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Hortus, hierbas y frutas en el jardín

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Pintura de Casa de Livia en Prima Porta, Museo Nacional de Roma
El escritor Plinio describió el huerto como el campo del pobre porque tenía originalmente la función de proveer la despensa familiar con hortalizas e hierbas medicinales, y se ubicaba generalmente en la parte posterior de la domus. Pero después se convirtió en un jardín ornamental en la domus urbana, aunque en las villas del campo el terreno dedicado a la horticultura aumentó y un cultivo extensivo permitió vender los excedentes en los mercados cercanos y sacar beneficio a su producción.
 " Era el primero en coger la rosa en primavera y en otoño las frutas. Y cuando el invierno triste hacía todavía estallar de frío las rocas y frenaba con el hielo el curso de las aguas, él ya estaba recortando las hojas del blando jacinto, maldiciendo el retraso del verano y la tardanza de los céfiros. De modo que era también el más abundante en abejas productivas y número de enjambres y el primero en sacar la miel espumosa de los panales escurridos. Tenía tilos y pinos riquísimos, y toda la fruta de que se había ataviado el fértil árbol con la flor nueva esa misma tenía maduras en otoño. El también trasplantó a las hileras olmos crecidos, el peral bien duro, endrinos que echaban ya prunas y el plátano que ya proporcionaba sombras a los bebedores".(Virg. Georg. IV)

Según Plinio, la jardinería ya la practicaron los reyes romanos con sus propias manos. En la ley de las XII tablas, del siglo V a. C. el jardín se llamaba heredium, mientras que la finca no se llamaba villa, sino hortus.




Para Catón la palabra hortus indicaba el huerto irrigado y él aconsejaba al que iba a comprar un terreno que prestase atención a la calidad de sus viñas y al lugar del huerto, que requería  tierra fértil y acceso al agua. Por ello se aconsejaba aprovechar las aguas procedentes de la casa para regar los huertos. Estos solían limitarse con un muro, una cerca o un seto, para evitar que el ganado echase a perder las plantas.
“Conviene también que pomares y huertos estén cercados por un seto, cercanos a la casería y en sitio adonde puedan ir a parar todas las aguas y desechos del corral y los baños, así como el viscoso alpechín de las olivas prensadas; que hortalizas y árboles se abonan también con nutrientes como éstos.”  (Columela, L.I)
 Muchos textos romanos describen qué plantas se cultivaban en los huertos, ya fuera como alimento o como saborizante, para decorar retratos de los dioses, para deleitar a los huéspedes, proporcionar fragancias o alimentar las abejas – pero sobre todo para asegurar a los residentes de la casa un suministro de medicinas.

¿Qué dirías, si benignos zarzales llevaran rubicundas cerezas y ciruelas, si roble y encina surtieran de frutos al ganado, de sombra a su señor? Dirías que han traído Tarento con su verdor más cerca. Además, una fuente capaz de dar nombre a un arroyo, tan fría y tan pura que ni el Hebro, que atraviesa Tracia, lo es más, fluye eficaz para la cabeza enferma, eficaz para el vientre. Este refugio dulce y, si me crees, ameno, se me mantiene incólume en las horas septembrinas.” (Hor. Ep. I,16)

Cesto con frutas, casa de los Ciervos, Herculano, Italia

El mirto y el laurel eran parte sustancial del huerto. Sus bayas y hojas eran condimentos populares, y sus ramas proporcionaban material para hacer coronas.
Antes de beber, los romanos solían filtrar el vino mediante un saco de lino empapado en aceite de mirto que, a la vez que retenía las impurezas, perfumaba el vino.
“Más aún, el aceite de mirto, cosa singular, tiene también un sabor de vino, es a la vez un líquido graso, de gran eficacia para corregir los vinos, regando previamente con él los coladores para filtrarlos. En efecto, retiene los posos, no deja pasar más que el vino purificado y acompaña el licor clarificado, cuyo sabor aumenta especialmente.”(Plinio, NH, XV, 125)
Los huertos proporcionaban  hierbas, originarias principalmente del Mediterráneo, con diferentes propósitos, como medicinas para aliviar dolores, como aditivos en cosméticos y condimentos en gastronomía.
“Las delicias y el lujo nos hacen la vida más deliciosa, ¿pero quién honra las hierbas que nos alivian el dolor y evitan la muerte? Consideramos que de nuestra salud deben ocuparse otros y esperamos que los médicos sean tan buenos para aliviarnos de la tarea.”(Plinio, NH XXII, 7)
Las hierbas se troceaban, picaban, molían, secaban y mezclaban con líquidos, para hacer una pasta; la miel las hacía comestibles. Para bálsamos, plantas como camomila, mejorana y menta eran usadas. Tintes se confeccionaban  con malvas, clavos dulces y ruda.
“Observar las famosas hierbas que nuestra madre tierra Tellus produce solo para medicinas me llena de admiración por el buen sentido de nuestros padres, que no dejaron nada sin explorar, nada por probar, y así descubrieron cosas que benefician a sus descendientes.” (Plinio, NH XXV, 1)
 El uso cosmético y aromático de hierbas era importante y muchas hierbas eran ingredientes de perfumes. Hierbas aromáticas eran parte de rituales en la adoración de los dioses – aromas de plantas en particular se creían consagradas a un dios. Se conseguía aire fragante quemando ramas o ramitas de hierbas o esparciendo hojas aromáticas y flores en un altar o templo, o en una habitación. En la antigüedad los malos olores eran frecuentes debido a los alimentos perecederos, orina, enfermedad y muerte. Para contrarrestarlo se utilizaban aromas frescos y agradables. Estas mismas hierbas se usaban para preparar los aceites corporales.

Detalle mosaico de Adonis, villa de Materno, Carranque, Toledo

El ajenjo aliviaba el dolor de las mujeres en el parto y Columela recomienda una bebida para tomar al final de las comidas, glechonites,  en la que esta hierba se mezcla con vino y tomillo.
El anís, procedente de Oriente,  se mezclaba con leche y cebada para recuperarse de los alumbramientos. Plinio da una receta de enjuague para la boca:“Al levantarse por las mañanas, en ayunas, deberías mezclar semillas de anís con un poco de miel, mastícalas, y enjuaga tu boca con vino.” (Plinio, XX, 72)
Se empleaba como saborizante para panes y dulces. Sus hojas verdes se cocinaban como verduras y en sopas, y se consideraba que su jugo aliviaba el insomnio y las náuseas, además de actuar como digestivo.

Los romanos comían muchas verduras y hortalizas. Las recolectaban silvestres o las cultivaban. Plinio el Viejo comentó sobre el elevado precio de las verduras y citó que los espárragos cultivados no podían servirse en hogares humildes, pero, si podían recolectarse libremente los que crecían por el campo: “Las tiernas espinas que crecen en la marítima Rávena no serán más agradables que los espárragos silvestres.” (Marcial, XIII, 21). Los ajos y los puerros se comían como hortalizas y condimentos y tenían propiedades terapéuticas.
Entre los vegetales que podían consumir los romanos estaban los nabos, zanahorias, acelgas coles, lechugas, berros, cardos y calabazas. Se cocinaban de muchas maneras, hervidas, aliñadas con vinagretas, en puré, con cereales y acompañando carnes y pescados.
“Cecilio, el Atreo de las calabazas, tal como a los hijos de Tiestes, las descuartiza y las corta en mil pedazos. Las comerás en seguida, en el mismo aperitivo, las servirá en el primero y en el segundo plato. Te las volverá a poner en el tercero; de ellas preparará los postres finales. De ellas hace el repostero unos pasteles insípidos; de ellas guarnece no solo piezas variadas sino también los dátiles conocidos en los teatros.” (Marcial, XI, 31)

Pintura con flores, casa de Livia en Prima Porta, Museo Nacional de Roma

Las flores se utilizaban como elemento decorativo para la realización de coronas y guirnaldas.  Se tomaban vinos a los que se añadían pétalos de flores. También se utilizaban en ritos domésticos, como matrimonios y funerales. Por ejemplo la violeta se depositaba sobre las tumbas de los difuntos en la fiesta de las Parentalia.
Los romanos también creían que la violeta prevenía la borrachera y por ello lucían coronas con esta flor en los banquetes.
La rosa y el mirto se consagraban a Venus y la hiedra y las uvas era atributos de Baco en las representaciones artísticas.


Detalle mosaico con figura adornada de corona con frutas y hojas.

La rosa se cultivaba en tiempos remotos en el valle del Nilo y en Mesopotamia, de donde fue importada a Grecia en época anterior a Homero y luego se introdujo en Roma.


Niño llevando centas con rosas. Mosaico Piazza Armerina, Sicilia


Con hierbas y flores se producían aceites  y cremas utilizados en cosmética. El famoso ceratum de Galeno era una crema fría elaborada a partir de cera de abejas, aceite de oliva y agua de rosas.
Durante las fiestas de Floralia, las casas se adornaban con flores y las figuras de los lares se coronaban con guirnaldas entrelazadas de flores.

Pintura con frutas, Museo Arqueológico de Nápoles

La fruta empezó siendo un símbolo de frugalidad derivado de la actividad originaria de las antiguas civilizaciones, la recolección de frutos y raíces para la alimentación. Luego se convirtió en signo de refinamiento y lujo entre los ricos cuando se consumía fresca. Se empleaba en las comidas como entrante, como ingrediente de platos principales y en la elaboración de salsas.


Cesto con frutas, pintura Museo Nacional de Roma


Para hacer conservas, sobre todo en el entorno rural,  se introducía en miel, vino, vinagre, salmuera o una mezcla de todo. Dejadas secar al sol, se consumían como postre, junto a la fresca.
Las frutas se denominaban por el lugar de procedencia, higos de Siria, granada de Cartago, ciruela de Damasco, membrillo de Creta, albaricoque de Persia.

Detalle de Pintura con higos frescos, villa de Popea, Oplontis, Italia


“Hay algunos que ponen higos frescos poco maduros en un recipiente nuevo de barro, cogiéndolos con los rabos y separándolos unos de otros, y dejan flotando el recipiente en un tonel lleno de vino.” (Paladio, L. IV, IX)
El higo era un fruto consumido por todos los pueblos del Mediterráneo, se tomaba fresco, seco, en conserva y añadido al vino. La higuera se consideraba un árbol sagrado porque la loba Luperca amamantó a Rómulo y Remo debajo de una.
Los higos tuvieron una importancia vital en la historia de Roma, según el historiador latino Floro que cuenta como el senador Catón, interesado en la guerra contra Cartago, mostró a los senadores un higo fresco y les preguntó.” ¿Cuándo creéis que ha sido arrancado del árbol?” Ellos respondieron que recientemente y Catón añadió: “Hace tres días nada más y de un árbol en la propia Cartago. ¡Tan cerca se halla nuestro mortal enemigo!”. Y entonces declararon la que se convirtió en la tercera guerra púnica.

Pintura con membrillos, casa de Livia en Prima Porta, Museo Nacional de Roma

El membrillo, llamado manzana cidonia, era una fruta consagrada a Venus, que se representaba, a menudo, con uno en la mano. Columela aconseja conservarlo en miel.
“Los membrillos deben cogerse maduros y conservarse así: o bien metiéndolos entre dos tejas cerradas con barro por todas partes, o cocidos en arrope o vino de pasas… otros los introducen en tinajas de mosto y luego las cierran, lo que da aroma al vino.”(Paladio, L. III, XXV)
El granado, procedente de Asia, se cultivaba en los países del norte de Africa; se tenía por fruto sagrado de la diosa Juno y simbolizaba la fertilidad.

Pintura con granado, casa de Livia en Prima Porta, Museo Nacional de Roma


Los vinos se mezclaban y aromatizaban con frutas en los banquetes, y algunos se consideraban remedios medicinales. Dependiendo de la época del año, se añadían al vino violetas, pétalos de rosa, o semillas de hinojo y comino. Con el postre se servía un dulce moscatel hecho con las uvas de la última vendimia.
“Se hacen también vinos de frutas, de dátiles,…de higos, de peras, de todas las variedades de manzanas, de serbas, de moras secas, de piñones de pino [estos últimos se ablandan en el mosto y se prensan]…” (Plinio, NH, XIX, 102)

Los árboles frutales se plantaban en hileras y, a veces, entre árboles sin fruta, para adornar los jardines.

Cesta de frutas, detalle de mosaico de la villa de Materno, Carranque, Toledo

Para proteger las plantas y acelerar su crecimiento se utilizaban invernaderos (specularia) hechos con láminas de lapis specularis, material transparente que dejaba pasar la luz y el calor. El emperador Tiberio comía pepinos todo el año, porque los cultivaban de forma que con el frío y por la noche los metían bajo estos vidrios.

“Para que tus vergeles de pálidas rosas de Cilicia (azafrán) no teman al invierno y el viento helado no perjudique a los tiernos planteles, unas cristaleras puestas cara a los vientos invernales del Sur dejan pasar uno rayos de sol limpios y una luz sin sombras.” (Marcial, VIII, 14)
Donde no se podía tener un huerto, se plantaban hierbas y flores en macetas que adornaban jardines y balcones, especialmente recipientes con agujeros para el drenaje (ollae perforatae) y que por encontrarse en grandes cantidades en algunos jardines, sugiere el cultivo de plantas para la venta.

En el poema Moretum, Virgilio cuenta como  un campesino recoge al amanecer alimentos de su huerto para su propio sustento, pero intenta dejar algo para vender.


"Allí col, la berza allí extendiéndose ancha
reverdecía y la acelga fecunda y achicorias y malvas,
allí chirivías y el que por su cabeza puerro lo llaman,
allí adormidera también, que el sentido daña,
y la lechuga, de nobles manjares alivio tan grato,
y abundante brota profundo el rábano 
y  también, vencida por su peso, la calabaza.
Pero no era él amo de su fruto (no hay mesa más escasa
que la suya),  de la gente era; en días de mercado
manojos de verdura para vender se echaba al hombro, 
volvía de allí cargado con la bolsa, sin nada a la espalda,
sin traerse de allí mercancía casi nunca".



Príapo era una deidad protectora de huertos y jardines, que guardaba las puertas de las villas rústicas, vigilaba las lindes de los campos y participaba en la fertilidad de la tierra y en la fecundidad de hombres y animales. Se le ofrecían las primicias de las cosechas, entre ellas las espigas de trigo y los pámpanos,  leche y miel y sacrificios de animales. Se le representaba como una estatua de un hombre feo con un enorme falo y se colocaba en jardines y huertos para espantar pájaros y ladrones.
    “Antaño era tronco de higuera, inútil leño, cuando
un artesano, dudoso si hacer un escabel o un Príapo,
eligió que fuese un dios. De ahí que fuera dios yo,
grandísimo espanto de ladrones y pájaros, pues a ladrones
refrena mi diestra y el rojo palo obscenamente tieso de
mi ingle; y a las molestas aves asusta la caña fija en mi
cabeza e impide que se posen sobre los nuevos huertos.”
(Horacio, Sat. I, 8)




Textrinum, tejer en casa

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La Hilandera, pintura de Waterhouse
La matrona ideal romana se presentaba como lanifica, tejedora de lana, dirigiendo el trabajo de sus esclavas hilanderas (quasillariae), tejedoras y  pesadoras de lana (lanipendiae), que verificaban la cantidad de trabajo diario realizado. Todas implicadas en un proceso doméstico de producción de tejidos para la familia. Cada hogar especialmente en el campo contenía un lugar (textrinum) con todos los aparatos necesario para trabajar la lana (lanificium).
Periplectomeno: “Pero no estoy dispuesto a casarme con una mujer que jamás me diría: `Marido mío compra lana para que yo te haga una capa suave y caliente y unas gruesas túnicas para que no pases frío en invierno.´”
Muchas prendas se harían en casa con materiales compradas a vendedores de lana o lino, pues las familias ricas tenían sastres (vestifici) y vestificae (costureras) entre su personal, aunque la señora de la casa y sus hijas tomarían parte en la labor.
“Contiguo a este edificio puede verse un taller de tejido; el fundador, audazmente, lo ha proyectado en el estilo del templo de Palas. En este santuario, dirá un día la fama, era donde la irreprochable esposa del noble Leontius, que entre todas las mujeres entradas en la familia Pontia fue la que más deseó compartir la suerte de su ilustre marido, hilaba la lana en los husos sirios, trenzaba los hilos de seda sobre ligeros juncos, o hilaba con el bien templado metal, engrosando el huso con hilos de oro.” (Sidonio Apolinar, Carm. 22)

Mujer hilando, jarrón griego, Museo Británico
Augusto llevaba ropas hechas por mujeres de su familia a las que parece ser obligaba a trabajar la lana, por ser símbolo de la virtud de la matrona.
“Y allí para el trabajo de las niñas
Llevó la oveja sus vellones blancos;
Ellos labor a las mujeres dieron,
Con el huso y la rueca el copo hilaron,
Y en los telares de Minerva, algunas
Al son tejieron de armonioso canto.”
(Tibulo, Elegías, II, 1)

El hilado es el proceso por el que las fibras se convierten en hilo. Para  empezar era necesario retorcer las fibras sobre ellas mismas hasta dejar un solo hilo cuanto más delgado mejor. Se utilizaba la rueca y el huso. La rueca era generalmente de unos tres pies de largo, comúnmente un palo o caña con una expansión cerca de la parte superior para sujetar la bola de lana. A veces se hacía de ricos materiales. La rueca se mantenía bajo el brazo izquierdo  y las fibras se estiraban desde la bola saliente, siendo al mismo tiempo, enrollado en espiral con el dedo índice y pulgar de la mano derecha. El hilo así producido se envolvía en el huso hasta que la cantidad fuese suficiente.
“Déjale aprender a hilar la lana, a sostener la rueca, a poner el cesto en su regazo, a girar el huso, a tirar de los hilos con su pulgar.” (San Jerónimo, Carta a Laeta en la educación a su hija)

Detalle del mosaico de Aquiles, mujer con rueca y huso, villa de La Olmeda, Palencia
El huso se hacía con alguna madera ligera o junco, y medía entre ocho y doce pulgadas de largo. En su parte superior había una hendidura a la que se fijaba el hilo, de forma que el peso del huso podía llevar el hilo hacia el suelo tan pronto como estaba terminado. Su extremo inferior se insertaba en una espiral, o rueda (fusayola) hecha de piedra, metal o algún material pesado que servía tanto para mantenerlo fijo como para causar su rotación.

Fusayola romana, colección particular
 La hilandera, de vez en cuando, daba al huso un nuevo giro con un suave toque para aumentar el enrollado del hilo. Siempre que el huso alcanzaba el suelo se hilaba un largo; se sacaba el hilo entonces de la hendidura o pasador y se enrollaba; se cerraba otra vez el pasador y comenzaba el hilado de nuevo. Cuando la bobina de cada huso se cargaba con hilo, se sacaba de la rueda y se ponía en una cesta (quasillus o calathus) hasta que había suficiente para que las tejedoras comenzaran su trabajo.

"La izquierda sostenía la rueca cubierta de blanca lana, la derecha, ya tirando ligeramente de las fibras, les daba forma con los dedos vueltos, o ya torciéndolas con el pulgar inclinado, hacía girar el huso equilibrado con la redondeada tortera; el diente, que así trabajaba, siempre igualaba su obra,y los trozos de lana quedaban adheridos a sus labios resecos, los que antes habían despuntado de la lisura del hilo: canastillas de mimbre guardaban ante sus pies los blandos vellones de blanca lana."(Catulo, poema 64)

Detalle del mosaico de Aquiles, cestos con lana y útiles para tejer, villa de la Olmeda, Palencia

Minerva Egarne era la diosa protectora de la industria del tejido.
En el mito de Aracne, ésta es una muchacha muy admirada por su habilidad en el arte de tejer. Su orgullo le lleva a desafiar a Minerva y, aunque la diosa triunfa, transforma a Aracne en una araña por su osadía.
“Sin demora disponen sus telares en la sala, tensan los hilos de un lado a otro y la caña divide la trama, el peine separa los hilos de la urdimbre arrastrando las lanzaderas con dedos fogosos mientras que el peine dentado nivela la napa. Ceñidas las estolas a sus pechos, tejen con sus diestros brazos, y gozan de su trabajo con su rapidez y maestría. (Ovidio, Metamorfosis, VI)

Reproducción de telar romano, Museo de Segovia

Tejer era el proceso de entrelazar hilos de urdimbre verticales (stamen) con hilos de trama horizontales (subtegmen o trama), siendo los primeros más fuertes y firmes a consecuencia de haberlos retorcido más en el hilado, mientras que los segundos son más flexibles. Para entrelazarlos se fijan los hilos verticales a un marco conocido como telar (tela); tras ello los hilos horizontales se pasan de atrás adelante entre los verticales usando una lanzadera. Finalmente los hilos de la trama se agrupan usando un instrumento dentado llamado peine.
En la antigüedad se conocieron tres tipos de telares: el horizontal que permitía a la tejedora sentarse al realizar la labor; el vertical que obligaba a estar de pie y realiza movimientos hacia arriba; y el vertical de doble travesaño que permitía estar sentado y realizar el movimiento hacia abajo.

“Toma, por ejemplo, a Posidonius, - que, en mi opinión, es de los que más han contribuido a la filosofía – cuando desea describir el arte de tejer. El explica, cómo, primeramente, algunos hilos son retorcidos y algunos arrancados de la suave lana suelta; después, como la urdimbre vertical mantiene los hilos estirados colgando pesos; entonces, como el hilo insertado en la trama, que suaviza la dura textura de la red que lo sujeta firmemente a cada lado, es forzado el varal para hacer una unión compacta con la urdimbre. El mantiene que incluso el arte del tejedor fue descubierto por hombres sabios, olvidando que el arte más complicado que describe fue inventado posteriormente – el arte en el que la red está atada al marco; en partes ahora divide el peine la urdimbre. Entre los hilos se dispara la trama por puntiagudas lanzaderas: los bien cortados dientes del ancho peine lo llevan a su lugar.”(Séneca, Carta XL a Lucilio)

Pesas de telar, Museo de Palencia

 Tras el tejido de las telas, éstas debían confeccionarse en distintas prendas cosiéndolas con aguja. Como no se conocía el acero, las agujas eran de bronce y hueso. Para coser prendas de vestir de buena calidad se debían emplear agujas de bronce, mientras que para los tejidos más bastos se usarían agujas de hueso de mayor fragilidad y grosor, pudiéndose utilizar en ciertos casos punzones de metal (subulae) para perforar previamente los tejidos y poder pasar posteriormente la aguja de hueso enhebrada.

Agujas de hueso, Museo Nacional Romano, Mérida

Como la actividad de coser, debido a los materiales, no estaba perfeccionada, se procedía a unir las partes de las prendas con fíbulas o broches. Muchas ropas utilizadas por los romanos tomaban su nombre del lugar de procedencia, normalmente confeccionadas en otros lugares del imperio o por artesanos procedentes de ellos.
Con la llegada de nuevos tejidos procedentes de fuera del Imperio, lino, algodón y seda, la costumbre de tejer la ropa en casa quedó relegada al ámbito rústico, donde las campesinas siguieron con la tarea de hilar y tejer, pero las damas ricas prefirieron las exquisitas telas ofrecidas por los comerciantes orientales.
“Pero ahora que la mayor parte de las mujeres están entregadas al lujo y a la ociosidad, de tal manera, que ni aún se dignan de tomar el cuidado de preparar la lana y hacerla hilar y tejer y se quejan de las ropas de telas hechas en la casa.” (Col. XII, pref.)

Ars fictoris, escultura en la domus

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Laooconte y sus hijos, Museo Vaticano

Las estatuas que decoraban las estancias de una villa mostraban el buen gusto y la riqueza del propietario. Las esculturas tenían relación con el culto doméstico, con los dioses olímpicos, con el linaje familiar y con el nivel cultural del propietario.
Las esculturas más numerosas eran las dedicadas a las divinidades despojadas de su carácter sagrado original, pero que en el fondo no habían perdido el fervor de las gentes: dioses olímpicos, rara vez de tamaño original y las personificaciones o alegorías, todas ellas inspirándose en modelos griegos clásicos o helenísticos.

Antes de las conquistas romanas el arte romano se vio influido por el etrusco, sobre todo, por la representación funeraria en sarcófagos, en los que los difuntos aparecían yacentes sobre la tapa.
Sarcófago etrusco, Museo Vaticano

Pero en los inicios del Imperio se hizo traer a artistas griegos que esculpieron copias romanas de originales helenos y crearon la escuela neoática, cuyo creador pudo ser Pasiteles en el siglo I a.C. Las obras algunas veces eran interpretaciones libres, debido a que se debía tener en cuenta el lugar de emplazamiento, la finalidad de la estatua y el hecho de que la mayoría de las copias se hacían en mármol, en lugar del bronce de las originales.
"Con el dinero que he obtenido de una herencia he comprado recientemente una estatua de Corinto, pequeña, sin duda, pero llena de encanto y expresividad, al menos en lo que mis conocimientos en esta materia me permiten juzgarla...Se trata de un cuerpo desnudo, que no puede ocultar sus imperfecciones, en el caso de que tenga alguna, ni dejar de mostrar abiertamente sus cualidades. Representa a un anciano de pie. Sus huesos, músculos, tendones, venas, e incluso arrugas, se perciben con toda nitidez, como si fuesen los de una persona viva...Incluso el bronce de que está hecha, según permiten apreciarlo las partes en las que conserva su verdadero color, es antiguo y de los que ya no se ven hoy día."( Plinio, Ep. III,6)

La imitación de esculturas griegas se extendió por todas las provincias del Imperio, sobre todo las más romanizadas, en las que las élites locales exigían esta ornamentación. Aunque es posible que existieran talleres locales, el mármol se traía de diferentes partes del Imperio.
Amor y Psiqué, Ostia, Italia

Muchos coleccionistas romanos preferían la juventud, la belleza física y el sentimiento a la realidad de los originales griegos y gustaban de figuras de escala más pequeña y, a menudo, de aspecto más juvenil que aquel que era el adecuado para el tema. También se buscaba que las dimensiones de las figuras se adaptasen a las de las estancias en que se iban a ubicar.
Fortuna, Museo Tarragona
Las estatuas de lares y dioses domésticos son una primera muestra del arte escultórico romano que empleaba materiales sencillos como la arcilla y que en algunos casos reflejaban un estilo muy refinado al utilizar el bronce. Estas figuritas eran la más cercana aproximación a la religión como forma de protección de la salud y la prosperidad. 
Diosa fortuna, Museo Arqueológico Nápoles


Dioses principales se representaban como benefactores de la riqueza en los hogares y terrenos cultivables. Diana, como diosa de los bosques, Mercurio, como dios del comercio, Minerva, como diosa de ciertas artes manuales, Juno, diosa del matrimonio.
Hércules, Mercado de Trajano, Roma
"Este que, sentado, ablanda la dureza de las rocas tendiendo una piel de león - un dios grande en un diminuto bronce - y que, echando su cabeza hacia atrás, mira las estrellas que sostuvo, cuya izquierda se entretiene con una clava de encina y la derecha con una copa de vino puro, no es una fama ni una gloria reciente de nuestros cinceles; estás viendo un noble obsequio y una obra de Lisipo." (Marcial, Epig. IX, 23)


Venus púdica, Museo Louvre, París
Venus es siempre una divinidad de la Naturaleza y por lo tanto ofrece, muestra y señala sus atributos femeninos de fertilidad y fecundidad. Incluso cuando aparece vestida, su túnica deja traslucir su cuerpo o se desliza para que podamos contemplarlo. Su desnudez parece señalar sus atribuciones femeninas, como símbolos de la fertilidad, de la belleza y del placer.

Figuras del ciclo de Dionisos contribuían a la cuidada ornamentación de jardines y peristilos, formando parte de fuentes, o como estatuas entre parterres e intercolumnios. Dionisos y su thiassos se asociaban al mundo de las aguas terrestres, así como las personificaciones de ríos y manantiales, ninfas, faunos y otras divinidades relacionadas con las aguas y la vegetación.
Los sátiros y los silenos eran criaturas de los bosques que acompañaban a las ménades en los cortejos dionisiacos. Los primeros se representaban con orejas puntiagudas, patas de caballo, pezuñas y pequeños cuernos en la cabeza. Los segundos, calvos y panzudos, se caracterizaban por un cuerpo peludo, nariz chata, patas de cabra y orejas y cola de caballo; a menudo se les mostraba a lomos de un asno. Con el paso el tiempo los rasgos animales fueron desapareciendo, para enseñar un aspecto más humano.
Detalle sarcófago, sátiro y ménade, Museo Vaticano

Los emperadores eran retratados en sus diversas atribuciones. Si vestían coraza, representaban el poder militar del cónsul; el rollo en la mano, el puesto de pretor y si llevaba la cabeza cubierta con la toga, su función era la de sacerdote. En caso de ser presentados  como héroes, se les mostraba desnudos con corona de laurel. Las estatuas de dioses y héroes asumían la fisonomía de los emperadores para que estos fueran asociados a los personajes legendarios y mitológicos.
Adriano cubierto con toga, Villa Adriana, Tivoli
" Alcida, que has de ser reconocido ahora por el Tonante latino, desde que ostentas los agraciados rasgos de nuestro dios César: si hubieras tenido esos rasgos y ese aspecto cuando los fieros monstruos cayeron bajo tus manos, ..." (Marcial, Epig.)


La preferencia por el busto y la cabeza es un rasgo cultural típico romano, ya que ésta era el centro de interés en el retrato. La elección de estas piezas como elementos ornamentales creó un enorme mercado en toda la cuenca mediterránea, y se explica principalmente, por razones económicas, al ser más baratas que una estatua completa.

Busto femenino, Museo de la Ciudad, Barcelona
El retrato romano, igual que el griego, tenía un código visual para representar cualidades morales y virtudes tradicionalmente valoradas, como el respeto por los mayores, por la autoridad y por la austeridad de costumbres y apariencia.
Bustos acompañados de inscripciones, elenco de familiares y amigos del fallecido decoraban altares, tumbas y urnas cinerarias, lo cual se vinculaba a la tradición de mostrar máscaras mortuorias de cera o terracota de antepasados ilustres en las procesiones funerarias de élite, para honrar su linaje patricio. Estas máscaras se guardaban junto con bustos en bronce, arcilla o mármol. La confección de estas máscaras mortuorias, que copiaban exactamente las características faciales de los difuntos, pudo provocar el gusto por el realismo de los retratos romanos.
Los romanos poderosos se hicieron retratar con su cuerpo idealizado a la manera griega y sus cabezas en la tradición romana. En la época de Augusto, el retrato adaptó la figura griega del doríforo de Policleto, para encarnar las cualidades del cuerpo y el espíritu humanos, pero sin mostrar la vejez, símbolo de decadencia o la excesiva juventud, símbolo de la inexperiencia. Tampoco se resaltaban los defectos físicos.
La austera imagen republicana, antiguamente limitada por ley a los miembros de la nobleza y a las familias de los magistrados en activo, se convirtió en una seña de identidad romana, que los antiguos esclavos manumitidos, de origen incierto, adoptaron como suya, para aparecer en sus retratos como “buenos romanos”. Se esculpían bustos en relieve en el interior de un marco de mármol, que se colocaba en el muro de la tumba de la familia como si sus ocupantes estuvieran mirando a los que paseaban por allí a través de una ventana.


Relieve funerario, San Juan de Letrán, Roma

Con la dinastía Flavia el arte escultórico recuperó un estilo muy realista que se refleja en los peinados femeninos realizados con la técnica de la perforación, los bustos abandonan el frontalismo para adoptar una imagen más dinámica y enseñan hombros y pectorales.
Cabeza con peinado a trépano y barba, Museo Tarragona
A partir de Adriano, el emperador y los personajes importantes se retrataban con barba, al igual que hicieron los primeros griegos, quizás por el interés de Adriano por la cultura griega.

En la época de los Severos y  Constantino se produjo una tendencia menos realista, más dada a lo grandioso,  y más abstracta por la influencia de Oriente. Se crean retratos más esquemáticos.
Retratos sobre sarcófagos, estelas y nichos cobran popularidad y algunos se retratan desempeñando su oficio en las vías de salida de la ciudad, donde se hallan las necrópolis.
El empleo del pilar (herma) como mero soporte de un retrato auténtico o convencional es un invento típicamente romano. Se compone de una cabeza de tamaño natural, elaborada en mármol o bronce, y de un pilar marmóreo en cuya cara frontal figura una inscripción que delata la identidad del personaje representado: hermae dedicadas al genius del dominus o las ofrecidas por libertos a sus señores;  retratos de poetas, historiadores, filósofos, oradores y gobernantes que decoraban los jardines y peristilos de las villae itálicas. Las hermulae se empleaban para realizar cercas y balaustradas y combinaban imágenes de divinidades y retratos del momento.
En época de Cicerón, el Atica fue un importante centro de producción del que emanaron  algunas innovaciones técnicas, como la fabricación por separado de cabeza y pilar, que triunfó con posterioridad en el mundo romano.
En el siglo IV d.C. las piezas cristianas reconvierten el carácter pagano de las cabezas de las hermae y se les añaden símbolos como la cruz.
Apolo, Museo de Nápoles
Algunos propietarios se rodeaban de esculturas que evocaban el mundo de la filosofía, de la literatura y de las artes, como símbolo de ostentación social y cultural cuando se presentaban ante sus visitantes. Se representaban divinidades protectoras de las artes, como Apolo y las Musas.

Cicerón escribió que las musas eran más apropiadas para decorar el jardín de un escritor que la de las bacantes, devotas de Baco.
"Y tú, como no sabías mi condición, diste por esas cuatro o cinco estatuas un precio que yo no lo diera por todas cuantas hay en el mundo. Y si comparas esas Bacantes con las musas de Metelo, con las que no tienen nada que ver. Ni siquiera por las estatuas de las Musas pagaría ese precio, y si fueran éstas aptas para mi biblioteca o gabinete, pero, ¿dónde pondría yo unas Bacantes en mi casa?
(Cicerón, Ad Fam. VII, 23)

La mayoría de esculturas de jardín se hacían en piedra, pero también se empleaba el mármol, bronce, terracota y madera para las figuras más pequeñas. La presencia de estatuas religiosas en los jardines romanos proviene de la costumbre de erigir esculturas en los huertos domésticos para proteger los frutos.
La representación de figuras marinas en la decoración de fuentes en peristilos y jardines era generalizada, y el agua se hacía brotar de un hueco en la figura que ocultaba el caño por donde salía.
En los huertos solía haber una estatua de Príapo, protector de la fecundidad, que servía para proteger las cosechas y alejar a los ladrones; figura fea y deforme y que se representaba con un gran falo. Podía ser de piedra, mármol o piedra.
"Ladrón de rapacidad muy conocida, un cilicio quería saquear un huerto; pero en el huerto inmenso no había, Fabulo, nada más que un Príapo de mármol. Al no querer volverse con las manos vacías, el cilicio se llevó al mismísimo Príapo." (Marcial, Epig. VI, 73)

Como elementos decorativos se incluían el oscillum y el pinax. El primero era un panel de mármol con relieve en ambos lados, que se suspendía de una cadena y se colgaba entre las columnas para que la brisa los hiciese oscilar. El pinax era también un panel, pero se montaba sobre un poste de piedra en el jardín.

Oscillum con ménade, Museo de Historia del Arte, Viena

Los relieves en sarcófagos, columnas, arcos de triunfos y altares tienen en Roma una finalidad de enseñanza histórica representando batallas y gestas  en la que proliferan temas mitológicos y las tallas se suceden sin dejar espacio libre entre sí.

Sarcófago de Portonaccio, Museo Nacional, Roma

Los ciudadanos adinerados de la Roma antigua se construían estatuas en sus atrios donde se  retrataban en poses y situaciones ostentosas. "Sí, pero en sus atrios se alza un carro de bronce con cuatro caballos imponentes, y él en persona, sentado en fiera y batalladora montura, amenaza a la lejanía con su lanza torneada y, estatua tuerta, proyecta batallas."(Juv. sat. VII)
 Muchas figuras llevaban ropas reales y los ojos se hacían de cristal o pasta de vidrio. También se pintaban de llamativos colores. Como materiales se empleaban piedra, mármol,  alabastros y jaspes que ofrecían la posibilidad de imitar vestidos y complementos. 

Sedere in cathedra

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Mujer sentada en una cátedra, Boscoreale, Museo Metropolitan  de Nueva York

Entre los romanos, el tipo primitivo de asiento era el taburete o el banco de cuatro patas perpendiculares y sin respaldo. El taburete (sella) era el asiento habitual de una persona, utilizado por hombres y mujeres cuando descansaban o trabajaban, y también por los niños y esclavos en sus comidas.

Mujeres sentadas en banco (subsellium)

El banco (subsellium) sólo se distinguía del taburete por acomodar a más de una persona. Lo usaban los senadores en la curia, los jurados en los tribunales y los niños en la escuela, así como en casas privadas. Una forma especial de sella era la famosa silla curul (sella curulis), con patas curvas de marfil. 
Mujer sentada en silla curul, Pompeya, Museo de Nápoles

La utilizaban los altos cargos públicos, políticos y militares. La silla curul se plegaba para facilitar su transporte y tenía tiras de cuero en la parte superior para soportar el cojín que formaba el asiento.

Solium, San Juan de Letrán, Roma

La primera mejora sobre la sella fue el solium, una silla rígida, recta, que se corresponde con el thronos griego.  De respaldo alto y sólidos brazos; parecía como cortado de un solo bloque de madera y era tan alto que un escabel era tan necesario para subirse a él como con la cama. Había dos tipos el scamnum y el scabellum, siendo el primero más alto que el segundo por lo que podía servir como asiento a su vez.
Como también se empleaban materiales macizos y pesados, se han encontrados algunos elaborados en mármol, que pertenecerían a alguna persona importante. 
 Los poetas representaban a los dioses y reyes sentados en ese tipo de asiento y se guardaba en el atrium para uso del patrono cuando recibía a sus clientes.
“Pues en el pasado se les abordaba tanto en el paseo como cuando estaban en su casa, sentados en su sillón (solium), y no solo para consultarles sobre cuestiones de derecho, sino también sobre el casamiento de una hija, el cultivo de un campo, la compra de una finca, en fin, sobre cualquier actividad o negocio.  (Cicerón, Sobre El Orador, L.III, 133)

Afrodita y Eros, Villa Farnesina, Museo Nacional Romano

“Venus estaba sentada en su trono (solium) resplandeciente, arreglando su peinado.” (Claudiano, Epitalamio de Honorio y Maria)
La cathedra era una silla con un respaldo curvo fijado a veces con una suave inclinación, lo más parecido a un asiento cómodo que conocían los romanos. Por la utilización de cojines se consideraba demasiado lujosa para los hombres, por lo que al principio sólo la utilizaban las mujeres, pero su uso acabó por generalizarse para todos, como puede deducirse de la carta de Plinio El Joven (II, 17,21), donde describe un gabinete con un lecho y dos sillas, en este caso del tipo cathedra. Para este tipo de asiento describe Plinio en su Historia Natural el uso del mimbre del sauce.

Mujer sentada en una cátedra, Museo Capitolino, Roma

 Las patas podían ser torneadas y con adornos en metal y marfil. Las tallas en forma de garra o cabeza eran comunes en la cultura mediterránea. En la parte que estaba en contacto con el suelo se solía poner un pequeño cilindro o rodillo para proteger la talla o el adorno.
“Teniendo ya encerrada tu sexágesima cosecha y resplandeciendo tu cara, blanca por tu poblada barba, andas sin rumbo fijo por toda la ciudad y no hay un asiento matronal (cathedra) a donde, sin poder estarte quieto, no lleves de mañana `tus buenos días’.(Marcial, Epi. IV, 79)
Ni el solium ni la cathedra estaban tapizados, pero se utilizaban cojines o cobertores con los dos igual que con los lecti y proporcionaba oportunidad para una lujosa decoración.
El bisellium era un asiento sin respaldo con capacidad para dos personas que solía destinarse a los magistrados de las ciudades provinciales y para honrar a algunos ciudadanos, como se puede ver en la inscripción de Naevolia Tyche y Gaius Munatius Faustus:



“Naevolia Tyche, liberta de Lucius, construyó esta tumba para sí misma y para Gaius Munatius Faustus, Augustalis y habitante del campo, a  quien, por sus méritos, el consejo ciudadano, con la aprobación del pueblo, decretó la concesión de un bisellium (asiento honorífico). Naevolia Tyche construyó este monumento para sus libertos y libertas y para los de Gaius Munatius Faustus  durante su vida.”

Tumba de Gaius Munatius Faustus, Pompeya

Nuptiae, ritos de una boda romana

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Detalle Fresco Aldobrandini con escena de boda, Museos Vaticanos

¡Que sean muy felices!
Claudia peregrina, Rufo, se casa con mi amigo Pudente: bendícelos, oh Himeneo, con tus antorchas.
Así de bien se mezclan la exótica canela con su habitual nardo, así de bien los vinos Másicos, con los panales de Teseo, y no es mejor el enlace de los olmos con las vides que nacen, ni más quiere el loto a las aguas, a las riberas el mirto.
Aposéntate resplandeciente, Concordia, por siempre en su lecho, y que en pareja tan igual el yugo de su amor no se deshaga: que ella con el tiempo lo ame anciano, pero que a su vez a su marido no le parezca vieja entonces, cuando lo sea. (Marcial, Epitalamio, Epi. IV, 13)

Detalle de sarcófago con matrimonio, Museos Capitolinos, Roma


Los romanos eran un pueblo supersticioso y por ello debían encontrar un día propicio para celebrar el matrimonio. Algunos días se consideraban infaustos e intentaban evitarse las fiestas en las que los invitados podían estar ausentes.
La víspera de la boda la novia recogía los juguetes de su infancia si todavía era muy joven y los dedicaba a los dioses y lares de su hogar junto a su bulla y la toga pretexta, que había llevado hasta entonces. Se vestía con una túnica blanca ribeteada con una cenefa púrpura t se recogía el pelo con una redecilla de color anaranjado (reticulum luteum) y se acostaba esperando el día de la boda.

Pintura con novia, Villa de los Misterios, Pompeya

La mañana de la boda la novia era peinada con el hasta caelibaris, una pequeña lanza, atributo iconográfico de Juno. Con la punta del hasta se abrían las rayas en el cabello para formar seis trenzas, (sex crines) fijadas alrededor de la frente con cintas y colocadas creando rodetes, al modo del tocado de las Vestales.

“Mientras duran estas fiestas (Lemuria), vosotras, jóvenes, permaneced aún sin marido: que la nupcial antorcha de pino espere la llegada de días puros; y que a ti, a quien tu madre, ansiosa por casarte, considera ya madura para el matrimonio la curvada punta de la lanceta no peine tu virginal cabellera.” (Fastos, 2, 556-560)

La joven era vestida para la ceremonia por su madre. La prenda principal era la tunica recta, blanca sin cenefas, que se sujetaba  con un cordón de lana mediante el nudo de Hércules, que el  marido debería desatar por la noche. Por encima se llevaba un manto color azafrán o  naranja encendido (flammeum), que escondía la parte alta de la cara. Una corona de flores de mejorana y verbena trenzadas adornaba la cabeza en época de César y Augusto; posteriormente se utilizarían mirto y flores de azahar.


El novio era acompañado por sus familiares a la casa de la novia que se adornaba con flores.
La diosa Juno presidía la ceremonia, por ser la protectora del matrimonio. Para conseguir los mejores auspicios y propiciar una unión duradera, una mujer casada solo una vez (pronuba) tenía que asistir en todo momento a la joven novia que se disponía a contraer matrimonio.
Al amanecer se realizaba un sacrificio propiciatorio en presencia de testigos, con la inmolación de una víctima a los dioses e interpretación de las entrañas del animal de los designios y solo si eran favorables se podía seguir con la ceremonia.

“Venid, dioses celestes, venid, dioses marinos, para asistir propicios a las bodas reales. Mientras aclama el pueblo, según mandan los ritos. Vaya delante el toro de la blanquísima espalda que a los dioses tonantes ha de ser inmolado y arrogante camina con la cerviz erguida. Una vaca de cuerpo blanco como la nieve, que nunca sufrió el yugo, nos aplaque a Lucina.” (Séneca, Medea, coro)

Se leían las capitulaciones matrimoniales donde se especificaba la dote que el padre de la novia se comprometía a aportar ante los novios y diez  testigos, quedando registradas en las tabulae nuptiales. Los nuevos esposos declaraban aceptar los términos, firmaban y se cerraba así el contrato legal.

Detalle de urna con unión de manos, Museo Nacional Romano

La madrina unía las manos derechas en la llamada dextrarum iunctio para simbolizar la entrega de la novia al esposo. La novia pronunciaba la frase: “Ubi tu Gaius, ego Gaia”, con la que la novia ingresaba en la familia (gens) del novio. Luego los novios se sentaban encima de la piel del animal degollado para el sacrificio.
El auspex nuptiarumque había anunciado los auspicios pronunciaba una plegaria a los dioses para invocar la protección divina para la nueva familia.
Los invitados gritaban feliciterhaciendo votos por una próspera unión de los contrayentes y se hacían las ofrendas de las primicias de los alimentos a los dioses dando comienzo al banquete nupcial. Los novios comían un pastel,  hecho con espelta. En un principio las migas se esparcían por encima de la novia y luego se las arrojaban, pero posteriormente se hicieron unos pasteles que luego compartían los novios y se repartían a los invitados.
La cena nuptial  finalizaba al caer la noche cuando empezaba la domum deducto, en la que la recién casada se echaba en brazos de su madre simulando no querer irse y el marido debía sustraerla a la fuerza, mientras se cantaba el hymenaeus o canto nupcial.
Talassio, dios de la virilidad y fecundidad de origen sabino, se identificó en los autores latinos con el Himeneo de los griegos. Como grito de conjuro se incorporó desde muy pronto al ritual fescenino, durante la celebración de las bodas.
“… desde entonces hasta hoy cantan los romanos en las bodas, el talassio, igual que los griegos al himeneo.” (Plutarco, Rom. 15)

Pintura romana, Asís
Invocación a himeneo
Tú que habitas en el monte
Helicón, hijo de Urania,
Tú que arrebatas a la tierna doncella
Para su esposo, ¡oh Himen Himeneo,
Oh Himen Himeneo!,
Ciñe tus sienes con la flor
De la fragante mejorana
Toma el velo nupcial, ven
Aquí, alegre, calzado tu pie de nieve
Con sandalia de jalde,
Y, exultante en este gozoso día,
Canta con clara voz esta
Canción nupcial, golpea
La tierra con los pies y agita
En tu mano la tea de pino.
(Canción de boda en honor de Manlio y Junia, Catulo, 61)

Acompañada de un séquito con sus invitados y músicos, la novia era conducida a su nuevo hogar. Era un acto para anunciar el nuevo enlace y según la calidad del cortejo se atestiguaba la importancia de los contrayentes.  Se llevaban ramas de roble como símbolo de fertilidad. Se cantaban canciones y refranes tradicionales, los versos fescenninos, con alguna referencia obscena, con objeto de estimular la fecundidad futura de la pareja. La novia iba rodeada de tres jóvenes varones que vivían con su padre y su madre; uno de ellos portaba una antorcha de palo de espino. Dos sirvientes llevaban la rueca y el huso para hilar, pues el trabajo de la lana seguía siendo el símbolo de la virtud doméstica. El novio va repartiendo nueces.

Boda de Zeus y Hera, Museo Arqueológico de Nápoles

Llegados al umbral de la nueva casa, la novia ofrecía sus plegarias a las divinidades del umbral; impregnaba de aceite las jambas y les ataba unas cintas de lana, y después levantada por miembros del cortejo, franqueaba el umbral, para no tropezar, y evitar un mal presagio. El novio la esperaba en el atrium, y le ofrecía agua y un pequeño fuego, elementos esenciales para la vida y los ritos sagrados. La novia prendía el fuego del hogar con la antorcha nupcial que luego lanzaba a los invitados, después ofrecía tres monedas, una a su marido, otra a los dioses del hogar y la tercera a los lares Compitales de la encrucijada más cercana. Luego pronunciaba una oración y era llevada al lectus genialis,  que era adornado  con flores de azafrán y jacintos, porque se pensaba que estas cubrían el lecho de Júpiter y Juno. Eltálamo nupcial estaba dedicado al genio del pater familias que protegería la fecundidad de la pareja, de ahí el nombre del lecho.

“Oh, novia, tú que rebosas prometedor amor,
Oh novia, la más bella de la de Pafos, acércate al lecho, acércate al lugar donde el matrimonio se consuma,
Oh gentil novia, placer de tu esposo, la noche te lleva
Tú no te resistes; tú honras a la diosa del matrimonio Hera en su trono de plata.” (Himerio, Epitalamio a Severo)

Escultura, Museo del Louvre

Al día siguiente se celebraba un nuevo banquete para los invitados (repotia) en el que la nueva esposa hacía su primera ofrenda a los lares como matrona vistiendo la stola.

“Les complacen las simples promesas y las fórmulas legales carentes de vana pompa y admitir a los dioses como testigos de la ceremonia. No cuelgan, coronando el dintel, festivas guirnaldas, ni la blanca banderola corre de uno a otro montante, ni existen las antorchas rituales, ni se alza un tálamo apoyado en gradas de marfil y desplegando sus ropas recamadas de oro; ni la joven desposada, ciñendo su frente con torreada corona, evita rozar el umbral con su planta, al traspasarlo; tampoco para ocultar discretamente el tímido rubor de la esposa cubrió el velo rojizo su rostro inclinado, ni un  cinturón esmaltado de piedras preciosas ciñó sus flotantes vestiduras, ni rodeó su garganta un collar apropiado a la ocasión, ni un chal, apoyado en el arranque de los hombros, se plegó estrechamente a sus desnudos brazos… No rechiflaron las gracias de costumbre, ni el marido fue blanco a su pesar, de las impertinencias de la fiesta a usanza sabina.” (Lucano, Farsalia, II)

Mosaico de la boda de Dioniso y Ariadna, Gaziantep, Turquía

Con el Cristianismo se conservaron muchos ritos pero la bendición la daba en la iglesia un sacerdote, aunque el banquete se hacía en casa. Se hacía gran gasto en músicos, bailarines y comida, además de en flores y ungüentos.


Nutrix, criada y confidente

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Mujer con lactante, pintura de Pompeya, Museo Arqueológico Nápoles

La utilización de una nodriza para alimentar a los recién nacidos empieza a ser común en Roma a finales de la República y en tiempos del Imperio se comienza a contratar a un ama de leche (nutrix) que amamante a los hijos de las familias nobles, e incluso, a los hijos de esclavos a los que sus propias madres no pueden alimentar.
Las razones para confiar un niño a una nodriza podía deberse al fallecimiento de la madre o a que esta se encontrase enferma o muy débil para cuidarlo. Otras razones habría que buscarlas en que el ideal de belleza de la época era incompatible con amamantar un bebé; en que se consideraba poco aristocrático realizar cualquier ejercicio físico y que encomendar el cuidado del hijo a una nodriza evitaba el sentimiento de proximidad y cariño ante la alta probabilidad de muerte del recién nacido en la época.
De las cualidades que debían tener las nodrizas escogidas nos han quedado descripciones hechas por varios autores. Sorano, médico griego, escribe: “La nodriza no debe ser ni demasiado joven ni demasiado vieja, tendrá entre veinte y cuarenta años, habrá tenido ya dos o tres hijos, estará sana, en buenas condiciones físicas, a ser posible alta y de buen color.”  Además añade consejos sobre la calidad del pecho, de la leche, la alimentación y el ejercicio físico a realizar, además de advertir sobre las relaciones sexuales y las cualidades morales de la persona elegida. Estas advertencias también  están presentes en los escritos de otros autores.
“Las nodrizas son las primeras personas a las que oirá el niño, a ellas tratará de imitar en sus palabras y no hay que olvidar que somos muy tenaces por naturaleza en retener lo que recibimos en los primeros años, como las vasijas conservan el sabor del primer líquido que reciben.” (Quintiliano, I, 1, 4-5)

Terracota griega de mujer con niño

Tácito critica la negligencia de los padres al entregar a los hijos a una mujer ignorante, aunque puede ser un signo de xenofobia, pues las nodrizas solían ser griegas y los esclavos procedentes de Grecia podían tener una cultura superior a la de aquellos a quienes servían.
“Ahora se entrega al recién nacido a cualquier criada griega, a la que ayudan algunos esclavos de los menos capacitados. Esas almas inocentes asimilan los cuentos y chismes de esa gente y nadie tiene en cuenta lo que se dice o hace ante los pequeños amos.”(Tácito, Diálogo de Oradores)
Según la ley un propietario menor de 20 años no podía manumitir esclavos, pero si liberar a su nodriza o educador. La literatura ha dejado muestras de propietarios que recompensaban a sus nodrizas con la libertad,  bienes materiales o erigiendo una tumba para ellas, como indican algunos epitafios. Plinio el joven regaló una granja a su nodriza:
“Quiero agradecerte que hayas aceptado encargarte del cultivo del pequeño terreno que regalé a mi nodriza”  (Ep. VI, 3)
De una nodriza se esperaba que fuera obediente y leal a sus señores, pero es muy posible que ellas mismas desarrollaran un sentimiento de responsabilidad y autoestima ante la función para la que eran solicitadas. Ser la nodriza de los hijos de una familia importante suponía, en cierta medida, un reconocimiento social. Es por ello que algunas dedicaron epitafios a los niños que habían amamantado y criado y demostrasen agradecimiento a sus amos.
En algunos casos a la nodriza se le atribuía la misma autoridad moral que al pater familiaspor lo que se le encargaba la misión de criar a los hijos de la familia durante su infancia.

Baño de bebé con esclavas, Museo Agrigento (foto de vroma.org)
Cuando la nodriza era una esclava residía en la propia domus, o se la enviaba al campo con el recién nacido, con lo que los padres perdían bastante el contacto con su hijo, pero cuando se solicitaba los servicios de una nodriza libre, se firmaba un contrato en el que debían cumplirse unos requisitos para que el niño estuviera bien cuidado. Si la nodriza contratada era una mujer casada, el marido aparecía como garante en el contrato y su incumplimiento se sancionaba con dureza.
Las nodrizas iban a quedar ligadas de por vida a esos niños cuya nutrición, aseo y cuidados velaban de modo permanente, tareas simultaneadas a veces con otras labores del hogar propias de sus status más normal, el de esclavas.

Joven y nodriza, Pompeya (foto de pompeiipictures)

La nodriza era una esclava que acompañaba con frecuencia a su joven ama a su nueva casa  cuando está contraía matrimonio.
La condición servil colocaba a la nodriza en una situación difícil si su ama mantenía amores  ilícitos, pues a los afectos se unían la fidelidad  debida por obediencia y los largos años de servicio. Ejemplos hay en la literatura latina donde la nodriza cumple la función de consejera que intenta convencer a su ama para que actúe con sensatez. Es el caso de las tragedias de Séneca, Fedra y Medea.
“Esposa de Teseo, preclara descendencia de Júpiter, arroja cuanto antes de tu casto esos pensamientos nefandos, extingue las llamas y no te muestres condescendiente con una esperanza fatal. Todo aquel que al comienzo pone resistencia y rechaza el amor, alcanza la tranquilidad y la victoria; al que, complaciente, ha ido alimentando el dulce mal; tarde rehúsa soportar el yugo al que se ha sometido.”(Séneca, Fedra, 130-135)

Fedra y nodriza, Pintura de Pompeya, Museo Arqueológico Nacional

En el caso de Fedra, cuando advierte que sus consejos no dan resultado, pasa a organizar una trama de engaños para agradar a su ama. En Medea, por el contrario, critica abiertamente la conducta de la protagonista.
En la comedia de Plauto Aulularia, la vieja Staphyla es presentada como la nodriza de la hija del dueño, que oculta a su señor el embarazo de su hija y como la única esclava de la casa,  en la que el amo descarga sus improperios, pero a la que no parece importarle demasiado los castigos, debido quizá a la confianza por los años de servicio en la casa.
“Por Dios, que no sé qué mal le trae de esta manera; se pasa las noches en vela, por el día no se mueve de casa, ¡ni que fuera un zapatero cojo¡ Y  no sé ya cómo ocultarle la deshonra de su hija, que está a punto de dar a luz; me parece que la mejor solución sería echarme una soga al cuello y quedarme colgando como una espingarda.” (Plauto, Aulularia, Acto I, esc.1)

Terracota de diosa madre, Museo Británico, Londres (foto de AgTigress)

La antigua diosa romana de la lactancia era Rumina, protectora de los lactantes y a la que las madres y nodrizas pedían bellos senos y llenos de leche. En los sacrificios se ofrecían víctimas cubiertas de leche.

Tonsor, aseo personal del romano

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Retrato de Julio César
La moda de llevar el pelo muy corto parece haber progresado lentamente y sólo entre las clases más altas de la sociedad romana.  Los romanos que podían permitirse el lujo de tener uno ó más tonsores (barberos y peluqueros) a su servicio delegaban en ellos su aseo matinal y, si llegaba el caso, solicitaban sus servicios varias veces al día.
“Concedía mucha importancia al cuidado de su cuerpo, y no contento con que le cortasen el pelo y afeitasen con frecuencia, se hacía arrancar el vello, por lo que fue censurado, y no soportaba con paciencia la calvicie que le expuso más de una vez a las burlas de susenemigos. Por ese motivo, se traía el escaso cabello de la parte posterior sobre la frente.”(Cesar, Suetonio, XLV)
Los que no podían permitirse un tonsor a su servicio entraban en una de las innumerables tonstrinae (barberías) establecidas en las tabernae de la ciudad, y para los clientes más pobres había tonsores instalados en la vía pública.
Tynd.: “Ahora está el tipo en la barbería; ahora, en este mismo momento, está Filocrates manipulando la cuchilla. No se ha preocupado, siquiera, de poner el paño del barbero, para así no mancharse la ropa. Pero no se decir si va a afeitarle o recortarle un poco con el peine”.(Plauto, Los Cautivos, II, 2)
Esta escena de Plauto nos acerca al ambiente de una barbería pública. El local estaría rodeado de bancos en los que esperaban su turno los clientes. Dentro el cliente se sentaba en un taburete, mientras el tonsor y los ayudantes (circitores) iban cortándole el cabello o arreglándoselo según la moda del momento, que venía determinada por el gusto del emperador.
Retrato de Augusto

 A partir de Augusto se llevaba un peinado sencillo y corto, a excepción de Nerón, a quien gustaba llevar el pelo largo y peinado de un modo artístico:
“... se le vio dejar caer por detrás el cabello, que llevaba siempre rizado en bucles simétricos...” (Nerón, Suetonio, LI).
 A comienzos del siglo II d.C., la mayoría de los romanos llevaban un corte de pelo sencillo, rematado por un peinado realizado con unas tijeras de hierro (forfex) de hojas separadas, con unos anillos de presión en su base. Su uso provocaba los llamados “trasquilones”.

 A partir de Adriano aparece el cabello rizado artificialmente con ayuda del calamistrum,que los ciniflones ponían a calentar en los rescoldos dentro de una funda de metal para que luego el tonsor lograra los rizos que el cliente deseaba.
“Corta, cuanto antes, oh Febo, su larga cabellera, cuando todavía no se ensombrece su delicado rostro ni con un asomo de vello, y mientras sus bucles caen graciosamente por su cuello de leche. Y para que tanto el señor como el niño gocen largo tiempo de tus dones, córtale pronto sus rizos, pero tarda en hacerlo, hombre.” (Marcial, I, 31)

Retrato de Caracalla
Una moda común era, por ejemplo, llevar rizos dispuestos en varios escalones (coma in gradus formata). Hacia el principio del Imperio se hizo costumbre llevar pelo postizo, tanto en hombres como en mujeres, para ocultar calvas o presentar mejor aspecto.
“Recoges de aquí y de allá tus cuatro pelos y la ancha explanada de tu resplandeciente calva la cubres, Marino, con los bucles de los temporales. Pero, movidos por la fuerza del viento, se vuelven a su sitio y tu cabeza desnuda la ciñen por este lado y el otro unos enormes mechones.” (Marcial, Epigramas, X, 83)
Algunas veces también se pintaba pelo sobre la cabeza calva para aparentar pelo corto, al menos en la distancia:
“Simulas unos cabellos pintados con ungüentos, Febo, y tu sucia calva se cubre con una cabellera pintada. No hay necesidad de buscarle peluquero a tu cabeza: puede raparte mejor, Febo, una esponja.”(Marcial, VI, 57)
En su preocupación por su aspecto los romanos cuidaban su pelo y procuraban evitar su caída. Algunos autores recogieron tratamientos a ese respecto, como Dioscórides,  que recomendaba frotar con cebolla las partes de la cabeza afectada con calvicie.

Retrato de Filipo el Árabe
Galeno en su obra De Compositione Medicamentorum  recoge la siguiente receta tomada de la Cosmética de Cleopatra: “Contra la pérdida de cabello, hacer una pasta de rejalgar (una forma natural de mono sulfato de arsénico) y mezclarlo con resina de roble, aplicarlo a un paño y ponerlo donde ya se haya limpiado bien con natrón (una forma natural de carbonato de sodio). Yo mismo  he añadido espuma de natrón a la receta anterior, y funcionó de verdad.”
El pelo casi rapado parece haber estado de moda desde la época del emperador Macrino hasta la de Constantino

Entre los griegos llevar barba era símbolo de virilidad y hasta la época de Alejandro Magno lucir una cuidada barba era la costumbre. Desde la Magna Grecia se introdujo el hábito del afeitado en Roma hacia el año 296 a.C. con la llegada de los primeros tonsores , según indica el historiador Plinio: “Según Varrón, los tonsores se trajeron a Italia desde Sicilia, en el año 454 de Roma, habiéndolos traído P. Titinio Mena, anteriormente los romanos no se cortaban el pelo. El joven Africano fue el primero en adoptar la costumbre de afeitarse cada día. El emperador Augusto siempre utilizaba cuchillas.”
Otra tarea cotidiana del tonsor era la de afeitar o recortar la barba. Se sabe que ya Escipión Emiliano se hacía afeitar todos los días, y en la época de la dictadura este hábito ya se había extendido. De Augusto cita Suetonio: “...ningún cuidado se tomaba por el cabello, que hacía le cortasen apresuradamente varios barberos a la vez; en cuanto a la barba, unas veces se la hacía cortar muy poco, otras mucho, y mientras lo hacían leía o escribía.” (Augusto, LXXIX)

Navaja de afeitar (Foto de TheDraco)
Ningún romano se afeitaba solo, ya que el defectuoso material y la grosera técnica de que disponían los condenaban a ponerse en manos del tonsor. Las navajas barberas (novaculae) y los cuchillos que también usaban para afeitarse y cortarse las uñas eran de hierro, y se afilaban en una piedra, laminitana, originaria de Hispania, del Campo de Montiel.
“En cuarto lugar están las que se afilan con la ayuda de saliva humana; se utilizan en las barberías. Las mejores en su género son las laminitanae de la Hispania Citerior(Laminium). (Plinio, Historia Natural)
 No se tiene conocimiento de que se utilizara ninguna loción o jabón, solo agua, por lo que se hacía imprescindible que el tonsor estuviera dotado de una destreza poco común. Tras un aprendizaje, obtenía permiso para abrir su propia tonstrina.
Los más experimentados tonsores gozaban de cierta fama, como demuestra el epitafio que Marcial  (Epig. VI,52) dedica a Pantagathus:
“En esta tumba yace Pantagathus –capricho y pena de su amo-,
Arrebatado en la flor de la edad,
Diestro en cortar cabellos desgreñados y en arreglar mejillas
Híspidas con imperceptibles toques de navaja.
Aunque le seas, tierra, como debes, propicia y liviana,
No puedes ser más liviana que su mano.”
Pero la mayoría no tenían tanta habilidad y algunos clientes podían exponerse a desagradables accidentes: “De esta parte han trasquilado un buen trozo de tu barba, por acá pasó navaja y allá te la depilaron: ¡quién diría que la tuya es cabeza sin fisuras! (Marcial, VIII, 47)
“Quién no pretende aún bajar a las sombras de la Estigia, que huya del peluquero Antíoco, si es inteligente. Estas cicatrices que podéis contar en mi barbilla, tantas como las que hay en la frente de un viejo púgil, no me las ha hecho mi mujer, enfadada, con sus terribles uñas: es el hierro y la mano asesina de Antíoco.” (Marcial, XI, 84)
Los barberos más renombrados eran excesivamente lentos: “Mientras el barbero Eutrapelo repasa la cara de Luperco y le depila las mejillas, le crece una segunda barba.” (Marcial, VII, 83)
Algunos romanos antes de someterse a la tortura del tensor preferían ponerse en manos del dropacista, especialista en depilar con dropax, un ungüento depilatorio compuesto de resina y pez.
“Te depilas la cara con ungüentos y la calva con mejunjes; ¿tanto miedo tienes, Gargiliano, al peluquero? ¿Qué harán tus uñas? Porque ciertamente no puedes recortarlas con resina, ni con lodo véneto. Si tienes algún pudor, deja de hacer de tu cabeza un espectáculo”. (Marcial, III, 74)
También les frotaba con psilotrum, un ingrediente extraído de la vid blanca, o les untaba con otros preparados, como cuenta Plinio:
“Se encuentran casos, también, donde se ha utilizado castoreum con miel, durante varios días, como depilatorio sin embargo. En el caso de depilatorio diario, los pelos deberían arrancarse antes de aplicarse.(H.N. XXXII, 47)

Retrato de Antinoo
La primera vez que un joven se ponía en manos del tonsor se celebraba una ceremonia religiosa: la depositio barbae, que se realizaba alrededor de los veinte años. El día de la depositio barbae, el tonsor cortaba con unas tijeras la barba primera (lanugo) que posteriormente se ofrendaba a los dioses, Apolo, Júpiter o Venus, o a los dioses domésticos, y se guardaban en recipientes de cristal o de oro incluso, y este ritual marcaba el paso definitivo a la madurez. De Nerón cuenta Suetonio:
“En los juegos gímnicos que dio en el campo de Marte, y en el transcurso de los preparativos del sacrificio, se hizo cortar la primera barba encerrándola en un cofrecillo de oro adornado con pedrería, y la consagró al Capitolio.”.
Durante los tiempos de Juvenal, ricos y pobres festejaban esta fecha solemne según sus medios, preparando una gran fiesta a la que se invitaba a todos los amigos de la familia:
“Ya te amanece el día tercero después de los idus de Mayo, Marcelino, en que debes celebrar una doble fiesta familiar: el aniversario del nacimiento de tu padre, y el día en que te afeitaste por primera vez. Aunque le ha dado el gran don de una vida feliz, nunca este día estuvo más generoso con tu padre.” (Marcial, III, 6)
Los jóvenes elegantes solían llevar una barba cuidada (barbula) hasta los cuarenta años como señal de juventud; llevar barba a partir de esa edad era signo de desaliño, de duelo o de calamidad, como Augusto, al conocer la derrota de Varo, quien “se dejó crecer la barba y los cabello durante meses”(Suetonio, Augusto, 23).

Retrato de Adriano
Los emperadores imponían la moda a seguir, a partir de Adriano fue costumbre lucir una poblada barba, como la de los retratos del emperador. Pero desde Constantino fue habitual el afeitado.
Otra labor del tonsorera satisfacer a sus clientes aplicando tintes: “Te haces el joven, Letino, con tus cabellos teñidos, tan pronto cuervo, si hace un momento eras cisne. No puedes engañar a todos, Proserpina sabe que lo tienes blanco, ella le quitará el disfraz a tu cabeza.” (Marcial, III, 43); untando aceites perfumados; maquillando el rostro; disimulando imperfecciones de la piel con lunares o parches de tela: y un cuero de escarlata pinta su pie sin lastimarlo, y numerosos lunares revisten su frente de estrellas. ¿No sabes qué es? Quita esos lunares y lo verás.(Marcial, II, 29)
Los hombres romanos también se sometían a la  depilación en otras partes del cuerpo, para mostrar una piel suave. En los baños se podía contratar el servicio de un dropacista o depilador como describe Séneca en su epístola 56: “imagina al depilador con su penetrante voz chillona, dando rienda suelta a su lengua, excepto cuando está depilando las axilas y haciendo gritar a su víctima en su lugar.”
Augusto acostumbraba a quemarse el vello de las piernas con cáscara de nuez para que estuvieran más suaves, según Suetonio. También se usaban diversas sustancias como resina y brea: “… y ollas Samnitas para calentar la resina y la brea usadas para depilar a los hombres y suavizar su piel.”(Historia Augusta, Pertinax, 89), además de usar piedra pómez para alisar la piel.

Ungüentario de vidrio romano
Los hombres dedicaban parte de su tiempo a mejorar su aspecto y seguir las tendencias de la moda en cuanto al peinado y el uso de perfumes:
“Estar a la moda es llevar perfectamente puesto el pelo rizado, oler siempre a bálsamo, siempre a cinamomo.” (Marcial, III, 82)
Ovidio aconseja a los jóvenes cómo deben cuidarse para atraer a sus amadas, despreocupándose de lo superficial,  como es rizarse el pelo y quitarse el vello, pero recomendando buscar un buen barbero:
“Tampoco te detengas demasiado en rizarte el cabello con el hierro o en alisarte la piel con la piedra pómez; deja tus vanos aliños para los sacerdotes que aúllan sus cantos frigio en honor de la madre Cibeles. Que no se te ericen los pelos mal cortados  y tanto éstos como la barba entrégalos a una mano hábil.” (Ovidio, Arte de Amar, L. I)

Retrato de El Fayum


Algunos autores criticaron la dedicación que los hombres dedicaban al cuidado de su cabello, barba y cuerpo:
“Y si nuestro propio sexo admite trucos engañosos tales como cortarse la barba en demasía; arrancarla por aquí y por allí; afeitarse alrededor de la boca; arreglarse el pelo y disfrazar su blancura con tintes; depilarse por todo el cuerpo; colocar cada pelo en sulugar con pigmentos femeninos; suavizarse el resto del cuerpo con la ayuda de algún áspero polvo; y, además, aprovechar cualquier oportunidad para mirarse en el espejo y contemplarse con ansiedad.(Tertuliano)
Plauto en su obra Curculus(IV, 4) nos da una descripción de los objetos utilizados para el arreglo del hombre, instrumenta tonsorae:

Pinzas para depilar romanas

Y ya pueden mis pinzas (volsellae), mi peine (pectem), mi espejo (speculum), mi rizador de pelo (calamistrum), y mis tijeras para el pelo (axitia) y toalla (linteum) quererme bien…”
El espejo era un elemento imprescindible para  los tonsores, ya que permitía a los señores ver el aspecto final que tenían tras pasar por sus manos.

                                               

Lapis specularis, iluminación interior

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Ventana romana, En mi estudio, Alma-Tadema

El lapis specularis o piedra especular es una variedad del mineral del yeso que se utilizó en época romana para permitir la iluminación de interiores con luz natural y proteger de las inclemencias atmosféricas.
Su gran resistencia hacía de la piedra especular un material muy resistente, superior incluso al vidrio, lo que permitía instalarlo en lugares expuestos a fuertes lluvias y granizo. Además se conocían sus propiedades como aislante acústico y térmico.

Lapis specularis de Ossa de la Vega, Cuenca

El lapis specularisse conoce como espejuelo porque cuando la luz natural o artificial incidía sobre el mismo, brillaba, literalmente, como en un espejo. Por este efecto se empleaba como ornamento para bóvedas, paredes y pavimentos en edificaciones públicas y privadas.
Según el historiador Plinio, en Hispania se desarrolló un complejo minero en la provincia de Cuenca para la extracción del lapis specularis, que conoció un gran auge y dio lugar a la ciudad de Segóbriga.
“Efectivamente, estas piedras se pueden cortar, en cambio, la especular, a la que también se califica como piedra, tiene unas características que permiten cortarla con mayor facilidad en láminas todo lo finas que se quiera. Antiguamente sólo se encontraba en la Hispania Citerior, y no en toda ella, sino exclusivamente en un área de cien mil pasos alrededor de la ciudad de Segóbriga.” (Plinio, H.N. XXXVI, 160)

Minas de lapis specularis, Torrejoncillo del Rey, Cuenca

El material, una vez extraído de la mina, se cortaba con sierras, se separaba en láminas y se embalaba para su distribución y exportación.
Las láminas se montaban en bastidores ajustables al tamaño de los vanos de las edificaciones. Los armazones se hacían principalmente en madera, aunque también se usaba cerámica y metal.
Con acristalamiento de yeso especular, se construyeron invernaderos para proteger las plantas y obtener cosechas fuera de temporada:
“Para que tus plantas de azafrán llenas de flores no teman al invierno o una recia brisa dañe el tierno bosque, unas vidrieras especulares evitan el cierzo invernal y dejan pasar el limpio sol y la luz sin sombra…” (Marcial, Ep. VIII, 14)
El emperador Tiberio cultivaba en la isla de Capri pepinos, a los que era muy aficionado. Los hortelanos del Emperador, en invierno, ponían la producción al amparo de vidrieras e invernaderos de lapis specularis.
Otras aplicaciones de esta piedra son las vidrieras en ventanales o celosías,  o ventanas de literas de transporte, además de elemento decorativo en espectáculos o banquetes.
“Después de un breve intervalo, Trimalción mandó servir los postres. Los esclavos retiraron todas las mesas y pusieron otras. Espolvorearon el suelo con serrín coloreado de azafrán y cinabrio, y – cosa nunca vista por mí – con piedra especular en polvo.”(Pet. Satyr. 68)

Plinio describe la aplicación de piedra especular en los juegos circenses, extendiéndola en forma de virutas sobre el suelo del Circo Máximo, para conseguir una agradable blancura.
Otras piedras similares también se utilizaban con el propósito de proporcionar luminosidad a las construcciones. Suetonio cita la fengita o lapis penghites (variedad de mineral de silicio de color plateado y brillo nacarado) al escribir sobre la obsesión de Domiciano a ser asesinado:
“Cada vez más angustiado hizo revestir de brillante fengita las paredes de los pórticos por los que solía pasear para poder vigilar, mediante las imágenes reflejadas en su superficie pulida, lo que acontecía por detrás de él.” (Suetonio, Vida de los Doce Césares, Domiciano)


El alabastro, piedra de aspecto marmóreo, dúctil y translúcido se utilizó en la arquitectura paleocristiana y bizantina en lugar del vidrio para cubrir ventanas, pero es más delicado que la piedra especular. En el mausoleo de Gala Placidia, siglo V d.C. se pueden ver ventanas de alabastro.

Ventana de alabastro, Mausoleo de Gala Placidia, Rávena, Italia


Gens togata, la toga romana y su simbología

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Togado, Memorial Art Gallery, Universidad de Rochester

Marco Varrón nos informa, basándose en su propia autoridad, que la lana en la rueca y el huso de Tanaquil estaban guardados aún en su tiempo en el templo de Sanco; y asimismo en el santuario de Fortuna había una toga regia plisada confeccionada también por ella y que había sido usada por Servio Tulio. (Plinio, H. N., 8, 194)

La toga la heredaron los romanos de los etruscos y  la convirtieron de un simple pedazo de tela de lana para cubrirse, en un símbolo de status y poder social. Fue utilizada por los reyes romanos y Virgilio llamó a los romanos gens togata, como símbolo de pueblo civilizado.

Era una prenda imprescindible en la magistratura y en las ceremonias religiosas. Durante el Alto Imperio  fue el atuendo de gala ineludible para todo ciudadano romano en cualquier manifestación de carácter cívico. Siempre que el romano estuviera fuera de su casa debía vestir la toga, en los juegos, los discursos y visitas importantes. Era muy normal que se estrenaran togas en los festivales. 



Cuando el emperador u otro personaje insigne oficiaban una ceremonia religiosa se cubrían la cabeza con la toga y eran así representados (capite velato).

Una vez entrada la República las togas empezaron a distinguir no solo a los ciudadanos romanos de los no romanos, que no podían llevarla, sino también a los patricios de  los plebeyos y a los  nobles entre ellos.

Los antiguos romanos luchaban con la toga pero la echaban para atrás y la ataban alrededor del cuerpo a la moda de los Gabino, lo que dio lugar a la denominación cinctus Gabinus. Por su incomodidad en la batalla se fue dejando de lado y se sustituyó por otros mantos o capas. El cónsul llevaba su toga praetexta en esta forma cuando abría el templo de Jano.
La toga, palabra derivada del verbo tegere (cubrir) era una pieza de tela semicircular de lana blanca de varios metros de diámetro. 
Se cree que en la época anterior a la república la toga podía ser una tela rectangular que con el tiempo iría haciéndose más redondeada  hasta llegar a ser un semicírculo que necesitaba de ayuda para colocarla.


Augusto capite velato, Museo Pío Clementino, Vaticano
Según Quintiliano la toga era redondeada, aunque ahora parece ser que la iconografía demuestra que podía ser trapezoidal. La toga podía medir de largo unas tres veces la altura de un hombre adulto excluyendo la cabeza y su anchura media era igual a dos veces la misma longitud. Al vestirla se doblaba primero la toga a lo largo, y el vestido doble que se originaba así se colocaba en pliegues sobre el borde recto y se echaba sobre el hombro izquierdo. La toga cubría todo el lado izquierdo e incluso arrastraba por el suelo considerablemente. Entonces se tiraba del otro lado de la espalda y del brazo derecho, echándose de nuevo los extremos sobre el hombro izquierdo hacia atrás. Se tiraba una vez más de la parte del traje que cubría la espalda hacia el hombro derecho para añadir riqueza a los pliegues. El sinus es la parte de tela frontal que nacía del pliegue que pasaba por debajo del brazo derecho y que colgaba del lado inferior.
Uno de sus pliegues formaba un nudo (umbo) que se formaba por los pliegues a la altura del estómago.

Figura con toga de bronce, Museo de Jaén

“Que las bandas caigan rectas indican poco cuidado, se observa negligencia. Los modales de los que tienen la banda ancha deben ser adecuados a la tradición. Es de mayor agrado que la toga quede con un volumen correcto y tenga una buena caída, ya que de otro modo resultará excesivamente redundante. Su parte anterior queda perfectamente si termina a media pierna, la posterior un poco más alta de la cintura. El sinus queda muy bien si está algo por encima del cinturón del cinturón de la túnica, y nunca por debajo. El que va en oblicuo desde debajo del hombro derecho al izquierdo como una banda que no se estrangule ni cuelgue. La parte de la toga que se pone detrás, que sea más corta: así, en efecto, se sienta uno mejor, y se mantiene sin desparramarse. También se debe levantar una parte de la túnica, de modo que no moleste en el brazo con el movimiento. Entonces el sinus hay que ajustarlo al hombro, cuyo borde exterior se ha de mantener alejado. No conviene que cubra el hombro y todo el cuello, pues entonces el vestido quedará ajustado y echará a perder la gracia que hay en la parte del pecho. El brazo izquierdo debe levantarse hasta donde haga un ángulo normal, sobre el que las dos aberturas de la toga afirmen con regularidad.” (Quintiliano)


La toga más sencilla de los primeros tiempos era más estrecha y se ceñía al cuerpo mucho más, por tanto era imposible un doblez ancho de la parte que llega hasta el hombro izquierdo desde el brazo derecho cruzando el pecho.

La toga de periodos posteriores con sus ricos pliegues cubriendo todo el cuerpo impedía cualquier movimiento rápido que pudiera haber desordenado su cuidadosa disposición y era incómoda para moverse entre la gente o a la hora de hacer discursos. Para producir estos pliegues y darles cierta consistencia, el esclavo encargado de la vestimenta (vestiplicus) usaba  trozos de madera entre los pliegues y pequeños pesos de plomo cosidos a la parte inferior para darles una forma más definida. Además conservar su blancura conllevaba muchos cuidados y procesos de blanqueado que en seguida la desgastaban y la dejaban inutilizable.

Mosaico de Virgilio y las Musas, Museo del Bardo, Túnez

Marcial describe en uno de sus epigramas cómo su toga blanca pierde el color y está ya desgastada: Ésta es la famosa toga tan cantada en sus libritos, la que mis lectores conocen muy bien y le tienen cariño. Antes fue de Partenio, regalo memorable de un poeta. Con ella iba yo como un caballero digno de ver, mientras era nueva, mientras resplandecía esplendorosa por la pureza de la lana y mientras hacía honor al nombre de su donante (Partenio significa virginal). Ahora, vieja y difícilmente aceptable para un pordiosero tiritando de frío, podría uno llamarla “nívea” con pleno derecho.”(Marcial, IX, 49)

Macrobio, un escritor de la baja antigüedad, al describir los trabajos de un dandy, Hortensio, nos ofrece una estampa divertida de lo complejo que resultaba el traje formal romano:
“Para salir bien vestido, comprobaba su aspecto en un espejo, y así colocaba la toga sobre su cuerpo reuniendo los pliegues con un grácil nudo, colocándolos no de cualquier manera, sino con cuidado, de modo que el sinus quedara dispuesto cayendo hacia abajo, subrayando su contorno. En una ocasión, después de haberlo colocado todo con especial cuidado, denunció a un colega que se había rozado con él en un paso estrecho, destruyendo la estructura de su toga. Consideró un crimen que los pliegues de su toga se hubieran movido de su lugar preciso sobre su hombro”. (Macrobio, Saturnales, 3, 13, 4)
En un principio la toga la utilizaban tanto los hombres como las mujeres, pero éstas más adelante la reemplazaron por la palla. Las mujeres que vestían una toga eran mujeres de poca moral, generalmente, prostitutas que comunicaban así su oficio. Las mujeres divorciadas por adulterio también eran obligadas a ponerse una toga.

Pintura etrusca de joven con toga
En los primeros tiempos se ponía sobre el cuerpo desnudo, sin túnica por debajo, posteriormente, entre algunas familias patricias se seguía esta tradición.
La toga como traje nacional romano solo les estaba permitido llevarla a los ciudadanos libres. Un extranjero que no tuviera plena posesión de los derechos de un ciudadano romano no podía atreverse a aparecer con ella. Incluso los romanos desterrados estaban excluidos de llevarla en tiempos imperiales. La aparición en público con un traje extranjero se consideraba un desprecio a la majestad del pueblo romano.
“El mismo vestía una clámide escarlata, pero cuando estaba en Roma y las ciudades de Italia siempre llevaba la toga.” (Hist. Aug. Alejandro Severo)
En la ceremonia matutina de la salutatio en la que el cliente iba a casa del patrón a presentar sus respetos y recibir algún obsequio, el cliente era obligado a vestir la toga y llevarla a todos los lugares a los que acudía con su patrón, foro, teatro, baños, como símbolo de la posición social e importancia del señor, que se hacía acompañar de varios togados en su séquito.

“Me invitas por tres denarios y me mandas que, bien de mañana, vestido con la toga, haga antesala, Baso, en tu atrio; después, que me pegue a tu lado, que abra paso a tu palanquín, que vaya contigo a visitar más o menos a diez viudas. Gastada está, desde luego, mi pobre toga y no vale nada y es vieja; pero no me compro una, Baso, por tres denarios. (Marcial, Ep. IX, 100)

Las togas diferían por el color, por su adorno y por las circunstancias en las que se llevaba:
Toga virilis o pura: Era la toga que todo ciudadano romano comenzaba a utilizar al llegar a la mayoría de edad. Era de su color natural, sin adornos ni tintura.
Toga candida: La toga alba era blanca y cuando se utilizaba por los candidatos a una oficina pública se le llamaba candida, ya que era tratada con tiza (creta)  para darle un color blanco que resaltase la pureza de sus intenciones.
Toga praetexta: se llamaba así por el borde púrpura que se le ponía. La llevaban los niños hasta alcanzar la mayoría de edad. El niño al llegar a los dieciséis años la cambiaba por la toga virilis. Las niñas la llevaban hasta que contraían matrimonio. También era el traje oficial de todos los magistrados que tenían derecho a la silla curul y a las bandas, los censores también la llevaban. Los sacerdotes y otros cargos la llevaban mientras desempeñaban su cargo oficial.
“Tulio Hostilio, el tercer rey de los romanos, una vez vencidos los etruscos, fue el primero que estableció que en Roma se tuvieran la silla curul y los lictores; la toga picta y la praetexta, que eran insignias de los magistrados etruscos. Ahora bien, en aquella época la praetexta no se utilizaba en edad infantil, pues, como lo demás que he enumerado, era un vestido de honor.”(Macrobio, Saturnales)

Toga picta, tumba etrusca de François, Vulci

Toga picta: Su nombre se debe al dibujo que llevaba bordado y la vestían los generales victoriosos durante sus desfiles triunfales; también en tiempos imperiales los cónsules que entraban en su cargo, los pretores en la pompa circensi y los tribunos del pueblo en la fiesta de la Augustalia. Se llamaba capitolina por ser el traje de fiesta del Júpiter Capitolino. El senado la regalaba a los nobles extranjeros. La toga purpura, se diferenciaba de la picta  por estar completamente teñida de púrpura, pero no llevar dibujos. Se utilizaba por los antiguos reyes y también por algunos emperadores.

Polibio describe las togas que llevaban los personajes insignes en las procesiones funerarias:


"Estos hombres llevan, además, toga bordada de púrpura (pratexta), si la máscara (del difunto) corresponde a un cónsul o pretor, toga púrpura (purpurea), si se trata de un censor y toga bordada de oro (picta), si se trata de alguno que obtuvo un triunfo." ((VI,53)


Una toga sucia se llamaba sordida y al que la llevaba se le consideraba desaseado y desordenado (sordidati), aunque en los juicios el acusado y su familia llevaban sus togas oscurecidas para imitar la toga pulla, que estaba reservada a los ritos religiosos funerarios. Durante el servicio religioso los asistentes vestían una toga pulla (negra o gris), pero se la quitaban para asistir a la comida que se servía posteriormente.

“Me gustaría preguntarte qué tenías en mente cuando te presentaste en el banquete de mi amigo Quinto Arrio vestido con una toga pulla. Antes del banquete tú viste al señor y sus amigos vestidos con la toga pulla, pero no les viste así vestidos durante la comida.” (Cicerón, Contra Vatinio)

Toga contabulata, Maximino el Tracio, 
Museos Capitolinos, Roma
Toga contabulata: Se llevaba en forma de banda cruzada al pecho y se puso de moda durante el reinado de Filipo I y se llevó durante los siglos III y IV d.C.

 Es muy posible que muchos ciudadanos estrenaran una toga nueva durante los festivales más importantes y los más humildes podían blanquear las viejas. La toga de lana gruesa se llamaba pexa y la gastada o fina se conocía como trita o rasa, que se utilizaban más frecuentemente en verano. La toga de los más ricos y nobles era más fina y más larga (laxior) que la de los más pobres. La toga más basta se llamaba crassa o pinguis.

En el Bajo Imperio la toga, por su incomodidad, dio paso al pallium o palio, manto más cómodo y sencillo, incluso en ceremonias oficiales. El palio ya era la prenda típica de filósofos y otras profesiones.

"No hay nada más conveniente que el palio, incluso si es doble, como el de Crates. No se pierde tiempo al ponérselo, porque el único esfuerzo que requiere es cubrirse con algo suelto."(Tertuliano, De Palio) 







Janua, la puerta romana

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Portada de entrada a los almacenes, Ostia, Italia

La puerta de una casa particular era el paso por el que, desde el mundo exterior, se ingresaba en el ámbito privado de la familia que en ella habita y que ha encomendado el interior de la morada a la protección de sus propios dioses familiares.
La puerta romana  constaba del umbral (limen inferum), las jambas (postes) y el dintel (limen superum). La puerta desde el exterior se denominaba foris y la hoja, valva. Las puertas solían constar de dos hojas y el espacio dejado al abrir una sola era suficiente para pasar una persona. El soporte de la puerta era en realidad un cilindro de madera maciza, algo más largo que la puerta y con un diámetro algo mayor que el grosor de la puerta, que terminaba con unos pivotes en la parte superior e inferior. Estos pivotes encajaban en dos agujeros arriba en el dintel y abajo en el umbral. La puerta se ajustaba a este cilindro, para que el peso combinado de la puerta con el cilindro recayera sobre el pivote de abajo.

Puerta de entrada con vestíbulo, Casa de Octavio Cuarto, Pompeya

La puerta de entrada se denominaba janua. El vano de acceso en la fachada se enmarcaba con frecuencia por medio de pilastras decoradas con capiteles corintios o cúbicos y rematadas con arquitrabes y hasta con frontones. En general se trata de puertas altas en madera, ocasionalmente bronce, tachonadas con clavos de hierro o bronce.
La puerta de entrada a una habitación solía llamarse ostium y en algunos casos una cortina (velum) la sustituía.
Las puertas se abrían hacia dentro, y las que daban acceso al exterior se aseguraban por la noche  con barras (serae) y cerrojos (pessuli). 

Fedromo: ¡Cerrojos, ay cerrojos! Con qué alegría os saludo, os amo, os quiero, os pido y os ruego, dad gusto, gratísimos amigos, a este enamorado, convertíos por mi bien en saltimbanquis extranjeros. Saltad, os lo ruego, y dejad que ella salga, la que ha apurado al triste enamorado que soy cada gota de su sangre. ¡Mira cómo duermen estos cerrojos cerriles! ¡No tienen prisa por hacerme el favor!

Puerta original, Casa del Tabique de madera, Herculano

El dios Jano (Ianus) es el protector de las entradas y por ello es también el dios tutelar de los comienzos, del principio y del fin, de los cambios que se producen en el tiempo, como el paso de joven a adulto. Su fiesta es el primero de enero. Se le representa con dos cabezas o dos caras mirando en sentido opuesto:
Toda puerta posee dos frentes gemelas, a un lado y a otro, de las cuales, la una mira a la gente y la otra, en cambio, al lar. Y de igual modo que vuestro portero, sentado junto al umbral de la  entrada principal, ve las salidas y las entradas, así yo, portero de la corte celestial, alcanzo a ver a un tiempo la parte le Levante y la parte de poniente. (Ovidio, Fastos, I)

Los dioses de la puerta eran Forculus, Limentinus y Cardea. San Agustín proporciona información sobre ellos en el Libro IV de la Ciudad de Dios, criticando el hecho de que existieran tantísimas deidades protectoras incluso para las cosas más nimias: “Todo el mundo pone un único portero  en su casa, y porque es un hombre, es bastante. Pero los romanos tenían tres dioses para la tarea: Forculus para la puerta, Cardea para los goznes y Limentinus para el umbral. Forculus, sin duda, era incapaz de vigilar los goznes y el umbral al mismo tiempo que la puerta.
La puerta era el vehículo de comunicación entre dos mundos, exterior e interior, público y privado. Pero también se convierte en un símbolo de la imagen pública del individuo cuando se le quiere honrar con un reconocimiento. En el caso a continuación el honor es la concesión de abrir las puertas hacia fuera, cuando lo normal era que se abriesen hacia dentro.
“En verdad le asalta  a uno la reflexión de cuán pequeñas en proporción a estas mansiones (los palacios de Calígula y Nerón) eran las casas construidas por el estado para los generales invictos. El máximo signo de honor era éste: que, por una cláusula de un decreto público, las puertas de sus casas se abrieran hacia fuera y las hojas de la puerta giraran en dirección al público. Ese era el símbolo más insigne para distinguir las casas triunfales.” (Plinio, H.N. 36,249)
Para celebraciones y conmemoraciones se ponían  adornos en las puertas.
 “Allí aplacaré al Júpiter doméstico y echaré incienso a los Lares paternos y tiraré a puñados coloridas violetas. Todo reluce, la puerta sostiene largos ramos y la fiesta se oficia con lámparas mañaneras.” (Juvenal, Sat. 12)

Pintura con puerta, Villa Poppea, Oplontis, Italia

El cumpleaños del emperador debía ser celebrado por los ciudadanos colgando laurel de las puertas.
El senado concedió a Octavio el honor de adornar con laurel las jambas de su puerta y colgar una corona cívica, hecha de roble, por convertirse en libertador perpetuo y vencedor de los enemigos de la República:
“En virtud de ese acto meritorio fui llamado, por decisión del Senado, Augusto, y fueron revestidas públicamente con laureles las jambas de mi casa y se colocó la corona cívica sobre mi puerta.”  (Gestas de Augusto, 3.4.1)
Los eventos sociales domésticos también exigían el ritual de colocar símbolos en forma de coronas o ramas en las puertas para anunciarlos socialmente. Se colocaban coronas en las jambas en los nacimientos: “…adórnense las jambas y la puerta con laurel crecido, para que desde su cuna con dosel  y taraceas una noble criatura te recuerde, Léntulo, las facciones de Euríalo el mirmillón.” (Juvenal, 6)
Dar a conocer una defunción se hacía con ramas de ciprés o abeto delante de la puerta, mientras ésta permanecía cerrada en señal de duelo. En las ceremonias de boda se colgaban ramas de mirto en honor de la diosa Venus y la novia ataba las jambas de la puerta de su nuevo hogar con cintas de lana,  además de untar los goznes con grasa de lobo originariamente, con manteca de cerdo después y posteriormente con aceite.
“Masurio cuenta que los antepasados daban la palma a la grasa de lobo. Este era el motivo según él de que las recién casadas ungieran con ella las entradas de las puertas para que no pudiera entrar nada nocivo.” (Plinio, H.N. 28,142)

Siendo el pueblo romano tan supersticioso, la puerta de la casa se convirtió en el soporte de los remedios contra los maleficios y elementos sobrenaturales que provenían del exterior. De esta forma se colgaban los más extraños objetos que se creían con poderes benéficos. Plinio ha dejado algunos ejemplos en su obra: “Niegan que los remedios maléficos puedan entrar, o al menos que puedan provocar daño, si hay una estrella marina untada con sangre de zorro y clavada al dintel de la puerta con un clavo de bronce.” (Plinio, H.N. 32,44)

Puerta con relieves, Museos Vaticanos

El lamento del amante ante la puerta cerrada de la amada se convirtió en un tópico de la poesía amorosa, conocido como paraclausithyron. Muchos autores trataron este tema en sus obras:
“¡Puerta de un amo inaccesible que la lluvia te azote, que te alcancen los rayos enviados por mandato de Júpiter! Puerta, ojalá te abras ya para mí solo, vencida por mis lamentos, y no resuenes al abrirte girando furtivamente el  quicio. Y si mi locura lanzó contra ti insultos, perdónalos: pido que caigan sobre mi cabeza. Debes acordarte de todo lo que he perseguido con voz suplicante, cuando dejaba floridas guirnaldas a tu puerta.” (Tibulo, Elegías, I, 6)
El umbral estaba consagrado a Vesta, de ahí que se mantuviera la costumbre de que la novia no lo pisara porque podría ser signo de mal augurio. Algunos autores hacen derivar la palabra vestibulum, de Vesta, por ser ahí donde se consideraba que empezaba el hogar.

Detalle mosaico entrada Casa del oso herido, Pompeya.
(Foto Pompeiipictures)
El vestíbulo parece haber sido el espacio entre la calle y la puerta de entrada a la casa. Es el lugar donde los clientes y visitas esperaban a ser anunciados al señor. Allí se exponían, a veces. objetos que proclamaban la importancia del dueño e incluso su árbol genealógico. Se disponía a veces un banco para sentarse que podía ser de obra. Podía estar techado o no. Para dar la bienvenida se pavimentaba con un mosaico con un saludo como Have o Salus.

En la obra de Petronio, El Satiricón, encontramos una escena que muestra lo que un visitante podía ver nada más  llegar al vestíbulo de  la casa de un señor rico:
“En la jamba había un cartel con esta inscripción: Todo esclavo que salga fuera de esta puerta sin permiso del amo recibirá cien azotes. En la misma entrada había un portero vestido con una túnica verde, sujeta por un cinturón color cereza. Que mondaba guisantes en una fuente de plata. Del dintel colgaba una jaula de oro, desde la que una urraca pinta saludaba a los que entraban… Todos los que entraban podían ver a su izquierda y no lejos del cuarto del portero, un enorme perrazo pintado en la pared. Encima, en letras capitales, había un letrero con este aviso “Cave canem”.

Junto  a este lugar, en las casas acomodadas, se encontraba la cella ostiaria o cuarto del  janitoro portero, que en los primeros tiempos solía estar encadenado, para que no abandonase la vigilancia de la puerta. Posteriormente, ya sin cadenas,  cumplía la función de anunciar a los visitantes. Se le representa a veces como insolente y antipático en su función de custodio de la intimidad del hogar y consciente de su poder a la hora de admitir la entrada a determinados personajes no deseados. Si estos se presentaban con algún obsequio, serían mejor recibidos.
“¿No ha de llegar el sabio a las puertas guardadas por un áspero y desabrido portero?  Si se ve obligado por una necesidad, probará llegar a ellas, amansando primero con algún regalo al que las guarda como perro mordedor, sin reparar en hacer algún gasto, para que le dejen llegar a los umbrales; y considerando que hay muchos puentes donde se paga el tránsito, no se indignará por pagar algo, y perdonará al que se lo cobra, sea quien sea, pues vende lo que está expuesto a venderse. De corto ánimo es el que se ufana porque habló con libertad al portero y porque rompió la vara y entrando le pidió al dueño que lo castigara.” (Séneca, De la Constancia del Sabio, 14)
El portero vigilante aparece en la literatura como protector de la honra de la casa o como el que impide al amante acceder hasta su amada. Este suplica para ser admitido y espera que le ayude en su propósito de entrar en la casa para ver a la que ama.
“Portero amarrado, ¡oh indignidad! A la dura cadena, haz girar sobre sus goznes esa puerta tan difícil de abrir. Te pido poca cosa, entreabrirla solamente. Y por su media abertura penetraré de lado… Como lo deseas, las horas de la noche vuelan; corre el cerrojo del postigo, córrelo presto; así quedes por siempre libre de tu dura cadena, y en adelante no bebas jamás el agua de los esclavos… ¿Me engaño, o sus hojas resuenan al girar los goznes, y su ronco son me da la señal apetecida?(Ovidio, Amores, VI)

Mosaico de entrada, Casa del Poeta trágico, Pompeya

 Para ayudarle en su tarea estaba el perro guardián, que aparece reflejado en numerosos mosaicos atado con una cadena y con la inscripción Cave Canem (Cuidado con el perro). La imagen del portero se complementa con el bastón o virga para ahuyentar a los visitantes no deseados y la llave que abre y cierra la puerta.
Los ciudadanos nobles no solían salir de su casa con la llave encima. Si tenían un portero él la guardaba y si no era un esclavo el que la llevaba. Es por ello que Marcial cuenta la anécdota de cómo un individuo que pasa por rico se delata al caérsele una llave que él lleva consigo, cuando al menos podría haberla llevado un esclavo, si lo hubiera tenido.
“Mientras Euclides, vestido de púrpura, clama que sus fincas de Patras le rentan doscientos mil sestercios y más todavía las de los alrededores de Corinto; mientras hace remontar su árbol genealógico hasta la hermosa Leda y protesta ante Lato que quiere levantarlo, a nuestro caballero presumido, noble y rico, de pronto, se le cayó del seno una gran llave. Nunca una llave, Fabulo, fue más nefasta.” (Marcial, V, 35)

LLaves época romana

El posticum o puerta de servicio puede haber sido la que se utilizaba por los esclavos para entrar y salir de la casa. Situada en la parte posterior o en un lateral con salida a un callejón, serviría al señor en el momento que quisiera escabullirse de los visitantes a los que no deseaba encontrar, sin atravesar el atrio o el vestíbulo donde estos esperaban.
“Di tú con cuántos quieres cenar; déjalo todo y da esquinazo por la puerta de atrás al cliente que espera en el atrio. (Horacio, Epis. I, 5)


Posticum, Casa de los Jarrones de cristal, Pompeya, (Foto Pompeiipictures)

Mater familias, madre en la domus

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Agripina, la Mayor, Museo Nacional, Roma


El vínculo matrimonial fue la institución jurídica y social que otorgó a las mujeres el estatus de materfamilias.A través del mismo se establecían y  creaban alianzas sociales, políticas y económicas entre diferentes familias.
 El dominio bajo el que se sometían las mujeres al casarse era conocido como manus, que daba al marido todos los derechos sobre su esposa, quien  dependía del estatus del marido y  quedaba bajo su potestad si este era paterfamilias.
Los casamientos los decidía el pater familias por motivos políticos o económicos, sin que los deseos de los contrayentes se tuvieran en cuenta. El novio y la novia apenas se conocían antes del matrimonio y el futuro esposo solía ser bastante mayor que su esposa en muchos de los enlaces de conveniencia. Es por ello que los matrimonios no siempre disfrutaban de una feliz convivencia  y permanecían unidos solo mientras las circunstancias sociales lo requirieran.
“Cualquier animal, cualquier esclavo, ropa, o útil de cocina, lo probamos antes de comprarlo, solo a la esposa no se le puede examinar para que no disguste al novio antes de llevarla a casa. Si tiene mal gusto, si es tonta, deforme, o le huele el aliento, o tiene cualquier otro defecto, solo después de la boda llegamos a conocerlo.”(Séneca)

Familia Romana, Alma-Tadema

La importancia social de la mater estaba fundamentada no solo en su papel de procrear hijos para su marido, sino también en formar a los niños, futuros cives, en los deberes cívicos y los valores romanos: pietas, fides, gravitas, virtus, frugalitas. Las niñas eran instruidas en las labores propias del hogar: bordar, hilar, preparar la lana y actividades afines con su futura función de materfamilias.
Las jóvenes usualmente contraían matrimonio entre los doce y dieciocho años, por esta razón debían prepararse desde edad temprana para llegar a ser compañeras de su esposo y administradoras del hogar, cuidar los bienes y velar por el buen funcionamiento de la domus.


La mujer romana pasaba de la autoridad paterna a la de su marido al contraer matrimonio. Aunque no tenía los mismos derechos que los varones, podía salir de casa para hacer visitas, asistir a actos públicos y espectáculos y participar en banquetes. Como madre se ocupaba de los hijos varones hasta los siete años, cuando pasaban a ser educados en su casa con la supervisión del padre o asistían a escuelas. Las hijas de las familias nobles recibían lecciones junto a sus hermanos varones. Las madres de familias ricas que no deseaban amamantar a sus hijos recién nacidos tenían una esclava que lo hacía en su lugar y que se convertía en su nodriza o contrataban una mujer durante el tiempo necesario.
Plinio el Joven relata la muerte de Minicia Marcella, en vísperas de su boda. La joven poseía todas las virtudes necesarias para convertirse en una materfamilias.

No había cumplido aún trece años y ya mostraba la sabiduría de una anciana y la dignidad de una madre de familia, al tiempo que conservaba, no obstante, la dulzura de una niña y el pudor propio de una joven virgen. (Plinio, V, 16)

Un epitafio del siglo II a.C. de la época de los Gracos señala las virtudes femeninas ideales:
“Extranjero, no tengo mucho que decirte. Esta es la tumba no hermosa de una mujer que fue hermosa. Sus padres la llamaron Claudia. Amó a su marido con todo su corazón. Dio a luz dos hijos. Uno lo deja en la tierra, al otro lo ha enterrado. Amable en el hablar, honesta en su comportamiento, guardó la casa, hiló la lana…” (C.I.L. Berlín)
El estatus de una mujer dependía de su filiación como hija, esposa o madre de un cives romano. La posición social y la dignidad de una matrona estaban  íntimamente ligadas a su compañero. Si el varón era respetado en la sociedad, su consorte podría tener una consideración similar.
Aunque existió la posibilidad de la separación de la vida en común por el divorcio, la máxima aspiración de los latinos con respecto a sus mujeres fue la perpetuación de la fidelidad en la unión matrimonial.
Se consideraba algo virtuoso en una mujer que se casara una sola vez.
Claudia Rufina, aunque sea oriunda de los cerúleos britanos, ¡qué alma de la raza latina tiene!  ¡Qué hermosura de porte! Romana pueden pensar que es las matronas itálicas, las áticas, que es suya. Demos gracias a los dioses porque, fecunda, le ha dado hijos a su virtuoso marido y porque espera tener yernos y nueras, siendo una niña. ¡Ojalá quieran los dioses que sea ella feliz con su único marido y que sea feliz siempre con sus tres hijos!(Marcial, XI, 53)


El riesgo de una infidelidad que hiciera peligrar el honor y la legitimidad  de la estirpe sucesoria conllevaba en muchos hogares la preocupación del pater familias por proporcionar esclavos y criados que acompañaran a las mujeres en sus salidas. La confirmación de una infidelidad podía llevar al repudio de la esposa, pero no era causa de divorcio si el infiel era el marido.
Sira: “¡Pobres mujeres! ¡Qué dura es la ley a la que viven sometidas, y cuánto más injusta que la que se aplica a sus maridos! Porque, si un marido tiene una amiga a escondidas de su mujer y ésta se entera, nada le ocurre al marido. Pero si una mujer sale de casa a escondidas del marido, éste la lleva a juicio y la repudia. Si la mujer que es honrada se conforma con un solo marido, ¿por qué no ha de conformarse el marido con una sola mujer? (Plauto, Mercator)

El amor entre los contrayentes no era un aspecto a considerar entre los nobles romanos, pero hay pruebas de que algunos llegaban a alcanzar el amor o por lo menos la armonía conyugal. Plinio El Joven alaba las condiciones de su mujer Calpurnia, que la hace una esposa ideal:
“Es una mujer de una aguda inteligencia y una extraordinaria moderación, y me ama, lo que es una buena prueba de su honestidad. A todas estas cualidades hay que añadir su interés por la literatura, que ha nacido en ella por su afecto hacia mí… Todo ello me lleva a tener la más firme esperanza de que nuestra concordia durará siempre y será mayor de día en día, pues no ama en mí mi juventud o mi belleza física, atractivos que poco a poco se marchitan y envejecen, sino mi gloria.”(Plinio, Ep. IV, 19)

Este amor entre los esposos podía llevar al rechazo del divorcio a pesar de la falta de los hijos, aunque la procreación y la perpetuación de la familia era el objetivo principal del matrimonio. En la célebre Laudatio Turiae, elogio de un noble a su difunta esposa, éste rechaza el divorcio que ella le propone ante la imposibilidad de tener hijos:
“Para ti, realmente, ¿qué feliz recuerdo cuando intentaste serme de utilidad, para que al no poder tener hijos contigo, pudiera por lo menos obtener la fecundidad que no esperabas de ti con el matrimonio con otra mujer?

Plutarco justifica la infidelidad masculina como un comportamiento respetuoso hacia la esposa, siguiendo la mentalidad de la época en la que a la mujer se le exigía un comportamiento virtuoso dentro del matrimonio legalmente contraído.
“Por tanto, si algún hombre en su vida particular, licencioso y disoluto en relación con los placeres, comete alguna falta con alguna concubina o sirvienta joven, conviene que su mujer no se enoje ni irrite, considerando que su marido, porque siente respeto por ella, hace partícipe a la otra de su embriaguez, libertinaje y desenfreno”.(Coniug. Praec.  16)
El pudor sexual  en la alcoba matrimonial recaía en la mujer a la que se le vetaba la iniciativa en el acercamiento sexual, pues se consideraba socialmente inadmisible.
Sin guardar, Lesbia, y abiertas siempre tus puertas, pecas y no ocultas tus devaneos y te causa más placer un mirón que un adúltero y no te son gratos los goces,  si se quedan ocultos algunos. (Marcial, I, 34)


La consideración positiva de la educación femenina muestra una sociedad patriarcal, donde la instrucción de las mujeres patricias fue apreciada y considerada importante para preparar a las jóvenes en su función de madres.
“… se consagró a la educación con cuidado escrupuloso; halló a los mejores preceptores que había disponibles y ejerció sobre ellos una profunda influencia, pues era una mujer bien educada, excelente en el habla y conversación, y de una gran fortaleza de carácter.”(Plutarco, Vidas Paralelas, T. Graco I)

Numerosas mujeres de clase alta en Roma, aun careciendo incluso de derechos políticos y con los derechos civiles  bajo la tutela  del hombre, lograron obtener y gozar de ciertos niveles de influencia, aunque fuese indirectamente, en la vida pública, y alcanzaron una independencia económica que les permitió cierto grado de liberación y de privilegio. Pero con  la adquisición de mayor libertad durante el Imperio, algunos autores empezaron a asociar a las mujeres educadas con la moral licenciosa, el libertinaje sexual y la ostentación.

Museo Arqueológico de Nápoles

Las mujeres de la aristocracia romana no tenían la misma distinción de vestuario que sus maridos y excepto por alguna variación de color y tejido, el estilo de los vestidos femeninos era relativamente simple e invariable, así que tenían que incidir en los complejos estilos de peinado y en las joyas para sobresalir entre otras mujeres.
Las mujeres llevaban una cinta delgada para sujetar el pecho (strophium) y la túnica interior (subucula), una camisa, con o sin mangas, que bajaba hasta la rodilla.
Tras su matrimonio la mujer romana completaba su atuendo con la stola, especie de camisa rectangular, abierta en los dos lados superiores; los extremos abiertos se sujetaban a los hombros por medio de broches y fíbulas. Debajo del pecho se sujetaba al cuerpo por medio de un cinturón (zona). A veces se decoraba con una cenefa bordada unida al pie del traje, llamada instita.
A finales de la República todas las mujeres casadas según la ley romana tenían derecho a llevarla, lo que proclamaba su respetabilidad y adhesión a las tradiciones.
Las mujeres respetables se cubrían con un largo manto, la palla, encima de su túnica y stola cuando salían a la calle. Esta se confeccionaba principalmente de lana, aunque para el verano el lino, el algodón y la seda se utilizaron también. Envolvía el cuerpo desde los hombros a las rodillas, aunque podía caer hasta los tobillos. Se llevaba por encima de la cabeza como un velo; alrededor del cuerpo, echado por los hombros como un chal, o incluso alrededor de las caderas. No se abrochaba y se podía sujetar con la mano.
Mujer con palla, Museo Nacional Roma

Con la llegada del Imperio y la conquista de nuevos territorios se facilitó la entrada de telas y tintes hasta el momento desconocidos que proporcionaron gran variedad a la vestimenta de las matronas romanas y que en algunos casos alcanzaban precios desorbitados.  Su uso no era siempre bien visto en la sociedad romana.
“Veo vestidos de seda, si pueden llamarse vestidos a unos tejidos en los que no hay nada que pueda proteger el cuerpo, ni siquiera el pudor. Una vez puestos, una mujer jurará, sin que se le pueda dar crédito, que no está desnuda. Eso es lo que hacemos traer de oscuros países, con inmensos gastos, para que nuestras mujeres no enseñen más de sí mismas en sus habitaciones, que en público, ni siquiera ante sus amantes.” (Séneca, De Benef. VII,9)

La matrona romana dedicaba gran parte del día a su adorno personal, tenía esclavas que la maquillaban y peinaban, la ayudaban a vestirse y le preparaban las joyas y complementos que iba a ponerse cada día. Collares, pendientes, brazaletes y anillos se adornaban con piedras preciosas y perlas.

Tocador de Matrona romana, Juan Jiménez Martín 

Para adornar el cabello se recurría a  diademas de oro y gemas, redecillas tejidas con hilos de oro o perlas, coronas con flores y hojas entrelazadas y cintas de color púrpura.
Las críticas de los escritores romanos al uso excesivo de joyas, afeites y vestidos caros por parte de las matronas romanas fue constante y aumentó con la llegada de los valores cristianos. Durante la república y el Imperio se decretaron leyes para evitar el abuso del lujo, aunque algunas se abolieron o no llegaron a cumplirse.
“Pues como si la mano del Señor le hubiera dado un rostro imperfecto y necesitara perfeccionarlo, se ciñe la frente con diademas de margaritas y rodea su cuello con sartas de pedrería, o cuelga de sus orejas las pesadas esmeraldas. Entreteje las perlas con sus sedosos cabellos y moldea su peinada cabellera con cadenitas de oro.” (Prudencio, Hamartigenia)

Las ricas mujeres romanas llevaban la mappa, un pañuelo para limpiarse el polvo o el sudor de la cara. El flabellum, abanico de plumas, aliviaba del calor. Para protegerse del sol salían de casa con una sombrilla. Era costumbre sostener una bola de ámbar en la mano para proporcionar un olor agradable.

La fiesta de las  Matronalia, el 1 de Marzo, se convirtió en una celebración femenina, popular, que integraba elementos profanos y religiosos. Los primeros se desarrollaban en la domus, mientras los segundos lo hacían en el templo de la diosa, es decir en un lugar público.
La fiesta comenzaba con un acto social y familiar en la propia vivienda, en la que la dueña era honrada por su esposo, con lo que se pretendía una exaltación del matrimonio; la matrona también dirigía a su marido palabras de agradecimiento. Como mater familias recibía regalos de sus parientes y amigos, convirtiéndose en la protagonista de la jornada en el seno de su hogar.  La actividad continuaba con un banquete, en el que se modificaba el orden social, ya que la matrona servía la comida a sus esclavos y esclavas, al igual que el pater lo hacía durante las Saturnalia.

Juno, Petit Palais, París
Este acto privado se acompañaba de una celebración pública, consistente en visitas al templo de la diosa Juno Lucina a quien se realizaban ofrendas, que consistían en guirnaldas de flores, leche y miel. A la diosa se le pedía protección en el parto y se invocaban virtudes tales como el pudor y la castidad.
“Traed flores a la diosa; con plantas floridas se regocija esta diosa; ceñid vuestra cabeza con flores tiernas. Decid: “Tú, Lucina, nos diste la luz.” Decid: “Atiende tú las plegarias de la parturienta.” Y toda la que se halle embarazada, suéltese el pelo y rece para que ella resuelva su parto sin dolor.” (Ovidio, Fastos, III)

Ars Musicae, recitales en la domus

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Pintura de Herculano

Roma desarrolló un arte musical con influencia de los etruscos, griegos y el próximo oriente. El pueblo romano adoptó los modos musicales que las civilizaciones ya existentes les aportaron.
La sociedad romana tenía sus propias instituciones musicales que componían para las comedias latinas y para las canciones militares.
“Un escritor de gran autoridad, como Catón, ha escrito en sus orígenes que en los banquetes de nuestros antepasados existía la costumbre de que los invitados cantasen por turno, acompañados de la flauta, las empresas gloriosas y las acciones valerosas de los hombres ilustres. De esto resulta evidente que entonces existían, además de las composiciones poéticas, cantos que se escribían para acompañar a los sonidos de las voces.”(Cicerón, Tusculanas, 4)
La música acompañaba a los pueblos de la antigüedad en sus ritos religiosos y festivos. Los instrumentos utilizados en Mesopotamia, Egipto y  Grecia  fueron heredados por los pueblos mediterráneos centroeuropeos, como los Celtas, Iberos y Etruscos.

Bardo de Paule, Bretaña
Flautista ibera de Osuna,
 Museo Arqueológico Nacional


Relieve Mesopotamia, Museo Oriental Chicago
Estatua con tympanum


















La expansión romana trajo la introducción de las costumbres, mercancías y religión entre los ciudadanos romanos que con el tiempo fueron aceptando y asimilando sus aportaciones culturales y religiosas.
En Grecia la música se consideraba parte integrante de la educación como refuerzo de la moral y acompañaba todos los acontecimientos cívicos y religiosos, incluso los eventos deportivos.
La severidad y austeridad de los primeros romanos les llevó a rechazar la música extranjera por considerar que provocaba la relajación de la moral y las costumbres.
“Vosotros cantad al festejado dios y pedid por el ganado en voz alta: que cada uno pida abiertamente por el ganado, pero en silencio para sí, o incluso para sí también abiertamente, pues la alborozada algarabía y la curva flauta de sones frigios no dejan oir.”(Tib. II, 1)
La música acompañaba la vida de los romanos en las tareas de las cosechas con los versos fesceninos que entonaban los jóvenes en forma de improvisaciones groseras y satíricas, e incluso obscenas, para propiciar una buena cosecha o agradecer la exuberancia de los frutos recogidos. También en los sacrificios propiciatorios los flautistas entonaban melodías y si dejaban de tocar. el sacrificio se daba como no válido.

Pintura de Larario con flautista, Museo Arqueológico de Nápoles



En la ceremonia nupcial la comitiva que acompaña a la novia a su nuevo hogar se acompaña de la melodia de flautistas contratados y constituye un marco apropiado para la improvisación de danzas festivas, alentadas por el jolgorio y la cadencia de palmas.
“Vamos, flautista, mientras sacan aquí afuera a la flamante novia, llena toda esta plaza con una dulce melodía para celebrar el himeneo. ¡Himen, Himeneo, oh Himen” (Plauto, Cas., 799-800)
 Durante las largas cenas que los romanos celebraban en sus lujosas casas era habitual comer mientras se escuchaba la música o terminar la noche con una actuación musical de flautistas o un  recital de poesía al son de la cítara.
“Es grato en ocasiones delirar.
¿Por qué cesan los aires de la flauta,
Que traen de Berecinto las notas placenteras?
¿Por qué,  colgadas juntas,
La lira y la siringa nuestro festín no alegran?”
(Horacio Odas, III, 19)

Mosaico del Palatino




Según los poetas elegíacos, durante el desarrollo de  fiestas privadas, como bodas, nacimientos y cumpleaños era habitual cantar y bailar al son de las flautas. También acompañaban los cortejos fúnebres donde la música,  junto a los lamentos,  ayudaba a exteriorizar el dolor.
“En tiempos de nuestros abuelos los flautistas eran muy necesarios y se les tenía en gran estima. La flauta sonaba en los santuarios, sonaba en los festivales, sonaba la flauta en los tristes funerales. Era un trabajo dulce y recompensado.” ((Fastos, VI)

Flautista etrusco, Tumba Leopardi
Los instrumentos musicales de los romanos aumentaron el tamaño de los heredados de los griegos para obtener mayor intensidad y volumen de sonido.
“La flauta (no como ahora, ceñida de latón y émula de la trompeta, sino ligera y simple, con pocos agujeros) se bastaba para acompañar y ayudar a los coros y llenar con su soplido filas aún no demasiado atestadas; allí se reunía un pueblo que se podía contar, pues era pequeño, y no sólo austero, sino decente y discreto… Así al arte venerable el flautista añadió ampulosidad y pavoneo arrastrándose sin tino por los tablados. Así también a la severa lira le aumentaron los registros y con estilo temerario vino una insólita interpretación…”  (Hor. Arte Poética)    

Los romanos adaptaron la doble flauta, el aulòs griego y lo denominaron tibia, que tuvo una fuerte raigambre popular, a pesar de  tener una sonoridad estridente, en vez de suave o  dulce.
El aulòs lo inventó la diosa Atenea que al soplar vio como se le deformaba la cara y latiró. Marsias la encontró y retó a Apolo a una competición musical entre la cítara y la flauta doble. Apoló acabó desafiando a Marsias a tocar cabeza abajo lo que no podía hacer con su instrumento, por lo que perdió y Apolo le hizo desollar.


Mosaico de Apolo y Marsias, Museo del Bardo, Túnez
La tibia era una flauta doble de longitud variable según el número de agujeros. Los distintos tipos de flautas usadas por los tibicen romanos (flautistas) seguían una denominación que correspondía a los países conquistados por Roma. La tibia Phrygia tenía un extremo curvo y se tocaba en los ritos de la diosa Cibeles.
Los ejecutantes de música con la tibia llevaban unas tiras de cuero que, saliendo de la embocadura bordeaban los carrillos y se anudaban en la nuca del instrumentalista. Se controlaba de esta forma el soplo con más facilidad y se disimulaba la antiestética hinchazón de los carrillos del músico.
“Ebria, nos revienta la tocadora con sus carrillos como una cuba: muchas veces toca dos a la par, otras muchas un monaulos.”  (Marcial, Epigramas)

Los artesanos que fabricaban las tibias utilizaban distintas maderas dependiendo de la función del instrumento; la de boj era la preferida para las tibias de las ceremonias religiosas, en cambio, para los espectáculos se elegía el loto, pero también hueso o la plata.
“Una cosa es pastorear y otra el cultivo del campo, aunque afines, así como la flauta de la derecha es distinta de la de la izquierda y sin embargo de alguna manera están unidas, ya que, en las cadencias del canto, una de ellas toca la melodía, la otra el acompañamiento.” (Varrón, I, V)

Dios Pan con siringa, Pompeya

La flauta de Pan o siringa, que en Roma se llamó fistula, nació según el mito en el que la ninfa Siringe, perseguida por Pan, fue derribada junto al río, donde pidió ayuda a la diosa de dicho río, que la transformó en cañas. Pan, aunque frustrado en su deseo amoroso, escucha la dulce música que produce el viento al pasar entre las cañas y decide cortarlas en fragmentos de distinta longitud y las pega con cera, formando la primera siringa.
Otras flautas eran la fistula obliqua (la flauta travesera), y el calamus o flauta de hueso. Instrumentos ya conocidos desde la Prehistoria y usados en Mesopotamia, Egipto y otros pueblos.

A finales del Imperio hubo una afición desmedida a la música, eminentemente rítmica y acompañada de percusión, que encantaba a una juventud que ya no quería practicar la guerra ni el trabajo. Con la llegada del Cristianismo el uso de las flautas decayó y los instrumentos de percusión fueron prohibidos porque se asociaban a los ritos paganos y orgiásticos.


Los poetas gustaban de invocar a Apolo y  las Musas griegas como protectores de su arte y para pedir inspiración para sus obras.

Baja del cielo, oh soberana Musa, ¡Vamos baja del cielo y entona con la flauta un larga melodía, reina Caliope, o, si es lo que ahora quieres, con tu aguda voz o con las cuerdas de la cítara de Febo.” (Hor. Odas, III, 4)

Musa Euterpe, Museo Arqueológico de Tarragona



Lira, Casa de Lucrecio Fronto (Foto de Karl)
El instrumento de la poesía era la lira. Los griegos tenían varios tipos la lira phorminx, antecedente de la cítara, la lira chelyscon una  caja armónica con forma de caparazón de tortuga- auténtico en los tiempos más antiguos- sobre la que se tensaba una piel de buey, imitando la lira inventada por Hermes y la lira barbitos, con brazos más largos y típica de los ritos dionisiacos. Horacio menciona en su Odas la lira llamada en Grecia barbiton.

“Me invitan a pulsarte, si a la sombra
Canté, a tu son, mis ocios pasajeros,
Inspírame hoy un cántico latino
Que perdure en el tiempo,
Tú, noble lira, que pulsada fuiste
Por el glorioso Alceo,…
Honra de Febo, tortuga grata
A los  festines de Júpiter supremo
Delicia suya, y para mí el más dulce
Remedio de las penas: oye mi ruego. “
(Hor. Odas, I, 32)



Apolo con cítara, Museo Palacio Massimo, Roma


La cítara tenía una caja armónica de madera con dos brazos que se unían en la parte alta por medio de un travesaño horizontal; entre la parte inferior de la caja y el travesaño se tendía un número variable de cuerdas de tripa de oveja o de cáñamo. El número de cuerdas podía variar mucho – hasta dieciocho en las piezas más tardías-, pero el tipo de cítara más habitual estaba dotado de siete cuerdas. Se tocaba sentado o de pie, con el instrumento delante del músico y en posición ligeramente inclinada. Las cuerdas se hacían sonar con la mano derecha,  con un  plectro hecho de un cuerno animal y atado a la base del instrumento, probablemente para soltarlo cuando hubiera que puntear las cuerdas con los dedos, aunque los más virtuosos se servían solo de las manos. Con la izquierda se sujetaban las cuerdas que no debían sonar y se amortiguaba la vibración para obtener efectos peculiares.

La música de lira o cítara, propia de Apolo, que permitía la expresión de la palabra mediante el canto, lo que no ocurría con la música de  las flautas, que era meramente instrumental , se consideraba más culta y elegante. La música de flauta era tenida como más vulgar y rústica, propia de los faunos y de ambientes dionisiacos. Entre lospatriciosel canto acompañado de la lira o la cítara era considerado como signo de distinción, ya que era el arte de Apolo. En cambio tocar la flauta era visto como vulgar ya que provenía del  dios Dionisos, símbolo de lo irracional y el descontrol.
“Recita, además, mis versos, acompañándose de la cítara, sin que músico alguno le haya enseñado a hacerlo, ha sido el amor, que es el mejor de los maestros.” (Plinio, IV, 19)   


Museo Nacional Romano


La pandura o pandoriumes el antecedente de la bandurria. Es semejante al laúd con varias cuerdas y proviene del Próximo Oriente. En Mérida se encuentra una estela que muestra una joven tocando este instrumento, poco conocido y mencionado en los documentos sobre el mundo romano. La joven se llama Lutacia Lupata y la estela le está dedicada por su maestra Severa.


Cibeles con tympanum, Louvre
Los instrumentos de percusión eran utilizados en ocasiones donde imperaba el desenfreno y el goce de los sentidos como las fiestas en honor del dios Baco, las Bacanales. Los participantes en festivales donde el vino y los bailes eran parte principal de la celebración, como los cultos a divinidades orientales,  acompañaban sus cantos con instrumentos como los címbalos o platillos, el pandero (tympanum), o  flautas de fuerte sonoridad.


Los címbalos eran unos  platillos de bronce con una concavidad interior y planos en los bordes, cuyos centros están perforados y atravesados por unas correas de cuero o unas cuerdas que sirven para sostenerlos.

Los crótalos estaban formados por dos cañas hendidas o dos piezas ahuecadas de madera o metal, partidas por el medio, de modo que dando estos pedazos uno contra otro con diversos movimientos de los dedos, producían un ruido semejante al de una cigüeña con su pico.

Mosaico con cortejo Dionisiaco, Museo Ismailiya, Egipto

¡Marchad juntas, seguidme
Hasta el santuario frigio de Cibeles, hasta el bosque frigio de la diosa,
Donde suena la voz de los címbalos, donde el tímpano retumba,
Donde el flautista frigio entona honda canción en su caña recurva,
Donde las Ménades, coronadas de hiedra, sacuden fuerte sus cabezas…”
(Catulo, 63)

Fauno con crótalos y scabellum
El scabellum era un instrumento de percusión, que consistía en una suela de metal o madera maciza, que se unía mediante una bisagra a la suela del zapato, y con la que el scabellarius podía golpear el suelo de piedra o una plancha especialmente diseñada para ello. Con él se marcaba el ritmo y el tiempo.


A finales del siglo I y durante el siglo II los emperadores favorecieron el arte, y, a veces participaron también en él. Nerón presumía de tocar la flauta y la cítara, y otros emperadores trajeron músicos del Mediterráneo oriental, donde se conservaba mucho mejor la tradición griega. Mesomedes de Creta entusiasmó a las corte de Adriano y Antonino Pío con sus composiciones y sus instrumentos de cuerda, que impuso para sustituir a aparatos más estruendosos.
El emperador Adriano tenía a su servicio un músico griego, Mesomedes de Creta, al que se atribuyen dos composiciones para voz e instrumentos de cuerdas pulsadas, cítaras. Una es un himno al Sol y otra es un himno a Némesis.


HIMNO A NÉMESIS

Némesis, alado equilibrio de la vida,
diosa de oscuros ojos, hija de la Justicia,
tú que dominas la vana arrogancia de los mortales 
con inquebrantable brida
y condenando la dañina vanidad, la negra envidia eliminas....

 Esta música, llamada monofónica o monódica,  consistía en un canto a una sola voz con acompañamiento y  permitía al ejecutante y compositor tomarse libertades en cuanto a las formas y estilos musicales.
“Y según estábamos después de la cena, se presenta un muchacho, esclavo de mi padre, templando una cítara, y al principio, pulsó las cuerdas haciéndolas vibrar con las manos desnudas y, haciendo resonar dulcemente un poco de aire, susurraban muy bajo como un murmullo con los dedos; después de esto ya golpeaba las cuerdas con el plectro, y tocando un poco a los sonidos de la cítara, cantó al son de sus notas.” (Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, I, 5)

Apolo Moregine
En Roma, como en Grecia se celebran competiciones que combinaban actuaciones artísticas y deportivas.  Nerón, entusiasta del helenismo, instituyó unos juegos quinquenales, los Neronia, con concursos musicales, gimnasia y carreras. Se celebraron dos veces, en el año 60 y  65 d.C.  Nerón compitió en un certamen literario con el poema Las Metamorfosis de Niobe, mientras que el poeta hispano Lucano lo hizo con el poema La bajada a los infiernos de Orfeo. Al ser éste último el preferido se ganó la enemistad del emperador. También el emperador Domiciano mandó celebrar unos juegos en honor de Júpiter Capitolino donde se entregaban premios por recitar en verso y tocar la cítara con o sin canto.



Pintura de John Edward Poynter

Los romanos admitían la enseñanza del canto como medio de reforzar la voz y mejorar la expresión oral. En las familias nobles la música formaba parte de la educación de los niños y los jóvenes  que sabían  tocar la lira o la cítara mientras recitaban unos versos eran tenidos como cultos. Incluso las niñas y jóvenes aprendían a tañer la lira y entonar canciones y eran animadas a demostrar sus dotes aunque guardando el decoro debido.
“Y cuando con plectro eolio tañe hermosas canciones
Igual de sabia al tocar que la lira de la fuente Aganipe
Y cuando sus escritos compara a la antigua Corina,
Poemas que nadie piensa valgan igual que los suyos.”
(Propercio, II, 3)


Como otros tipos de artistas los músicos callejeros se unían en compañías itinerantes que actuaban en la calle y en las casas donde se les contrataban para actuar.

Músicos callejeros, Mosaico Casa de Cicerón, Museo Arqueológico de Nápoles



Parentalia, días de los difuntos en Roma

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Mosaico romano, Museo Arqueológico, Nápoles (Foto Marie-Lan Nguyen)
Cercano el momento de celebrar el día de difuntos y de todos los santos según la tradición cristiana es acertado recordar cómo celebraban los romanos los días que recordaban a sus muertos.
El temor a que los muertos puedan volver como espíritus malignos para atormentar a los vivos  hace que el hombre siempre se haya servido de todos los recursos a su alcance para protegerse de ellos.
 Adornar los sepulcros, realizar ofrendas y libaciones, rezar y participar en los entierros  y fiestas establecidas para honrar su memoria  son actos que los romanos  llevaban a cabo para demostrar que la muerte no significaba el final de sus ancestros, sino a través de un continuo duelo manifestado en la celebración de diferentes fiestas funerarias  los mantenían en su recuerdo como símbolo de unión familiar.
 El deseo de estar presente aún después de morir se refleja en los retratos de las lápidas, los relieves con escenas de la vida de los difuntos en los sarcófagos, la representación de banquetes en los que el muerto participa en los monumentos funerarios, en los retratos pintados sobre los sarcófagos y en las tumbas monumentales que solo podían permitirse los más ricos. Los que no tenían a nadie que les recordase y mantuviese su tumba mandaban poner una inscripción en la que pedían al caminante que pasaba junto a ella que rogase por el difunto allí enterrado.

Lápida con inscripción DIS MANIBUS, Museos Vaticanos
Los dioses Manes eran los espíritus de los difuntos que no tenían que ser negativos pero que eran tenidos en cuenta en los entierros con la mención en las lápidas de DIS MANIBUS (a los dioses Manes) y con los ritos domésticos oficiados por el pater familias y con la presencia de todos los parientes. Sus tumbas se adornaban y se les ofrecía comidas y banquetes, a veces con un triclinium erigido en los mismos lugares de enterramiento para que los parientes disfrutaran de la comida junto a sus seres queridos ya fallecidos. Las tumbas eran inamovibles e inviolables. No podían trasladarse porque los Manes tenían siempre que volver al mismo sitio.

Las fiestas de Parentalia que tenían lugar entre el 13 y 21 de febrero para honrar a los antepasados tenían un carácter funerario y expiatorio. Esos días se consideraban nefastos, por lo que los magistrados no lucían sus insignias, se cerraban los templos, los fuegos de los altares se extinguían y  se consideraba de mal augurio celebrar los matrimonios. El día 21 se celebraba la fiesta de la Feralia, cuando los familiares visitaban las tumbas  de sus ancestros y  dejaban coronas de flores, sal, pan empapado en vino puro y leche“Hasta su propio honor tienen las tumbas. Sosegad las almas de los padres y obsequiad con pequeños regalos  a las piras extintas. Los dioses Manes exigen cosas pequeñas; reconocen el amor de los hijos en vez de regalos lujosos. Basta con una teja adornada con guirnaldas, unos cereales desparramados, un poco de sal, trigo empapado en vino y violetas sueltas. Pon estas cosas en una vasija y déjalas en medio del camino… Que los dioses también se oculten tras las puertas cerradas de los templos, que los altares no dispongan de incienso y se apaguen los fuegos. Ahora andan vagando las almas sutiles y los cuerpos enterrados en los sepulcros; ahora se alimentan las sombras con la comida proporcionada… A este día lo llamaron Feralia porque trae las exequias. Es el último día para honrar a los Manes. (Ovidio, Fastos)

Procesión hasta la tumba en la fiesta de Parentalia

El día 22 se reunía toda la familia para comer en la fiesta de la Caristia o Cara Cognatio, cuando los vivos se dedicaban a buscar la reconciliación  entre ellos y olvidar sus rencores, dejando sitios libres para los difuntos recientemente fallecidos, a los que se les servía comida.
“El día que le sigue fue llamado Caristia por los parientes que se quieren, y una multitud emparentada se presenta ante los dioses de la Hermandad. Claro que resulta agradable, tras estar en las tumbas y con los parientes muertos, dedicarse a los vivos, contemplar, tras la pérdida de los seres queridos, lo que queda de la propia sangre y recorrer los grados de parentesco: Vosotros, los buenos, poned incienso a los dioses del parentesco y ofrendad alimentos, que el platito que se envía, prenda de honor que ellos agradecen, alimente a los Lares de vestidos sueltos y cuando la noche húmeda aconseje el plácido sueño, tomad en la mano vino abundante, en el momento de rezar vuestras plegarias, y decid derramando el vino con las palabras sagradas “Por vosotros, por ti, padre de la patria, César Optimo.” (Ovidio, Fastos)


Ágape cristiano, Catacumbas de Priscila, Roma
Al ser un día de celebración se producía un intercambio de regalos entre los miembros de la familia e, incluso, entre patronos y clientes, como describe Marcial en sus epigramas:
“En el día de los parientes, en que se regalan muchas aves, mientras preparo los tordos para Estela, mientras los preparo para ti, Flaco, se me ocurre  una multitud ingente y pesada, en la que cada cual se considera el primero y el más mío. Es mi deseo complacer a dos; ofender a los más no es apenas prudente; enviar regalos a muchos es costoso. Haré méritos para el perdón de la única forma que puedo: ni a Estela, ni a ti, Flaco, os enviaré tordos.”(Marcial, Epi. IX,55)

En Roma el entierro de los muertos era un deber sagrado. Negar sepultura a un cadáver era condenar el alma muerta a errar sin descanso y, en consecuencia, crear un peligro real para los vivos. En la literatura grecorromana son abundantes los ejemplos de fantasmas que se aparecen a los vivos para reclamar un entierro digno. Plinio el Joven relata como en una casa de Atenas se aparecía un anciano que no dejaba descansar a sus moradores hasta que puesta en venta se presentó el filósofo Atenodoro, quien sin manifestar temor, cuando ve el espectro, marca el lugar donde se desvanece, y cuando allí se excava, se encuentran unos huesos, que son  debidamente enterrados, por lo que no vuelven a repetirse las apariciones. La descripción del espectro corresponde a la tradición conocida hasta ahora del típico fantasma que habita en las casas encantadas:
“En medio del silencio de la noche se oía un sonido metálico que, cuando se prestaba un poco más de atención, podía identificarse con un ruido de cadenas, primero lejano y luego cada vez más cerca. Seguidamente, aparecía un espectro. Un anciano consumido por una por una extremada delgadez y cubierto de una terrible suciedad, de larga barba y cabellos erizados, que llevaba grilletes en los pies y cadenas en las manos, que agitaba al caminar.” (Plinio, Epis. VII, 27)

Los espíritus de los muertos pasaban a formar parte de los dioses Manes, pero no bastaba que un hombre muriera para que entrara a formar parte de los dioses Manes. Antes debía recibir los funerales apropiados y era preciso que se le tributara los iusta, el ritual funerario que permitiría mantener viva su memoria entre los vivos. El difunto era transformado en una “divinidad”  doméstica por sus parientes. 


Ofrenda doméstica, Waterhouse

Si había alguna parte del ceremonial que no se llevaba a cabo, o los familiares abandonaban sus obligaciones para con su pariente difunto, se corría el riesgo de que éste se convirtiera en una sombra atormentada, uno de esos  espíritus maléficos, lémures, que el pater familias debía expulsar de la casa durante las fiestas de Lemuria en los días 9, 11 y 13 de Mayo, días nefastos también,  siguiendo un antiguo rito que Ovidio explica en sus Fastos :
 “Era el mes de mayo, denominado así por el nombre de los ancestros (maiores), que aún hoy conserva parte de la costumbre antigua. Al mediarse la noche y brindar silencio el sueño, y callados ya los perros y los diferentes pájaros, el oferente, que recuerda el viejo rito y es respetuoso con los dioses, se levanta (sus pies no llevan atadura alguna) y hace una señal con el dedo pulgar en medio de los dedos cerrados, para que en su silencio no le salga al encuentro una sombra ligera y cuando ha lavado sus manos con agua de la fuente, se da la vuelta, y antes coge habas negras y las arroja de espaldas diciendo: “Yo arrojo estas habas, con ellas me salvo yo y los míos”. Esto lo dice nueve veces y no vuelve la vista, se estima que la sombra las recoge y está a nuestra espalda sin que la vean. De nuevo toca el agua y hace sonar bronces temescos y ruega que salga la sombra de su casa, al decir nueve veces “Salid, Manes de mis padres,” vuelve la vista y entiende que ha realizado el ceremonial con pureza.”

Tras los funerales había que mantener las tumbas. Las flores naturales escogidas siguiendo las estaciones ocupaban un lugar destacado en el simbolismo propio del culto a los Manes. Las tumbas y el entorno eran adornados con flores y huertos religiosos. Las flores eran símbolo de renovación y felicidad en la vida de ultratumba. En cada celebración se depositaban en las tumbas alimentos, bebidas y lámparas de aceite con las que el difunto debería seguir su camino hacia el más allá.  


Lucerna romana
Durante las libaciones se vertía agua, vino o perfumes como forma de comunicación entre el pariente vivo y el difunto que recibía esta ofrenda. En otras fiestas como las Violaria y Rosaria, también se esparcían flores para honrar a los antepasados en sus tumbas.
Los romanos tendían a gastar excesivamente en los funerales y celebraciones de fiestas funerarias. En la ley de las XII Tablas ya se recomendaba reducir los gastos y Tertuliano, ya en época cristiana, critica con dureza a los paganos por rendir culto a la memoria de sus antepasados con tanta reverencia.
Los romanos creían que sus difuntos podían volver en forma de apariciones para tomar venganza, pero también para ofrecer consuelo y aliviar la sensación de culpa de los vivos, como en la elegía que el poeta  Propercio dedica a su amada Cintia en la que describe como ésta se aparece ante él para recordarle que se haya olvidado de ella y que cuando ambos se encuentren en el más allá, él será eternamente suyo.
Retrato sobre sarcófago, Fayum, Egipto
“Son algo los Manes: la muerte no termina con todo, de la pira extinta huye una pálida sombra. Pues me pareció ver a Cintia recostarse a los pies de mi lecho, un susurro, la recién sepultada al final del camino, cuando ya me vencía el sueño tras el entierro de mi amada, y me lamentaba de la frialdad de mi cama. Su cabello era como cuando se marchó, sus ojos los mismos, y el vestido con el que fue quemada, el fuego había quemado el  berilo de su anillo y el agua del Leteo había marchitado sus labios.” (Propercio, IV,7)


En Roma se tenía presente la muerte como algo cercano y una costumbre extendida era recordar la brevedad de la vida y la necesidad de disfrutar la existencia terrena (memento mori). Es por ello que en banquetes se hacía traer un esqueleto como recordatorio (larva convivialis) durante la comida o, incluso, se han encontrado mosaicos con figuras de esqueletos o ajuares con relieves esculpidos en forma de esqueletos.

Modioli con esqueletos de Boscoreale, Museo del Louvre

Ornatrix, el arte del peinado femenino en Roma

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“Venus estaba sentada en su trono resplandeciente, arreglando su pelo. A su derecha y a su izquierda permanecían las hermanas italianas. Una de ellas derrama rico néctar sobre la cabeza de Venus; otra peina su cabello con un fino peine de marfil. Una tercera, a su espalda, trenza sus mechones y coloca sus rizos, aunque dejando algunos a su aire, porque tal negligencia le sienta bien. No le faltaba a su rostro el veredicto del espejo; su imagen se refleja por todo el palacio y está encantada por donde quiera que mire”. (Claudiano, Ephitalamion)

La forma de peinarse en época romana indicaba un estilo de vida y definía la edad, el género y el estatus marital, social, religioso o económico del individuo.

Retrato de El Fayum, Egipto
La mujer libre mostraba su posición socioeconómica ostentando complejos y elaborados peinados, distinguiéndose así de la esclava que recogía normalmente los cabellos de forma muy simple. La mujer sin recursos económicos suficientes supliría con su habilidad personal la falta de medios para realizar un peinado siguiendo la moda.



Un cabello cuidado era un ornato imprescindible para ejercer la seducción y mostrar coquetería.

“Habladme de un cabellera cuyo color sea tan agradable como perfecto su brillo; cuyos destellos irradien vigorosamente a la luz del sol o lo reflejen con dulzura, presentando variados tonos, según le de la luz.. Unas veces serán cabellos rubios, cuyo dorado, menos deslumbrador en la raíz, tomará el color de un rayo de miel; otras veces serán negros, como el azabache, que asemejaría los matices azulados del cuello del pichón. Perfumados con las esencias de Arabia, delicadamente peinados, recogiéndose en la nuca, ofrecen al amante que viene a verlos, la imagen de su rostro, y sonríe de placer.
Otras veces trenzados en apretado rodete, coronan la cabeza; otras veces sueltos se deslizan por la espalda. Finalmente, el peinado es un adorno tan ventajoso, que, a pesar del oro, los más soberbios trajes, piedras preciosas y demás ornamentos con que se presenta adornada una mujer coqueta, si su cabellera está descuidada no habrá quien alabe su vestir”.(Apuleyo, Met. II, s. II d. C.)

Pintura de Pompeya, Museo Arqueológico Nacional, Nápoles

Llevar una melena suelta podía significar desaliño o muestra de dolor y desesperación. Las Bacantes en las fiestas de las Bacanales soltaban su pelo como señal de lujuria y desenfreno. El cabello sin sujetar era en la literatura símbolo de seducción y erotismo, por lo que la diosa Venus era representada a menudo con su cabellera descansando sobre sus hombros sin adorno alguno.

" Si suelta sus cabellos, encanta con su melena;
si los anuda, hay que adorarla por su pelo recogido" (Elegía de Sulpicia)

Detalle Mosaico Villa romana La Olmeda,
Palencia
Una mujer respetable no solo debía comportarse según la costumbre de los antepasados, cuyo ideal de virtud se concretaba en el pudor y la castidad, sino también adquirir una determinada imagen asociada a esos valores. . En la conducta personal de las damas patricias se destacaba sobre todo el aspecto exterior, de forma que reflejara una actitud altiva y sofisticada. El peinado más que un adorno era un símbolo de gran relevancia social, política y cultural.
La elección del peinado correspondía al seguimiento de esos valores. En los primeros siglos de la República los peinados femeninos eran muy sencillos, y las mujeres casadas salían a la calle cubiertas por un velo.

Retrato romano, Museo de la Ciudad,
Barcelona
Durante la República y en los primeros tiempos del imperio los peinados eran simples de acuerdo al papel de una mujer centrada fundamentalmente en las labores domésticas y educación de sus hijos, pero la forma de arreglarse el cabello se fue volviendo más artificial, elaborada y recargada con el paso del tiempo.
Sin embargo, la moda y los gustos cambiaron en los primeros años del Imperio y los peinados, ya al descubierto, se multiplicaron y se  hicieron más sofisticados y complejos, como explica Ovidio:

“Mil modas hay de disponer el cabello; elija cada una la que más le favorezca, y para ello consulte con el espejo .El rostro ovalado pide una cabellera partida en dos sobre la frente como la llevaba Laodamia. Las caras redonditas pueden muy bien recogerlos en nudo sobre la nuca, dejando las orejas descubiertas. Alguna dejará sus cabellos extendidos sobre su espalda como los del rubio Febo en el momento de pulsar su plectro. Otras los trenzarán sobre los hombros, como Diana cuando persigue por los bosques a las asustadas fieras. A ésta le sienta bien y le favorece extraordinariamente un peinado hueco y estrepitoso; aquélla cree que le cae mejor aplastado contra las sienes; siempre habrá alguna que se complace en sujetarlo con un peinecillo de concha; no faltará la que opta por agitárselo en ondas o rizos.” (Arte de Amar, II)


El estilo tutulus,reflejado en la escultura y pintura,  es descrito por Varrón como un recogido de rizos en lo alto de la cabeza atado con una cinta de lana, fue utilizado durante casi toda la antigua Roma, y era el modelo elegido de las matronas hasta que se impuso la variedad en el Imperio. 

Retrato de matrona con tutulus, Pintura de Pompeya, Museo Arqueológico de Nápoles

El estilo seni crinibus (seis mechones trenzados independientemente que caían cubriendo púdicamente los senos) era utilizado por las  vestales y las  novias el día de su boda.

Peinado con trenzas largas, Palacio Massimo, Museo Nacional Romano

Retrato femenino con nodus,
Palacio Massimo,
Museo Nacional Romano
En el Imperio las mujeres del entorno imperial ejercen su influencia sobre las damas de linaje patricio.
El peinado noduso de Octavia, de estilo propiamente itálico a finales de la república, consistía en dividir el pelo en tres partes, por medio de dos rayas en la zona frontal. La zona central formaba un copete encima de la frente, mientras que por los laterales discurrían  dos amplios mechones ahuecados, que tras rebasar las orejas se recogían en la nuca o se trenzaban y anudaban  en un moño sobre la parte posterior e la cabeza,  quedando el cabello tenso y pegado al cráneo como un casquete.  Lo lució Livia en la mayoría de retratos oficiales.Una  variante era reducir el tupé frontal y recoger los mechones  central y laterales en una coleta retenida por trenzas sobre la nuca. Era típico de Livia en su madurez.


Detalle mosaico, Villa romana La Olmeda,
 Palencia
    
El peinado con raya central podía variar desde el modelo helenístico en el que unos mechones laterales se elevan por encima de la cabeza y se anudan en forma de lazo mientras el resto queda suelto, o bien los mechones ondulados se anudan en un moño sobre la nuca, con las orejas cubiertas o no. En el siglo II d.C. se impone el cabello recogido en gruesas trenzas, que desde la nuca, se enrollan encima de la cabeza en un moño alto a modo de casquete. Otra variación es la sustitución del moño por una coleta gruesa formada por trenzas, mientras que dos tirabuzones laterales descienden por el cuello.



Retrato de Popea, Palacio Massimo,
Museo Nacional Romano
La emperatriz Mesalina llevaba el cabello ondulado sobre la parte superior de la cabeza y ricitos sobre la frente, mientras que el resto se recoge en una cola de bucle según una moda importada de Egipto y el norte de África. En la tercera década del siglo I d.C.,   apareció el peinado tipo “salus,” así llamado porque este estilo se había impuesto al representar la personificación de la salud. Lucido por Mesalina en sus retratos y símbolo de la elegancia y realeza, se diferenciaba del anterior principalmente en la acumulación de rizos junto a las sienes.


En época de Trajano y Adriano se envuelve la cabeza con una banda de pelo trenzado a modo de turbante.


Peinado tipo turbante, Museo Arqueológico de Tarragona


Otro peinado de origen helenístico es el llamado de melón, en el que el cabello se dividía desde la frente en varios mechones retorcidos, que se recogen en la parte de atrás de la cabeza. En la segunda mitad del siglo I a. C. las ondas se trenzan en un moño en la nuca. 



Durante la época de Trajano y los Antoninos volvió a ponerse de moda y durante la época de los Severos las trenzas cubren totalmente la parte posterior de la cabeza en un moño aplastado que da lugar al modelo denominado de tortuga. Las orejas se cubren o se dejan al descubierto.

Retrato con peinado tipo tortuga, Museos Capitolinos, Roma

Los peinados que se imponen desde el siglo III al V son el tipo yelmo en el que los cabellos ondulados, divididos por una raya central, dejan las orejas descubiertas y se recogen en varias trenzas desde la nuca hasta la bóveda del cráneo como una malla.

Retrato con peinado tipo yelmo, Museo Arqueológico de Nápoles

O bien la masa de pelo se recoge sobre la nuca en un moño trenzado, ancho y aplastado que se lleva hasta la frente en forma de rulo.

En época de Nerón se sustituye la raya central por una banda de cabellos cortos y rizados en forma de caracol (anuli) que dejan al descubierto las orejas. La cabellera se enrosca en espiral en los laterales y se anuda en la nuca en forma de coleta. Una variante es la presentación  de una corona de rizos en forma de un abanico de cabello ondulado.

Retrato de Agripina, Museo Arqueológico de Nápoles

 "Muchos pisos, muchos armazones también en lo alto de su cabeza levanta: de frente verás una Andrómaca; por detrás es más chica, creerías que es otra."(Juvenal, sat. VI)

El gusto por los rizos se fue incrementando durante la segunda mitad del siglo I. d.C. Durante la dinastía Flavia, se impuso el peinado tipo nido de abeja que en la parte delantera estaba formado por abundantes rizos sobre la frente, como un tupé sujeto con una diadema. El resto se recogía hacia atrás en una grueso trenza o en un moño. Después evolucionó hacia un  aumento de los rizos en volumen y altura mediante postizos, hasta conseguir un tupé abultado con bucles dispuestos en corona sobre la frente (orbi). 

Retrato con peinado nido de abeja, Museo de Paestum , Italia

En tiempos de Vibia Sabina y Faustina  se disponen largas trenzas  como una rosca escalonada o un turbante en la coronilla (torus). La orla frontal de rizos se eleva con el empleo de una doble o triple diadema de rizos artificiales. A veces se empleaba una cinta de cuero que, recubierta de cabellos, ocultaba la línea de unión entre la frente y el postizo. 

A finales del s. IV las emperatrices se representan con un tocado más elaborado consistente en una gruesa trenza que se levanta desde la nuca y se dobla hasta descansar sobre una diadema ornamentada de perlas. Modelo estereotipado de influencia oriental.

Moneda con efigie de Gala Placidia

Herennia Etruscilla, esposa de Trajano Decio, aparece retratada en monedas, con el pelo trenzado y subido hasta la diadema y vuelto a dejar caer hasta el cuello. 

Moneda con efigie de Herenia Etruscilla

También en una moneda vemos el peinado de Fausta, esposa de Constantino, siglo IV, también con gruesas ondas, pero el pelo recogido atrás en un moño con adorno, aunque dejando la nuca al aire.

Según la moda el cabello se adornaba con cintas, diademas, coronas y piedras preciosas.

“En sus cabellos, relucientes de perfumes, prende la blanca perla de las conchas marinas y con cadenitas de oro quedan sujetos los bucles de su cabellera.” (Prudencio, Hamartigenia)

Muchos autores han dejado escritas sus críticas a la artificiosidad en los peinados que llevaban a incluir postizos y pelucas y que hacían parecer a las mujeres más altas de lo que eran.

¿Por qué no permitís descansar vuestro cabello, que tan pronto rizáis como los desrizáis; ya los alzáis, ya los rebajáis, hoy los trenzáis, mañana los dejáis sueltos sin simplicidad; aparte de eso, no se qué montones de postizos añadís; a la manera de casco de piel, como si fuera una pirámide y una cubierta para la corona; otra manera es echado hacia atrás mostrando el cuello.”(Tertuliano, De cultu feminarum, s. III-IV)

Retrato con diadema, Museo Arqueológico de Nápoles

Durante la época imperial, las esposas de los soberanos y las princesas de alto rango marcaban el éxito de un peinado; la moda se difundía por las esculturas y monedas que representaban sus rostros y adornos hasta el último rincón del Imperio.

Retrato con peinado tipo Julia Domna, Museos Capitolinos, Roma

Moneda con efigie de Julia Domna

La peluquería se convirtió en un arte y ocupaba una parte considerable del tiempo de una dama elegante. Se empleaban hábiles criadas (ornatrices), quienes, a veces, se convertían en víctimas del enfado de las señoras cuando no estaban de acuerdo con el trabajo realizado. Epigramas y sátiras están llenos de gritos de matronas enfadadas y lamentos de sufridas esclavas:
“Si la señora tiene una cita y desea estar más hermosa de lo habitual, y tiene prisa por encontrarse con alguien que la espera en los jardines, o más probablemente cerca de la capilla de la sensual Isis, la pobre Psecas, con los cabellos desarreglados, desnuda, con la espalda y pecho sin cubrir, le compone el peinado.¿Por qué sobresale este rizo?, pregunta y entonces una correa de piel de toro castiga el crimen del rizo mal puesto. (Juvenal, sat. VI)

Matrona y ornatrices, Museo de Trier

Las esclavas que arreglaban el pelo de sus señoras podían ser unas expertas ornatrices que eran alabadas por su trabajo:

"Cipasis, tan entendida en dar mil formas a una cabellera, que merecías dirigir el tocador de las diosas..."

También podían hacer otras labores como teñir los cabellos, depilar el vello, aplicar perfumes y ungüentos, maquillar y ayudar en la elección de vestidos y joyas.

Ars ornatrix, adorno del peinado romano

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Mosaico de Venus,  Museo Villa Getty, Los Angeles

Además  de seguir las modas del peinado, las matronas romanas pasaban largo tiempo intentando mejorar su imagen con el cuidado y embellecimiento de su cabello. La aplicación de tintes y ungüentos, la elaboración de rizos y la ornamentación con distintos complementos  eran tareas que ocupaban a las ornatrices y permitían a las señoras vanagloriarse de una belleza  más artificial que natural.

Pero la mayor parte de sus esfuerzos se van en el peinado. Porque algunas no pasarían un juicio favorable sobre sus dones naturales y, por medio de pigmentos que pueden colorear de rojo el pelo para igualar al sol de mediodía, ellas tiñen su pelo con un capullo amarillo como colorean la lana; las que están satisfechas con sus rizos oscuros gastan la fortuna de sus maridos en ungir su pelo con casi todos los perfumes de Arabia; utilizan herramientas de hierro calentadas a fuego lento para rizar su cabello a la fuerza en bucles, y rizos elaborados con estilo traídos hacia las cejas dejan la frente sin apenas espacio, mientras las trenzas por detrás caen orgullosamente hasta los hombros.”  (Ovidio, Amores)

La higiene más simple del cabello consistía en lavarlo con agua caliente, para aplicar después ungüentos para perfumarlos y proporcionar más brillo.  Se podía cortar el pelo no más de la longitud necesaria para poder llevarlo recogido. Que una mujer llevar el cabello corto era signo de dejadez, provocación e indecencia.

Retrato época Flavia, Museos Capitolinos, Roma

Las mujeres que tenían cierta posición económica aumentaban el volumen de su cabellera con postizos o pelucas.  Se recurría a pelucas y postizos para disimular las canas y cubrir la calvicie, o para complicar el peinado impuesto por la moda, ya que el pelo natural era insuficiente para elaborar los voluminosos peinados.

“La mujer se nos presenta con abundantísimos cabellos gracias a su dinero, y de ajenos convertidos en propios, sin avergonzarse de comprarlos en público, a la faz del mismo Hércules y el coro de las Musas.”(Ovidio, A. A. III).

Retrato con peluca, Museo Nacional 
Romano

En los bustos que representan a las emperatrices, podemos ver como Julia Domna llevaba una peluca con ondulaciones artificiales en paralelo a la raya central, que dejaba ver por debajo, a la altura de las mejillas, unos pequeños mechones de pelo natural.

"Además desconozco las cantidades de postizos cosidos y trenzados que os sujetáis, ya a modo de bonete como un cubrecabeza y como cobertura de la coronilla, ya como un moño sujeto en la nuca." (Tertul. Los adornos de las mujeres II, 7)


El capillamentum(peluca entera) o galerus (media peluca o tupé) de pelo natural se montaban sobre un armazón curvo, empleando para ello distintos materiales como el cuero o la piel fina de animales como el corzo, la cera de abejas o alguna resina, sobre el cual se implantaban los cabellos naturales. Los capilli Indici, postizos hechos con cabellos negros procedentes de la India, eran muy apreciados para ocultar las canas y tan demandados que se incluyó un impuesto especial a su importación. Las damas romanas también utilizaron pelucas hechas con el pelo rubio de las cautivas germanas, que se convirtió en una mercancía valiosa.

 “La loción de los Catos (chattica spuma) enciende las cabelleras teutónicas: podrás ir mejor arreglada con cabelleras cautivas." (Marcial, Ep. XIV, 26).

Que los cabellos superpuestos se distinguieran o no de los naturales dependía de la destreza de las ornatrices.

Peinado romano, Museo Nacional Romano

 “Cipasis, tan entendida en dar mil formas a una cabellera, que merecías dirigir el tocador de las diosas.” (Ovidio, Tristias)

"¿Todavía ahora imitas insensata a los pintados britanos y coqueteas con tu cabeza teñida con brillo extranjero? Tal y como la naturaleza la dio, así es ideal toda belleza: feo es el color belga para los rostros romanos. ¡Que surjan bajo tierra muchos males para la doncella que cambia su cabello con artificio inapropiado! ¿Es que si una tiñera sus sienes con tinte azul, por eso esa belleza azulada le sentaría bien?" (Propercio, Elegías, II, 18b)

Pintura de Pompeya, Museo Nacional de Nápoles

Teñirse el pelo llegó a ser común entre las damas romanas muy pronto. En una época tan antigua como la de Catón se había introducido en Roma la costumbre griega de colorear el pelo de amarillo rojizo, pero las largas guerras contra los germanos acentuaron el deseo de imitar las rubias cabelleras de las esclavas apresadas. De entre los tintes más utilizados hay que destacar las pila mattiaca, bolas hechas con la tierra rojiza del entorno de Mattiacum, antigua ciudad con aguas termales que corresponde a la actual Wiesbaden y que daba al cabello un color rubio encendido:
“Si a teñir te dispones ya canosa, tus longevos cabellos, toma -¿a dónde te llegará la calva? Unas bolas mattiacas. (Marcial, XIV, 27)
La spuma batavaera otro tinte que procedía de Mattium, en la actual Holanda, que proporcionaba el rubio rojizo deseado. Estos colorantes eran muy agresivos y podían producir fuertes y dolorosas inflamaciones.
Para teñir el pelo de rojo se hacía uso de la henna, sustancia vegetal procedente de Egipto y de las provincias orientales. Incluso utilizaron el minio y otros productos minerales para obtener el color apropiado. “aunque mostrabas un color rojizo como si hubieras sido teñida a fondo con minio, aquel color tuyo era de sangre, esa es la verdad” (Ov. Am. I, 14)

Detalle mosaico de Villa romana de La Olmeda,
Palencia
Los romanos utilizaron un tinte hecho con cenizas de haya y sebo de cabra (sapo)  que elaboraban los esclavos galos para teñir de rubio.

“El sapo, también, es muy útil para este propósito, una invención de las Galias, para dar un tinte rojizo al cabello. Se prepara con sebo y ceniza, de las que las mejores son las de haya y carpe: hay dos tipos, el sapo sólido y el líquido, ambos muy utilizados por los pueblos germanos, por los hombres más que por las mujeres.” (H.N. XXVIII, 51)

Opciones más baratas para el pelo rubio era machacar pétalos de flores amarillas y polen. 

Para teñir el pelo de negro se utilizaba una mezcla de aceite de oliva y cáscara de nuez, además de otros ingredientes.
¡Ay, tarde llamo al amor y tarde a la juventud!
Cuando la ancianidad canosa impregna  una cabeza vieja,
Entonces llega el momento de cuidar la figura,
Entonces se tiñe el cabello para ocultar
Los años tintándolo  con la verde corteza de una nuez” (Tib. Elegías, I, 8)


Plinio, de nuevo, dejó algunas recetas en las que se empleaban unos ingredientes un tanto peculiares: “Las sanguijuelas dejadas pudrir en vino tinto durante 40 días tintan el pelo de negro.” (H.N. XXVIII, 29)

Se puede apreciar la ironía del escritor cristiano Tertuliano cuando describe a las mujeres que intentan buscar la eterna juventud al teñirse de negro las canas.
“Veo que algunas incluso se tiñen el cabello de color rubio azafrán. Hasta les avergüenza, su país, porque no han nacido ni en Germania, ni en la Galia. Así cambian de patria con el cabello (…) Las que se esfuerzan en hacerlo negro de blanco son las que  lamentan haber vivido hasta la vejez. ¡Qué temeridad! (Tertuliano, Los adornos de las mujeres, II, 6)

Retrato Exposición Historias de Tocador,
Barcelona
Una cabellera lisa podía convertirse en rizada y repleta de tirabuzones recurriendo al calamistrum, un instrumento formado por dos tubos: uno hueco de metal, que se calentaba al fuego, y otro de menor tamaño en el que previamente se enrollaba el pelo que se quería rizar y que se introducía en el interior del tubo caliente. Los esclavos que se ocupaban de su utilización se llamaban ciniflones o cinerarii.

Más sencillo era el empleo de pinzas de grandes dimensiones cuyos extremos, una vez calentados al fuego, servían para moldear y ondular el cabello.
Para fijar el peinado elaborado y marcar los rizos, la ornatrix aplicaba en ocasiones clara de huevo batida o goma arábiga mezclada con agua.

El excesivo uso de los tintes y del calamistrum fue una de las causas de la pérdida del cabello y  nos han quedado varios ejemplos literarios, como la elegía XIV de Ovidio, donde reprocha a la amada el quedarse casi calva por ese motivo:
”... Entonces sus trenzas eran suaves como el amanecer. Con cuanta frecuencia he presenciado su tortura, al obligarlas, pacientemente, a resistir el hierro y el fuego, para que formaran pequeños bucles. No, tuyo es el delito, y tuya fue la mano que derramó el veneno en tu cabeza. Ahora Germania te enviará la cabellera de una esclava; una nación vencida proporcionará tus ornamentos.”

Los aceite hechos de plantas y flores como el mirto y la rosa eran ingredientes empleados para dar color, frenar la caída  o alisar el cabello. Las cenizas del ajenjo mezcladas  con ungüentos y aceite de rosas servían para colorear el cabello de negro.

“También detienen la caída del cabello las lagartijas reducidas a ceniza, con la raíz de una caña recién cortada, finamente troceada para que se consuma al mismo tiempo, a lo cual se añade aceite de mirto”.(Plinio, H. N. XXIX)


Galeno en su obra De Compositione Medicamentorum  recoge la siguiente receta sacada de la Cosmética de Kleopatra: “Contra la pérdida de cabello, hacer una pasta de rejalgar (una forma natural de mono sulfato de arsénico) y mezclarla con resina de roble, aplicarlo a un paño y ponerlo donde ya se haya limpiado bien con natrón (una forma natural de carbonato de sodio). Yo mismo (Galeno) he añadido espuma de natrón a la receta anterior, y funcionó de verdad.”

Era costumbre también perfumar los cabellos con ungüentos:
“permite que los perfumes goteen de su brillante cabello, y deja que dulces guirnaldas rodeen cuello y cabeza”(Tibulo, I, 7)

El mirobálano es un fruto semejante a una almendra que se produce en la Indiay se importaba desde Egipto, con el que se hacía un ungüento para el pelo:
“Esto, que ni Virgilio ni Homero nombran en sus versos, se compone de perfume y nuez (de bálano)”. (Marcial, XIV, 146)

Retrato con acus crinalis, El Fayum, Egipto

Con el  nombre de acus crinalis se denominaba a la horquilla para sujetar el cabello. Suele estar realizada con hueso, bronce o marfil. A veces podía dejarse hueca para introducir perfume. Todas las aci presentan un esquema similar compuesto por una cabeza muy bien diferenciada, y el cuerpo alargado y en forma de huso con extremo más o menos puntiagudo; su diferenciación radica en la forma o decoración de la cabeza: cabeza lisa, bien de forma esférica o tallada en facetas, y las decoradas tanto con temas geométricos como figurados (serpientes, piñas,  manos o bustos femeninos).

Agujas para el pelo, Exposición Historias de Tocador, Barcelona

Se empleaba el acuscomo aplicador de tintes y cosméticos y para moldear, cardar, alisar, enrollar, levantar o rizar cabellos. El acus discriminalis o discerniculum servía para separar los cabellos en el peinado.
Tu pelo no se merece que lo quemes; el cabello mismo se moldea con las horquillas que se le aplican.(Ovid. Am. I, 14)

 “¿Acaso crees que por ti se arregla la cabellera
O que se alisa su delicada melena con denso peine.” (Tib. I, 8)

Peine romano, Museo Británico

Entre los objetos que las mujeres empleaban en su aseo y proceso de embellecimiento está el peine (pecten), que podía ser de madera, especialmente de boj, hueso, marfil e incluso bronce.

“Crees que ella arregla su pelo para ti, peina sus finas trenzas con el acero de finos dientes?”(Tibulo, I, 9)

“¿Qué hará si no encuentra ya cabellos este trozo de boj que con tantos y tantos dientes te regalo?” (Marcial, XIV, 25)

En la literatura latina encontramos una cierta esclavitud del espejo tanto de las mujeres como de los hombres. Ver el resultado final tras un largo proceso de embellecimiento con una imagen reflejada en el espejo suponía una muestra más de vanidad.

“Un rizo, sólo uno, había salido defectuoso. Una horquilla mal puesta se había soltado. Lalage estampó en su esclava el espejo que le había revelado la fechoría, y Plecousa se desplomó, inmolada a esta terrible cabellera”. (Marcial, Epigramas)

Pintura de John William Godward

El espejo se hacía de metal pulido por una cara para que reflejase la imagen y por la otra podía estar finamente decorado con figuras, o no,  y tener mangos de estilos diversos o carecer de ellos.

Espejo romano, Museo Nacional
de Nápoles
Los primeros espejos manufacturado se comenzaron a elaborar en materiales como el cobre, plomo o bronce, y según Plinio, fue Praxíteles, importante cincelador de espejos, quien introdujo por primera vez los espejos fabricados en plata en tiempos de Pompeyo Magno. Este autor describe el proceso de elaboración de los espejos de plata y admira la excelente falsificación de este preciado metal recurriendo a una mezcla de estaño y cobre.


Séneca relata la historia de los espejos desde que eran ofrecidos espontáneamente por la naturaleza hasta convertirse en objeto de lujuria y ostentación.

“Pues bien, después se utilizaron otros elementos terrestres no menos malos, cuya superficie lisa ofreció a quien se ocupaba de otra cosa su propia imagen; y este la vio en una copa, aquel en el bronce preparado para otros usos; a continuación se fabricó un círculo exclusivamente para este menester (…) Posteriormente, dominándolo todo el lujo, se cincelaron espejos de cuerpo entero en plata y oro; después, adornados con piedras preciosas." (Séneca, Cuestiones Naturales, I)

Algunos autores exaltan su valor para reflejar la belleza femenina, y por otro lado, lo condenan porque no se corresponde con una imagen real y auténtica de la persona reflejada.
Otros complementos empleados para resaltar la belleza de la cabellera eran las redecillas, que podían ser de oro, para mantener recogido el pelo; la diadema que podía adornarse con piedras preciosas, las coronas de flores y las cintas que podían ser de lana o seda  de distintos colores, como el púrpura.

"La redecilla (reticulum) es la que recoge la cabellera, y se llama así porque retiene los cabellos para que no aparezcan despeinados." (San Isid. Etim. XIX, 31)

"La diadema es un ornamento propio de la cabeza de las mujeres; está confeccionada a base de oro y piedras preciosas; se ata por la parte de atrás  abriendo sobre sí mismo los extremos." (San Isid. Etim. XIX, 31)

Retrato con diadema, Museo de Arte Walters

Las coronas de flores se utilizaban en fiestas y celebraciones y podían ser de rosas u otras flores olorosas o de plantas como el laurel.

Detalle con mosaico de diosa, Villa de Materno, Carranque, Toledo

“Hay en mi hermoso jardín preciosas flores
Para ornar tus cabellos
Y hiedra para hacerte una corona” (Horacio, L. IV, Oda XI, A Filis)

Venus del Esquilino, Museo 
 Las vittae crinalis (cintas) podían llevarlas las vírgenes o las mujeres casadas y eran símbolo de buena reputación. Podían adornarse con piedras preciosas y también las utilizaban los sacerdotes y vestales.
"Las vittae son las cintas que se entrelazan en los cabellos y con las que se atan los cabellos sueltos. Taenia es la extremidad de esas cintas, que cuelga y presenta diferentes colores." (San Isid. Etim. XIX,31)



Saturnalia

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Las Saturnales estaban consagradas al dios Saturno, que había enseñado a los hombres a trabajar la tierra y se celebraban del 17 al 23 de diciembre. En este mes se celebraba con velas y antorchas el fin del período más oscuro del año y el nacimiento del nuevo periodo de luz, o nacimiento del Sol Invictus, coincidiendo con el solsticio de invierno.
En sus más remotos orígenes, las Saturnales celebraban la finalización de los trabajos del campo, una vez concluida la siembra efectuada durante el invierno, cuando toda la familia campesina, incluidos los esclavos domésticos, tenían ya tiempo para el descanso y el ocio.
El día oficial de la consagración del templo de Saturno en el Foro romano era el 17 de diciembre, pero la festividad era tan apreciada por el pueblo que de forma no oficial se festejaba también a lo largo de los seis días posteriores, hasta el 23 de diciembre. César la aumentó dos jornadas, Calígula le añadió un día más -llamándolo día de la juventud- y Domiciano la estableció en un ciclo de siete días, constituyendo desde entonces hasta su prohibición una de las feriae mas importantes de Roma.



Las fiestas comenzaban con un sacrificio en el templo de Saturno, que en la Roma primitiva tuvo tanta importancia como Júpiter. Dicho templo se hallaba situado a los pies de la colina del Capitolio, la zona más sagrada de Roma; después del sacrificio, seguía un banquete público, al que todo el mundo estaba invitado. Durante los días siguientes, la gente se entregaba a bulliciosas diversiones, celebraba banquetes y se intercambiaban regalos.
En uno de los pasajes de su obra, Tito Livio afirmaba que la fiesta de Saturno recibió su organización definitiva en el mismo año del desastre de Trasimeno (217 a.C.), en el curso de una de las más graves crisis de la historia de Roma. Cuenta la leyenda que dicho desastre impulsó a los romanos a consultar los Libros Sibilinos, los cuales aconsejaron la reforma que hizo de las Saturnales la gran fiesta popular de Roma.

“Por último, y ya en el mes de Diciembre, se ofreció en Roma un sacrificio en el templo de Saturno y se celebró un lectisternio -cuyos lechos además habilitaron los senadores- y un banquete público, y a través de la ciudad se dieron día y noche los gritos saturnales, y se invitó al pueblo a tener como festivo para siempre aquel día”

Por voluntad del dios, tal y como consideraban los romanos, no se podía estar triste mientras durase su fiesta. En el relato de Luciano de Samosata aparece continuamente el deseo divino de extender la alegría a todo el mundo y se reflejan los aspectos que caracterizaron la ley instituida por Saturno en el desarrollo de su fiesta: la abolición de las actividades públicas, y el carácter alegre y festivo que debía presidir las actividades privadas.

“Que nadie tenga actividades públicas ni privadas durante las fiestas, salvo lo que se refiere a los juegos, las diversiones y el placer. Sólo los cocineros y los pasteleros pueden trabajar. Que todos tengan igualdad de derechos, los esclavos y los libres, los pobres y los ricos. No se permite a nadie enfadarse, estar de mal humor o hacer amenazas. No se permiten las auditorías de cuentas. A nadie se le permite inspeccionar o registrar la ropa durante los días de fiestas, ni practicar deportes, ni preparar discursos, ni hacer lecturas públicas, excepto si son chistosos y graciosos, que producen bromas y entretenimientos”

 Las Saturnales se consideraban como “fiestas de los esclavos", ya que éstos eran recompensados con raciones extras de comida y vino. Por ejemplo, Catón el Viejo, que era muy estricto en cuanto al trato de los esclavos, les concedía en las Saturnales una ración extra de 3,5 litros de vino. Gozaban de tiempo libre y otros privilegios de los que no disfrutaban durante el resto del año; a menudo, incluso eran liberados de sus obligaciones y cambiaban sus tareas con las de sus dueños: el señor actuaba como esclavo, el esclavo como señor. Las fiestas servían para recuperar un presunto paraíso inicial, donde los hombres vivían sin separaciones jerárquicas, sin opresión de unos sobre otros.

“¿Acaso quieres que hable antes del culto a Ops o de las Saturnalia, fiestas también de esclavos, cuando los señores hacen de siervos?”.



Al tratar las leyendas que giran en tomo al origen de las Saturnales,  la helenización fue el principal aspecto que propició la participación de los esclavos en esta fiesta. En su Deipnosophistae -El banquete de los sofistas-, Ateneo nos muestra los precedentes griegos de los ritos de inversión.

“Después de que Masurio hubiese concluido este largo recital se recogieron las segundas mesas (postres), tal y como ellos las llamaban, y se sentaron delante de nosotros; ellos nos servían frecuentemente y no solamente durante la celebración de las Saturnalia, durante las cuales es costumbre que los niños entretengan a los esclavos durante la cena al tiempo que se encargan de sus obligaciones domésticas. Esta costumbre es también griega; algo semejante ocurría en Creta durante los festivales de Hernaea, tal y como declara Caristius en sus Notas Históricas. Mientras los esclavos celebraban el banquete, sus señores les ayudaban en sus tareas domésticas. Lo mismo sucedía en Tracia durante el mes de Gerastius; entonces la celebración duraba muchos días, en uno de los cuales los esclavos jugaban a las tabas junto a los ciudadanos y los señores, según recuerda de nuevo Caristius, entretenían a los esclavos con un banquete.”

Las Saturnales propiciaron el alejamiento de barreras entre libres y no libres (o si se prefiere entre señores y esclavos). Dicho alejamiento podría ser entendido, más bien, como una superación de las diferencias, dado que durante su celebración se pretendía que no quedase claro quién era el libre y quien el esclavo. Esta ambigüedad jurídica constituye un matiz que puede ser apreciado en la carta que Plinio dirige a su amigo Tácito:

“No es en calidad de señor dirigiéndose a un señor, ni en calidad de esclavo dirigiéndose a un esclavo (aquello que me escribes) es en calidad de señor dirigiéndose a un esclavo (puesto que tu eres un señor y yo lo contrario; y precisamente me llamas a la escuela en el momento en que yo aún prolongo las Saturnales”.

Durante el desarrollo de la fiesta se abolían de forma ficticia las barreras jurídicas. Los esclavos eran agasajados por sus amos con un banquete, se vestían con sus ropas, se ponían máscaras y podían decir a sus amos todas aquellas cosas que quisieran, sin necesidad de reprimirse.
Las fuentes nos han transmitido la imagen de unos esclavos tratando con gran familiaridad a sus señores, hablándoles sin reservas, y diciéndoles en muchos casos todo aquello que se les antojase y que en otras fechas no se hubieran atrevido a decirles. Sirvan estos versos de Horacio para ilustrar nuestras palabras:

“[DAVO] -Hace ya tiempo que estoy escuchando, y aunque tengo ganas de decirte algunas palabras, no me atrevo porque soy siervo -servus-.
- [HORACIO] ¿Eres tú Davo?
- [DAVO] Sí, soy Davo, criado de su señor y lo suficientemente honrado para que creas que voy a vivir bastante.
- [HORACIO] Está bien; pues así lo quisieron nuestros antepasados, aprovéchate de la libertad de diciembre; habla”.

En los siguientes versos de Marcial aparece atestiguado el hecho de que, entre “las normas del juego de las Saturnalia”, se desarrollaría la potestad de los esclavos de poder decir a sus amos cualquier improperio de mal gusto:

“Quiero reírme de ti; como tengo el derecho, no haya castigo por tu parte [...] Quiero decir todo lo que se me pase por la cabeza sin penosa meditación”.

Los ritos suponían una ruptura del orden social, como el banquete ofrecido por los señores a los esclavos, el intercambio de regalos, o la institución del rey de las Saturnales, o del orden jurídico, como los juegos de dados, el beber hasta emborracharse, el que los esclavos dijesen a los amos lo que quisieran o el desenfreno sexual.
Marcial resume el carácter lúdico de la fiesta  en la introducción al libro catorce de los Epigramas,cuyo subtítulo -Apophoreta- (literalmente, las ofrendas entregadas a los comensales durante la fiesta de las Saturnalia), indica explícitamente su contenido:

“Mientras en ropa de fiesta se divierten el caballero y el senador soberano, y mientras le quedan bien a nuestro Júpiter los píleos que se ha puesto y el esclavo vernáculo no teme que el edil esté mirando cuando agita el cubilete, aunque vea tan cerca los estanques helados,  recibe las suertes cambiantes del rico y del pobre: que cada cual dé sus premios a su invitado. “Son fruslerías y bagatelas y, si lo hay, algo de menos valor que eso”. ¿Quién lo ignora? ¿O quién niega cosa tan manifiesta? Pero, ¿qué voy a hacer mejor, Saturno, en estos días de borracheras, que tu propio hijo te ha concedido a cambio del cielo? ¿Quieres que haga versos a Tebas o a Troya o a la criminal Micenas?
 —“Juega —me dices— a las nueces”.
—Yo no quiero perder las mías.



Luciano de Samosata nos descubre, en un pasaje de su obra, cómo en esta combinación de ritos residía el carácter alegre que presidía las Saturnalia. En él, aparece el propio Saturno describiendo el carácter de su fiesta, e informándonos de todas las prescripciones de carácter público que tenían lugar ese día, pero detallando, como contrapunto, todas las cosas que estaban permitidas hacer:

“[Dice Crono] Yo he heredado el poder con condiciones: todo  reinado dura siete días y cuando haya terminado ese plazo al punto me convertiré en un particular y de alguna manera en uno del montón. Además en esos siete días no se me ha permitido gestionar nada importante ni de tipo público, pero puedo beber y estar bebido, gritar, jugar, echar los dados, nombrar encargados de la juerga, dar banquetes a los criados, cantar desnudo, aplaudir con emoción, de vez en cuando incluso tirarme al agua fría de cabeza con la cabeza tiznada en hollín”.

Las licencias festivas y trasgresoras tenían un límite temporal, al cabo del cual la situación volvía a la normalidad. Todos sabían que los excesos que se podían cometer, y las transgresiones que podían tener lugar ese día, se iban a llevar a cabo en un tiempo muy limitado. Tal y como recoge Séneca, en la mentalidad de todo el mundo estaría presente el día después: “Yo os digo que las Saturnalia no durarán siempre”.

Las Saturnales no eran una fiesta para alimentar el ansia de libertad de los esclavos; por el contrario, su implicación en esta fiesta les obligaba a asumir su situación. Los esclavos que se provechaban de estas licencias, debían tener en cuenta que solo eran partícipes de un juego cuyos protagonistas eran los señores. Además, no debían olvidar que la duración del mismo era limitada, y que finalizado el periodo durante el cual el Estado les permitía tomarse ciertas libertades, volvían a ser tan esclavos como lo eran antes, quedando frustrada la libertad adquirida ese día.
Pero los ritos de inversión y de transgresión no sólo implicaban a los esclavos. Séneca intentó explicar que gracias a dichas festividades, los ricos legaban a conocer en su piel la condición servil, por lo que sabrían a qué atenerse en el caso de verse sometidos a dicha situación:

“...harás lo que hacen muchos miles de siervos, muchos miles de pobres; enorgullécete porque no lo harás coaccionado y porque te será más fácil padecer siempre aquello que has experimentado alguna vez. Ejercitémonos en el palo. Y para que la fortuna no nos coja desprevenidos, hagámonos familiar a la pobreza. Seremos ricos con más tranquilidad si sabemos que no es tan pesado ser pobres”

 La elección del rey de las Saturnales era uno de los aspectos culminantes de la celebración.  Como juez destinado a imponer castigos en el entorno del juego, su figura contribuía tras el banquete, y en medio de una borrachera general  a propagar el alborozo entre todos los miembros de la domus, tanto libres como esclavos. El papel recaía a veces en un esclavo. Luciano describe su figura trazando un paralelo con la del vencedor en el popular juego de las tabas.

“[Dice Crono] Y además, al actuar con el mayor regodeo y ser aclamado en el banquete como mejor cantor que el vecino y ver que los otros servidores de la mesa caen al agua porque éste es el castigo por un servicio defectuoso, mientras a ti te proclaman vencedor y consigues la salchicha como premio ¿tú has visto cosa más buena? Más aún, el convertirse en el único rey de todos por haber vencido en el juego de las tabas, de forma que no se te impongan órdenes ridículas y en cambio tu puedas dar órdenes, a uno que diga a gritos cosas vergonzosas de sí mismo, a otro que baile desnudo, se ligue a la flautista y de tres vueltas a la casa, ¿Cómo no van a ser estas demostraciones de mi influencia? Y si censuras esta soberanía diciendo que no es verdadera ni segura, obrarás irreflexivamente, cuando te des  cuenta de que yo, que puedo conceder tales favores, tengo el poder por poco tiempo”.


Tal y como adelantábamos en el estudio de las otras fiestas, el banquete aparece en el centro de la celebración de las Saturnalia. En el párrafo anterior, Luciano de Samosata  describe  una comida copiosa culminada con la entonación de canciones -cabe suponer que de tono burlesco-, y la participación en juegos.

“LEYES PARA LOS BANQUETES: 

Deben bañarse cuando la sombra del reloj de sol tenga seis pies; antes de bañarse deben tener nueces y juegos. Que cada uno se acueste donde se encuentre. La categoría, el linaje o la riqueza deben tener poco peso para la prioridad en la comida. Todos deben beber del mismo vino, y que el rico no ponga como pretexto el dolor de estómago o de cabeza para beber el sólo del mejor. Todos deben tener la misma ración de carne. Los camareros no deben hacer ningún favor a nadie; no deben ser demasiado lentos, ni tampoco pasar de largo con los manjares hasta que los invitados hayan decidido lo que deben servirse. Tampoco deben ponerse a uno delante grandes raciones y al otro demasiado pequeñas, ni a uno el muslo y a otro la quijada del cerdo, sino que todos deben ser tratados con igualdad.
El copero, desde un puesto de observación, debe estar pendiente de todos los invitados con aguda mirada, y menos del amo; debe tener los oídos muy abiertos y disponer de toda clase de copas. Se debe permitir ofrecer la copa de la amistad a quien lo desee. Todos pueden brindar por todos, si lo desean, una vez que haya empezado los brindis el rico. No debe ser obligatorio beber, si alguien no puede.
Si alguien quiere meter en  el convite, un danzarín o a un tocador de cítara novato, no se le debe permitir.  El límite de las bromas debe ponerse en lo que no moleste a nadie. Deben jugar con nueces; si alguien apuesta dinero, no debe ser invitado a comer al día siguiente. Cada uno debe quedarse o marcharse cuando lo desee. Cuando el rico invite a los criados, sus amigos deben ayudarle a servir la comida.

Todos los ricos deben tener estas normas escritas en una estela de bronce, deben ponerlas en medio del salón y deben leerlas. Deben saber que mientras la estela permanezca en el salón, ni el hambre, ni la peste, ni el fuego ni ninguna otra desgracia entrarán en sus casas. Pero si alguna vez ¡lo que ojalá no ocurra nunca¡ se destruye la estela, será atroz lo que ocurra en el futuro”
“Entre tanto, el mayordomo encargado de quemar incienso a los Penates, de las provisiones y de dirigir la organización del servicio doméstico, informa al señor que el servicio ha concluido la preparación del banquete ofrecido para la solemne festividad. En efecto, en esta fiesta las familias que seguían los preceptos religiosos honraban en primer lugar a los servidores, sirviéndoles una comida como para los señores; luego se preparaba de nuevo la mesa para los señores. Entonces, el jefe del servicio anuncia que la comida está preparada e invita a los señores a acudir a la mesa”.

El orden que describe el texto de Macrobio, en el que aparecen señores y esclavos comiendo por separado -primero los esclavos y luego los amos-, no respondería al tipo de banquete más extendido entre las familias romanas. Sobre todo si nos atenemos a la popularidad que adquirió la fiesta a partir del desarrollo del propio banquete. Dependiendo del paterfamilias y de la relación que éste mantuviese con sus esclavos, se desarrollaría un banquete menos conservador, si bien es cierto que a partir de determinada fecha no muy tardía, cabe suponer que habría muchos de ellos que sentarían a sus esclavos en la mesa para contribuir al desorden de la celebración.
El protagonismo de los señores en la fiesta es evidente y no debió palidecer a lo largo de la historia de Roma. A lo largo de su sátira, Luciano habla de los regalos y del banquete relacionándolos, no sin razón, con los grandes señores. Dicho autor explicaba cínicamente que su origen estribaba en la necesidad que tenían los ricos de tener admiradores. ¿Qué harían los ricos –se pregunta- si no existiesen los pobres para admirar sus riquezas?Para un rico -continúa- el regalo y el banquete no supone un gran dispendio, mientras que los pobres no olvidarán nunca este  -pobres entre los que no cabe excluir a los esclavos-. Y concluye con este consejo a los ricos:

“.. .haced planes que sean convenientes para el festival y los más seguros para vosotros; aliviadles su mucha pobreza con un pequeño costo y tendréis amigos irreprochables.

El intercambio de regalos contribuiría con fuerza a conferir un tono relajado a la fiesta. Entre las leyes que Luciano nos transmitió sobre la celebración de las Saturnales, destaca un amplio apartado dedicado al intercambio de obsequios -Xenia-. En él queda reflejada lavoluntad de no marginar a nadie de la fiesta por su condición social o jurídica.

“Mucho antes de las fiestas, los ricos deben escribir en una tablilla el nombre de cada uno de sus amigos, y deben tener dispuestos el equivalente a la décima parte de la renta anual, el excedente de su indumentaria, todo el mobiliario que resulte demasiado basto para su fortuna y una buena cantidad de plata. Todo esto deben tenerlo a mano. La víspera de la fiesta deben hacer por toda la casa un sacrificio purificatorio y echar de ella la cicatería, la avaricia, el afán de lucro y cuantos otros vicios parecidos suelen convivir con la mayoría de ellos. Al caer la tarde se les debe leer aquel breviario con los nombres de los amigos. Deben dividir sus regalos, en proporción a los merecimientos de cada uno, y enviárselos a los amigos antes de la puesta de sol.Los portadores no deben ser más de tres o cuatro, entre los criados más fieles, ya de edad avanzada. [...] Los propios criados deben tomar una sola copa antes de salir y no deben pedir más. A las personas de letras se les debe enviar doble cantidad de todo pues es justo que las personas de letras tengan doble porción. Los mensajes que acompañen a los regalos deben ser muy modestos y breves. No debe decirse nada molesto ni se debe alabar el envío. El rico no debe enviarle nada al rico, ni debe invitar durante las Saturnales el rico a nadie de su misma clase".

En este párrafo se pone en evidencia la generosidad con la que los ricos debían obsequiar a las amistades. Cuenta Suetonio que con motivo de la fiesta, Tiberio regaló a Claudio cuarenta piezas de oro. Elio Espartiano, biógrafo de Adriano en la Historia Augusta, relata que éste también hacía regalos suntuosos, de la misma forma que le gustaba recibirlos. Contrasta este hecho con la siguiente afirmación de Luciano: que nadie realizase regalos que estuviesen por encima de sus posibilidades económicas. Tal y como comenta el propio Luciano, el intelectual ofrece un buen obsequio cuando regala un libro apto para ser leído durante convite, y mucho mejor si ha sido escrito por él. 

“En correspondencia, el intelectual pobre debe enviarle al rico un libro antiguo, que sea agradable y apto para el convite, o escrito por él mismo si es posible. El rico, al recibirlo debe poner cara muy satisfecha y leerlo enseguida. Si lo rechaza o lo tira, sepa que queda sometido a la amenaza de la guadaña, aunque haya enviado como regalo lo que debía."
Durante las Saturnalia no había regalos insignificantes, sino regalos adecuados. Estacio coincide con Luciano al afirmar que el regalo siempre aparecía en relación con el nivel de la persona que lo entregaba y con el de la persona que lo recibía. Marcial satirizó en varias ocasiones la mezquina actitud de algunos ricos que no enviaban regalos generosos (“los ricos llaman munificencia a regalar con motivo de las Saturnalia una cucharilla de plata de baja calidad”).


La práctica de enviar obsequios durante las Saturnalia estaba muy extendida en Roma. Tenemos testimonios como el de Marcial que no sólo nos confirman que los esclavos recibían regalos de sus señores, sino que incluso ellos mismos podrían obsequiar a los amos. En el epigrama número cincuenta y tres de su séptimo libro, se adviene la queja de un personaje por la pobreza de los regalos recibidos, aduciendo que un esclavo los habría mandado mejores:

 “Me enviaste en los Saturnales, Umbro, todos los regalos que te habían acumulado esos cinco días. Dos juegos de seis trípticos y siete mondadientes. A esto se añadió la compañía de una esponja, una servilleta, una copa, medio modio de habas, con un cestito de olivas del Piceno y una frasca de negro arrope de Laletania. Y junto con unas ciruelas pasas vinieron unos pequeños higos de Siria y una orza pesada debido a la cantidad de higos de Libia. Creo que escasamente costarían treinta sestercios todos los regalos que trajeron ocho hombretones sirios. ¡Cuánto más cómodamente pudo traerme sin ningún trabajo cinco libras de plata un esclavo!(Marcial, VII,53)

 La relevancia de esta costumbre queda constatada por el hecho de que este autor refleje, en uno de sus epigramas, el serio reproche del autor a una mujer llamada Galla que, finalizadas las Saturnalia, aun no le había entregado ningún presente.
Las quejas vertidas por Marcial motivadas por el hecho de no haber recibido los regalos preceptivos que se solían entregar durante las Saturnalia contrastan con lo expuesto por Luciano sobre elcomportamiento que debe mantener cualquier persona al recibir el regalo:

 “Los que reciben el regalo no deben censurarlo, sino más bien considerarlo generoso, cualquiera que sea. Un ánfora de vino, una liebre o una gallina gorda no deben considerarse como regalo de las Saturnales, ni los regalos de las Saturnales deben tomarse a risa”.

No todos lo regalos que se entregaban a las amistades y al servicio eran suntuosos, o cuanto menos útiles. Existía la costumbre de realizar otro tipo de obsequios de carácter fundamentalmente simbólico. Tal era el caso de las velas de cera -cerei- e imágenes de terracota -sigilla- que habían comenzado a regalarse desde el periodo más antiguo en el último día de la fiesta, la Sigillaria, y que se compraban en los puestos instalados en el mercado.
El carácter de los cerei era completamente simbólico y como nos indica Varrón, serían ofrendados a los dioses.

“Y como el fuego también lo es [el origen de todo], en las Saturnales se ofrecen velas de cera a quienes están por encima de nosotros."



El regalo de imágenes de terracota también constituía una costumbre de carácter muy antiguo, quizás como recordatorio de los sacrificios humanos originariamente ofrecidos a Saturno y posteriormente sustituidos por esas figuritas, o simplemente como un regalo barato para niños o mayores.

 “Es tradicional intercambiarse cerei (candelas de cera) durante las Saturnales, y fabricar estatuillas de arcilla (sigilla) con las que los hombres realizan expiaciones (piaculum) por sí y por los suyos a Saturno”.

Los elementos en torno a los cuales giraba la inversión de papeles que caracterizaba a este periodo, eran la institución del rey de las Saturnalia, el lucimiento de los pillea (gorros puntiagudos) por los amos y el ofrecimiento de un banquete a los esclavos que luego era compartido con ellos, y finalmente el intercambio de regalos como señal de la aceptación de la igualdad.
En un párrafo sin tapujos, Séneca relaciona las fechas de la fiesta con los excesos sexuales, y critica de forma velada a la sociedad romana, que en su opinión pecaba de ser excesivamente liberal durante esta celebración:
“Estamos en diciembre, cuando mayor es la calentura de la ciudad. A la lujuria pública se ha dado licencia. Todo resuena con gran aparato, como si hubiera alguna diferencia entre las Saturnalia y los días de trabajo”.

El intercambio de ropas sería otro elemento que también mostraría la aceptación de estas rupturas jurídico-sociales. La ropa constituyeun factor que a lo largo de todas las épocas, ha contribuido a diferenciar a los miembros de una sociedad.

Como elemento de distinción, cada cargo romano, y cada estrato social de la población vestía de una forma que los diferenciaba. Con la idea utópica del retorno a la Edad de Oro, época en la que había reinado Saturno y en la que no había distinciones sociales o jurídicas, resultaba lógico que también se tratase de eliminar las diferencias que marcaba el vestido. Por ello, durante las Saturnales los ciudadanos cambiaban la toga por la túnica, ropa de carácter más humilde y que les daba un aspecto social ambiguo, colocándose en la cabeza el pilleum, gorro propio de los esclavos con el que simbolizaban su “rechazo” a la jerarquía jurídica. Con estos elementos contribuían al sentimiento de igualdad que se pretendía alcanzar en la fiesta a partir de ritos como el banquete, el juego, etc.


No todos los sectores de la población estaban de acuerdo con los excesos en la bebida, el sexo y la transgresión de costumbres  que comportaba el desarrollo de la fiesta,  así como con el protagonismo que acapararon los esclavos. Por ello, surgieron voces en las que se criticó con fuerza su celebración. Entre ellas, destaca la de Séneca quien, en una de sus cartas muestra su desacuerdo con los abusos que comportaba el festejo.

“Si te tuviese aquí conmigo, con mucho gusto departiría contigo lo que crees que deba hacerse: si no ha de mudarse nada de la costumbre ordinaria o si, porque no parezca que disentimos de las costumbres públicas, hemos de cenar más alegremente y despojarnos de la toga. Pues lo que no acostumbraba a hacerse sino en los tumultos y en las calamidades públicas, cambiar de vestido, ahora lo hacemos por placer y por fiesta. Si te conozco bien, tú haciendo de árbitro no querrías que ni en todo fuésemos semejantes ni desemejantes a la turba con pileo; a no ser que principalmente en estos días haya de mandarse al ánimo que se abstenga él sólo de placer cuando toda la turba cae en él; porque obtiene la prueba más cierta de su firmeza si no va ni se dejaconducir a las blanduras y a los estímulos de la lujuria. Es mucho más fuerte estar seco y sobrio cuando todo el pueblo está ebrio y vomitando; pero es más moderado no exceptuarse, ni señalarse, ni mezclarse con todos, y hacer lo mismo que todos, pero de otro modo. Porque se puede celebrar una fiesta sin disipación”

La celebración de los ritos de las Saturnales entraba en conflicto con el carácter conservador de la religión. Pero el carácter pragmático de los romanos supo encontrar una solución a este problema, convirtiendo la fiesta en un momento de suspensión del tiempo. En consecuencia, tal y como vimos al analizar uno de los textos de Luciano, se suspendían todas las actividades públicas y privadas, cerrándose para ello los tribunales, máximo organismo que los regulaba. Ello implicaba simbólicamente la suspensión de todas las leyes para que, una vez libres de ellas, no se pudiera pensar que se estaba transgrediendo ley alguna.
Las escuelas, que en otras ocasiones no prestaban atención alguna a las numerosísimas fiestas del calendario romano, cerraban sus puertas en estas fechas. Las leyes contra el lujo permitían en las Saturnales gastar en comidas una cantidad mayor que en los días corrientes.



Los juegos de azar estaban prohibidos en Roma por la denominada lex talaria. Sin embargo, y pese a dicha prohibición, su práctica se extendió durante la celebración de las Saturnales, como expresa Luciano sobre el dios: “Mi reino se desenvuelve entre dados, aplausos, cantos y borracheras, y no dura más de siete días”.
La costumbre de apostar nueces en vez de dinero permitiría a los esclavos participar en el juego en pie de igualdad con sus amos, dado que no conllevaba ni pérdidas ni ganancias. Leyendo a Marcial podemos recoger varias alusiones a este fruto:
“De nuestro pequeño campo, elocuente Juvenal, te mando, mira, estas nueces saturnalicias. El resto (de frutas] el lascivo deseo de su dios guardián las ha regalado a lujuriosas jovencitas”
En algunos aspectos, ciertas costumbres de las Saturnales perviven en las costumbres navideñas; así ocurre con la costumbre de encender velas y lámparas  para representar la llegada de la estación de la luz, y hacerse regalos. Las Saturnales tuvieron tal arraigo en la sociedad romana que el cristianismo tuvo muchos problemas para acabar con las celebraciones, y en parte lo consiguió cuando cobró mayor importancia la celebración de la Navidad.


Una vez que el cristianismo se impuso en el Imperio Romano, en época de Constantino,  el nacimiento del Sol y su nuevo periodo de luz fueron sustituidos por la celebración del nacimiento de Jesucristo que se hizo coincidir con la celebración de la festividad del Sol Invictus el 25 de Diciembre.

Coquus, artista en la cocina romana

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Reconstrucción de cocina romana, Exposición Domus, 2013


En los primeros años de la república en las casas cocinaban los esclavos, o las mujeres de la familia en el atrio. Para la celebración de fiestas y banquetes se recurría a los servicios de cocineros profesionales que aportaban su propio equipo y utensilios, sobre todo los cuchillos.
Congrión: ¡Calla entonces! Hemos venido a guisar para la boda.
Euclión:Maldición, ¿qué tienes tú que meterte en si yo como crudo o guisado, o es que eres acaso mi tutor?
Congrión: Yo quiero saber si nos dejas o no nos dejas que preparemos aquí la cena.
Euclión:Y yo quiero saber, si van a quedar o no van aquedar a salvo mis cosas en mi casa.
Congrión:¡Ojalá me pueda llevar a salvo las cosas mías que traje! A mí no me falta de nada, no creas que voy a querer nada tuyo.
En la literatura romana aparecen los cocineros como personajes de comedia, a los que se  atribuye aptitudes delictivas. Se les acusaba de ladrones y de apropiarse de la comida guardada en la despensa de los patronos.
Balión: Los que hablan de un mercado de cocineros hablan con gran estupidez, pues no es un mercado de cocineros sino un mercado de ladrones. Francamente, de haber buscado bajo juramento un cocinero de la peor calaña, no hubiera podido contratar uno peor que éste que traigo, charlatán, fanfarrón, apático, inútil… Y más aún, el Orco no ha querido recibirlo en sus dominios por un motivo, para que éste fuese quien cocinara la comida para los muertos, pues es el único capaz de cocinar algo que les guste.
Cocinero: Dado que tienes de mí la opinión que estás proclamando, ¿por qué me has contratado?


Pintura con esclavos en la cocina

Cuando el cocinero formaba parte del servicio, el señor le exigía que la comida estuviese a su gusto: “Sosias, tengo que comer. El cálido sol ya ha pasado de la hora cuarta, y en el reloj  la sombra se acerca a la quinta. Prueba y asegúrate – porque a menudo te engañan- que los platos sazonados  estén bien condimentados y sean sabrosos. Remueve tus ollas humeantes; rápido, mete tus dedos en la salsa caliente y humedece tu lengua con ellos….” (Ausonius, Ephemeris, VI)
La expansión de Roma trajo el gusto por nuevos sabores y alimentos que necesitaban de un profesional que supiese acertar en la elección, la condimentación y presentación de los platos, por lo que un experto cocinero se convirtió en un bien codiciado y un lujo.

“Los banquetes, además, empezaron a planearse con más cuidado y mayor gasto. En aquel tiempo el cocinero, que para los antiguos romanos era el más vil de los esclavos, tanto por su valor como por la forma de tratarlo, empezó a ser valorado, y el que había sido solo un servicio necesario (ministerium) empezó a ser un artista. (Livio, Historia de Roma, 39, 6.7)

Los romanos importaron cocineros de sus tierras conquistadas y los incorporaron a su servicio como esclavos para que cocinaran en sus banquetes y enseñaran a otros esclavos sus artes culinarias. Principalmente llegaron de Grecia, Sicilia y Asia Menor.

“Los partos, también, han enseñado su moda a nuestros cocineros; e, incluso, después de todo, a pesar de su refinamiento  en el lujo, ningún artículo puede satisfacer igualmente en cada parte, porque por un lado es el muslo, y por otro la pechuga solo, lo que se estima."(Plinio, X, 71)
Los cocineros griegos aportaron arte y saber hacer a la gastronomía romana pero tenían fama de fanfarrones:
Pseudolus, II, 2
Balión: Falta de dinero; no había otra razón. Pero, ¿por qué seguías sentado en el mercado, si eras el único cocinero que quedaba?
Cocinero: Te voy a contestar: la avaricia ha hecho de mí un cocinero poco apreciado, no mi talento.
Balión: ¿Por qué razón?
Cocinero: Te lo explicaré con detalle. Efectivamente, la razón se debe a que, en el momento en que vienen a contratar un cocinero, nadie busca a aquel que sea el mejor o el más caro. ¡Contratan al que cuesta mucho menos! Por eso yo era el único que quedaba hoy ocupando un sitio en el mercado.¡ Desdichados aquellos que se dracmizan! A mí, por menos de una moneda de plata, nadie puede forzarme a que me levante de mi sitio. Aderezo una comida igual que cualquier otro cocinero, que te ofrece un plato de praderas aderezadas con especias, convierte a los comensales en bueyes y les sirve abundantes platos de hierba, hierbas que luego condimentan con otras y añaden cilantro, hinojo, ajo, perejil, le echan por encima romaza, repollo, berza, comino, y en ese comistrajo disuelven una libra de laserpicio y trituran la aborrecible mostaza que provoca que los ojos de quienes la trituran  antes de que hayan terminado de triturarla derramen gota tras gota. Estos individuos, cuando cocinan estas comidas, cuando las condimentan, no lo hacen con condimentos, sino con… brujas, que devoran los intestinos de los comensales vivos …
Balión: ¿Y tú, qué? ¿Usas condimentos divinos con los que puedes alargar la vida a los hombres y por eso denuestas los condimentos ajenos?
Cocinero: Habla, sí, habla, pues hasta incluso doscientos años podrán vivir aquellos que degusten con asiduidad los manjares que yo les cocine. Es que yo, cuando añado a mis cazuelas cocilendro, cepolendro, mácide o saucáptide, las propias cazuelas empiezan a hervir de repente. Dichos condimentos los utilizo para el rebaño de Neptuno; el ganado terrestre lo condimento con cicimandro, hapalópside o con cataraetria….


Relieve romano con esclavos en la cocina

La cena era el eje del banquete en el que el dominus intentaba demostrar su status económico y social y los errores del cocinero encargado de preparar las viandas podían suponer una deshonra del señor de la casa ante sus invitados. Es por ello que los cocineros se esforzaban en satisfacer las exigencias de sus amos o de los señores que les habían contratado. De no tener éxito, el castigo podía suponer una paliza, pero agradar a los comensales podía conllevar una alabanza o incluso un premio.

“Pero ¿cómo? – dijo Trimalción, ¿Es que a este cerdo no le han sacado las tripas? No, no, por Hércules. A ver; llamad al cocinero, que venga el cocinero, aquí en medio.
El cocinero se presentó delante de la mesa, triste y lívido, confesando haberse olvidado de limpiarlo.
¿Cómo que te has olvidado? – exclamó Trimalción -. Al oírte, cualquiera pensaría que te has olvidado de la pimienta y el comino. ¡Desnúdate!
El cocinero se quitó la túnica al instante y se colocó pesaroso entre los verdugos……
Entonces, ya que tan mala memoria tienes, anda, vacíalo aquí delante de nosotros.
El cocinero volvió a ponerse su túnica. Echo mano del cuchillo y tímidamente comenzó a cortar por distintospuntos el vientre del cerdo. De los cortes, cada vez más grandes por el peso, fueron saliendo salchichas y morcillas.
Viva Cayo – gritó a una la servidumbre, rompiendo en un aplauso espontáneo.
También el cocinero fue cumplimentado con una copa que le fue servida en una bandeja corintia, imponiéndosele además una corona de plata”. (Petronio, Satiricón, 49-50)


Pintura casa Julia Felix, Pompeya


El ejemplo de Petronio nos muestra el miedo del cocinero a ser castigado ante un posible error para finalmente ser recompensado por su maestría al cocinar el plato de forma que todos los invitados fueran engañados y creyesen que no sabía hacer su trabajo.
 El cocinero siempre  debía estar preparado para que toda la comida estuviese al gusto del señor y sus comensales, incluso teniendo previsto de antemano lo que al amo pudiese antojársele durante la cena.

Estufa para mantener caliente la comida en
 el triclinium, Museo de Ciencias, Londres
“Le persuadió éste a que pasara a ver la suntuosidad y aparato de uno de aquellos banquetes, que introducido a la cocina, entre otras muchas cosas vio ocho cerdos monteses asados, lo que le hizo admirarse del gran número de convidados, a lo que se rió el cocinero, y le dijo que los convidados no eran muchos, sino unos doce: pero que era preciso que estuviera en su punto cada cosa que había de ponerse a la mesa, y, pasado éste, se echaba a perder: pues podía suceder que entonces mismo pidiese Antonio la cena, o de allí a poco, si le ocurría, o dilatarlo más, pidiendo un vaso para beber, o por moverse alguna conversación; por lo cual no parecía que era una cena sola, sino muchas las que se preparaban, a causa de que no podía preverse la hora.” (Plutarco, Antonio)


El gusto romano se desarrolló hasta el punto de valorar más los productos que no estuvieran en su estado natural, sino artificiosamente elaborados, componiendo así un producto distinto y más original y  novedoso. La combinación o la mezcla de alimentos, transformada a veces en revoltijo, conseguía sorprender al comensal, que efectivamente, no podía adivinar qué estaba comiendo, de qué ingredientes reales estaba compuesto el plato que tenía delante. Esta sofisticación y refinamiento se veía como una muestra de civilización frente a los pueblos bárbaros que preparaban sus alimentos de forma más sencilla.

“Cecilio, el Atreo de las calabazas, tal como a los hijos de Tiestes, las descuartiza y las corta en mil pedazos. Las comerás en seguida, en el mismo aperitivo, las servirá en el primero y en el segundo plato. Te las volverás a poner en el tercero, de ellas preparará los postres finales. De ellas hace el repostero unos pasteles insípidos; de ellas guarnece no sólo piezas variadas, sino también los dátiles conocidos en los teatros. De ellas sale para su cocinero una variada menestra, de forma que creería uno que le han servido lentejas y habas, imita los hongos y los botillos y la cola de atún y la diminuta morralla.” (Marcial, XI, 31)


Molde repostería, Museo Arqueológico Nápoles
La preparación de un banquete de tales características supuso un incremento de personal en las cocinas y los comedores además de una especialización en el trabajo que implicaba la elaboración de salsas, la condimentación de carnes, pescados y verduras y la confección de repostería.

Antrax: Dromón, escama el pescado. Tú, Maquerión, deshuesa el congrio y la murena, lo más rápido que puedas, yo voy a la casa de al lado, a pedirle a Congrión un molde para pan.(Aulularia, II, 9)


 Estas tareas, consideradas serviles, gozaban de cierta relevancia en la sociedad romana, pero se realizaban en lugares poco sanos y sucios, lo que implicaba que los cocineros fueran descritos como personas tiznadas de negro y manchadas de grasa.

“Quién, pregunto, tan mal nacido, quién ha sido ése tan chulo que te ha ordenado, Teopompo, que te hicieras cocinero? Esta cara, ¿aguanta alguien mancillarla con una negra cocina? ¿Mancilla con el fuego grasiento esta melena?(Marcial, X, 66)

La cocina, lugar de trabajo del cocinero, era una parte de la domus que debido a los humos y olores procedentes de la preparación se construía en un lugar apartado y normalmente mal ventilado, donde se amontonaban los cacharros utilizados para la preparación de los guisos. En los fogones se colocaban las brasas donde sobre  parrillas se cocinaban los alimentos en sartenes y ollas. Para moler el trigo se utilizaba el molino manual, los moldes se utilizaban para dar formas y hornear repostería y el mortero para machacar  y mezclar los ingredientes para las salsas y los condimentos.


Mortero romano

Otro oficio culinario, el de repostero, alcanzó gran popularidad por el gusto que los romanos desarrollaron por los dulces. Para endulzar se utilizaba la miel y como otros ingredientes leche, frutos secos y frutas frescas o en conserva.



“Mil dulces figuras de productos te elaborará esa mano: para éste únicamente trabaja la ahorradora abeja.” (Marcial,  Epigramas)

Figura griega haciendo pan
Desde muy antiguo se hacía pan en las casas, pero en las ciudades proliferaron las panaderías en las que se elaboraban panes con diversos ingredientes y variadas figuras. Conseguir un pan sabroso y tierno que ofrecer a sus invitados era un firme  propósito del  anfitrión. Según Aulo Gelio, Varrón escribió: “Si le hubieras dedicado a la filosofía una duodécima parte del esfuerzo que pusiste en que tu panadero te proporcionase buen pan, te habrías convertido en un buen hombre hace tiempo.”(XV,19)


Al multiplicarse el trabajo en las cocinas más aristocráticas se necesitaba una persona responsable que dirigiera  a los especialistas en cada uno de los quehaceres: trinchadores, pasteleros, panaderos, despenseros, ayudantes, y otros esclavos con tareas más generales.  Este puesto parecía ser desempeñado por el archimagirus. Los obsonatores eran los encargados de hacer las compras, mantener bien provista la despensa y conocer el gusto particular de los señores a los que servían, para saber que alimentos presentarles según su ánimo.


Mosaico romano con esclavo en la cocina

“Piensa también en el pobre comprador de comida, que observa los gustos de su amo con delicada habilidad, que sabe qué sabores despertarán su apetito, qué presentación  agradará su vista, qué nuevas combinaciones incitarán a su estómago, qué comida le fastidiará por la saciedad, y qué les removerá el hambre en ese día en particular.” (Sen. Ep. 47)

Las habilidades en el despiece de las viandas, especialmente necesario al no usarse los cubiertos para comer, pasaban a formar parte del espectáculo. Mientras algunos ciudadanos se contentan presentando los alimentos ya troceados para no requerir los servicios de un trinchante, otros exhiben los animales cocinados enteros, para deleitar la vista antes que el gusto y hacer gala de los manjares que ofrecen en su plenitud, junto con un personal de servicio especializado y de espectacular maestría. Había maestros en el arte de trinchar las carnes y se llegaba a hacer prácticas con figuras de madera.

“Y no habrá un trinchador ante quien cualquier otra cocina ceda, un discípulo del maestro Trífero, en cuya escuela se corta con embotado cuchillo la liebre junto con tetas gordas de cerda, el jabalí, antílopes, aves de Escitia, el enorme flamenco y la gacela de Getulia, qué exquisiteces, mientras esta cena de madera resuena por toda la Subura.
El mío no sabe ni sacar una tajada de cabra ni una pechuga de gallina africana, aprendiz e inculto en todo tiempo, experto en chuletas de poca enjundia.” (Juvenal, 11, 137)

“Entretanto, para que no falte ningún despropósito, acaso veas al trinchante bailando y manoteando entre piruetas del cuchillo hasta completar las enseñanzas todas del maestro de cocina; pues ¡no hay poca diferencia en los pases que hay que dar para trocear una liebre o una gallina! (Juvenal, 5, 120)

La austeridad la demuestra Juvenal diciendo que el esclavo que corta la carne no sabe cómo hacerlo bien, porque no es un experto formado por ninguna escuela.
En el libro del Banquete de los Eruditos se recomienda que el cocinero tenga un buen conocimiento de los astros para tener un buen resultado a la hora de cocinar los alimentos provistos para la cena:

“Escucha, amigo, debe el cocinero antes de nada conocer sobre los cuerpos celestes, las ocultaciones y salidas de los astros y, en cuanto al Sol, cuándo alcanza el día largo y el corto, y en qué signos del Zodíaco está; pues todas las viandas  a la hora de prepararse cambian el gusto que tienen por sí mismos. Por tanto, el que sabe de estos temas, si conoce el momento en que está, cocinará  cada uno correctamente; en cambio, quien las ignora, sin duda no acertará.” (Ateneo, 7, 36, 11-23)


Mosaico con flamenco para banquete, Museo del Bardo, Túnez

Esa conexión entre gastronomía y astrología viene ejemplificada de manera óptima en el mundo romano por la descripción de la bandeja que ofrece Trimalción a sus invitados. Dice Petronio en el capítulo 35 de su Satiricón:

«A la oración fúnebre siguió una bandeja cuyo tamaño no era tan grande como esperábamos: su originalidad atrajo, no obstante, todas las miradas. Era una bandeja redonda y tenía representados a su alrededor los doce signos del zodíaco; sobre cada uno de ellos el artista había colocado un manjar especial y adecuado: sobre Aries, garbanzos, cuya forma recuerda la testuz del carnero; sobre Tauro, carne de ternera; sobre Géminis, criadillas y riñones; sobre Cáncer, una corona; sobre Leo, un higo chumbo; sobre Virgo, la ubre de una cerda joven; sobre Libra, una balanza que de un lado tenía una torta y de otro un pastel; sobre Escorpio, un pescadito marino; sobre Sagitario, un erizo de mar; sobre  Capricornio, una langosta; sobre Acuario, un ánade; sobre Piscis dos mújoles»


Esclavo horneando pan, Mosaico 

Los cocineros son retratados como pendencieros siempre riñendo entre sí y discutiendo la profesionalidad de sus colegas o de los miembros de otros oficios afines. En la Antología Latina, se describe un debate entre un cocinero y un panadero (pistor) sobre quién es más necesario, mientras el dios Vulcano es un juez imparcial.

Sale primero el panadero a defender su causa con la cabeza llena de canas que son obra de la harina: Me extraña, pues, lo confieso, y apenas puedo creer que ahora ese cocinero se disponga a responderme a mí, de cuyas manos siempre sale el pan que al pueblo sacia,  y se atreve a discutir conmigo quién de los dos es más útil…….
Como que a todos es necesario el pan, que nadie rechaza, pues sin él ¿qué comidas pueden servir los mortales?.......
Nosotros con esmero le hacemos a la gente bizcochos, nosotros ofrecemos bocadillos, os ofrecemos gustosas tartas,ofrecemos galletas a Jano; a la novia le mando mostachones…..
Se calló el panadero. El cocinero a su vez, oscuro de cara por su oficio y con la facha alterada por la ceniza, vino a decir: «Si de palabra el panadero condenó las salsas de los cocineros, no le creas nada, porque sabe aderezar las cosas…… quien está bajo la piedra y como Sísifo se esfuerza, quien, en fin, solo con miel y flor de harina adereza  esas obras de las que presume. Diré nuestras capacidades: el bosque suministra caza, peces el mar y el aire pájaros, Bromio da vinos, Palas me proporciona el aceite,….
Desde luego ese pan suyo que él ensalza y que él
sin cesar alaba, ese no podría, créeme, agradar él sólo sin nosotros, así estuviera hecho de pura miel.
¿Quién acaso no me alaba cuando alfombro bandejas con pescado  mientras el rodaballo que el mar engañó se empapa ya servido?......
Que ahora la sentencia ponga fin a nuestra disputa».
Así que el cocinero cerró la boca, Múlciber añade:
«Eres, cocinero, agradable; también tú, panadero, eres dulce…..
Llevaos bien (conviene a las buenas personas vivir sin peleas), no sea que os deje fríos, si de vosotros me aparto».(Antología Latina, 199)


Vaso griego con escena de cocina
Hasta la actualidad han llegado gran variedad de recetas romanas y platos sencillos o más complejos recogidos en libros publicados por famosos gastrónomos griegos y romanos. El más conocido es Apicio, que se dedicó a disfrutar del arte culinario, debido a la enorme fortuna que poseía. En su libro De Re Coquinaria, recopila numerosas formas de cocinar los alimentos, incluyendo los ingredientes que integran cada plato, pero sin especificar las cantidades. Otros escritores, también incluyeron en sus obras algunas recetas para preparar ciertos alimentos, incluso aquellas que provenían de los territorios conquistados por Roma.

Adornatus, joyas y símbolos del hombre romano

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Retrato de El Fayum, Museo Británico
En el mundo romano una joya se usaba para simbolizar un status, además de para adornar.   De la sencillez de los primeros tiempos de roma se pasó con las sucesivas conquistas en Oriente a la pasión por el lujo y el exceso debido a la influencia de los gustos asiáticos.

El anillo reflejaba la clase social a la que se pertenecía y, con posterioridad, el nivel económico del portador.
Según la costumbre antigua, heredada de los etruscos, los ricos patricios llevaban en la mano derecha una sortija de hierro. Durante la República, el anillo de oro se reservaba para ciertas ocasiones y personas. Los enviados al extranjero en una embajada llevaban un anillo de oro como muestra de su dignidad, pero una vez de vuelta lucían el de hierro otra vez. Los nobles con puestos oficiales y sus descendientes masculinos tenían el privilegio de lucir el annulus aureus desde el 321 a. C. y los caballeros (equites) desde el 216 a. C. Cuando se produjo la tercera guerra púnica los tribunos militares tenían ya el derecho a llevarlo. Augusto, según Dión Casio, otorgó el derecho a llevarlo al médico que consiguió curarle, Antonio Musa. Con Tiberio fue concedido a los ciudadanos libres y poseedores de 400.000 sestercios, lo que supuso que la distinción fuera perdiendo su valor. El emperador Septimio Severo, en el año 197 d. C., permitió a todos los soldados llevar anillos de oro con lo que dejó de ser un signo de mérito social. A finales del Imperio todos los ciudadanos libres podían llevar un anillo de oro, los libertos uno de plata y los esclavos uno de hierro. Para distinguirlo de otros anillos adornados con diversas piedras, que podían llevar todos los hombres o mujeres de todas las clases, el anillo de oro mantuvo su forma original inalterada por la moda.

La función asignada principalmente al anillo en su origen fue la de sello para firmar documentos oficiales y privados.

“Él (Augusto) les dio también  a Agripa y Mecenas tanta autoridad en todos los asuntos que podían incluso leer con antelación las cartas que escribía al Senado y cambiar lo que querían. Con este fin recibieron un anillo con el que podían firmarlas otra vez, ya que había hecho duplicar el sello que usaba, cuyo diseño era una esfinge en los dos. No fue hasta más tarde que hizo grabar su propia imagen en su sello, que fue el utilizado por los emperadores posteriores excepto  Galba, que usó un sello de sus antecesores, con un perro asomado a la proa de un barco.”(Dión Casio, LI, 3)

Pero también hay testimonios de su uso como recipiente de veneno para quitar la vida propia o ajena. Plinio recoge en su Historia Natural que el guardián del templo de Júpiter Capitolino se suicidó con el veneno de su anillo para evitar ser torturado, cuando 2000 libras de oro fueron robadas de un compartimento secreto dentro del trono de Júpiter durante el tercer consulado de Pompeyo el Grande.

En el s. I a.C. no era usual llevar más de un anillo: Plinio dice: “Al principio era costumbre llevar anillos en el cuarto dedo solamente; después el dedo pequeño y el segundo también estaban ocupados por ellos, sólo el dedo del centro quedaba libre. Algunas personas se ponían todos los anillos en el dedo más pequeño; otros sólo ponían un anillo en él para distinguir que lo usaban para sellar.”

Retrato de Ammonius, Museo del Louvre
 Pero pronto cambió la costumbre. Marcial habla de un hombre que llevaba seis anillos en cada dedo día y noche.
“Carino lleva seis anillos en todos y cada uno de sus dedos y no se los quita ni por la noche ni al bañarse. ¿Preguntáis cuál es el motivo? —No tiene “estuche de anillos”.(Epigramas, XI, 59)

Para guardar los anillos usaban unos cofres llamados dactyliothecae. La gente rica tenía juegos de anillos; más ligeros para el verano, más pesados para el invierno. Existían dactyliothecae públicos y privados en Roma, donde se exhibían los camafeos traídos a casa procedentes de guerras extranjeras. Escaro poseía una colección de camafeos entre sus tesoros de arte griego. César dio seis colecciones de la misma clase al templo de Venus Genetrix.

“Muchas veces un anillo pesado resbala de los dedos con ungüentos; segura estará, sin embargo, tu joya bajo mi custodia” (Marcial, XIV, 123)

Anillo de oro con granate, Museo Metropolitan
 Muy común fue el gusto por los anillos adornados con gemas y camafeos, en los que los romanos gastaban enormes fortunas.  Expertos artistas griegos fueron los artífices de piezas exquisitas. Los hombres y mujeres romanos solían cubrir sus dedos con anillos de esta clase, usados en parte para sellar, en parte para adornar. Algunos ricos pecaron de un gusto excesivo por la ostentación, que algunos literatos criticaron.

“Zoilo, ¿por qué te gusta engastar una gema en toda una libra [de oro] y echar a perder una pobre sardónice? Ese anillo, les hubiera venido a la medida a tus piernas: pesos así no les van bien a los dedos”. (Marcial, XI, 37)

Entalle con retrato de Tiberio

El hecho de que un individuo eligiera la efigie de su emperador para llevarla en un anillo muestra admiración hacia su figura. El desarrollo del retrato individual es uno de los principales logros del arte romano, a pesar de que los artistas solían ser griegos, pero, al trabajar bajo un patronazgo romano, su trabajo respondía a las necesidades y gustos romanos. El retrato fue siempre valorado por los romanos, la reproducción de un rostro en una gema o una moneda y regalarla como colgante, insignia o anillo permitía su difusión entre sus contemporáneos.




El anillo bien pudo convertirse en un obsequio entre enamorados entregado como símbolo de fidelidad y recordatorio de amor eterno, como queda patente en este texto de Ovidio:  "Anillo que has de ceñirte al dedo de mi hermosa dueña, y cuyo valor lo fija el amor de quien lo regala, corre a su casa como un grato obsequio que reciba con franca alegría; deslízate rápido por sus flexibles articulaciones, y ajústate como ella a mí, a la medida exacta de su dedo, sin dañarlo. Feliz anillo, serás el juguete de mi ama; yo mismo, desgraciado, tengo envidia de mis regalos. Si pudiera de repente convertirme en mi propio regalo por la magia de Ea o del viejo de Cárpatos, entonces intentaría rozar el pecho de mi amada cuando, su mano izquierda penetrase bajo la túnica, y por más sujeto que estuviera, resbalaría del dedo, y libre, gracias a mi destreza, me posaría sobre su seno".(Amores)




Transcurridos 8 días para las niñas y nueve para los niños, al recién nacido se le imponía un nombre y se le colgaba al cuello una pequeña cápsula de metal, cóncava, en forma redonda, de corazón o de luna creciente, en cuyo interior había alguna sustancia considerada portadora de virtudes mágicas para ahuyentar el mal de ojo y evitar la envidia, entre otras. 

El origen etrusco de la bulla, a la que se conocía también como Etruscum aurum era opinión extendida en Roma. Plutarco se hace eco de una leyenda en la que la valentía de Tarquino, aún muy niño, le valió de su padre una distinción honorífica consistente en una bulla de oro. También Plinio remonta el origen a Tarquinio Prisco, que recompensó a su hijo, aún con la toga praetexta, con una bullaáurea por haber matado a un enemigo.


Niño con bulla, Museos Vaticanos

Inicialmente la bulla era privilegio de los jóvenes patricios cuyos padres hubieran sido magistrados con distinción curul. Solo después de la Segunda  Guerra Púnica se permitió su uso a todos los recién nacidos de origen libre. La bulla era el primer regalo que un padre hacía a su hijo. Y éste la portaría consigo hasta que cumpliera los 17 años, momento en que junto con la toga praetexta, la consagraría a los Lares o a Hércules. Persio alude a su mayoría de edad, en el momento en que, “por primera vez, azorado mozalbete, dejó de protegerme la toga pueril, y mi bulla colgó consagrada a unos Lares auténticamente romanos.” (Sat. 5, 30)

Bulla de oro, Museo Thornvaldsen, Dinamarca
La bulla habitualmente era metálica: de oro, la de los hijos, de los patricios; de plata, cobre o bronce, e incluso a veces de cuero, la de los hijos de los plebeyos o de libertos. La gente muy humilde se limitaba a llevar por bulla un nudo en el cinturón. De ahí que Juvenal en su sátira V contraponga la clase social patricia a la clase social más humilde aludiendo a quien en su niñez le cupo en suerte la bulla de oro etrusca, y a quien solo le fue dado un nudo, modesto distintivo de cuero.

“Los padres en tanto, estaban muy contentos viendo a sus hijos ir a la escuela muy engalanados y vestidos de púrpura, y que Sartorio pagaba por ellos los honorarios, los examinaba muchas veces, les distribuía premios y les regalaba aquellos collares que los romanos llaman bullas.” (Plutarco, 14, Vida de Sartorio)
Una especie de bulla-amuleto era lo que se colgaban también al cuello los generales victoriosos en su desfile triunfal, no tanto como distintivo, cuanto para protegerse de las envidias, de las maldiciones y del mal de ojo que, sin duda alguna, les dirigían sus enemigos. También las emplearon los cristianos, aunque intentaron proporcionarles un nuevo sentido grabando en ellas los símbolos de su religión.

Por algunos restos encontrados la bula podía estar hueca y contener una resina perfumada que proporcionaba un agradable olor en contacto con la piel.


Amuletos fascinus, Museo Saint Remi, Reims

Otro amuleto favorito de los romanos fue el fascinus (falo). Los genitales eran especialmente venerados como fuerzas creadoras de la naturaleza y los amuletos que los representaban eran llevados para liberar al hombre de los males humanos y divinos.

“Incluso llevaba joyas en sus zapatos, algunas veces encastadas – una práctica que incitaba a la burla de todos, como si, en verdad, el grabado de famosos artistas pudiese verse en joyas pegadas a sus pies. Gustaba llevar también una diadema enjoyada para incrementar su belleza y que su cara se pareciese más a la de una mujer y en su propia casa la llevaba puesta”. (Historia Augusta, Heliogábalo)

Retrato de El Fayum, sacerdote de Serapis



Suetonio menciona varios tipos de coronas otorgadas por el Senado como distinción en el campo de batalla. La corona cívica con hojas de roble por salvar vidas de ciudadanos romanos, la corona triunfal, de laurel, un signo de victoria para el general en su triunfo; la corona mural, almenada, para el que escalaba una muralla enemiga; la corona castrense en forma de vallado se e concedía al primer soldado en penetrar en el campo enemigo y la corona naval, que se otorgaba al primero que abordaba una galera enemiga, se adornaba con proas de barcos. A Claudio se le concedió las coronas naval y cívica tras sus victorias en Britania.

Corona de oro con Serapis,  Tesoro de Dush, Museo del Cairo



Heliogábalo llevaba una corona enjoyada cuando realizaba las funciones de sacerdote del dios Sol. Domiciano lucía una corona con las imágenes de Júpiter, Juno y Minerva cuando presidía la ceremonia dedicada a Júpiter Capitolino. Los sacerdotes que le acompañaban llevaban coronas con la imagen del emperador. 

Dión Casio cuenta que Augusto tuvo el privilegio de llevar la corona triunfal en todos los festivales.

Museo Petrie, Egipto
De las coronas de flores que los comensales acostumbraban a ponerse en los banquetes para aliviar el efecto de la borrachera y evitar olores desagradables, se pasó, con el gusto por el lujo y la ostentación, al obsequio de regalos suntuosos como joyas y coronas de oro para que los invitados las lucieran en las cenas más extravagantes.

“Y he aquí que desde el artesonado baja de repente un aro enorme, sin duda sacado de un gran tonel. Por todo alrededor colgaban coronas de oro y frascos de alabastro con perfume. Entretanto se nos animaba a que recibiéramos estos obsequios como regalos del patrón….” (Petronio, Satiricón, 60)

La diadema, que en el periodo helenístico significaba el poder, no se adoptó como insignia oficial de la Roma Imperial hasta la época de Constantino el Grande.

Torque, Museo de Palencia

El objeto de joyería más valioso para los celtas era el torques. Se trata de un collar rígido que nobles, guerreros, y otros personajes de la sociedad llevaban alrededor del cuello. Los torques se realizaban en una gran variedad de materiales y tamaños. Algunos consistían en un tubo hueco, y eran tan ligeros y flexibles que podían ser abiertos y retirados del cuello. Otros, en cambio, estaban hechos de gruesas varillas de oro retorcidas, o de hilos de plata, y eran tan grandes y pesados y estaban tan ricamente decorados que se reservaban para ritos ceremoniales.

Los etruscos y persas también solían llevar torques. Las estatuas de dioses solían adornarse con estos collares y también las de guerreros muertos en batalla eran representados con ellos.


Tito Livio describe una batalla contra los Boii cerca del lago Como tras lo cual el victorioso ejército romano recogió un enorme botín incluyendo un gran torque de oro de gran peso que fue regalado a Júpiter en el Capitolino.

El romano Tito Manlio en el 361 a. C. retó a un galo a un combate, lo mató y se llevó su torque. Como siempre lo llevaba puesto, recibió el apodo de Torcuato que fue adoptado por su familia como sobrenombre. A partir de ese momento los romanos otorgaban el torque a los soldados que se distinguían en las batallas en tiempos de la República.
"(Manlio) dejó el cadáver de su enemigo caído intacto, a excepción de su torques, que se puso en el cuello aún manchado de sangre. El asombro y el miedo dejaron inmóviles a los galos; los romanos corrieron impacientes desde sus líneas para encontrarse con su guerrero y, entre aclamaciones y felicitaciones, lo llevaron ante el dictador. En los versos improvisados que cantaban en su honor le llamaban Torcuato (adornado con torques), y este apodo se convirtió con posterioridad en un orgulloso nombre familiar. El dictador le dio una corona de oro y, delante de todo el ejército, aludió a su victoria en los términos más elogiosos." (Ab Urbe Condita, VII, 10)

Torque del tesoro de Snettisham, Museo Británico, Londres


Quintiliano relata que los galos regalaron a Augusto un torque que pesaba 100 libras romanas (casi 33 kilos) por lo que queda patente que este tipo de ornamento al no poder ser lucido por su destinatario debido a su peso debía ser tomado como una ofrenda hecha a los dioses o como un reconocimiento de la superioridad del que lo recibe.

Fíbulas romanas, Museo de Conimbriga, Portugal

La fíbula es un objeto metálico diseñado para sujetar las prendas de vestir. Para tal fin posee un mecanismo que le permite abrir y cerrar múltiples veces, y abrir lo suficiente como para ensartar las ropas cómodamente y cerrar de forma segura para mantener lo sujetado, pudiendo ser accionada cuantas veces se necesite. Un resorte relaciona la aguja que engancha la prenda y el arco que mantiene la tensión y aporta el sistema de cierre. El componente estético recae también en el arco. 

Fíbula de oro con camafeo y gemas, Museo Metropolitan, Nueva York

Su tamaño está en consonancia con la prenda a que se destina y su diseño refleja el gusto y la posición económica del propietario. Podía adornarse con diversas técnicas, como la filigrana, la incrustación de gemas, el esmaltado y la aplicación de pasta vítrea, hueso o coral. 

Fíbula con escena de caza

Además de ser un objeto de uso cotidiano y un adorno, la fíbula tenía un valor simbólico, dado que las figuras y formas representadas en su diseño podían significar los gustos, el rango militar o la pertenencia del dueño a la élite ecuestre o guerrera. Se han hallado fíbulas con escenas de caza, de gladiadores luchando y de temas heroicos y mitológicos. La clámide y el paludamentum de los militares (capas) solían asegurarse con una fíbula en el hombro. 

Retrato de Vespasiano con fíbula

Como objeto de adorno la fíbula acabó convirtiéndose en un producto de lujo y, por tanto, un exponente de riqueza, sometido a la influencia de las modas y la continua variación de tipos y formas. Su función práctica llevó a la continua evolución de algunos de sus elementos para lograr que la pieza permaneciese en la posición más indicada a la hora de sujetar con firmeza la prenda . Su triple valoración como objeto útil, decorativo y simbólico ha permitido que actualmente se conozca su tipología por haber sido reflejada en relieves conmemorativos, retratos, efigies monetarias y en lápidas funerarias, además de mosaicos y otras obras artísticas. 

Mosaico de las Tiendas, Museo Romano de Mérida

Se han conservado también como excelentes obras de orfebrería realizadas en bronce y oro, acompañando a los difuntos en sus tumbas desde los tiempos de las sociedades prerromanas hasta muchos siglos después. 

"(Escipión) le dio como regalo, un anillo de oro, una túnica con ancha banda, un manto Hispano con una fíbula de oro…" (Tito Livio, XXVII, 19)


Hebilla de cinturón


Para ser vestida con propiedad la túnica militar requería un cinturón que los romanos tomaron de los galos y que era un importante símbolo de identidad del soldado. Realizado en cuero o metal se adornaba con placas o hebillas, profusamente decoradas con joyas a finales del Imperio. Antes del siglo I se llevaban dos cinturones, uno para la espada y otro para la daga, y posteriormente solo uno para ambas armas.

"Llevaba joyas en sus zapatos, usaba solo una fíbula enjoyada y a menudo un cinturón con joyas también". (Carinus, Historia Augusta)


Que los hombres llevaran joyas se consideraba afeminado, pero algunos personajes históricos llevaron su excentricidad y afán por el lujo y la ostentación hasta la exageración de adornar sus ropas y calzado con metales y piedras preciosos. Calígula llevaba sandalias cosidas con perlas, según cuenta Plinio el Viejo.


Entalle con escena de caza, Museo Metropolitan
Ya en el 5000 a. C. artesanos de Mesopotamia solían trabajar en materiales como piedra, madera, vidrio o piedras preciosas para tallar figuras en las que únicamente se perfila su contorno, es decir, se crea una imagen remarcando los bordes del dibujo y rebajando el material. Esta es la técnica del entalle o intaglio. Los antiguos artesanos de Egipto, Grecia, Etruria y Roma también aplicaron esa técnica a la joyería.  del 250 a.C. se desarrolló una nueva técnica en la que se recortaba un área en torno a una figura, donde los artesanos formaban imágenes en relieve, lo que daba lugar al camafeo o cameo. Los diferentes tonos se explotaban para reforzar la apariencia de profundidad con composiciones de múltiples colores. 

Aunque los intaglios son cóncavos y los cameos son convexos la técnica aplicada era la misma. El grabado se realizaba por incisión que se practicaba sobre la superficie de las piedras: piedras semipreciosas o gemas, piedras duras y, más habitualmente, piedras preciosas. Sobre estas piedras actuaban puntas de diferentes formas según el diseño que se quería realizar. Las puntas antiguamente se utilizaban a mano y para facilitar el movimiento de la punta, entre ésta y el material que había de ser sometido a incisión se introducía una mezcla de polvo abrasivo mezclada con aceite.

Camafeo con retrato de Caracalla en amatista
Los camafeos se elaboraban en piedras polícromas que poseían varias capas, unas claras alternando con otras oscuras, especialmente la que sirve de fondo de la imagen, para conseguir efecto de profundidad y variedad de color. Las piedras más empleadas fueron las calcedonias, ágatas y sus variedades, el jaspe y más raramente el lapislázuli. Sin embargo, se hacían también camafeos en ámbar, coral, azabache, etc. La talla de piedras preciosas en época romana fue primero un simple complemento a la elaboración de la joyería, para más tarde convertirse en un arte conocido actualmente como glíptica. Antes de la conquista romana, las piedras grabadas era un lujo en las regiones de la Galia, Britania y el Danubio, pero después de la conquista no solo se convirtieron en un objeto personal, sino en un elemento de adaptación e integración en el modo de vida romano.







La función primitiva de estas piezas era la de sello, utilizado por gobernantes, comerciantes o ciudadanos para dar autenticidad a documentos. Las gemas con entalles estampados en cera o arcilla eran la única forma efectiva de firmar. 

“Pero si ves todos los tribunales llenos de semejantes querellas, si tras leer diez veces los pagarés la parte contraria, aseguran los otros que no son válidos los autógrafos de unas tablillas sin cumplimentar aunque queden convictos por su propia letra y por el sardónice (la primera de las gemas, que se guarda en joyeros de marfil)” (Juvenal, XIII,139)


Estas piedras, que en la República y a principios del Imperio solo estaban disponibles para la élite y se usaban principalmente como sellos, se hicieron más accesibles, y perdieron el valor que tenían de único objeto identificador de productos y posesiones. 

Varias circunstancias favorecieron el uso más amplio de estas piedras: la Pax Romana aumentó el número de clases sociales e hizo que las materias primas fueran más fáciles de obtener. La mayoría de las gemas, sobre todo, la preciada cornalina, provenían de la India, aunque algo se extraía de la provincia de Noricum (Austria). La piedra sardónice, procedente de la India y Arabia, se hizo particularmente popular por su color y por la característica de evitar que la cera se quedase adherida al sello cuando se estampaba en las tablillas.

"El primer romano que llevó sardónice, según Demostratus, fue Escipión el Africano, y por eso desde su época esta piedra se han tenido en gran estima en Roma." (Plinio, XXXVII, 23)


Los entalles adquirieron un carácter más ornamental, siendo utilizados, sobre todo, engarzados en anillos como objetos de adorno. La función original como sello quedó reservada casi exclusivamente para el anillo imperial o de los personajes de alto rango que tenían que emplearse en los documentos oficiales. También tuvieron desde antiguo ciertas propiedades que proporcionaban protección frente a maleficios y conjuros según el tipo, color y calidad de las piedras en las que fueron tallados. 

Anillo con figura de Némesis

Figuras de deidades protectoras, tales como Mercurio, la diosa Fortuna o Salus, o animales y símbolos que se creía, daban buena suerte se representaron con asiduidad. En los camafeos se representaban figuras humanas y fundamentalmente retratos, representados en pequeña miniatura.
Uno de los temas que era elegido para ser llevado grabado en la gema era el retrato imperial. 

Camafeo con retrato de Claudio

Plinio cuenta que el emperador Claudio dio permiso para llevar su retrato grabado en un anillo de oro y, por este motivo, han llegado hasta nosotros numerosos retratos imperiales en gemas engarzadas en anillos.
Los entalles su utilizaron a menudo como insignia personal o como recuerdo de la tradición familiar. Julio César tuvo un anillo de sello grabado con Venus Genetrix, supuestamente antecesora de su familia.

En Grecia se produjeron los más artísticos y perfectos camafeos, y los conservados en Roma fueron hechos principalmente por artistas helenos.


El tallador de gemas griego Solón (70-20 a.C.) trabajó en círculos imperiales romanos, modelando retratos idealizados del emperador Augusto y su hermana, junto a imágenes de figuras mitológicas. Dioskourides (65-30 a.C.) fue un maestro tallador de Aigeai en Asia Menor y es uno de los pocos tallistas mencionados en la literatura. 

Sardónice con retrato de Augusto
Parece que diseñó el sello personal del emperador Augusto : “En cartas de recomendación, documentos y cartas personales, al principio usaba una esfinge como sello, después un retrato de Alejandro Magno, y finalmente su propio retrato, tallado por la mano de Dioskourides; éste último lo utilizaron los siguientes emperadores”. (Plinio, Historia Natural)

En la Roma Imperial, las piedras grabadas despertaban auténtica pasión y llegaron a formarse grandes colecciones de gemas y camafeos, aplicados con profusión a anillos, broches, vestidos, candelabros, vasos y otros utensilios.

Hacia la segunda mitad del siglo II, la demanda de entalles fue incluso mayor debido a un mundo en crisis en el que la religiosidad se vio influido por el aumento de la superstición. El arte de tallar las gemas se estandarizó, excepto en los talleres que trabajaban para la corte. Se hizo más difícil obtener los materiales y los que querían joyas elegantes tenían que recurrir a usar entalles antiguos.
Entalle cristiano con barco
La llegada del Cristianismo animó a no llevar joyas para alejarse del lujo, pero si se permitió llevar un solo anillo con función de sello y en el que se aconsejaba no mostrar ídolos paganos, sino motivos cristianos: “Nuestros sellos deben llevar la imagen de una paloma, de un pez, de un navío a pleno viento; de una lira, de la que se servía Polícrates o de un ancla que Seleuco hizo grabar en su anillo.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, III, 11) 

Anillo estilo franco,, siglo VI, Museo Metropolitan
En el siglo IV d. C. el arte del grabado se mantuvo en la corte y en algunas ciudades, quizás en Tréveris o en Colonia. Las gemas ahora apenas llegaban del Este y la demanda había caído, aunque todavía había una rica clientela. Aparecieron unos nuevos clientes, los jefes bárbaros, que al contactar con la civilización romana, pronto vieron los entalles y camafeos, como un signo de distinción. Los tesoros hallados de finales del siglo IV revelan entalles antiguos montados en anillos de la época; a veces las piedras se recortaban sin consideración por el grabado anterior. Esta costumbre continuó en los siglos V y VI.

Justiniano, San Vitale, Ravenna, Italia

Las joyas que vemos reflejadas en el arte bizantino muestran un mayor gusto por el exceso y podemos ver que coronas, broches, pendientes y coronas aparecen con piezas que cuelgan aparatosamente de ellos y la cantidad de piedras preciosas y perlas aumentan.

Vestes matronae, lucir elegante en Roma

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Pintura de Pompeya
“¿Se cubre la cabeza con el manto de Tiro? Alabarás la púrpura de Tiro.
  ¿Qué se viste con las finas sedas de Cos? Asegúrale que le sientan de maravilla.
  ¿Se adorna con cenefas de oro? Afirma que su cuerpo vale más que el preciado metal.
  Si se abriga con recio manto, aplaude su decisión.
   Si se viste con una túnica ligera, confiésale que resalta sus encantos y ruégale con tímida voz que se proteja del frío. (Ovidio, Ars Amandi)

Durante el periodo monárquico en Roma, del siglo VIII al VI a.C. e, incluso, en todas las épocas, el material más utilizado para la confección de la ropa fue la lana. Esta era económica y se producía en diversas partes del imperio. En un principio la lana no se teñía y el color de la ropa variaba solo por el color natural de la oveja.


“Hay varios colores de lana; tantos que necesitamos distintos términos para expresarlos todos: varios tipos, que se llaman nativos, se encuentran en Hispania. Polentia en los Alpes, produce vellón negro de la mejor calidad; Asia, además dela Bética, el vellón rojo, que se llama de Eritrea; las de canusio son de un color rojizo, y las de Tarento tienen su peculiar tinte oscuro.”

El poeta Marcial, español de nacimiento, frecuentemente alude a las ovejas de la Bética y especialmente a los variados colores de su lana, que era tan admirada que se manufacturaba sin teñir ycon ocasión del regalo de una toga hace una descripción poética de las distintas lanas utilizadas para la confección de prendas en su tiempo y alaba su blancura.

Pintura El Espejo, Alma Tadema

“Dime, toga, grato obsequio para mí de un elocuente amigo, ¿de qué rebaño quisieras ser fama y honor? ¿Floreció para ti la hierba pullesa de Palento, el de Leda (Tarento), por donde el Galeso riega los cultivos hasta la saciedad con sus aguas calabresas? ¿O acaso el tartésico Betis, que apacienta los rebaños ibéricos, te ha bañado también a ti a lomos de un oveja hesperia? ¿O acaso tu lana ha contado las múltiples bocas del Timavo, en el que abreva piadosamente Cílaro con su boca conductora de astros? Ni fue decoroso para ti amoratarte con los tintes amicleos ni los de Mileto eran tampoco dignos de tus vellones. Tú superas a los lirios y a las flores del aligustre aún no marchitas y al marfil que se blanquea en los montes tiburtinos; ceden ante ti el cisne espartano y las palomas de Pafos, cede la perla sacada de las aguas eritreas. Pero, aunque este regalo pueda emular las nieves recién caídas, no es más cándida (blanca) que su Partenio…(Marcial, VIII, 28)

La planta del lino se cultivaba en Italia durante el periodo prehistórico, y, desde luego, en tiempo de los Etruscos. Como el lino era muy difícil de teñir con los tintes disponibles en la época, probablemente se emplearía en su color natural, un marrón grisáceo. El contacto de los romanos con otras provincias, además de su creciente riqueza, les permitió comprar lino de Egipto que disfrutaba de muy buena reputación y era un producto de lujo. Este se exportaba no solo hacia el oeste sino también a Arabia e India  en intercambio de productos: “El lino de Egipto, aunque es el menos fuerte de todos los tejidos es del que se deriva más beneficio. Hay cuatro variedades.” (Plinio, XIX, 2)

Pintura Casa de Isis e Io, Pompeya

Aunque el  lino italiano era de inferior calidad,  varias regiones de Italia continuaron cultivándolo para vender, incluso en la época imperial.

El carbasus (algodón) se menciona ya en el siglo II a.C., pero, sin duda, los romanos ya habían empezado a utilizarlo antes. El algodón resultó ser un material resistente y que se secaba más rápidamente que la lana. Plinio cita el gossypiumcomo una variedad de algodón que crecía en Egipto:

“En la parte alta de Egipto, cerca de Arabia, se cultiva un arbusto, conocido como gossypium, al que algunos llaman xylon, por lo que los tejidos con ello confeccionados se llaman xylina. El arbusto es pequeño y tiene un fruto como una nuez con barba, que contiene una sustancia sedosa, que se hace hilos. No hay tejidos conocidos superiores a los hechos con estos hilos, por su blancura y suavidad. Los más apreciados vestidos de los sacerdotes egipcios se fabrican con ellos.” (H.N., XIX, 1)

Incluso del fondo del mar se obtenían productos para confeccionar tejidos. La pinna nobilis es la concha del nácar que, a su vez, contiene unos filamentos dorados (byssus) de los que se forman unos hilos  (seda del mar) utilizados para tejer lujosos vestidos. Tertuliano da testimonio de este uso en su obra De Pallio, III: 

“No era suficiente peinar y sembrar los materiales para una túnica. Era también necesario pescar para el vestido de uno- Porque se obtienen del mar vellones, donde conchas de tamaño extraordinario contiene copos de musgoso pelo.”
 “Estos insectos tejen hilos similares a los de las arañas, y se utilizan para elaborar los más lujosos y costosos vestidos de las mujeres y se llaman bombycina. Panfilia, una mujer de Cos hija de Platea, fue la primera en descubrir el arte de desenredar los capullos y tejer los hilos. A ella debería otorgársele la gloria de haber descubierto como realizar un vestido que al mismo tiempo que cubre el cuerpo de la mujer deja verlo a través de él.”(H.N. XI, 75)

La seda,  serica o  bombycina (del gusano Bombyx mori), se traía desde China en las caravanas que pasaban por Palmira y la costa siria, atravesando el territorio de los Partos. Los romanos conocían esas tierras como la de “los lejanos Seres”, de ahí el nombre de serica. Al parecer el tejido había que elaborarlo y en la isla de Cos se especializaron en tejer una tela muy fina y transparente con la que se hacían vestiduras  (Coa vestis) que dejaba entrever el cuerpo de la mujer, y que primeramente fue utilizado por las cortesanas de Grecia y Roma, aunque su uso se extendió al resto de mujeres posteriormente.

Pintura con matrona y jóvenes romanas, Baños del Foro, Herculano,
Museo Arqueológico de Nápoles
El uso de la seda continuó en gran demanda durante todo el imperio, aunque su alto coste hacía que mucho dinero se gastase en su importación. Es por ello que los mercaderes de seda de Roma y otras ciudades vendían principalmente hilo de seda, para poder entretejerlos con hilos de fibras más baratas, cuyo tejido se llamó subserica, en contraposición de la tela hecha entera de seda natural, holoserica.

 Según Dión Casio, durante el reinado de Tiberio, quien tildaba el uso de la seda como afeminado, el senado romano aprobó una ley para que la seda fuera usada solo por las mujeres, aunque algunos emperadores se reservaron el honor de llevarla, como Calígula que al celebrar un triunfo en Puteoli se puso una clámide de seda, tintada de púrpura y adornada con oro y piedras preciosas.

El interés por los tintes y tejidos reflejaba la jerarquización de la sociedad romana y la lucha de las clases sociales más altas y bajas por distinguirse entre los demás o cambiar su rango social. Aunque es difícil determinar qué tintes se usaban durante la monarquía romana, es posible, que los reyes y ciudadanos más ricos pudieran permitirse paños, ropas y tintes vendidos por los etruscos y otros mercaderes extranjeros.


¿Qué decir de los vestidos? ¿Por qué vestir lana dos veces teñida en púrpura de Tiro, cuando hay otros colores de precio más bajo, por qué gastar tu fortuna sin necesidad?

Mirad este azul cielo sin nubes, en el que el cálido viento del sur no amenaza con lluvia. Ved este amarillo del color del carnero en el que escaparon Frixeo y Hele de la enfurecida Ino; este color imita las olas del mar y de ellas recibe su nombre, y creo que las ninfas marinas visten con él. Aquel se asemeja al azafrán, vestida con ese color, la Aurora cubierta de rocío, apareja sus brillantes corceles. Allí encontraréis el color del mirto de Pafos, aquí la púrpura amatista, el rosa del amanecer y el gris de la grulla de Tracia.. Y, ¡Amarilis! No faltará el color de las castañas y de las almendras, y el cerúleo color que amarillea la lana. Tantos colores como flores en primavera al desaparecer el invierno hay para teñir las lanas. Elige sabiamente pues no todos favorecen a todo el mundo.” (Ovidio, Ars Amandi)

La púrpura es una materia colorante de vivo color rojizo. Se extrae de una serie de moluscos gasterópodos que segregan un jugo que es la base para la elaboración del tinte obtenido posteriormente por síntesis. El grupo de moluscos utilizados comprende a especies de los géneros púrpura y murex.
El tinte púrpura constituyó para los antiguos una de las formas de dar color a sus telas y vestimentas más estimadas. Desde época creto-micénica los griegos utilizaron el jugo de gasterópodos marinos con esos fines. Pero el gran auge de la industria de la púrpura llegó de la mano de los fenicios en el oriente mediterráneo, aunque su producción, comercialización y consumo adquiere mayor vitalidad e importancia en el mundo grecorromano. Podrían haberlo traído comerciantes griegos desde el Mediterráneo oriental o de los mercados establecidos en las costas del Mediterráneo occidental, como Marsella.
El tinte púrpura, según la tradición romana, ya fue utilizado por reyes romanos como Rómulo, Tulo Hostilio y otros. Los tejidos de color púrpura eran muy caros por la enorme cantidad de moluscos necesitados para obtener el tinte, a lo que había que sumar el coste del transporte.



 La valoración social y económica de los tejidos teñidos de rojo (púrpura, sobretodo) llegó a ser tan elevada que su uso adquirió amplias cotas de expansión tanto en la vida privada como en la militar. Las togas y túnicas de los patricios, decoradas con bandas púrpura, eran consideradas un signo externo de elegancia. La belleza, pero principalmente el elevado precio del producto final y la consiguiente exclusividad de los vestidos así tratados explica su alta valoración. Muchos literatos criticaron su uso por parte sobre todo por parte de las mujeres, por su afán de lujo y provocación.

“No es razonable, pues, que una mujer lleve un gran velo de púrpura deseando ser centro de atracción de las miradas. ¡Ojalá se pudiera arrancar de los vestidos la púrpura, evitando con ello que los mirones se giraran para observar a las que la usan! Sin embargo, éstas que tejen poco su vestido y lo hacen todo de púrpura, inflaman los deseos fáciles; y de ellas, ciertamente, que se inquietan por esta púrpura estúpida y delicada…” (Clemente de Alejandría, Pedagogo, II)

Los tonos del color púrpura aumentaron durante el primer siglo d.C. ya que para mantener su status la gente buscaba nuevos tonos para sustituir los antiguos que habían pasado de moda.

Durante los reinados de Calígula y Nerón se restringió el uso del color púrpura para el uso del emperador y su familia. Los ricos más vulgares favorecieron tonos de colores chillones tales como los recién introducidos: cerasinus, rojo brillante de color cereza. 
“Por fin se presentó Fortunata, su vestido adornado con una franja amarilla, para mostrar una túnica de color cereza debajo…"(Petronio, Satiricón, cap. 67)

Ismenia, J.W. Godward

El coccinus, el brillante escarlata del quermes tuvo tanta demanda como tinte de lujo que, además de la producción asiática, se desarrolló una gran industria del tinte con quermes en España. El tinte del quermes que vivía en las encinas de Emérita en Lusitania se apreciaba por su color y su recolección sirvió como salario extra para los campesinos pobres.

“Pero lo que más me atrajo fue un manto muy oscuro que resplandecía con un tono negro brillante.” (Apuleyo, Metamosfosis, Cap. XI)

Venus y Hesperus, Casa de Gabio Rufo, Pompeya

El color negro se podía obtener con las agallas del roble mezclando el líquido obtenido de las mismas con sales de hierro. Plinio menciona su uso mezclado con alumbre:

“El alumbre líquido negro se emplea para dar a la lana un tono oscuro. El más apreciado es el de Egipto y Melos. El sólido es pálido y áspero de apariencia y se vuelve negro al aplicar agallas.” (Plinio, H,.N., XXXV, 52)

El negro parece haber sido el color habitual para el luto, tanto para la túnica como para el manto. Las mujeres llevaban una palla de color oscuro (pulla palla).

“Invocando a mis Manes y pidiendo por mi alma y mojando antes sus piadosas manos con un brebaje, que, vestidas con una túnica negra, recojan mis blancos huesos, única parte de mi cuerpo que sobrevivirá."(Tibulo, III)

Stola color azafrán, Pintura  Dido y África,
 Pompeya
El color amarillo rojizo lo proporcionaba la gualda (Reseda luteola) que se convirtió en el color ritual (luteus) del velo de las novias en los últimos tiempos de la república.  

"No te son propias las tristes preocupaciones ni los llantos, Osiris, sino la danza, el canto y el ligero y apropiado amor, las coloreadas flores y la frente ceñida de hiedra, el rojizo manto (lutea palla) suelto hasta los delicados pies, los vestidos tirios, la tibia de dulce son y la ligera urna conocedora de sacrificios ocultos." (Tibulo, I, 7)

La demanda de estos colores de lujo era tan grande que llevó a la creación de tintes de imitación. Las fábricas tintoreras de la Galia, por ejemplo, pudieron imitar la púrpura Tiria con tintes vegetales, según menciona Plinio.

 Clemente de Alejandría escribió también sobre el color púrpura y los distintos colores que estaban de moda en su época. Critica su uso, junto con el del oro,  por el lujo y la ostentación que significaba para un mujer cristiana, además que desaconseja los tintes porque dañaban los tejidos.

"El color de Sardes, el de frutos verdes, el verde pálido, el rosa y el rojo escarlata, así como mil y una variedades más del tinte han sido inventados para la depravada vida del placer. Es ése un tipo de vestido para, recreo de la vista, no para la protección: los tejidos bordados en oro, los tintes de púrpura, los adornos con motivos animales — expuestos al viento son de gran lujo—, y el tejido de color de azafrán e impregnado de perfume, y los mantos ricos y abigarrados, a base de pieles preciosas, con relieves de animales vivos tejidos en la púrpura; todo esto tenemos que mandarlo a paseo, junto con su afiligranado arte."

Detalle Mosaico de Noheda, Cuenca

Si debemos aflojar un tanto nuestro riguroso tono en torno a las mujeres, que se les teja un vestido liso, agradable al tacto, pero sin adornos cual si fuera un cuadro para regocijo de la vista. Pues, con el tiempo, el dibujo desaparece, y, además, los lavados y los líquidos corrosivos que se impregnan, componentes de los tintes, estropean las lanas de los vestidos y las desgastan; lo cual no conviene a una buena economía." (Clemente de Alejandría, Pedagogo, Cap. XI)

El estilo de los vestidos femeninos tenía su principal diferencia en los tejidos y colores que se utilizaban en su confección.
“Lleve ella ropa de fina tela que tejió la mujer de Cos
 y salpicó de cenefas de oro”(Tib. II,3)

El indusium era una especie de camisa interior larga de lana,  lino o algodón  que se colocaba directamente sobre la piel.  Podía ser de manga larga o corta y con ella se acostaban. Por debajo de ella las romanas llevaban una banda de tela llamada fascia pectoralis o strophium, a modo de sostén del busto.

“Tu mismo vestido, aunque oscuro y barato, es un indicio de tu ánimo. No tiene arrugas ni arrastra por el suelo para hacerte parecer más alta… Llevas una banda para sujetar tu pecho y un estrecho cinturón lo comprime.”(San Jerónimo, carta 117)

Detalle Mosaico de Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Consistía en una banda de lino de diseño rectangular que se cruzaba sobre los pechos para sujetarlos. El mamillare era de cuero y además de sujetar aplanaba.

“… y se visten con velos que pasan por ropas como para excusar su aparente desnudez. Pero se puede distinguir el interior con más claridad que sus rostros excepto por sus horrorosamente prominentes pechos que siempre llevan atados como prisioneros.”(Luciano, Amores)

 El strophium se convirtió en un verdadero bolso. Como las túnicas no tenían bolsillos las mujeres tomaron la costumbre de guardar entre los pechos monedas, cartas, joyas o cualquier otro pequeño secreto que consideraran valioso.

 Encima del indusium llevaban una túnica que podía ser de tela gruesa (spissa) o de tela fina (ralla o rara).

“He aquí que llega Corina, vestida con una túnica sin ceñir su cabellera peinada en dos mitades cubriendo su blanco cuello. Le arranqué la túnica, aunque por lo fina que era apenas suponía un estorbo; ella, sin embargo, luchaba por taparse con la túnica.”(Ovidio, Amores, II, 7)

Io y Argos, Museo Arqueológico, foto de Karl

Con una túnica ligera se acostaban las mujeres y esta prenda se convierte, cuando es llevada, casi transparente y sin cinturón, por la amada en un símbolo de seducción amorosa.
Encontramos cierta variedad en los vestidos en la obra de Plauto, Epidicus, donde el autor enumera diferentes nombres de ropa femenina y colores utilizados:
“Que nuevos nombres encuentran estas mujeres cada año para sus ropas – la túnica fina (tunica ralla), túnica gruesa (tunica spissa), el paño de lino (linteolum caesicium), la camisa (indusiata), vestido con borde (patagiatum) de color azafrán (caltulam aut crocotulam), el supparum o subnimium, la capucha (rica), el traje real (basilicum) o el exótico (exoticum), con diseños ondulados (cumatile), o de plumaje (plumatile), con tinte cerúleo (cerinum)”

Pintura de Pompeya, Museo Arqueológico de Nápoles

Tras su matrimonio la mujer romana completaba su atuendo con la stola, especie de camisa rectangular, abierta en los dos lados superiores; los extremos abiertos se cosían, se abotonaban o sujetaban a los hombros por medio de broches y fíbulas. Debajo del pecho se sujetaba al cuerpo por medio de un cinturón (zona) a través del cual se tiraba hasta que el borde inferior apenas tocaba el suelo. “Por el momento soy bastante largo; pero si con un dulce peso tu vientre se hincha, me volveré entonces para ti un cinturón corto.” (Zona, Marcial, XIV, 151)


Lesbia (con túnica, stola y palla), Alma Tadema

En caso de que la túnica tuviera mangas, la stola que se ponía encima no las llevaba, y viceversa. Las mangas de la túnica o stola estaban abiertas y los extremos se unían por medio de botones o broches. A veces se decoraba con una cenefa bordada unida al pie del traje, llamada instita. Este adorno servía para que no se vieran los pies, con lo que también era un elemento de distinción para la matrona romana que así mostraba su pudor, en contraste con las mujeres que dejaban ver partes de su cuerpo para atraer las miradas de los hombres."Los hay que sólo querrían tocar a mujeres cuyos talones cubre vestido con volante; en cambio, otro sólo a inquilina de maloliente burdel." (Horacio, Sátiras, I, 2)

La stola era un símbolo de matrimonio, a finales de la República todas las mujeres casadas según la ley romana tenían derecho a llevarla, como símbolo de honestidad y pudor. Llevarla en público proclamaba su respetabilidad y adhesión a las tradiciones.

"Enséñale que sea al menos casta,
aunque una cinta no ciña sus trenzas
ni una larga stola sus pies." (Tib. I, 6)

En Horacio tenemos un ejemplo del atuendo de la matrona respetable que no dejaba ver parte alguna de su cuerpo en contraposición a la mujer ligera de costumbres que vestía trajes casi transparentes.

Pintura moral, Villa San Marco, Stabia
“A una matrona no le podrías ver más que la cara, ya que, a no ser Catia, se cubre lo demás con vestido talar. Si andas detrás de lo prohibido, rodeado de vallas (pues te hace enloquecer), te toparás con muchos obstáculos, la guardia de criados litera, peluqueros, parásitas, estola que le llega a los talones rodeada por el mantón, infinidad de velos  a que se te muestre tal cual. La otra, ningún obstáculo: con sus tules de Cos puedes verla casi desnuda, sin miedo a que tenga pierna mala, un pie feo; podrías medir a ojo su pecho.” (Sat. I,2) 

La ley Julia de tiempos de Tiberio (s. I d.C.) prohibió que la stola y las vittae(cintas del pelo) fueran lucidas por las prostitutas.

"¿Quién pone vestidos a los juegos Florales o
permite a las meretrices el pudor de la estola?" (Marcial, I, 35)

Las mujeres que aparecían en público sin la estola eran consideradas como adúlteras y las mujeres respetables acusadas de adulterio tenían que abandonar la stola en favor de la toga (toga muliebris), que debían llevar las prostitutas,  como parte de la pena. No parece que esto se cumpliera a rajatabla y a finales del Imperio, la ley ya no estaba en vigor.

“Regalas vestidos púrpura y
violeta a una adúltera manifiesta.
¿Quieres darle los regalos que merece?
Envíale una toga.”(Marcial, II, 39)

Como amictus (prenda exterior) las mujeres respetables se cubrían con un largo manto, la palla, encima de su túnica y stola cuando salían a la calle. Esta se confeccionaba principalmente de lana, aunque para el verano el lino, el algodón y la seda se utilizaron también. Podía ser de variados colores, excepto en la época en que estuvo vigente la ley Oppia, que prohibía el uso de la púrpura a las mujeres. Al principio del imperio era lisa, con, en algún caso, una cenefa, pero en el siglo III y IV d.C. podía decorarse con redondeles decorados, y más tarde con diseños más complejos. Podía tener un borde con flecos.

Mujer con palla, Museo Capitolino, Roma

Era rectangular y se llevaba doblada por encima del hombro izquierdo, bajo el brazo derecho y cruzado hacia atrás, llevada en el brazo izquierdo o hacia atrás por encima del hombro izquierdo. Envolvía el cuerpo desde los hombros a las rodillas, aunque podía caer hasta los tobillos.


Agripina, Alma Tadema

Se representa como una prenda voluminosa que se colocaba en diferentes modos. Se llevaba por encima de la cabeza,  como un velo; alrededor del cuerpo como la toga, echado por los hombros como un chal, o incluso alrededor de las caderas. No se abrochaba y se podía sujetar con la mano. En muchas esculturas se puede ver que solía esconderse una mano por dentro. Esta forma de llevar la palla era adecuada para mujeres ociosas de la clase alta, pero no  para actividades prácticas.

“La parte baja de su palla parecía jugar con los talones, pues este vestido cubría su resplandeciente cuerpo.” (Tibulo, III, 4)

La stola y la palla se ven aún en las representaciones de los trajes femeninos después del siglo III d.C. aunque la stola va gradualmente desapareciendo, tomando su lugar el colobium, una túnica amplia y sin mangas que se hizo popular tanto para hombres y mujeres y que se llevaba sobre una túnica interior de manga larga. La dalmática era una prenda que empezó a usarse en el siglo II d.C. con mangas anchas, decorada con cenefas verticales en el cuerpo y mangas, y que a finales del Imperio podían adornarse con joyas. Se llevaba normalmente suelta  y sin cinturón, que se usaría encima de una túnica interior.

Detalle de mosaico de la villa de Arellano, Navarra


Representación de Cilicia, Antioquía,
Museo de Oklahoma
La cyclas era un manto circular femenino, de tela muy ligera con una cenefa decorada.
“… que las mujeres de la casa real deberían contentarse con una redecilla para el pelo, un par de pendientes, un collar de perlas, una diadema para los sacrificios, un solo palio decorado con oro, y una cyclas con cenefa bordada, de no más de seis onzas de oro.”(H. A. Alej. Sev. 41)

El ricinium era un manto más pequeño y corto de color negro u oscuro con una franja púrpura que se llevaba normalmente desde la defunción hasta la celebración de las exequias.
La mitra era un tocado compuesto de bandas de tela a modo de gorro cónico que se ataba por debajo de la barbilla y podía utilizarse para recoger el pelo por la noche.
 La novia romana vestía una túnica recta tejida por ella misma en un telar vertical con un velo color azafrán, que debía proteger el pudor de la desposada y dar buena suerte a la par que alejar los malos espíritus.


Cuando el Cristianismo ya estaba llegando a todos los confines del Imperio, los vestidos de seda casi transparentes todavía se llevaban como muestran los escritos de algunos escritores cristianos del Bajo Imperio, en los que suelen arremeter contra esas vestimentas que, según sus creencias, descubren falta de pudor y atentan contra las nuevas doctrinas.

“Ahora bien, si es necesario que se compongan, debe permitírseles que utilicen tejidos más suaves, siempre que prescindan de los pequeños adornos estúpidos, las superfluas trenzas en los tejidos, y manden a paseo el hilo de oro, las sedas de la India y los sofisticados trajes de seda. Este raro tejido transparente delata un temperamento sin vigor, prostituyendo bajo una tenue capa la vergüenza del cuerpo. Además, no es un delicado vestido protector, pues no es capaz de cubrir la silueta de la desnudez. En efecto, un vestido de este calibre, al caer sobre el cuerpo con ondulante suavidad, se modela adaptándose a la constitución de la carne, y se amolda a sus formas hasta tal punto que toda la disposición del cuerpo de la mujer se hace evidente aunque con los ojos no se vea.” (Clemente, El Pedagogo, II)



El vestido como adorno ficticio sirve a menudo como motivo para reprochar el exceso ornamental de amada, cargado de connotaciones negativas para el poeta. Las denominaciones del tipo de Coa o Tyria vestis cobran especial importancia como términos que expresan el lujo.

"Vida, ¿de qué te sirve aparecer con melena adornada
y mover de ropas de Cos los pliegues ligeros?
¿De qué rociar el cabello con mirra Orontea?
¿Para qué a cultivos peregrinos venderte
perdiendo el esplendor de Natura con adornos comprados sin dejar que luzcan su belleza tus miembros?" (Propercio, I, 2)

La stola era un vestido especialmente destinado a simbolizar la fidelidad de las matronas y por ello en la poesía latina se utiliza como reflejo del casto comportamiento que la amada debe tener.
En una de las elegías cuyo motivo central es el cumpleaños de la amada, Propercio pide a Cintia que se ponga el vestido con que la vio por vez primera:

“Vístete con aquel vestido que hechizó a Propercio por primera vez” (Prop. 3, 10, 15-18)

Este vestido no tiene aquí una mera función ornamental, sino, más bien, evocadora. El vestido, forma ahora parte integrante de la primera imagen de la amada, precisamente la que le llevó a enamorarse, y no tiene nada que ver con un adorno innecesario.

La matrona respetable ocultaba su femineidad con corsés, túnicas gruesas y pesados mantos que envolvían su cuerpo, pero algunos autores han dejado patente su preferencia por ver a la mujer apenas sin ropa o completamente desnuda.

“A ti te esconden la faja y las túnicas y los oscuros mantos; para mí, en cambio, ninguna muchacha yace lo suficientemente desnuda.” (Marcial, XI, 104)


Pintura de la casa de Meleagro, Pompeya, Museo Arqueológico de Nápoles




Vocatio ad cenam, cortesía y compromiso social en la antigua Roma

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Vaso griego con symposium

"Mañana a su humilde casa, queridísimo Pisón,
te invita a las nueve tu camarada caro a las Musas
para el banquete anual de la vigésima. Si dejas exquisiteces y vinos de Quíos, en cambio verás amigos sinceros y escucharás discursos mucho más dulces que aquellos del palacio de los feacios.
Si, por tanto, Pisón, quieres volver la mirada hacia nosotros, celebraremos, en lugar de una modesta fiesta de la vigésima una más opulenta." (Filodemo de Gádara, el Epicúreo (I a. C.)


La celebración de una comida principal al día en la que los comensales se reunían para compartir los alimentos, relacionarse socialmente con animadas conversaciones y disfrutar de entretenimientos variados ya era costumbre entre las civilizaciones más antiguas, y los griegos la mantuvieron en el llamado symposium.

Symposium, pintura griega,  Paestum, Italia

Cuando a la caída de la tarde cesaban los negocios, se cerraban los tribunales o terminaban su paseo o sus estancias en las termas, los romanos eran invitados a cenas o se convertían en anfitriones de convites tan elaborados como permitieran sus posibilidades económicas, por el hecho de poder permanecer juntos más rato por el grandísimo placer de reunirse y hablar de temas literarios, filosóficos o políticos. La invitación se debía en otros casos a motivos familiares como aniversarios, bodas, natalicios, y llegadas o despedidas de amigos.
Las celebraciones nupciales parece que reunían a muchos invitados debido a que se juntaban familias, amigos y convidados que respondían a compromisos sociales.
“Tales fiestas son no solo amistosas, sino también familiares, al mezclar con la familia otra casa; y lo que es más importante que esto, al unirse dos casas en una sola, ya que tanto el que acepta como el que da piensan que hay que acoger con bondad a los familiares y amigos de uno y otro, duplican el número de invitados…se recibe e invita a los demás, la gente, por temor a olvidarse de alguien, invita a todos los íntimos, familiares y los que de alguna manera están emparentados con ellos.” (Plutarco, Moralia, IV, 3)



 En las villas del campo los invitados llegaban de las villas vecinas o los amigos paraban inesperadamente para descansar y disfrutar de la diversión durante la noche de viaje. También había estancias de varios días en las que los amigos invitados disfrutaban de la exquisita hospitalidad del  propietario.

Plinio relata la relajada vida del anciano Espurina en su villa disfrutando de la compañía de sus amigos y cómo una cena entre gente de igual condición se desarrollaba de forma cordial y sin gran derroche: 

“Inmediatamente después de bañarse, se acuesta, dejando la cena para un poco más tarde… Durante todo ese tiempo sus invitados tienen entera libertad para hacer lo mismo o cualquier otra cosa, si así lo prefieren. La cena es tan exquisita como sencilla, y se sirve en una vajilla de plata sin grabados y de gran antigüedad. Los comensales tienen también a su disposición copas de bronce de Corinto, que son muy apreciadas por Espurina, sin que se deje llevar por una pasión excesiva por ellas. Con frecuencia, entre plato y plato se intercala alguna pieza cómica a fin de que también los placeres puramente físicos se vean aderezados por el ejercicio intelectual. La cena se prolonga siempre un poco después del anochecer, incluso en verano. Sin embargo, a nadie le resulta larga en exceso, pues transcurre en todo momento en medio de una gran afabilidad.” (Plinio, Epist. III, 1)

Pintura romana, Catacumba de San pedro y San Marcelino, Roma


La mayoría de cenas eran parecidas a reuniones familiares cotidianas con un número limitado de invitados, en las que participaban la esposa y los hijos del anfitrión, algunos parientes y amigos cercanos  y sólo se buscaba la diversión sana y las relaciones sociales.

Tabla con invitación, Vindolandia, Gran Bretaña

"Claudia Severa a su Lepidina saludos. El 11 de Septiembre, hermana, por la celebración de mi cumpleaños, te envío una cordial invitación para asegurarnos de que vienes, para alegrarme por tu llegada, si estás presente. Saluda a tu Cerial. Mi Aelio y mi hijo pequeño le Mandan sus saludos. (segunda caligrafía) Te espero hermana. Adiós, mi querida hermana, Salud". 

En las tablas de Vindolandia se ha recuperado la invitación a un cumpleaños, que una matrona envía a otra, esposa de un prefecto.

La invitación por parte del anfitrión podía deberse a diversos motivos, desde la simple relación de amistad, al más puro interés en obtener beneficios políticos o económicos, pasando por el mantenimiento de los vínculos de clientelismo, o la responsabilidad contraída con libertos y parásitos. La cena se convierte así en un acto de renovación de lazos sociales en medio de un relajado ocio.

“Yo nunca digo que no cuando me invitan a comer. Es una desgracia que no se use ya la forma de invitar que había, en mi opinión.  !Hércules!, pero que estupenda y sabia en grado sumo  que era antes:  Ven a tal y tal sitio a cenar, venga, acepta, no te niegues, ¿Te viene bien? Anda, ven, digo, no consentiré que dejes de venir. Hoy en día, en cambio, se ha puesto de moda en su lugar otra forma de hacer la invitación, necia, Hércules, e inepta por demás: Te invitaría a cenar, si no  cenara yo fuera hoy !Mal rayo parta a la dichosa frasecita y ojalá que reviente el embustero que la dice, si es que cena en casa! Esta nueva manera de expresarse me obliga a coger usos barbaros, y a ahorrarme el pregonero y anunciar yo mismo la subasta de mi venta”. (Plauto, Estico, acto II, esc.II)

En época muy lejana la hospitalidad, o acogida que una comunidad dispensaba a un extranjero, a un mendigo o a un suplicante, tenía un importante valor jurídico- diplomático y al mismo tiempo un significado religioso. El vínculo de amistad con un extraño se sellaba con un banquete ritual, donde el vino tenía un importante papel.

“Nieto de Etruscos reyes, ¡oh Mecenas!:
Ha días ya que un delicioso vino
Te reservo en tonel nunca tocado,
Y rosas y perfumes exquisitos
Con que te unjas el cabello. Acude.”(Horacio, odas, III, 29)



Las cenae romanas podían ser muy diferentes según las circunstancias, el temperamento de cada anfitrión o su calidad moral; según el romano que la ofreciera, la cena podía convertirse en una grosera comilona o en un ejemplo de distinción y delicadeza. La costumbre era cenar después del baño, al término de la hora octava en invierno y de la nona en verano.  La hora en que se terminaba de cenar difería según se tratara de una cena sencilla o de un banquete de gala. En principio una cena decente debía terminar antes de que se hubiera hecho noche cerrada. Un invitado podía decidir no asistir a la cena a la que había sido invitado si no iban a guardarse las normas sociales establecidas o si lo que se ofrecía no correspondía a su gusto:
“Acepto tu invitación a cenar en tu casa. Pero desde ahora te pongo esta condición: que sea sencilla, que sea frugal, que abunde únicamente en conversaciones filosóficas y que también por lo que a éstas se refiere observe la medida justa… No obstante, por lo que a nuestra cena se refiere, ésta debe caracterizarse por la moderación, tanto en su suntuosidad y en su coste, como en duración.” (Plinio, Ep. III, 12)

Convivium, Pintura romana, Palacio Massimo, Museo Nacional Romano


El anfitrión debía demostrar la espléndida situación económica de la que disfrutaba, pero al mismo tiempo tenía que evitar que su patrimonio se viese dañado por el gasto excesivo. Tanto el  derroche irresponsable como la tacañería eran criticados con severidad por los moralistas.
“Ayer, lo confieso, diste un perfume exquisito a tus convidados, pero no trinchaste nada. ¡Es cosa curiosa oler bien y morirse de hambre! El que no cena y lo perfuman, Fabulo, creo en verdad que está muerto.” (Marcial, 3, 12)

El anfitrión en su papel de patrón debía extender su generosidad a sus clientes y a sus benefactores, así como a los denostados gorrones, siempre en busca de la deseada cena con la que aliviar su hambre. Estos se dejaban ver por lugares públicos, como el foro, mercados, termas y pórticos a la caza de un posible anfitrión.
“Selio no deja nada sin probar, nada a lo que no se atreva, cuando se ve al fin en la necesidad de tener que cenar en casa. Corre al pórtico de Europa y alaba sin cesar tu persona, Paulino, y tus pies dignos de Aquiles. Si en el pórtico de Europa no ha resuelto nada, marcha a los Septa, por si el hijo de Filira o el de Esón le proporcionan algo. Decepcionado también aquí, se hace asiduo de los templos de la diosa de Menfis y se sienta, oh ternera triste, junto a las cátedras de tus devotos. De aquí se dirige hacia el techo sostenido por cien columnas y desde allí al monumento donación de Pompeyo y a sus dos arboledas. Y no desdeña ni los baños de
Fortunato ni los de Fausto, ni las tinieblas de Grilo o el antro eólico de Lupo; porque en las termas públicas se baña una vez y otra y otra. Después de haberlo probado todo, pero sin la anuencia de los dioses, una vez bañado, corre de nuevo a los bujedos de la templada Europa, para ver si anda por allí algún amigo retrasado. Por ti y por tu hermosa joven, lascivo portador, te lo suplico, toro, invita a Selio a cenar.”

Para  ser admitido como comensal  en una cena, el gorrón utilizaba todo tipo de artimañas: ofrecer sus habilidades para ser exhibidas durante la cena, como contar chistes, alabar al potencial anfitrión de forma exagerada, o  arrimarse como una sombra a alguna persona anteriormente invitada.
“Oye a Selio alabarte, cuando le echa las redes a una cena, tanto si recitas como si defiendes un pleito:
¡Así se hace!, ¡fenómeno!, ¡vamos!, ¡bravo!, ¡magnífico!, ¡así me gusta!, “ya has conseguido la cena: cállate.” (Marcial, II, 27)

Mosaico de orfeo, Zippori, Israel

La figura social y jurídica del patrón y cliente, unidos por lazos religiosos y de parentesco,  se había mantenido con fuerza hasta los últimos años de la república, pero a finales del siglo I d.C. se había convertido en una relación carente de sentido y, sin apenas obligación. La salutatio o saludo matutino había sido el deber más importante del cliente y la sportula, una aportación económica, era la principal obligación del patrón. La invitación a la cena ofrecida por el patrón era uno de los favores esperados por el cliente para seguir manteniendo un cierto nivel de aceptación social. El gasto de la invitación a ciertos clientes que nada aportaban  era algo que muchos patrones no soportaban de buen grado.

“Métete bien en la cabeza que cuando te invitan a comer estás recibiendo la entera paga de antiguos servicios prestados. El producto de tu amistad con un grande es una comida, tu patrón te la echa en cara y, aunque te la dé pocas veces, te la echa en cara sin embargo. Conque si después de dos meses le parece bien incluir a su cliente olvidado, no vaya a ser que le quede libre una de las tres colchonetas en el lecho incompleto, te dice “Ven a casa”. Es el colmo de tus deseos. ¿Qué más pretendes? … Tú te crees un hombre libre y el invitado de tu patrón: él te considera prisionero del olor de su cocina.”(Juvenal, sat. V)

 El vínculo que el señor contraía con el liberto incluía la invitación a cenar, que a veces podía suponer un compromiso desagradable para el que fuera esclavo con anterioridad porque le podía hacer recordar su origen y dependencia del patrón. Ya en el transcurso de la comida, los ciudadanos libres y los libertos podían llegar a enfrentarse y llegar a rudas peleas.


Al considerarse el acto de la cena como una especie de rito social, muchos anfitriones consideraban que ofrecer una comida sofisticada y un entretenimiento original  les haría diferenciarse de los demás y ser mejor vistos. Por tanto la ostentación y el exceso eran elementos a tener en cuenta en los convites en los que faltaba la moderación e imperaba  el desorden.

“… aparecieron cuatro danzarines, quienes al son de la música retiraron la tapa superior del repositorio. Esto nos permitió ver debajo, es decir, en otro plato, pollos suculentos y ubres de puerca, y en el centro una liebre, adornada con alas para que se asemejase a Pegaso.
En los lados del repositorio pudimos ver también cuatro  Marsias. De sus odrecillos escurría garo con pimienta sobre unos pescaditos que parecían nadar en un canalillo. Aplaudimos todos, siguiendo el ejemplo de la servidumbre, y a grandes carcajadas nos lanzamos a tan exquisitos manjares.”(Petronio, Satyr. 36)


 Aún así, en la mayoría de cenas y banquetes se guardaban las convenciones sociales que exigían la moderación en el gasto de los alimentos, el buen gusto en los divertimentos y una actitud adecuada en lo referente al consumo de bebidas, puesto que la embriaguez era considerada como una falta de moral en la antigüedad.
Para que un banquete convivial se considerase aceptable se prefería que  los convidados fueran amigos o conocidos que compartiesen intereses comunes, que la  hora y el lugar en el que se celebrase fueran adecuados, una hora no intempestiva y un tricliniumlo suficientemente amplio para acomodar a todos los invitados con comodidad. Por último, se deseaba una comida bien cocinada y abundante, pero sin artificios.

“Le anuncian sus devotos a la ternera de Faros la hora octava y la cohorte de lanceros ya se retira y recibe el relevo. Esta hora templa las termas, la anterior exhala excesivos vapores y la sexta da calor en las desmesuradas termas de Nerón. Estela, Nepote, Canio, Cerial, Flaco, ¿venís? Mi sigma tiene siete plazas; somos seis, añade a Lupo. Mi cortijera me ha traído malvas, para aligerar el vientre, y los variados productos que tiene mi huerto, entre los cuales está la lechuga de asiento y el puerro de corte; y no falta la menta, que hace eructar, ni la hierba afrodisíaca; huevos cortados coronarán el pez lagarto  aderezado con ruda y habrá tetas de cerda maceradas en salmuera de atún. Con esto, los entrantes. La pequeña cena se servirá en un solo servicio: un cabrito arrancado de las fauces del lobo feroz y bocaditos que no necesiten el cuchillo del trinchante y habas, comida de artesanos, y berzas vulgares. A esto se añadirá un pollo y un pernil superviviente ya a tres cenas. Una vez hartos, os daré fruta en sazón y vino sin zurrapas de una cántara nomentana que cumplió dos trienios en el consulado de Frontino. Vendrán después bromas sin malicia y una libertad que mañana no será de temer y nada que quisieras haberte callado: Que mis invitados hablen de los verdes y los azules y mis copas no sentarán a nadie en el banquillo.”(Marcial, Epigr. 10,48)

Mosaico romano, Museo Nacional Romano

Resultaba altamente indelicado rehusar la invitación de un amigo, y se habría faltado gravemente a la cortesía aceptando una invitación a la que no se acudiese ulteriormente, pues si en tal caso no se aducían excusas suficientemente convincentes el desairado quedaba convencido de que se había dejado de ir a su casa por culpa de otro conviviummejor.
“Pero, ¿qué te ocurre? ¡Me prometes acudir a una cena en mi casa, y no te presentas! Esta es mi sentencia: has de pagarme una multa equivalente al dinero que me ha costado la cena hasta el último as, y no es una cifra pequeña. Había preparado una lechuga por persona, tres caracoles y dos huevos; había además gachas de espelta aderezadas con vino mulso y nieve (pues también este gasto lo añadirás a tu lista y es más, lo incluirás entre los primeros, pues se echó completamente a perder sobre tu plato), aceitunas, acelgas, calabazas, cebollas y muchos otros manjares, no menos de mil ni menos deliciosos. Habrías visto además actuar a un cómico, o quizás habrías escuchado a un recitador, o puede que hubieses asistido a un recital de lira, o incluso habrías disfrutado de los tres espectáculos, pues a tanto alcanza mi magnificencia. Y sin embargo, preferiste ostras, vientre de cerda, erizos de mar y bailarinas en casa de algún otro. ¡Me las pagarás!, no te digo cómo de momento. Tu comportamiento no tiene excusa. Te has portado muy mal, no se si también contigo mismo, pero desde luego conmigo, y sí también contigo. ¡Cuánto nos habríamos divertido juntos!, ¡cómo nos habríamos reído!, ¡qué conversaciones tan interesantes habríamos mantenido! Puedes cenar más suntuosamente en casa de muchos otros, pero en ninguna de ellas disfrutarás de tanta alegría ni cordialidad, ni te sentirás tan libre de preocupaciones como en la mía. En fin, te ruego que hagas la prueba, y si a continuación sigues prefiriendo aceptar las invitaciones de los demás antes que las mías, lo mejor es que me hagas llegar tu renuncia definitiva a asistir a mis convites.”(Plinio, Ep. I, 15)

En el caso de los anfitriones con poco dinero podía darse el caso de que hicieran una invitación pidiendo al propio invitado que corriese con los gastos del banquete por no poder hacerse cargo. A lo sumo se ofrecía algún regalo, como un perfume.

“Cenarás bien, querido Fabulo, en mi casa
Dentro de unos días, Dios mediante,
Si traes contigo buena y magnífica
Cena, sin olvidar a una linda muchacha,
Vino, sal y todo el humor que puedas.” (Catulo, 13)

Pintura romana, Casa de los Castos Amantes, Pompeya

En las cenas ofrecidas por el emperador podía tener lugar una cena frugal con conversaciones y entretenimientos tranquilos como la descrita por Plinio en la casa de Trajano.
“Ya ves en qué honrosas y en qué dignas ocupaciones empleábamos estos días. Las sesiones del Consejo venían seguidas de las distracciones más encantadoras. Todos los días éramos invitados a cenar. Los platos eran frugales, teniendo en cuenta que nuestro huésped era el Príncipe. En ocasiones éramos deleitados con actuaciones de todo tipo, otras veces la noche transcurría en medio de las más deliciosas conversaciones. El último día, cuando ya nos íbamos, se nos entregaron diversos presentes, tan atento y bondadoso es nuestro César." (Plinio, Ep. VI, 31)
 La tendencia a la  moderación en las costumbres se propugnaba desde el círculo de Trajano, y se reflejaba en las obras literarias de la época, en las que se animaba a tener una vida feliz alejada de los excesos.

“Si me pones boletos y jabalí como si no valieran nada y crees que no es ése mi deseo, lo acepto; si crees hacerme feliz y pretendes ser inscrito como heredero gracias a cinco lucrinas, adiós. Espléndida, sin embargo, es tu cena, lo confieso, muy espléndida; pero no será nada mañana, más aún, hoy, más aún, en este mismo instante, nada que no conozca la desgraciada esponja de un palo asqueroso, o un perro cualquiera y un urinario al borde de la calle. De los salmonetes y de las liebres y de las tetas de cerda éste es el final: un color de azufre y un dolor insoportable de pies. No tenga yo a tan alto precio ni los festines albanos  ni los banquetes del Capitolio y de los pontífices. Que un dios en persona me haga partícipe del néctar: se volverá vinagre y vino picado y aguado de una tinaja vaticana. Busca otros invitados, maestro en cenas, a los que conquiste la regia suntuosidad de tu mesa. A mí invíteme un amigo a unos filetillos improvisados: una a la que puedo corresponder es la cena que me gusta.”(Marcial, 12,48)

Cuando el anfitrión era un patrón egoísta o avaro que solo invitaba por compromiso social y no sentía aprecio por sus clientes solía servir unos alimentos y bebidas para sí mismo y sus invitados especiales que eran diferentes a los que proporcionaba a sus clientes o invitados libertos.  Este hecho es frecuentemente criticado por los literatos, poniéndose en el lugar bien del anfitrión que no está de acuerdo con ello o en el cliente que se siente humillado por tal actitud.


“Siendo invitado a la cena ya no como antes, en calidad de cliente pagado, ¿por qué no me sirven la misma cena que a ti? Tú tomas ostras engordadas en el lago Lucrino, yo sorbo un mejillón habiéndome cortado la boca. Tú tienes hongos boletos, yo tomo hongos de los cerdos; tú te peleas con un rodaballo, en cambio yo, con un sargo. A ti te llena una dorada tórtola de enormes muslos; a mí me ponen una picaza muerta en su jaula. ¿Por qué ceno sin ti, Póntico, cenando contigo? Que sirva de algo la desaparición de la espórtula: cenemos lo mismo”.(Marcial, Epigr. III, 60)

En algunos convites  el anfitrión obsequiaba a los comensales con algunos regalos de mayor o menor valor, pero algunos invitados mostraban un comportamiento indecoroso, como robar enseres de la vajilla o servilletas. Suetonio cita una ocasión en la que el emperador Claudio descubrió que uno de sus invitados había robado una copa de oro, y cuando volvió a tenerlo a su mesa le ofreció el vino en copas de arcilla para que se diese cuenta que sabía lo que había hecho.
“Asinio Marrucino, no empleas bien
Tu mano izquierda entre las bromas y el vino:
Robas las servilletas de los más despistados.” (Catulo, 12)

Pintura catacumba San Calixto, Roma

Ciertos invitados faltaban a las buenas maneras porque además de llevarse comida de sobra para comer otro día, la guardaban para venderla.

"No hay nada más miserable ni más glotón que Santra. Cuando llega corriendo invitado a una cena en toda regla, que ha estado buscando tantos días y noches, pide tres veces criadillas de jabalí, cuatro veces lomo, y ambos muslos de una liebre y sus dos brazuelos, y no se ruboriza por jurar en falso acerca de un tordo y arramblar con las descoloridas mollas de las ostras...  Pero cuando la servilleta ya revienta con sus mil y un hurtos, esconde al calor de su seno unas costillas mordisqueadas y una tórtola trinchada, luego de devorar su cabeza. Y no considera vergonzoso el recoger con su larga diestra cualquier sobra que hasta los perros han dejado. Y no le basta a su gula un botín comestible: por detrás de la mesa rellena de vino aguado una damajuana. Cuando cargó con esto hasta su casa por doscientas escaleras y, angustiado, se encerró en su buhardilla bien atrancada, el glotón aquél, al día siguiente, lo vendió."(Marcial,VII; 20)

Algunos invitados se quejaban de tener que soportar soporíferos recitales de poesías o larguísimas lecturas de libros a pesar de recibir una buena cena:

“No sé si Febo huyó de la mesa y de la cena de Tiestes, pero nosotros Ligurino, huimos de la tuya. Es ella abundante y abastecida de exquisitos manjares, pero nada en absoluto me gusta cuando tú estás recitando. No quiero que me pongas rodaballo ni un salmonete de dos libras, tampoco quiero hongos boletos, no quiero ostras: ¡cállate!” (Marcial, 3, 45)

La invitación a cenar podía llegar a veces solo por parte del anfitrión para corresponder a los regalos que un posible invitado estaría obligado a enviarle. Si esto no se producía, no habría la invitación esperada. Por tanto en algunos casos el egoísmo estaría por encima de la amistad o el compromiso social.

“Me invitabas a tu banquete de cumpleaños a pesar de no ser, Sexto, amigo tuyo. ¿Qué ha sucedido, me pregunto, qué ha sucedido de repente, después de tantas prendas entre nosotros, después de tantos años, que he sido preterido yo, tu viejo camarada? Pero sé la causa. No te ha llegado de mi parte ni una libra de plata hispana depurada ni una toga ligera ni un manto nuevo. No es la espórtula la que es objeto de negocio: alimentas regalos, no amigos. Ya,  vas a decirme: “Que azoten al encargado de las invitaciones”(Marcial, VII, 86)

Pintura de Catacumba de San Pedro y San Marcelino, Roma


Las cenas que seguían los convencionalismos de una forma rígida no permitían que los invitados se sintieran cómodos. Corresponder a los favores recibidos podía provocar el odio hacia la persona a la que se los debía.  Los más humildes criticaban el trato desigual por parte del anfitrión y éste ante la obligación de convidar se sentiría más rodeado  de gente solo guiada por el interés que por amigos de verdad.

“Debes examinar con quiénes comes y bebes antes de conocer qué vas a comer y beber, porque llenarse de carne sin un amigo es vivir la vida del león o del lobo. Esto no lo conseguirás si no te retiras; de otra suerte, tendrás los comensales que el nomenclátor haya seleccionado entre la multitud de los clientes. Se equivoca, en efecto, quien anda buscando un amigo en el vestíbulo y lo pone a prueba en el banquete.” (Sen. Epist. 19)

El exceso de halagos por parte de los invitados podía ser mal visto por el anfitrión que consideraría al convidado excesivamente adulador y como una persona interesada al que no podía llamar amigo de verdad, ya que no sabía lo que realmente pensaba su comensal de él y de su convite.

“Sabido es que el orador Celio era muy irascible. Dícese que una noche cenaba con un cliente suyo, hombre de rara paciencia; pero era muy difícil a éste, estando solo con el orador, evitar una discusión con él. Consideró, por tanto, que lo mejor sería aplaudir cuanto dijese, y desempeñar el papel de lisonjero. No pudiendo Celio soportar la aprobación, exclamó: Hazme la contra, para que seamos dos. Pero aquel hombre que se encolerizaba porque no se irritaba el otro, se calmó en seguida careciendo de adversario.”(Séneca, De Ira, III, 8)

Esos invitados, de todas formas, pagaban su convite con el saludo matutino, acompañando al patrón en sus paseos y cuidando de su seguridad, con sus halagos.
¿Ese  a quien han convertido en amigo tuyo la mesa y la comida, crees que es un corazón de amistad leal? Aprecia el jabalí y los mújoles y la ubre de cerda y las ostras, no a ti? (Marcial, 9, 14)

La invitación a cenar se convirtió en un tópico literario en la literatura griega y latina.
En el poema convencional de invitación el poeta rechaza o se confiesa incapaz de proporcionar los platos más lujosos, típicos de los banquetes suntuosos, pero se citan los elementos de la cena con los que se intentará satisfacer al invitado para que este se encuentre a gusto y que cumplan las convenciones sociales establecidas. Se tratará de evitar los vicios tan criticados del lujo excesivo y avaricia.

“Cenarás bien, Julio Cerial, en mi casa; si no tienes ninguna invitación mejor, ven. Podrás estar al tanto de la hora octava; nos bañaremos juntos: ya sabes qué cerca están de mi casa los baños de Estéfano. De entrada se te servirá lechuga, útil para mover el vientre, y ajetes cortados a sus propios porros; luego conserva de atún joven y mayor que un delgado pez lagarto, pero con guarnición de huevos sobre hojas de ruda. No faltarán los otros huevos, cocidos por unas delicadas brasas, ni queso curado al fuego del Velabro  y olivas que han sentido los fríos del Piceno. Esto bastará para el aperitivo. ¿Quieres conocer el resto? Te mentiré, para que vengas: pescados, moluscos, tetas de cerda y unas aves cebadas, de corral y de las marismas, que ni Estela  acostumbra a ponerlas sino en contadas cenas. Más te prometo yo: no te recitaré nada, aunque tú nos vuelvas a leer de punta a cabo tus Gigantes o tus Geórgicas, próximas al inmortal Virgilio.” (Marcial, XI, 52)

En el epigrama 11, 52, Marcial empieza por la invitación propiamente dicha con la posibilidad de acudir a los baños antes de comer. Su propuesta para la cena es modesta, por lo que le excusa de aceptarla si recibe otra proposición mejor.
La segunda parte del epigrama incluye la descripción detallada de la cena que  piensa ofrecer a su amigo, con platos indispensables en cualquier banquete caracteri­zado por la sencillez.
En lo relativo a los entretenimientos, Marcial propone a su amigo recitaciones poéticas, aunque promete no  intervenir en ellas para que su huésped  acceda a ir a su casa y pueda leer sus Gigantes y sus Geórgicas. El principal objetivo de estos banquetes entre literatos era presentar ante los amigos las obras escritas para que dieran su opinión,  por lo que la cena suponía un agradable preludio, durante el que se conversaba animadamente, a las discusiones literarias. El hecho de que Marcial ofrezca como único entretenimiento lecturas poéticas implica que el objetivo principal del banquete era revisar y corregir los poemas de Julio Cerial, motivo por el que éste accede encantado a la propuesta. Sin embargo, entre las clases acomodadas era frecuente ofrecer a los invitados espectáculos como representaciones teatrales (mimos y atelanas), actuaciones de acróbatas o músicos  y danzas de las famosas bailarinas gaditanas.

En casa de Lúculo, Gustave Boulanger

Los nuevos ricos de la época romana son retratados como personajes fatuos que hacen ostentación de su inmensa riqueza ante sus invitados y que no saben comportarse según las normas sociales de los aristócratas y moralistas romanos. En el Satiricón de Petronio hay varios episodios donde se refleja esta nueva forma de conducta social, por ejemplo la llegada de un nuevo comensal, cuando ya se ha iniciado el banquete.
“En este momento golpeó las puertas del comedor un lictor y entró un nuevo comensal, todo vestido de blanco y acompañado de un gran séquito. Cómo sería mi miedo ante tan impresionante majestad que creí había entrado el pretor en persona. Mi reacción in mediata fue levantarme poniendo los pies descalzos en el suelo. Agamenón, riéndose de mi temblor, me dijo:
Calma, idiota, calma. Es el séviro Habinas, un marmolista, por cierto, que pasa por el mejor creador de lápidas funerarias.
Confortado con estas palabras, volví a recostarme para poder contemplar lleno de asombro la entrada de Habinas. Avanzaba ya borracho y tambaleándose, puesta ambas manos en los hombros de su mujer. Llevaba varias coronas y el ungüento le chorreaba desde la frente  los ojos. Se aposentó en el lugar del pretor, pidiendo a continuación vino y agua caliente.” (Petronio, Satyr. 65)

Otra crítica a la conducta de estos nuevos ricos se debe a que alardean de lo mucho que poseen, sacando a relucir las joyas que han comprado a sus mujeres.
“Faltó tiempo para que Fortunata encontrara un pretexto para quitarse las pulseras de sus amorcillados brazos y las exhibiese a la admiración de Cintila. Terminó quitándose también las ajorcas del tobillo, y la redecilla de oro puro contrastado. Trimalción seguía la escena con los ojos fijos y mandó que le llevaran todas las joyas…
Para no ser menos, Cintila se quitó una bolsita dorada que llevaba al cuello y que ella llamaba su Felición. Sacó dos pendientes y los dio a contemplar a Fortunata.
Ya lo ves- dijo-. Te aseguro que nadie tiene regalos tan valiosos como los que me ha hecho mi marido.”  (Pet. Sat. 67)


La tradición establecía un protocolo de colocación en los lechos según el afecto o amistad del anfitrión, o bien la posición social del invitado. Se imponía la voluntad del dominusde la casa y su preferencia, al igual que en la elección de alimentos y trato durante la comida, dependiendo del nivel social de cada uno. Un trato desigual reforzaba la idea de jerarquías diversas y dominio. Un trato más equitativo conllevaba un sentimiento de gratitud y amistad. Ofrecer un comedor amplio con un número justo de invitados se consideraba un signo de hospitalidad y consideración hacia ellos, en caso contrario el anfitrión podía ser el blanco de todas las críticas.

“Se da, en efecto, creo, un exceso de hospitalidad cuando ésta no omite a ningún comensal, sino que los arrastra a todos como a un espectáculo o audición. A mí, al menos, me parece que, aunque faltara pan o vino a los invitados, nada deja tan en ridículo al que los invita como la falta de espacio y sitio, que siempre hay que tener de más para forasteros y extraños que se presenten no invitados, sino espontáneamente.”(Plutarco, Moralia, V, 5)

 Una invitación a cenar exigía por tanto guardar una conducta decorosa, demostrar buen humor, no entrar en disputas  y beber en la medida adecuada, asumiendo las consecuencias de la embriaguez. El anfitrión podía temer el comportamiento de algunos convidados que bebieran demasiado y manifestaran un comportamiento bochornoso con maliciosos comentarios o disputas entre unos y otros que acabaran en verdaderas peleas con lanzamientos de cacharros.

“Entonces Vibidio dijo a Balatrón: 

Si no bebemos a mogollón, moriremos sin venganza.
Pidió copas mayores y la palidez empezó a mudar
La cara del patrón, que nada temía tanto como a bebedores agudos, porque se les libera demasiado la lengua, o porque hirvientes vinos ensordecen el sutil paladar.
Vuelcan jarras enteras de vino en copas de Alifas
Vibidio y Balatrón; les imitaron todos los comensales
Salvo el grupo del anfitrión, que no le dio al vidrio.” (Horacio, sat. II,8)





Un pasaje de Luciano describió cómo un nuevo cliente podía sentirse al ser recibido como invitado de honor en un festín donde se va  a convertir en el centro de atención, mientras se siente desconcertado por si su comportamiento es el correcto, o qué impresión causará entre los demás convidados si el anfitrión le dedica alguna atención. Refleja el temor del individuo de  clase inferior que desconoce el protocolo de este tipo de cenas y el miedo al ridículo ante los demás.

 “Empezaré, si te parece, por el primer banquete, al cual es de suponer que seas invitado, como en prenda de tus futuras relaciones. Por de pronto, viene a invitarte a la cena un esclavo no del todo grosero, y para tenerlo propicio, y no parecerle incivil, tienes que ponerle en la mano lo menos cinco dracmas… Te pones el mejor vestido, y lavado y compuesto cuanto te es posible, acudes, no sin temor de llegar el primero, lo cual parecería poco elegante, así como se te tacharía de soberbia si llegases el último. Eliges, pues, un término medio, y entras. Te reciben con suma distinción y te hacen sentar un poco más arriba del rico, cerca de dos de sus antiguos amigos… todo es para tí desconocido y extraño y todos los convidados observan tus acciones… de los diversos manjares, colocados ante ti con cierto orden, no sabes a cuál alargar primero la mano. Tienes, pues, que mirar a hurtadillas a tu vecino, imitarle y aprender así el orden del banquete… el brindis del rico te granjea la animadversión de muchos de los antiguos amigos: sólo por el sitio que ocupaste en el banquete, ofendiste a algunos, irritados de la preferencia dada a un advenedizo sobre las personas sometidas a una esclavitud de largos años. En seguida dirán de ti los tales: ¡Sólo nos faltaba vernos pospuestos a los recién llegados! ¡Sólo para estos Griegos se abre la ciudad de Roma! (Luciano, De los que viven a sueldo, 15-17)

Luciano exige la  libertad del invitado y respeto para él por parte de esclavos y comensales ante la arrogante actitud y los caprichosos deseos del anfitrión.

Banquete de Baco, Museo del Bardo, Túnez, foto de Giorces



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