas ideas y elementos culturales provenientes del helenismo, Fortuna realizó su proceso de sincretismo con la diosa griega Tyché, que simbolizaba la suerte, el azar, el destino de los dioses y los hombres, cuyas acciones estaban sometidas a la voluntad de la diosa. La diosa Fortuna romana adoptó las características de la diosa griega, perdiendo los rasgos que la identificaban como diosa madre. 

Plutarco describe a la diosa partiendo de Oriente, parando en algunos reinos y estableciéndose permanentemente en Roma e indica los rasgos iconográficos que caracterizaban tanto a Fortuna como Tyche. 

“El movimiento de la Fortuna, en cambio, es rápido, su espíritu audaz y arrogante su esperanza. Va delante de la Virtud, pero próxima a ella. No se eleva a sí misma con ligeras alas ni avanza de puntillas sobre un globo sin dejar huella, perpleja e insegura, para desaparecer después de la vista. Por el contrario, al igual que los espartanos cuentan que Afrodita, al atravesar el Eurotas, dejó a un lado los espejos, los ornamentos y su cinturón bordado, tomó espada y escudo, y se engalano para Licurgo; así la Fortuna, tras abandonar a persas y a asirios, sobrevoló ligera Macedonia, derribó rápidamente a Alejandro, atravesó después Egipto y Siria recorriendo sus reinos, y volviéndose hacia los cartagineses, los exalto muchas veces. Pero cuando se aproximaba al Palatino, y cruzaba el Tíber, se quitó, según parece, las alas, se descalzó las sandalias y abandonó su increíble e inestable globo. Así entró en Roma, como para permanecer y así está presente, dispuesta para el juicio. 
No es, en efecto, obstinada 
como dice Píndaro,
ni dirige un doble timón
sino más bien es

hermana del Buen Gobierno y de la Persuasión e hija de la Previsión
según Alcmán afirma en su genealogía.”
(Plutarco, Sobre la Fortuna de los romanos, 4)

Fortuna-Tyché (de izda a drcha: Alejandría, Antioquía, Roma, Constantinopla). 
Museo Británico, Londres

La diosa Isis se consideró desde época arcaica como protectora de la fertilidad, maternidad y abundancia, además de protectora de los navegantes y marineros y, por extensión, de los comerciantes, por su relación con las aguas, por lo que fue fácil su sincretismo con la diosa Fortuna. Durante la crisis de pensamiento en el siglo II d.C. la compatibilidad del carácter oracular de Fortuna desde su origen latino con el atributo de la diosa egipcia como señora de la magia, permitió que hubiera una asimilación entre ambas, principalmente en el culto privado. 

¡Oh, tú, santo y perpetuo amparo del humano linaje, alivio siempre generoso de los mortales! Tú manifiestas el dulce cariño de una madre ante el infortunio de los desgraciados. No pasa un día ni una noche, ni siquiera un breve instante, sin que quede marcado por tus favores, sin que tu protección cubra a los hombres en la tierra y en el mar, sin que tu mano salvadora aleje de ellos las tempestades de la vida. Tú deshaces la enredada e inextricable trama del destino, calmas las tormentas de la Fortuna y compensas el nefasto influjo de las constelaciones. Los dioses del Olimpo te veneran, te respetan los dioses del Infierno; tú mantienes el mundo en órbita, tú suministras al sol sus rayos de luz, tú riges el universo, tus plantas pisan el Tártaro! (Apuleyo, Metamorfosis, XI, 25)

Estatuillas de Isis-Fortuna (Fotos de izda a drcha: Christie´s; Museo Calvet de Aviñón;
Walters Arts Museum, Baltimore)

El nuevo iniciado, Lucio, retrata a la diosa Isis como benefactora de la humanidad, capaz de cambiar el destino funesto, aliviar los vaivenes de la diosa Fortuna, además de intervenir en la influencia de los astros. Parece que la conclusión sería que la asimilación de cualidades entre ambas diosas permitía que el bien proporcionado por la diosa Isis compensaría el efecto negativo de la volubilidad de la diosa Fortuna.

"Después de tantas y tan variadas pruebas, después de los duros asaltos de la Fortuna y de las más terribles tormentas, por fin, Lucio, has llegado al puerto de la Paz y al altar de la Misericordia. Ni tu nacimiento ni tus méritos o tu destacado saber te han servido nunca de nada; la flor resbaladiza de una juventud ardiente te ha hecho caer en la esclavitud de la pasión, y has cosechado la amarga recompensa de una desdichada curiosidad. Pero la Fortuna, con toda su ceguera y con la pretensión de exponerte a los más graves peligros, en su imprevisora maldad, ha guiado tus pasos hacia la felicidad de nuestra religión. Ahora ya se puede ir, ya puede dar libre curso a su furor y buscarse otra víctima para saciar su crueldad; pues las vidas que la majestad de nuestra diosa ha tomado a su servicio ya no están al alcance de un golpe hostil. Salteadores, fieras, esclavitud, idas y venidas por los más escabrosos caminos, diarias amenazas de muerte, ¿de qué ha servido todo ello a la implacable Fortuna? Ahora ya estás bajo la tutela de una Fortuna, pero ésta es clarividente y hasta ilumina a los demás dioses con su esplendorosa luz.”(Apuleyo, Metamorfosis, XI, 15)

La nueva advocación de Isis-Fortuna refleja con claridad la asimilación de los atributos puesto que Fortuna, además de sus atributos principales (el timón de embarcación con el que maneja los destinos humanos, naturales y divinos, y el cuerno de la abundancia, con el que aporta numerosos beneficios y protege la fecundidad) toma elementos fundamentales de Isis (el nudo y tocado isiacos, el sistro, la serpiente, que la relaciona con el mundo mágico, junto con la protección de los mares.

Isis-Fortuna, Casa de Philocalus, Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles, Foto Jebulon

Según Séneca había que ser conscientes de que no se podía hacer nada contra aquello que no depende de uno mismo, sino de la Fortuna, de la Naturaleza o los Dioses. Él recomendaba para contrarrestar la posible adversidad tener fortaleza de espíritu y dedicarse a la filosofía.

“El invierno trae el frío: tenemos que sufrirlo. El verano nos devuelve el calor: tenernos que soportarlo. La inclemencia del tiempo ataca la salud: tenemos que sufrir la enfermedad. Nos encontraremos con una fiera en cualquier lugar, y con el hombre, más perjudicial que todas las fieras. Algún bien nos arrebatará el agua y también el fuego. Tal estado de cosas no podemos cambiarlo: lo que sí podemos es mostrar un gran ánimo, digno de un hombre de bien, con el que resistir con fortaleza los azares de la fortuna y acomodarnos a la naturaleza.” (Séneca, Epístolas, 107, 7)

Fortuna con sus atributos: cornucopia, timón y rueda. Foto Sotheby´s

Como en esa época existía la creencia de que el destino de cada cual estaba determinado y lo que iba a ocurrir sucedería de todas formas, Séneca aconsejaba aceptarlo para poder disfrutar de la vida, pues oponerse causaría sufrimiento. Afirmaba que ni el azar ni la fortuna podrían perjudicar la virtud del sabio, pues ésta solo dependía de él. 

“No os opongáis a vuestro propio bien, alimentad en vuestro ánimo esta esperanza, mientras llegáis a la verdad, y acoged gustosos lo mejor y asistíos con vuestra reflexión y vuestros deseos: para la república del género humano es beneficioso que haya algo invicto, que haya alguien contra quien nada pueda la suerte.” (Séneca, De la firmeza del sabio, 19, 4)

Fortuna en bronce. Foto Christie´s

Muchas fueran las quejas por la acción de Fortuna, especialmente por la muerte temprana de los seres queridos. Augusto culpó a la fortuna por haberle arrebatado a los herederos que él había designado, sus hijos adoptivos, Cayo y Lucio (los hijos de su hija Julia y Agripa).

"Filios meos, quos iuvenes mihi eripuit fortuna (a mis hijos, que jóvenes me arrebató la fortuna)" (Res Gestae, 14, 1)

Los lamentos hacia Fortuna por la pérdida de familiares se repiten en epitafios romanos. O bien son los vivos quienes emiten su queja: 

"Atrox, 0 Fortuna, truci quae funere gaudes, / quid mihi tam subito Maximus eripitur?" (CLE 1065 = CIL VI.20128). 

¡Oh Fortuna Atroz!, que te regocijas con un cruel funeral, ¿por qué me es arrebatado Máximus tan pronto? 

O bien es el propio difunto el que deja su reproche a la diosa.

“D(is) M(anibus) s(acrum) L(ucius) Annius Octavius Valerianus
evasi effugi spes et fortuna valete
nil mihi vo(b)iscum est ludificate alios”
(CIL 06, 11743)

Consagrado a los Dioses Manes Lucius Annius Octavius Valerianus
Me fui, escapé, adiós Esperanza y Fortuna.
No me queda nada que hacer con vosotras, id a burlaros de otros
.

Monedas con diosa Fortuna (izda) y Esperanza (drcha)


Los escritores cristianos no reconocían ninguna cualidad divina a la diosa Fortuna, ni creían en la buena o mala suerte, pues según ellos, todo lo bueno o malo que ocurría al ser humano procedía de Dios, que premiaba o castigaba según las acciones de cada cual.

"La felicidad la tienen los buenos por sus méritos precedentes; la fortuna, en cambio, llamada buena, sobreviene fortuitamente tanto a los hombres buenos como a los malos, sin tener en cuenta para nada sus méritos; por eso se llama Fortuna. ¿Cómo es buena la que sin discernimiento alguno arriba a los buenos y a los malos? ¿Y para qué se le rinde culto, siendo tan ciega y arrimándose a cada paso a cualesquiera, dejando muchas veces a sus adoradores y adhiriéndose a sus menospreciadores? Y si sus adoradores consiguen que ella los mire y los ame, ya sigue a los méritos, no viene fortuitamente. ¿Dónde está, pues, la definición de Fortuna? ¿Dónde está lo de recibir su nombre de la fortuna? Si es fortuna, su culto es inútil. Y si hace distinción entre los adoradores para ser útil, no es fortuna, ¿Es verdad que Júpiter la envía donde quiere? En este caso tribútese culto sólo a él, porque la Fortuna no puede oponerse al que la manda, y al que la envía, donde leplace. O, por lo menos, ríndanselo los malos, que no quieren tener méritos con que poder invitar a la diosa Felicidad."(Agustín, La ciudad de Dios, IV, 18)

Livia de Iponuba, Museo Arqueológico de Madrid

Bibliografía

https://revistas.um.es/ayc/article/view/53341; LA FORTUNA DE LOS ROMANOS; Mª D. Gallardo López
https://www.ucm.es/data/cont/docs/106-2016-03-16-Antesteria%201,%202012ISSN_049.pdf; EL CULTO A FORTUNA DEA EN HISPANIA. CONTRIBUCIÓN A LA ROMANIZACIÓN DEL TERRITORIO; Marta BAILÓN GARCÍA
http://institucional.us.es/revistas/habis/43/art_7.pdf; EL PAPEL SOCIAL Y RELIGIOSO DE LA MUJER ROMANA. FORTVNA MVLIEBRIS COMO FORMA DE INTEGRACIÓN EN LOS CULTOS OFICIALES; Marta Bailón García 
https://revistas.um.es/ayc/article/view/387181; LA DIOSA FORTUNA. RELACIONES CON LAS AGUAS Y LOS MILITARES. EL CASO PARTICULAR DEL BALNEARIO DE FORTUNA (MURCIA); Rafael González Fernández
http://oppidum.es/oppidum-11-pdf/opp11.06_Illarregui_altar.a.fortuna.balnearis.de.duraton.pdf; ALTAR A FORTUNA BALNEARIS DE DURATÓN (SEGOVIA, ESPAÑA); Emilio Illarregui
https://www.researchgate.net/publication/28303018_Praeneste_y_la_Fortuna_Primigenia_magia_y_religion_en_un_culto_sincretico_primera_parte; Praeneste y la Fortuna Primigenia. Magia y religión en un culto sincrético (primera parte); ANA VÁZQUEZ HOYS
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2937017; Aspectos de la «Fortuna Privata»: Culto individual y doméstico. Popularización del culto como protección mágica; MARTA BAILÓN GARCÍA
https://repositories.lib.utexas.edu/handle/2152/438; THE GODDESS FORTUNA IN IMPERIAL ROME: CULT, ART, TEXT; Darius Andre Arya
https://www.academia.edu/5011152/The_Hellenistic-Roman_cult_of_Isis; The Graeco- Roman cult of Isis; Birgitte Bøgh
https://www.jstor.org/stable/282639?seq=1#metadata_info_tab_contents; The Cognomina of the Goddess "Fortuna."; Jesse Benedict Carter
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5774620; Nuevas aportaciones sobre la figurilla de Tyche de Antioquía sobre el Orontes hallada en Antequera y su relación con el entorno; Alessia Facchin Díaz
https://archive.org/details/traditionofgodde03patc/page/n10;
THE TRADITION OF THE GODDESS FORTUNA In Roman Literature and in the Transitional Period; HOWARD ROLLIN PATCH
The Religions of the Roman Empire; John Ferguson, Google books

Panes et pistores, panes y panaderos en la antigua Roma

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El trigo y otros cereales fueron utilizados por el hombre para su alimentación en el Neolítico y se consumían inicialmente en crudo. Cuando se empezó a moler el cereal, se chamuscaba previamente a su uso, para descascarillarlo mejor e impedir, de paso, su fermentación. Con la harina obtenida se hacían papillas o gachas y, posteriormente, una especie de galletas o tortas de harina amasada con agua que se cocían sobre piedras calientes. 

Los egipcios son considerados los precursores de la industria de la panificación, pues descubrieron que la masa fermentada producía un pan más liviano y de mayor volumen. Además, inventaron los primeros hornos.



Tumba de Meketre, Tebas, Egipto, Museo Metropolitan, Nueva York


Los griegos introdujeron el pan en su alimentación y perfeccionaron su elaboración con y sin levadura, con mezclas de harina, con especias, y probablemente también fueron los iniciadores de la pastelería, que llegó a convertirse en un verdadero arte: utilizaban harinas de trigo, avena y cebada amasadas con miel, especias, aceites y frutos secos. Hasta poco antes de la llegada de los romanos se calcula que hacían más de setenta clases de panes y pasteles.

“Así pues, recordaré en primer lugar los dones de Deméter
de hermosa cabellera, querido Mosco. Y tú ponlo en tus mientes.
Pues, en efecto, los mejores y más excelentes de todos se pueden conseguir,
todos limpiamente cribados, de cebada de hermoso fruto,
en Lesbos, en el pecho bañado por las olas de la ilustre Éreso,
más blancos que la etérea nieve. Cuando los dioses comen
pan de cebada, Hermes va allí y se lo compra.
Son también aceptables en Tebas la de siete puertas,
y en Tasos, y en algunas otras ciudades, pero parecen
granuja de uva en comparación con aquéllos. Entérate de esto con certera opinión.
Hazte también con el redondeado «kóllix» tesalio,
bien triturado a mano, que llaman
aquéllos «de harina basta», y los demás «pan de sémola».
A continuación, ensalzo el pan subcinericio, hijo de la flor de harina de Tegea,
y el pan de trigo que, hecho para el mercado,
la ilustre Atenas suministra excelente a los mortales.
Y en Eritrea rica en vides, el pan blanco salido del hornillo,
floreciente en las estaciones lozanas, te deleitará durante la cena.”
(Ateneo, Banquete de los eruditos, III, 111F)


Pan e higos, Museo Arqueológico de Nápoles, foto de Carole Raddato


El alto valor nutritivo y energético del grano hizo de este un producto indispensable en la alimentación diaria del ciudadano romano, quien lo consumía hervido o en forma de (puls), una especie de gachas hecha de harina cocida con agua a la que se añadía sal, leche, miel, verduras o legumbres y, si la había, carne en tropezones o salchicha, y que se removía hasta que estaba lista la mezcla. Hecha con cebada era principalmente alimento para pobres y esclavos.

Los primeros tipos de grano empleados para su transformación en pan fueron el farro, así como la espelta, y para evitar su deterioro, en algunos casos se procedía a su tueste.


“La cebada semimadura, a la que aún le quede algo de verdor, se atará en manojos y se tostará en el horno para que pueda triturarse fácilmente en el molino; en cada modio se tendrá cuidado de añadir una pizca de sal mientras se muele, y así se conserva.”
(Paladio, Tratado de agricultura, VII, 12)

Las tortas de espelta tostada se preparaban especialmente con fines rituales y se ofrecían en algunas festividades e incluso en las ceremonias religiosas de matrimonio.

“Los antiguos sembraban espelta y recogían espelta, y daban las primicias de la espelta segada a Ceres. Guiados de la experiencia, pusieron a tostar la espelta en las llamas y obtuvieron muchos perjuicios con su ignorancia.” (Ovidio, Fastos, II, 519)


Para una producción a pequeña escala se trituraba el grano en un mortero, aunque la molienda del cereal se efectuaba generalmente en molinos rotatorios, pequeños y domésticos, accionados por una persona, o molinos de gran tamaño, movidos por asnos y mulos y donde se molturaban grandes cantidades de grano.

Mortero manual antiguo para moler grano


El típico molino de mano constaba con una piedra inferior (meta) de forma ligeramente convexa que se adapta en forma a la piedra superior (catillus), cuya parte inferior era ligeramente cóncava. El movimiento rotatorio de ambas piedras se realizaba con ayuda de un astil de madera o hierro.

"Pone a continuación manos a la obra, distribuyéndosela entre ambas: la izquierda está atenta al servicio, la derecha al esfuerzo. Ésta hace girar continuamente y de prisa el disco (se desliza el trigo molido por el rápido choque de las piedras); a veces, la izquierda reemplaza a su hermana cansada, alternándose sucesivamente.

Una vez que acabó la molienda, con la mano echa en el cedazo la harina esparcida y la cierne, queda encima el salvado, la harina se asienta debajo y por los agujeros se filtra pura y limpia. Rápido la coloca luego en la artesa, encima derrama agua tibia, amasa mezcladas ahora agua y harina, golpea con la mano la mezcla endurecida rociando con líquido lo más duro y, de cuando en cuando, espolvorea con sal los grumos. Ya la masa trabajada aplasta y con las palmas de sus manos la ensancha en forma de torta y la marca con cuadros impresos a igual distancia."
(Apéndice Virgiliano, El almodrote)

Museo Cívico Arqueológico de Arezzo, Italia.
Foto de Ilya Shurygin


Este molino ofrecía la ventaja de poderse transportar y de reducir el esfuerzo físico del que molía disminuyendo la presión de los brazos y permitiendo mantenerse erguido y no de rodillas durante la molienda. Además, se podía producir harina de mayor o menor volumen ajustando la distancia entre la meta y el catillus.

"Luego, no contento con estas artes, vincula al sabio con el molino; cuenta, en efecto, cómo, remedando a la naturaleza, comenzó a fabricar el pan. «Al grano introducido en la boca -dice él- lo desmenuza la fuerza de los dientes al chocar unos contra otros y las partículas que se escapan las devuelve la lengua a los propios dientes; entonces se empapa todo de saliva para que penetre con más facilidad en la escurridiza garganta; una vez que llega al estómago, se digiere con el calor siempre uniforme de éste; luego, por fin, se asimila al cuerpo.
Imitando este modelo, alguien colocó una dura piedra encima de otra a semejanza de los dientes, donde una mandíbula inmóvil aguarda el movimiento de la otra; seguidamente, el choque de ambas desmenuza los granos, que son sacudidos repetidas veces, hasta que, trituradas sin cesar, se convierten en polvillo."


Para manejar el molino en un principio se empleaba a los esclavos o personas que se ofrecían a los molineros-panaderos para ganarse el sustento. Macrobio cuenta cómo Plauto tuvo que trabajar en un molino para sobrevivir.

“Además, Varrón y otros muchos autores han dejado dicho que Saturión [Saturio], Esclavo por deudas [Addictus] y una tercera comedia cuyo título ahora no recuerdo las escribió mientras trabajaba en un molino, cuando, tras perder en los negocios todo el dinero que había ganado en el montaje de obras teatrales, regresó pobre a Roma y, para ganarse el sustento, vendió su trabajo a un panadero para hacer girar las muelas llamadas trusatiles [que se empujan].” (Macrobio, Saturnales, III, 3, 14)


Ilustración con el interior de un pistrinum romano

La falta de mano de obra y el deseo de tener mayor ganancia provocó la utilización de la fuerza animal que facilitaba el trabajo y evitaba el desgaste de los humanos en una labor tan dura. Aun así, algunos hombres siguieron sufriendo haciendo girar las muelas del molino como medio de subsistencia.

“A pesar de que por poco gasto podrías alquilar un borrico para voltear siempre como se debe las redondas muelas, ¿por qué con ansias de dineros así te humillas, compadre, hasta aceptar meter el cuello bajo el duro yugo?
Deja, por favor, esos giros. Podrás con ayuda de un molinero obtener sentado la gracia de un blanco bolluelo. Pues, moliendo por tu cuenta a Ceres, sufrirás las fatigas que, buscando a su hija, no pasó la propia Ceres.”
(Antología Latina, 103)


Molino de época romana en la Galia. Ilustración de Jean-Claude Golvin

El molino pompeyano, impulsado por un animal disponía de la misma meta y catillus, la pieza donde se fijaban un mecanismo de madera a los que era uncido el animal mediante una collera, que permitía hacer el girar el molino. La principal ventaja que ofrecía este tipo de molino es el uso de la fuerza animal, de modo que el molinero solamente se encargaba de aprovisionar el molino con grano y de recoger, a continuación, la harina producida. El uso de acémilas, con una resistencia física mayor que la de los humanos, podría accionar el molino durante períodos de tiempo más prolongados, aumentándose así la producción de harina.

“Allí había muchísimas caballerías describiendo múltiples círculos y arrastrando muelas de diversos calibres. No bastaba el día; la maquinaria seguía girando sin parar durante la noche y fabricando aquella harina como fruto de la noche en vela. Pero a mí personalmente, sin duda para no asustarme con las primicias del servicio, el nuevo dueño me trató con todos los honores de un huésped distinguido. Pues aquel primer día me dio fiesta y abasteció mi pesebre con pienso en abundancia. Pero aquella felicidad del descanso y la sobrealimentación acabó con la jornada: al día siguiente me veo enganchado de buena mañana a la muela mayor que, al parecer, había.” (Apuleyo, La Metamorfosis, IX, 11)

Pistrinum con molino en la Galia. Ilustración de Jean-laude Golvin

Cuando se hizo evidente que la producción de harina había que incrementarse y abaratarse se creó el molino movido por agua que evitó la utilización de esclavos o animales como fuerza motora.

“Si hay abundancia de agua en la instalación de los baños deben aprovecharla también los molinos, para que, en ellos, con muelas hidráulicas, puedan molerse los cereales sin el servicio de animales o esclavos.” (Paladio, Tratado de Agricultura, I, 41)

Durante el proceso de molienda las impurezas en los elementos molidos serían continuas, de ahí que fuera necesario su tamizado. Los tamices utilizados fueron los de morfología circular y rejilla fina. El tamizado era realizado por un individuo que, sosteniendo el cedazo sobre una mesa de madera, dejaría después el producto en bandejas, de modo que este sería controlado por otra persona.

“Los galos fueron los primeros en emplear la criba que se hace con pelo de caballo; mientras que los hispanos hacen sus tamices de lino, y los egipcios de papiro y juncos.” (Plinio, Historia Natural, XVIII, 28)

Detalle con utensilios de panadería de la urna funeraria de P. Nonius Zethus
en  los Museos Vaticanos, foto de Chris73

El amasado se llevaría a cabo, en primer lugar, en unas grandes artesas pétreas, accionadas probablemente por animales, bajo la constante atención de un técnico que ayudaba a favorecer la mezcla. Tras ello la pasta pasaría directamente a unas mesas de trabajo donde se procedería al amasado manual y se procedería al modelado de las formas y su sellado.

Los panes se moldeaban a veces en figuras que podían tener que ver con la ocasión en que eran consumidos, aunque, también se hacían con formas eróticas que se repartirían en fiestas y banquetes.

“Si quieres quedar saciado, puedes comerte a mi Príapo; si roes sus mismas partes, seguirás siendo puro.” (Priapus siligineus, Marcial, Epigramas, XIV, 70)


De arcilla eran algunos sellos que se usaban para marcar panes y pasteles que se consumían en determinadas festividades, conmemoraciones o efemérides políticas de intencionado sentido religioso, como las fiestas de año nuevo con la proclamación de los nuevos cónsules y las fiestas que tienen como finalidad la exaltación del culto al emperador, que exigían pruebas oficiosas de lealtad. Tales panes o dulces se ofrecían también en sacrificios como ofrendas a los dioses en contextos funerarios o agrarios, principalmente durante fiestas populares en poblaciones agrícolas, donde ricos propietarios serían los anfitriones de la celebración y correrían con los gastos.

Sello de panadero con imagen de Júpiter, Museo Arqueológico Nacional, Madrid

La costumbre de sellar los panes se inició en la república y continuó hasta el Imperio, cuando ya en el cristianismo se bendecía el pan, que se estampaba con símbolos religiosos, durante la ceremonia de la eucaristía.

Cristo bendiciendo los panes. Catacumba de Marcelino y Pedro

Los sellos de metal, especialmente de bronce, se utilizaban de forma cotidiana en las pistrina para marcar los panes con el nombre del propietario e identificarlo, o bien para individualizar los panes hechos en los hogares que se llevaban a cocer en los hornos públicos. 
En un pan encontrado en las ruinas de Pompeya se puede leer en el sello “Propiedad de Celer, esclavo de Quinto Granio”.


Pan redondo carbonizado con el sello Propiedad de Celer,
esclavo de Q. Granius Verus,
de la Casa de los Ciervos de Herculano.
© MUSEO ARCHEOLOGICO NAZIONALE, NAPOLI
/ FOTOGRAFICA FOGLIA / KUNSTHALLE DER HYPO-KULTURSTIFTUNG

El objetivo principal del amasado es homogeneizar la mezcla de ingredientes para otorgar a la masa una consistencia uniforme, aireándola y haciéndola más flexible.

“Entonces, rociando la harina con agua, a fuerza de sobarla, la amasó y le dio forma de pan, que en un principio coció la ceniza caliente y el ladrillo enrojecido; más tarde se fueron inventando poco a poco los hornos y otros procedimientos en los que el calor se regulase a voluntad.”
(Séneca, Epístolas, XC, 22)

Tumba de Eurysaces, Roma. © Photo: Ilya Shurygin.

Una vez amasado y moldeado el producto, se pasaba a la cocción. Los hornillos portátiles —como el clibanus o el thermospodium— eran más propios de casas acomodadas, tanto en ambientes rurales como urbanos. El horno propiamente dicho —furnus— era el sistema de cocción estándar relacionado con la panadería industrial, apto para alimentar a las clases pobres urbanas y a los trabajadores de los grandes dominios rurales. Su funcionamiento es muy sencillo: sobre un montón de carbón encendido se coloca la campana hasta que se calienta, a continuación, se levanta y se aparta rápidamente el carbón para colocar la masa sobre el suelo caliente y cubrirla con la tapadera, amontonando el carbón sobre ésta para mantener la temperatura y permitir que el pan se cueza.

Los hornos representados suelen ser de pequeñas dimensiones, cerrados por una cúpula y con una abertura lateral por la que se introducirían los productos por medio de palas de maderas de amplio formato.

“Un esclavo egipcio, dando vuelta a la mesa nos iba ofreciendo pan caliente en un horno de plata, y mientras sacaba de su ronca garganta un himno extraño, en honor de no sé qué divinidad. Nos disponíamos tristemente a atacar manjares tan groseros, cuando Trimalcio nos dijo:
—Si queréis creerme, cenemos. Tenéis ante vosotros lo mejor de la cena.”
(Petronio, Satiricón, XXXV)

Tumba de Erysaces, Roma, foto de LaurieAnnie

El proceso de preparación previo de todos estos hornos consistía en un precalentamiento del mismo con la puerta cerrada para evitar la salida del calor. Tras ello se amontonaban un lado las ascuas, manteniendo un poco de llama encima para dorar el pan y conseguir la corteza superior o crusta. En algunos casos, el horno de la cocina o culina serviría tanto para la cocción y transformación del pan como para la preparación de otro tipo de alimentos.

La transformación del grano en un producto manufacturado, ya sea en forma de pan o de otro tipo (pasteles, sopas o hervidos), debió producirse tanto para autoconsumo como a gran escala.

En los fundi se producía directamente el cereal y era transformado y consumido de forma más o menos inmediata por la familia y trabajadores, con la parte excedente siendo destinada a su comercialización a nivel local, posiblemente en los mercados rurales, incrementando así la fortuna del propietario del fundo.


“Pero lejos de la ciudad, adonde me había llevado aquel escudero, no me esperaba el menor deleite, ni siquiera una sombra de libertad. Para empezar, su mujer, avara y pérfida criatura, me enganchó al yugo del molino y, arreándome sin parar con una recia vara, molía a expensas de mi cuero su pan y el de toda la familia. Y sin darse todavía por satisfecha con que mis fatigas la hicieran subsistir, aún alquilaba mis servicios de circunvalación para moler el trigo de los vecinos.” (Apuleyo, Metamorfosis, 7, 15, 3-5).

Detalle de una funeraria de P. Nonius Zethus, Museos Vaticanos, foto de Chris73

La necesidad de aprovisionarse de grandes cantidades de cereal para su transformación en harina y pan implicó la creación de una amplia red industrial que conllevaba la construcción de factorías molineras cercanas a las ciudades, a las que se trasladaría la harina para su transformación en pan. El término pistrinum llegó a comprender desde el lugar de procesado del grano y las estructuras destinadas en exclusiva a la molienda, hasta las complejas instalaciones con espacio para la molienda, cocción y venta del pan.

Pistrinum en la Galia, ilustración de Jean-Claude Golvin

La industria de la panificación no empezó realmente hasta que la masa conseguida tras la cocción de los cereales no se sometió a un proceso de fermentación que dio como resultado un producto de consistencia esponjosa y sabor algo agrio.

Plinio detalla la manera de obtener agentes acidificantes como preparar una gran cantidad de una mezcla de mijo, harina y mosto, durante la época de la vendimia, la cual se guardaba para todo el año, o bien preparar cada vez masa agria fresca de una papilla de cebada tostada, que se conservaba en recipientes cerrados hasta que entraba en fermentación. 

“El mijo se emplea para hacer levadura; y si se amasa con mosto se mantendrá un año entero. Lo mismo se hace, también, con el salvado fino de trigo de la mejor calidad; se amasa con mosto blanco de tres días, y se seca al sol, tras lo cual se hacen pequeñas pastillas, las cuales cuando se va a hacer pan, primero se empapan en agua, y entonces se cuece con la más fina harina de espelta, tras lo cual todo se mezcla con la harina; esto es lo que se cree mejor para hacer pan. Los griegos han determinado que para un modio de harina ocho onzas de levadura son suficientes.
Estos tipos de levadura, sin embargo, solo pueden hacerse en época de vendimia, pero hay otra levadura que puede prepararse con cebada y agua, en cualquier momento que se necesite. Primero se hacen en pastillas de dos libras de peso, que se hornean en un fogón o en un plato de arcilla sobre cenizas calientes o carbón, hasta que se vuelven de un color marrón rojizo. Entonces las pastas se meten en unos recipientes y se cierran, hasta que agrian: cuando se necesitan como levadura, se meten en agua primero.”
(Plinio, Historia Natural, XVIII, 26)

Ilustración de un pistrinum romano

En tiempos de Plinio (23-79 después de J.C.) la masa agria se preparaba con la harina del pan, dejando en reposo la masa sin sal hasta que empezaba a fermentar.

“Actualmente, sin embargo, la levadura se prepara de la harina que se utiliza para hacer el pan. Para ello, parte de la harina se amasa antes de añadir sal, se hierve hasta que alcanza la consistencia de unas gachas, y se espera hasta que se hace agria. Muchas veces, sin embargo, no se calienta en absoluto, sino que se usa un poco de la masa del día anterior.” (Plinio, Historia natural, XVIII, 26)


Aunque la panificación se fue generalizando desde el siglo III a.C., fue en el siguiente cuando se potenció la industria panadera y el oficio especializado de panadero llegó a un alto grado de perfección. Con la conquista de Grecia en el 168 a.C. los romanos conocieron las variedades griegas del pan y comenzaron a apreciarlas. 

“No había panaderos en Roma hasta la guerra con el rey Perseo, más de 580 años tras la fundación de la ciudad. Los antiguos romanos solían hacer su propio pan, siendo una ocupación que se atribuía a las mujeres, como es el caso en muchas naciones todavía hoy.”


Mujer amasando pan. Museo Británico, Londres.
Foto Marie Lan Nguyen

Para dar más variedad al pan se introdujo desde antiguo gran diversidad en la clase de elaboración, creando así muchas clases de pan de sabor completamente distinto; dicho sabor se variaba también (y no solo en los tiempos de miseria) mediante la mezcla de diversas clases de harina.

Durante las campañas militares, cuando resultaba más difícil panificar el grano, se distribuía durante las marchas el buccellatum, un tipo de bizcocho o galleta de consistencia dura.

“Prohibió también que los soldados llevaran en campaña otras provisiones que no fueran tocino, bizcochos y vinagre y, si descubría algún otro alimento, castigaba este lujo con una pena severa.” (Historia Augusta, Avidio Casio, 5, 3)

Pan quemado en la erupción del Vesubio. Museo de Boscoreale, Italia.
Foto de Samuel López


El pan casi nunca se comía tierno, porque las harinas de baja calidad absorben menos agua y se empleaba poca y mala levadura. A muchos panes se les añadía una especie de polvo arcilloso para mejor conservación a largo plazo, pero que lo hacía más duro, por lo que solía comerse untado o disuelto en vino, agua, sopa o salsa. Para reducir el trabajo y por economía, no se cocía el pan a diario, por lo tanto, el pan que se consumía generalmente, no era fresco y podía enmohecerse pronto. Para disimular o eliminar el olor ácido provocado por la levadura enranciada y ácida por haberse guardado demasiado tiempo, o porque el pan fuera insulso, se añadían a menudo condimentos (semillas de amapola, anís, perejil o hinojo) mezclados con huevos que se adherían a la corteza del pan después de cocido.

“Castiga el estómago de los esclavos con una dosis de comida miserable, al tiempo que él mismo pasa hambre y en ningún momento aguanta porque se consuman todos los pedazos enmohecidos de pan verdoso, habituado a guardar el picadillo de ayer a mediados de septiembre, así como a reservar para el momento de otra comida las habas del verano guardadas bajo sello con una ración de caballa o bien con la mitad de un siluro en estado putrefacto, así como cerrar bajo llave un puerro troceado cuyos hilos ha contado.” (Juvenal, Sátiras, XIV, 125)

Restos orgánicos de pan procedente de Herculano, fosilizados tras la erupción del Vesubio.© Museo dell´Ara Pacis, Roma


En su origen la vieja hogaza romana se hacía sin fermentar (panis azyimus) en forma plana y se comía acompañada de queso, aceitunas, huevos, setas, y otros vegetales.

Catón cita un pan sin levadura que es rápido de hacer.

“Haz de la siguiente manera el pan amasado (panis depsticium): lávate bien las manos y el mortero. Echa la harina en el mortero, añade agua poco a poco y amásala perfectamente. Cuando la hayas amasado bien, dale forma y cuécela bajo una teja.” (Catón, De agricultura, 83)

El pan para los ritos religiosos no debía estar fermentado; y el pan fermentado era, incluso, tabú para el sacerdote de Júpiter, el flamen dialis.

El panis mustaceus era el que se repartía entre los convidados de una boda.


Los campesinos usaron panes con harinas de legumbres u otros productos como habas, lentejas, bellotas, pasas, castañas, higos… El panis lomentus se hacía con harina de habas secas y trituradas.

Los romanos distinguían dos tipos de trigo, el triticum y el siligo, trigo de invierno. Este último era más fácil de moler y tamizar, por lo que se prefería para hacer el pan. Según el proceso de tamizado, la harina de mejor calidad se llamaba flos siliginus o flor de harina, la tamizada por un cedazo más ralo se llamaba siligo y si procedía del triticum su nombre era similago. La harina peor tamizada se denominaba secundarium o cibarium. El pan elaborado con flor de harina era muy apreciado y se llamaba panis siliginus.


“Parece que no se debe omitir un hecho que el pueblo romano conserva en su memoria y que la fe histórica ha difundido con frecuencia, a saber, que Aureliano, por aquella época en que se disponía a partir para Oriente, prometió repartir al pueblo coronas de dos libras, si volvía victorioso, pero que, al no poder o no querer dárselas de oro como el pueblo esperaba, las confeccionó con los panes que ahora llaman «siliginos» y las distribuyó como regalo a todos los ciudadanos, de tal manera que durante todo su reinado cada persona recibiera a diario un pan de esta clase y trasmitiera este derecho a sus descendientes.” (Historia Augusta, Aureliano, 35)

Fresco con diferentes panes de la casa de Julia Felix, Pompeya. Museo Arqueologico de Nápoles,
foto de Carlo Raso

En los banquetes romanos donde se establecían categorías entre los invitados a la hora de sentarse y ser servido el vino, también existía la discriminación a la hora de coger el pan que los esclavos iban ofreciendo durante la comida. El de la mejor harina estaba reservado para el anfitrión y sus convidados más ilustres, el pan más duro y casi ya mohoso sería para los más humildes. Los propios esclavos se encargarían de recordar a los comensales cuál debían servirse. 

“Todas las mansiones importantes están llenas de siervos arrogantes.
Fíjate en ese otro, cuánto relata para alargarte un pan
que apenas se puede partir, unos trozos ya enmohecidos de harina
apretada que dan trabajo a las muelas y no permiten ni un mordisco.
Pero el tierno y blanco como la nieve y elaborado con blanda harina
candeal se reserva para el amo. Acuérdate de contener tu mano;
hay que mantener el respeto a la artesa. Supón, sin embargo, que eres
algo osado; allí hay uno encargado de obligarte a dejarlo:
«¿Quieres tú, comensal descarado, atiborrarte del cesto
habitual y reconocer el color del pan que te corresponde?”
(Juvenal, Sátiras, V)


Mosaico de Cartago, Museo del Bardo, Túnez. Foto de DeAgostini/Gatty Images

Durante la República, comer pan blanco se consideraba un lujo. El pan de inferior calidad, fabricado con harina basta, sin refinar y adulterado con diversas sustancias se llamaba plebeius, el de calidad media se llamaba secundus y el mejor, de trigo candeal, candidus. Con Augusto llegó la popularidad del panis plebeius, que era moreno, o de productos menos refinados, y se reutilizaron recetas ya olvidadas; además, los panes más pesados se pusieron de moda otra vez.

“¿Qué os dio para cenar?, preguntó Trimalcio.
—Te lo diré si puedo, contestó el interrogado; porque tengo tan buena memoria, que frecuentemente olvido hasta mi nombre. Tuvimos primero un cerdo coronado de morcillas y rodeado de salchichas, y pepitoria muy bien hecha, cucurbitáceas, pan casero (autopyrum de harina integral, sin tamizar) (que prefiero al pan blanco (candidum), porque es más fortificante, laxante y me hace ir adonde sabes sin dolor alguno), después, una torta fría, rociada con deliciosa y caliente miel de España...”
(Petronio, Satiricón, 66)

Fresco con pan. Foto de GettyImages


Con la llegada de granos de Sicilia y Africa el pan se hizo más tierno y menos ácido, y las plantas de trigo más productivas y abundantes.

“El trigo de Chipre es moreno, y produce un pan oscuro; por lo que generalmente se mezcla con el blanco de Alejandría”. (Plinio, Historia Natural, XVIII, 12)

Según el modo de cocción se podían distinguir variedades de pan con distintas denominaciones.

“Otras variedades reciben sus nombres del peculiar modo de cocinado, tal como el pan furnaceus, el pan artopticus y el pan clibanicus.” (Plinio, Historia Natural, XVIII, 28)

Horno portátil romano. Museo Británico, Londres


El furnaceus se cocía en el horno, el artopticus se cocinaba en un horno de campana y el panis clibanicus se obtenía untando la masa en las paredes externas de un vaso de barro o metal previamente puesto al rojo.

El pan subcinericius o focacius era una torta con levadura o sin ella que se ponía sobre las brasas y cenizas de un hogar (que a su vez podía ser el rescoldo de una simple hoguera o una estructura construida con barro, guijarros, etc.), cubriéndose por las mismas a fin de efectuar la cocción.

“Se llevaba a la boca un pan poco elaborado, pues molía con sus propias manos el grano que necesitaba para el consumo, y comía después de trabajar él mismo la masa y de cocerlo sobre el carbón de leña.” (Caracalla, Herodiano 4.7.5)


La procedencia del pan también daba nombre a ciertas variedades. El panis alexandrinus era originario de Egipto, llevaba cominos y probablemente miel. El panis cappadocianus de estilo turco se hacía con una masa muy húmeda de harina y leche, a la que se añadía mucha sal. Se horneaba en un horno muy caliente por poco tiempo y quedaba con una suave costra. El panis picentinus era un pan de lujo hecho de alica, que se dejaba en remojo por nueve días y después se amasaba con zumo de uva pasa. Se le daba forma de rollo largo, se ponía en una olla de arcilla y se horneaba en el horno hasta que estallaba la olla. Como era un pan duro requería mojarse en leche o mulsum antes de comerlo.

“La Ceres picentina crece con el níveo néctar igual que una ligera esponja se hincha con el agua absorbida.”
(Marcial, Epigramas, XIII, 47)


La forma que adquiría el pan durante su elaboración también le daba nombre. El panis quadratus, que no era cuadrado, sino circular, y que casi no llevaba levadura era el más conocido. Se dividía en cuatro porciones, cada una de las cuales se llamaba quadra y era consumido por las clases altas romanas. El panis boletus, era un pan elevado en forma de champiñón, que se cubría con semillas de amapola y se ponía en un molde de cristal. Las semillas aseguraban que el pan no se pegase. 

Pan quemado de la casa de Modestus, Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles,
foto de DeAgostini Getty Images


Entre los panes destinados a conservarse durante un tiempo más prolongado estaban: el panis nauticus, utilizado por la flota romana, desde 214 a.C., y que Plinio describe como procedente de Partia y que debe su nombre a la forma de amasarlo, sacando la masa con agua añadida, lo que lo hacía ligero y lleno de agujeros, como una esponja. El panis militaris se hacía siempre con trigo por su mayor duración y podía ser panis militaris castrensis de harina más basta destinado a los campamentos o panis militaris mundus con harina de mejor calidad y destinado probablemente a los oficiales.

“Él (Aureliano)es el libertador del Ilírico, el restaurador de las Galias, el general ejemplar para todos. Y, no obstante, nada puedo añadir a un varón tan eximio para agradecerle sus funciones —no lo permite un Estado que debe ser gobernado con rectitud y sobriedad— por lo cual, mi queridísimo pariente, tu integridad debe entregar a este hombre, durante el tiempo que esté en Roma, dieciséis panes militares de los mejores (panes militares mundo), cuarenta panes militares de campaña (panes militares castrenses), cuarenta sextarios de vino de mesa, la mitad de un cerdo pequeño, dos pollos, treinta libras de carne de puerca, cuarenta libras de carne de buey, un sextario de aceite, un sextario de jugo de buey, un sextario de sal y las hierbas y legumbres que precise.” (Historia Augusta, El divino Aureliano, 9)

Medio pan quemado, foto © Sven Hoppe / dpa / CORBIS

Según su uso o confección existía panes como el panis ostrearius para acompañar las ostras en un banquete, el panis artolaganus, un pan con tales ingredientes (miel, vino, leche, aceite, frutas escarchadas y pimienta) que lo convertían más bien en un bollo o pastel, el panis strepticius, especie de crêpe que se mezclaba con leche, pimienta y un poco de aceite.

El 
panis adipatus contenía gran cantidad de bacon con su grasa y parece haber sido popular a la hora del desayuno como se indica en el epigrama de Marcial.

¡Levantaos! Ya está vendiendo a los niños sus desayunos el panadero y las crestadas aves del alba resuenan por todas partes. (Adipata, Epigramas, XIV, 223)

Panis furfureus era elaborado con salvado y se daba a los perros, pero también a los esclavos y lo comían los más pobres.

Los encargados de moler el grano fueron denominados pistores, posteriormente aplicado no solo a molineros, sino también a los panaderos. El pastelero o panadero especializado en bollos y tortas dulces era denominado 
pistor dulciarius.

“Pero obro a lo loco si te comparo, cocinero, conmigo,
pues puedo cualquier cosa que el divino poder pueda.
Júpiter, sí, truena: lo mismo trueno yo cuando de panadero muelo. 40
Marte con sangre somete en la guerra a muchas naciones:
siendo panadero sacrifico sin sangre rubias mieses.
Cibeles tiene sus panderos: mis panderos son las cribas.
El sostenedor de tirsos tiene sus sátiros: yo saturo a muchos;
delante de él van Panes: yo por mi parte hago panes. 45
¿Y qué? ¿No preparan cosas dulces nuestras manos?
Nosotros con esmero le hacemos a la gente bizcochos,
nosotros ofrecemos bocadillos, os ofrecemos gustosas tartas,
ofrecemos galletas a Jano; a la novia le mando mostachones.”
(Antología Latina, 199)



Los aristócratas romanos consideraban el pan como cibus vulgaris (alimento vulgar) y la profesión de panadero como indigna y de clase social baja, pero sí tenían en cuenta que podía sacarse beneficio económico siendo propietario de una panificadora y reconocían que los panaderos eran necesarios para mantener a la plebe alimentada y, por tanto, contenta.


La creciente necesidad de Roma de alimentar a la población impulso su dependencia en el trigo y el pan haciendo tomar medidas a los gobernantes para tener bien abastecidos a los habitantes de las provincias romanas.

En el año 6 d.C., el emperador Augusto nombró a dos ex-cónsules durante un periodo de escasez de alimentos para que vigilaran el suministro de grano y pan y que solo una cantidad fija fuera vendida a cada persona, aunque esta medida era solo temporal y no estaba asociada a los repartos de trigo mensuales.

“Unos varones de rango consular fueron encargados de la supervisión del suministro de trigo y de pan, de tal manera que cada ciudadano comprara la cantidad establecida. Augusto, por su parte, entregó a los beneficiados del reparto gratuito de trigo la misma cantidad que solían recibir. Y cuando ni siquiera esto fue suficiente, no permitió que se celebraran banquetes públicos por su natalicio." (Dión Casio, Historia romana, LV, 26, 2)

Ilustración de Jean-Claude Golvin

La dependencia de Roma del pan permitió a los panaderos prosperar en tiempos de bonanza económica, aunque debía asumir la carga de la responsabilidad social que conllevaba proveer a tanta gente con su producto. Si el suministro de pan se agotaba se culpaba a los panaderos, y si el precio del pan se disparaba también se les hacía responsables.

El emperador Trajano fue un prolífico patrón de los panaderos, pues, además de confirmar los privilegios del collegium pistorum, que es posible que se fundara con anterioridad, en Roma, incentivó a los latinos junianos a convertirse en panaderos concediéndoles la ciudadanía a cambio de tres años de servicio, siempre que moliesen al menos 100 medidas de trigo al día.


"Además, en Roma mejoró y adornó más que espléndidamente el foro y otras muchas construcciones comenzadas por Domiciano y se encargó de manera admirable del abastecimiento regular de grano, restableciendo y reforzando el colegio de los panaderos." (Aurelio Víctor, Vida de los Césares, XIII, 5)

Desde el principio el collegium pistorum de Roma poseía el derecho al corpus habere, que implicaba la capacidad legal de tener propiedades comunales, de ser representado por un agente (actor o syndicus) y demandar o ser demandado como una entidad colectiva en vez de como individuos particulares.

Los miembros del gremio tenían ciertas restricciones legales con respecto a la pertenencia a la profesión, como, por ejemplo, que los hijos heredaran el oficio del padre o que las instalaciones panificadoras permaneciesen entre los asociados. Además, el que se casaba con una mujer de una familia panadera quedaba ligado al gremio para siempre.



"El emperador Constancio, Augusto, a Orfitus, prefecto de la ciudad.

En caso de que un hombre desee contraer matrimonio con la hija de un panadero, estará obligado al gremio de panaderos; y dado que está unido a la familia de uno, se verá sujeto a sus responsabilidades."
(Código Teodosiano, XIV.3.2, 355 d.C.)

Entre los privilegios de los que gozaban los panaderos se incluía la exención de realizar ciertos trabajos o ejercer cargos oficiales.

“Porque este gremio debe ser apoyado, prohíbo que aquellas personas designadas como patronos de los panaderos sean llamadas a cumplir con las tareas de cualquier otro servicio obligatorio. Por consiguiente, no serán vinculados al gremio de barqueros, de forma que puedan ser liberados de otros servicios públicos obligatorios y que con los esfuerzos de mentes despreocupadas puedan realizar solo este servicio.” (Código Teodosiano, XIV.3.2., 355 d.C.)

También existían algunas asociaciones (collegium o corpus) de panaderos con cierta especialización como el corpus pistorum magnariorum et castrensariorum en Roma, que vendía pan al por mayor y al ejército en el siglo IV a.C. Se conoce por la dedicatoria de una estatua, hoy perdida, al prefecto de la ciudad, Memmius Vitrasius Orfitus (entre 357 y 360 d.C. CIL 6.1739)

Pistrinum con molinos de Pompeya, foto de Samuel López

La documentación epigráfica y las fuentes literarias e iconográficas evidencian que un gran número de propietarios de negocios de panadería no solo se dedicarían al proceso de panificación y venta de pan, sino que buscarían un mayor beneficio extendiendo su empresa al suministro al estado para sus repartos benéficos y al ejército para sus campañas, además de dedicarse a la importación de grano y transporte de producto entre ciudades o provincias. 

En la tumba del panadero Eurysaces, este se llama a sí mismo redemptor (contratista) lo que podría ser que su negocio implicara comprar o vender grano y transportarlo, además de elaborar el pan para su venta.

M. Caerellius Iazemis, un ciudadano de Ostia es mencionado como presidente del colegio de panaderos, además de comerciante de grano, lo que posiblemente significase que era responsable del envío de grano de Ostia a Roma, una tarea seguramente muy lucrativa. (CIL 14.4234)

Nave de transporte de grano llamada Isis Geminiana,
hallada en el columbario 31 de la necrópolis ostiense. Museos Vaticanos

Existen pruebas de que las autoridades intervenían en la fijación del precio del pan. En el año 116 d.C, los panaderos de Oxirrinco en Egipto acordaron por escrito con las autoridades municipales aceptar la venta de pan al precio y peso exigidos. Posiblemente tuvieran que pagar un impuesto por el beneficio de la venta, aunque no está claro. Sí es evidente que había un control administrativo sobre la calidad y peso del pan que debía elaborarse.

“Expondremos a la venta con los vendedores habituales, aquí o donde nos ordenen, y restauraremos el precio y proporcionaremos panes que se horneen y preparen de forma aceptable, …, cada uno que pese dos libras, siendo 30 panes por cada artaba, y recibiremos por vender y hacer la harina y por todos los gastos 10 óbolos por cada artaba… El año 20 del emperador Trajano.” (Papiro Oxirrinco, XII. 1454)

Relieve de Ostia


En tiempos de escasez de trigo había poco incentivo comercial para los panaderos para continuar produciendo grandes cantidades de pan a un precio asumible por el cliente ordinario, a pesar de la ayuda económica ocasional ofrecida por ricos patrones. La regularidad del suministro se basaba en la esperanza de reciprocidad entre los panaderos y las élites. En tiempos de abundancia se permitía que los panaderos disfrutaran de un importante beneficio, pero en tiempos de crisis debían contentarse con un beneficio más modesto, o en caso de necesidad soportar unas pérdidas que podrían compensarse de alguna otra manera.

Por esta causa, el collegium pistorum pasaba de ser una asociación dedicada a fomentar la confraternización de sus miembros a ser un vehículo de mediación entre sus asociados y las autoridades locales que exigían a los panaderos mantener sus establecimientos bien abastecidos y cumplir las ordenanzas sobre calidad y precio del producto a la venta, además de evitar que la falta de cumplimiento llevase a revueltas populares de la plebe indignada o protestas de los trabajadores del gremio por sus pocas ganancias, como ocurrió en algunos casos documentados.

Detalle de mosaico. Museo del Louvre, París. Foto de Lens

En el siglo II d.C. el procónsul de Asia emitió un edicto a los ciudadanos de Éfeso tras una revuelta de panaderos en la ciudad.

“A veces sucede que la gente se lanza al desorden y tumulto por la reunión y la insolencia de los panaderos en la plaza del mercado, revueltas por las deberían haber sido ya arrestados y llevados a juicio. Sin embargo, dado que es necesario priorizar el bienestar de la ciudad mucho mas que el castigo de estos hombres, He decretado en un edicto que deben actuar razonablemente. Por tanto, ordeno a los panaderos no celebrar ningún encuentro como grupo o ser líderes temerariamente, sino obedecer estrictamente las normas para el bienestar público y proveer a la ciudad de el suministro necesario de pan sin falta. Si a partir de este momento cualquiera de ellos es detenido en el acto de asistir a un encuentro contrario a las órdenes, o de iniciar cualquier tumulto y revuelta, será arrestado y será sancionado convenientemente.

No se sabe si los panaderos habían tenido pérdidas económicas y por eso habían iniciado una protesta contraviniendo las normas impuestas por las autoridades civiles, pero la intervención del representante del gobierno indica que el conflicto era los suficientemente grave. Los panaderos habían puesto a la población en riesgo de pasar hambre y roto el equilibrio social.

En el siglo III d.C. en tiempos de Caracalla los servicios del corpus pistorum se hicieron obligatorios para asegurar el abastecimiento de la ciudad y posiblemente en tiempos de Alejandro Severo se pasó a distribuir pan en vez de grano. Hacia el siglo IV se calcula que alrededor de unas 200.000 tenían derecho a recibir el pan del estado.

Detalle de relieve romano. Getty Images


En el siglo IV d.C. el código Teodosiano recoge la legislación correspondiente al corpus pistorum en Roma con reformas que prohibían a los panaderos vender su pan directamente de sus panaderías (pistrina), como se había estado haciendo, requiriéndoles que lo distribuyeran en los repartos organizados por el estado. Las posesiones de los pistores, por tanto, se vinculaban oficialmente al corpus, y el pan que se producía para el reparto público (llamado panis gradilis) quedaba fijado a un peso de 36 libras, asegurando raciones iguales para todos los ciudadanos romanos. El nombre gradilis provenía de que el reparto gratuito se hacía en las escalinatas (gradus) de edificios oficiales, teniendo adjudicados los receptores (los trabajadores del palacio, los militares y los pobres) distintos lugares, entre los cuales no podía haber ningún intercambio de pan.
"Valentiniano y Valente, Augustos, a Maximus, Prefecto de la Annona

Todas las personas recibirán el pan gradilis en las escalinatas; nadie tendrá concedido el favor, y nadie causará el atropello, de recibir su suministro del establecimiento panificador. Por consiguiente, la oficina de Su Sinceridad controlará con celo que los panaderos distribuyan desde las escalinatas todas las provisiones que diariamente proporcionan como raciones alimenticias a la gente, y no entregarán tales suministros mediante los operarios de las panaderías."
 (368 d.C., Código Teodosiano, XIV, 17, 3)

Relieve con venta de ¿pan?,
Museo de la Civilización Romana, Roma

"Valentiniano, Valente y Graciano, Augustos, a la población.

Los ciudadanos romanos con anterioridad compraban 50 onzas en 20 panes bastos, que se llaman Ardiniensis, pero ahora obtendrán 36 onzas en 6 panes de buena calidad sin pagar, de tal forma que no habrá ningún derecho en esta distribución por parte de ningún funcionario, esclavo, o cualquier persona que obtenga la ración de pan por residencia en una casa. Si cualquiera de estos se introdujera por cualquier motivo en esta distribución, se le privará del derecho que haya así adquirido y perderá por tanto su propio derecho a pan, y será castigado de acuerdo a su status legal y la persona que denuncie la comisión de tal fraude tendrá el pan del comprador y del vendedor. Porque Nuestra Clemencia ha asignado este pan a la plebe y sus sucesores, si no tienen medios de subsistencia de otra forma, e incluso si el mencionado pan se está vendiendo a ellos hoy, debe repartirse desde las escalinatas correspondientes en el lugar donde se está comprando ahora.
" (369 d.C., Código Teodosiano, XIV, 17, 5)

El panis fiscalis u Ostiensis era el pan que se vendía en las tiendas por muy bajo precio y recibía su nombre porque se hacía con el grano que llegaba al puerto de Ostia.

Los emperadores Arcadio y Honorio, Augustos, a Theodorus, Prefecto del pretorio.

“Es nuestro deseo de que el pan Ostiense y del fisco sea vendido por un nummus. Además, sancionamos que nadie por la autoridad de un rescripto imperial se atreva a incrementar el precio…”
(Código Teodosiano, XIV.19.1, 398 d.C.)



Libanius detalla en el siglo IV d.C (382 d.C.) una revuelta de la población por la subida del pan en la que Filagrio, el representante del gobierno, molesto por los rumores que se extienden de que ha sido comprado por los panaderos, se vuelve contra éstos, intentando arrancarles una confesión de culpabilidad y para que acusen al poderoso que les habría obligado a subir el precio del pan. La intervención de Libanio serena los ánimos de todas las partes, pero el suceso refleja el difícil equilibrio que existía entre la población consumidora del pan, las autoridades civiles y los panaderos encargados de la elaboración y venta del pan, cuando la escasez o los intereses propios provocaban subidas de precio.

"La tierra había sufrido un mal invierno y la estación siguiente no fue en absoluto mejor. De los frutos, unos ni siquiera nacieron, y la otra parte fue muy reducida y de mala calidad. El pueblo estaba revuelto contra el Consejo sin razón alguna, ya que el Consejo no tiene ninguna competencia sobre las lluvias. Las autoridades solicitaban trigo de todas las instancias y el precio del pan se ponía por las nubes.
Filagrio, hombre de excelente reputación, ocupaba el más alto cargo, sin poder reducir la gravedad de la situación, dándose por satisfecho con que ésta no empeorara. Suplicó a la corporación de los panaderos que fueran más comedidos, ya que consideraba su deber no aplicar la fuerza por miedo a precipitar su huida, con lo que la ciudad se habría hundido de inmediato como una nave abandonada por su tripulación.
Entonces aquellos que revientan de envidia con la reputación de los gobernadores, al ver que este hombre era considerado como un semidiós, comenzaron los impíos a acusarle, diciendo que su prudencia en este asunto no era prudencia, sino que se había dejado corromper para acallar su indignación. Yo me reía de esos propósitos y le aconsejaba hacer lo mismo. Él, al comienzo me hizo caso, pero, al ver que la calumnia se extendía, algo le pasó que le hizo recurrir a las flagelaciones y en un lugar donde mucha gente pudiera verlas.

Detalle de mosaico, Aquilea, Italia

Desde el asiento de su carro los iba interrogando, preguntándoles, a medida que los golpes caían sobre ellos, a quién y cuánto dinero entregaban para verse obligados a subir el precio del pan en la medida en que lo habían hecho.
Como ellos no tenían nada que decir, se disponía a proceder con la séptima víctima cuando me acerqué al lugar, sin conocer nada del asunto, siguiendo mi camino habitual. Y, al percibir el ruido de los golpes tan gratos a la plebe que contemplaba el castigo con la boca abierta a la vista de las espaldas cubiertas de sangre, me acerqué y vi un espectáculo cruel e insoportable a mis ojos, pero que no me hizo dudar; muy al contrario, con mis propias manos me abrí camino entre la multitud y, con el reproche de mi silencio, me llegué hasta la misma rueda de la tortura. Y allí hablé largo y sin interrupción tocando sólo los dos momentos del asunto: primero, que los que estaban siendo azotados no habían cometido ninguna falta y, después, que, si no cesaba la violencia, vendría un día tal que no se desearía ver.
Esos argumentos míos eran justos y beneficiosos para el gobernador y para la ciudad, pero podían costar la vida, tal como creyó la totalidad de los asistentes, a quien los había sostenido, ya que se oponían a la voluntad de la plebe. Y así era, en efecto, pues muchos se proveyeron de piedras, por si alguien se atrevía a defender a los acusados. Y que las piedras no volaran con mis primeras palabras fue un milagro.
Pero a este milagro siguió otro, el modo en que los que se habían serenado no habían coincidido en la comprensión de mis argumentos. Y ello no fue obra de hombre alguno, sino de alguna divinidad y de la Fortuna, gracias a las cuales se calma incluso el furor de los mares. Por ese asunto me vi proclamado como benefactor de los panaderos que habían escapado de la tortura, del gobernador, de los habitantes de la ciudad y de la ciudad misma, al haber evitado, los unos, la hambruna, la ciudad su incendio, y el gobernador el verse arrastrado por los pies
. (Libanio, Discursos, I, 205)

¿Reparto de pan?, Casa de Julia Felix, Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles,
 foto de Marie Lan Nguyen

La fiesta de Fornacalia se celebraba, posiblemente desde los tiempos de Numa Pompilio, en honor de Fornax, la diosa de los hornos, para que el grano se horneara correctamente. Era un festival movible cuya celebración era señalada cada año por el decurión máximo. 

“Hicieron diosa al Horno; los colonos contentos con el Horno le suplicaban que no se propasase con los cereales. Ahora el decurión máximo señala los Fornacalia con las palabras rituales sin convertirlas en ceremonia fija, y en el foro, mediante numerosos letreros que cuelgan a su alrededor, se señala cada curia con una marca determinada. Y los tontos del pueblo no saben cuál es su curia, por lo que celebran la ceremonia postergándola al último día.” (Ovidio, Fastos, II, 525)


Mes de enero. Horno de pan. Calendario de Saint Romain-en-Gal. 
Foto (C) RMN-Grand Palais (musée d'Archéologie nationale) / Michel Urtado


Bibliografía


https://www.academia.edu/13319823/Bakers_and_the_Baking_Trade_in_the_Roman_Empire_Social_and_Political_Responses_from_the_Principate_to_Late_Antiquity; BAKERS AND THE BAKING TRADE IN THE ROMAN EMPIRE; Harry Morgan
https://www.academia.edu/8768961/La_panificación en_la_Hispania_romana_Artífices_idóneos_artesanos_talleres_y_manufacturas_en_Hispania_Anejos_AEspA_2014; LA PANIFICACIÓN EN LA HISPANIA ROMANA; Macarena BUSTAMANTE ÁLVAREZ; Javier SALIDO DOMÍNGUEZ; Eulalia GIJÓN GABRIEL
http://www.pompeiin.com/en/Archive_1_files/PANIS%20ROMANVM.pdf; PANIS ROMANVM Roman Bread: The History And Evolution Of Bread In Rome; Lady Gwenhwyvar merch Rhufain dun Breatann
https://www.codem.es › CODEM › Informaciones › Publico › RA_1941-10; Actas Ciba 10 El pan; W. Naumann
https://www.ostia-antica.org/dict/topics/bakeries/bakart.htm; The mills-bakeries of Ostia and the distributions of free grain; Jan Theo Bakker
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=46027; CONTRIBUCION AL ESTUDIO DE «LOS SELLOS DE PANADERO» DEL SURESTE; PEDRO ANTONIO LILLO CARPIO
https://revistas.ucm.es/index.php/GERI/article/view/GERI9191220329A; Isidorus Hispalensis, Etymologiarum siue originum, XX, II, 7,- 15-19. Intento de comentario; ENRIQUE A. LLOBREGAT
https://archive.org/details/TheBakerHisTombHisWifeAndHerBreadbasketTheMonumentOfEurysacesInRomeLaurenHackworthPetersen2003; The Baker, His Tomb, His Wife, and Her Breadbasket: The Monument of Eurysaces in Rome; Lauren Hackworth Petersen
Trade and Taboo: Disreputable Professions in the Roman Mediterranean; Sarah Bond; Google Books

Ludi circensis (I), el circo romano en la antigua Roma

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Pompa circensis, opus sectile, Museo Nacional Romano, Roma

“Es imagen del mundo el circo, al que la antigüedad sabia 
dio la forma y proporciones de los caminos del cielo.
Pues las doce puertas muestran los meses del año
y los signos que en su carrera cruza el astro de oro.
Los cornípedos representan las estaciones y los colores
los elementos; el auriga, como Febo, arrea cuatro caballos.
Con goznes propios encierran los cercos a las cuadrigas,
que Jano, alzando el estandarte, ordena salir.
Pero cuando se abren y caen las barreras, y un solo
carro se ve cómo avanza por delante de todos,
se estiran y rodean los postes de giro en cada vuelta,
pues los dos polos expresan el orto y el ocaso.
Y entre ellas corre un canal a manera del mar inmenso
y en el medio un obelisco muy alto ocupa el centro.
También con siete giros cierran las competiciones de la palma,
tantos como zonas ciñen de suerte parecida el cielo.
Se asigna a la Luna la biga siempre y al Sol la cuadriga,
y los caballos sueltos se consagran debidamente a Cástor y Pólux.
Nuestros espectáculos están hechos de cosas divinas
y llegan a ser ellos muy populares honrando a los dioses.”
(Antología Latina, El circo, 197)

Helios en su carro. Cerámica griega

En sus inicios los ludi tenían un significado funerario-religioso, ya que se celebraban para conmemorar las festividades de los dioses, ligadas a las fiestas del primitivo calendario, relacionado con los ciclos de la ganadería, la agricultura y la actividad de la guerra. En los primeros siglos de la formación de Roma como Estado los juegos desempeñan la función de agradecimiento a los dioses por superar un peligro o la petición de paz y prosperidad para la comunidad.

"Al final de todo iban, llevadas sobre las espaldas de los hombres, las imágenes de los dioses, que presentaban figuras iguales a las realizadas entre los griegos, y con los mismos ropajes, símbolos y obsequios de los que cada uno, según la tradición, es artífice y dispensador para los hombres. Estas imágenes no sólo eran de Júpiter, Juno, Minerva, Neptuno y de los otros que los griegos cuentan entre los doce dioses, sino también de los más antiguos, de los que la tradición cuenta que nacieron los doce dioses, a saber, Saturno, Rea, Temis, Latona, las Parcas, Mnemósine y todos los demás de quienes hay templos y recintos sagrados entre los griegos; y también de los que la leyenda dice que nacieron más tarde, después de que Júpiter tomara el poder, es decir, Proserpina, Lucina, las Ninfas, las Musas, las Horas, las Gracias, Líber y de aquellos semidioses cuyas almas, después de dejar sus cuerpos mortales, se dice que ascienden al cielo y obtienen los mismos honores que los dioses, como Hércules, Esculapio, los Dioscuros, Helena, Pan y muchísimos otros. Terminada la procesión, los cónsules y los sacerdotes a quienes correspondía hacían inmediatamente un sacrificio de bueyes, y la manera de hacer los sacrificios era la misma que entre nosotros. En efecto, ellos, después de lavarse las manos, purificar las víctimas con agua pura y esparcir sobre sus cabezas los frutos de Ceres, pronunciaban unas oraciones y, entonces, ordenaban a sus ayudantes que las sacrificaran." (Dionisio de Halicarnaso, VII, 72, 13-15)

Diosa llevada en ferculum

La tradición romana atribuye el establecimiento de los primeros ludi anuales al tiempo de Tarquinio el Viejo (600 a.C.) - los Ludi Romani o Magni– que fueron celebrados en forma de juegos circenses, los cuales fueron los primeros ludi oficiales celebrados en Roma, de tal forma que en los Consualia (fiestas del 21 de agosto fundadas según la tradición por Rómulo para el rapto de las Sabinas) se organizaban competiciones ecuestres en honor de Neptuno.

"La primera guerra la hizo contra los latinos, y en ella tomó por asalto la ciudad de Apiolas; de allí trajo un botín de mayor consideración que el eco que había tenido la guerra, y dio unos juegos más ricos y más completos que los de los reyes precedentes. Entonces, por vez primera, se escogió un emplazamiento para el circo que actualmente lleva el nombre de Máximo. Se repartieron entre senadores y caballeros espacios para que se construyesen tribunas particulares, que recibieron el nombre de foros; presenciaron el espectáculo desde palcos, que levantaban doce pies del suelo, sostenidos sobre horquillas. Consistieron los juegos en carreras de caballos y combates de púgiles, traídos sobre todo de Etruria. Estos juegos solemnes se celebraron en adelante todos los años, llamándoseles, unas veces, Juegos Romanos y, otras, Grandes Juegos." (Tito Livio, Ab Urbe condita, Tarquinio Prisco, I, 35)

Circo de Afrodisias, Turquía, foto de Dilek Gunes

Por ser el circo el primer escenario de los juegos romanos, en un principio, se celebraban en él tanto carreras de carros como peleas de boxeo, combates de gladiadores, venationes y torneos atléticos, pero conforme fue pasando el tiempo y se construyeron nuevos edificios dedicados al ocio (teatros y anfiteatros) dichos eventos sólo ocasionalmente se continuaron desarrollando en el circo que se acabó convirtiendo en el espacio público por excelencia para la celebración de carreras de carros.

“Tarquinio construyó también el mayor de los hipódromos, situado entre el Aventino y el Palatino, y fue el primero que hizo a su alrededor asientos bajo techado sobre gradas (hasta entonces los espectadores estaban de pie) con los estrados de madera sostenidos sobre vigas. Dividió los lugares en treinta curias y dio una parte a cada una de modo que cada espectador estuviese sentado en su lugar correspondiente. Con el tiempo también esta obra iba a convertirse en una de las más hermosas y admirables construcciones de la ciudad. La longitud del circo es de tres estadios y medio, su anchura de cuatro pletros.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia Antigua de Roma, III, 68)

Circo Máximo, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Desde finales de la República, el elemento religioso quedó en un segundo plano y estos juegos fueron utilizados como instrumento político por parte de los gobernantes para ganarse el favor del pueblo, con el objetivo de controlar a la plebe y ofrecerles una vía de escape a las preocupaciones mundanas y poder así legitimar el nuevo régimen. Con el tiempo, estos espectáculos se convirtieron en una costumbre social y prácticamente en un derecho que arraigó entre todos los habitantes del Imperio, que sirvió como vehículo del culto imperial y propaganda política, de tal forma que eran organizados por el propio Estado y por las élites locales.

"Según la tradición, aunque no menos verosímil, se produjo también una segunda explosión de alegría de la multitud en el circo. El día quince antes de las calendas de octubre, durante el segundo día de los Juegos Romanos, mientras el cónsul Cayo Licinio subía para dar la salida de las cuadrigas, un mensajero que decía venir de Macedonia le entregó una carta envuelta en laurel. Una vez las cuadrigas hubieron iniciado la carrera, el cónsul montó en su propio carro y, mientras cruzaba el circo hacia el palco oficial, iba mostrando al pueblo las tablillas laureadas. Al verlos, el pueblo se olvidó de las carreras y se precipitó hacia el cónsul en medio del circo. El cónsul convocó al Senado allí mismo y, tras obtener su sanción, leyó la carta a los espectadores que estaban en sus asientos. Anunció que su colega Lucio Emilio había librado una batalla decisiva contra Perseo, que el ejército de Macedonia había sido derrotado y puesto en fuga, que el rey con algunos de sus seguidores había huido y que todas las ciudades de Macedonia habían pasado a estar bajo el poder de Roma. Al oír esto, estallaron en vítores y aplausos frenéticos, la mayoría de los hombres abandonaron los Juegos y marcharon a sus casas para llevar la feliz noticia a sus esposas e hijos. Esto sucedió trece días después de haberse librado la batalla en Macedonia." (Tito Livio, Ab urbe condita,  XLV, 1”

Durante el imperio las ocasiones en que se celebraban juegos circenses correspondían a diversos motivos, no tanto religiosos, como de exaltación de personas ilustres por deseo de los emperadores principalmente o para dar gracias por los triunfos en batallas.

“Otorgó espectáculos ecuestres en el aniversario del nacimiento tanto de su padre, Druso, como de su madre, Antonia. Lo hizo trasladando a otros días las festividades que caían en aquellas mismas fechas, para que no tuvieran que celebrarse a la vez. No sólo honró a su abuela Livia con carreras de caballos, sino que también la proclamó inmortal.” (Dión Casio, Historia Romana, LX, 5, 2)

Relieve con el circo Máximo, Palazzo Trinci, Foligno, Italia, foto de Carole Raddato

Ya en el Bajo Imperio la muerte de un enemigo dio lugar a la realización de unos juegos.

“Y en el mismo año (415 d.C.) el 24 de septiembre, un viernes, se anunció que el bárbaro Ataulfo había sido asesinado en las regiones del norte por Honorio. Se encendieron lámparas y al día siguiente se celebró una carrera de carros, y también una entrada procesional.” (Chronicon Pascale) 



Los recintos destinados a los ludi no pasaron a ser permanentes hasta las últimas décadas de época republicana y especialmente en la época imperial, cuando los sucesivos emperadores utilizaron los ludi circensis como propaganda política y como instrumento esencial para mantener la paz social, teniendo a la plebe entretenida y contenta.

“A los juegos del circo, que se celebraban en orden a granjear el favor del vulgo, fueron llevados Británico, vestido con la vestidura pueril llamada pretexta, y Nerón en hábito triunfal, para que viendo el pueblo al uno con traje de emperador y al otro de muchacho, supiese lo que había de creer de la fortuna de entrambos.” (Tácito, Anales, XII, 41)

Hasta el año 221 a.C., no se celebraron juegos en el Circo Máximo, que fue una de las construcciones más famosas de Roma y estaba situado en una llanura existente entre el Palatino y el Aventino, conocido como el valle Murcia, repleto de significado religioso arcaico relacionado con el ciclo agrícola, y los dioses que lo tutelan. 

Ilustración del circo Máximo, Atlas Van Loon

La pista primitiva la constituyó el fondo del valle. Los espectadores se acomodaban en las faldas de las dos colinas, que servían de cavea. En los extremos de la pista había dos postes de madera utilizados como meta, alrededor de las cuales giraban los carros.

“El propio circo, que es inmenso como el círculo del año completo, se cierra en un óvalo de largas curvas que abarca dos metas situadas a la misma distancia y la zona de la arena en el centro por la que se abre camino la pista.” (Coripo, Panegírico de Justino II, I, 330)

En el 329 a.C., se construyeron ante el poste más occidental algunas caballerizas o carceres, que durante mucho tiempo fueron simples estructuras móviles y desmontables. Por las mismas fechas las dos metae fueron unidas por un parapeto, hecho de arena, al que se dio el nombre de spina. En el 174 a.C., se colocaron sobre la spina unos soportes coronados por siete enormes huevos de madera, con objeto de señalar las vueltas de los participantes en las carreras de carros.

“Estos censores fueron los primeros en adjudicar el empedrado de las calles de la Ciudad, así como la colocación de una capa de grava y la construcción de arcenes en los caminos del exterior de la Ciudad; también construyeron puentes en diversos lugares. Proporcionaron a los pretores y ediles un escenario, colocaron barreras de separación en el circo y situaron bolas ovaladas para marcar el número de vueltas, metas para marcar los giros en la pista y puertas de hierro para las jaulas por las que se llevaban los animales hasta la arena.” (174 a.C. Tito Livio, Ab urbe condita, XLI, 27)

Así, las pendientes que rodeaban el circo acogieron un conjunto extraordinario de templos que miraban hacia su arena estableciendo con él y sus espectáculos una relación simbólica.

Carrera de carros, pintura de Jean-Léon Gérôme, Art Institute de Chicago

Muchos de ellos, sin duda preexistentes, motivaron la elección del emplazamiento del circo. Otros, se añadieron e imbricaron con los espectáculos del circo al ritmo de la evolución interna de la religión romana.

“Uno de los censores, Marco Emilio, solicitó al Senado que se decretase una cantidad de dinero para la celebración de los Juegos con motivo de la dedicación de los templos de la Reina Juno y Diana, que había prometido con voto ocho años antes, durante la Guerra Ligur. Se le concedió la suma de veinte mil ases. Dedicó los dos templos, situados ambos en el Circo Flaminio, y ofreció unos juegos escénicos durante tres días tras la dedicación del templo de Juno y durante dos tras la del templo de Diana.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XL, 52)

Cesar, en el 46 a.C., construyó en el mismo lugar un foso lleno de agua, el euripo, así como carceres de toba, mandando tallar en las laderas de las colinas unas gradas que  acogían a 150.000 personas.

“En los juegos circenses, para los que previamente se había agrandado el área del circo por ambas partes y añadido un foso a su alrededor, condujeron cuadrigas, bigas y caballos sobre los que realizaban ejercicios de salto jóvenes de las más nobles familias”. (Suetonio, César, 39)

En el 33 a.C., Agripa añadió a los marcadores ovales siete delfines de bronce que giraban al tiempo que los aurigas corrían.

“Y viendo (Agripa) que en el circo había quien se equivocaba en el número de vueltas completadas, instaló los delfines y objetos en forma de huevo, para mostrar con claridad las veces que el recorrido se había realizado.” (Dión Casio, Historia Romana, XLIX, 43)

Mosaico circo de Lyon, foto de Ken y Nietta

Augusto adornó la spina del Circo Máximo con un gran obelisco procedente de un templo del rey Seti I consagrado al Sol, y construyó, además, en la parte superior del ala del Palatino de la cavea un palco o pulvinar sobre el anterior ya existente ordenado por Julio Cesar, para que él mismo y su familia pudiesen seguir el espectáculo, si bien en un principio lo habían hecho sentados entre los senadores, y que, además, servía para que todos pudieran contemplar la majestad imperial.

“No nos parece bien que asista a los juegos del circo desde nuestro palco, pues si se le pone en primera fila, será blanco de todas las miradas.” (Carta de Augusto a Livia, Suetonio, Claudio, 4)


Placa campana, Museo del Louvre, París, foto de Ilya Shurygin

Claudio mandó instalar los primeros asientos de piedra para uso de los senadores y sustituir las metas de madera por postes de bronce dorado y los carceres de toba por otros de mármol.

“Dio con frecuencia juegos de Circo sobre el Vaticano, y algunas veces, después de cinco carreras de carros, se celebraban cacerías de fieras. Adornó el Circo Máximo con barreras de mármol y metas doradas, en substitución de las antiguas, que eran de madera o piedra tosca." (Suetonio, Claudio, XXI)

Tras el incendio del 64 d.C., Nerón reconstruyó el circo, colocando nuevos asientos de piedra destinados a los caballeros y rellenando el euripo. También amplió la cavea con nuevos graderíos y decoró la spina con estanques y surtidores que manaban por boca de delfines.

“Aconteció después en la ciudad un estrago, no se sabe hasta ahora si por desgracia o por maldad del príncipe, porque los autores lo cuentan de ambas maneras, el más grave y el más atroz de cuantos han sucedido en Roma por violencia de fuego. Salió de aquella parte del Circo que está pegada a los montes Palatino y Celio, donde comenzó a prender en las tiendas en que se venden aquellas cosas capaces de alimentarle. Hízose con esto tan fuerte y poderoso, que con mayor presteza que el viento que le ayudaba, arrebató todo lo largo del Circo, porque no había allí casas con reparos contra este elemento, ni templos cercados de murallas, ni espacios de cielo abierto que se opusiesen al ímpetu de las llamas; las cuales, discurriendo por varias partes, abrasaron primero las casas puestas en lo llano, y subieron después a los altos, y de nuevo se dejaron caer a lo bajo con tanta furia, que del todo prevenía su velocidad a los remedios que se le aplicaban.” (Tácito, Anales, XV, 38)

Los emperadores Domiciano y Trajano lo ampliaron y lo embellecieron, adquiriendo su forma definitiva en época de este último, cuando quedó profusamente decorado con mármoles de todos los colores y con bronces dorados, y su ancha spina quedó repleta de templetes, columnas conmemorativas, altares, símbolos religiosos y trofeos de todo tipo, pedestales con estatuas honoríficas e imágenes de divinidades llegando a tener una capacidad cercana a los 300.000 concurrentes.

“Más allá, la inmensa fachada del Circo rivaliza con la belleza de los templos, un monumento este digno del pueblo vencedor de todas las razas, y no menos admirable que los espectáculos que se contemplarán desde sus gradas.” (Plinio, Panegírico de Trajano, 51)


Circo Máximo, ilustración de Alan Sorrell

La época tardoimperial fue la de mayor esplendor. En el año 357, Constancio, durante su estancia en Roma, presidió la inauguración de los Juegos que se celebraron en el Circo Máximo y aprovechó para ofrendar al pueblo romano un obelisco egipcio, el mayor que se había visto jamás en la urbe, y colocarlo en ese grandioso escenario público.

“Y así, después de ver muchas cosas con una mezcla de estupor y veneración, el emperador comenzó a quejarse de la fama, considerándola impotente y malvada, porque, aunque siempre lo exageraba todo, resultaba insuficiente a la hora de explicar lo que había en Roma. Finalmente, tras reflexionar durante bastante tiempo acerca de qué podía hacer allí, determinó contribuir con algo a la belleza de la ciudad erigiendo en el Circo Máximo un obelisco, acerca de cuyo origen y forma trataré en el lugar apropiado. (Amiano Marcelino, Historia, 16, 10, 17)

Levantamiento del obelisco de Constancio en Roma, ilustración de Jean-Claude Golvin

La pista estaba separada de los espectadores por un foso, de cerca de tres metros de anchura. Constaba de tres pisos, pero sólo el más bajo era de piedra y los otros dos de madera, por lo que, con frecuencia, se derrumbaron. En época de Antonino Pío hubo un derrumbe en el que perdieron la vida 1112 personas y durante el periodo de la Tetrarquía ocurrió otro que provocó mayor número de víctimas.

“El muro que servía de base al graderío en el circo se derrumbó y aplastó a 13000 personas.” (Cronografía de 354, 16, Crónica de la ciudad de Roma)

El exterior estaba rodeado de arcadas con puertas y escaleras para subir a las gradas, permitiendo estos múltiples accesos el que miles de personas pudieran entrar al mismo tiempo. Debajo de las bóvedas de los atrios había tiendas y locales de diferentes clases y encima de ellos se encontraban las viviendas de los propietarios. Uno de los atrios se dedicó a tiendas; y el otro, a la entrada del circo, Éste fue el lugar predilecto de los astrólogos para ejercer su arte y también de artistas de segunda categoría que entretenían a la población.

"Alrededor de él a lo largo de los lados mayores y de uno de los menores está excavado un canal para recogida de agua de diez pies de profundidad y anchura. Tras el canal están construidos pórticos de tres pisos; los que están al nivel del suelo tienen, como en los teatros, asientos de piedra que se elevan gradualmente, los superiores, asientos de madera. Los pórticos mayores se unen en uno y se enlazan entre sí al estar cerrados por medio del pequeño, que tiene forma de media luna, de modo que de los tres pórticos resulta uno solo como un anfiteatro de ocho estadios capaz de albergar a ciento cincuenta mil personas. El otro lado corto está al aire libre y tiene barreras para caballos construidas en forma de bóveda, que se abren todas al mismo tiempo por medio de una cuerda. Fuera, alrededor del circo, hay también otro pórtico de un solo piso que tiene tiendas dentro y casas encima; por él hay entradas y subidas para los espectadores junto a cada tienda, de modo que tantos miles de personas al entrar y salir no se entorpecen." (Dioniso de Halicarnaso, Historia antigua de Roma, III, 68)


Circo de Majencio, Roma, ilustración de Jean-Claude Golvin

En Roma, funcionaban otros circos, como el Flaminio, obra debida a Cneo Flaminio Nepote, o el circo de Calígula o Nerón, en el Vaticano, que parece haberse empezado como privado, pero que sería ocasionalmente de uso público.

“Les pareció a Séneca y a Burro que era cordura concederle (a Nerón) una de estas dos cosas, porque no las quisiese las dos; y así le hicieron cercar de muros un espacio de tierra en el valle Vaticano, donde pudiese correr y regir caballos a su gusto, sin comunicarse a los ojos de todos.” (Tácito, Anales, XIV, 14)


Circo de Calígula, Roma, ilustración de Jean-Claude Golvin


En otras partes del Imperio tanto en las provincias orientales como occidentales también se edificaron circos donde celebrar carreras de carros a semejanza del Circo Máximo. Principalmente en las ciudades importantes. En las provincias de Asia los circos de Antioquía, Constantinopla o Cesarea.

“Tienes, pues, a Antioquía, abundante en toda clase de deleites, pero principalmente en los juegos circenses. Pero todo eso ¿por qué? Porque allí reside el emperador y todo resulta imprescindible para su persona. Del mismo modo tienen circo Laodicea, Tiro, Berito y Cesarea, pero Laodicea envía excelentes conductores de carros a las demás ciudades.” (Rutilio Namaciano, Descripción del mundo entero, 31)

Constantinopla tomó el relevo en la celebración de juegos circenses, una vez que la ciudad de Roma perdió importancia. En su hipódromo (nombre del circo) mandó Teodosio instalar un obelisco, también procedente de Alejandría, como decoración de sus instalaciones. En su inscripción puede leerse.

“Aunque fue difícil, se me ordenó obedecer a los serenísimos señores, y después de acabar con los tiranos, portar la palma. Todo cede ante Teodosio y su propósito eterno. Así yo, vencido y domado en treinta días, siendo juez Proclo, fui elevado hacia los cielos.” (Inscripción del obelisco de Teodosio en Constantinopla)


Circo de Constantinopla, ilustración de Jean-Claude Golvin

El rey Herodes construyó un circo en su nueva ciudad de Cesarea hacia finales del siglo I a.C. siguiendo el modelo del circo romano tradicional, que se convirtió en un anfiteatro, cuando un segundo circo más grande y más ornamentado se edificó en el siglo II d.C.

“Por este tiempo fue terminada la ciudad de Cesárea Augusta, cuya construcción duró diez años. Tuvo lugar en el año veintiocho de su reinado y en la olimpíada ciento noventa. Herodes preparó grandes festejos para su dedicación. Determinó celebrar un certamen musical y juegos atléticos, preparó muchas luchas de gladiadores y de fieras, carreras de caballos y todo aquello que se realizaba en Roma y otras partes. Dedicó el espectáculo al emperador, y determinó que se celebrara cada cuatro años. Pagó con sus bienes todos los gastos de este festejo, a fin de que fuera más elogiada.” (Flavio Josefo, Antigüedades romanas, 16.5.1)

Circo de Cesarea, Israel, ilustración de Jean-Claude Golvin

En las provincias africanas sobresalen los circos de Alejandría, Leptis Magna y Cartago.

En Alejandría el circo se había construido durante el periodo de los Ptolomeos y se llamaba Lageion en honor de la dinastía lágida. Su uso original fue como estadio para celebrar juegos atléticos, pero durante la época romana se le añadió la spina para convertirlo en circo para carreras. La población de Alejandría sentía gran afición por los juegos circenses y cuando asistían a verlos a veces se vivían situaciones de violencia, como la que describe Filostrato cuando relata la historia de Apolonio de Tiana, que vivió en el siglo I d.C., quien recrimina a los habitantes de la ciudad su actitud violenta en el circo.

“A Troya, según parece, la saqueó un solo caballo, el que urdieron los aqueos entonces, pero a vosotros se os uncen carros y caballos y por su culpa no es posible vivir pacíficamente. Morís, pues, no a manos de los Átridas ni de los Eácidas, sino unos a manos de los otros, cosa que los troyanos no habrían hecho ni en estado de embriaguez. Es más; en Olimpia, donde hay competiciones de lucha, de pugilato y del pancracio, no ha muerto nadie por culpa de los atletas, aunque quizá habría habido excusa si alguno se hubiera enardecido en exceso por alguno de su misma especie. Pero aquí es por causa de los caballos por lo que las espadas de uno contra otro andan desnudas, y los apedreamientos están a la orden del día.” (Filostrato, Vida de Apolonio, 5, 26)


Lageion de Alejandría, Egipto, ilustración de Jean-Claude Golvin

Según un mosaico que representa una carrera de carros en Cartago, en el euripus de la spina se encontraba una estatua de la diosa Cibeles, que Tertuliano en el siglo II se encargó de criticar.

"El enorme obelisco, como mantiene Hermateles, se erigió en honor del sol; su inscripción es como su origen, la superstición es egipcia. El conjunto de demonios no sería nada sin su gran Madre, así que ella preside el foso." (Tertuliano, Sobre los espectáculos, VIII, 1)

Mosaico circo de Cartago, foto University of Chicago, Wikimedia Commons

En Cartago los espectadores estaban disfrutando de los juegos del circo cuando los vándalos llegaron para tomar la ciudad en el siglo V d.C.

"Las armas de los bárbaros resonaban ante las murallas de Cirta y Cartago mientras que la congregación cristiana de la ciudad enloquecía en los circos y se divertía en los teatros." (Salviano, Del gobierno de Dios, VI, 15)


Circo de Cartago, ilustración de Jean-Claude Golvin

En la Galia, los invasores godos disfrutaron de las carreras ecuestres en Arles en su recorrido de conquista de las ciudades de la costa mediterránea.

"Y por tanto los gobernantes de los germanos ocuparon Marsella, la colonia focea, y todas las ciudades costeras y tomaron el control de esa parte del mar. Después como si fueran caballeros ociosos asistieron a las carreras de caballos de Arelatum (Arlés), y también acuñaron una moneda de oro con el producto de las minas de la Galia, sin representar la imagen del emperador romano, como es la costumbre, sino las suyas propias." (Procopio, Las Guerras Góticas, VII, 33.5)

Circo de Arlés, ilustración de Jean-Claude Golvin

En Mérida se construyó un circo de grandes dimensiones unas décadas después de la fundación de la ciudad, posiblemente durante el reinado de Tiberio. Cuando en el siglo IV se acometió por parte de los emperadores la empresa de asumir los gastos para dotar a las capitales de provincias de escenarios adecuados para los juegos, Mérida contó con un programa de conservación de teatros, anfiteatros y circos tras convertirse en capital de la diócesis de Hispania. Entre 337 y 340, se llevó a cabo una importante reforma en el circo por disposición del comes Tiberio Flavio Leto, y bajo la supervisión directa del praeses (gobernador) Julio Saturnino.

"En este tan floreciente y bienaventurado siglo, con el favor dichoso de la época de nuestros señores y emperadores Flavio Claudio Constantino, pío, feliz y máximo vencedor, Flavio Julio Constancio y Flavio Julio Constante, vencedores y augustos siempre poderosísimos, Tiberio Flavio Leto, ilustrísimo varón y conde, ordenó que el circo, derruido por la vejez, fuera reconstruido con nuevas columnas, rodeados de construcciones ornamentales y anegado con agua y así, continuando Julio Saturnino, perfectísimo varón y gobernador de la provincia de Lusitania, su aspecto reconstruido con acierto proporcionó a la ilustre Colonia de los Emeritenses la mayor dicha que pensarse puede."

El circo de Tarraco en Hispania se edificó a finales del siglo I d.C. por mandato del emperador Domiciano, y allí se celebraron ludi circenses hasta mediados del siglo V d.C.


Circo y foro de Tarraco, ilustración de Jean-Claude Golvin

En algunas poblaciones las donaciones particulares hicieron posible la existencia de un lugar apropiado para la realización de los juegos circenses. En la ciudad tunecina de Dougga, una mujer romana de rango ecuestre, Gabinia Hermiona contaba con un terreno (ager) en las afueras de la ciudad, que donó, para ser usado como circo, a la ciudad para el placer de sus habitantes.

Dougga con el circo al fondo, ilustración de Jean-Claude Golvin

La distribución básica del graderío de un circo era la siguiente: las gradas inferiores estaban reservadas a los senadores; las situadas encima, a los caballeros; y las restantes, a la población. Las mujeres no estaban separadas de los varones, como en los demás espectáculos, aunque en época de Augusto se promulgó una ley en las que las mujeres eran relegadas a la parte superior de las gradas.

En uno de los hemiciclos de la pista se encontraban los carceres, cubículos donde jinetes y caballos esperaban la señal de salida de los carros. Los carceres eran seis, situadas a los lados de la puerta monumental de ingreso. En uno de los laterales se encontraba la Porta Libitinaria, por la que salían los carros que abandonaban la carrera y, posiblemente, los que no alcanzaban la victoria. La señal de salida de los carros la daba el editorspectaculorum, que se sentaba sobre los carceres. Los magistrados que controlaban la carrera, el comportamiento de los aurigas y el orden de la llegada de los carros a la meta se sentaban en la tribuna indicum.

“Ya la suerte te designa y te excita la ronca aclamación del público entusiasta. Entonces por el lugar donde está la puerta y los asientos de los cónsules, a cada lado de las cuales el muro está horadado por seis cajas abovedadas, tú escoges a suertes uno de los cuatro carros y montas en él empuñando las curvadas riendas. Tu adversario hace igual, al mismo tiempo que tú, en la parte opuesta. Brillan los colores, blanco y azul, verde y rojo, vuestras respectivas insignias….
Finalmente, el toque de la trompeta estridente, convocando con su sonido a las cuadrigas impacientes, lanza a la palestra a los rápidos carros. Ni el ímpetu del rayo de tres puntas, ni la flecha impulsada por el arco escítico, ni el surco de una estrella que se precipita, ni la lluvia de plomo de proyectiles lanzados por las hondas baleares han roto jamás así los límpidos espacios del aire.”
(Sidonio Apolinar, Poema 23)



Carrera en el circo, pintura de Ettore Forti

La posición de cada uno de los carros para iniciar la carrera se sorteaba para no favorecer a ninguna de las facciones.

“Entonces, según era costumbre, uno, tras otro, extendieron una mano ciega dentro del casco con el rostro vendado, pues querían tomar su lote de varia fortuna, tal y como hace un hombre que agita sus dedos lanzadores en el juego de dados, que reparte suerte ora a unos, ora a otros. Por turnos los aurigas recibieron su suerte. Fauno, loco por los caballos, que tenía la sangre de la familia del celebrado Faetonte, fue el primero en obtener su lote, y el segundo fue Acates. Después de él le tocó al hermano de Damnameneo y le siguió en suerte Acteón. Pero al mejor en la carrera le correspondió el último lote: fue a Erecteo, fustigador de corceles.” (Nono de Panópolis, Dionisiacas, XXXVII, 226)


Alineación para la carrera, pintura de Ulpiano Checa

Según relata Suetonio los juegos solían tener una duración de un solo día, durante varias horas (hasta el atardecer), lo que implica su subdivisión en diversos eventos diferenciados entre ellos por intermedios amenizados con música, parodias o saltimbanquis.

“Anunció que quería elevar el número de los premios, de modo que, multiplicadas las carreras, el espectáculo duró hasta la noche y los jefes de las diferentes facciones no quisieron en adelante llevar sus aurigas sino para un día entero.” (Nerón, XXIII)

La organización del espectáculo corría a cargo de los editores, los cuales o sus ayudantes, los magistrati, debían contactar con empresas especializadas que proporcionaban los profesionales necesarios, generalmente con meses de antelación. Dichas compañías de profesionales, llamadas factiones circenses, podían ser privadas, que solían estar en manos de los equites o caballeros, o ser propiedad de pequeños empresarios, o bien podían ser de propiedad estatal.

Los jefes de las diferentes secciones se encargaban de la dirección técnica y administrativa de toda la organización y firmaban los contratos con los magistrados o con los particulares que contrataban las carreras de carros, en cuyos contratos se especificaba el número de caballos que debían participar, su cotización y los honorarios de los aurigas. Las facciones, en origen, eran un negocio, por eso se encontraban en manos de los caballeros (equites), que constituían la verdadera clase dedicada a los negocios en Roma. Estas sociedades ejercían un auténtico monopolio sobre las carreras y los que las costeaban sólo se podían dirigir a ellas para organizarlas teniendo que aceptar sus exigencias y pretensiones por temor a no poder llevar a cabo los juegos.

“Tenía (Nerón) tanto entusiasmo por las carreras de caballo que, de hecho, atavió a los caballos de carreras famosos que había superado su mejor edad con los vestidos de calle habituales de los hombres, y los honró con regalos y dinero para su alimentación. De ahí que los criadores y aurigas, ensoberbecidos por este entusiasmo suyo, vinieran a tratar a los pretores y cónsules con gran insolencia; y Aulo Fabricio, durante su pretura, irritado por su negativa a competir en términos razonables, prescindió de sus servicios, poniendo en lugar de los caballos a perros entrenados para tirar de los carros. Ante esto, los vestidos de blanco y rojo entraron de inmediato con sus carros para correr; pero como los verdes y los azules ni siquiera así participarían, el propio Nerón, entonces, ofreció los premios para los caballos y se celebraron los juegos en el circo.” (Dión Casio, Historia Romana, LXI, 6, 2-3)


Sarcófago de las cuadrigas, Iglesia de Santa María della Libera, Aquino, Italia

La facción estaba dirigida por el dominus factionis, posiblemente el propietario que aportaba el apoyo económico al equipo. En un principio el dominus sería siempre algún equite, pero más adelante los propios aurigas o agitatores se convertían en propietarios y directores de la facción.

Las facciones disponían, también, de un local propio en el circo (stabula) dotado de utillaje y de todos los servicios necesarios para estas competiciones, y con el personal necesario para el correcto desarrollo de la carrera, pues contaban con veterinarios para tratar los caballos, con médicos (medici) para curar a los aurigas enfermos y de personal especializado en alimentar a los caballos, en adornarlos y en construir los carros, así como con sastres, zapateros y, ya en el momento del transcurso de la carrera, personal especializado como los moratores que controlaban a los impacientes caballos dentro de los carceres, los tentores, que accionaban las palancas que abrían las puertas cuando el magistrado daba la señal, los sparsores, que llevaban agua para refrescar a los caballos y posiblemente los ejes de los carros y hasta un grupo de jinetes (hortatores) que animaba y aconsejaba a los aurigas de su propia facción con gestos y gritos, durante las carreras.

“Los ayudantes contienen las bocas y las bridas con cuerdas
de nudos, obligan a las manos y las melenas que se retuercen
a mantenerse dentro del cajón a la par que les alientan,
les enardecen incluso con palmadas cariñosas e inspiran
a los cuadrúpedos un ardor fogoso.
Éstos tiemblan en las cajas, se arrojan sobre las barreras
a la vez que bufan a través de las tablas de contención de
modo que su aliento toma posesión, aún antes de la carrera,
del campo que aún no pisan.
Empujan, se inquietan, arrastran, resisten, se enardecen,
saltan, tiemblan, hacen temblar, piafan,
golpean con pie inquieto los palos que sin embargo permanecen insensibles.”
(Sidonio Apolinar, Poema 23)

En el siguiente texto se citan los nombres y puestos que ocupan los integrantes de la facción dirigida por Titus Ateius Capitonis, incluidos el tesorero, los aurigas (en este caso agitatores, porque se trata de una familia quadrigaria), el médico, los oficios anteriormente citados y otros esclavos.

*
El auriga o bigarius conducía un carro con dos caballos (biga) y el agitator un carro con cuatro caballos (quadriga)
“Familiae quadrigariae T(iti) At(ti) Capitonis / Panni Chelidoni Chresto quaestore / ollae divisae decurionibus h{e}is q(ui) i(n)f(ra) s(cripti) s(unt) / M(arco) Vipsanio Migioni / Docimo vilico / Chresto conditori / Epaphrae sellario / Menandro agitatori / Apollonio agitatori / Cerdoni agitatori / Liccaeo agitatori / Helleti succonditori / P(ublio) Quinctio Primo / Hyllo medico / Anteroti tentori / Antiocho sutori / Parnaci tentori / M(arco) Vipsanio Calamo / M(arco) Vipsanio Dareo // Eroti tentori / M(arco) Vipsanio Fausto / Hilaro aurig(atori) / Nicandro aurig(atori) / Epigono aurig(atori) / Alexandro aurig(atori) / Nicephoro spartor(i) / Alexioni moratori / viatori” (CIL VI 10046)



[La familia quadrigaria de Titus Attius Capito de la facción roja para la cual Chestus es el tesorero, distribuyó aceite a los decuriones que se mencionan a continuación, Marcus Vipsanius Migio, Docimus, el vilicus (posiblemente el que proporcionaba el forraje para los caballos, a Chrestus el conditor (¿cuidador del caballo?), Epaphrus (¿el que se ocupaba de los arreos del caballo?), Menandro, agitator (conductor de carros de cuatro caballos), Apollonius, Agitator, Cerdo, agitator, Liccaeus, agitator, Helletus, subconditor (ayudante del conditor), Publius Quinctius Primo, Hyllo, medicus, Anterotes, tentor (¿el que ayudada a abrir las puertas?), Antiochus , sutor (zapatero), Parnaces, tentor, marcus Vipsanius Calamus, Marcus Vipsanius Dareus, Erotes, tentor, Marcus Vipsanius Faustus, Hilarus , auriga, Nicandro, auriga, Epigonus, ariga, Alexander, auriga, Nicephorus, sparsor (¿el que refrescaba los caballos y los ejes de los carros?), Alexión, morator (el que sujetaba a los caballos antes de la carrera)]


Detalle del mosaico de los caballos de Cartago con sparsor, foto de Rais67


Durante la República romana sólo existieron dos facciones, la blanca (albata) y la roja (russata), llamadas así por los colores de las túnicas de los aurigas, pero en el Imperio se añadieron la verde (praesina) y la azul (veneta) y, bajo el gobierno de Domiciano se sumaron otras dos, la purpúrea y la áurea, aunque a la muerte del emperador ésta últimas desaparecieron. Incluso, en el siglo II, los colores rojo y blanco, que habían aparecido a finales de la República, aunque sin desaparecer del todo, fueron asimilados al verde y al azul. Tertuliano da una explicación al origen de estos colores:

"Al principio sólo había dos colores, el blanco y el rojo: el blanco estaba dedicado al invierno, por el recuerdo del candor de la nieve; el rojo al verano, porque recordaba el fulgor del sol; la cosa con el tiempo tomo otro desarrollo, la superstición llevó a que algunos dijeran que el rojo era el color de Marte, el blanco lo consagraron a los Céfiros; a la Madre Tierra dedicaron un color entre verde y amarillo y por tanto a la primavera; al cielo, al mar y al otoño dieron el azul." (De los espectáculos, IX, 1)


Aurigas con los colores de sus equipos (de izda a drcha) azul, blanca, verde y roja.
Museo Nacional Romano, Roma, fotos de Carole Raddato

Cuando se acercaba el día de los juegos, empezaba una campaña publicitaria, exhibiendo en placas de bronce el nombre del editor, los tipos de espectáculo, el número de participantes, el lugar y la fecha de celebración. Además, praecones (pregoneros contratados) anunciaban la organización de los juegos por la ciudad y sus alrededores. También se enviaban cartas para invitar a autoridades o personajes influyentes de las ciudades más cercanas. Es posible que existiesen programas de fiestas que se repartían entre la gente, o al menos a aquellos que debían intervenir en su organización. Se han encontrado papiros egipcios con textos de lo que parece ser un programa detallando los entretenimientos previstos para los entreactos de las carreras.

“A la buena Fortuna
Victorias
Primera carrera de carros
Desfile
Bailarines de cuerda cantantes
Segunda carrera de carros
Bailarines de cuerda cantantes
Tercera carrera de carros
Gacelas y perros
Cuarta carrera de carros
Mimos
Quinta carrera de carros
Troupe de atletas
Sexta carrera de carros
Adiós”
(Papiro Oxirrinco, XXXIV 2707)

El anuncio y publicidad con anterioridad de los juegos a celebrarse explica el por qué los edificios públicos destinados a los ludi estaban siempre abarrotados de aquellos que animaban con fervor a su equipo.

El día fijado para los juegos circenses se iniciaba con una gran procesión (pompa), con numerosas imágenes de los dioses. Esta procesión descendía del Capitolio, cruzaba el Velabro y el Foro Boario y entraba por la puerta central del circo, recorriendo la pista.

"Pero ya sale la pompa procesional; silencio y
atención: llega el momento del aplauso, viene la
brillante pompa. En primer lugar, resplandece la
Victoria con las alas extendidas. Ven aquí y haz, ¡oh
diosa! que triunfe mi amor. Aplaudid a Neptuno los
que os fiáis demasiado de las olas: yo no tengo nada
que ver con el piélago, y vivo contento en mi tierra.
Soldado, aplaude a tu dios Marte; aborrezco las
armas, soy amigo de la paz y del amor, que vive en
medio de sus dulzuras. Que Febo sea propicio a los
augures, Diana a los cazadores, y Minerva
reverenciada por los artífices manuales. Labriegos,
alzaos en presencia de Ceres y el tierno Baco, el
púgil conquiste los favores de Pólux y el caballero
los de su hermano Cástor. Nosotros reservamos los
aplausos para ti, dulce Venus, y el rapaz de potentes flechas."
(Ovidio, Amores, III, 2)


Relieve con pompa circense, Museo de Bellas Artes, Budapest

Los lictores y los trompeteros precedían la procesión, seguidos del magistrado, que presidía la carrera, ataviado con una toga purpúrea, guarnecida en oro, bajo la que asomaba una túnica bordada con hojas de palma. Lucía una áurea corona de hojas de roble y empuñaba un cetro de marfil rematado por un águila. Marchaba a pie, a no ser que desempeñara el cargo de pretor o de cónsul, en cuyo caso iría sobre una biga. Detrás, marchaba un esclavo público, cubierta la cabeza con una corona de encina. Los clientes, vestidos con toga blanca, y jóvenes a pie o a caballo, rodeaban al magistrado. Seguían al cortejo religioso los aurigas, divididos según las facciones a las que pertenecían, precedidos de los músicos y de unos portadores de carteles.

"Antes de empezar los juegos, las máximas autoridades conducían una procesión a los dioses desde el Capitolio hasta el Circo Máximo a través del Foro. Encabezaban la procesión, en primer lugar, los hijos de las autoridades, tanto los adolescentes como los que tenían edad de ir en ella, a caballo aquellos cuyos padres tenían fortuna de la clase de los caballeros, a pie los que debían servir en la infantería; los unos en escuadrones y centurias, los otros en divisiones y compañías como si marcharan a la escuela; y esto, para que resultara evidente a los extranjeros cuál era el vigor, el número y la belleza de la población que iba a entrar en la edad viril. Seguían a estos unos aurigas que llevaban, unos, cuatro caballos uncidos; otros, dos, y otros, caballos sin uncir. Detrás de ellos marchaban los participantes en las competiciones, tanto en las de poca importancia como en las más solemnes, con todo el cuerpo desnudo, excepto los genitales, que iban cubiertos…. Seguían a los participantes numerosos coros de danzarines, repartidos en tres grupos, el primero de hombres, el segundo de adolescentes y el último de niños, a los que acompañaban flautistas que tocaban con las antiguas flautas cortas, como se ha hecho hasta esta época, y citaristas que tañían liras elefantinas de siete cuerdas y las llamadas bárbita…. Después de estos grupos marchaban numerosos citaristas y muchos flautistas; y, tras ellos, los portadores de incensarios, en los que se quemaban perfumes e incienso a lo largo de todo el recorrido, y los que transportaban los vasos hechos de plata y oro, tanto los sagrados como los del Estado." (Dionisio de Halicarnaso, Historia de Roma, VII, 72)

Como los ludi estuvieron ligados desde sus orígenes a la religión fueron integrados en las fiestas realizadas en honor de los emperadores formando parte de la ceremonia del culto imperial. Los espectadores del circo podían mostrar públicamente su adhesión a la casa imperial mediante aclamaciones y rendirle homenaje al comienzo de los juegos.

¡Oh, qué misterioso poder infunde al pueblo la presencia
del genio del imperio! ¡A qué gran dignidad corresponde
alternativamente en su turno tu majestad, cuando la
púrpura imperial devuelve los saludos al pueblo reunido
en las gradas del circo, cuando resuena, elevado al cielo
con el apoyo del cóncavo recinto, el estrépito de la plebe
tras haber sido saludada y el eco repite al unísono por to-
das las siete colinas el nombre de Augusto! Y no solo hay
aquí carreras de caballos; una empalizada rodea el espacio
usual para las cuadrigas y la forma de este improvisado
anfiteatro derrama la sangre de Libia en un valle extraño
para ella." 
(Claudio Claudiano, Sexto consulado de Honorio)


Moneda con pompa circense y elefantes de Vespasiano


Además, antes de empezar se celebraban procesiones para transportar las imágenes divinas e imperiales desde sus templos hasta los edificios de espectáculos y se realizaban ofrendas, plegarias y sacrificios en honor de los emperadores divinizados. Por lo tanto, en la pompa circensis cerraban el cortejo los sacerdotes transportando los objetos sagrados y las corporaciones religiosas, que llevaban los trajes de los dioses en un carro sagrado y las imágenes divinas en una litera (ferculum). Las estatuas de los dioses eran transportadas en carros tirados por caballos, mulas y a veces por elefantes. En época imperial se añadieron al cortejo retratos de los emperadores y de las emperatrices divinizados.

"Al final de todo iban, llevadas sobre las espaldas de los hombres, las imágenes de los dioses, que presentaban figuras iguales a las realizadas entre los griegos, y con los mismos ropajes, símbolos y obsequios de los que cada uno, según la tradición, es artífice y dispensador para los hombres. Estas imágenes no sólo eran de Júpiter, Juno, Minerva, Neptuno y de los otros que los griegos cuentan entre los doce dioses, sino también de los más antiguos, de los que la tradición cuenta que nacieron los doce dioses, a saber, Saturno, Rea, Temis, Latona, las Parcas, Mnemósine y todos los demás de quienes hay templos y recintos sagrados entre los griegos; y también de los que la leyenda dice que nacieron más tarde, después de que Júpiter tomara el poder, es decir, Proserpina, Lucina, las Ninfas, las Musas, las Horas, las Gracias, Líber y de aquellos semidioses cuyas almas, después de dejar sus cuerpos mortales, se dice que ascienden al cielo y obtienen los mismos honores que los dioses, como Hércules, Esculapio, los Dioscuros, Helena, Pan y muchísimos otros. Terminada la procesión, los cónsules y los sacerdotes a quienes correspondía hacían inmediatamente un sacrificio de bueyes, y la manera de hacer los sacrificios era la misma que entre nosotros. En efecto, ellos, después de lavarse las manos, purificar las víctimas con agua pura y esparcir sobre sus cabezas los frutos de Ceres, pronunciaban unas oraciones y, entonces, ordenaban a sus ayudantes que las sacrificaran." (Dionisio de Halicarnaso, Historia de Roma, VII, 72)


Relieve con carro llevando imágenes de Júpiter y Cástor y Pólux, Museo Británico, Londres

La procesión penetraba en el circo por la puerta situada en el centro de los carceres, recorría la pista, girando alrededor de la meta primera, y se disolvía delante del pulvinar, donde se vestían las estatuas de los dioses. Cuando la procesión entraba en el circo, los asistentes al espectáculo se levantaban de sus asientos, con aplausos y aclamaciones, al igual que lo hacían, cuando llegaba el emperador.

"Ya el circo se despejó; va a comenzar el
espectáculo; el pretor da la señal, y las cuadrigas
salen a la vez de sus cárceles. Veo por quién te
interesas; vencerá con tu favor; diríase que los
mismos corceles penetran tus deseos. ¡Desgraciado
de mí!; describe un gran arco en torno de la meta.
¿Qué haces?; tú rival la pasa casi rozando. ¡Infeliz de
ti!; inutilizas los buenos deseos de mi amada; por
favor, recoge con vigorosa mano la rienda
izquierda. Favorecimos a los inhábiles; pero,
romanos, llamadlos de nuevo y dadle señal agitando
las togas por doquier. ¡Ah!, los llaman, y si quieres
evitar que el movimiento de las togas descomponga
tus cabellos, puedes resguardar tu cabeza entre los
pliegues de la mía. Ya se abren otra vez las puertas
de las cárceles, y los combatientes con túnicas de
distinto color, lanzan sus bridones a toda rienda. A
lo menos ahora toma la delantera, y vuela por el
espacio que libre se le ofrece, esforzándose por que
se cumplan mis votos y los de mi amada. Los votos
de mi amada se han cumplido; restan sólo los míos;
el vencedor recoge la palma, yo tengo que ganarla todavía."
(Ovidio, Amores, III, 2)


Vencedor de carreras de bigas, pintura de Ettore Forti

El inicio del espectáculo venía marcado por la aparición de su patrocinador en la tribuna, quien dejaba caer un trozo de tela blanca o mappa. Tal costumbre data de principios del período imperial. Casiodoro la remonta a la época de Nerón.

"La mappa (servilleta), que todavía se usa para dar la señal de comienzo de los juegos, se puso de moda de esta forma. Una vez que Nerón se estaba demorando durante la comida, y la gente, como siempre, estaba impaciente porque empezase el espectáculo, ordenó que la servilleta que había estado usando para limpiarse los dedos fuera arrojada por la ventana, como señal de que daba el permiso requerido. Desde entonces se hizo costumbre que mostrar una servilleta fuera promesa de futuros juegos." (Casiodoro, Variae, 51)


Detalle de estatua de un magistrado,
Museo Centrale Montemartini, Roma

Las carreras de caballos tenían lugar momentos antes que las de carros. En ellas, los jinetes, llamados desultores, saltaban de un caballo a otro ejecutando todo tipo de acrobacias.

"También como jinete saltador podrá posarse alternativamente en el lomo de los caballos, así como fijar sus firmes pies: volando de uno en otro hará ejercicios sobre el lomo de los veloces caballos; o, llevado en un solo caballo, unas veces hará ejercicios de armas y otras recogerá los premios de su carrera en el largo circo." (Manilio, Astrología, V, 85)


Mosaico de los desultores, Subterráneo del Palacio Farnese, Roma

Los carros estaban tirados por dos corceles (bigae), por tres (trigae), casi siempre por cuatro (cuadrigae) y, más raramente, por seis, ocho o diez (decemiuges).

“Todavía me queda por explicar brevemente lo relativo a las competiciones que se realizaban después de la procesión. En primer lugar, se celebraba la carrera de carros con cuatro y con dos caballos, y de caballos sin uncir, de la misma manera que entre los griegos tanto antiguamente en Olimpia como ahora. En las competiciones de carros se han mantenido, hasta mis tiempos, dos antiquísimas costumbres preservadas por los romanos tal como fueron establecidas al principio: una, relativa a los carros de tres caballos, que se ha perdido entre los griegos, a pesar de que era antigua y de la época heroica, de la que Homero dice que los griegos se servían en las batallas: a dos caballos uncidos de la manera en que se unce una pareja, les acompañaba un tercer caballo atado con una rienda, al que los antiguos llamaban paréoros, bien por ir atado a un lado, bien por no ir uncido con los otros.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia Antigua de Roma, VII, 73, 2)


Vencedores de carreras de bigas, Ostia, Italia, fotos de Samuel López

Si eran cuadrigas, se enganchaba el mejor animal en el extremo izquierdo, pues de su habilidad al dar la vuelta, lo más pegado posible a la meta dependía, en gran parte, el éxito de la carrera y de que el carro evitase volcar (naufragium), lo que podía perjudicar a otros carros, ocasionando frecuentemente accidentes mortales.

“En último lugar, Atlas y Durio se valen de artimañas moviéndose en círculo: ora el uno intenta tomar ventaja por la izquierda, ora el otro lo persigue y trata de adelantarlo por la derecha; y cada cual trata en vano de burlar al otro hasta que Durio, confiado en el vigor de su juventud, vuelve las riendas e, inclinado hacia delante, tuerce su carro, cerrando el paso y volcando el de Atlas. Este, aunque debilitado por su edad, protestaba con razón: «¿A dónde vas? ¿Qué manera tan loca de competir es ésta? ¿Pretendes que nos matemos todos, nosotros y los caballos?». Y, al tiempo que le lanza tales reproches, se tira de cabeza desde su carro destrozado y, con él, lamentable espectáculo, caen sus desuncidos corceles por el suelo.” (Silio Itálico, Guerra Púnica, XVIII)


Relieve con naufragium, Museo de Arte de Viena, foto de Ilya Shurygin

Los carros, muy pequeños y ligeros, eran de madera, de dos ruedas, y los aurigas vestían una túnica ligera, del color de su equipo, protegían la cabeza con un casco de metal y las piernas con vendas. Conducían con las riendas rodeándoles el pecho y en la mano derecha llevaban la fusta y con la izquierda sujetaban las riendas, lo que permitía que, en caso de volcar la cuadriga, el auriga, con un puñal, podía cortar las riendas con facilidad.

"Y ya habían cubierto casi la mitad del recorrido y aligeraban su marcha; el brioso Pancates, en su intento por alcanzar al tiro que iba en cabeza, parecía elevarse en alzada y montarse una y otra vez en el carro que tenía delante. Doblando los cascos, con la punta de las pezuñas golpeaba y tropezaba con el carro galaico. Atlas iba el último, pero no menos raudo que el otro que marchaba a la cola, Durio. Podría pensarse que, por mutuo acuerdo, corrían cabeza con cabeza, como si formaran parte del mismo tiro.
Cuando Hibero, que iba en segundo lugar, se percató de que los corceles galaicos de Cirno perdían fuerza, que el carro que iba en cabeza no saltaba como antes y que había que forzar una y otra vez a los humeantes caballos, fustigándolos con violencia, como una súbita tormenta se lanza desde lo alto de un monte se inclinó él de pronto sobre el cuello de sus corceles y, colgado de sus prominentes cabezas, estimulaba a Pancates, furioso por tirar de las riendas en segundo lugar, y, al tiempo que le azotaba, le decía: «Astur, ¿acaso compitiendo tú va a haber otro que te gane terreno y se lleve la palma? Muévete, vuela, deslízate veloz por la llanura con tus alas como tú sabes. Ya desfallece Lampón, extenuado y con el pecho jadeante; ya le falta el aliento para llevarlo hasta la meta». Al decirle esto, el corcel se irguió como si enfilara la pista justo al salir de su cajón. Dejó atrás a Cirno, que intentaba cerrarle el paso curvándose hacia él o al menos colocarse a su altura. Ruge el cielo y ruge el circo sacudido por el enorme bullicio de los espectadores. Avanzaba el victorioso Pancates erguido a través del aire, llevando muy elevada su triunfante cerviz y arrastrando tras él a sus compañeros de tiro.
En último lugar, Atlas y Durio se valen de artimañas moviéndose en círculo: ora el uno intenta tomar ventaja por la izquierda, ora el otro lo persigue y trata de adelantarlo por la derecha; y cada cual trata en vano de burlar al otro hasta que Durio, confiado en el vigor de su juventud, vuelve las riendas e, inclinado hacia delante, tuerce su carro, cerrando el paso y volcando el de Atlas."
 (Silio Itálico, La guerra púnica, 300)


Relieve del circo, Museo estatal de Pérgamo, Berlín,
foto de Sergey Sosnovskiy

Cada facción podía intervenir en las carreras con una o más cuadrigas, que corrían siete vueltas alrededor de la spina del circo, en tanto los espectadores seguían las frases de las carreras, mirando los siete huevos y los siete delfines colocados sobre unos arquitrabes, sostenidos por columnas. Los cambios indicaban el número de vueltas recorridas y las que faltaban.

El número de dieciséis carreras con siete giros a la pista se mantuvo hasta los primeros años del imperio, pero en tiempos del emperador Calígula subieron a veinticuatro; y de treinta y nueve a cuarenta y ocho en época de los emperadores Flavios  y bajo Domiciano llegaron a cien. En los Juegos Seculares del año 88, las vueltas a la pista pasaron de siete a cinco. El premio a la cuadriga vencedora consistía en sumas elevadas de dinero y en coronas y palmas.

“A este punto el emperador ecuánime manda que a las
palmas de vencedor se añadan bandas de seda; a los collares
de oro, coronas y que se recompense el mérito, ordenando
que se adjudiquen a los vencidos, que ya han sido suficientemente
avergonzados, alfombras de hilos multicolores.”
(Sidonio Apolinar, Poema 23)


Detalle de mosaico de la villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia


Continúa en próximas parte II [Ludi circensis (II), espectáculo y sociedad en las carreras de la antigua Roma] y parte III [Ludi circensis (III), aurigas y caballos de carreras en la antigua Roma] 

Bibliografía

http://tauja.ujaen.es/bitstream/10953.1/1057/7/TFG_LaraAguila%2CMarta.pdf; Ludi Circenses en Hispania a través de la epigrafía; Marta Lara Águila
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=201019; El elemento sagrado en los "ludi" y su importancia en la romanización del Occidente romano; Javier Garrido Moreno
https://es.scribd.com/document/265582618/Juegos-y-Espectaculos-Romanos; JUEGOS Y ESPECTÁCULOS ROMANOS; LUDWIG FRIEDLÄNDER
http://www.cervantesvirtual.com/obra/las-carreras-de-carros-en-su-origen-y-en-el-mundo-romano-0/
Las carreras de carros en su origen y en el mundo romano; José María Blázquez Martínez
https://www.academia.edu/729095/_La_organización_de_Ludi_Libres_en_Hispania_Romana_Hispania_Antiqua_XX_1996_pp._215-235; La organización de Ludi Libres en Hispania Romana; Enrique Melchor Gil
https://www.ucm.es/data/cont/docs/106-2016-03-16-Antesteria%201,%202012ISSN_077.pdf; LOS LVDI EN LA POLÍTICA RELIGIOSA DE CONSTANCIO II Y CONSTANTE; Esteban Moreno Resano
http://webs.ucm.es/centros/cont/descargas/documento4786.pdf; PAN Y CIRCO.Los juegos romanos del circo y del anfiteatro; Cristina Delgado Linacero
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https://www.academia.edu/9578773/_Spectacle_in_Rome_Italy_and_the_Provinces_co-authored_with_Michael_J._Carter_The_Oxford_Handbook_of_Roman_Epigraphy_eds._C._Bruun_and_J._Edmondson._New_York_and_Oxford_Oxford_University_Press_2015_2014_ch._25_pp._537-558_; Spectacle in Rome, Italy, and the Provinces;Michael J. Carter and Jonathan Edmonson
http://data.cervantesvirtual.com/manifestation/228190; Una droga en la Antigüedad: las carreras de caballos; José María Blázquez Martínez
https://www.academia.edu/14152201/Venues_for_Spectacle_and_Sport_other_than_Amphitheaters_in_the_Roman_World; Venues for Spectacle and Sport (other than Amphitheaters) in the Roman World; Hazel Dodge
https://deepblue.lib.umich.edu/handle/2027.42/91805; A Contemporary View of Ancient Factions:
A Reappraisal; Anthony Lawrence Villa Bryk
https://forodeeducacion.com/ojs/index.php/fde/article/view/160; LOS DEPORTES Y ESPECTÁCULOS DEL IMPERIO ROMANO VISTOS POR LA LITERATURA CRISTIANA; Pablo Arredondo López
http://redined.mecd.gob.es/xmlui/handle/11162/22899, LOS EDIFICIOS DEPORTIVOS DE LA ROMA ANTIGUA; Angela Teja
http://www.machinaetschola.com/ficheros/pdf/Anfiteatro/juegos-romanos.pdf; PODER IMPERIAL Y ESPECTÁCULOS EN OCCIDENTE DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA; Juan Antonio Jiménez Sánchez
Sport in the Greek and Roman Worlds: Greek athletic identities and Roman Sport and Spectacle, Volume II, edited by Thomas F. Scanlon, Google Books

Hypocaustum, la calefacción doméstica en la antigua Roma

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Hypocaustum, Rothenburg (antigua Sumelocenna), Alemania, ilustración de Eduard von Kallee


Antes de la invención del hipocausto, la única forma que los romanos tenían de calentarse en invierno era la luz del sol, un fuego encendido en un hogar o un brasero. Aunque este sistema de calefacción central estaba restringido a unas pocas habitaciones y algunas estancias de baños públicos y privados, el sistema de hipocausto es un excelente ejemplo del dominio del pueblo romano a la hora de aplicar una ingeniería innovadora en el ámbito doméstico. 

“Yo no tenía a mi disposición ni leña ni una prenda de abrigo. ¿De dónde y de qué manera podría yo obtenerlas? El frío penetraba sutilmente hasta las propias médulas de los huesos. En consecuencia, decidí poner en marcha una estratagema digna de Odiseo: irme a toda prisa a los caldarios o a las estufas de los baños públicos. Pero ni siquiera me hicieron un hueco los que estaban allí congregados de mi misma calaña. A ellos les atenazaba la misma deidad que a mí, la Pobreza. Cuando comprendí que mis posibilidades de entrar en aquellos lugares eran nulas, me dirigí corriendo a la casa de baños de Trasilo y la encontré vacía. Le di dos óbolos al encargado: con ellos me gané su simpatía y pude disfrutar de buena temperatura, mientras que la nieve se convertía en hielo y las piedras formaban un bloque compacto al solidificarse sus intersticios por el frío. Una vez que cedió la crudeza de éste, empezó a lucir un sol tibio que me devolvió la libertad de movimiento y de pasear a mi aire.” (Alcifrón, Cartas, 40)




Solo las residencias de los ricos podían permitirse su instalación, mientras que los demás debían hacer uso de otros recursos como aprovechar el sol que entraba por las ventanas:

“En un ángulo del pórtico hay un amplísimo dormitorio justo en frente de otro comedor, desde donde se ve por unas ventanas, el paseo, por otras la pradera y delante de ella una piscina, que colocada justo debajo de las ventanas contribuye al ornato de la estancia; un placer para la vista y el oído, pues el agua cayendo desde la altura forma una blanca espuma al golpear sobre el mármol. El propio cuarto es muy agradable en invierno, pues está bañado por un abundante sol. Unido a este hay una sala de calefacción que, si el día está nublado, sustituye al sol con sus cálidos vapores.” (Plinio, Epístolas, V, 6)

O utilizar los braseros (foculi)evitando que el humo producido se convirtiera en una molestia o un peligro. Joviano, sucesor de Juliano, firmó la paz con Persia, lograda a cambio de sacrificios territoriales por parte de los romanos. Pero su gobierno fue fugaz: murió en febrero de 364 entre Bitinia y Galacia, al parecer por las emanaciones de un brasero encendido en su tienda.

“Joviano, cuando apenas había gustado los bienes del mando imperial, pereció asfixiado por las exhalaciones venenosas de un brasero, mostrando a todos lo que es el humano poder.” (Jerónimo, Epístolas, 60, A Heliodoro, Elogio fúnebre de Nepociano)

Estancia romana con brasero, pintura de Ettore Forti

Los gases emanados de un brasero también sirvieron a alguno para provocar su propia muerte.

Quinto Lutacio Cátulo fue cónsul el 102 con Mario y compartió con él la victoria sobre los cimbrios en Vercelas. En el 87, tras la vuelta de Mario, Cátulo figuraba en la lista de sus enemigos. Viejas ofensas y rencillas, quizá también falta de apoyos, pesaron más en el rencoroso y viejo político que el haber compartido el consulado cuando pidieron clemencia para él. A diferencia de Marco Antonio, a quien le cortaron la cabeza, a Cátulo se le permitió el suicidio, que llevó a cabo encerrándose en una habitación recién encalada con un brasero de carbón encendido.

“Cátulo, colega de Mario, que triunfó con él sobre los Cimbros, cuando supo que éste a los que intercedieron y rogaron por él no les respondió otra cosa sino “es preciso que muera”, se cerró en su cuarto y, encendiendo mucho carbón, murió sofocado.” (Plutarco, Mario, 44)

Los braseros mal apagados pudieron ser la causa de múltiples incendios declarados en las ciudades y en muchas viviendas de pisos (insulae), es posible, que llegara a prohibirse su uso.

La convaleciente, pintura de Alma Tadema

Los braseros eran piezas del mobiliario doméstico imprescindibles que no relegaban el elemento estético, pues en las excavaciones han aparecido algunos que están exquisitamente decorados con relieves que representan figuras mitológicas o divinidades y cuyas patas suelen estar cinceladas en forma de garra de felino. 

Brasero romano de bronce, Museos Vaticanos, foto de Samuel López

Como combustible para los braseros y los hornos que se utilizarían para alimentar el fuego que calentarían las estancias y los baños se empleaba la leña o el carbón vegetal,

“Una carta de Valeriano a Zosimión, procurador de Siria: «Hemos entregado al tribuno Claudio un hombre de origen ilirio, nuestra valiente y fidelísima quinta legión Marcia, pues él está por encima de los más valientes y leales veteranos. A éste le darás de nuestro tesoro particular las siguientes provisiones: … Mil libras de leña cada día, si hay abundancia de provisiones, en caso contrario, cuánto haya y dónde quiera que se encuentre, y cuatro braseros de carbón vegetal cada día. Un bañero y astillas para calentar el baño, pero si no hay, que utilice los años públicos.” (Historia Augusta, El divino Claudio, 14, 12)

Brasero romano, Museo del Ara Pacis, Roma

El término hipocaustum procede de otro término griego que significa “fuego por debajo”, y los romanos, ya desde el siglo II a.C. comenzaron a utilizarlo. Los hipocaustos solían abarcar toda la superficie de los pisos que calentaban, dispuestos inmediatamente encima de los desagües subterráneos y formando una cámara de aire continua entre los pisos de las estancias calefactadas.

“En el sudoeste están los baños, que están tan cerca de una boscosa colina que, si se corta la leña, los troncos se deslizarán casi por su propio peso, y llegarán casi hasta la misma boca del horno. En ese punto se encuentra el baño caliente, que es del mismo tamaño que la sala de ungüentos anexa, excepto por un ábside con una bañera semicircular; aquí el agua caliente circulando a presión por las sinuosas tuberías de plomo que agujerean la pared sale con un borboteo. La propia cámara está bien calentada desde debajo.” (Sidonio Apolinar, Epístolas, II, 2, 4)

Hipocausto bajo el mosaico de los gladiadores, Bad_Kreuznach, Alemania, foto de Carole Raddato

En el exterior del edificio se construía un horno (praefurnium) en el que se quemaba leña o carbón y los gases calientes derivados de la combustión se llevaban por canalizaciones situadas bajo el suelo hasta unas cámaras situadas bajo las estancias que se querían calentar. Los hornos, las galerías de servicio, los hipocaustos y las salidas de humo en los muros formaban un laberinto de espacios que canalizaban el calor y el aire a través de la masa del edificio.

“Todos estos oficios -replica Posidonio- los descubrió, por supuesto, el sabio, pero, siendo demasiado insignificantes para que éste se ocupara de ellos, los encomendó a operarios más humildes. Por el contrario, no han sido ideados por gente distinta de aquella que hoy mismo los practica. De algunos sabemos que han surgido precisamente en nuestro tiempo, como el uso de los cristales que transmiten la claridad de la luz mediante una lámina transparente, como los pavimentos abovedados en las salas de baños y la tubería incrustada en las paredes a través de la cual se distribuye el calor para que abrigue de modo uniforme tanto las estancias más bajas como las más altas.” (Séneca, Epístolas, 90, 25)

Praefurnium, Tegelberg, foto de Libellchen

El arquitecto se tenía que ocupar de la distribución uniforme del calor en unas zonas bien definidas y la regulación de la temperatura. La capacidad de los hornos de los hipocaustos se debía calibrar según la máxima superficie, tanto de piso como de muros que debería calentar. Debido a los límites de temperatura de los fuegos de leña y su relativa ineficacia en la dispersión del calor, la temperatura de las estancias se conseguía principalmente por la cantidad y posición de los hornos en vez de por su tamaño. Por lo tanto, las chimeneas y hornos debían estar situados de forma que distribuyesen los gases calientes a la mayor distancia posible sin que se disipase el calor inútilmente.

“No es improcedente, si hay abundancia de agua, que el cabeza de familia piense en la construcción de un baño, cosa interesantísima para la propia satisfacción y la higiene. Haremos, pues, el cuarto de baño en la parte donde vaya a haber calor, en un lugar protegido de la humedad para evitar que el vapor inherente a las calderas lo enfríe. Le pondremos ventanas del lado sur y del poniente invernal para que durante todo el día este alegre y claro al darle el sol.
Por lo que respecta a la planta de las salas de baños, se construirá así: primero se recubre el suelo con ladrillos de dos pies, inclinando sin embargo el pavimento hacia el horno, de modo que si se suelta una bola no se quede en el sitio, sino que ruede hacia la caldera; se logrará así que la llama al dirigirse hacia arriba pueda calentar antes la sala de baños. Sobre este pavimento constrúyanse pilares de arcilla, amasada con ladrillejos y pelo, a un pie y medio de distancia unas de otras y de dos pies y medio de altura. Por encima de estos pilares, colóquese dos ladrillos de dos pies, superpuestos, y échese sobre ellos un pavimento de mortero de ladrillo y luego, si se tienen medios, pónganse mármoles.”
(Paladio, Tratado de agricultura, I, 39, 1-2)

Termas romanas de Campo Valdés, Gijón, España,
foto de Samuel López

La construcción de la cámara de calor bajo el pavimento es el elemento más representativo del hypocaustum y podía hacerse de diversas formas, siendo la citada por Vitruvio la más conocida y en la que el piso elevado o suspensura, que presentaba un gran espesor y consistencia en algunas de las habitaciones de la casa romana, se construía sobre unos pilares, arcos de mampostería, pequeñas columnas monolíticas o piezas circulares.


Hipocausto del caldarium, termas de Perge, Turquía, foto Carlos Delgado; CC-BY-SA


La altura del hipocausto oscilaba entre 40 y 60 cm, según el número de ladrillos de los pilares situados debajo del suelo de la habitación. Se empleaban, generalmente, ladrillos o bien piedras rectangulares de unos 15 cm de lado y 4 o 5 cm de espesor. El espacio entre los pilares era de 30 cm. 

“Sobre el suelo colocaremos unos pilares de pequeños ladrillos de ocho pulgadas, teniendo en cuenta que se puedan intercalar en medio unas tejas de dos pies; la altura de los pilares será de dos pies. Los pilares estarán compuestos de arcilla amasada con pelo y sobre ellos colocaremos unas tejas de dos pies, que soportarán el pavimento.” (Vitruvio, De Arquitectura, V, 10, 2)

Hypocaustum, Chester, Reino Unido, foto Jeff Buck

En las habitaciones donde era necesario conseguir un calor más intenso, se utilizaba un tipo de calefacción vertical (concameratio), basada en la construcción de dobles paredes entre las que circulaba el aire caliente originado en el hypocaustum y evacuado, junto con gases y humos, a través de conductos que terminaban en chimeneas colocadas en las partes altas de los muros. 

Chimenea, Casa de Éfeso, Turquía


Varias fueron las formas de distribuir el aire por las paredes en las casas romanas. Una de ellas es la utilización de las llamadas tegulae mammatae, grandes baldosas cuadradas o cuadrangulares, con unas protuberancias cónicas dispuestas regularmente en una de sus caras y que se apoyan sobre la superficie de la pared de forma que quede un hueco entre esta y la cerámica. La sujeción se llevaba a cabo mediante clavos empotrados en el muro, y sobre el plano formado por las tegulae se colocan las capas de revestimiento que se creían convenientes. De esta forma se creaba una cavidad entre dos paredes verticales que actuaba como espacio de aireación. 

Tegula mammata

Según Vitruvio servían también para proporcionar aislamiento contra la humedad en paredes interiores.

“Si por razones de espacio no fuera posible levantar una doble pared, se abrirán unos canales y unos desagües hacia una zona que quede al aire libre. A continuación, colóquense unas tejas de dos pies de anchura sobre el borde del canal y por la otra parte se levantarán unos pilares con ladrillos de ocho pulgadas, donde puedan asentarse los ángulos o aristas de dos tejas, que disten de la pared no más de un palmo. Se asegurarán a la pared posteriormente unas tejas curvadas, en toda su verticalidad, desde la parte más baja hasta la parte superior; se untarán de pez por su parte interior, cuidadosamente, con el fin de que no penetre la humedad. Además, tanto en la parte inferior como en la parte superior, sobre la bóveda, deben tener también unos respiraderos.” (Vitruvio, De Arquitectura, VII, 4, 2)

No obstante, las complicaciones técnicas derivadas del escaso espacio que los salientes de las tegulae dejaban para la circulación del aire y de la propia inestabilidad de las piezas, debido a la escasa sujeción a los muros que proporcionaban dichos salientes, determinaron la introducción de sistemas alternativos, abandonándose el uso de este tipo de piezas, en torno a la época de los flavios.

Los tubuli latericii eran canalizaciones de cerámica de sección rectangular muy variable que eran ensambladas para construir conductos para el humo. Algunos modelos de tubuli estaban provistos de aberturas laterales para permitir el paso del aire caliente entre unos conductos y otros, evitando así el antiguo problema del retorno de los gases a la cámara del hipocausto. 

Tubulus

Los tubuli se disponían a lo largo de las paredes de la estancia calefactada, sobre el borde de la primera fila de ladrillos de la suspensura, por lo tanto, de sus dos aberturas la inferior se abría hacía el hipocausto y la superior hacía la chimenea. El aire caliente pasaba por los tubuli que se colocaban uno encima de otro y a su vez uno junto a otro. Las piezas eran fijadas a los muros de cierre de la sala mediante una capa de mortero y grapas metálicas en forma de T, lo que permitía también sujetar las piezas de dos en dos. 

Tubuli, villa de los Quintilios, Roma, foto de Samuel López

Posteriormente los conductos eran revestidos de una capa de mortero sobre la que se disponía una capa de estuco, pintura o placas de mármol. Este sistema, que era más difícil de encajar en la pared que las tegulae mammatae, parece haber sido el más utilizado en las termas del periodo imperial. 

“Que no se equivoca debes creerlo por el caso de los habitantes de Bayas, cuyos balnearios se calientan sin fuego. Se introduce un soplo de aire ardiente, procedente de un lugar muy caliente; éste, al deslizarse por los tubos, calienta las paredes y los recipientes del balneario, al igual que sucedería si se pusiera debajo fuego; en fin, que en su recorrido toda el agua fría pasa a caliente y no toma sabor del sistema calefactor porque discurre encerrada.” (Séneca, Cuestiones Naturales, III, 24)


Tubuli latericii y placas de mármol, termas de Ostia, Italia, foto de Samuel López

El sistema de calefacción parietal mediante clavi coctile consiste en la combinación de placas de ladrillo de dimensiones variables, y unos pequeños ejes de cerámica, de forma cilíndrica o troncocónica, realizados a torno y generalmente huecos, para aligerar peso, que en ocasiones presentan un extremo en forma de moldura. 

Las ventajas aportadas por este nuevo sistema de calefacción se traducen en la doble sujeción que proporcionan los clavi coctile, ya que este tipo de piezas se empotraban directamente en las paredes de la estancia por uno de sus extremos, asegurándose con argamasa, mientras que, por el otro, se fijaban con un gancho de hierro al muro maestro. 

Clavi coctile, termas de Mura de Llíria, Valencia, foto Llíria.org

La preferencia de este último sistema de calentamiento hacia finales del imperio puede haberse debido a su inferior coste por la menor cantidad de arcilla utilizada para su producción. Además, los tubos espaciadores no dejaban pasar tanto aire caliente como los tubuli por lo que se necesitaba quemar menos combustible y, también al no haber una capa de cemento entre el tubo (clavus) y el muro, el aire caliente se mantiene en contacto directo con la pared, con el resultado de que esta retiene el calor más tiempo ahorrando a su vez combustible.

“Rehuid los deleites, rehuid la enervante prosperidad, de la que se empapan los espíritus y, si no interviene algo que les recuerde su condición humana, se embotan como amodorrados en una borrachera sin final. A quien han defendido siempre del viento las vidrieras, cuyos pies se han calentado entre fomentos renovados de continuo, cuyos comedores ha templado un calor subterráneo y repartido por las paredes, a éste una ligera brisa no lo acariciará sin peligro.” (Séneca, Sobre la Providencia, 4, 9)

Hipocausto de Hogolo, Francia, foto silvertraveladvisor.com


Bibliografía 



https://www.academia.edu/37678437/MATERIALES_Y_METODOS DE_CONSTRUCCIÓN_EN_LA_ANTIGUA_ROMA; MATERIALES Y MÉTODOS DE CONSTRUCCIÓN EN LA ANTIGUA ROMA: OPUS ROMANUM; RAFAEL AGUSTÍ TORRES
https://www.academia.edu/26899295/WALL_HEATING_SYSTEMS_IN_ROMAN_ARCHITECTURE_AND_SPACER_TUBES_FOUND_IN_THE_PARION_SLOPE_STRUCTURE; WALL HEATING SYSTEMS IN ROMAN ARCHITECTURE AND ‘SPACER TUBES’ FOUND IN THE PARION SLOPE STRUCTURE; Vedat Keleş y Ersin Çelikbaş
https://digitum.um.es/digitum/handle/10201/65099; Thermae Hispaniae Citerioris. Las Termas del Puerto de Carthago Nova: Análisis Arquitectónico y Tipológico, e Inserción en el Contexto de la Arquitectura Termal Pública de Hispania Citerior; Marta Pavía Page
Development of Baths and Public Bathing during the Roman Republic; Fikret K. Yegül
https://docplayer.es/10224562-Algunos-materiales-romanos-utilizados-en-la-construccion-de-las-concamerationes.html; ALGUNOS MATERIALES ROMANOS UTILIZADOS EN LA CONSTRUCCION DE LAS CONCAMERATIONES; Rubí Sanz Gamo
https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/8008/43958_3.pdf?sequence=1; ~'LAS GLORIAS": DERIVACION DE LOS HIPOCAUSTOS ROMANOS; María Pía Timón Tiemblo.

Pulchra avis, pavos reales, faisanes y loros en la antigua Roma

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Mosaico con aves, foto de Christie´s

Las aves exóticas eran muy apreciadas por los romanos que las mantenían en cautividad o semi-libertad en los jardines de las grandes mansiones y en los parques públicos o privados.

“Y había aves, unas que buscaban su comida por los contornos
del vergel, habituadas a la mano del hombre al
ser domesticadas por mediación del alimento, y otras
que aún con libres alas jugueteaban alrededor de las
copas de los árboles. Las unas trinaban con sus cánticos
de pájaros, las otras relucían con el atavío de sus
alas. Y eran los alados cantores cigarras y golondrinas,
aquéllas con sus cantos al lecho de la Aurora,
éstas a la mesa de Tereo. Y las aves domesticadas,
pavos reales y cisnes y loros: el cisne, que buscaba su
pitanza en torno a los veneros de agua; el loro, que
pendía en una jaula de un árbol; el pavo, que arrastraba
su plumaje por entre las flores.”
(Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, I)


Mosaico de Daphne, Turquía, Museo del Louvre

El pavo real procede de la India y hasta el siglo II a.C. con la conquista romana de Grecia no empezó a introducirse en Italia y Occidente, donde se convirtió en una exótica mascota debido a su bello plumaje y su estridente chillido, para encontrar, en el siglo I a.C., su camino hasta las ostentosas cenas romanas para ser servido como un alimento de lujo.


Mosaico con pavo real, Itálica, España

En la antigüedad esta ave era muy valorada por el sabor de su carne y el contenido proteínico que los huevos podían aportar, donde Quinto Hortensio Hórtalo ingresó la costumbre de comerlas cuando hizo un gran festín luego de haber sido nombrado como sacerdote que podía practicar la adivinación. Seguido de esto, fue Marco Aufidio Lurco el que implementó mantenerlas en bandadas para facilitar el engorde del pavo real.

“El primero que en Roma mató un pavo real para comerlo fue el orador Hortensio en el banquete inaugural de su sacerdocio. El que implantó la costumbre de cebarlo fue Marco Aufidio Lurcón, en tomo a la última guerra contra los piratas, y de este negocio obtuvo unas ganancias de sesenta mil sestercios anuales.” (Plinio, Historia Natural, X, 43-45)


Mosaico con pavos reales, Siria, Museo Villa Getty, Estados Unidos

Varrón menciona que la cría del pavo real se había introducido recientemente en Roma y que se podía obtener gran beneficio con los pollos. Columela describe su cría y cuidado, afirmando que son más aptos los pavos para una villa aristocrática que para una granja modesta. Sugiere, además, que se criarían mejor en una isla en libertad, porque al no ser grandes voladores, no podrían escaparse.

“Y así se guardan con facilidad en islas pequeñas y cubiertas de bosques, como son las que están cerca de las costas de Italia: porque como no pueden volar muy alto ni muy largo, y por otra parte no hay temor de que las arrebaten los ladrones, ni los animales nocivos, vagan con seguridad sin guarda, y se adquieren la mayor parte de la comida.” (Columella, De Agricultura, VIII, 11)


Detalle de mosaico con pavo real, Museo Romano-Germánico de Colonia, Alemania

Claudio Eliano trata de la magnificencia de sus plumas y atribuye al ave las cualidades antropomórficas de vanidad y placer en ser admirado. También compara el ruido de su cola y el movimiento de su cabeza con la cresta con las armas y el casco de un guerrero. La belleza de su cola es asimismo comparable a las telas traídas de Oriente.

“El pavo real sabe que es la más bella de las aves y sabe en dónde reside su belleza; se enorgullece y ufana de ella y fía de sus plumas, que además de aumentar el ornato de su cuerpo, infunden terror a los extraños. En el verano le brindan cobijo propio no buscado ni solicitado. Y si por ventura quiere asustar a alguien, despliega las plumas de la cola, las sacude y produce un rumor que asusta a los circunstantes, como se asustarían con el estrépito que sale de las armas de un hoplita; levanta la cabeza y la menea con mucha presunción, como si menease un triple penacho... Se da cuenta de cuándo es objeto de alabanza, y, de la misma manera que un bello mancebo o una linda mujer despliega el encanto más valioso de su persona, así el pavo pone sus plumas en sucesión ordenada y se parece, entonces, a un prado florido o a un cuadro que resulta bello por lo abigarrado de los colores y que hace sudar a los pintores que quieren representar lo característico de su naturaleza. Y muestra su complacencia en exhibirse, al permitir que los circunstantes se sacien en su contemplación, y se contonea mostrando de industria la variedad de su plumaje, desplegando con el mayor orgullo un atavío superior al vestido de los medos y a los bordados de los persas.” (Claudio Eliano, Historia de los Animales, V, 21)


Detalle de Mosaico con pavo real extendiendo su cola, Vaison-la-romaine, Francia

Plinio añade que cuando el pavo real empieza la muda y pierde sus plumas se esconde con vergüenza.

“Cuando se le alaba, despliega sus colores propios de las piedras preciosas, sobre todo poniéndose al sol, porque así resplandecen con más brillo. A la vez, haciendo la rueda busca ciertos reflejos a la sombra para los otros colores, que también brillan más intensamente en la oscuridad, y amontona todos los ojos de las plumas, que le enorgullece que se admiren. Al perder la cola cada año con la caída de las hojas, busca vergonzoso y triste un escondrijo hasta que le renazca otra con la floración.” (Plinio, Historia Natural, X, 43)

Los pavos reales eran imágenes frecuentes en monedas romanas de emperatrices por las asociaciones divinas que encarnaban. Aunque no eran nativos de Italia se identificaron como aves sagradas de Juno, quizás por el mito de Argos, al que la diosa transformó en pavo real, sembrando sus cien ojos sobre su cola.

“Entre las ofrendas dignas de mención está un altar que tiene esculpida en relieve la legendaria boda de Hebe y Heracles; ésta es de plata, y de oro y piedras preciosas el pavo real que ofrendó el emperador Adriano, y lo ofrendó porque consideran a esta ave consagrada a Hera. Hay también una corona de oro y un peplo de púrpura, ofrendas éstas de Nerón.” (Pausanias, Descripción de Grecia, II, 17, 6)


Mosaico de Cirene, Libia

Se le otorgó el poder de conjurar el mal de ojo y la asimilación de sus ojos con las estrellas del firmamento le valieron para representar la inmortalidad celestial.

Las emperatrices de la época Flavia y sus sucesoras adoptaron el símbolo del pavo real para asociarse con Juno, esta ave además sirvió para indicar su apoteosis tras la muerte. Otras imágenes muestran a la emperatriz divinizada llevada al Olimpo por un pavo real. 


Moneda de Paulina, esposa de Maximino el Tracio

Existía una antigua creencia de que la piel del pavo real era incorruptible y permanecía sin descomponerse incluso después de la muerte. San Agustín puso a prueba esta teoría y quedó sorprendido por el tiempo que resistió, según desvela en La ciudad de Dios:

“Y ¿quién sino Dios, creador de todas las cosas, dio a la carne del pavo real muerto la prerrogativa de no pudrirse o corromperse? Lo cual, como me pareciese increíble cuando lo oí, sucedió que en la ciudad de Cartago nos pusieron a la mesa una ave de éstas cocida, y tomando una parte de la pechuga, la que me pareció, la mandé guardar; y habiéndola sacado y manifestado después de muchos días, en los cuales cualquiera otra carne cocida se hubiera corrompido, nada me ofendió el olor; volví a guardarla, y al cabo de más de treinta días la hallamos del mismo modo, y lo mismo pasado un año, a excepción de que en el bulto estaba disminuida, pues se advertía estar ya seca y enjuta.” (Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios, XXI, 4)


Columbario villa Doria Pamphili, Nuseo Arqueológico Nacional, Roma

Este extraño fenómeno llevó a muchas culturas del mundo antiguo a considerar al pavo real como un símbolo de inmortalidad y, en el caso de los cristianos, como un recordatorio del paraíso. Las plumas del pavo real, que se mudan anualmente para dar paso a plumas nuevas, solidificaban más la conexión y añadían el símbolo espiritual de la resurrección. 

Además, el patrón en forma de ojo en el plumaje del pavo real recordaba a los cristianos el ojo que todo lo ve de Dios.

Por estas razones los pavos reales se encontraban frecuentemente en las catacumbas e iglesias cristianas y se representaban de forma prominente en tumbas, como una alegoría perfecta de la vida eterna y la inmortalidad del alma.


Pintura de Henry Ryland

Por ello, algunos escritores satíricos criticaron que se sirviese en las mesas más por sus plumas que por la exquisitez de su carne, que no sobrepasaba a la de otras aves.

“Y, sin embargo, a duras penas podré disuadirte de que, si te
sirven un pavo, prefieras mimarte el gusto con él mejor que con una
gallina, corrompido como estás por las vanidades, porque aquella
ave rara se vende a precio de oro y despliega el colorido espectacular
de su cola; como si eso tuviera que ver con lo que
nos importa. ¿Te comes acaso esas plumas que tanto encareces?
¿Es que una vez guisado conserva la misma belleza? Con todo,
aunque en la carne no hay diferencia ninguna, admitamos que
prefieras ésta que aquélla, engañado por la distinta apariencia.”
(Horacio, Sátiras, II, 2)


Museo Villa Getty, Malibú, Estados Unidos

El faisán procedía de los bosques de Asia sudoriental aunque en Roma se decía que llegaba del río Fasis en Colquis (en la actual Georgia). Durante el imperio romano se introdujo en Italia, Germania y Britania, pero no era tan conocido por no poseer los rasgos antropomórficos del pavo. Sin embargo, era admirado por su apariencia llamativa, de cabeza verde púrpura, barbas rojas y larga cola rayada.

Aunque la cría del faisán parece remontar por lo menos al siglo II a. C., su inclusión junto a flamencos, pavos y pintadas en el culto a Calígula muestra que en la época era todavía un ave exótica.

“Creó asimismo un templo especial para su divinidad, y sacerdotes y víctimas rarísimas. En este templo se alzaba una imagen suya en oro, de tamaño natural, que cada día se cubría con una vestidura como la que él llevaba. Los ciudadanos más ricos se hacían sucesivamente con los cargos más altos de este sacerdocio mediante las mayores intrigas y las pujas más elevadas. Las víctimas eran flamencos, pavos reales, urogallos, pintadas y faisanes, que se inmolaban cada día por especies.” (Suetonio, Calígula, 22, 3)


Mosaico con faisanes, foto de Sotheby´s

Hacia finales del siglo I d.C. aparece como ave criada en granjas en Italia, como se intuye por la referencia de Marcial sobre la finca de Faustino.

“Anda a sus anchas toda la turbamulta del sórdido corral: los gansos, con sus graznidos, y los pavos reales, salpicados de gemas, y el ave que debe su nombre al rojo de sus plumas y las pintadas perdices y las gallinas de Numidia y el faisán de los impíos colcos. Los airosos gallos cubren a sus hembras de Rodas y los palomares resuenan a batir de alas de las palomas, zurean de este lado los pichones y del otro las tórtolas de color de cera.” (Marcial, Epigramas, III, 58) 




En la época de los Severos el faisán se servía en las mesas durante las celebraciones festivas como un alimento apreciado y posiblemente costoso.

“En los días de fiesta se servía un ganso, pero en las calendas de enero, en las fiestas de Cibeles, madre de los dioses, en los juegos en honor de Apolo, en el banquete sagrado en honor de Júpiter, en las Saturnales y en otras solemnidades similares ofrecían en su mesa un faisán, pero en alguna ocasión la invitación incluía dos faisanes, a los que se añadían dos pollos.” (Historia Augusta, Alejandro Severo, 37, 6)


Iglesia de los Apóstoles, Madaba, Jordania

Ya en el bajo Imperio la cría de faisanes se había hecho muy común y Paladio da indicaciones para su alimentación como anteriormente había hecho Columella.

“En la cría de faisanes procúrese disponer de faisanes nuevos para la reproducción, o sea de los que nacieron el año anterior, pues los viejos no pueden fecundar.” (Paladio, Tratado de Agricultura, I, 29)


Detalle de mosaico con faisán, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

En el Digesto de Justiniano existe una provisión de que, si aves como los faisanes se dejan en un testamento, sus cuidadores (phasianarii) no están incluidos en el legado.

“Cuando se dejen como legado, gansos, faisanes y pollos, además de pajareras los esclavos que los tienen a su cargo no se incluyen, a menos que el testador así lo especifique.” (Digesto, XXXII, 66)

El faisán fue representado en mosaicos romanos tardíos que se identifican por su forma y color, pero solo como figura decorativa, ya que no poseían ningún valor simbólico o religioso.




Los loros han sido valorados como mascotas exóticas y de entretenimiento desde la antigüedad por su belleza y su inteligencia además de por su notable capacidad para imitar la voz humana (aunque en libertad no imiten ningún otro sonido natural) y las fuentes más antiguas sitúan al loro como procedente de Oriente, especialmente de la India.

“La tierra de la India me engendró en sus rojas costas,
allá donde el blanco día regresa con el disco en llamas.
Aquí yo una vez criado entre divinos honores
cambié mi lengua extranjera por los sonidos del Lacio
Despacha ya, oh, Pean (Apolo) el de Delfos, a tus cisnes:
esta voz mía merece mejor dignificar tus templos.”
(Papagayo, Antología Latina, 691)


Mosaico con loro, Itálica, España

Su entrada en Europa no parece haberse producido antes de la época helenística y se sabe que los romanos sentían gran afición por los pájaros habladores como urracas y cuervos, por lo que cuando descubrieron al “pájaro indio” quedaron impresionados. Apuleyo señala que el habla del loro es más natural que la del cuervo.

“Desde luego, canta, o más bien, repite lo que ha aprendido de una manera tan semejante a nosotros, que, si se oyera su voz, se le tomaría por un hombre. En cambio, si se oyera a un cuervo, que intentara hacer lo mismo, se oiría graznar, pero no hablar.” (Apuleyo, Florida, XII)




Los loros se convirtieron en mascotas favoritas y fueron tema común en la literatura y el arte romanos. Los loros se regalaban a niños y amadas para su divertimento o eran capricho exclusivo de los ricos y poderosos a los que les gustaba la ostentación y que encargaban epitafios para sus adorados pájaros. Entre otros poetas Estacio dedica un poema al papagayo difunto de su mecenas Atedio Melior.

"Papagayo, rey de las aves, elocuente placer de tu amo, papagayo, hábil imitador de la lengua humana, ¿quién ha apagado tus murmullos con muerte tan repentina? Próximo a la muerte asististe con nosotros, desgraciado, al banquete de ayer, y te vimos picoteando los presentes de una mesa amable y vagando después de la media noche por nuestros lechos. Incluso, hablándonos, repetiste las palabras aprendidas. Pero, ayer cantarín, hoy guardas el eterno silencio del Leteo." (Estacio, Silvas, II, 4)




En el mismo poema se incluye la primera mención a una jaula ahora vacía, que anteriormente había albergado vida y que además refleja la riqueza del dueño del pájaro parlante.

¡Qué magnífica era tu mansión, refulgente de espléndida concha,
con su hilera de varillas de plata combinada con marfil
y su puerta que resonaba con elocuencia a tu pico,
y que ahora gime sola! Aquella feliz jaula ahora
está vacía…
(Silvas, 2, 4)


Museo del Antiguo Episcopado, Grenoble, Francia

Desde el momento mismo en que en Roma surge el poema de lamento por la muerte de un ave doméstica, aparece ya mención al Hades como destino del volátil. Ese Hades estaba poblado por aves piadosas que, en vida, acompañaron a los mortales y particularmente a los niños con su canto. 
En época de Trajano Plinio el joven relata que el hijo del poderoso Régulo jugaba durante su niñez con papagayos, ruiseñores y mirlos, aves que fueron quemadas en una hoguera acompañando su cadáver:

“El muchacho poseía muchos ponis de silla y de enganches, tenía también perros de todos los tamaños, tenía ruiseñores, papagayos y mirlos; a todos los sacrificó Régulo delante de la pira funeraria.” (Plinio, Epístolas, IV, 2)

Iglesia de los Apóstoles, Madaba, Jordania

Se trataba, sin duda, de una muestra del dolor, acorde con la categoría social de la familia, pero también de un rito funerario destinado a que las almas de dichas aves acompañaran a la del niño en el Más Allá para, una vez en el Hades, amenizarle allí como ya lo hicieron en vida.

Ovidio describe el Elíseo, donde no se admiten ni aves carnívoras ni rapaces, como destino de las aves buenas que acogen al papagayo de su amada, al que dedica un poético epitafio.

“A la falda del Elíseo se alza una selva de espesas
encinas; la tierra húmeda se ve tapizada siempre de
verde musgo, y si merecen crédito los cuentos de la
fábula, dicen que en aquel lugar de las aves
inocentes no son admitidas las carnívoras y rapaces.
Allí los cisnes inofensivos pacen a su sabor con el
fénix, la única inmortal de las aves; el pavón de Juno
despliega altivo su brillante plumaje, y la paloma
besa el pico de su ardiente esposo. Recibido por
ellos como un nuevo habitante de la selva, el
papagayo con su charla se atrae la benevolencia de
tan buenos amigos. Guarda sus huesos un túmulo
de grandeza proporcionada a tal cuerpo, y sobre
una pequeña losa se lee este breve epitafio:


«Comprendo por este sepulcro que supe agradar a
mi dueña, y tuve para hablarle más talento del que suelen las aves.»
(Ovidio, Amores, II, 6)



Fresco descubierto en Pompeya

La capacidad del ave para reproducir el lenguaje humano fascinaba a los científicos romanos, pero mientras algunos le otorgaban cierta medida de racionalidad, otros afirmaban que los loros en sus propios hábitats no aprendían a hablar. El proceso de enseñarles a hablar era conocido y existen testimonios de algunos métodos ciertamente violentos como golpearlos con una palmeta.

“Cuando se le enseña a imitar el lenguaje humano, se le golpea en la cabeza con una varilla de hierro, para que obedezca las órdenes de su maestro. Esta es su palmeta de estudiante.” (Apuleyo, Florida, XII)


Mosaico de Daphne, Turquía, Museo del Louvre, París

Apuleyo afirma que si un loro aprender a maldecir no se le puede entrenar a no repetir tales palabras así que la única alternativa es cortarles la lengua o devolverlos a su hábitat natural.

“Si se les enseña palabras injuriosas, proferirán insultos día y noche y alborotarán sin tregua con sus groserías: ésta es su única canción y el ave está convencida de que está cantando. Cuando ha agotado todo el repertorio de palabrotas que ha aprendido, repite de nuevo el mismo estribillo. Si quiere uno verse libre de su fastidioso estrépito, hay que cortarle la lengua o devolverlo cuanto antes a sus selvas.” (Apuleyo, Florida, XII)





Los loros se ven reflejados en mosaicos y pinturas volando en libertad, comiendo fruta o posados entre la flora. En un epigrama de Crinágoras del siglo I d.C. se puede ver que vivían en cautividad.

“Un papagayo, imitador de la voz humana, tras escapar de su jaula
de mimbre, huyó a los bosques batiendo sus floreadas alas y,
acostumbrada como estaba a saludar al glorioso César,
ni siquiera se olvidó de su nombre por los montes.
Ahora todos los pájaros, ágiles a la hora de aprender, rivalizan
por ver quién es el primero en saludar a la divinidad:
Orfeo hizo que las fieras le obedecieran en las montañas; ahora ante ti, César, toda ave pía sin que se le ordene.”
(Antología Palatina, Crinágoras, Epigrama 333 (IX, 562)



Detalle de mosaico, Museo de Pérgamo, Berlín

Una de las primeras y más logradas representaciones de la figura de un loro en el arte clásico es un panel de un mosaico del palacio de la dinastía atálida de Pérgamo lo que evidencia que era un tema referente ya desde época helenística.

Aunque la posesión de un loro era un signo de riqueza entre los romanos, su aparición en los mosaicos romanos puede ser la práctica frecuente de copiar diseños populares de mosaicos helenísticos, como el de las palomas bebiendo de una fuente, diseño original de Sosos de Pérgamo, que se reprodujo por todo el Mediterráneo con diferentes variedades de aves. Un famoso mosaico de Capua muestra dos loros y una paloma como variante de dicho tema.



Mosaico de Santa María in Vetere, Capua, Museo Arqueológico de Nápoles,
foto de Marie Lan Nguyen



Bibliografía:

https://www.academia.edu/40986990/AVES_EN_EL_ELÍSEO_ROMANO; Aves en el Elíseo romano, Santiago Montero Herrero
https://www.academia.edu/29376974/El_consumo_de_aves_en_la_Roma_de_Augusto_luxus_y_nefas; El consumo de aves en la Roma de Augusto: luxus y nefas; Santiago Montero Herrero
https://www.academia.edu/9251776/La_jaula_vacía._El_lamento_por_la_muerte_de_un_ave_doméstica_desde_la_antigüedad_hasta_el_Renacimiento_y_la_Ilustración; La jaula vacía.
El lamento por la muerte de un ave doméstica desde la Antigüedad hasta el Renacimiento y la Ilustración; Manuel Antonio Díaz Gito
The Culture of Animals in Antiquity: A Sourcebook with Commentaries; Sian Lewis y Lloyd Llewellyn-Jones; Google Books
Food in the Ancient World, Joan P. Alcock, Google Books








Bellum ad piratas, la guerra contra los piratas en la antigua Roma I

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Acuarela de Albert Sebille, Bibliothèque Des Arts Decoratifs, París


Los romanos consideraban el mar un elemento extraño, hostil y peligroso. Lo contemplaban como el fin de la tierra, a diferencia de los griegos que lo veían como una prolongación de su vida cotidiana. Por lo tanto, siendo el pueblo romano tan supersticioso, el inicio de una navegación solía acompañarse de ciertos rituales, y no era habitual embarcarse si existían malos augurios sobre la travesía.

“Iréis sin mí, Mesala, atravesando el mar Egeo. ¡Ojalá os acordéis de mí tú mismo y tu compaña! A mí me retiene Feacia, enfermo en tierras desconocidas. Aleja ya, negra Muerte, tus insaciables manos, aléjalas. Muerte horrible, te lo suplico: no está aquí mi madre para albergar en su triste regazo mis descarnados huesos ni mi hermana para derramar perfumes de Siria sobre mi ceniza y llorar con los cabellos sueltos ante mi tumba. Ni tampoco Delia, que, cuando me despidió de la ciudad, se cuenta que había consultado todos los dioses. Ella tomó por tres veces las suertes sagradas de un muchacho y, de cada una de las tres, el joven le respondió certeros augurios. Todos daban por seguro mi regreso; sin embargo, nunca quedó tan convencida como para no llorar y contrapesar mi partida. Yo mismo, como consuelo, a pesar de haber dado ya la orden, angustiado buscaba continuamente excusas que me retrasaran. Ponía como pretexto o las aves o los presagios funestos, que me retenía el día consagrado a Saturno ¡Oh, infinitas veces, dispuesto a comenzar el viaje, me dije que mi pie me había dado malos augurios por haber tropezado en la puerta! ¡Que nadie se atreva a marcharse sin el consentimiento de Amor o sepa que se marcha con la prohibición del dios!” (Tibulo, Elegías, I, 3)

No obstante, para los romanos el viaje por mar fue en multitud de ocasiones inevitable, debido a la dificultad en las rutas terrestres o, a la presencia de bandidos en las mismas; además, algunas relaciones comerciales sólo se podían establecer por vía marítima, y la expansión territorial pasaba por el control del mar, lo que obligó a aumentar la flota romana y a construir puertos para los navíos, como el de Ostia o el de Miseno entre otros.

Puerto romano de Ostia, Galería de Mapas, Museos Vaticanos, foto de Ken Trethewey

Uno de los elementos que tenía a su disposición cualquier individuo que se dispusiera a hacer un viaje por mar durante finales de la República y el Principado para disminuir la percepción del riesgo y hacer más atrayente la opción de emprender un viaje era la posesión de un amuleto mágico. Se atribuía a algunas piedras semi-preciosas ciertas propiedades mágicas que se recogían en una serie de tratados de época bizantina conocidos con el nombre de “lapidarios”. Se decía que el coral protegía contra los vientos, olas, mar tumultuoso, relámpagos, encantamientos, torbellinos, malos espíritus, piratas y accidentes nocturnos. 

Camafeo romano de coral
“(El coral) protege a las naciones que marchan a la terrible guerra, o a cualquiera que comience una larga travesía y lo lleve consigo, o a aquel que atraviese el divino mar en una sólida nave. Con él se evita la rápida lanza del guerrero Enialio (Ares), las emboscadas de los piratas asesinos y escapar del espumoso Nereo que levanta las olas” (Lapidario Órfico, 578-584).

Con el tiempo los romanos se convirtieron en los amos del Mediterráneo, pero el riesgo de la navegación persistía. La aprensión por los viajes marítimos puede reconocerse en el siguiente texto del Digesto

“Es legítimo hacer una donación `mortis causa’ no solo cuando una persona se ve obligada a hacerlo por mala salud, sino también por el peligro de muerte inminente, bien a manos de enemigos, ladrones; por la crueldad u odio de algún poderoso, o cuando alguien va a emprender un viaje por mar.”(Digesto, XXXIX, 6, 3)

Los piratas eran considerados por los romanos delincuentes que actuaban fuera del ámbito de la sociedad romana y que formaban parte de una comunidad propia, con sus propias leyes y que se organizaban de manera estratificada y jerárquica, sin acatar las leyes romanas. Conformaban sociedades saqueadoras que atacaban a cualquiera a quien pudieran arrebatar sus posesiones. Así actuarían, por ejemplo, los piratas Ilirios antes de nuestra era y los sajones de la antigüedad tardía. 


“Tras el territorio de los sindos y de Gorgipia, siguiendo por el mar, viene la costa de los aqueos, zigos, y los heníocos, casi toda ella carente de puertos y montañosa, pues forma parte del Cáucaso. Viven de la piratería en el mar y tienen barcas pequeñas, ligeras y estrechas, que sólo admiten veinticinco hombres y rara vez son capaces de acoger a treinta en total. Los griegos las llaman kamárai… Así pues, a base de equipar flotas de kamárai y de abordar unas veces a las naves de carga y otras algún territorio o incluso una ciudad, se han hecho dueños del mar. A veces los ayudan los dinastas del Bósforo proporcionándoles fondeaderos, un lugar de mercado y una posibilidad de venta de los objetos saqueados; y cuando vuelven a su propia tierra, como no tienen donde permanecer varados, poniéndose sobre los hombros las kamárai, las suben a los bosques en los que viven arando una mísera tierra y las vuelven a bajar cuando llega el momento adecuado para navegar. Y lo mismo hacen en tierras ajenas, pues conocen regiones boscosas en las que, después de esconder las kamárai, vagan a pie noche y día para hacer esclavos. Sin embargo, a los que capturan los dejan de buen grado en libertad a cambio de un rescate, informando a los que están desolados por la pérdida una vez que ya han zarpado. En los lugares con una dinastía local hay alguna ayuda por parte de los gobernantes hacia quienes han sufrido daños, pues muchas veces contraatacan y traen de vuelta las kamárai con todos sus hombres. En cambio, el territorio dominado por los romanos está bastante desasistido a causa de la negligencia de los gobernadores allí enviados. (Estrabón, Geografía, XXI, 2, 12)

Istmo de Corinto. Ilustración de H. M. Herget. © National Geographic Society/Corbis

La organización de los grupos de piratas estaría basada en la redistribución de los bienes obtenidos entre todos los miembros de la comunidad. El líder, elegido por su valor guerrero, debería ser capaz de garantizar a la comunidad el éxito en el saqueo y la distribución igualitaria de los rendimientos del mismo, conservando para sí mismo lo que considerase oportuno.

“—Camaradas de armas, conocéis de siempre mis sentimientos hacia vosotros. Pues yo, como sabéis, hijo de un sacerdote de Menfis; que perdí mi dignidad sacerdotal al retirarse mi padre, a causa de los delitos y el robo de mi hermano menor; que me refugié aquí con vosotros con la intención de vengarme y recuperar mis privilegios; y a quien vosotros habéis juzgado digno de ser vuestro caudillo; yo, pues, hasta la fecha, desde que vivo con vosotros, nunca me he atribuido mayor cantidad en el botín que los demás: si se trataba de la distribución de riquezas materiales, me complacía con un reparto a partes iguales; si se trataba de la venta de unos presos, ponía el importe a disposición de la comunidad. Y esto lo he hecho por considerar que el jefe bueno y auténtico debe correr el mayor riesgo en la acción, pero en cambio contentarse con una parte igual en los resultados.” (Heliodoro, Etiópicas, I, 19, 4)

Ilustración de Heinrich Leutemann

El jefe de los piratas, por tanto, debería ser el que más y mejor robe para poner el botín a disposición de toda la banda, la cual actuaría como un solo hombre siguiendo sus órdenes, pero podría encontrar la oposición de alguno de sus hombres, si este creía que su actuación, más valerosa o esforzada, era digna de un mayor reconocimiento.

“— ¿Y a mí, por qué no se me ha dado ya la recompensa, por haber sido el primero en abordar el barco?
—Porque — contestó Traquino— no la has pedido. Tampoco, por otro lado, se ha hecho todavía la distribución del botín.
—-Bien — replicó—-; entonces reclamo a la cautiva.
—Excepto a ella —advirtió Traquino—, coge lo que quieras.
— Estás violando entonces —le interrumpió Peloro— la ley pirata, que asigna el privilegio de una elección libre a quien haya abordado el primero una nave enemiga, y a quien haya entrado en combate antes que nadie.
—No es que esté quebrantando esa ley — respondió Traquino—, mi buen amigo; por el contrario, me estoy valiendo de esa otra que ordena a los subordinados ceder ante sus jefes. La pasión por esa muchacha me domina, y quiero casarme con ella; lo justo es que yo tenga la preferencia. Y tú, si no haces lo que se te manda, no tardarás mucho en lamentarlo, y esta copa que tengo te dará tu merecido.
— ¿Estáis viendo — exclamó Peloro, volviendo la vista hacia los presentes— la recompensa de mis esfuerzos? ¡Así también a cada uno de vosotros se os privará algún día de vuestra recompensa y sufriréis en vuestra carne esa tiránica ley!”
(Heliodoro, Etiópicas, V, 31, 3-4)

Pintura de Edwin Longsdale Long

La piratería en el Occidente romano puede haber tenido que ver con las disputas entre etruscos, griegos y púnicos por el control del Mediterráneo, que tendrían una motivación de base esencialmente económica con el objetivo de monopolizar las actividades pesqueras y comerciales en la zona.

En la mitología griega, el dios Dionisos es raptado por los mismos piratas etruscos que él ha contratado para su viaje y que quieren venderlo. Él los convierte en delfines con lo que los hombres conocen su divinidad y comienzan a venerarlo.

“Queriendo ser transportado de Icena e Naxos, alquiló una trirreme de piratas tirrenos, que embarcándolo costearon Naxos y se lanzaron rumbo a Asia con la idea de venderlo. Pero él transformó el mástil y los remos en serpientes y llenó el casco de hiedra y clamor de flautas: entonces aquellos se volvieron locos y huyeron por el mar convirtiéndose en delfines. Así los hombres comprendieron que él era un dios y lo veneraron.” (Apolodoro, Biblioteca Mitológica, III, V 2-3)

Detalle de Mosaico, Museo del Bardo, Túnez, foto de Giorces

Durante la época en que los romanos dominaban el Mediterráneo las rapiñas excesivas ejercidas por los publicani (recaudadores de impuestos) en algunas regiones del Mediterráneo, así como la insoportable presión fiscal causaron en muchas poblaciones un sentimiento de rechazo hacia lo romano. Esta situación se vería agravada notablemente con el caos que trajeron las continuas guerras libradas por Roma contra sus enemigos, fundamentalmente en Oriente, donde el fenómeno de la piratería cilicia alcanzará niveles preocupantes. La carencia en muchas zonas del Mediterráneo de un espacio urbano que facilitase el desarrollo de un modo de vida estable basado en la agricultura y el comercio, condenaba a estas gentes a lanzarse al mar. El pirata recurre a esa actividad por necesidad y para poder vivir al carecer de otra alternativa.

“A un grado tan grande de desgracia llegó esta guerra para los romanos e italianos todos, y también para la totalidad de los pueblos de allende Italia, en parte devastados por la guerra con los piratas, Mitrídates y Sila, y en parte esquilmados con muchos tributos debido a que el tesoro público estaba exhausto por causa de las revueltas civiles. Todos los pueblos y reyes aliados, y las ciudades, no solo aquellas que eran estipendiarias, sino también las federadas que se habían entregado voluntariamente a los romanos y aquellas que, en virtud de alguna alianza u otro mérito, eran autónomas y estaban libres de tributos, todas, entonces, fueron obligadas a pagar tributos y obedecer, y algunas fueron despojadas de territorios y puertos que les habían sido entregados bajo tratado.” (Apiano, Guerras Civiles, 102)

Puerto de Marsella, serie Voyages d´Alix

El Mediterráneo ha sido tradicionalmente un mar de piratas, ya que su abrupta orografía, salpicada de numerosas islas, orillas pedregosas y costas intrincadas que favorecían el refugio y la proliferación de actividades piráticas. La cercanía en prácticamente todo el Mediterráneo de las montañas al mar generaba en algunas zonas una importante escasez de tierras fértiles que obligaba a no pocas poblaciones a lanzarse al mar para sobrevivir en épocas de carestía.

“Había, en efecto, un tal Terón, hombre perverso, que navegaba por el mar con intención injusta, y tenía un equipo de ladrones que se mantenían anclados al acecho contra los puertos, con pretexto de dedicarse al transporte, componiendo una banda de piratas.” (Caritón de Afrodisias, Quereas y Calirroe, I, 7)

https://pinturasdeguerra.tumblr.com/

Las gentes dedicadas a la piratería tenían un profundo conocimiento del mar, por lo que sabían moverse y maniobrar en él con absoluta rapidez. Precisamente será este elemento, la rapidez, la característica principal del modo de proceder de los piratas. Su actuación a bordo de flotillas pequeñas y naves ligeras como la liburna los hacían sumamente operativos para ataques por sorpresa y rápidas huidas. En este sentido, las calas, bajíos, farallones y costas rocosas del Mediterráneo, en particular en su parte oriental, daban grandes facilidades para espiar, atacar por sorpresa y escapar rápidamente. Generalmente los piratas rehuían el enfrentamiento a campo abierto. Su elemento clave era la sorpresa. 

“La víspera del sacrificio estábamos sentados junto al mar llenos de aflicción y cavilando sobre ello. Algunos de los bandidos avistan una nave que había perdido su rumbo y la atacan. Los del barco caen en la cuenta de con quiénes han tropezado y tratan de virar en redondo, pero, como los piratas les ganan por la mano alcanzándolos, recurren a defenderse. Precisamente había entre ellos uno de esos que recitan en los teatros los textos de Homero. Éste se armó con el equipo homérico, pertrechó también así a sus acompañantes y se dispusieron a la lucha. A los primeros asaltantes se les enfrentaron vigorosamente, pero, al arribar más barcas con piratas, terminan por hundirles la nave y exterminar a los hombres que cayeron al agua.” (Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, III, 20)

La aparición de una nave pirata causaría pavor a los tripulantes y viajeros de las naves que surcaban el mar, los cuales se sentirían demasiados aterrorizados por el aspecto del barco y de sus ocupantes y posiblemente incapaces en la mayoría de casos de hacerles frente.

“La nave pirata presenta un aspecto guerrero con sus orejones de proa y su espolón, y a bordo hay garfios de abordaje, lanzas y picas de punta ganchuda. Para impresionar a cuantos se crucen en su camino y para ofrecer una apariencia más salvaje, el barco está pintado de colores brillantes y su proa parece mirar con ojos amenazadores, mientras que la popa se yergue esbelta en forma de media luna, como la cola de un pez”. (Filostrato, Imágenes, I, 19)

Mosaico con trirreme romana, Museo de Cartago, Túnez, foto de Mathiasrex

En primer lugar, existían los abordajes y saqueos en plena navegación, fundamentalmente destinados al secuestro de personas, bien para venderlas como esclavos, bien para exigir un rescate. Mucho más rentables serían los ataques y saqueos a las poblaciones costeras. El enemigo caía por sorpresa, capturaba todo el botín – humano y material – que fuera posible y se hacía rápidamente a la mar, incluso los templos y santuarios sufrían saqueos.

“Sus músicas, sus cantos, sus festines en todas las costas, los robos de personas principales y los rescates de las ciudades entradas por fuerza eran el oprobio del imperio romano. Las naves piratas eran más de mil, y cuatrocientas las ciudades que habían tomado. Habíanse atrevido a saquear de los templos, mirados antes como asilos inviolables, el Clario, el Didimeo, el de Samotracia, el templo de Démeter Ctonia en Hermíona, el de Asclepio en Epidauro, los de Posidón en el Istmo, en Ténaro y en Calauria; los de Apolo en Accio y en Léucade, y de Hera el de Samos, el de Argos y el de Lacinio. (Plutarco, Pompeyo, XXIV)

Los piratas venden su botín. Pintura de Henryk  Siemiradzki

Los piratas solían operar en el mar, si era posible lejos de los puertos, de donde podía venir ayuda. Sin embargo, realizaban también incursiones en tierra firme, si bien evitaban adentrarse demasiado para no alejarse de sus barcos, su medio de escape. Solían atacar cuando el mar estaba totalmente en calma, pues en estas condiciones una nave difícilmente podía maniobrar y escapar, o tras un naufragio, aprovechando el caos y la debilidad de los ocupantes del navío siniestrado. 

“Los piratas se acercaron y se colocaron a nuestro flanco, intentando adueñarse de la nave sin derramamiento de sangre. Describiendo círculos alrededor de nosotros, sin comenzar aún el ataque, nos impedían avanzar en cualquier dirección y actuaban igual que si hubieran puesto sitio a una ciudad, o como si se esforzaran por tomar la nave mediante capitulación.” (Heliodoro, Etiópicas, V, 24, 4)

Obviamente, los individuos con posición y riqueza eran las víctimas favoritas, pues a parte del botín suponían una recompensa por su liberación. Sin embargo, nadie estaba seguro y a los más pobres se les arrebataban sus pocos bienes y se les podía vender como esclavos. 

“Mientras ella se entregaba a tales lamentaciones, los piratas pasaban de largo, costeándolas, islas pequeñas y sus ciudades. Pues no era su carga propia de pobres, sino que buscaban hombres ricos.” (Caritón de Afrodisias, Quereas y Calirroe, I, 11, 4)


Los piratas gozaban de una imagen negativa como individuos fuera de la ley, ajenos a la comunidad, y percibidos como peligrosos y una amenaza a erradicar. 

“Es poco creíble que los piratas refrenaran su lujuria, embrutecidos como están por toda clase de crueldades, ellos, que se toman a broma el bien y el mal, que van saqueando tierras y mares, que se dedican, arma en mano, a asaltar la propiedad ajena; a esos hombres, crueles ya sólo de aspecto y acostumbrados a la sangre humana, que siempre van blandiendo grilletes y cadenas, pesada carga para sus prisioneros, ¿fuiste tú capaz de impedirles que te violaran? Para ellos, en medio de crímenes mucho peores, violar a una virgen es de lo más inocente.” (Séneca, Controversias, I, 2, 8)

Ilustración de Anton Batov

La piratería no fue considerada siempre como un problema, al menos por un notable colectivo de personas que estaban vinculados al sector financiero y de los negocios, que verían en la piratería una actividad sumamente lucrativa y facilitarían en muchos casos la infraestructura necesaria para esta actividad. Una cita de Plutarco pone de manifiesto estos hechos:

“Hombres ya poderosos por sus riquezas, de linaje ilustre y considerados superiores por su inteligencia, entraron en las bandas de piratas y participaron en sus empresas.”
(Plutarco Pompeyo, XXIV, 3)

El comercio de esclavos demuestra que, a pesar de la connotación negativa que para Roma tenía el fenómeno pirático, este también aportaba, sobre todo a sus élites económicas, importantes beneficios. La esclavitud era una mano de obra esencial para Roma a raíz de los cambios económicos operados a lo largo del siglo II a.C. y los piratas, especialmente los cilicios, actuaron como grandes suministradores de esclavos, aunque para para introducirlos en el mercado la única opción era entrar en contacto con los mercaderes de esclavos que manejaban el tráfico.

“Pero de noche, unos piratas frigios que descendían a lo largo de la costa prendieron fuego al trirreme, y a la mayoría los degollaron, pero a mí y a Policarmo, encadenándonos, nos vendieron en Caria.” (Caritón de Afrodisias, Quereas y Calirroe, VIII, 8, 1)

Piratas Ilirios, Ilustración de la Historia de las Naciones de Hutchinson

Frente a la actividad legítima y legal de los mercaderes de esclavos que actuaban en tiempos de guerra amparados por la autoridad militar, los piratas, al ser considerados como «fuera de la ley», quedaban desprovistos de legitimidad en sus acciones y los hombres libres capturados por ellos conservaban su libertad, algo que no ocurría con un prisionero de guerra que, automáticamente, perdía su condición de ciudadano y pasaba a formar parte del componente humano del botín.

En el mundo del comercio de esclavos la posición central la ocupaba la isla de Delos, que tenía para Roma, por su estratégica posición en el Egeo, un papel esencial como centro redistribuidor de mercancías orientales hacia Italia. Roma declaró a la ciudad puerto franco quizás como competencia al gran centro comercial de Rodas, lo que convirtió a la isla en el principal mercado de esclavos del Mediterráneo durante el siglo II a.C. El crecimiento de Delos y las posibilidades económicas que dicho puerto ofrecía atrajeron a la zona a un gran número de comerciantes itálicos, lo que explicaría la permisividad de Roma con respecto a los piratas en esos momentos.

“La exportación de esclavos sobre todo era lo que los incitaba a los actos delictivos, pues se producía con ello una gran ganancia y no sólo eran fáciles de capturar, sino que además había un mercado grande y rico no demasiado lejos, el de Delos, capaz de recibir y despachar en un mismo día miles de esclavos, hasta el punto de que surgió por ello un dicho: «mercader, desembarca, descarga, todo se ha vendido». Causa de ello es que los romanos, que se hicieron ricos tras la destrucción de Cartago y de Corinto, usaban muchos esclavos y los piratas, percatándose de la facilidad de la ganancia, florecieron en masa dedicándose ellos mismos a la piratería y además comerciando con los esclavos.” (Estrabón, Geografía, XIV, 5, 2)

Relieve con esclavos prisioneros de Esmirna, Turquía,
Museo Ashmolean, Oxford, foto de Carole Raddato

No obstante, en la última etapa de la República la isla de Delos, debido fundamentalmente a la intervención romana en contra de la piratería, rebajó su actividad hasta llegar a un periodo de clara decadencia.

Los piratas, bien organizados, consideraban más rentable abastecer de esclavos a las ciudades de la región y contar con su colaboración que atacarlas y saquearlas, lo que vislumbraría la existencia, al igual que en Delos, de comerciantes directamente asociados a los piratas en virtud de intereses económicos comunes, mientras las autoridades locales cerraban los ojos ante tal comercio.

“Casualmente habían estado anclados junto a ellos en Rodas unos piratas, fenicios de linaje, en un gran trirreme.
Echaron el ancla como si llevaran mercancías, y eran muchos y valientes. Estos se informaron de que en la nave había oro y plata y muchos esclavos de alto precio. En consecuencia, decidieron atacarla y matar a los que les opusieran resistencia y a los demás llevarlos a Fenicia para venderlos junto con las riquezas. Los despreciaban, considerándolos incapaces de luchar contra ellos.
El jefe de los piratas se llamaba Corimbo, hombre joven, de gran altura y mirada terrible. Llevaba los cabellos largos y sucios.
Después que los piratas hubieron decidido esto, primero navegaron tranquilamente junto al navío de Habrócomes, y finalmente (era alrededor del mediodía, y todos los de la nave estaban acostados, por obra del vino o la pereza, dormidos los unos, otros sin fuerza) fueron contra ellos los hombres de Corimbo maniobrando con la nave (pues era un trirreme) con gran rapidez.
Y cuando estaban cerca, saltaron a la nave armados, con las espadas desnudas. Y entonces unos se arrojaron a sí mismos por la sorpresa al mar y perecieron, y otros, que quisieron defenderse, fueron degollados.”
(Jenofonte de Éfeso, Efesíacas, I, 13, 1-4)

Barco romano, ilustración de joaoMachay

Hacia el 231 a.C. el rey de Iliria murió y su viuda, Teuta, se hizo con el gobierno del reino hasta que su hijastro tuviese edad para reinar. La reina permitió que los piratas surcaran los mares con total libertad, ya que en su país la piratería no era ilegal. los piratas ilirios se hicieron ampliamente conocidos y temidos por robar y saquear barcos mercantes, principalmente romanos, por lo que Roma envió dos embajadores para convencerla de que apartara a sus barcos piratas de las rutas comerciales romanas. Cuando llegaron allí, Teuta se negó, diciendo que los piratas no habían infringido ninguna ley y que ella no iba a cambiar las leyes para satisfacer a los comerciantes romanos. Además, sintiéndose insultada ordenó que se les incautaran los barcos a los embajadores, y mató a uno y mantuvo prisionero al otro. 

“Ya en tiempos anteriores los ilirios molestaban sin causa a los navegantes procedentes de Italia. En aquella época en que asediaban Fénice, muchos se separaban de la flota; a un tiempo saqueaban a unos comerciantes italianos, degollaban a otros y, a no pocos, los cogían vivos y se los llevaban. Hasta entonces los romanos habían hecho poco caso de los que acusaban a los ilirios, pero en vista de que iban llegando más quejas al senado, enviaron legados a Iliria, en calidad de inspectores, acerca de aquellas acusaciones, a Cayo y Lucio Coruncanio. Cuando llegaron a ella los esquifes procedentes del Epiro, Teuta, admirada por la cantidad y belleza del botín transportado, pues por aquel entonces Fénice aventajaba mucho en prosperidad a las ciudades restantes del Epiro, se reafirmó doblemente en su propósito de maltratar a los griegos. Sin embargo, primero se contuvo por ciertos conflictos internos. Pero reducidos pronto los ilirios que se habían sublevado, puso asedio a la ciudad de Isa, que era la única que no se le había sometido. Y fue precisamente en aquel momento que se presentaron los legados romanos. Se les concedió una audiencia, y hablaron de las injusticias que se habían cometido contra ellos. Durante toda la entrevista Teuta les escuchó de modo desdeñoso y altanero. Concluido el parlamento de los romanos, les manifestó que, de nación a nación, procuraría que a los romanos no les sucediera nada injusto de parte de los ilirios, pero que en lo que se refería a los ciudadanos particulares, no era legal que los reyes impidieran a los ilirios sacar provecho del mar. El más joven de los legados romanos, indignado por lo que allí se había dicho, exclamó con una franqueza natural, pero en modo alguno oportuna:
Los romanos, oh Teuta, tienen la bellísima costumbre de castigar públicamente los crímenes privados y de socorrer a las víctimas de la injusticia. De manera que, si un dios lo quiere, intentaremos rápida e inexorablemente obligarte a enderezar las normas reales respecto a los ilirios. Ella recibió esta franqueza con un coraje mujeril e irracional. Se enfureció hasta tal punto ante lo que había oído, que menospreciando las normas promulgadas entre los hombres, cuando los romanos ya partían, mandó a unos sicarios que asesinaran al legado que había hablado con tanta libertad. Llegó a Roma noticia de lo sucedido, y los romanos, irritados por el crimen de aquella mujer, se dispusieron al punto; alistaron un ejército y concentraron una flota.” (Polibio, Historias, II, 8, 2-12)

Mapa de la antigua Iliria

Cuando el Senado romano se enteró de la muerte de su embajador, Roma declaró la guerra a Iliria y en el año 229 a.C. envió una flota de 200 barcos y alrededor de 20,000 soldados. El poder militar de Roma venció a las fuerzas ilirias y para el 228 a.C., Roma controlaba ya toda la costa de Iliria. Teuta se rindió a Roma en el 227 a.C., y fue obligada a pagar tributo, aunque se le permitió seguir gobernando en una región mucho más pequeña, por lo que decidió dejar el trono, según parece. 

“Al llegar la primavera Teuta envió una legación a los romanos y establece un pacto con ellos, en el que consiente en abonar los tributos que se le impongan, en retirarse de toda la Iliria, a excepción de unos pocos lugares, y —lo que más interesaba a los griegos— en no navegar hacia el sur del Lisos con más de dos esquifes, y éstos desarmados.” (Polibio, Historias, II, 12, 3)

Reina Teuta de Iliria, foto de Kaloresi, flickr (recortada)

Roma tenía muchas rutas comerciales importantes a lo largo del Mediterráneo oriental entre Grecia e Italia, y los mercaderes romanos eran constantemente amenazados por los piratas que asaltaban sus barcos y robaban sus bienes. Las quejas de los comerciantes llegaron al Senado romano hasta que ya no pudieron ser ignoradas.

Según Estrabón la piratería en Cilicia se inició cuando un tal Diodotus Tryphon lideró una revuelta contra los seléucidas alrededor del 140 a.C. y estableció su base en Coracesium en la Cilicia Traquea. El rebelde animó a los cilicios a emprender ataques piráticos que no finalizaron hasta que fueron derrotados, siendo favorecidos por el declive del gobierno seléucida. Los reyes ptolemaicos de Egipto y Chipre hicieron poco por frenar a los cilicios cuando vieron a sus enemigos debilitados por los ataques de los piratas, y los rodios, aunque hubiesen querido ayudar poco podían hacer, al haber ya desaparecido su anterior poder marítimo.

Los cilicios rompieron con la tradición pirática en el Mediterráneo Oriental, donde los archipiratas, jefes de auténticas flotas de barcos piratas actuaban al servicio de los estados durante los siglos III y II a.C. A causa de las guerras mitridáticas, los piratas se convertirían en una fuerza casi militar, que actuaba mayoritariamente por libre, estableciendo una serie de “colonias piráticas” por toda la costa mediterránea, que estarían regidas por tiranos, al igual que lo estaban las ciudades principales de Cilicia y Panfilia. 

“Pues estando el lugar naturalmente dotado para la piratería tanto por tierra como por mar (por tierra dado el tamaño de las montañas y de las tribus que había detrás de ellas, que tenían llanuras y tierras de cultivo grandes y fáciles de saquear, y por mar debido a la riqueza en madera para la construcción naval y también en puertos, fortalezas y calas), consideraron con vistas a todo esto que era mejor que el lugar estuviera gobernado por reyes que por los legados romanos enviados para administrar justicia, que ni iban a estar allí siempre ni con una fuerza armada.” (Estrabón, Geografía, XIV, 5, 5)

Mapa del Mediterráneo y de Asia menor en la antigüedad

La negligencia de los romanos permitió a la piratería alcanzar niveles insospechados, lo que generó un escenario de desorden, violencia y anarquía. Los piratas con su presencia interferían constantemente las comunicaciones marítimas y el comercio, además de suponer una alteración del orden y de la forma de vida defendida por la República.

“El poder de los piratas, que comenzó primero en la Cilicia, teniendo un principio extraño y oscuro, adquirió bríos y osadía en la Guerra Mitridática, empleado por el rey en lo que hubo menester. Después, cuando los Romanos, con sus guerras civiles, se vinieron todos a las puertas de Roma, dejando el mar sin guardia ni custodia alguna, poco a poco se extendieron e hicieron progresos; de manera que ya no sólo eran molestos a los navegantes, sino que se atrevieron a las islas y ciudades litorales. Entonces, ya hombres poderosos por su caudal, ilustres en su origen y señalados por su prudencia, se entregaron a la piratería y quisieron sacar ganancia de ella, pareciéndoles ejercicio que llevaba consigo cierta gloria y vanidad. Se formaron en muchas partes apostaderos de piratas, y torres y vigías defendidas con murallas, y las armadas corrían los mares, no sólo bien equipadas con tripulaciones alentadas y valientes, con pilotos hábiles y con naves ligeras y prontas para aquel servicio, sino tales que más que lo terrible de ellas incomodaba lo soberbio y altanero, que se demostraba en los astiles dorados de popa, en las cortinas de púrpura y en las palas plateadas de los remos, como que hacían gala y se gloriaban de sus latrocinios.” (Plutarco, Pompeyo, XXIV)

Las ciudades costeras del Mediterráneo oriental, en Grecia y Asia Menor se veían constantemente asediadas por ataques de piratas buscando capturar a sus pobladores para venderlos como esclavos. Estos piratas operaban bien de forma independiente, en un pequeño grupo, o bien bajo la protección de algunos de los reyes de las ciudades-estado que existían por esa zona. 

Puerto de Delos. Ilustración de H. M. Herget. © National Geographic Society/Corbis

Una inscripción de la segunda mitad del siglo II a.C. realizada por orden del demos de Siros (Cícladas griegas) describe los honores concedidos (entre ellos una corona de oro) a un ciudadano de Sifnos (Cícladas griegas) por su ayuda a un esclavo y su comportamiento con la ciudad ante un posible ataque pirata.

“Hace algún tiempo hubo noticias de que muchos barcos criminales iban a atacarnos en el campo y en la ciudad en busca de personas para capturar y por las que pedir rescate, y se produjo un gran revuelo en la ciudad cuando se anunció que habían ondeado en el territorio de los Sifnios, y por ello los de Siros eligieron a un hombre para ir a Sifnos, Ctesicles, por la noche, entonces Onesandros, queriendo demostrar su buena voluntad hacia el demos, cuando supo por Ctesicles lo que se ha dicho, le acogió con amabilidad y pagó a Ecfantos para que fuera a Sifnos, con otros jóvenes, para explorar y averiguar si las noticias eran ciertas,… Igualmente, los esclavos raptados por los piratas, Noumenios y Botrys, fueron llevados a Escatia y los piratas tomaron puerto en la isla enfrente de Sifnos. Uno de ellos, Noumenios, se escapó nadando de los piratas, y Onesandros le recibió, habiendo averiguado que era de Siros, y lo alimentó por un tiempo, lo vistió y lo envió a nuestra ciudad a su costa.”(IG XII 5.653, adaptada)

El inevitable choque de intereses entre los piratas y los comerciantes, cuyo principal volumen de actividad radicaba en la provincia de Asia, va a suponer el fin de la tolerancia romana. 

Mosaico de Ostia, Italia. Foto de Samuel López

La actividad pirática tuvo consecuencias relevantes en la actividad comercial romana, tanto en el tránsito de mercancías como de personas por lo que Roma decidió emprender acciones en defensa de los intereses de sus comerciantes, ya que una de las repercusiones de la actuación pirática fue la interrupción del comercio marítimo y de las comunicaciones en el Mediterráneo, siendo de especial importancia sus efectos sobre las líneas de suministro y de las regiones productoras de Roma, en especial el trigo, por la cada vez mayor frecuencia y gravedad de los ataques, de manera que el abastecimiento se encontraba amenazado. Esta situación provoca que Roma se plantee modificar su política a fin de erradicar esta actividad y mantener la paz de la región, con actuaciones dirigidas en exclusiva a acabar con el problema.

Durante las guerras púnicas las naves que traían suministros a los romanos sufrieron los ataques de los cartagineses que actuaban como piratas robando a los comerciantes.

“Los romanos recibían abundantes provisiones por mar, pero los uticenses y los cartagineses, que sufrían por hambre, saqueaban a los mercaderes. Finalmente, otras naves romanas enviadas a Escipión bloquearon a los enemigos e impidieron los actos de piratería. A partir de este momento, sufrieron severamente por el hambre.” (Apiano, Sobre África, 25)

Barco cartaginés. Foto Pinterest

En el año 146 a. C., el Senado envió una comisión presidida por P. Cornelio Escipión Emiliano, que visitó Rodas y Siria con el objetivo de evaluar las causas que favorecían la piratería.

“Los romanos tampoco se preocupaban todavía mucho de los asuntos transtáuricos, pero enviaron a Escipión Emiliano y luego a algunos otros a que inspeccionaran las tribus y las ciudades, y se enteraron de que esto ocurría a causa de la cobardía de los gobernantes.” (Estrabón, Geografía, XIV.5.2).

Las primeras expediciones contra los piratas fueron organizadas en la segunda mitad del siglo II a.C., entre las que destaca la conquista por Q. Cecilio Metelo de las islas Baleares, argumentando que eran un refugio de piratas, con esta victoria las incorporó a la provincia de Hispania Citerior, por lo que consiguió un triunfo y el agnomen Balearicus, en el 123 a.C.

Relieve del templo de Fortuna Primigenia en Palestrina, Museos Vaticanos, foto de Rabax63

Una inscripción de Astipalea, isla griega del Dodecaneso, fechada hacia 105 a.C. informa de un ataque pirata en el territorio de Éfeso, en la provincia de Asia, y el consiguiente reto a los piratas por parte de los habitantes de Astipalea, que tras ello firmaron un tratado de alianza con Roma. En dicha inscripción se da testimonio del pillaje en la costa, del ataque aun templo y la captura de personas para ser vendidos como esclavos.

“… y después de navegar hasta aquí los piratas atacaron nuestro territorio en Pígela (Jonia) y se llevaron a personas del santuario de Artemis Mounichia, tanto libres como esclavos, y robaron sus propiedades y muchos lugares en los alrededores, los de Astipalea, reunidos para la batalla en respuesta a anteriores llamadas de los efesios, salieron a navegar en busca de los piratas y, arriesgando sus vidas, sin ahorrar ningún esfuerzo mental o físico, pero exponiéndose a gran peligro en la lucha, pusieron en fuga a sus oponentes." (IG XII3, 171)

Moneda de Pígela, Jonia siglo IV a.C.

Contra las bases piratas en Cilicia la primera expedición fue dirigida por el pretor Marco Antonio el Orador en el 102 a.C. siendo los principales objetivos de esta campaña los puertos donde los piratas encontraban refugio, Side y Fáselis.

Hacia el año 102 a.C. se produce una saturación del mercado de esclavos provocada por las campañas de Mario, lo que llevó a los piratas a modificar sus vías de sustento hacía el secuestro y la petición de rescate y dirigir su actividad hacía occidente, llevando a las costas itálicas sus saqueos.

“De esta manera, puesto que el éxito coronaba sus empresas, comenzaron a adentrarse en tierra firme, donde causaban grandes daños incluso a aquellos que no tenían relación alguna con el mar. Y ello lo sufrían no solo los aliados de otras tierras, sino también la misma Italia. Pues al estimar que se harían con las riquezas, de mayor entidad, existentes en territorio italiano y que todos los demás habían de mirarlos con un más grande temor si ni siquiera dicho territorio respetaban, incluso a Ostia, además de las restantes ciudades de la costa italiana, hicieron víctima de sus incursiones marítimas, en el curso de las cuales quemaban las embarcaciones y lo saqueaban todo.” (Dión Casio, Historia de Roma, XXXVI, 22, 1-3)

Así, por primera vez el fenómeno pirático pone en peligro el tráfico en el Mediterráneo, perjudicando tanto a las exportaciones como a las importaciones, de manera que Roma pasa de tolerarlo a luchar en contra del mismo, debido a que la interrupción de la navegación ya no afecta sólo a aliados y comerciantes, acostumbrados a los saqueos, sino también a los grandes propietarios terratenientes, y a los pequeños agricultores, causando un abandono del campo en esta época, un fuerte aumento de precios por falta de suministros y, en consecuencia, agitación en el pueblo.


Relieve de un sarcófago, Gliptoteca Carlsberg, Copenhague

La situación reclamaba medidas extraordinarias y urgentes con el fin de aliviar las tensiones populares, y es Pompeyo el elegido para alcanzar ese objetivo.  La primera medida que adopta es garantizar el grano para Roma, cuyo suministro se había visto amenazado e incluso interrumpido por la acción de los piratas, pues como afirma Plutarco: 

“Ocupaban con sus fuerzas todo el Mar Mediterráneo, de manera que estaban cortados e interrumpidos enteramente la navegación y el comercio. Esto fue lo que obligó a los romanos, que se veían turbados en sus acopios y temían una gran carestía, a enviar a Pompeyo a limpiar el mar de piratas…” (Plutarco, Pompeyo)

Las circunstancias socio-políticas citadas, esto es, la inestabilidad provocada por la guerra, el colapso del mercado de esclavos, conllevan el cambio en los métodos y en el ámbito territorial de los piratas, dirigiendo, es en este momento, cuando para los romanos el problema se convierte en una batalla por la supervivencia, que amenazaba las bases económicas del estado romano.

“Distraídos los Romanos en distintos puntos de la tierra, invadieron el mar los Cilicios. Interrumpieron las comunicaciones comerciales, y hollando el derecho de gentes con la guerra, cerraron los mares a la navegación cual pudiera verificarlo una tormenta. La agitación producida en Asia por las guerras de Mitrídates alentó a tan desalmados piratas, que favorecidos por los trastornos consiguientes a una guerra extranjera y por el odio que inspiraba el Monarca, cometían a mansalva sus latrocinios.
Mandados por Isidoro, se contentaron en un principio con piratear en su propio mar; mas, posteriormente extendieron sus correrías al comprendido entre Creta y Cirene, la Acaya y el golfo Maleo, que recibió el sobrenombre de áureo por la rica presa que en él hacían.”
(Floro, Gestas Romanas, VI)


Trirreme, bajorrelieve de Pozzuoli,Museo Arquológico de Nápoles. Photo A. Dagli Orti, 

En el año 101 ó 100 a.C. se promulga la lex de Provinciis Praetoriis, con la intención de implementar medidas destinadas a organizar las provincias de Asia y Macedonia. También conocida como lex de Piratis Persequendis, la ley decía que el cónsul debía informar a las gentes y los estados que era adecuado que Cilicia se convirtiese en una provincia pretoriana para asegurar la navegación de Roma, sus aliados, los latinos y los estados extranjeros que tenían relación de amistad o alianza con Roma. 

“[Y del mismo modo] a los reyes de Chipre, Alejandría, Cirene, Siria, que tienen una relación de amistad y alianza con el pueblo romano, debe enviar cartas para que vean que los piratas no utilicen su reino como base de operaciones y que ningún oficial o jefe de destacamento que ellos nombren den refugio a los piratas y que vean que en la medida de lo posible el pueblo romano los considere que contribuyen a la seguridad de todos.” (Lex, 11. 8-14)

Como la expedición llevada a cabo por Marco Antonio no resolvió el problema, en el 78 a.C. Publio Servilio Isaurico obtuvo el gobierno proconsular de la provincia de Cilicia a la que llegó con una importante flota y ejército; el mandato encomendado a Publio Servilio fue acabar con las bases piratas, como medida más efectiva que combatir en alta mar, asegurando así el tráfico comercial de la zona, pues sólo destruyendo los puntos desde los que lanzaban sus ataques los piratas, así como sus bases de interior para el aprovisionamiento, el problema quedaría zanjado, pacificando la zona de forma definitiva. El general celebró un triunfo en el 75 a.C. por sus éxitos frente a los cilicios, pero no contra los piratas que seguían siendo una carga para Roma.

“Enviado Publio Servilio para combatirlos, si bien dispersó con sus pesadas naves de guerra los frágiles y ligeros bergantines de aquéllos, no lo hizo sin que tuviera que lamentar pérdidas de consideración. No sólo los arrojó del mar, sino que además ocupó sus plazas más fuertes, depósito de sus cotidianas presas, tales como Faselis, OIympos, y la misma lsaura, ciudadela de la Cilicia. Éste anheló el sobrenombre de Isáurico, sabedor de los grandes esfuerzos que le costó semejante victoria.” (Floro, Gestas Romanas, VI)


Ilustración Giuseppe Rava

Como consecuencia de la Tercera Guerra Mitridática (74-65 a.C.), la inestabilidad en Asia provoca el cambio de territorio de los piratas, desplazando su actividad a Occidente, llegando a las costas de la península Itálica, tomando como cautivos a ciudadanos romanos y llevando el terror a sus habitantes. Es entonces cuando Roma, ante la falta de grano a causa de la acción de los piratas y el temor a una revuelta de la plebe provocada por la hambruna y la subida de precios en los productos básicos, se otorga un imperium extraordinario a Marco Antonio Crético. Para ello se le dota de un ejército y del control de las costas del Mediterráneo hasta 75 kilómetros hacia el interior; obtiene algunos éxitos iniciales, pero ataca Creta con la excusa de un acuerdo entre piratas y cretenses, y sufre una gran derrota que le obliga a firmar la paz con los insulares por medio de un tratado que nunca fue ratificado por el Senado, que en cambio envió a Cecilio Metelo para enderezar la situación, aunque su comportamiento fue excesivamente cruel. 

“Marco Antonio fue el primero que atacó la isla. Alentado por una extraordinaria esperanza y confiado en la victoria, condujo a bordo de su escuadra más cadenas que armas. Bien caro pagó su loca temeridad: los enemigos apresaron la mayor parte de sus naves; de los mástiles de las suyas ataron y suspendieron los prisioneros romanos, y virando, se dirigieron a toda vela y en son de triunfo a sus puertos. Tiempo adelante, Metelo devastó a sangre y fuego toda la isla, y encerrando a sus moradores en las ciudades y puntos fortificados, se apoderó de Cnosa, Erytrea y Cidonia, llamada por los griegos madre de las ciudades.” (Floro, Gestas Romanas, VII)

Batalla en el mar. Foto Pinterest

Sin embargo, durante los años posteriores a la actuación de Marco Antonio se incrementaron las actividades piráticas, cada vez se hacían más osadas y graves, la crisis de aprovisionamiento de grano que esta actividad provocaba daba lugar a situaciones de extrema gravedad, tanto en la propia metrópolis como en las provincias, llegando los desmanes de los piratas a los pueblos del Mediterráneo más oriental.

“Ocupaban con sus fuerzas todo el Mar Mediterráneo, de manera que estaban cortados e interrumpidos enteramente la navegación y el comercio. Esto fue la que obligó a los Romanos, que se veían turbados en sus acopios y temían una gran carestía, a enviar a Pompeyo a limpiar el mar de piratas.” (Plutarco, Pompeyo, XXV)

Cuando la situación en Roma ya era insostenible, en el año 67 a.C., el tribuno de la plebe Aulo Gabinio presentó la 
lex Gabinia, por la que se decretaba la elección de un hombre con categoría de procónsul durante tres años para eliminar la piratería en el Mediterráneo. El elegido fue Cneo Pompeyo, por entonces el general más popular de la República gracias a sus victoriosas campañas contra Sertorio y Espartaco. Tendría a su mando una gran armada: 120.000 soldados de infantería –el equivalente a veinte legiones–, 4.000 jinetes y 270 naves –70 de ellas ligeras–. Su presupuesto ascendería a 6.000 talentos áticos.

“Dos años más tarde el tribuno Aulo Gabinio propuso una ley con motivo de que los piratas, como si se tratara de una guerra, atemorizaban al mundo no sólo con saqueos, sino que, por disponer ya de escuadras, con verdaderas expediciones de bandidaje, e incluso habían asaltado ciertas ciudades de Italia. Se encomendaba a Gneo Pompeyo una misión de castigo contra ellos, con la condición de tener una autoridad semejante a la de los procónsules en todas las provincias hasta cincuenta millas desde la costa tierra adentro”. (Veleyo Patérculo, Historia Romana, II, 31)

Peter Newark Historical Pictures. The Bridgeman Art Library.

El plan de Pompeyo pasaba por proteger los graneros de Sicilia, África y Cerdeña y las rutas de transporte de grano mediante la armada y guarniciones militares; una vez garantizado el suministro de trigo, el procónsul emprendería una ofensiva naval y terrestre contra las bases de los piratas.

La estrategia de Pompeyo era increiblemente simple en su concepto, y fue magníficamente ejecutada. La gran ventaja de los piratas era su movilidad y, para atajarla, Pompeyo dividió el mar Mediterráneo (junto con el mar Negro) en trece áreas, cada una bajo el mando de uno de sus legados, los cuales tenían a su disposición una flotilla de barcos y alguna fuerza de infantería y de caballería. Su misión era patrullar su zona asignada tanto por tierra como por mar, y atacar los puntos fuertes y anclajes, además de interceptar cualquier navío pirata que entrara en su sector e impedir su salida.

Cualquier barco pirata que estuviera dentro de un puerto sería bloqueado por mar hasta que las tropas llegasen por tierra o intentara forzar el bloqueo. Si pudiera conseguir escapar, entraba forzosamente en otro sector patrullado, y vuelta a empezar. De esta forma, para los piratas el mar, que había sido su dominio y una fuente infinita de botín, se había transformado en un ambiente hostil. Ya no se podría contar con un puerto seguro para obtener agua y comida, ni poder confiar en la ayuda prestada por sus aliados. 

“Se creyó que el único capaz de obtener la victoria era el afortunado Pompeyo, por lo que se le encomendó esta guerra como una continuación de la sostenida contra Mitrídates. Se propúso extinguir de una vez para siempre tal calamidad esparcida por todos los mares, y a este fin hizo contra los piratas aprestos más que humanos; y uniendo a su potente escuadra los navíos de los Rodios, distribuyó el mando entre varios lugartenientes y prefectos, ocupando todos los pasos del Ponto Euxino y del Océano.
Gelio se posesionó del mar de Toscana; PIoción del de Sicilia; Gratilo invadió el folgo Ligústico; Pompeyo el mar de las Galias; Torcuato el Baleárico; Tiberio Nerón el Estrecho Gaditano, puerta que conduce a nuestro mar; Léntulo el de Libia; Marcelino el de Egipto; los hijos de Pompeyo el Adriático; Terencio Varrón el Egeo y el Póntico; Metelo el que baña la Panfilia; Escipión el mar Asiático, y las naves de Porcio Catón cerraron como una puerta las entradas de la Propóntide.
De esta suerte, los puertos, golfos, escondrijos, refugios, promontorios, estrechos, penínsulas, en una palabra, cuanto pudiera servir de albergue a los piratas, fue comprimido y cercado como por un cordón.”
(Floro, Gestas Romanas, VI)


Ilustración serie Les voyages d´Alix, La marine antique I

Los piratas que escaparon a las redadas de Pompeyo y sus generales buscaron cobijo en sus refugios de Cilicia, pero el general se dirigió contra ellos con sesenta de sus mejores naves. Tras reunir sus efectivos en la isla de Rodas, llevó su armada a los acantilados de la Cilicia Traquea. La superioridad romana era aplastante, y los piratas, aterrados, se rindieron, esperando ser tratados con benevolencia. 

“Los que se anticiparon a huir y evadirse se acogieron como a su colmenar a la Cilicia, contra los cuales marchó él mismo con sesenta naves de las mejores; pero no dio la vela contra aquellos sin haber antes limpiado enteramente de piraterías y latrocinios el Mar Tirreno, el Líbico, el de Cerdeña, el de Córcega y Sicilia, no habiendo reposado él mismo en cuarenta días, y habiéndole servido los demás caudillos con diligencia y esmero.” (Plutarco, Pompeyo, XXVI)

Foto Pinterest

Los más recalcitrantes se concentraron en Coracesio (actual Alanya), pero no pudieron hacer frente al ataque final que Pompeyo lanzó por tierra y por mar. 

“El mayor número y los de mayor poder entre ellos habían depositado sus familias, sus caudales y toda la gente que no estaba en estado de servir, en castillos y pueblos fortalecidos hacia el monte Tauro; y ellos, tripulando convenientemente sus naves, cerca de Coracesio de Cilicia se opusieron a Pompeyo, que navegaba en su busca; y como dada la batalla fuesen vencidos, se redujeron a sufrir un sitio. Mas al fin recurrieron a las súplicas y también se entregaron con las ciudades e islas que poseían y en que se habían hecho fuertes, las cuales eran difíciles de tomar y poco accesibles.” (Plutarco, Pompeyo, XXVIII)

Ilustración Ángelo Todaro

La campaña contra los piratas duró poco más de tres meses. Según los historiadores antiguos, murieron en combate más de 10.000 piratas, mientras que Pompeyo logró un inmenso botín, formado por más de 20.000 hombres, 400 navíos, armas, multitud de materias primas y prisioneros, de los cuales, muchos estaban a la espera de ser rescatados.

“También le entregaron, al mismo tiempo, muchas armas, unas ya acabadas y otras en vías de fabricación, naves, algunas de las cuales todavía estaban en los astilleros a medio construir y otras navegando ya, bronce y hierro, reunidos para la fabricación de estas cosas, telas de lino, cables, madera de distintas clases y una gran cantidad de prisioneros, unos, en espera de ser canjeados mediante rescate y, otros, encadenados a sus respectivos trabajos.” (Apiano, Historia de Roma I, Mitrídates, 96)

Pompeyo acabó siendo clemente con los vencidos. Muchos piratas fueron asentados como colonos en distintos puntos de Anatolia, de Tarento, de la Cirenaica o del norte de Grecia para que no volviesen a los ataques en el mar y colonizaran nuevas ciudades. 

“De los piratas que todavía quedaban y erraban por el mar, trató con benignidad a algunos; y contentándose con apoderarse de sus embarcaciones y sus personas, ningún daño les hizo; con lo que concibieron los demás buenas esperanzas, y huyendo de los otros caudillos se dirigieron a Pompeyo y se le entregaron a discreción con sus hijos y sus mujeres. Los perdonó a todos, y por su medio pudo descubrir y prender a otros, que habían procurado esconderse por reconocerse culpables de las mayores atrocidades.” (Plutarco, Pompeyo, XXVII)


La ciudad de Anemurium, hoy Anamur, fundada por los fenicios en el siglo XII a.C., fue una de las más prósperas de Cilicia. Su costa fue refugio de piratas durante siglos. foto de Martin Siepman

Las victorias que Pompeyo Magno obtuvo en Oriente le proporcionaron diferentes honores como estatuas para honrar su memoria e inscripciones para agradecer su ayuda y protección. En el antiguo territorio de Ilium (actual Turquía), se encontró una inscripción en la que se le agradece el haber liberado a la población de la guerra contra Mitrídates y contra los piratas.

“El pueblo y los néoi (honran) a Cneo Pompeyo Magno, (hijo) de Cneo, imperator por tercera vez, patrón y benefactor de la ciudad, debido a su piedad hacia la diosa, que está aquí ..., y por su benevolencia hacia el pueblo, después de haber liberado a los hombres de las guerras contra los bárbaros y del peligro ocasionado por los piratas, y que ha restablecido la paz y la seguridad tanto por tierra como por mar.”







Continúa en la siguiente entrada:
Bellum ad piratas, la guerra contra los piratas en la antigua Roma II


Bellum ad piratas, piratería en la antigua Roma II

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Relieve de la tumba de Pompilio Cuadricula, Ostia, foto de Roger Ulrich


El problema de Roma con los piratas no se limitaba a su lucha contra ellos, sino que a veces algunos romanos eran acusados de colaboración con estos grupos de bandidos. Por ejemplo, Cicerón, en su alegato contra Verres, acusó al ex-pretor de haber colaborado con los piratas en Sicilia y de haber aceptado sobornos por parte de su líder. Dicha imputación, ya de por sí bastante grave, tenía gran relevancia porque las comunicaciones marítimas se estaban viendo continuamente afectadas por los ataques de los piratas.

“Que recuerde que, en el debate anterior, excitado por el griterío del pueblo romano, hostil y adverso, confesó que no había mandado ejecutar con el hacha a los jefes de los piratas; que ya entonces sintió temor de que le supusiera un motivo de acusación el haberlos soltado por dinero; que confiese lo que no se puede negar: que, como particular, retuvo a los jefes de los piratas, vivos e incólumes, en su propia casa después que regresó a Roma.” (Cicerón, Verrinas II, 1, 2)

Aunque la finalidad primordial de las campañas militares contra los piratas estaba en proteger las rutas comerciales, esenciales para la propia supervivencia del Estado, más adelante con la política de Augusto, tuvieron un claros elementos de propaganda e ideología.

“Ved, pues, que nos parece que el César nos proporciona una gran paz porque ya no hay guerras ni batallas ni mucho bandidaje ni piratería, sino que en cualquier época se puede viajar, navegar de Oriente a Poniente.”
(Epicteto, Disertaciones sobre Arriano, III, 13, 9)


Mosaico del Museo Cívico Luigi Tonini, Rímini, foto de Ilya Shurygin

A pesar de que Augusto en su obra Res Gestae anuncia que ha eliminado cualquier amenaza para la seguridad del territorio bajo su gobierno, en realidad la piratería continúo siendo una amenaza para el tráfico marítimo durante el Alto Imperio.

Es verdad que la paz se mantuvo por el uso de fuerzas armadas y por el hecho de que los habitantes de la región tenían ahora mejores oportunidades para prosperar mediante actividades pacíficas gracias al dominio romano. Sin embargo, los que no podían acceder a los beneficios del gobierno romano podían todavía encontrar atractivo el recurso a la piratería. 


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Una inscripción encontrada en Ilión para honrar a un procurador muestra que bajo el reinado de Tiberio se seguía luchando contra los piratas que operaban en el Helesponto.

El consejo y el pueblo (de Ilión) honraron a Tito Valerio Proclo, el procurador de Druso César por destruir los grupos piratas en el Helesponto y proteger la ciudad de todas las maneras sin impuestos. (Columna del templo de Apolo Thymbraeus)

A finales del siglo I d.C. se documenta la existencia de praefecti orae maritimae, magistrados, que, aun siendo de rango menor, tenían como misión la defensa del litoral en zonas de sensible riesgo pirático, como eran las provincias de Tarraconense, Bética, Mauritania y Bitinia. Estos prefectos eran asistidos en su cometido de vigilancia de puertos y accesos por cohortes y flotillas provinciales. Sin embargo, su aparición debió producirse ya a finales de la república y tuvo continuidad en al menos el siglo I d.C., como atestigua la inscripción del cursus honorum de Quintus Pomponius Rufus que fue prefectus orae maritimae de la Hispania Citerior y la Galia Narbonense durante el gobierno de Galba.

prae(fectus) orae marit(imae) Hisp(aniae) citer(ioris) Gallia[e] N[a]rbon(ensis) bello qu[od] imp(erator) G[a]lba pro re p(ublica) gessit

(praefectus orae maritimae de la Hipania citerior y de la Galia Narbonense en la guerra en la que el emperador luchó por la república)

Pintura mural de la casa de los Vettii en Pompeya.

Estos prefectos pudieron haber estado encargados de evitar la acción de aquellos que provocaban con engaños naufragios de navíos para asaltarlos y saquear sus cargas. Esta piratería no tan intensa originó un corpus legal destinado a evitar sus consecuencias y a perseguir a quienes la practicaban. Se prohibía terminantemente robar los restos de un naufragio, incluso llevarse aquellos bienes que hubiesen quedado extraviados como consecuencia de esos desastres. Esta normativa ofrecía garantías jurídicas a los dueños de los bienes afectados que podían litigar con quienes se hubieran apropiado indebidamente de esas propiedades. Las penas para los ladrones capturados era similar a la que se aplicaba a los bandidos y piratas.

"El divino Antonino estableció lo que sigue en un rescripto haciendo referencia a aquellos que son culpables de pillaje durante un naufragio: Lo que me escribiste concerniente al naufragio de un navío o un barco se hizo con el propósito de asegurar qué pena pienso se debería imponer a aquellos que han robado algo de un navío. Pienso que se puede determinar fácilmente, porque hay gran diferencia donde las personas toman la propiedad que está a punto de perderse, y donde de forma criminal cogen lo que puede salvarse. Por tanto, si un considerable botín parece haberse obtenido por la fuerza, deberás tras una sentencia, desterrar a los hombres libres por tres años, después de hacerlos azotar, o, si son de rango inferior, los condenará a trabajos públicos por el mismo tiempo; y condenarás a los esclavos a las minas después de azotarlos. Cuando la propiedad no sea de gran valor, puedes liberar a los hombres libres, después de azotarles con varas; y a los esclavos después de azotarlos." (Digesto, 47, 9, 4, 1)

Soldados romanos en birreme

Cuando en los últimos años del imperio también se hizo necesaria la persecución de los piratas, estos magistrados u otros similares estarían a cargo de la protección de las poblaciones costeras desde tierra adentro, debido a la escasez de barcos en las flotas romanas.

En época de los flavios en el Mediterráneo oriental algunos de los supervivientes de la primera guerra judaica se lanzaron a la piratería desde la ciudad de Joppa, atacando las costas de Siria y Fenicia hasta Egipto. Vespasiano entró en la ciudad con sus tropas en el año 67 d.C. y se encontró que los habitantes se habían ido al mar en sus barcas, aunque a causa de una tormenta, la mayoría naufragó. Miles murieron y Vespasiano destruyó la ciudad y dejó un contingente de caballería e infantería para evitar el regreso de los piratas.

“Estando en este estado las cosas, se juntó mucha gente de los que habían huido de las ciudades destruidas, y de los que habían también huido de los romanos, por discordias y sediciones; reconstruyeron Jope, destruida antes por Cestio, y se asentaron allí. Por estar apretados en aquella tierra que había sido antes tan destruida, decidieron echarse a la mar; y haciendo naos y galeras de piratas, pasaban a Siria, Fenicia y a Egipto, y hacían allí grandes latrocinios de tal manera que no había ya quien osase salir contra ellos, ni aun navegar por la mar de aquellas partes.” (Flavio Josefo, La Guerra de los Judios, III, 15)

Puerto de Cesárea Marítima, ilustración de Vincent Henin

El siglo III fue un período de especial debilidad en cuanto a la historia del Imperio romano se refiere. Fue una época de crisis económica y militar durante el cual los bárbaros de más allá de las fronteras aumentaron su nivel de amenaza y su audacia en sus ataques mediante su propia reorganización y fortalecimiento de su habilidad guerrera.

"Cuando me la han presentado, me he lanzado con mano resuelta y ávida sobre tu carta, como quien ha de enterarse de noticias prósperas, pero al recorrer en mi lectura la enumeración de tus pérdidas, el desagrado ha sucedido al placer.

Y lo cierto es que como es habitual en la naturaleza humana, los reveses que has soportado junto con un gran número de gentes encuentran algún alivio en la compañía; por el contrario, pienso que te ha afectado más profundamente este golpe depredador de los piratas, que ha echado específicamente sobre ti una dura suerte, porque no cuenta con otro partícipe y ha duplicado el dolor.” (Símaco, Epístolas, VIII, 27)

Una inscripción de Rodas, que data de la época de los severos, quizás del 220 d.C., honra a Aelius Alexander, un magistrado local, que fue encargado de suprimir la piratería en esos años.

“El pueblo de los Rodios y el consejo… Aelius alexander… pritano habiendo sido estratego en la ciudad justamente y con integridad, habiendo sido inspector portuario honorablemente, llevando a cabo las tareas de tesorero… habiendo sido frecuentemente inspector de obras públicas con fidelidad, y en todo siendo alabado por el consejo… y en su periodo como estratego actuando con justicia e integridad también en el Querosoneso, durante el cual él proporcionó seguridad para los marineros, capturando y entregando las bandas piráticas activas en el mar. En agradecimiento por ello el pueblo y el consejo, a causa de su buena voluntad hacia este hombre (dedicaron esto) a los dioses.” 

Puerto de Rodas, Serie Les voyages d´Alix

Las piraterías de los godos plantearon el principal desafío marítimo al que se había enfrentado Roma desde el período tardorrepublicano tanto en esta zona como en el conjunto del Imperio. Durante décadas, el mar Negro y el Mediterráneo oriental se vieron sacudidos por una serie de oleadas protagonizadas esencialmente por parte de godos, aunque con la participación de otros pueblos que vivían en las orillas del Ponto. Estas incursiones, aunque puedan parecer auténticas invasiones por el enorme despliegue de godos, boranos y hérulos que cruzaron el mar Negro, se han de considerar ataques de piratas debido a las técnicas empleadas y al objetivo de los mismos.

Ciertamente, estos pueblos no pretendían ni asentarse ni establecer un nuevo status quo con el Imperio, simplemente aspiraban a un botín y retornar posteriormente a sus hogares a través del saqueo de campos, villas y ciudades.

“Es de recordar la increíble audacia e inmerecida buena fortuna de unos cuantos cautivos Francos en época del divinizado Probo (276-282 d.C.), quien, tomando algunos barcos, saquearon desde el mar Negro hasta Grecia y Asia, y, expulsados no sin haber causado daño de muchas partes de la costa de Libia, finalmente conquistaron Siracusa, que anteriormente fue famosa por sus victorias navales, y, tras un largo viaje entraron en el océano donde empiezan las tierras, y mostraron por el resultado de su audacia que nada está vedado a la desesperación de un pirata donde hay una vía abierta a la navegación.” (Anónimo, Panegírico de Constancio, 18, 3)

Asedio de los godos a Ostia, ilustración Giuseppe Rava

No siempre el peligro venía de los pueblos más lejanos. El caso de Carausio es singular ya que una vez que había conseguido vencer a los piratas, se convirtió él mismo en un rebelde contra Roma.

Carausio había servido con honor en el ejército contra los bagaudas bajo el emperador Maximiano Hercúleo. Por sus antecedentes navales fue encargado por el emperador para que formase una flota y limpiase los mares de piratas sajones y francos en el otoño de 286 d.C., operando desde Bononia (Boulogne-sur-Mer, Francia). Concibió el Litus Saxonicum, un extraordinario sistema defensivo, con el objetivo de ofrecer una respuesta coordinada contra la piratería procedente desde el otro lado del Rin. 

Romanos en Britania, Ilustración de Harry Payne

Aunque realizó su tarea con rapidez, parece ser que no entregó al tesoro imperial la parte de botín que le correspondía, por lo que Hercúleo ordenó su arresto y ejecución (es posible que Carausio llegase a un acuerdo con los piratas por el que ofrecería su protección a cambio de una parte de lo obtenido por su pillaje). Carausio huyó con su flota (y posiblemente unos cuantos piratas) a Britania y se declaró emperador. Hasta el 290 d.C. no pudo Constancio Cloro, nombrado césar de Hercúleo, vencer a Carausio, aunque éste fue asesinado por su administrador Alecto, quién escapó a Britania y no pudo ser perseguido por Constancio por falta de barcos.

“En esta guerra Carausio, ciudadano de la Menapia, destacó por sus brillantes acciones; por esto y porque era un buen conocedor del arte de navegar (había trabajado en este oficio en su juventud) se le encomendó preparar una armada y rechazar a los germanos, que infestaban los mares. Muy enorgullecido por esto, como hubiera vencido a muchos bárbaros y no hubiera devuelto todo el botín al erario público, por miedo a Herculio, quien, según sabía, había dado orden de matarlo, se encaminó a Britania después de hacerse con el poder.” (Aurelio Víctor, Césares, 39, 20)

Los piratas no moraban en lugares recónditos y temidos por el viajero, sino que actuaban incluso en el corazón del Mare Nostrum, en la península Itálica y cerca de las principales ciudades del Imperio. Estos llamados “bárbaros” amenazaban los corredores de la ruta comercial más importante de la cuenca occidental, la que conducía desde la fértil África a la Roma eterna.

“El día había comenzado a sonreír hacía poco, y el sol aún iluminaba sólo las cumbres. Unos hombres armados como piratas se asomaron por encima del monte que se levanta a lo largo de la desembocadura del Nilo, en la boca que se llama Heracleótica, se detuvieron un momento y comenzaron a recorrer con la vista el mar que se extendía a sus pies. Echaron primero una ojeada hacia alta mar, pero como no se divisaba ningún barco que pudiera prometer botín para los piratas, volvieron su mirada a la ribera cercana.” (Heliodoro, Etiópicas, I, 1)

Nave romana de carga siglo I a.C. http://www.loicderrien-illustration.com/

La piratería pervivió en estos corredores marítimos durante toda la historia imperial, y cuando el poderío naval de Roma, que una vez fue poderoso, parecía haberse desvanecido, la presencia de los piratas se hizo más aparente y audaz llegando a la captura de una isla entera y la consecución de un botín inmenso como se describe en la siguiente historia.

En la Vida de Melania la Joven (383- 439 d.C.) se cuenta un suceso de piratería en el Mediterráneo central que podría considerarse característico de estos tiempos. Según el relato, Melania la Joven, después de dejar Roma y visitar a Paulino de Nola, decidió embarcar hacia África con la intención de seguir con la liquidación de sus propiedades para proseguir una vida piadosa de acuerdo a sus sentimientos cristianos. Sin embargo, este viaje en el que iba acompañada por su marido Pipiano y un enorme séquito de seguidores, fue truncado por una tempestad que les obligó a arribar a una isla cercana a Sicilia. Allí, Melania encontró una isla cautiva por una facción de piratas a los que denominaban bárbaros. Éstos capturaron a los notables de la isla junto a niños y mujeres y pedían a cambio de su liberación y de no destruir la ciudad, gran cantidad de oro. Estas gentes habían conseguido buena parte del rescate excepto 2500 monedas de oro que les fueron donadas por Melania y, de este modo, consiguieron recuperar su libertad tanto los habitantes de la isla como una dama distinguida, que presumiblemente había sido capturada en otro ataque, a cambio de otras 500 monedas adicionales. Además, Melania les entregó a estas víctimas otras 500 monedas para evitar que cayeran en la miseria.

En el siglo V d.C. no solo el Mediterráneo seguía viéndose afectado por los ataques de los piratas, sino también la costa atlántica, especialmente la de Francia.

“Así también el territorio armórico (Bretaña y Normandia) estaba amenazado por el pirata sajón para quien es un juego surcar con su barca de piel el mar bretón y hendir con un esquife cosido el verde mar. El franco abatía la primera Germania y la Bélgica segunda y tú, feroz alamán, bebías desde el campamento romano el agua del Rin, arrogante a ambas orillas: en la una te sentías en casa, vencedor en la otra.” (Sidonio Apolinar, Poemas, VII, 369)

Romanos contra sajones. Ilustración Fall3NAiRBoRnE

Los visigodos, instalados durante este siglo cerca del rio Garona se vieron afectados por los piratas, aunque no existen muchos testimonios de las medidas que tomaron para atajar sus ataques. Sidonio Apolinar escribe a Namatius, un comandante naval galorromano durante el reinado de Eurico (466-84), una carta que atestigua la existencia de piratas en esa época.

“Bromas aparte, hazme saber lo que tú y tu familia vais a hacer al final. Pero, ¡mira! Justo cuando solo quiero terminar esta carta que se ha alargado demasiado, de repente viene un mensajero de Saintes. Durante una larga conversación con él sobre ti, obtuve su repetida afirmación de que habías tocado la trompeta de guerra para la flota, y, encarnando tanto al soldado y al marinero, que navegaste por las sinuosas costas del océano contra las galeras de los sajones, que hacen a uno pensar que por cada remero que ves puedes contar un archipirata: todos ellos dan órdenes, dando y recibiendo instrucciones en piratería. Hay desde luego una buena razón para advertirte de que tengas mucho cuidado. Esos enemigos son los peores. Atacan sin avisar y desaparecen tan pronto como son vistos. Evitan a los que se les oponen directamente y golpean a los que pillan desprevenidos. Si persiguen los atrapan, si huyen escapan. No temen al naufragio, es algo que explotan, estando acostumbrados a los peligros del mar. Dado que una tormenta, siempre que llega, hace que sus víctimas no sean conscientes de su presencia, y esconde su aproximación, ellos disfrutan con los peligros de las olas y las escarpadas rocas, arriesgando todo a la esperanza de un ataque sorpresa.” (Sidonio Apolinar, Epístolas, VIII, 6)

Los vándalos de Genserico rumbo a Roma. Ilustración de Radu Oltean,  Ancient Warfare Magazine

Durante el siglo V d.C. ya no hubo intentos de realizar expediciones punitivas contra los piratas en sus bases, debido al pobre estado de la flota romana y la escasez de barcos para ello.

Una actividad muy lucrativa para los piratas era la del secuestro y posterior petición de rescate de personajes notables, lo que se produjo abundantemente por todo el Mediterráneo. El más famoso caso fue el secuestro de Julio César, quien mostró un carácter orgulloso y desafiante al sentirse ofendido por el bajo rescate que los piratas pidieron por él.

“Se dirigió a la Bitinia, cerca del rey Nicodemes, a cuyo lado se mantuvo largo tiempo, y cuando regresaba fue apresado junto a la isla Farmacusa por los piratas, que ya entonces infestaban el mar con grandes escuadras e inmenso número de buques.
Lo primero que en este incidente hubo de notable fue que, pidiéndole los piratas veinte talentos por su rescate, se echó a reír, como que no sabían quién era el cautivo, y voluntariamente se obligó a darles cincuenta. Después, habiendo enviado a todos los demás de su comitiva, unos a una parte y otros a otra, para recoger el dinero, llegó a quedarse entre unos pérfidos piratas de Cilicia con un solo amigo y dos criados, y, sin embargo, les trataba con tal desdén, que cuando se iba a recoger les mandaba a decir que no hicieran ruido. Treinta y ocho días fueron los que estuvo más bien guardado que preso por ellos, en los cuales se entretuvo y ejercitó con la mayor serenidad, y, dedicado a componer algunos discursos, teníalos por oyentes, tratándolos de ignorantes y bárbaros cuando no aplaudían, y muchas veces les amenazó, entre burlas y veras, con que los había de colgar, de lo que se reían, teniendo a sencillez y muchachada aquella franqueza. Luego que de Mileto le trajeron el rescate y por su entrega fue puesto en libertad, equipó al punto algunas embarcaciones en el puerto de los Milesios, se dirigió contra los piratas, los sorprendió anclados todavía en la isla y se apoderó de la mayor parte de ellos.”
(Plutarco, Julio César, I-II)

Julio César prisionero de los piratas. Foto Pinterest

César prometió a los piratas que los perseguiría y los crucificaría y, tras ser liberado, una vez pagado el rescate, los apresó y acudió al gobernador de Asia, Marco Junio Junco para solicitar que los castigase, pero ante su falta de acción, los mandó crucificar él mismo.

“Como era también por naturaleza muy benévolo a la hora de tomar venganza, cuando tuvo en su poder a los piratas que le habían capturado puesto que con anterioridad había jurado que los haría colgar de una cruz, mandó crucificarlos, pero ordenando que los degollaran antes.” (Suetonio, Julio César, LXXIV)


César amenazando a los piratas. Ilustración de  Edward Mortelmans

Aunque la historia de la captura de César es la más conocida, no es la única, y la arrogancia de los romanos capturados, como la demostrada por César se refleja en otros testimonios, así como las burlas de las que eran objeto por su actitud también por parte de los captores.

“Pero su acto más cruel (el de los piratas) era el siguiente: cuando uno de sus prisioneros gritaba que era romano y decía su nombre, fingían sentir terror y miedo, se golpeaban los muslos y se arrodillaban ante él suplicándole que los perdonase; este, al verlos afligidos y en actitud de súplica, quedaba convencido. A continuación, unos le ponían sus zapatos y otros lo vestían con una toga para que en otra ocasión no se lo dejase de reconocer. Tras burlarse de él de este modo y divertirse durante mucho tiempo, al final arrojaban una escalera de mano en medio del mar y le ordenaban que bajara y se marchara contento, y si se negaba ellos mismos lo empujaban al mar y lo ahogaban.” (Plutarco, Pompeyo, XXIV, 7)

César y los piratas,"La marine antique"  Serie Les voyages d´Alix  

Todo el que se embarcaba era consciente del riesgo que corría debido a los peligros del mar, las inclemencias del tiempo y los ataques de piratas.

“Cármides. - En medio de terribles riesgos he navegado por la inmensidad de los mares, he salido con vida de peligros mortales por parte de piratas sin número, he vuelto sano y salvo a la patria, donde encuentro ahora mi perdición, desgraciado de mí, por culpa de aquellos a causa de los cuales pasé tales trabajos a mi edad. Me muero de pena, Estásimo, sostenme.” (Plauto, Tres monedas, 1090)

Ilustración Daryl Joyce

Las naves comerciales llevaban guardianes armados contratados por los comerciantes que además de impedir el robo de la carga en los puertos donde atracaban se encargaban de las cuestiones internas de orden que surgieran durante la travesía, y de defender la nave de peligros externos como los ataques de los piratas. 

Marco Antonio Herreno dedicó una inscripción a Hércules en el Foro Boario de Roma en la que daba gracias porque se había salvado del ataque de los piratas contra sus navíos después de una fuerte lucha.

“Marco Octavio Herreno, flautista en su tierna juventud, perdida luego la esperanza en su oficio, se dedicó al comercio, tuvo éxito en los negocios y consagró a Hércules la décima parte de sus ganancias. Luego, cuando mercadeaba por mar, cercado por los piratas, opuso tenaz resistencia y se marchó victorioso. Hércules se le apareció en sueños y le hizo saber que se había salvado gracias a su intervención. Entonces, Octavio obtuvo de los magistrados un terreno y consagró al dios un templo y una estatua, y en la inscripción lo llamo Hércules Víctor.” (Macrobio, Saturnales, III, 6)


Barco de Tarsus, Museo Nacional de Beirut, Líbano. http://www.lebanoninapicture.com/

La derrota de los piratas tiene su reflejo en el aspecto que podía presentar su nave tras la lucha con los vencedores romanos.

“Como una nave de piratas que, funesta por todo el mar, cargada con los despojos de sus crímenes y después de haber saqueado durante largo tiempo numerosos navíos, fue a dar con una poderosa trirreme de guerra mientras intenta conseguir una presa según su costumbre. Desprovista de sus remeros abatidos, debilitada por las rasgaduras de las alas de sus velas, privada de su timón, maltrecha por habérsele quebrado sus vergas, juguete del piélago la zarandean el viento y las olas hasta pagar al fin el castigo en el mar que ella había asolado.” (Claudiano, VI Consulado de Honorio, 130)

Cuando los vencidos eran los piratas su situación podía depender de la ley vigente o del general o magistrado que, en situaciones de guerra abierta, los haría prisioneros y los encadenaría, e incluso exhibiría como muestra de su victoria y para regocijo de la población. Así lo recuerda Cicerón en un pasaje referente a la actuación de P. Servilio Vatia (Isáurico) en Cilicia:

“Publio Servilio ha capturado vivos él solo a más jefes de piratas que todos con anterioridad. ¿Cuándo negó a nadie la satisfacción de que se le permitiera contemplar a un pirata prisionero? Pero, por el contrario, por dondequiera que pasaba, ofrecía a todos ese agradabilísimo espectáculo de enemigos atados y prisioneros y así se producían tales afluencias desde todos los puntos que acudían para verlos, no únicamente de las ciudades por las que eran llevados, sino incluso de las vecinas.” (Cicerón, II Verrinas, 5.66) 

Relieve del templo de Apollo in circo, Central Montemartini, Roma. Foto de Rober B. Ulrich

Como los piratas no se consideraban prisioneros de guerra, sino meramente bandidos o ladrones, a los generales que los vencían, supuestamente no se les debía otorgar el honor de celebrar un triunfo, aunque sí parece que tenían derecho a una ovatio (entrada en la ciudad de Roma entre ovaciones).

“La corona oval es de mirto. La llevaban los generales que entraban en Roma en medio de ovaciones. La razón por la que se celebra una ovatio y no un triunfo es que, o bien la guerra no había sido declarada ateniéndose al ritual, o bien había sido llevada a cabo contra un enemigo injustamente calificado de tal, o la categoría del enemigo era humilde y sin relevancia, como esclavos o piratas, o su rendición fue inmediata y ‘sin polvo’, como suele decirse, y la victoria ha resultado incruenta.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, V, 6, 20)

Sin embargo, en ocasiones, los piratas cautivos sí podían ser objeto de exhibición en determinados desfiles triunfales, como se ve en la sarcástica pregunta de Cicerón en su discurso sobre la actuación de Verres en Sicilia.

“Tú mantenías vivo al jefe de los piratas. ¿Para qué? Supongo que, para llevarlo delante de tu carro durante el desfile, pues no faltaba más que, tras perder una excelente flota del pueblo romano y destrozar la provincia, se te otorgase el triunfo naval."  (Cicerón, II Verrinas, 5, 67)

Tras la captura podía llegar su condena a muerte o la aplicación de duros castigos físicos. La decisión de preservar la vida de los piratas corresponde al general, quien legítimamente puede aplicar la pena de muerte a los cautivos reducidos mediante uso de la fuerza, como, al parecer, hizo Metelo en Creta.

“Metelo había capturado a numerosos piratas y los había matado y aniquilado a todos” (Plutarco, Pompeyo, XXIX, 2)

Batalla naval de Milas, ilustración de Severino Baraldi

La decapitación por hacha o espada era habitual y los esclavos solían ser crucificados, aunque otra forma de castigo característica era la mutilación de los piratas capturados, sobre todo, a través de la amputación de las manos, que además de una represalia que sustituía a la pena capital en razón del status social del prisionero, era una acción iniciativa que impedía la participación de la víctima para la guerra y que conllevaba también una carga infamante en diversas sociedades antiguas. Algunos de estos castigos son citados por Apiano con referencia al enfrentamiento entre Brutio Sura, el prefecto de Macedonia y Metrófanes, enviado por Mitrídates:

“Brutio, avanzando desde Macedonia con un pequeño ejército, sostuvo con él un combate naval y, tras hundirle una nave pequeña y una hemiolia, mató a todos los que había en ellas ante la mirada de Metrófanes. Éste huyó aterrado y, como le acompañó un viento favorable, Brutio no pudo darle alcance, sino que se apoderó de Escíatos, que servía de almacén a los bárbaros para el botín de sus depredaciones. Crucificó a algunos esclavos de entre la población y cortó las manos a los hombres libres.” (Apiano, Historia de Roma I, Mitrídates, 29) 

Esclavos crucificados. Pintura de Fedor Andreevich Bronnikov, Tretyakov Gallery, Moscú

Entre los piratas, parece haberse producido manifestaciones religiosas que los relacionaban con dioses guerreros como Ares (o Marte), pero también con Hermes, dios del comercio, pues se veían como abastecedores y distribuidores de algunas de las mercancías más importantes para el desarrollo del mercado, sobre todo de esclavos, en el Mediterráneo. Existían varios pequeños templos consagrados a Hermes en la Cilicia Occidental. Muchos de estos santuarios estaban localizados en cuevas en el litoral, que podrían haber servido de refugios para piratas.

Sin embargo, Hermes, al ser protector de los comerciantes, sería venerado por los auténticos comerciantes, no dedicados a la delincuencia, que sí eran atacados por los piratas en las poblaciones del litoral mediterráneo. Por ello se veían en la necesidad de recurrir a los dioses por el temor a los piratas como se puede ver en la ocasión en que los ciudadanos de Sidra (en la actual Turquía), en Asia Menor consultaron el oráculo de Apolo en Claros en el siglo I d.C. cuando los piratas se convirtieron en una plaga.

El dios les aconsejó erigir una estatua de Ares, la deidad tradicional de la guerra, en el centro de la ciudad, flanqueado por Hermes y Dike (La justicia). La estatua debería ser encadenada por Hermes y golpeada con tirsos. El dios interpreta el ritual: `Así conseguiréis que Ares se muestre pacífico con vosotros.´ También les advierte que deben organizar la resistencia y castigar a los piratas con severidad. 


Moneda de Sidra. Galieno en el anverso y las figuras de Dike y Hermes
con Ares en el centro en el reverso

Estos piratas practicaban una serie de rituales y sacrificios totalmente ajenos a las costumbres griegas como los dedicados al dios Mitra, quien se ajustaba perfectamente a las creencias de unas comunidades que habían hecho del robo su principal modo de vida y actividad económica, pues Mitra era tanto el dios que roba a sus vecinos el ganado, como el héroe que devuelve a los establos lo que antes ha sido robado, convirtiéndose el dios en un guardián que devolvía a su comunidad lo que los romanos les había arrebatado.

“Hacían también sacrificios traídos de fuera, como los de Olimpia, y celebraban ciertos misterios indivulgables, de los cuales todavía se conservan hoy el de Mitra, enseñado primero por aquellos.” (Plutarco, Pompeyo, XXIV)

Mitra tauróctono, Museo Arqueológico de Córdoba

El carácter ascético de esta religión, que llevaba a sus iniciados hasta niveles extremos de autodisciplina y solidaridad, era muy eficaz para conseguir una estrecha cohesión de grupo. Los iniciados en el culto a Mitra se consideraban a sí mismos y a sus hermanos de fe como hijos de un mismo padre, lo que podría haber servido para fomentar la cohesión de las bandas piratas, junto a la celebración de un rito de iniciación mediante un sacrificio que en los primeros tiempos sería humano, sustituido después por un animal, para ser finalmente un mero acto simbólico.

“Lo persuadí con mis palabras y la Fortuna estuvo de nuestra parte. Yo me dediqué a preparar el equipo para la estratagema. Y justo cuando iba Menelao a hablarles a los piratas del sacrificio, el cabecilla se le anticipó por voluntad de algún dios diciéndole:
—Tenemos como norma que los neófitos se hagan cargo del sacrificio, sobre todo cuando hay que inmolar a un ser humano. Te corresponde, por tanto, prepararte para el sacrificio de mañana. También tu sirviente habrá de iniciarse a la vez que tú.”
(Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, III, 22, 3-4)

El culto a Mitra pudo haber sido practicado por Cenicetes jefe de la piratería en Asia menor entre el 84 y 77 a. C., quien lo habría usado para cohesionar a una masa de gentes de muy distinta procedencia y dirigirla hacia unos objetivos comunes. Este pirata prefirió inmolarse en las llamas antes que ser hecho prisionero de los romanos.

“En las cimas del Tauro está el Olimpo, tanto el monte como la fortaleza homónima, que es la base de piratería de Cenicetes desde donde se divisa toda Licia, Panfilia, Pisidia y Milíade; pero cuando el monte fue tomado por Isáurico, Cenicetes se prendió fuego junto con toda su casa. A éste pertenecían también Córico, Fasélide y todos los territorios de Panfilia, y todo fue tomado por Isáurico.” (Estrabón, Geografía,
 XIV, 5, 8)

Columna de Trajano, foto de Paolo Ziti


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Furor circensis, la pasión por los juegos circenses en la antigua Roma

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Díptico de los Lampadios, Museo de Santa Giulia, Brescia, Italia. 
Foto Giovanni Dall'Orto

En Roma los juegos públicos eran presididos y organizados por los ediles y pretores anuales, aunque los gastos eran pagados por el tesoro público. Sin embargo, no muy tarde, los magistrados comenzaron a aportar fondos propios para engrandecer las fiestas. En los últimos siglos de la república se estableció que todo magistrado encargado de organizar ludi debía gastar sumas superiores a las entregadas por el tesoro público. Ediles y pretores buscaban ofrecer al pueblo espectáculos brillantes que les permitiesen destacar sobre sus predecesores y adversarios políticos y obtener popularidad entre los asistentes a los que veían como potenciales votantes. 

Por ejemplo, la Ley de Urso establecía que los duunviros y ediles debían aportar 2000 sestercios para la celebración de juegos. Con esta disposición la colonia se aseguraba la organización regular de espectáculos variados y de calidad. Los ludi así organizados no se consideraban actos evergéticos, sino obligaciones de los magistrados, aunque podían considerarse estos como evergetas, si ampliaban los gastos previstos en la ley o rechazaban la aportación económica de la ciudad.

“Todos los ediles durante su magistratura deben celebrar un espectáculo de gladiadores o espectáculos dramáticos a Júpiter, Juno y Minerva, o cualquier porción de dichos programas deberán ser posible, durante tres días, para la mayor parte de cada día, y en un día juegos en el circo o el foro de Venus, y en dichos espectáculos y dicho programa de cada una de dichas personas se gastarán de su propio dinero no inferior a 2.000 sestercios, y desde el fondo público que deberán ser legal para cada varios edil de gastar 1.000 sestercios, y un duunviro o un prefecto dispondrá que se le dará el dinero y se le asigna, y será legal para los ediles para recibir igual sin perjuicio de sí mismos.” (
Lex Ursonensis, LXX)

Desde finales del siglo I. d.C. fueron los decuriones los encargados de organizar y financiar los juegos oficiales. Los magistrados se limitarían a presentar los presupuestos y presidir los juegos el día de su celebración.


Circo de Arlés, Ilustración de Jean-Claude Golvin

En época imperial los espectáculos empezaron a ser organizados libremente por particulares con dinero, pues nada impedía a un evergeta ofrecer unos juegos públicos en su ciudad, con autorización de la curia y ateniéndose a las limitaciones impuestas por la legislación imperial. Estos individuos intentaban rentabilizar tales actos evergéticos política y socialmente.

Las razones más habituales por las que se pagaban unos juegos para la comunidad eran el agradecimiento a la curia y al pueblo por un nombramiento, la dedicación de una estatua a una divinidad, al emperador o un miembro de la comunidad., la inauguración de una obra pública financiada por el propio evergeta, el deseo de mantener en la memoria colectiva el recuerdo de personas difuntas o la manifestación de la devoción y agradecimiento hacia la familia imperial.

“Lucio Iunio Paulino, de la tribu Sergia, pontífice, flamen perpetuo y duunviro de los colonos de la Colonia Patricia, flamen de la provincia Bética, habiendo ofrecido juegos de gladiadores y dos representaciones teatrales por el honor del flaminado erigió estatuas por valor de 400.000 sestercios que había prometido si alcanzaba el honor y las dedicó patrocinando carreras de carros en el circo.” (Córdoba, CIL II 5523)



Relieve de un magistrado en el Circo Maximo, Ostia. Museos Vaticanos

Las mujeres también aparecen como benefactores de sus ciudades y habitantes aportando financiación para la construcción de obras públicas y para la celebración de juegos circenses en el momento de su dedicación.

“Voconia Avita, hija de Quinto, construyó para su ciudad Tagilitana unas termas en su terreno y con su dinero. Luego de publicar unos juegos circenses y ofrecer un banquete las dedicó. Para el cuidado del edificio y uso perpetuo de las termas, entregó a la ciudad Tagilitana la cantidad de dos mil quinientos denarios.” (Museo Arqueológico Provincial de Almería)

Es posible que en ciudades más pequeñas la celebración de los juegos dependiera de la aportación de animales u otros servicios desde ciudades más importantes para lo que debían contribuir con la entrega a su vez de algún producto requerido a las facciones participantes. Así puede verse en los edictos de algunos gobernantes.

“Los emperadores Graciano, Valentiniano y Teodosio, Augustos, a Valeriano, prefecto de la ciudad.

El pueblo de Campania no obtendrá de ninguna manera caballos para los entretenimientos, a menos que haya contribuido con dos mil medidas de judías para cada una de las facciones (factiones stabulorum) en la venerable ciudad, según el antiguo, necesario y obligatorio pago. Aquileia, 22 de abril del 381 d.C. en el consulado de Syagrius y Eucherius.”
 (Código Teodosiano XV.10.29)



Caballos de San Marcos, Venecia. Foto Tteske

Los ciudadanos que contribuían económicamente a la celebración de los juegos hacían generosos donativos a las facciones, bien con dinero, bien proporcionando esclavos para facilitar el trabajo y asegurar el éxito del espectáculo. Símaco ofreció unos juegos para celebrar la cuestura de su hijo en la que dona esclavos a cada una de las facciones de la ciudad de Roma.

“Ávido por ello del reconocimiento de la ciudadanía, aspiro a añadir a los gastos de la cuestura de mi hijo una forma de generosidad diferente, incluyendo la donación de cinco esclavos a cada una de las cuadras de carros de la Ciudad Eterna. Y dado que es fácil encontrar esclavos a lo largo de la frontera y que el precio suele ser admisible, te ruego encarecidamente que ordenes por medio de hombres diligentes la adquisición de veinte jóvenes aptos para la tarea que he dicho antes.” (Símaco, Cartas, II, 78)


Los patrocinadores particulares de juegos podían recibir regalos de parte del emperador por su contribución al bienestar de la comunidad.

“En efecto, nuestro Argirio (pues el nieto lleva el mismo nombre que el abuelo) mima los cuerpos en los baños públicos y, como ahora va a deleitar a la ciudad con carreras de caballos, ha sido distinguido con un regalo imperial. Dicho regalo consiste en dos cuadrigas y los caballos son adiestrados en Bitinia.” (Libanio, Epístolas, 381)




Mosaico de Urfa, Turquía

También los emperadores podían obsequiar a los organizadores de los juegos con regalos para ser utilizados en su realización, entre los cuales, sin duda, los mejores serían caballos seleccionados de las caballerizas imperiales.

“Los emperadores Valentiniano, Valente y Graciano, Augustos, al Senado

Sancionamos que de nuestras manadas frigias sean entregadas dos veces cuatro caballos para que sean uncidos a las cuadrigas, es decir, ocho caballos a la vez, y estos caballeros les serán proporcionados a los dos pretores de la más importante exhibición de los juegos. En Antioquía, 13 de abril del 372 d.C. en el consulado de Modestus y Arintheus.”
(Código Teodosiano, VI.4.19)

En Roma las carreras de carros despertaron siempre un interés que rayaba en la locura entre la masa popular. Algunos criticaban el hecho de que la gente se volviese irracional y violenta hasta perder el control de sus emociones y mostrar más rabia que los propios jinetes. Su agresividad llegaba al insulto hacia los organizadores del evento por el sorteo hecho para asignar las pistas a cada carro o hacia los jinetes del equipo contrario.

“Igualmente, el sentido de los juegos circenses ¿qué otra cosa tiene sino ligereza, vanidad y locura? Efectivamente, los ánimos enloquecen con tanta fuerza como ímpetu se pone al correr por la arena, de forma que ofrecen más espectáculo quienes han venido de espectadores, desde el momento en que empiezan a dar voces, a salirse de sí y a dar saltos.” (Lactancio, Instituciones Divinas, VI, 20, 32)




Circo Máximo, Ilustración de Enrico Marini

La pasión por las carreras de caballos (furor circensis) afectaba a los romanos de cualquier edad, sexo y clase social. Incluso los niños participaban de esa locura por las carreras manifestándose partidarios de un determinado auriga, caballo o equipo.

“Desde la edad juvenil le apasionaron los ejercicios de caballos, y su conversación más frecuente versaba sobre las carreras en el Circo, pese a la prohibición que se le había impuesto. Cierto día que deploraba con sus condiscípulos la desgracia de un auriga a quien habían arrastrado sus caballos, reprendido por su maestro, le dijo que hablaba de Héctor. En los comienzos de su reinado se complugo en hacer rodar sobre una mesa de juego cuadrigas de marfil, y desde el fondo de su retiro acudía hasta a las menores solemnidades del Circo: primero en secreto, después públicamente, de manera que nadie dudaba que había de presentarse el día designado para los juegos.” (Suetonio, Nerón, XXII)

El entusiasmo por los colores de las facciones podía desembocar en conductas individuales que mostraban total irracionalidad, como la anécdota contada por Plinio sobre la inmolación de un seguidor del equipo rojo en la pira funeraria de un auriga fallecido.

“Se encuentra en las actas que cuando se le estaban haciendo las honras fúnebres a Félix, un auriga de la facción roja, uno de sus simpatizantes se arrojó a la pira, algo que no merecería la pena decir, pero, para que esto no redundara en gloria de su autor, sus adversarios le acusaron de que se había caído mareado por la abundancia de perfumes.” (Plinio, Historia Natural, VII, 53)







Pero el circo era también un escenario apropiado para los encuentros amorosos, charlas amistosas o la esperanza y emoción de encontrar prosperidad apostando por un equipo determinado como ganador, lo que podía provocar verdadera angustia o inquietud.

“Y entonces, ¿qué? ¿No era nada lo que te movía y te incitaba a dejar a tu hija? ¿Cómo sería posible? Esto sería como lo que movía a uno en Roma a cubrirse cuando corría un caballo que le interesaba y luego, una vez que ganaba inesperadamente, a necesitar de esponjas para recuperarse del desmayo.” (Epícteto, Disertaciones por Arriano, I, 11, 27)

En la época algunos se preguntaban por qué resultaban tan atrayentes las carreras de carros en el circo para la gente y criticaban que el lugar era incómodo, primero porque al estar al descubierto había que sufrir las inclemencias del tiempo, con sol y calor en verano. El ruido sería ensordecedor por el griterío de los asistentes y solo el sonar de trompetas y los contadores de vueltas permitirían estar al tanto de lo que iba a acontecer.

“Y, cuando, dada la señal, los cerrojos resonaron y, de entre todos los cascos, apenas se distinguió la primera pezuña, al cielo se elevó un clamor como un violento torbellino. Inclinados hacia adelante como los propios aurigas, todos siguen con la mirada su carro favorito y, a grandes voces, gritan a los caballos que volaban. Retumba el circo con la rivalidad entre los seguidores, el acaloramiento hace perder el juicio a todos. Con sus consignas apremian a los caballos, con sus clamores los gobiernan.” (Silio Itálico, Guerra Púnica)



Pintura de Alexander von Wagner, Manchester Art Gallery

Los asientos serían estrechos y poco confortables, lo que también sería aprovechado por algunos interesados, siguiendo el consejo de Ovidio, para intimar con sus amantes, gracias a que allí podían sentarse juntos hombres y mujeres.

“Y no pierdas de vista la carrera de caballos prestigiosos: el Circo, que da cabida a tanta gente, ofrece muchas ventajas. No hay necesidad de hacer signos con los dedos para transmitir recados ni tienes que mover la cabeza para dar a entender que has recibido un mensaje. Siéntate al lado de tu dueña, si nadie te lo impide; acerca tu costado al suyo todo lo que puedas, sin miedo, puesto que, aunque tú no quieras, la estrechez de los asientos obliga a juntarse y por imposición del lugar has de rozar a la joven. Entonces busca la ocasión para empezar una charla amistosa y sean palabras triviales las que den comienzo a la conversación. Trata de preguntarle con mucho interés de quién son los caballos que se acercan, e inmediatamente apoya al auriga que apoye ella, cualquiera que sea. Y cuando aparezca la nutrida procesión con las imágenes en marfil de los dioses celestiales, aplaude con mano calurosa a la soberana Venus.” (Ovidio, El Arte de Amar, I, 135-145)

En algunos espectáculos era habitual que los emperadores u organizadores del evento mandasen repartir obsequios mediante un lanzamiento de bolas donde estaban inscritos los premios que ganarían los espectadores que los recogieran.

“Distribuyó también regalos mediante pequeñas bolas que arrojaba por doquier, tanto en los teatros como en el Circo, y separadamente para hombres y mujeres.” (Dión Casio, Historia Romana, LXIX, 8, 2)




Circo Máximo, Viviano Codazzi y Domenico Gargiulo, Museo del Prado

El fervor por las carreras en el circo impregnó todos los ámbitos sociales y se mantenía como tema de conversación entre los miembros de la plebe y los nobles romanos. El interés por las facciones hacía que los niños vistieran los colores de los equipos, los difuntos tuvieran alusiones a las carreras de caballos en sus lápidas funerarias y el arte difundiera imágenes circenses en la decoración escultórica, pictórica, musivaria y mobiliaria de edificios públicos y privados por todas las provincias romanas. 

¿Quién labró de un solo bloque de mármol estas innumerables
figuras? El tiro se levanta hacia el auriga y concordes
son refrenados los caballos con los mismos frenos.
Sus figuras los han separado, pero un material común los
une sin distinción alguna. El auriga es de una pieza con
el carro; del eje salen los caballos; cada uno surge a partir
del otro. ¿Qué poder fue tan grande? Un solo bloque agrupa.
tantos cuerpos y obedeciendo al cincel el mármol se transforma,
modelado con arte, en variadas figuras.
(Claudio Claudiano, Sobre una cuádriga de mármol, 7)



Biga de Bronce, Museo de Laon, Francia. Foto Vassili


Algunos autores expresaban su asombro por el hecho de que un espectáculo al que tachan de fútil y aburrido tenga tantos seguidores, incluidos ciertos individuos considerados intelectuales sobresalientes, y, además, no encuentran explicación de por qué el mayor fanatismo se produce alrededor del color de una facción, en vez de por un jinete o un caballo. 

“He pasado todo este tiempo en medio de mis tablillas y opúsculos en la más deliciosa tranquilidad. Me dirás: «¡Cómo has podido hacerlo estando en Roma?». Se celebraban unos juegos de circo, un género de espectáculos que no me gustan lo más mínimo. Nada nuevo, nada diferente, nada que no sea suficiente haber visto una vez. Por todo ello, me resulta sorprendente que tantos miles de adultos deseen ver una y otra vez con una pasión tan infantil caballos corriendo y aurigas de pie sobre los carros. Si fuesen atraídos al espectáculo por la velocidad de los caballos o por la habilidad de los aurigas, habría al menos una cierta razón; pero es un color lo que ellos aplauden, es un color lo que ellos aman, y si en plena carrera y en medio de la competición se intercambiasen los colores, este para allí y aquel para aquí, el favor y el entusiasmo de la gente cambiaría igualmente, y abandonarían repentinamente a aquellos famosos aurigas, a aquellos famosos caballos, a los que reconocen a lo lejos, y cuyos nombres aclaman. Tal es el favor, tal es la importancia que conceden a una túnica miserable, no me refiero al populacho, más despreciable aún que la túnica, sino a algunos individuos de prestigio. Cuando recuerdo que se mantienen sentados sin cansarse para presenciar un espectáculo tan fútil, aburrido, monótono, siento cierta alegría por no verme cautivado por este tipo de espectáculos. Y durante estos días, que otros pierden en las más inútiles ocupaciones, dedico mi descanso con enorme placer a las letras. Adiós.” (Plinio, Epístolas, IX, 6)




Moneda de Trajano y circo Máximo

Sin embargo, ese apoyo popular a cada uno de los colores de las facciones y la rivalidad entre los equipos y los espectadores partidarios de cada uno tenía un origen muy antiguo y además se mantuvo hasta que la celebración de los juegos terminó en el Imperio Bizantino avanzada ya la Edad Media.

“El rey Rómulo fue el primero en diseñar la competición en Roma, en honor del Sol y los cuatro elementos relacionados con él. Lo celebró en la región de Occidente, es decir, Italia, con carros de cuatro caballos que correspondían a la tierra, el mar, el fuego y el aire. Rómulo dio nombres a esos elementos: el de la facción verde a la tierra por su verdor; el de la facción azul al mar, es decir, el agua, por su color azulado; la facción roja al fuego, por su color rojizo; la facción blanca al aire, por su blancura. Así es como las cuatro facciones se crearon en Roma……
Entonces los habitantes de Roma se dividieron en facciones y nunca más se pusieron de acuerdo entre ellos, porque desde ese momento desearon que la victoria estuviese de su lado y apoyaron su propia facción, como si fuera su religión. Había una gran división en Roma, y las facciones fueron muy hostiles los unos contra los otros desde el momento en que Rómulo creo el espectáculo de las carreras de carros para ellos. Cuando Rómulo vio a algunos miembros de las facciones apoyando al populacho o a senadores que eran desafectos y se oponían a él por la muerte de su hermano (Remo), o por cualquier otra razón, decidía apoyar a la otra facción y así se aseguraba su favor y su posición ante el objetivo de sus enemigos. Desde ese momento los gobernantes de Roma que le sucedieron siguieron el mismo principio.”
(Juan Malalas, Crónica, VII, 5)



Fresco de Lucania Museo Arqueológico de Paestum. Foro de Carole Raddato

Por supuesto la pasión demostrada por la plebe era compartida por los integrantes de las facciones y los propietarios de las cuadrigas, que no perdían tiempo a la hora de anunciar sus logros y celebrar las victorias.
“Cecina, un caballero de Volterra, propietario de cuadrigas, apresaba golondrinas, las traía a Roma y, dado que vuelven al mismo nido, las soltaba pintadas del color de la victoria para anunciársela a sus amigos.” (Plinio, Historia Natural, X, 71) 

Esa histeria común por una determinada facción llegaba a lo más extremo cuando eran los propios emperadores los que no controlaban sus emociones y cometían las peores tropelías por defender a su equipo. El emperador Vitelio mandó ejecutar a partidarios contrarios a su color por creer que criticaban su labor. 

“Hizo matar incluso a algunos individuos de la plebe por el único motivo de haber hablado mal abiertamente del equipo azul juzgando que se habían atrevido a ello llevados del desprecio que sentían por su persona y con la esperanza de que se produjera un cambio de gobierno.” (Suetonio, Vitelio, XIV, 3)


Carrera en el circo. Ilustración de Jean-Claude Golvin

La locura de algún emperador, unida a la histérica pasión por los colores del circo, también afectaba a los propios jinetes que parecían estar en contra de sus deseos. Así lo hizo Caracalla con respecto a un veterano auriga al que mandó matar. 

“Incluso en la misma Roma, quitó de en medio a un hombre famoso únicamente por su profesión, en la que se había distinguido: me refiero a Euprepes, el auriga. Lo hizo matar porque era de la facción opuesta a la que él mismo favorecía. Y así fue muerto Euprepes en su ancianidad, tras haber sido coronado en un gran número de carreras de caballos; pues había logrado setecientas ochenta y dos coronas, un récord nunca igualado por nadie.” (Dión Casio, Historia Romana, LXX, II, 1, 2)

La sociedad romana se agrupaba en torno a las facciones dependiendo de su clase social. Desde el siglo I d.C. las clases populares apoyaban a los Verdes, mientras que la senatorial favorecía a los Azules. Como los emperadores también participaron de esta afición, los que se distinguían por una política populista y antisenatorial eran partidarios incondicionales de los verdes.

“Era tan adicto al partido de los Verdes que comía con frecuencia con ellos en su caballeriza y dormía allí.” (Suetonio, Calígula, 60)


Detalle de pintura de tumba 19 de Isola Sacra, Ostia, Italia. Foto de Caroline Lawrence

Otros emperadores mostraban el fervor por su equipo de forma excesiva y, aunque de forma privada, dejaban patente su insólita extravagancia. Dión Casio relata que Cómodo hubiera deseado convertirse en auriga, pero se avergonzaba. 

“Nunca conducía carros en público, excepto en algunas ocasiones durante noches con luna nueva; pues, aunque ansiaba actuar públicamente como auriga, también se sentía avergonzado de hacerlo; sin embargo, lo practicaba constantemente en privado, vistiendo el uniforme de los Verdes.” (Dión Casio, Historia romana, LXXII, 17, Cómodo)

También el excéntrico Heliogábalo mostró una conducta similar a la de su antecesor Cómodo.

“Acostumbraba también a conducir un carro, vistiendo el uniforme de los Verdes, privadamente y en casa -si es que uno puede llamar casa a aquel lugar donde los promotores eran los hombres más notables de su séquito, tanto caballeros como libertos imperiales y los mismos prefectos, junto a su abuela, su madre y las mujeres, así como varios miembros del Senado, incluyendo a León, el prefecto de la Ciudad-, y donde lo contemplaban hacer de auriga y solicitar monedas de oro como cualquier concursante vulgar, y saludar a los presidentes de los juegos y miembros de su facción.” (Dion Casio, Historia romana, LXXX, 14, 2)

Los asistentes a los espectáculos aprovechaban a hacer peticiones al emperador, de forma particular o colectiva, pensando que su presencia ante el numeroso público le predispondría a mostrarse favorable.

“Por esta época se celebraban los juegos circenses, a los cuales los romanos son muy aficionados. Se reúnen apasionadamente en el circo; y, una vez congregados, dan a comprender al emperador cuáles son sus deseos; éste algunas veces accede a sus pedidos, cuando considera que no es conveniente oponerse. En aquella oportunidad insistieron ante Cayo para que les rebajara los tributos, pues eran sumamente gravosos. Pero Cayo no accedió y como insistieran en sus clamores, ordenó que detuvieran a los que gritaban y sin vacilación dispuso que fueran inmediatamente ejecutados.” (Flavio Josefo, Antigüedades Judías, XIX. 1. 4)


Mosaico de Gafsa, Museo del Bardo, Túnez

Surgían revueltas por las protestas de los espectadores que se debían a motivos de índole política, económica, e incluso religiosa. Podían ser extremadamente violentas, si no se accedía a sus peticiones, hasta el punto de que la masa popular atacaba a los destinatarios de sus quejas y de producirse víctimas mortales.

“Y, entre otras muestras públicas que hicieron a favor de Sexto, fue que en las carreras de carros honraban con grandes aplausos a una estatua de Neptuno que era llevada en procesión, y sentían un gran placer con ello. Pero como algunos días la estatua no fue llevada al circo, echaron a pedradas del foro a los magistrados, derribaron las estatuas de César y Antonio y, finalmente, puesto que no conseguían nada, se lanzaron impetuosamente sobre ambos con la intención de matarlos. César, aunque sus guardaespaldas habían sido heridos, se rasgó las vestiduras y se volvió para suplicarles calma; pero Antonio los trató de forma más violenta. La gente estaba muy enfadada con ellos por estos hechos y parecía decidida a hacer algo terrible en respuesta, por lo que Antonio y César, en contra de su voluntad, se vieron forzados a abrir negociaciones de paz con Sexto.” (Dión Casio, Historia romana, XLVIII, 31, 5)

Durante el reinado de Cómodo hubo una hambruna que mantenía enfadada a la plebe, la cual aprovechó unos juegos del circo para protestar contra Cleandro y hacerle perder el favor del emperador.

“Hubo una hambruna, bastante grave por sí misma, pero cuya gravedad se incrementó notablemente por culpa de Papirio Dionisio, el prefecto de la anonna, con el fin de que Cleandro, cuyos robos parecían los principales responsables de ella, incurriera en el odio de los romanos y fuese destruido por ellos. Y así llegó a suceder. Se celebraba una carrera de caballos, y cuando estaba a punto de celebrarse la séptima carrera, una multitud de niños entraron corriendo en el Circo, llevados por una joven alta de aspecto sombrío que, debido a lo que más tarde ocurrió, se pensó que debía ser una diosa. Los niños gritaron al unísono múltiples palabras de queja, que el pueblo recibió primero y luego empezó a gritar cualquier insulto concebible; y, finalmente, la multitud se levantó y se puso a buscar a Cómodo (que se encontraba en aquel momento en el suburbio Quintiliano), profiriendo muchas bendiciones sobre él y muchas maldiciones sobre Cleandro.”
(Dión Casio, Historia Romana, Epítome Libro LXXIII, 13)



Cuadrigas entrando al circo Máximo, pintura de Ettore Forti

En Bizancio las facciones verde y azul, que dirigían los gritos de ánimo de la multitud a los participantes, llegaron a comportarse como verdaderos partidos con ideas políticas. La aristocracia latifundista y los campesinos apoyaban a los azules, los comerciantes y los artesanos a los verdes. Además, cada una representaba a una religión, los azules eran ortodoxos y los verdes monofisitas, aunque todo lo fundamentaban en la rivalidad deportiva y gozaban de una disciplina casi militar. Las autoridades toleraban sus actuaciones que a veces podían ser realmente violentas e incluso criminales. 

“Así pues, como Justiniano incitase a los Azules y alentase abiertamente sus acciones, todo el poder de los romanos se vio sacudido de uno a otro extremo como si hubiera sobrevenido un seísmo o un diluvio o todas y cada una de sus ciudades hubieran sido tomadas por el enemigo, pues todo se removió desde sus cimientos y nada quedó ya en su sitio, sino que las leyes y el orden del estado, en medio de la confusión que se produjo, se trastocaron por completo.”
(Procopio, Historia Secreta, VII, 6)



Mosaico del auriga vencedor, Dougga, museo del Bardo, Túnez. Foto de Pascal Radigue

Cada facción compartía códigos de conducta, una ordenada jerarquía y el sentimiento de pertenencia a un grupo que no admitía las barreras establecidas en el mundo antiguo. Se componían generalmente de jóvenes de distintas clases sociales y se distinguían por sus peinados, barbas y vestidos. 

“En primer lugar, los miembros de las facciones cambiaron su corte de pelo y adoptaron una moda nueva, pues no se lo cortaban de la misma manera que los demás romanos. No se tocaban en efecto el bigote ni la barba, sino que querían dejárselo crecer lo más posible, tal como desde siempre han hecho los persas. De los pelos de la cabeza se afeitaban los de delante hasta las sienes, dejando que los de detrás les cayesen largos y en desorden, al igual que los maságetas". Por eso llamaban huna a esta moda. A continuación, en cuanto a las ropas que llevaban, todos ellos querían ir vestidos como príncipes, y se ponían ropajes excesivamente pretenciosos, por encima de la posición social de cada uno de ellos, pues les era posible adquirir tales vestidos por medios ilícitos. La parte de su túnica que cubría sus brazos era muy estrecha en donde se juntaba con la muñeca, pero desde allí a los dos hombros se holgaba hasta alcanzar una anchura extraordinaria. Cuantas veces agitaban los brazos para aclamar en los teatros e hipódromos, o bien para dar ánimos tal como se acostumbra a hacer, esta parte de sus túnicas se alzaba por sí sola para arriba, dando la sensación a los inadvertidos de que su cuerpo era tan fornido y bien formado que precisaban cubrirlo de tales ropajes. No se daban cuenta de que era justamente la fragilidad de su constitución lo que más bien revelaban sus vaporosos y huecos vestidos. Distinguieron sus capas, pantalones y por lo general también su calzado con nombres y formas propias de los hunos.” (Procopio, Historia Secreta, VII, 8)



Carreras de carros, pintura de Ulpiano Checa

Además, llevaban armas, a pesar de estar prohibidas, actuaban siempre en grupo y, sobre todo, por la noche, debido a la inacción de las autoridades. Bajo el gobierno de Justiniano partidario de los azules, estos se sentían tan confiados que atacaban a sus rivales, o incluso cualquier otra persona, a la luz del día.

“Al principio casi todos llevaban sus armas abiertamente de noche, mientras que de día ocultaban bajo el manto pequeñas dagas de doble filo que llevaban junto al muslo. Cuando oscurecía se reunían en bandas para despojar a los ciudadanos más pudientes tanto en plena plaza como en los callejones, quitando a sus víctimas sus ropas, cinturones, broches de oro y todo aquello que tuviesen en sus manos. A algunos de ellos, además de atracarles, decidieron matarlos para que no denunciaran ante nadie lo que les había sucedido. Todo el mundo desde luego se sentía muy afectado por estas acciones, y especialmente aquellos de entre los Azules que no eran facciosos, puesto que ni siquiera ellos quedaron a salvo.” (Procopio, Historia Secreta, VII, 15)

Durante el reinado de Justiniano se produjo una violenta revuelta entre las facciones de los verdes y los azules que hizo tambalear el poder del emperador, pues hubo un intento de proclamar emperador a un usurpador.

“Por aquel mismo tiempo en Bizancio se produjo de forma inesperada una sedición popular, que vino a ser, contra lo que cabía pensar, la mayor de todas y acabó en un gran desastre para el pueblo y el Senado; y fue como sigue. La población de cada ciudad, desde muy antiguo, estaba dividida entre «azules» y «verdes», pero no hace ya mucho tiempo que, por estos colores y por las gradas en que están sentados para contemplar el espectáculo, gastan su dinero, exponen sus cuerpos a los más amargos tormentos y no renuncian a morir de la muerte más vergonzosa…

Y no hay nada humano ni divino que les importe, comparado con que venza el suyo. Aun en el caso de que alguien cometa un pecado de sacrilegio contra Dios, o la constitución y el estado sufran violencia por parte de los propios ciudadanos o de enemigos externos, o incluso si ellos mismos se ven quizá privados de cosas de primera necesidad, o su patria es víctima de las circunstancias más nefastas, ellos no hacen nada, si no le va a suponer un beneficio a su bando: que así es como llaman al conjunto de sus partidarios…



Justiniano y Teodora después de la revuelta. Ilustración Georgio Albertini

Por entonces, la autoridad pública constituida en Bizancio apresó a algunos sediciosos y los condenó a muerte. Pero los de una y otra parcialidad, tras concertarse y pactar una tregua entre ellos, se apoderan de los encarcelados y, entrando de inmediato en la cárcel, liberan a todos los reclusos arrestados por sedición o por cualquier otra fechoría. A los guardias que sirven a las órdenes de la autoridad ciudadana, se pusieron a matarlos sin ninguna consideración mientras que los pocos ciudadanos honrados que quedaban se dieron a la huida a la tierra firme de enfrente; y la ciudad fue entregada a las llamas, lo mismo que si lo hubiera sido por enemigos… 

La contraseña que se daban las facciones era «nika», y ése es el nombre que hasta el día de hoy ha recibido aquel suceso…

Los del círculo del emperador estaban indecisos entre dos pareceres: si sería mejor para ellos permanecer allí o darse a la fuga en sus naves… Y se expusieron muchos argumentos en favor de uno y otro. Y Teodora, la emperatriz, dijo lo siguiente: Yo al menos opino que la huida es ahora, más que nunca, inconveniente, aunque nos reporte la salvación. Pues lo mismo que al hombre que ha llegado a la luz de la vida le es imposible no morir, también al que ha sido emperador le es insoportable convertirse en un prófugo…

Aquel día murieron más de treinta mil faccionarios y el emperador ordenó poner a aquellos dos (los usurpadores) bajo severa custodia… los soldados mataron a los dos al día siguiente y arrojaron sus cadáveres al mar. Con esto acabó la sedición de Bizancio.”
(Procopio, Las Guerras Persas, 24)




Circo de Constantinopla, ilustración de Onofrio Panuvio. Foto de Paul K

Los emperadores cuidaban mucho de la actitud que mantenían en el circo pues concedían gran importancia a la opinión que el pueblo tenía de su imagen pública. Augusto contemplaba los juegos acompañado siempre de su familia y manteniendo una actitud decorosa. El emperador Marco Aurelio, aunque no disfrutaba de los espectáculos en el circo, creía que debían celebrarse para tener satisfecha a la plebe y por lo tanto asistía a ellos, pero con indiferencia.

“Marco Antonino tenía la costumbre de leer, de escuchar informes y de sellar documentos durante los juegos del circo. Por ello, según dicen, fue frecuentemente zaherido por chanzas populares.” (Historia Augusta, Marco Aurelio, XV, 1)

El emperador Juliano se aburría en los juegos e iba a verlos por su obligación de presidirlos, pero solo en las fiestas religiosas, ya que, por ser pagano, pensaba que su presencia incrementaría el prestigio de los juegos celebrados en honor de los dioses paganos. Sin embargo, no se quedaba hasta el final y cuando se marchaba lo hacía contento.

“Odio las carreras de caballos tanto como los hombres que deben dinero odian la plaza del mercado. Por tanto, rara vez acudo a verlas, solo durante las fiestas de los dioses; y no me quedo todo el día como mi primo (Constancio) solía hacer, y mi tío, el conde Juliano, y mi hermano Galo. Solo me quedo a ver seis carreras, y no con el gesto del que disfruta del deporte, ni siquiera con el gesto de uno que no lo odia y lo aborrece, y me alegro de irme.” (Juliano, Misopogon, 340)

Tertuliano fue el primer autor cristiano en contra de las competiciones deportivas por provocar el descontrol de las masas. Consideraba que el circo era un lugar donde los fieles cristianos podían caer en la locura e intentaba convencerles para que no asistieran a los juegos, afirmando que eran un ejemplo de idolatría, pues por su origen griego se realizaban en honor de los dioses paganos.

“En cuanto a los juegos del circo, la habilidad ecuestre era una cosa en el pasado, solo montar a caballo; no había nada malo en el uso ordinario del caballo. Pero cuando el caballo se introdujo en los juegos, pasó de ser un regalo de Dios a ser un siervo del demonio. Así este tipo de exhibición está dedicado a Cástor y Pólux, los gemelos a los que, según Estesícoro, Mercurio asignó los caballos. También Neptuno tiene que ver con los caballos; se llama Hippios entre los griegos. Cuando les ponen los arneses, el carro de cuatro caballos está consagrado al Sol, el de dos a la Luna.”(Tertuliano, De los Espectáculos, IX)




Detalle del llamado Sudario de Carlomagno con cuadriga,
Tesoro de la catedral de Aquisgrán, Alemania

Tres siglos más tarde, en época del gobierno de los ostrogodos, Casiodoro, que fue Prefecto del pretorio, entre otros cargos, y religioso durante los últimos treinta años de su vida, tras convertirse al cristianismo, escribió mientras era cuestor del rey Teodorico, una descripción del espectáculo circense, no sin crítica, pues contra toda razón, reconocía la necesidad de continuar la tradición y sufragar los gastos que conllevaba por la necesidad de mantener a la plebe contenta.

“Contemplar una carrera de carros expulsa la moralidad e invita a poca contención; está vacía de conducta honorable y es un continuo torrente de riñas: algo que en la antigüedad comenzó como un asunto de religión, que una tumultuosa posteridad ha convertido en deporte……
No me sorprende que la falta de toda disposición sensata se atribuya a un origen supersticioso. Estamos obligados a financiar esta institución por la necesidad de contentar a la mayoría de la gente, por la que sienten gran pasión; porque siempre son pocos los que se rigen por la razón, y muchos los que piden emoción y olvidarse de las preocupaciones. Por tanto, como también debemos a veces compartir la locura de nuestro pueblo, correremos con los gastos del circo, a pesar de lo poco, que nuestro juicio aprueba esta institución.” (Casiodoro, Variae, III, 51)

A pesar de las críticas de numerosos autores cristianos que tildaban los juegos de ejemplos de superstición e idolatría, los emperadores cristianos se negaron a renunciar a ellos, pues consideraban que se los debían al pueblo. Su celebración suponía que al encontrarse con la gente podían pulsar su grado de aceptación o animadversión, además de proporcionar un escenario crucial en el que exponer su imagen pública y poder engrandecerla. Lo que sí hicieron fue transformar la pagana pompa circense en un desfile presidido por el propio emperador como praesens ludorum quien sería el encargado de arrojar la mappa para que diese comienzo el espectáculo ante miles de asistentes expectantes. Sabían que el pueblo seguía reclamando las carreras en el circo y lo único que hicieron, para así calmar los ánimos de los recalcitrantes defensores de su prohibición, fue transformarlos en entretenimientos libre de referencias a religiones paganas.



Reconstrucción de Constantinopla

Constancio y Constante, Augustos, a Catullinus, prefecto de la ciudad 

“Aunque toda superstición debe ser erradicada por completo, es nuestro deseo, sin embargo, que los edificios de los templos situados fuera de las murallas permanezcan sin tocar ni dañar. Porque dado que el origen de ciertas obras o espectáculos del circo o competiciones derivan de algunos de estos templos, tales estructuras no serán demolidas, puesto que desde ellas se proporciona la representación regular de entretenimientos muy antiguos al pueblo romano. En el cuarto consulado de Constancio y tercer consulado de Constante, 1 de noviembre de 342.” (Código Teodosiano, XVI, 10.3)

Por tanto, los juegos no sólo no sufrieron restricciones, sino que además fueron sometidos a una estricta regulación que mostraba que los ritos tradicionales se habían convertido en vestigios de un pasado glorioso y se conservarían, aunque recortados en su imagen institucional. Se dictaron nuevas disposiciones para Oriente confirmando la voluntad imperial de conseguir que las ediciones lúdicas que los senadores ofrecían pasaran a ser un acto de exaltación de la autoridad imperial.

“Constante, Augusto, a Meclius Hilarianus, Prefecto del pretorio

Todos los hombres del rango senatorial que residen por toda la diócesis estarán obligados por la autoridad de nuestro mandato a venir a la ciudad de Roma con los fondos que se demandan para la producción de representaciones teatrales, juegos de circo, o informes de sus servicios públicos obligatorios.”
(339 d.C. Código Teodosiano, VI.4.4)



Base del obelisco de Tutmosis III, en Constantinopla, Estambul. Foto Gryffindor


La regulación llegaba a los días prohibidos para la celebración de ludi, que eran los especialmente importantes para la liturgia cristiana.

“Valentiniano, Teodosio y Arcadio a Proculus Prefecto de la ciudad.

“Las competiciones en los circos se prohibirán en los días festivos del Sol (domingos), excepto en los cumpleaños de nuestra Clemencia, para que la asistencia de gente a los espectáculos no pueda apartar a los hombres de los reverendos misterios de la ley cristiana. En el segundo consulado de Arcadio y el consulado de Rufinus.
(392 d.C. Código Teodosiano, II.8.20)

Teodosio, augusto, y Valentiniano, César a Asclepiodotus, prefecto del Pretorio

En las siguientes fechas se negarán a la gente en todas las ciudades todos los entretenimientos de los teatros y los circos, y las mentes de los cristianos y los fieles se ocuparán totalmente en la adoración de Dios: esto es, en el día del señor, que es el primer día de toda la semana, en la Navidad y Epifanía de Cristo, y en el día de Pascua y de Pentecostés. En Constantinopla, en el décimo primer consulado de Teodosio y el primer consulado de Valentiniano.”
(425 d.C. Código Teodosiano, XV.5.5)



Circo de Majencio, ilustración de Jean-Claude Golvin

La continuidad de los juegos en el bajo Imperio se vio también alentada con la restauración de los edificios dedicados a los juegos del circo que se habían visto deteriorados por los efectos de fenómenos naturales o por incendios, o simplemente por el paso del tiempo.

“Arcadio y Probo, Augustos a Aemilianus, prefecto de la ciudad

Todos los tableros que están entre los intercolumnios, además de los que dividen los pórticos superiores se quitarán y la apariencia de la ciudad se restaurará a su prístina belleza. Los tramos de escaleras, que llevan a los pórticos superiores se harán más espaciosos, y se construirán escaleras de piedra en lugar de las de madera. Porque así los peligros del fuego estarán ausentes, y si la adversa fortuna lo requiriera, la gente encontrará fácilmente una salida y una oportunidad para salvarse en caso de incendio, cuando se hayan eliminado los espacios estrechos.”
(En Constantinopla, en el sexto consulado de Arcadio y el consulado de Probo. Octubre del 406)

Muchos circos de las ciudades provinciales también sufrían el deterioro del tiempo por lo que las autoridades competentes ordenaban su reconstrucción o renovación con vistas a que los habitantes siguiesen disfrutando de los esperados espectáculos.

“En este tan floreciente y bienaventurado siglo, con el favor dichoso de la época de nuestros señores y emperadores Flavio Claudio Constantino, pío, feliz y máximo vencedor, Flavio Julio Constancio y Flavio Julio Constante, vencedores y augustos siempre poderosísimos, Tiberio Flavio Leto, ilustrísimo varón y conde, ordenó que el circo, derruido por la vejez, fuera reconstruido con nuevas columnas, rodeados de construcciones ornamentales y anegado con agua y así, continuando Julio Saturnino, perfectísimo varón y gobernador de la provincia de Lusitania, su aspecto reconstruido con acierto proporcionó a la ilustre Colonia de los emeritenses la mayor dicha que pensarse puede.” (Lápida conmemorativa de la restauración del circo y su habilitación para espectáculos acuáticos en tiempos de Constantino el Grande por Tiberio Flavio Leto y Julio Saturnino)



Circo de Mérida, Ilustración de Jean-Claude Golvin



Bibliografía

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Sport in the Greek and Roman Worlds: Greek athletic identities and Roman Sport and Spectacle, Volume II, edited by Thomas F. Scanlon, Google Books
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